27

Pese al Cataclismo, que había sacudido la tierra hasta sus cimientos, y pese a la Guerra de Caos, que había estremecido las entrañas del mundo, despojándolo de los dioses y la magia, la Explanada de la Piedra Blanca era un lugar misterioso y mágico que lo había soportado todo sin cambios. Para las gentes de la isla, el blanco monolito y el prado que lo rodeaba eran un santuario sagrado; no importaba el tiempo, tanto en invierno como en verano, allí los cansados hallaban reposo y los atormentados, paz.

Para los Caballeros de Solamnia la Explanada de la Piedra Blanca era su lugar más sagrado. Según la leyenda, había sido ahí donde Vinas Solamnus había tenido la visión de una Orden de honorables caballeros, y los mismos dioses la habían santificado. No cabía duda de que allí se habían tomado algunas de las decisiones más importantes sobre el futuro de Krynn: fue en ese lugar donde, durante la Guerra de la Lanza, un Orbe de los Dragones fue destruido y se reveló la Dragonlance, lo que cambió el rumbo de la guerra, evitó el desastre e hizo posible la victoria. Cuando se demostró el poder de la Dragonlance, la piedra se rajó hasta su centro. Hubo algunos que lamentaron que quedara dañada en una exhibición tan espectacular y exagerada, pero la magia de la Piedra Blanca seguía intacta. La piedra exhibía su herida con orgullo y dignidad, como un soldado veterano, y a algunos les parecía incluso que había ganado en belleza.

Por lo tanto, fue natural que los supervivientes se reunieran allí, en el claro bañado por la luz de la luna que parecía agua plateada. Entre los árboles se vislumbraba el intenso rojo dorado de numerosos fuegos. Hubiera sido una vista magnífica, de silvano encanto, pero todos sabían que cada columna de humo y cada fuego que ardía con alegres llamas correspondía a una casa o a un granero en el que se guardaba la cosecha estival. Lentamente, solos o en parejas, las damas y los caballeros iban entrando desordenadamente y con paso cansino en la explanada y se desplomaban cerca de la Piedra Blanca, donde un grupo de caballeros se reunía alrededor de una hoguera. Uno o dos hacían guardia, aunque ya no parecía necesario guardar nada.

—Se han marchado —comentó Valian al tiempo que se vendaba un brazo herido. En la frente tenía otra herida que sangraba, y su armadura se veía rota por media docena de sitios—. Supongo que ya estarán a medio camino de Xenos.

Liam se puso en pie y se quedó unos instantes quieto junto a la Piedra Blanca, sumido en sus pensamientos. Todos lo miraban, expectantes, incluso el elfo oscuro; lady Meredith yacía en el suelo, con la mayor parte de su abollada armadura esparcida a su alrededor y con la ensangrentada espada encima de las rodillas; Elinghad Bosant estaba de pie al borde de la luz de la hoguera y escrutaba cautelosamente la oscuridad. Lady Jessica limpiaba una fea herida en la oreja de Quintan Estafermo, sirviéndose de una toalla y un bol de vino aguado mientras Navalre, con las manos vendadas, le iba indicando qué hacer. El clérigo había luchado en las cuadras para proteger a los caballos, blandiendo una barra amenazadoramente, pero un bastón con la punta de hierro poco puede contra espadas y así lo atestiguaban las heridas que mostraba en las manos, la cabeza y el pecho.

Pero lo de las cuadras había sido una simple escaramuza comparada con la terrible y sangrienta batalla que se había librado en el patio, una verdadera tragedia en los anales de la hermandad. No había habido dos bandos claros, Caballeros de Takhisis habían peleado al lado de Caballeros de Solamnia contra otros Caballeros de Takhisis y de Solamnia. Lord Tohr había hecho estragos blandiendo la mágica Nightbringer, la maza negra que en otro tiempo perteneciera a Verminaard, el Señor del Dragón. El combate había sido especialmente cruento en la entrada de la muralla, cuando las fuerzas de Liam trataron de impedir que las fuerzas de Tohr escaparan. Allí, Valian demostró su valía y se ganó definitivamente la confianza de Liam al hacerse con Nightbringer como trofeo de batalla. En esos momentos, la maza y la mano derecha de su dueño yacían en la hierba, cerca del fuego. Después de perder la mano, lord Tohr había huido.

Desgraciadamente, la mayoría de las fuerzas leales a Tohr habían huido con él. Los hombres de Liam las persiguieron por el bosque, donde los caballeros negros y sus aliados prendieron fuego a casas, establos y graneros. Esa noche el castillo había perdido a más de la mitad de su guarnición y para nada. Nada se había resuelto. Muchos habían muerto luchando, pero muchos más habían escapado con lord Tohr, seducidos por sus promesas de gloria. Muchos de los desertores eran caballeros de sangre, lo que significaba un terrible golpe para los solámnicos, y los pocos Caballeros de Takhisis que habían desertado no bastaban, ni mucho menos, para reemplazar a los Caballeros de Solamnia caídos en el combate o huidos.

La batalla sí había resuelto una cosa, la cuestión de quién sería el líder de los Honorables Caballeros de Sancrist: nadie. El sueño de Gunthar de que las dos Ordenes se unieran había fracasado, y los Caballeros de Solamnia habían renacido de sus cenizas, aunque eso sí, bastante malparados.

Quintan rechazó, impaciente, las vacilantes curas de lady Jessica y señaló la mano de Tohr en la hierba.

—Ahí tenéis vuestro escudo de armas —dijo a Valian riendo—. Una mano cercenada y una maza sobre un campo rojo.

Valian clavó en él sus fríos ojos azules hasta que la risa nerviosa de Quintan se apagó.

—No creo que éste sea el momento para hacer bromas macabras —susurró.

—Cierto, Valian. Es el momento de tomar decisiones duras —intervino Liam levantando la mirada hacia la luna menguante—. ¿Cuál será nuestro próximo movimiento? Tal como ha dicho Valian, Tohr y sus aliados estarán fortificados en Xenos antes de que acabe el día de mañana. Probablemente en este mismo momento están solicitando refuerzos a través de mensajeros wyverns. Querrán reforzar su posición y mantenerla, y con Pyrothraxus cubriéndoles la retaguardia, es probable que lo consigan. ¿Deberíamos perseguirlos y tratar de capturarlos?

—Nunca los encontraríamos. Están diseminados por todo el bosque y supongo que se dirigen a Xenos por cientos de sendas diferentes —objetó Valian—. Sería inútil y, además, los favoreceríamos al perder un tiempo precioso.

—No olvidemos que fuimos nosotros quienes entregamos a los Caballeros de Takhisis la ciudadela de Xenos; ahora, la gente de allí lo pasará mal —dijo Elinghad desde el borde de la oscuridad.

—Y, ¿qué sugerís que hagamos? —inquirió Quintan.

—Es evidente —replicó Elinghad—. Demos la alarma, reunamos nuestras fuerzas de toda la isla, cerquemos Xenos lo antes posible. Tenemos que expulsar a los caballeros negros antes de que tengan tiempo para prepararse.

—Xenos era nuestro punto de reunión si algo iba mal —objetó Valian—. Lord Tohr lo aprovisionó para soportar un sitio de semanas, hasta que llegaran refuerzos de Ansalon. En el sótano se ocultan varios wyverns, listos para partir inmediatamente con mensajes. Como veis, ya están preparados.

—Entonces no podemos perder tiempo —urgió Elinghad Bosant.

—¿Os habéis olvidado del pobre Ayuy? —gritó Jessica, y Quintan bufó con sorna.

—Creo que Jessica tiene razón —intervino lady Meredith—. No podemos permitir que la fortaleza draconiana intercepte nuestras líneas de suministro. Seguro que enviarán agentes contra la población civil, incluso es posible que intenten atacar aquí, en el corazón de la hermandad.

—No me refería a eso —protestó Jessica—. Lo que quiero decir es que Ayuy está prisionero en ese horrible lugar por lo que sabía de la muerte de Gunthar. Cuando los draconianos se enteren de lo que ha ocurrido aquí, lo matarán enseguida.

—¿Qué sacaremos de rescatarlo? —inquirió Quintan.

Navalre se puso de pie de un salto, y su rostro se veía escarlata bajo la barba.

—¡Si no fuera por ese gully, mañana por la mañana habríais cedido el control de la Orden a los Caballeros de Takhisis aquí mismo y de buena gana! —gritó el clérigo. Una fría mano blanca se posó en su brazo. Navalre se sobresaltó, bajó la vista hacia lady Jessica y palideció—. Lo siento —se disculpó ante los caballeros—, pero creo que no deberíais olvidar el noble servicio que Ayuy Cocomur os ha prestado.

—Sí, lady Meredith tiene razón. La fortaleza draconiana es una amenaza para nosotros —dijo Liam.

—No tanto como los caballeros en Xenos —le contradijo Elinghad.

—Esto es lo que debemos decidir. ¿Sitiamos Xenos antes de que los Caballeros de Takhisis consigan refuerzos o atacamos a los draconianos y tratamos de rescatar a Ayuy? —preguntó Liam.

—No nos olvidemos de Pyrothraxus —dijo Valian—. Tiene alguna especie de pacto con los draconianos. Después de todo, atacó La Fronda para evitar que sacáramos a la luz la historia del gully.

—Es muy cierto —convino Liam—. No olvidemos al dragón.

Todos guardaron silencio mientras el comandante de los Caballeros de Solamnia sopesaba sus opciones. Liam paseó lentamente frente a la piedra sagrada con el entrecejo fruncido y las manos cogidas a la espalda. Una fresca brisa del norte agitó el aire en el claro, haciendo girar por el prado finas volutas de humo como si fueran fantasmas. Los minutos transcurrieron despacio. La Piedra Blanca presidía la escena, semejante a un pálido gigante con la cara vuelta hacia arriba para contemplar los cielos y la luna blanca que los surcaba.

De pronto, Liam se detuvo, se arrodilló junto a la Piedra Blanca y pasó los dedos por la hierba que crecía en su base, con cuidado de no tocar la piedra sagrada. El caballero sonrió levemente y recogió algo del suelo, tras lo cual se puso en pie. Todos lo miraban. Liam levantó el rostro hacia el cielo.

—Se olvidó un trocito —dijo hacia lo alto y rió. Entonces, mostró lo que había encontrado en la hierba y que relucía a la luz de la luna—. ¿Sabéis qué es esto? —preguntó.

Nadie respondió.

—Es un trocito de un Orbe de los Dragones —explicó—, del Orbe que se hizo añicos aquí, durante el Consejo de la Piedra Blanca, hace casi cuarenta años. Los elfos y los Caballeros de Solamnia se lo disputaban y estaban a punto de entrar en guerra, mientras los ejércitos de la Oscuridad se apoderaban de Krynn. Un querido amigo de lord Gunthar tomó parte en el Consejo y fue él quién comprendió qué debía hacerse, y lo hizo.

»Rompió el Orbe y destruyó el trofeo por el que caballeros y elfos habían luchado encarnizadamente, como nosotros esta noche. —Liam hizo una pausa y volvió la vista al castillo Uth Wistan—. Después de hacer pedazos el Orbe de los Dragones, declaró valientemente: “Los kenders sabemos que deberíamos estar luchando contra los dragones, no los unos contra los otros”. Una vez desaparecida la tentación, elfos y Caballeros de Solamnia se centraron en ganar la guerra contra los ejércitos de Takhisis.

»Ese héroe se llamaba Tasslehoff y era una persona menuda, no muy importante para nadie excepto para sus amigos más íntimos. —Liam se quedó unos momentos pensativo, contemplando sin ver el diminuto fragmento de cristal en la palma de su mano—. Los kenders no son la única raza pequeña de Krynn, también están los enanos gullys, que aún parecen menos importantes que los kenders en el gran esquema de las cosas.

»Sólo una historia más y después me callaré —agregó Liam—. Sé que os estoy aburriendo al rememorar el pasado, pero los humanos tendemos a olvidar la historia con demasiada facilidad. Además, quiero demostraros algo.

»Ésta es la historia que Gunthar me contó, y que él, a su vez, supo por boca de Sturm Brightblade:

»Ocurrió durante la Guerra de la Lanza. Un grupo de héroes fue enviado a la ciudadela de Pax Tharkas para tratar de impedir que los ejércitos de los Dragones atacaran Qualinesti. Dentro de la ciudadela el grupo se separó. Tasslehoff Burrfoot y el mago que conocemos como Fizban se quedaron solos y descubrieron que un enano gully, despreciable según todas las apariencias, estaba condenado a alimentar al dragón, es decir, a ser su cena. Lo más prudente hubiera sido que Tasslehoff y Fizban trataran de reunirse con sus compañeros y ayudaran a organizar la resistencia contra los ejércitos de los Dragones. Pero en vez de esto, decidieron tratar de rescatar al gully. ¿Por qué? No porque fuera lo más acertado; de hecho, era una estupidez que podría costarles la vida.

Pero lo que no sabían, y lo que los demás héroes tampoco sabían, era que sus planes habían sido descubiertos y que les habían tendido una trampa para capturarlos a todos. Fue gracias a la estúpida decisión de Tasslehoff y Fizban de rescatar a un gully que la trampa no funcionó y que la misión finalmente fue un éxito.

»Rescataron a Sestun no por razones militares, ni porque fuera lo más sensato, sino porque era lo correcto. —Dicho esto Liam quedó en silencio y fue mirando uno a uno a todos los caballeros y damas congregados. Luego, se aclaró la garganta y añadió con voz apenas más audible que un susurro—: Les daremos tiempo a que se atrincheren en la fortaleza de Xenos y después la sitiaremos. Sin embargo, los mensajeros wyverns nunca llegarán vivos a Ansalon.

—¿Cómo podéis estar tan seguro? —le preguntó Quintan.

—Porque los Dragones Plateados vigilan la isla sin descanso. Ahora que estamos en guerra, no dejarán que nada se escape.

—Los vimos en el castillo La Fronda. Cuando ellos llegaron Pyrothraxus huyó. Eso significa que pasarán días antes de que los caballeros de Xenos se den cuenta de que sus mensajeros no han logrado pasar —dijo Valian excitado.

—Exacto —corroboró Liam.

—Esto nos da tiempo para planear, para coordinar el ataque —dijo Quintan.

—Y tiempo para ocuparnos de los draconianos —agregó Meredith con una sonrisa burlona.

—Y rescatar al gully. Después de todo, es un héroe. Si fuera humano no dudaríamos en rescatarlo —concluyó Liam.

Lady Meredith se levantó y se puso junto a Liam tras salvar la distancia que separaba la hoguera de la Piedra Blanca; habló con voz emocionada:

—Tenéis razón, Liam. Tenéis toda la razón.

—Y ¿qué pasa con Pyrothraxus? —indagó Valian.

—Pyrothraxus se ha retirado a su madriguera en el Monte Noimporta, y los Dragones Plateados me han asegurado que permanecerá allí un tiempo. Parece que en La Fronda lo cogieron por sorpresa y le dieron una lección que no olvidará fácilmente —explicó Liam.

—¿Cómo sabéis todo esto? —preguntó Quintan.

—Desde la Guerra de la Lanza el señor del castillo Uth Wistan tiene medios para contactar con los Dragones Plateados. Cuando fui nombrado Primer Jurista, lord Gunthar me mostró muchos de ellos. Esta noche he estado en contacto con los dragones. Algunos de ellos estuvieron aquí, durante la lucha, aunque dudo de que ninguno de vosotros los haya reconocido; y muchos más vigilaban.

»Si no fuera por los Plateados, Pyrothraxus nos hubiera expulsado de Sancrist hace mucho tiempo —prosiguió Liam en un susurro—. Les debemos más de lo que nadie imagina. Fue gracias al tacto y la diplomacia de lord Gunthar que tantos se quedaron en la isla, guardando el corazón de la hermandad, mientras sus compañeros se retiraban a sus guaridas en las islas de los Dragones dejando a la humanidad a merced de los nuevos dragones llegados del otro lado del mar.

—Mientras estén encerrados en Xenos, los Caballeros de Takhisis no podrán hacer ningún daño —convino Quintan—. En el ínterin, ocupémonos del castillo Lacerto, de la fortaleza draconiana.