Dezra tragó agua helada mientras se debatía contra el cuerpo de Uwen, que la arrastraba hacia abajo.
Intentó apartarlo pero los lánguidos miembros se lo impedían. Empezaba a quedarse sin fuerzas.
Entonces notó que le quitaban el peso de encima, alzándolo desde arriba. Unas manos la cogieron por la ropa y la sacaron a la superficie. Salió atragantándose y su salvador —Borlos ¿quién, si no?— la arrastró hasta la orilla y le dio golpes en la espalda hasta que escupió agua.
—Tranquila, Dez —le dijo viendo que respiraba con dificultad y tenía el pelo y la cara llenos de barro. Miró un poco más allá y preguntó—: ¿Cómo está él?
Caramon no contestó. Dezra se volvió, jadeando, y lo vio de pie en el río junto a Uwen. A su alrededor, el agua estaba teñida de sangre. La miró acusadoramente. En ese momento, otra flecha voló sobre sus cabezas y fue a darle en el pecho. Rebotó con un sonoro ruido metálico sobre la pancera de la armadura y cayó al agua.
—¡Agachaos! —gritó Borlos, agazapándose detrás del terraplén—. ¡Déjalo! —añadió viendo que Caramon miraba a Uwen—. ¡Muévete o acabarás igual!
Una tercera flecha se hundió en el agua a la izquierda de Caramon. Sólo entonces echó a correr hacia adelante, batiendo el agua con las piernas, y se tiró al suelo al lado de Dezra. La volvió a mirar y se giró hacia el otro lado.
—Eh, grandullón —lo llamó Borlos—. No quiero presionarte, pero te recuerdo que tienes un arco.
Caramon parpadeó. Con dificultad, preparó el arco, colocó una flecha y se irguió hasta ponerse de rodillas. Se asomó por encima del herboso terraplén, tendió la cuerda y disparó. Dezra oyó un gruñido y luego el ruido de algo pesado que golpeaba contra el suelo.
—Tocado —dijo Caramon—. Uno de esos skorenoi.
Creo que es…
Un potente estallido lo interrumpió. Inmediatamente, se agachó haciéndose un ovillo.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Borlos.
—Ha explotado —dijo Caramon, incrédulo—. La flecha… ha explotado cuando esa criatura ha muerto.
—Como los guerreros demonios —dijo Borlos—. Las legiones del Caos en la guerra. Las armas que los mataban se destruían cuando ellos morían. Por los dientes de Huma, si todos los skorenoi son así…
Tres flechas más volaron sobre sus cabezas. Dos se perdieron en el Agua Oscura y la tercera se clavó en el cuerpo de Uwen, que flotaba en la corriente.
Dezra se levantó con la espada en la mano.
—¿Cuántos son? —preguntó.
—Es difícil decirlo. Unos seis —dijo Caramon encogiéndose de hombros.
—Seis —murmuró Borlos—. ¿Dónde se ha ido tu amigo centauro, Dez?
Dezra optó por no hacerle caso y se volvió hacia su padre.
—¿A cuántos más puedes alcanzar?
—He tenido suerte de darle a uno.
Voló otra flecha. Subió muy arriba y luego bajó en picado y se clavó en el barro junto al tobillo de Borlos. El bardo, asustado, encogió las piernas.
—No podemos quedarnos aquí —declaró Dezra.
—¿Y adónde quieres que vayamos? —inquirió Borlos.
—Déjame pensar un segundo. —Se irguió un poco para mirar por encima del terraplén y apartó a su padre cuando éste intentó obligarla a ocultarse. Vio el cadáver del skorenoi al que Caramon había disparado y las astillas que habían quedado de la flecha mortal. Luego escrutó la zona de árboles situada un poco más allá. Contó cinco sombras deformes entre la maleza y se agachó de nuevo cuando una flecha se clavó en el suelo justo delante de ella.
—Creo que es el grupo de Thenidor —dijo—. Deben de haberse imaginado que vendríamos por aquí y han intentado salimos al paso. Están cerca; creo que podríamos atacarlos.
—¿Atacarlos? —jadeó Borlos—. ¿Te has vuelto loca?
—¿Tienes alguna idea mejor? —replicó Dezra.
—Claro —repuso el bardo—. Meternos en el río y nadar.
—Nos alcanzarían desde la orilla —dijo Caramon negando con la cabeza—. No, Dez tiene razón. Si alguien los distrae, podemos lanzarnos sobre ellos antes de que nos disparen.
El bardo tragó saliva.
—¿Y quién los distrae?
Dezra y Caramon se miraron entre ellos y luego se volvieron hacia él.
—Me lo temía —dijo Borlos muy serio.
***
Trephas estaba agachado mirando cómo los skorenoi salpicaban la orilla de flechas mientras se preguntaba qué hacer. Los había visto al volver de investigar el ruido que lo había alertado pero, para entonces, ya habían visto a Dezra y a los otros. Vio cómo Thenidor disparaba a Uwen y, siendo él mismo un buen arquero, supo que era un tiro mortal.
Frunció el ceño y sacó una flecha del carcaj. La puso en la cuerda e hizo un recuento rápido de los skorenoi sobrevivientes: cinco. Podía avanzar sigilosamente y matar a uno por la espalda, a dos con un poco de suerte. Sacudió la cabeza. No sería bastante. Nervioso, hizo repiquetear la flecha contra el arco. Delante de él, las sombras de los skorenoi se agitaron y miraron hacia él. Se quedó helado al ver que Thenidor hacía un gesto a uno de sus secuaces, un centauro pinto cargado de espaldas que se dio la vuelta y se internó en el bosque con gran sigilo. Trephas lo observó acercarse y tendió el arco.
De pronto, se oyó la voz de Borlos en el río, cantando a gritos una salaz tonada de borrachos:
Canta cuando el alcohol te conmueva,
canta a tu ojo que todo lo mejora.
La fea Juana es la hermosa Eva
cuando seis lunas en el cielo moran…
—¡Ei, vosotros, caracagaos! —les gritó Borlos, por lo visto satisfecho con esa única estrofa—. ¡Aquí!
Los skorenoi, el pinto incluido, se volvieron hacia la voz y vieron algo pequeño y redondo del tamaño de una cabeza asomar por detrás del terraplén. Sin pararse a pensar, Thenidor y sus secuaces dispararon. Las flechas se clavaron en su objetivo con un sonido hueco y musical.
No era una cabeza, sino el laúd del bardo. Acribillado, el instrumento salió volando y fue a caer al agua.
Trephas no lo pensó dos veces. Aprovechando la distracción, disparó la flecha, que dio al pinto en el cuello y estalló en una lluvia de astillas cuando la criatura se derrumbó.
Thenidor giró en redondo con los ojos fulgurantes de rabia. Furioso, emprendió la carrera hacia Trephas mientras sus secuaces lo observaban.
Entonces, estalló la locura. Dezra y Caramon subieron de un salto a la orilla y se lanzaron al ataque, con la espada y la lanza en ristre. Los skorenoi, confusos, vacilaron. Uno consiguió disparar a Caramon pero éste detuvo la flecha con el escudo y siguió avanzando. Dezra, más ligera de pies, ni siquiera les dio esa oportunidad. Arremetió con la espada levantada contra un skorenoi que, aturdido, buscó el garrote.
Caramon embistió con la lanza a un centauro gris patiestevado y labihendido, que rechazó el ataque con una guadaña, mientras otro de los centauros contrahechos, un castaño gordinflón, blandía con las dos manos una enorme maza. Caramon paró el golpe con el escudo, se apartó un poco y se giró, dispuesto a enfrentarse a la vez con sus dos atacantes.
Dezra seguía hostigando a su oponente, un alazán cubierto de verrugas. Ahora llevaba una daga en la mano izquierda, que utilizó para herirle en el hombro al tiempo que desviaba el garrote con la espada. Detrás de ella, Borlos salió del Agua Oscura y corrió hacia la batalla al tiempo que soltaba la maza del cinturón.
Thenidor, que avanzaba hacia Trephas, volvió la vista atrás sorprendido. Trephas se rió a carcajadas… hasta que el skorenoi se giró con una sonrisa cruel en los labios y gritó:
—¡Ei! ¡Mis guerreros! ¡A mí!
Trephas dejó de reír notando un escalofrío en el vientre.
De pronto, algo se movía detrás de él. Otra media docena de skorenoi se alzó entre las sombras del bosque, con las lanzas en alto. Abrió la boca, sorprendido, y entonces fue Thenidor el que se rió con estrépito.
—¿Qué decís ahora? —gritó por encima del fragor de la batalla—. Entregaos, hijo de Nemeredes.
—¿Para acabar como vosotros? —replicó Trephas—. Antes morir…
—Que así sea, pues —repuso Thenidor asintiendo con la cabeza—. Moriréis y con vos… vuestros amigos humanos.
Sus guerreros se lanzaron al ataque con las lanzas en ristre.
***
Dezra se retiró, desviando una contundente ráfaga de golpes del alazán. Borlos peleaba a su lado pero el bardo no tenía madera de guerrero y los indecisos golpes que daba con la maza no obtenían grandes resultados. Al girar sobre sí misma para asestar un buen mandoble, se tropezó con él.
—¡Sal de aquí! —le espetó levantando la espada para detener un revés de garrote. Dio un paso atrás, volvió a topar con Borlos y le dio un codazo—. ¡Muévete, por Paladine!
El alazán arremetió moviendo la clava con peligrosa rapidez, haciéndola girar una y otra vez con el rostro contraído en una mueca.
—¡Ya me he cansado! —murmuró Dezra.
Se agachó y arremetió con la espada contra el vientre del alazán. La hoja chocó contra los arreos de guerra. Salió sangre pero la herida no era profunda. El skorenoi retrocedió, se puso de manos y pateó en el aire. Volviéndose, Dezra levantó la daga y se la hundió entre las patas delanteras. El alazán gimió de dolor.
Dezra le arrancó la daga y el centauro cayó de rodillas soltando el garrote, lo que aprovechó para volver a acuchillarlo entre las costillas. Notó que se envaraba y la daga se estremecía en su mano. La soltó y estalló en una nube de esquirlas.
—Diría que está muerto —musitó.
Le dio una patada para asegurarse y miró hacia su padre. Caramon estaba bastante ocupado, parando los golpes de sus atacantes con el escudo mientras los acometía con la lanza. Dezra se sacó otro cuchillo de la bota y dio un paso hacia él.
—¡Dez! —gritó Borlos—. ¡Trephas tiene problemas!
Dezra vaciló y miró hacia donde señalaba el bardo agitando los brazos. Trephas estaba acorralado contra un álamo, blandiendo la lanza para mantener a raya a seis skorenoi. Por un momento se quedó con la boca abierta mirando cómo lo hostigaban con las lanzas. Estaban jugando con él, cansándole para cogerle vivo. Thenidor estaba detrás de ellos, riendo.
Dezra dudó un momento más y, finalmente, dio la espalda a Caramon y corrió a ayudar a Trephas.
A Caramon la lanza y el escudo empezaban a pesarle como si fueran de plomo, y los brazos le ardían doloridos con cada golpe que daba o paraba. Se le acalambraban las piernas y el sudor le corría por la cara. Los skorenoi, por el contrario, parecían estar frescos como rosas y sonreían satisfechos viendo su desesperación.
Por suerte, eran guerreros salvajes e indisciplinados, que atacaban con más furia que habilidad. Caramon, en cambio, se había entrenado en la arena de Istar, aprendiendo a sacar partido de los más insignificantes errores de sus enemigos, así que cuando el de pelaje gris se acercó temerariamente después de asestarle un duro golpe con la guadaña, no lo pensó dos veces. Se agachó y le desjarretó la pata delantera derecha con la lanza. El skorenoi se derrumbó con un grito. Caramon levantó la lanza, al tiempo que paraba el golpe de garrote del centauro castaño con el escudo, y la hundió con fuerza en el cuello del primero.
La lanza estalló y en su mano no quedó más que un trozo astillado del mango. Tropezó, dio un paso atrás e hincó una rodilla en el suelo. El skorenoi castaño se cernió sobre él con el garrote levantado.
Borlos apareció de la nada. Dando un alarido, se lanzó contra el castaño desde atrás, alzando la maza dispuesto a golpearle en los cuartos traseros.
No llegó a asestar el golpe. Apenas había empezado a voltear la maza cuando el skorenoi se volvió describiendo un círculo con el garrote. El grito de Borlos se destempló. Se agachó, perdió el equilibrio, cayó al suelo con la cabeza por delante y ya no se levantó.
Una vez más la formación guerrera de Caramon le fue útil. Haciéndose con la guadaña del skorenoi muerto, se abalanzó sobre el centauro castaño y le desgarró el costado haciéndolo aullar de dolor mientras se tambaleaba. Caramon giró sobre sí mismo blandiendo la guadaña y le asestó un golpe en el cuello que le separó la cabeza de los hombros. Sin perder tiempo, arrojó lejos de sí la guadaña, que estalló en el aire.
Caramon se arrodilló junto a Borlos que estaba inconsciente pero vivo. Entonces miró hacia el bosque, en la dirección que había tomado Dezra. Sólo divisaba sombras. El sonido de los golpes no le daba ninguna pista sobre lo que pudiera estar ocurriendo. Jadeante, asió la maza de Borlos y corrió a auxiliar a Trephas y a su hija.
***
—Me habías dicho que esta zona del bosque era segura —gruñó Dezra.
Había conseguido abrirse camino hasta Trephas pero no por eso le había dado la vuelta a la batalla. Sencillamente, había demasiados skorenoi. Trephas había matado a uno —su cuerpo yacía desmadejado a sus pies, rodeado de los restos del garrote del centauro—, pero ahora ya sólo luchaban por conservar la vida. Dezra peleaba contra dos a la vez y Trephas se enfrentaba a tres. Thenidor se mantenía aparte, con los nervudos brazos cruzados sobre el pecho. Sólo era cuestión de tiempo.
Una lanza superó su defensa y arañó a Trephas en el hombro, arrancándole un quejido. No era una herida profunda. Los skorenoi intentaban herirlo para que no pudiera defenderse y poder llevarlo vivo a presencia de Leño Terrible. Dezra, en cambio, no les era de ninguna utilidad. Si les daba oportunidad, la matarían.
—¿Dónde están los otros? —preguntó Trephas haciendo girar la lanza para desviar las armas de sus oponentes.
—¿Cómo quieres que lo sepa? —le espetó Dezra. Se hizo a un lado para esquivar la acometida de una lanza y luego rechazó otra con la espada, tras lo cual revertió con rapidez el golpe y cortó el mango de la segunda. El skorenoi se retiró a coger un garrote.
Dezra miró hacia el río. Borlos estaba tendido en el suelo, inmóvil, y por la manera en que Caramon corría hacia ellos cojeando, estaba herido o cansado. Distraída, no consiguió parar un golpe y tuvo que hincar una rodilla para evitar que le dieran. El segundo skorenoi se incorporó a la lucha blandiendo el garrote e impidiéndole levantarse.
Thenidor había visto la dirección en que miraba Dezra. Se volvió y vio cómo Caramon avanzaba a duras penas. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Tienes ganas de pelea, viejo? —se burló. Sacudió la cabeza y se volvió hacia él—. Está bien. No te decepcionaré.
Caramon vio venir a Thenidor e hizo una mueca. Agarró con fuerza el escudo y se dispuso a luchar. Thenidor seguía riendo mientras soltaba la alabarda de entre los arreos.
El duelo consistió en tres golpes. Thenidor blandió la alabarda y Caramon paró el golpe con el escudo. Caramon arremetió con la maza de Borlos y Thenidor desvió el golpe sin problemas. Luego, el skorenoi se levantó de manos y le coceó con los cascos en el pecho.
La armadura de Caramon impidió que los cascos de Thenidor le hundieran las costillas aparte de tirarlo al suelo. Quedó tendido inmóvil en tierra, aturdido e intentando coger aire sin encontrarlo. Sobre él, Thenidor levantó la alabarda riendo y Caramon cerró los ojos a la espera del golpe de gracia.
Lo que oyó, en cambio, fue el rumor distante de un arco al tensarse y el sorprendido gruñido de dolor que salió de los labios de Thenidor. Caramon abrió los ojos y vio que el skorenoi trastabillaba de lado con una flecha clavada en el hombro. Thenidor la miró incrédulo, cogió el astil y lo quebró, dejando la punta en el interior de la carne. Se le clavó otra flecha en el brazo y soltó la alabarda, al tiempo que los ojos se le desorbitaban al mirar hacia la orilla del río.
Confundido, Caramon se volvió y miró al Agua Oscura. La otra orilla estaba rebosante de centauros: había una veintena por lo menos. La mitad tenían los arcos tendidos y el resto vadeaba la corriente para cruzarla. Eran verdaderos centauros, no deformes skorenoi.
Un rescate. Caramon apenas podía creerlo.
Cuatro arqueros más dispararon. Sus flechas les sobrevolaron, destinadas a los skorenoi que luchaban con Dezra y Trephas. Dos de ellos cayeron y el resto titubeó mirando a su alrededor, estupefactos. Trephas arrojó la lanza a uno de ellos y la vio estallar al perforar el corazón de la criatura.
Recuperando el control, Thenidor les hizo gestos y salió al galope. Los supervivientes lo siguieron y al poco desaparecían entre las sombras del Bosque Oscuro. Trephas los vio alejarse y luego se fijó en una de las flechas que los centauros habían disparado. Observó el emplumado —dos plumas azules y una blanca— y se volvió hacia el río, sonriendo.
—¡Gyrtomon! —llamó.
El jefe de los centauros —un bayo de crines rubias que era la viva imagen de Trephas, sólo que algo mayor— acabó de cruzar el río y levantó la lanza para saludar mientras trepaba al terraplén.
—¡Salve, Trephas! —replicó sonriente—. ¡Y bienvenido!
***
Permanecieron junto al Agua Oscura el tiempo suficiente para que los centauros se cargaran al lomo el cadáver de Uwen y el cuerpo sin sentido de Borlos, y para que un centauro curandero se ocupara de las heridas de Caramon, Trephas y Dezra.
Trephas dio una palmada a Gyrtomon en la espalda.
—¡Hermano! —exclamó emocionado—. ¿Qué hacíais en esta parte del bosque?
—Buscaros —contestó Gyrtomon—. Nuestros vigías vieron al grupo de Thenidor cabalgar en esta dirección. Tuve el presentimiento de que se debía a vuestro regreso y anoche salí con mis guerreros a vuestro encuentro. Ya veo —añadió mirando a Caramon— que habéis tenido éxito en vuestra misión.
—Así es —asintió Caramon— pero a punto ha estado de acabar aquí. Tengo una gran deuda con vos.
—Debemos abandonar el lugar —declaró rechazando sus palabras con un gesto de la mano—. Hemos derrotado a Thenidor pero estas tierras siguen siendo peligrosas. Lord Chrethon ha tomado una buena porción de bosque desde que nos dejasteis, hermano. La guerra va de mal en peor… razón de más para llevar a los humanos cuanto antes a Ithax.
Mientras Gyrtomon disponía que dos de los guerreros hicieran las veces de monturas, Dezra miró a su padre entrecerrando los ojos. Caramon se frotaba el hombro izquierdo sin prestar atención.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Sonrojándose, Caramon dejó caer el brazo.
—Me encuentro bien. No pienso regresar.
—Ya lo sabía —repuso Dezra asintiendo.
Dos centauros les salieron al encuentro y se arrodillaron junto a ellos para que montaran. Dezra miró el cadáver de Uwen e hizo una mueca de dolor.
—Pobre chico —dijo mientras la compañía formaba en fila de a uno detrás de Trephas y Gyrtomon—. No deberías haberlo dejado venir.
Caramon asintió apretando los labios.
—Seguramente tienes razón.
Avanzaron en dirección sur, siguiendo el curso del río.