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—No será nada fácil —opinó Liam—. Estos draconianos son diferentes. De algún modo se las han arreglado para mantener su fortaleza en secreto al menos durante dos años, posiblemente más.

Mientras hablaba, un criado vertía brandy en las copas y las servía a los demás caballeros reunidos en la biblioteca. Era tarde, faltaban pocas horas para el amanecer. Los caballeros habían abandonado la Explanada de la Piedra Blanca para preparar rápidamente su próximo movimiento.

—Según los gullys, con los que tuve el placer de entrevistarme después del Gran Consejo… —prosiguió Liam, y los demás rieron—… el jefe de los draconianos es alguien a quien llaman «El Primero». Se trata de una especie de maestro de asesinos, supongo que un aurak, que son los draconianos más poderosos. También son magos y eso los hace doblemente peligrosos. Los gullys me aseguraron que en la fortaleza no hay más de dos draconianos, pero todos sabemos lo que esto significa. Debemos decidir cuál es la mejor manera de abordar este problema, si lanzar todas nuestras fuerzas contra el castillo o enviar un pequeño grupo de rescate para encontrar al gully y liberarlo.

Después de largas deliberaciones, se decidió que un pequeño grupo de rescate sería lo mejor. Incluso si Liam hubiera podido prescindir de muchos de sus hombres para lanzar un ataque en masa, le habría sido imposible hacerlos llegar al castillo draconiano. En cualquier caso, un ataque masivo sólo conduciría a la muerte del pobre gully.

En vez de esto, Liam eligió un grupo de siete personas para la misión de rescate: lady Jessica Rocavestina, lady Meredith, la gully Glabela, dos jóvenes Damas de la Corona (lady Michele y lady Gabriele) y sir Elinghad, que suplicó que lo dejaran ir para hacerse perdonar el haber votado contra sir Liam.

Finalmente, Liam también eligió a sir Valian. Sus habilidades como explorador ayudarían al grupo a aproximarse a la fortaleza.

—Además —añadió el nuevo líder de los solámnicos—, creo que sir Valian tiene una cuenta pendiente con alguien de allí.

—Sí, la tengo —corroboró el elfo sin levantar la vista de su copa. Acto seguido, la apuró de un trago.

***

Cuando todos se hubieron marchado —algunos para disfrutar de unas pocas y necesarias horas de sueño antes que el alba mostrara su faz fresca y sonrosada—, Liam descansó unos momentos con la espalda apoyada contra la puerta y respiró hondo. «Ya está —dijo para sí—. Paladine, te ruego que haya tomado la decisión correcta. Creo que es lo que Gunthar hubiera hecho. No, estoy seguro de ello. Ahora sólo queda una cosa más por hacer». El caballero anduvo hasta la chimenea y pasó las puntas de los dedos por el borde de la repisa. Sus dedos palparon la superficie de la madera, notando cada protuberancia y hendidura, como si buscaran algo. Finalmente, un falso ladrillo se abrió con un ruido apagado, dejando al descubierto un pequeño compartimento. El hombre metió la mano, sacó una campanilla de plata y la agitó con fuerza, aunque no emitió ningún sonido, tras lo cual la volvió a depositar en el compartimento secreto.

Satisfecho, se dirigió a la ventana y la abrió. El fresco aire otoñal invadió la habitación, llevando el olor del humo de los fuegos que seguían quemando en algunas partes del bosque. Liam se llenó con él los pulmones sintiendo cómo le corría por el cuerpo, mientras contemplaba el cielo nocturno junto a la ventana abierta.

Una de las estrellas que brillaban en lo alto llamó su atención, una que parecía moverse de vez en cuando, aunque un observador casual hubiera creído que sólo se trataba de un efecto de las nubes que se desplazaban raudas por el cielo.

El caballero contempló cómo la estrella se separaba del firmamento y descendía hacia el castillo. Cuanto más se acercaba, menos aspecto de estrella tenía y más recordaba a un objeto de plata abrillantada que reflejaba la luz de los fuegos que ardían en el bosque. Entonces, se sumergió entre los árboles y desapareció. Pocos momentos después, una figura humana surgió de las sombras de las almenas y se aproximó a Liam.

—Saludos, lord Ehrling —susurró la sombra. Un hombre de cabello plateado y rasgos elfos avanzó hacia la luz que se derramaba por la ventana de Liam. Estaba envuelto por completo en pesados ropajes oscuros, pero sus ojos color zafiro relucían como brasas bajo la sombra de la capucha. Unos pocos mechones de largo cabello plateado se escapaban del capuz y le caían sobre los hombros—. Habéis tocado la campana que sólo nuestros oídos perciben, y por eso he venido.

—Necesito vuestra ayuda —dijo Liam—. Necesito la ayuda de todos los Dragones Plateados de Sancrist. Voy a enviar un pequeño grupo de caballeros al extremo norte de la isla…