—¡Grandullón! ¡Es Thenidor! ¡No…! Y luego silencio.
Los tres se miraron horrorizados. Caramon escrutó la oscuridad.
—¿Bor? —llamó llevándose una mano a la espada, y echó a andar hacia adelante—. ¡Borlos!
Dezra lo cogió del brazo, obligándolo a detenerse.
—¡So! —dijo—. Espera.
—¡Suéltame! —gruñó Caramon dándole un empujón. Pero ella lo agarró más fuerte. Se dio la vuelta, furioso—. ¡Te he dicho que me sueltes!
—Ni hablar —repuso Dezra—. Párate y utiliza esa mollera tan dura que tienes. ¿No acabas de oír lo que ha dicho? Los skorenoi están ahí afuera.
—Y tienen a Borlos —gruñó Caramon—. Tengo que ir a ayudarlo.
—¿Cómo? —insistió Dezra—. ¿Andando a tientas en la oscuridad para que te cojan a ti también? Tenemos que pensar algo o acabaremos todos muertos, y se apoderarán del hacha.
—¿Qué propones? —replicó Caramon.
—Déjame un poco de tiempo —contestó Dezra mirando la oscuridad con el ceño fruncido—. Nos iría bien saber dónde están y cuántos son.
—Pero no lo sabemos —repuso Caramon.
—¡Callaos los dos! —intervino Trephas, malhumorado—. Tiene que haber algo que podamos hacer.
—Quizá podamos ayudaros —dijo una voz armoniosa muy cerca de ellos.
Se sobresaltaron y desenvainaron las armas buscando al hombre que había hablado. No vieron nada más que oscuridad.
—¿Quién anda ahí? —susurró Caramon con voz ronca.
—¿Ya no os acordáis de nosotros? —preguntó una segunda voz, esta vez femenina, y su dueña chasqueó la lengua, decepcionada—. Y yo que pensaba que nos habíamos hecho amigos…
Se oyó un aleteo rápido y de repente aparecieron ante sus ojos dos delicadas figuras con alas plateadas en la espalda. Los compañeros observaron atónitos cómo los duendes se quitaban las gorras y se inclinaban haciéndoles una reverencia sin dejar de flotar en el aire.
—¿Así es más fácil? —preguntó ella sonriendo.
—¿Ellianthe? —preguntó Caramon parpadeando—. ¿Fanuin?
—¡Ajá! ¡Sí que nos recordáis! —declaró Fanuin y los ojos verdes le brillaban divertidos.
—Pero… —farfulló Trephas—. ¿Cómo…?
—Oh, hemos estado con vosotros desde que dejamos nuestro reino —contestó Ellianthe alegremente.
Caramon frunció el ceño pero enseguida se le iluminó la cara al entenderlo.
—Ahora me acuerdo —dijo—. Cuando ya nos íbamos, he intentado despedirme pero habíais desaparecido. Creía que os habíais ido pero habéis estado con nosotros todo el tiempo, sólo que invisibles ¿no?
Los duendes sonrieron.
—¡Eso es! —dijo Fanuin.
—Pero ¿por qué? —preguntó Dezra.
Se produjo un incómodo silencio. Fanuin tosió.
—Nuestro padre nos dijo que os acompañáramos en secreto, para ver si los problemas del Bosque Oscuro eran tan graves como decíais. Ahora ya sabemos que sí —declaró mirando con tristeza los maltratados cadáveres—. Si hubiéramos vuelto a casa cuando os marchasteis, tal como pensábamos, nunca lo habríais sabido.
—Ése era el plan —añadió Ellianthe—, pero al ver que teníais serios problemas, hemos pensado que podríamos seros de utilidad.
—Seguro —dijo Dezra, sonriendo mientras pensaba a toda velocidad—. ¿Podéis volver a haceros invisibles?
—Sí —contestó Ellianthe hinchando el pecho, orgullosa—. Sólo tienes que decirlo.
Caramon miró sonriente a su hija y Dezra le respondió con su acostumbrada sonrisa torcida.
—Perfecto —dijo ella—. Creo que ha llegado el momento de averiguar con qué nos enfrentamos.
***
Finalmente, dejó de llover, pero entonces se levantó un viento frío que azotaba el campo de batalla. Los compañeros esperaban agazapados y temblorosos a que pasaran los largos y silenciosos minutos. La espera era insufrible pero habían decidido quedarse donde estaban hasta que volvieran Fanuin y Ellianthe.
—¡Tenemos al bardo! —gritó Thenidor en la oscuridad—. ¡Dadnos el hacha de Peldarin y os lo devolveremos!
—Y yo me lo creo —murmuró Dezra con amargura.
—¿Cómo han sabido lo del Hiendealmas? —preguntó Caramon a Trephas.
Trephas frunció el ceño y sacudió la cabeza. De pronto, volvieron a oír el zumbido de las alas de los duendes, y aparecieron Fanuin y Ellianthe, balanceados por las ráfagas de viento.
—Los hemos visto —informó Ellianthe—. Ocho de esos… monstruos. —Se estremeció.
—Haznos un dibujo —dijo Caramon señalando el barro del suelo—. Enséñanos dónde estaban.
Los duendes siguieron sus indicaciones y dibujaron varios círculos arañando la tierra blanda con sus espadas finas como alfileres.
—Cuatro llevan arcos y los otros cuatro no —dijo Fanuin.
—¿Todos son skorenoi? —preguntó Trephas.
—Sí —asintió Ellianthe, y señalando el último círculo añadió—: Éste es el jefe.
—Thenidor —rezongó Trephas—. ¿Y Borlos?
Fanuin se apresuró a marcar una cruz a un lado.
—Está vivo —respondió en respuesta a las miradas preocupadas de los compañeros—, pero no se mueve.
—¿Inconsciente? —preguntó Dezra—. Entonces todavía será menos útil de lo que acostumbra.
Siguió un silencio apesadumbrado, roto por los silbidos del viento y el zumbido de las alas de los duendes. Caramon miró a los demás.
—Nos ganan en número y además tienen a Borlos de rehén —dijo—, pero tenemos otras cosas a nuestro favor. No saben que los duendes están con nosotros y no saben que sabemos lo que sabemos.
Los otros asintieron.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Trephas piafando.
Dezra frunció el entrecejo observando el boceto de los duendes.
—Dejadme pensar un minuto. Creo que tengo una idea.
***
Los skorenoi oyeron el ruido de los cascos acercándose sobre la tierra ensangrentada. Los arqueros levantaron las armas. Thenidor echó una ojeada a Borlos, comprobó que no se había movido y escrutó las sombras, tamborileando con los dedos en la alabarda.
El ruido de cascos se detuvo y una antorcha se encendió a menos de veinte pasos de distancia. Trephas la sostenía en alto con la mano izquierda y en la derecha no llevaba nada. Sonrió y los arqueros le apuntaron.
—Me siento halagado —dijo—. Debéis de considerarme muy importante para darme semejante bienvenida.
—Sólo habría deseado que la cabeza de vuestro padre os hubiera esperado junto a la de Menelachos —repuso Thenidor, malicioso—. ¿Así que venís solo? ¿Dónde están vuestros compañeros: el viejo y la chica?
—Esperando allí detrás —contestó Trephas señalando con un gesto vago hacia su espalda—. No tienen por qué verse envueltos en esto. He venido a entregarme, Thenidor.
Los skorenoi miraron a Trephas, desconcertados. Dos de ellos bajaron un poco los arcos. Trephas los miró un instante y enseguida desvió los ojos hacia otro lado.
Thenidor, sin embargo, no pensaba dejarse engañar.
—¿A entregaros? —se mofó—. ¿Por qué ibais a hacer eso, hijo de Nemeredes? No es a vos a quien busco. Quiero el hacha de Peldarin.
—Por eso he venido —dijo Trephas y pasó el brazo por encima del hombro para coger algo colgado a su espalda.
Los arcos crujieron tensándose pero Thenidor los detuvo con un gesto.
—Ten cuidado, Trephas —le advirtió—. Haz un movimiento en falso y esto puede acabar muy mal para ti.
—Lo sé —repuso Trephas tranquilo, y retiró a Hiendealmas del arnés.
Los skorenoi abrieron la boca al verlo llevársela hacia adelante y sostenerla frente a ellos, brillando a la luz de la antorcha. Los ojos de Thenidor refulgieron al posarse sobre el hacha. Al instante, los entrecerraba preguntando:
—¿Qué truco es éste?
—No es ningún truco —contestó Trephas—. Te la entrego… a cambio del bardo —añadió señalando hacia el cuerpo inmóvil de Borlos—. ¿No era ése el trato? Déjale marchar, Thenidor, y el hacha será tuya —dijo presentándosela—. Llévasela a lord Chrethon. Seguramente te honrará como a un héroe. Sólo te pido que dejes que los humanos se marchen. Ésta no es su guerra.
Thenidor consideró la propuesta con las gruesas cejas muy juntas y se pasó la lengua por los labios, observando el hacha. Finalmente, asintió.
—Acércala —dijo y, señalando a los arqueros, añadió—: Y recuerda: puedo matarte con sólo decir una palabra.
Trephas echó a andar sosteniendo delante a Hiendealmas. A medida que avanzaba, los dos arqueros más atentos lo siguieron con la mirada; los otros dos también movieron los arcos pero sin tanto celo, con los ojos puestos en el hacha. Sólo Trephas oyó el zumbido de las alas invisibles o el leve crujido de los diminutos arcos al tensarse.
Todos oyeron el sonido que siguió, semejante al de dos cuerdas de arpa correspondientes a notas muy agudas, pero ya era demasiado tarde. Esta vez las flechas de los duendes no estaban untadas en narcótico, sino en veneno mucho más potente. Los dos arqueros que apuntaban con más atención murieron antes incluso de notar las saetas clavadas en la carne. Se desplomaron como si les hubiera caído un rayo. Todos miraron, aunque sólo fuera un instante, hacia ellos.
Todos, menos Trephas, que salió corriendo en cuanto oyó a los duendes disparar los arcos, echando la antorcha a un lado al tiempo que levantaba a Hiendealmas en el aire. Los otros dos arqueros levantaron los arcos apuntándolo, pero ya no podían disparar: Trephas estaba entre los otros skorenoi. Entonces, igualmente rápido, Caramon y Dezra surgieron de entre las sombras blandiendo sus armas. Los arqueros se volvieron hacia ellos, se deshicieron de los arcos y sacaron los garrotes de los arneses.
Un skorenoi jorobado se interpuso entre Trephas y Thenidor, levantando el garrote para mantener a raya al joven centauro. Hiendealmas brilló en la noche y le arrancó el brazo a la altura del codo. El hacha hendió la carne y el hueso, y el garrote, junto con la mano que lo asía, salió dando vueltas por los aires. El jorobado aulló y se cogió el muñón. Trephas golpeó del otro lado y le cortó la cabeza. Brotó la sangre a borbotones y el cuerpo del giboso se derrumbó. Hiendealmas se estremeció en la mano de Trephas cuando la magia de la criatura intentó destruirla pero su poder era mucho mayor y permaneció intacta.
Trephas oyó que otro skorenoi se precipitaba hacia él por detrás y se volvió levantando el hacha justo a tiempo de parar el golpe de su garrote con el astil. La madera resonó contra el hierro y Trephas se echó atrás ante la fuerza del embate.
No muy lejos, los otros estaban pasándolo un poco peor. Caramon acababa de recibir un fuerte golpe en el pecho del garrote de su oponente y, aunque la pancera había suavizado el impacto, resonando como un gong, la contundencia del choque lo había dejado sin respiración. Ahora peleaba boqueando para coger aire, paraba los golpes con el escudo y conseguía asestar algún que otro golpe de lanza muy poco efectivo.
Dezra luchaba con la espada y la daga; necesitaba las dos para contrarrestar la furia de los ataques de su oponente. Maldijo intentando encontrar un punto débil en el remolino que eran los movimientos defensivos del contrario, pero no lo había, y Dezra empezaba a cansarse.
Trephas se enfrentaba a dos guerreros a un tiempo. Uno de ellos había tirado el garrote, que Hiendealmas había cortado limpiamente en dos, y blandía una hoz de bronce; el otro utilizaba la lanza para mantenerse fuera del alcance de Hiendealmas. Thenidor daba vueltas alrededor, con la alabarda levantada y lejos de la inquieta hoja que blandía Trephas.
Dezra gritó de dolor cuando finalmente falló al detener un embate y su oponente la golpeó en el hombro con el garrote. Fue un golpe indirecto pero le dejó el brazo insensible, desde el hombro hasta la mano, y sin querer soltó la daga. Con el rostro contraído de dolor, se echó atrás y paró el siguiente ataque con la espada, antes de cambiar de posición para luchar con un solo brazo.
En ese mismo momento, el oponente de Caramon resbaló en el barro y éste aprovechó la oportunidad para atravesar con la lanza el pecho de la deforme criatura. El skorenoi dio unas terribles sacudidas, soltó el garrote y se le doblaron las patas. Caramon se la clavó de nuevo, en la garganta, y la lanza explotó. La fuerza del estallido lo echó hacia atrás y cayó sobre una rodilla, jadeando.
Trephas se hizo a un lado al ver venir la alabarda de Thenidor; la finta lo libró del ataque pero lo puso a merced de sus otros oponentes, que no perdieron el tiempo: la lanza le abrió una larga y sangrienta raja en el flanco y la hoz le desgarró el pecho. Trephas trastabilló, gruñendo, y respondió blandiendo Hiendealmas, que se clavó en el costado del que luchaba con la hoz. El hacha tembló señalando la muerte del skorenoi pero, una vez más, su magia la preservó.
Había sido un ataque desesperado, y un poco torpe; la fuerza de la inercia le hizo perder el equilibrio y se encontró de nuevo frente a Thenidor y con el costado derecho expuesto a los ataques de la lanza de su otro oponente, que dejó escapar una carcajada cruel al tiempo que levantaba el arma…
Sonaron dos cuerdas de arpa gemelas. Esta vez, no obstante, el veneno no actuó tan rápido y el lancero tuvo tiempo de tentarse débilmente el lugar en el que las flechas de los duendes lo habían alcanzado antes de caer muerto.
Con un gruñido de alivio, Trephas se giró levantándose de manos y coceó a Thenidor en el pecho, que trastabilló y lo apartó con el brazo, tras lo cual quebró el asta de la alabarda contra las cernejas del joven centauro. Trephas se tambaleó y levantó el hacha para mantener a raya a Thenidor mientras recuperaba las fuerzas.
Caramon seguía en el suelo, apretándose el hombro entre gruñidos de dolor, mientras Dezra luchaba haciendo centellear la fina espada. Había conseguido nivelar la situación con un afortunado lance en el que cortó a su oponente en el antebrazo. La hoja se había hundido bastante y los cimbreantes movimientos de su oponente con el garrote eran más lentos. Poco a poco, Dezra fue ganando terreno, con otra herida en el hombro y una cuchillada en el estómago. De pronto, vio la oportunidad y se abalanzó a clavarle la espada en el pecho. La hoja estalló y el skorenoi tropezó y cayó… justo encima de ella.
Todo lo que pudo hacer fue apartarse para que la criatura le cayera sobre las piernas en lugar de golpearla en alguna zona más delicada. Se dio un duro golpe contra el suelo y quedó atrapada bajo su peso, tan aturdida que no acertaba a moverse.
Al otro lado, el aire silbaba empujado por las armas de Thenidor y Trephas, que se movían en círculo buscando un resquicio por donde atacarse. Por último, Trephas hizo una finta hacia la izquierda e inmediatamente atacó por la derecha. Thenidor no se dejó engañar y paró el golpe oponiendo su arma. Hiendealmas se clavó en el asta de la alabarda, partiéndola en dos.
Con una sonrisa desdeñosa, Thenidor lanzó los trozos del arma a Trephas y retrocedió llevándose la mano a la espada. Desenvainó el arma y volvió al ataque. Trephas esquivó el lance dando un paso atrás, tropezó con el cuerpo del skorenoi que había decapitado y cayó de rodillas.
Riendo, Thenidor se abalanzó sobre él. Con un hábil gesto de muñeca, consiguió que Trephas soltara a Hiendealmas, que salió volando por el aire y cayó entre el barro, casi veinte pasos más allá. Volvió a blandir la espada y Trephas se echó hacia atrás, esquivando por muy poco una estocada que le habría sacado las tripas, y cayó de lado.
—¡No! —gritó Dezra, y se agitó furiosa intentando salir de debajo del skorenoi muerto.
Por tercera vez sonaron los arcos de Fanuin y Ellianthe. Thenidor se sobresaltó y se llevó una mano a la grupa. Los párpados se le cerraron pero sacudió la cabeza, luchando contra los efectos del veneno de los duendes. Mientras, Dezra se arrastraba para liberarse del peso del skorenoi y Thenidor se cernía sobre Trephas con la espada levantada. Se agachó, cogió al centauro por las crines y lo obligó a echar la cabeza hacia atrás.
—Aquí se acaba todo, hijo de Nemeredes —declaró.
Dezra vio su daga clavada con la punta hacia abajo en el barro. La cogió, notó el peso en la mano y la lanzó en un gesto desesperado. Atravesó el aire con un silbido. Una expresión de incredulidad se pintó en el rostro de Thenidor, que ya no tuvo tiempo de cambiarla, pues la hoja le atravesó la garganta.
La espada cayó de la mano de Thenidor al barro y se escuchó un sonoro estallido al tiempo que la daga de Dezra se descomponía en una nube de polvo de acero. La explosión empujó a Thenidor hacia atrás y el skorenoi quedó tendido, inmóvil, en el suelo.
El silencio se apoderó del campo de batalla. Trephas consiguió ponerse en pie y observó el cadáver de Thenidor. Luego se volvió hacia Dezra, admirado.
—Déjame darte las gracias —le dijo, llamándola de tú y no de vos.
—Ni siquiera lo menciones —repuso Dezra sonriendo.
***
Hurach observó desde las sombras cómo Trephas recuperaba el hacha y maldijo su suerte. Si Hiendealmas hubiera caído hacia el otro lado cuando Thenidor había desarmado al centauro, podría haberse hecho con ella y huir sin que nadie lo viera. Pero el arma había caído hacia el lado opuesto al que se encontraba y el sátiro se había visto obligado a observar cómo se desarrollaba el resto de la batalla.
No había sentido la muerte de Thenidor. De hecho, sintió cierto alivio. Había seguido con gran interés la conversación de los humanos sobre su próximo destino y había captado unas frases acerca de ir a encontrar a los centauros en su baluarte de las montañas. Sonriendo, pensó en la gran acogida que le dispensaría Chrethon si volvía no sólo con Hiendealmas sino también con la localización del santuario montañés. Thenidor casi lo había echado a perder con su torpe ataque; ahora que había muerto, Hurach podía seguir sus planes.
Sacudió la peluda cabeza. No era momento de soñar con la gloria. Avanzó cautelosamente, chapoteando con las pezuñas en el barro y siempre entre sombras para asegurarse de que la presa no detectaba su presencia. Se habían reunido y se curaban las heridas. El bardo ya estaba en pie, aunque todavía se balanceara tocándose la sien. El viejo tabernero había dejado de frotarse el hombro y le iba volviendo el color a la cara cenicienta.
Se quedaron allí un rato más, hablando entre susurros, y luego emprendieron el camino en dirección oeste. Hurach entrecerró los ojos observándolos ponerse en marcha y luego fue tras ellos, deslizándose entre las sombras.