31

Los salones del castillo de Xenos estaban decorados con ramas de abeto y pino. Por doquier brillaban relucientes cristales escarlata tallados de manera que formaran plumas de martín pescador y diminutas coronas doradas. Rosas rojas de invierno adornaban los jarrones, y en los hogares ardían leños, que daban luz y alegría a todas las habitaciones y salas. Los caballeros que hacían guardia en las almenas cubiertas de nieve se calentaban con humeantes jarras de ponche de huevo o vino con azúcar y especias. Muchos de ellos llevaban rosas en los cinturones y coronas de acebo alrededor de sus yelmos. Al día siguiente se celebraría el solsticio de invierno y prometía ser una ocasión muy especial. Hacía muchos años que en los corazones de todos no había tanta esperanza y gozo.

No obstante, pese a la gruesa capa de nieve caída recientemente, las evidencias de los últimos acontecimientos recordaban a todos lo caro que habían pagado la celebración. Aquí había un muro reducido a escombros, allí el esqueleto chamuscado de un edificio. En el patio, los picapedreros se afanaban en erigir un pedestal para un monumento en el que se inscribirían los nombres de muchos caídos, incluido el de Quintan. El sitio de Xenos nunca sería olvidado.

Pero en la capilla del castillo se rememoraba otro acontecimiento, una tragedia muy lejana en el tiempo. Al día siguiente se conmemoraba el Cataclismo, y los caballeros entonaban el canto de los trece días, de cuando los dioses enviaron mensajes de los desastres que sobrevendrían pero nadie los escuchó.

***

Cuando el servicio acabó y los caballeros abandonaron la capilla, sir Liam Ehrling vio a una joven dama sentada en un discreto rincón. El caballero se acercó a ella en silencio y sonriendo.

—Lady Jessica.

La dama levantó hacia él su pálida faz y dijo con voz ahogada por la emoción:

—Cuánto dolor.

—¿El Cataclismo? —inquirió Liam—. Sí, fue una época oscura, pero la esperanza se renueva. El Mal se vuelve contra sí mismo y el Bien redime a los suyos.

—A veces me pregunto por qué luchamos. Parece que, hagamos lo que hagamos, nada cambia.

—Esto es exactamente por lo que luchamos —respondió Liam.

—Lord Ehrling, he tomado una difícil decisión. Deseo abandonar la Orden y servir a lady Crysania —susurró lady Jessica.

—Es un noble deseo, lady Jessica, pero no os lo puedo conceder. Os necesito aquí.

—¿Vos me necesitáis? —preguntó la dama. Lo miró pestañeando y añadió—: ¿Por qué?

—Os lo diré si me acompañáis a mi habitación. Creo que sir Valian nos espera allí —contestó Liam.

—¿Valian? —inquirió Jessica con extrañeza al tiempo que se ponía en pie.

—Sí. Le he pedido que compartiera con nosotros un brindis de medianoche —le explicó mientras salían de la capilla. Dos caballeros cerraron las puertas tras ellos y saludaron a sir Liam con una inclinación de cabeza.

Al llegar al estudio privado de Liam la puerta se abrió y Seamus Gavin asomó su arrugada y roja faz. Al ver a Liam los ojos se le agrandaron.

—¡Ah, aquí están! Parece que no soy el último esta vez —dijo el viejo amigo de Gunthar, llegado de Palanthas.

Jessica y Liam entraron en el estudio donde un hermoso fuego ardía en la chimenea. Sir Valian estaba sentado cerca de él, haciendo rodar entre las palmas de sus manos un tazón de peltre mientras contemplaba las llamas, sumido en sus pensamientos. En una mesa auxiliar, se veía una licorera de cristal medio llena de un pálido vino de color amarillo, que brillaba en un cuenco.

Liam sirvió cuatro copas y las ofreció a los reunidos. Seamus, con el regazo lleno de diversos papeles y documentos, aceptó con una sonrisa. El elfo oscuro cogió la copa sin moverse de su silla y posó de nuevo la mirada en el fuego.

Liam se colocó detrás de su escritorio, que se veía vacío excepto por un libro encuadernado, del grosor de un puño. El caballero lo miró y posó los dedos en la cubierta.

—Ésta es la Medida Revisada —anunció—. Lamento que Elinghad y Meredith… —el caballero no pudo seguir hablando y suspiró— y Quintan, que sucumbió en las heridas recibidas aquí, en Xenos, no puedan compartir este momento. Quiero que vosotros tres sepáis algo y confío en vuestro buen juicio para que guardéis el secreto. En sus últimos días, desgarrado por el dolor y la preocupación por el futuro de la hermandad, lord Gunthar estuvo a punto de perder la cabeza. La carga fue demasiado pesada para él y la revisión de la Medida se resintió.

»Todo el pasado mes he trabajado muy duramente para finalizar su trabajo y creo que lo he conseguido. La Medida está completa, y mi único deseo es que nadie más conozca…, digamos, mi humilde colaboración. Éste es el último logro de lord Gunthar, su Medida Revisada, no la mía.

—Sí, milord —accedió Valian con una inclinación de cabeza. Jessica también asintió, aunque no comprendía por qué le confiaban a ella aquel secreto, especialmente en vista de que Liam estaba al corriente de su deseo de abandonar la Orden.

—Ya sabéis que podéis contar con mi discreción —dijo Seamus.

Liam se acercó al hogar y fijó la mirada en el elfo oscuro.

—Sir Valian, os invito a que ingreséis en la Orden de los Caballeros de Solamnia. Vuestro honor y coraje están fuera de toda duda. Y por lo que se refiere a vuestras acciones pasadas, eso es algo que tendréis que arreglar con el Ser Supremo cuando llegue el momento —dijo Liam.

—Lord Ehrling, sabéis tan bien como yo que si me aceptáis en la hermandad perderéis el apoyo de las naciones elfas. Yo soy un elfo oscuro y nada puede cambiarlo —repuso Valian, que pestañeó y volvió a fijar la mirada en el fuego—. No voy a destruir la delicada alianza entre caballeros y elfos. Los sentimientos de una persona no pueden prevalecer sobre el sentido común.

—Ya me imaginé que rehusaríais —replicó Liam con un suspiro—, pero deseaba hacer este gesto.

—Gracias, señor. Vuestro ofrecimiento me ha llegado al corazón —respondió Valian suavemente.

Una llamada los interrumpió. La puerta se abrió, y un caballero asomó dentro la cabeza.

—Está aquí —anunció.

—Hacedlo pasar —ordenó Liam.

La puerta se abrió un poco más y Ayuy Cocomur entró en el estudio. El gully miró con cierta confusión a los presentes. Casi todas sus heridas habían sanado ya, sin dejar cicatrices visibles, pero algo en él había cambiado: tenía un aire de cautela e incluso una mirada angustiada.

—Ayuy Cocomur, quiero presentarte a tu consejero legal, Seamus Gavin de Palanthas —dijo Liam.

Ayuy clavó en el anciano una mirada de curiosidad. Seamus rebulló nervioso en la silla y se le cayeron algunos papeles del regazo.

—Ejem… Sí. Señor Ayuy. ¿Cómo estáis? Esperaba con ansia el momento de conoceros.

—Hola —saludó Ayuy.

—¿Y bien? —preguntó Seamus a Liam.

El caballero miró al techo, como si buscara consejo en los cielos y, finalmente, dijo con un suspiro:

—Adelante, señor Ayuy. Seamus tiene algo que comunicarte sobre papá Gunthar.

Seamus sonrió y le agradeció el gesto con una inclinación de cabeza.

—Señor Ayuy, lord Gunthar le nombró uno de sus herederos legítimos.

El rostro de Ayuy se apagó y las lágrimas afluyeron a sus ojos.

—Papá —lloriqueó—. ¿Papá me deja su monedero?

—Le nombró señor del castillo Kalstan —agregó el abogado—. Ahora usted es Ayuy Cocomur Uth Kalstan.

—Bajo una condición —añadió Liam.

—¿Cuál? —inquirió Seamus.

—Que lady Jessica sirva como su senescal, como vínculo de unión entre el nuevo lord del castillo de mi familia y los Caballeros de Solamnia.

—¿Lady Jessica, aceptáis? —preguntó Seamus.

—Sí —susurró la dama.

—Así pues, señor Ayuy Cocomur Uth Kalstan, lord del castillo Kalstan y honorable huésped de la gente de Xenos y de todos los Caballeros de Solamnia, ¿cuál es vuestro primer deseo? ¿Os gustaría celebrar una fiesta para todos vuestros amigos gullys? —preguntó Seamus—. O ¿qué tal una cama enorme?

***

Ayuy dejó la vela en el suelo. Los ecos de la puerta seguían reverberando por la vacía escalera y la polvorienta cámara de techo bajo. El gully trepó a la caja que Jessica había colocado allí para que él se subiera y, después de armarse de valor, bajó la vista. Vacilante tocó la mano de Gunthar.

—Pobre papá —dijo entre sollozos, y hundió su cara en la barba del anciano.