15

Viajaron de noche. Los centauros llevaban antorchas encendidas y los humanos andaban entre ellos.

Habían cabalgado durante las dos primeras horas desde donde se habían enfrentado con Thenidor y sus hombres, y luego continuaron a pie el resto del camino.

Los guerreros de Gyrtomon se pusieron a cantar, como ya habían hecho otras veces esa misma noche. Les gustaba la música y conocían muchas canciones. Cantaban en la antigua lengua de los centauros, de manera que los humanos no entendían las letras:

Elessan hopalethai nisi,

Hé temon adrabai leomon,

Pithander, gonaios salisi,

Hé oidren lelémoras tomon.

Seguía en el mismo tono monótono, marcando un buen ritmo para caminar. Las profundas voces de barítono de los centauros reverberaban entre los árboles umbríos. Al poco, Caramon tarareaba la música. Dezra lo censuró con la mirada pero no se dio cuenta. Musitando un juramento, Dezra aminoró el paso y dejó que su padre y los centauros pasaran delante. El bardo avanzaba con la cabeza gacha y un feo cardenal en la frente.

—¿Qué haces tan callado? —le dijo.

El bardo la miró con expresión desesperada.

—¿Esperabas que cantara con ellos? ¿Sin laúd para acompañarme? No puedo creer que ni tú ni Caramon lo recogierais.

Dezra se encogió de hombros. La última vez que había visto el instrumento flotaba en el Agua Oscura acribillado de flechas.

—No habría sonado bien —le dijo—. Ya sonaba bastante mal cuando no estaba hecho un colador. Además, has tenido más suerte que otros.

Borlos se detuvo y miró por encima del hombro al penúltimo centauro del grupo. El hombre-caballo todavía cargaba el cuerpo rígido y frío de Uwen Gondil.

—Pobre chico —dijo—. Por lo menos, ha sido rápido. Le cantaría una endecha… si aún tuviera el laúd, claro.

—Déjalo estar, Bor.

Dezra miró a su alrededor, observando a los hombres-caballo. Seguían cantando y, al parecer, podrían seguir durante horas. Tocó en el hombro al centauro que tenía más cerca.

—¿De qué va esa maldita canción, si puede saberse?

Él la miró molesto por la interrupción pero ella le devolvió la mirada sin amilanarse. El centauro dejó de cantar y los ojos le brillaban a la luz de la antorcha.

—Es muy antigua —repuso levantando la barbilla. Hablaba con un acento muy cerrado; contrariamente a Trephas o Gyrtomon, no dominaba la lengua común—. Siempre cantamos después de buena caza o lucha. Es canción de regresar hogar.

—Quieres decir de regreso al hogar.

El centauro la miró como si fuera débil mental.

—Sí, eso he dicho.

Dezra lo dejó estar y, levantando las cejas, dijo:

—¿Ya estamos casi en Ithax, entonces?

—Casi —confirmó el centauro—. Pronto en colinas, luego ciudad.

Tal como había dicho, al poco empezaron a ir cuesta arriba. El bosque se hizo menos denso, de manera que la luz de la luna penetraba entre las hojas. Los robles dieron paso a campos de olivos. Dezra se sorprendió al ver que podían crecer tan al sur, donde los inviernos eran muy rigurosos.

«Debe de ser cosa de la magia del bosque —se dijo—. ¿Quién ha dicho que aquí hay invierno?».

De pronto, ante ellos se oyó un sonido que hizo que Dezra se envarara: el crujir de los arcos al tensarse. Se llevó una mano a la espada mientras escrutaba la oscuridad que se abría frente a ella, intentando vislumbrar a los arqueros. Los centauros también se detuvieron, pero no sacaron las armas.

—¡Phanté! —se oyó ordenar con aspereza—. ¿Po khansi?

A Dezra le pareció entender. La frase «¿quién va?» o su equivalente tiene el mismo tono en todas las lenguas.

Gyrtomon ot Trephas —contestó Gyrtomon, y levantó las manos para demostrar que no empuñaba armas—. Ne-meredou mokhai.

Durante un momento se oyó el murmullo de varias voces en la oscuridad. Luego, el que los había interpelado dio una orden y todos quedaron en silencio. Los invisibles arcos volvieron a crujir cuando los arqueros destensaron sus armas.

Un extraño centauro salió de entre las sombras. Era un pinto, con la piel y el pelaje a manchas negras y blancas. Llevaba guarniciones de guerra y un carcaj de flechas para el arco que sostenía en la mano. Llevaba pinturas de guerra en la piel de caballo y tatuajes en la de hombre. De la nariz y de los lóbulos de las orejas le pendían aros de metal y llevaba toda la crin afeitada, salvo una fina trenza blanca.

—¡Arhedion! —lo saludó Trephas acercándosele sonriente. Se abrazaron y luego el pinto hizo lo mismo con Gyrtomon.

—Me alegro de veros de vuelta —dijo Arhedion. Hablaba con fluidez el Común, que utilizó para que los humanos pudieran entenderlo—. Veo que vuestro viaje ha dado frutos, Trephas.

—Así es —declaró Trephas haciendo un gesto hacia los humanos—. ¿Qué hay de nuevo en Ithax?

El pinto se encogió de hombros y dijo:

—Poca cosa desde que nos dejasteis. Ha estado bastante tranquilo, en general, salvo por… —dijo interrumpiéndose bruscamente.

—¿Salvo por qué? —lo apremió Trephas.

—Un destacamento. Salieron de la ciudad unas horas después que vos, Gyrtomon, a las órdenes de Nemeredes el Joven.

—¿Nuestro hermano? —preguntó Gyrtomon mirando a Trephas—. ¿Adónde se dirigía?

—Hacia el nordeste… No sé bien adonde.

Trephas miró al pinto con el ceño fruncido.

—Eso no es todo, ¿verdad?

Arhedion miró al suelo, piafando.

—Perdonadme —dijo—. No debería haber hablado. Vuestro padre os lo contará.

Gyrtomon y Trephas intercambiaron miradas de preocupación.

—Me adelantaré y anunciaré vuestro regreso —continuó Arhedion sin mirar a los hermanos—. El Círculo deseará recibiros.

—Espera —dijo Trephas—. Arhedion, ¿qué…?

Antes de que pudiera decir nada más, el pinto se dio la vuelta y se internó trotando en el bosque. Trephas y Gyrtomon se quedaron callados, escuchando cómo se alejaba; luego se volvieron e hicieron un gesto a los otros.

—Vamos —dijo Gyrtomon—. Ithax nos espera.

***

—Debería haber música —murmuró Trephas—. Flautas, liras y timbales… y cantores.

Los humanos se habían adelantado hasta situarse al frente, junto a los hermanos. En aquella zona, las colinas apenas tenían árboles —algo que resultaba extraño en el corazón del Bosque Oscuro— y, en cambio, estaban cubiertas de hileras de viñas. Los viñedos, sin embargo, no estaban bien cuidados. Las plantas estaban de color marrón y enfermas, y entre ellas crecían las hierbas. La guerra se había vuelto tan cruenta que los centauros, tan amantes del vino, habían descuidado la cosecha de aquel año.

—¿Música? —repitió Dezra, escéptica—. ¿En plena guerra?

—Es costumbre recibir así a los hijos de los jefes —dijo Gyrtomon asintiendo—, aun en los tiempos más negros.

—Debería haber gente bailando entre las viñas, potros y potrancas echando flores silvestres en nuestro camino —dijo Trephas, preocupado—. Y en cambio, no hay nadie. Algo malo ha ocurrido, me temo.

Siguieron camino adelante. Pasaron junto a varias cabañas con techo de paja, toscamente construidas con ramas atadas con mimbres. Todas estaban a oscuras. Los guerreros de Gyrtomon empezaron a inquietarse y se llevaban la mano a las armas ante cualquier sombra. Finalmente, se detuvieron en la cima de una colina de poca altura y desde allí pudieron contemplar el anchuroso valle que se abría a sus pies. En medio se elevaba un montículo sobre el que se asentaba una ciudad.

Era sorprendentemente grande, una masa de árboles y techos de paja o de corteza de árbol. Por las chimeneas de piedra salía humo con reflejos anaranjados de la luz de las hogueras. El montículo estaba cerrado por una empalizada de troncos acabados en punta. Sobre la pared de madera refulgían las antorchas de los guardas que hacían la guardia.

—Ithax —anunció Gyrtomon.

—Por fin en casa —dijo Trephas sonriendo.

—Desde luego, parece estar bien guardada —observó Caramon.

—Los skorenoi han intentado atacar en varias ocasiones —repuso Trephas.

—Y lo volverán a intentar —añadió Gyrtomon— antes de que acabe el verano: el Círculo está convencido de eso.

Abajo, uno de los guardas escrutó el valle y columbró las antorchas del destacamento de Gyrtomon. Agitó los brazos y gritó:

¡Hai! ¡Gyrtomon temerikhai keleion!

Gyrtomon lo saludó a su vez y luego se llevó la mano a las guarniciones, de las que pendía un cuerno curvo. Se lo acercó a los labios y sopló una larga y potente nota que resonó en todo el valle. Hecho esto, empezó a descender hacia Ithax. Los demás lo siguieron.

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Dezra mientras recorrían un angosto camino de tierra que atravesaba un prado de hierba y tréboles.

—Arhedion ha entrado en la ciudad a informar al Círculo de nuestra llegada —contestó Trephas—. Nuestro padre saldrá a las puertas a recibirnos con el Vino de Bienvenida.

—¿Os recibís con vino? —preguntó Borlos sonriente levantando mucho las cejas—. No sé por qué, pero no me sorprende.

Las puertas eran de roble reforzado con herrajes negros; parecían tan pesadas que se diría que incluso un gigante habría tenido problemas para abrirlas. Las empalizadas eran robustas; no tanto como un muro de piedra, pero casi. A medida que el destacamento de Gyrtomon se acercaba, le seguían la mirada vigilante y las flechas preparadas de los vigías.

—¡Keleion hé pbomenos! —llamó.

Tuvo lugar una breve conversación en la lengua de los centauros, tras la cual los guardas bajaron las armas y se apartaron. Por el pasillo que formaron, avanzó un fornido centauro de pelaje plateado. Llevaba las blanquecinas crines y la barba trenzadas, y las facciones de su rostro avejentado expresaban dureza.

—¿Tu padre? —preguntó Dezra.

Trephas miró al centauro plateado que levantaba una gran copa con asas.

—No —dijo—. Es Rhedogar, el caudillo de nuestros ejércitos.

—Pero ¿no habías dicho que…? —empezó a decir Caramon.

—¡Ya lo sé! —lo interrumpió Trephas al tiempo que piafaba—. Algo no va bien.

—¡Rhedogar! —dijo Gyrtomon—. ¿Por qué habéis venido vos a recibirnos? ¿Dónde está nuestro padre?

Los ojos del canoso centauro reflejaban un profundo dolor. Se detuvo frente al destacamento y les tendió el ánfora. Estaba decorada con intrincados dibujos en los que se entrelazaban viñas negras y juguetones centauros rojos.

—Os ofrezco vino, hijos de Nemeredes —declaró en tono formal—. Bebed y sed bienvenidos.

Con el rostro deformado por la preocupación, Gyrtomon aceptó la copa. Dejó caer un chorro carmesí al suelo como libación y luego alzó el ánfora hasta sus labios y bebió un largo sorbo. A continuación, se la dio a Trephas, que repitió el rito y devolvió el vino a Rhedogar. El viejo centauro fue el último en beber.

—Os pregunto de nuevo —dijo Gyrtomon—. ¿Por qué no ha salido nuestro padre a recibirnos?

Rhedogar alzó la mirada con renuencia.

—Lamento decir que Nemeredes el Viejo no está aquí porque está de duelo.

—¿Duelo? —barbotó Trephas.

—Por nuestro hermano —lo interrumpió Gyrtomon—, ¿verdad?

Rhedogar asintió.

—¿Cómo? —exclamó Trephas.

El centauro plateado sacudió la cabeza.

—Lo oiréis de labios de vuestro padre, que os espera en el ágora, junto con el resto del Círculo.

Dicho esto, se dio la vuelta y traspasó las puertas, dejando el ánfora de camino. Trephas y Gyrtomon se quedaron paralizados. Tenían el rostro ceniciento y sus ojos brillaban a la luz de las antorchas.

—Bueno —dijo Dezra— ¿vamos a entrar o preferís que nos quedemos aquí toda la noche?

Eso le valió miradas de censura de Caramon, Borlos y varios centauros. Sin embargo, también sirvió para sacar a Gyrtomon y Trephas de su estupor. Con paso vacilante, echaron a andar, encabezando la comitiva a través de las impresionantes puertas de Ithax.