Chrethon se internó en el oscuro y contrahecho bosque, entre carcajadas salvajes. El olor a sangre en el viento lo enloquecía, embriagándolo más que el vino más fuerte. Sabía lo que aquel olor significaba: uno de los nuevos skorenoi había herido a su presa.
Era algo que hacía siempre que nuevos centauros «cruzaban». Desde el principio se había llevado de caza al bosque a los skorenoi más recientes. Era la mejor manera de evaluar el arrojo de sus seguidores. Los primeros en atrapar a su presa eran los mandos de su creciente horda.
Miró por encima del hombro, sonriendo. Thenidor corría detrás, con la alabarda en alto y el manto cubierto de sudor.
—¡Están cerca! —gritó Chrethon—. ¡Pronto matarán por primera vez!
Thenidor asintió con entusiasmo. Sin embargo, antes de que pudieran decir nada más, alguien llamó delante de ellos. El ruido de cascos se interrumpió y luego siguió hacia la derecha. Se oyó la sacudida de un arco al dispararse, seguida de un aullido de dolor. El olor a sangre se hizo más intenso y mareante a medida que los skorenoi perseguían al oso por una escarpada colina. Comprobando de reojo que Thenidor seguía a su lado, Chrethon les siguió.
Treparon durante casi un kilómetro. La ladera de la colina tenía una vegetación menos frondosa que el valle y Chrethon, de vez en cuando, entreveía a los cazadores a la luz de la luna. Los adelantó por un lado sin ver al oso, pero continuó avanzando lentamente ganando terreno a los skorenoi.
Uno de los cazadores levantó el arco y disparó. El oso respondió con un aullido aún más furioso que el anterior y volvió a cambiar de dirección, huyendo colina abajo.
Lo arrinconaron poco después, conduciendo a la aterrada bestia hasta un entrante rocoso en la falda de la colina. Uno de los cazadores disparó y la flecha se hundió en el cuello del animal, que aulló y se debatió, negándose a derrumbarse.
Los skorenoi se volvieron al oír que Chrethon se acercaba. El que había disparado levantó la mano y los otros bajaron los arcos. Luego se fue hacia Chrethon haciendo reverencias.
Chrethon lo miró de arriba abajo: Leño Terrible lo había tratado peor de lo que solía. Su rostro no era humano ni equino, sino una masa de piel correosa tan deformada que resultaba casi imposible distinguir las facciones. Las patas delanteras no acababan en cascos, sino en gruesas manos con las que se agarraba a la roca.
—Lo tenemos atrapado —dijo el skorenoi sin cara haciendo una nueva reverencia—. El golpe de gracia es vuestro si lo deseáis.
Chrethon clavó la mirada en los pozos negros que eran los ojos de la criatura y luego pasó por su lado avanzando hacia el oso. El animal gruñó con fiereza, retirándose. Los colmillos le brillaban. Si se acercaba demasiado, intentaría huir por debajo, derribándolo al metérsele entre las patas. Chrethon mantuvo la distancia; cazaba osos desde mucho antes de haber «cruzado».
Apuntó con la lanza hacia el animal sosteniéndola con una mano, mientras levantaba la otra por encima de la cabeza y la movía para distraer a la bestia herida. El animal se quedó paralizado, con la mirada fija, y Chrethon se precipitó hacia adelante y le clavó la lanza en el cuello.
El oso aulló y se debatió. Chrethon hundió el arma y la hizo girar en la herida empujando al animal con todas sus fuerzas. La bestia tropezó con una roca, se derrumbó y murió. Convencido de que no volvería a levantarse, liberó la lanza, limpió la hoja pasándola por el pelaje del animal y se volvió hacia el resto de skorenoi. Sin decir una palabra, se situó frente a su líder y lo golpeó en la cara informe con el extremo romo de la lanza.
Oyó un crujido. El skorenoi dejó caer el arco y se tapó la cara aullando. La sangre le manaba entre los dedos. Sin vacilar, Chrethon volvió a levantar la lanza y le atizó en el vientre, haciendo que se doblara en dos y cayera de rodillas.
—¡Nunca renunciéis a matar! —le espetó Chrethon—. Ni siquiera por mí. Acabad la faena sin vacilar. ¿Me habéis entendido?
El skorenoi consiguió asentir entre gemidos.
—Mi señor… Lo siento…
Chrethon, asqueado, le dio la espalda, y mirando fijamente a los otros cinco skorenoi les dijo:
—Todavía estoy sediento de sangre. Que continúe la caza.
Los skorenoi se dieron la vuelta y salieron a la carrera con los arcos en la mano. Chrethon los siguió, con Thenidor pisándole los talones. Dejaron al skorenoi de cara informe tirado en el suelo junto al oso muerto.
Una hora más tarde, un skorenoi con orejas de lobo se detuvo en la cresta de un altozano cubierto de árboles y levantó la cabeza husmeando el aire. Aunque Chrethon no olía nada, había detectado un rastro. Con las aletas de la nariz muy abiertas, giró hacia el este, galopando colina abajo. Los otros lo siguieron.
Persiguieron el olor durante kilómetros, avanzando hacia el este en línea más o menos recta. Finalmente, el skorenoi lobuno levantó una mano y todos se pararon. Sin mirar a Chrethon, trepó hacia un zarzal de moras rebosante de fruta madura. Las sombras que rodeaban a los arbustos eran lo bastante densas para ocultar a un animal grande: a un lobo, quizá. Chrethon escrutó la oscuridad intentando ver qué era lo que el skorenoi acechaba pero la noche era demasiado oscura para distinguir nada.
A veinte pasos de los arbustos, el cazador se detuvo de nuevo y levantó el arco. Los extremos crujieron al tensar la cuerda.
—¡Esperad! —baló una voz—. ¡No disparéis!
Chrethon se acercó abriendo mucho los ojos.
—¿Hurach?
Las sombras parecieron solidificarse y revelar la forma de un sátiro con un solo cuerno.
—¡Mi señor! —gimió el hombre-cabra.
El skorenoi lobuno vaciló, confuso, y finalmente se arriesgó a mirar a Chrethon.
—Está bien —dijo Chrethon—. Es amigo. Baja el arco.
Al tiempo que asentía con la cabeza, el skorenoi relajó el brazo. En cuando pasó el peligro de que le dispararan, Hurach salió de entre las sombras y se adelantó para arrodillarse a los pies de Chrethon.
—¿Qué estáis haciendo aquí, Hurach? —le preguntó Chrethon con desgana.
—Volvía a Sangelior, señor —contestó Hurach—. Pensaba encontraros allí. No creí que hubierais salido a cazar y menos a cazarme a mí.
—¿Tenéis noticias? —preguntó Chrethon esbozando una sonrisa—. ¿Habéis estado en Ithax?
—Así es, señor —dijo el sátiro—, espiando al mismo Círculo. También los hijos de Nemeredes estaban allí, así como los humanos.
Thenidor masculló una maldición recordando su fracaso a orillas del Agua Oscura y se llevó una mano a la herida, ahora vendada, que le había infligido Gyrtomon.
—¡Silencio! —gritó Chrethon sin molestarse en mirarlo—. Y ¿qué, Hurach? ¿Qué es lo que oísteis?
—Mi señor… —titubeó el sátiro señalando con la cabeza hacia los otros skorenoi—. Creo que sería mejor que os lo contara donde no haya tantos oídos.
Chrethon lo miró airado pero luego se sosegó.
—Bien, Hurach. —Señaló una zona más allá de los zarzales y añadió—: Vamos, caminemos juntos…
***
Leodippos estaba jugando a los dados con sus hombres, con una jarra de vino en una mano cuando los ojeadores entraron en Sangelior al galope gritando que el grupo de lord Chrethon regresaba. Leodippos se envaró y miró al cielo. La luna y las estrellas confirmaron sus sospechas: los cazadores volvían antes de lo previsto. Tiró los dados a un lado, arrancando protestas de sus compañeros de juego, y gruñó:
—¡Silencio, idiotas! Tenemos problemas.
Los otros skorenoi se callaron. Bebió un largo trago de la jarra y la tiró al suelo. Se partió en dos y el vino empapó la tierra pisoteada.
—Quiero veinte arqueros que se encuentren conmigo en el camino oeste —dijo Leodippos—. Lord Chrethon puede necesitarnos.
Obedientemente, los guerreros se dispersaron, y Leodippos atravesó Sangelior a medio galope. La ciudad era un torbellino de danzas, comilonas, lujuria y peleas. Las risas y los gritos se elevaban al cielo a la luz de las hogueras. Se abrió camino hasta las afueras de la ciudad, desde donde partía el sendero que serpenteaba hacia el corazón del Bosque Oscuro. Su escolta se unió a él tal como había ordenado y todos esperaron escrutando las sombras.
No tardó en oír el ruido de cascos y el tintineo de los arneses de guerra. Reconoció el paso de Chrethon en concreto y agarró con más firmeza la lanza que llevaba en la mano al tiempo que miraba a su compañía para asegurarse de que estaban alertas. Pasó un minuto y luego otro antes de que una figura solitaria saliera al trote de entre las sombras: era Thenidor. Llevaba el arco en la mano, lo levantó, pero sus ojos brillaron al reconocer a Leodippos, y bajó el arma.
—¡A un lado! —masculló Thenidor señalando con la flecha hacia el margen del camino—. ¡Viene detrás de mí! Si os encuentra impidiéndole el paso…
—¡Atrás! —gritó Leodippos a sus hombres apartándolos del camino. Observó cómo Thenidor se perdía en la oscuridad y oyó que el resto de grupo se acercaba. Enseguida los vio salir de las tinieblas, con Chrethon en medio. Hurach los acompañaba.
—¡Mi señor! —lo llamó Leodippos—. ¿Qué ocurre?
—¡No hay tiempo! —le contestó Chrethon—. Voy a la arboleda de Leño Terrible. Acompañadme y os lo contaré.
Y siguió su camino hacia Sangelior. Leodippos vaciló, aturdido, y luego gruñó y con un gesto del brazo indicó a sus hombres que siguieran a la partida de caza. Él los siguió con el ceño fruncido. Había advertido algo en el rostro de lord Chrethon, algo que le había dejado el vientre helado. Era la primera vez que Leodippos había visto preocupado al señor de los skorenoi.
***
—Nunca he creído en leyendas —acabó de decir Chrethon con la mirada fija en el tronco cubierto de musgo de Leño Terrible—, pero si lo que dice Hurach es cierto, han localizado el hacha y mandan a un destacamento de hombres en su busca.
—Quieren talarme —barbotó Leño Terrible.
«… talarme», murmuraron las oscuras hojas por encima de sus cabezas.
—Así es —dijo Chrethon con la cabeza gacha.
El árbol demonio se estremeció y sus robustas extremidades crujieron y restallaron.
—¿Podría hacerme algún daño esa hacha Hiendealmas?
«¿… almas?».
—No lo sé —repuso Chrethon tragando saliva—. Sólo he oído leyendas, pero existe la posibilidad, sin duda.
—¡Entonces, detenlos! —atronó Leño Terrible—. No debemos permitir que los centauros recuperen el bosque, y menos cuando estoy a punto de destruirlo.
«… destruirlo».
—Así se hará —juró Chrethon haciendo una reverencia.
Las ramas del árbol demonio se enderezaron y ya no dijo nada más; el único ruido que emitía era el de las hojas agitándose al viento.
Thenidor, que esperaba junto a Leodippos detrás de lord Chrethon, dio un paso adelante y se inclinó.
—Dejadme ir, señor. Los humanos se me escaparon; no volverá a ocurrir.
Lord Chrethon no contestó. Se quedó mirando pensativo las sombras mientras se acariciaba la barbilla huesuda y lampiña.
—Señor —repitió Thenidor.
—Ya os he oído.
Chrethon meditó unos instantes más y luego hizo un gesto satisfecho con la cabeza. Pasó frente a los otros y les hizo un ademán para que lo siguieran.
—Venid —dijo—. Lo discutiremos con más calma.
Thenidor miró a Leodippos, que se encogió de hombros. Siguieron a Chrethon lejos del árbol demonio y al poco estaban frente al cruel zarzal que apresaba al Señor del Bosque. Chrethon se acercó y adelantó un brazo hacia las zarzas para separarlas de la cabeza del unicornio. Le acarició el bozal y el animal se estremeció poniendo los ojos en blanco.
—No dejaremos que Menelachos y los suyos utilicen el hacha tal como proyectan —dijo—, pero no impediremos que los humanos la recuperen.
—¿Qué? —exclamó Leodippos y miró por encima del hombro hacia el lugar donde estaba Leño Terrible—. Pero Leño Terrible ha dicho…
—Ya sé lo que ha dicho Leño Terrible —lo interrumpió Chrethon y resopló impaciente—. Pero tengo mis propias razones para querer el hacha. Muy buenas razones.
Leodippos miró al Señor del Bosque con los ojos muy abiertos.
—Por supuesto —susurró.
—Dejaremos que los humanos recuperen el hacha de Peldarin —dijo Chrethon moviendo la cabeza—, pero se la arrebataremos antes de que puedan utilizarla. La traeremos aquí y entonces, por fin… —Acarició el cuerno plateado del unicornio y no acabó la frase.
—¿Cómo lo haremos? —Thenidor sonreía ferozmente.
—Eso ya se verá —replicó Chrethon—. Volved a Sangelior. Seguiremos hablando cuando haya acabado aquí.
Thenidor y Leodippos se inclinaron antes de marcharse y dejarlo solo con el Señor del Bosque. Se quedó frente a ella, con la mano en el cuerno y una sonrisa cruel en los labios.
—Resulta irónico, ¿verdad, mi señora? —preguntó en voz queda—. Todos estos años buscando la manera de vengarme y resulta que será el Círculo quien me proporcione los medios. —Se rió—. Pero eso es cosa del futuro. De momento, gozaré con vos como suelo hacerlo.
Apartó unas cuantas zarzas más, dejando al descubierto el maltratado flanco. Luego, riendo entre dientes, sacó el garrote del talabarte y lo elevó por encima del desvalido unicornio.
Tardaría un buen rato en volver a Sangelior.