La vista desde el camino de Haven era espectacular. Todavía estaban a bastante altitud y tenían el bosque a sus pies, una gran extensión de árboles muy juntos. Los espacios libres entre ellos eran escasos y reducidos; un pequeño claro de una pradera era una estrecha línea serpenteante por la que discurría un arroyo. El resto era un océano verde, agitado por el viento que silbaba entre las hojas. La magia del lugar hacía que las frondas estuvieran exuberantes cuando en Solace los vallenwoods apenas empezaban a brotar. Los árboles parecían normales —álamos temblones en las zonas más altas y robles en el llano— pero algo en ellos transmitía una energía salvaje, profunda, que era más fácil de sentir que de ver.
—¿Vamos a estar aquí parados todo el día? —preguntó Dezra—. ¿O ya podemos bajar?
—¿Ba… bajar? —preguntó atropelladamente Uwen, con los ojos desorbitados por el respeto que le imponía el lugar.
—No me dirás que tienes miedo… —se burló Dezra y, viendo que se sonrojaba, se echó a reír.
—Más despacio, Dez —dijo Borlos con una mirada severa—. Hay relatos acerca del Bosque Oscuro para hacer estremecer a un kender.
—Historias de aparecidos. —Señaló los árboles con la barbilla y añadió—: Ahí ya no queda ningún muerto viviente.
—Es cierto —asintió Caramon—, pero ¿qué me dices de los que os atacaron en el Pico del Orador?
—Los skorenoi no nos molestarán —declaró Trephas—. Estas tierras todavía pertenecen a mi gente. Aun así, acamparemos fuera del bosque hasta el amanecer.
Uwen suspiró agradecido; Borlos y Caramon también parecían aliviados. Dezra, sin embargo, dedicó una mirada suspicaz al centauro. Cogió una hoja de álamo y empezó a hacerla trizas.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
—Acampar —contestó Caramon señalando un poco más abajo en la colina—. Allí hay un buen lugar, en el lindero del bosque.
Miraron hacia allí y vieron un pequeño prado, salpicado de flores silvestres, junto a la línea de árboles. Lo atravesaba un arroyuelo que formaba una charca en el límite del bosque.
—¿Ta… tan cerca? —preguntó Uwen, nervioso—. ¿No hay ningún otro sitio?
—Puedes quedarte en medio del camino si quieres —le espetó Dezra.
—Dezra —intervino Borlos—, deja en paz al chico.
—¿Y tú por qué no te vas a tocar el laúd? —le dijo mordaz y, dándose la vuelta, empezó a descender.
Era una pendiente abrupta, con el suelo poco firme y pedregoso. Los caballos relincharon nerviosos y se hicieron atrás cuando Caramon y los otros intentaron hacerlos bajar. Finalmente, Trephas, que ya había empezado a bajar con Dezra, se dio la vuelta y desanduvo el camino. Fue de un caballo a otro haciendo extraños sonidos. Resopló con los labios juntos, corcoveó y gimoteó. Los caballos lo observaron y bajaron la cabeza.
—Soltad las riendas —dijo—. Dejádmelos a mí.
Impresionados, los otros hicieron lo que les decía y cuando echó a andar de nuevo, las monturas lo siguieron. Los otros quedaron boquiabiertos.
—¿Acaba de hacer lo que creo que ha hecho? —preguntó Borlos—. ¿Les ha hablado?
—¿Qué te extraña tanto? —gritó Dezra—. Es tan caballo como hombre y nuestra lengua la habla bastante bien.
Ya en el claro, Caramon y Uwen ataron a los caballos mientras Trephas describía un amplio círculo, aplastando las hierbas. Borlos se sentó en un tronco y se puso a afinar el laúd. Mientras, Dezra se fue al arroyo a llenar su pellejo de agua.
Ya estaba oscuro cuando volvió. Caramon y Uwen volvían del lindero con brazadas de leña seca.
—No te preocupes —dijo Caramon a Trephas—. Hemos cogido sólo las ramas caídas; no hemos cortado nada. Mi hermano Raistlin me advirtió que no hiciera daño a nada en el Bosque Oscuro.
—He oído hablar de vuestro hermano —dijo Trephas—. Su sabiduría ya es legendaria, pero en este caso exageró un poco. En el Bosque Oscuro no está prohibido cortar leña, ni recolectar bayas o frutos secos… ni siquiera cazar. La única regla es no coger más de lo necesario. Es la ley de Chislev: no lamentamos la muerte de lo qué muere cumpliendo su función en este mundo.
—Lo recuerdo —contestó Caramon—. Así nos lo dijo el Señor del Bosque a mis amigos y a mí, durante la Guerra… —Se calló y levantó las cejas—. ¿Qué ocurre?
La piel rubicunda del centauro de pronto se había quedado pálida y tenía las ventanas de la nariz muy abiertas. Bajó la cabeza y las crines le taparon el rostro.
—¿Trephas? —lo llamó Dezra.
Se quedó un momento en silencio, respiró hondo y luego dejó escapar el aire poco a poco.
—Voy a buscar algo para cenar —dijo Trephas, y se alejó hacia el bosque.
Los otros lo miraron marchar. Dezra se mordió el labio y se volvió hacia su padre.
—Deberías ocuparte del fuego.
Asintiendo, Caramon dispuso la leña en un trozo de terreno yermo que rodeó de piedras. Luego escogió una piedra y la frotó contra su daga. No ocurrió nada. Las frotó una y otra vez, pero el resultado fue el mismo.
—Vamos, encanto —masculló—. ¡Enciéndete!
Con un suspiro, Dezra se acercó y se puso en cuclillas a su lado. Frotó otra piedra contra su propio cuchillo e hizo saltar una chispa brillante que cayó en la leña. Enseguida prendió la yesca y se elevó un hilo de humo enroscado, que Dezra no tardó en convertir en un fuego crepitante.
Caramon miró las llamas y luego a Dezra, y levantó una ceja. Ella se encogió de hombros con una sonrisa torcida mientras guardaba la daga en su vaina.
Un sonido de cuerdas tañidas atravesó el prado: Borlos tocaba el laúd. Tocó unos acordes, tensó una cuerda y atacó una balada dulce y melancólica. En voz baja y templada, cantó:
La luna argéntea me ilumina a mí
y a la belleza de mi amada.
Brilla en sus labios de carmín
y en su cabello de alborada.
Hace años que la luna oye
nuestra risa y nuestro llanto.
Conoce bien nuestros amores,
esperanzas, deseos y cantos.
Su luz ha visto unidos
su cuerpo y el mío;
su suave aliento ha olido.
—Que apestaba a pescado y vino —lo interrumpió Dezra.
Borlos arrancó al laúd unas notas discordantes y la miró encorajinado.
—Preferiría que no me interrumpieras —dijo.
—Y yo que no tocaras —le replicó ella riendo—. Con sinceridad, Borlos, esa canción era tan sensiblera…
—Sss —chistó Caramon de pronto.
La urgencia del susurro hizo que Dezra contuviera la lengua. Se levantó y se llevó la mano a la espada. Uwen blandió el hacha y Borlos dejó a un lado el laúd y miró a su alrededor intentando recordar dónde había dejado la maza.
—Tranquilos —dijo Caramon—. No hay peligro.
—Oh, por el amor de Reorx —saltó Dezra—. ¿Qué pasa entonces?
—No estoy seguro —contestó frunciendo el ceño—. Me ha llegado una sensación, como si alguien estuviera sufriendo. Venía de allí… —Señaló hacia la oscuridad del bosque.
Pensaba que Dezra se echaría a reír pero, en cambio, la vio mirar hacia el bosque con la cara pálida.
—Creo que yo también lo he podido notar, ahora mismo —murmuró—. Era como… como…
—Como si el bosque sufriera.
Se sobresaltaron. Concentrados como estaban en el bosque, no habían visto acercarse a Trephas. El centauro entró en la zona iluminada por el fuego. Llevaba tres conejos colgados al hombro.
—Ocurre a veces —dijo con cara de preocupación—. Aquí no es muy intenso. De todos modos, hace algún tiempo no habríamos podido notarlo en absoluto desde tan lejos.
—¿Tan lejos de qué? —preguntó Borlos.
Trephas vaciló, afligido, y luego bajó la cabeza.
—No, ya he hablado bastante. Debéis esperar a llegar a Ithax.
—Y un cuerno debemos esperar —dijo Caramon y se fue hacia el centauro poniendo los brazos en jarra—. Ahí está pasando algo más que una simple guerra —añadió señalando hacia los árboles—. Explícate.
La extraña e inquietante sensación había desaparecido. Reinaba la calma y el silencio, sólo roto por el murmullo de las hojas. El fuego crepitó lanzando una nube de pavesas hacia el cielo. Trephas miró a Dezra y luego a Caramon, suspiró y dejó caer los conejos.
—Está bien —dijo—. Pero antes, cenemos. Tendréis poco apetito, me temo, cuando os lo cuente.
***
—Todo empezó hace diez años, cuando los Caballeros de Takhisis ocuparon estas tierras —dijo Trephas.
Se había arrodillado junto al fuego y observaba las brasas. Los otros se sentaron a su alrededor mordisqueando la carne de los últimos huesos de conejo. Lo miraban atentamente y de vez en cuando levantaban la vista hacia las sombras que cubrían el Bosque Oscuro.
—Ya os he hablado de lord Chrethon —murmuró Trephas—, pero no os he dicho por qué se rebeló contra el Círculo. No se trata de que cometiera una falta terrible, por lo menos según los parámetros humanos. Se lo exilió por luchar contra los caballeros negros. Su tribu asesinó a una compañía entera y el Círculo los expulsó.
—¿Qué? —exclamó Dezra—. ¡Pero eran gente malvada! ¡Lo correcto era combatirlos!
—Eso era lo que Chrethon creía, y no era el único. —Trephas hizo una pausa y sacudió la cabeza—. Pero el Señor del Bosque nos había prohibido participar en la guerra… y en aquel tiempo, el Señor del Bosque era el portavoz de la misma Chislev.
—Y los dioses habían decidido que fuera el mal quien ganara esa guerra —añadió Borlos—. El Caos suponía una amenaza demasiado grande para que el Bien y el Mal pelearan entre ellos y, en aquel tiempo, el Mal era más fuerte, de manera que los dioses, todos ellos, dejaron que los Caballeros de Takhisis triunfaran a fin de enfrentarse al peligro mayor.
—Eso es —asintió Trephas—, pero lord Chrethon creyó estar por encima de los demás. El Círculo no quiso ajusticiarlo; prefirieron cortarle la cola, que es la marca del traidor, y exiliar a su tribu.
»Durante los dos años siguientes a la Guerra del Caos no supimos nada de su gente. Se habían ido hacia el este y no se los había vuelto a ver. Algunos creyeron que estaban muertos o que habían abandonado el Bosque Oscuro. Pero entonces, en primavera, uno de los componentes del Círculo, lord Thymmiar, fue de cacería al este. Sin previo aviso, Chrethon y sus secuaces atacaron a su grupo y los mataron a todos, menos a uno, Xagander, al que Chrethon permitió escapar. Pero antes, lo capó.
El prado estaba en silencio. Caramon y Borlos intercambiaron miradas de consternación. Uwen se quedó blanco y dejó caer las manos en el regazo.
—Así empezó la guerra —prosiguió Trephas—. Xagander volvió a Ithax con la cabeza de lord Thymmiar y explicó lo sucedido. Chrethon, contó, se había vuelto loco y estaba sediento de venganza sobre los que lo habían castigado.
»Ese aspecto no era el único en el que habían cambiado los seguidores de Chrethon. En señal de lealtad a su señor, se habían cortado la cola, pero eso no era todo. Se habían deformado, dijo Xagander, y estaban retorcidos y contrahechos. Eran distintos de cualquier centauro, tanto por su apariencia como por la forma de moverse.
—Como los del Pico del Orador —murmuró Dezra.
Trephas asintió.
—Al principio, el Círculo no creyó a Xagander, a su vez aquejado de locura después del sufrimiento padecido, hasta el punto de que poco después se quitaba la vida. Pero ese mismo verano, Chrethon y sus partidarios atacaron de nuevo, tendiendo otra celada, en aquella ocasión a lord Pleuron. A diferencia de Thymmiar, Pleuron sobrevivió, aunque perdió un brazo y a su hijo, Acraton. Regresó a Ithax y confirmó lo dicho por Xagander. La tribu del Viento Penetrante había cambiado, o había «cruzado», como decimos ahora. Se habían convertido en skorenoi.
—Pero se necesitaría magia muy poderosa para hacer algo así —aventuró Caramon—. ¿Cómo pudo ocurrir?
—Era un misterio —dijo Trephas—. Mi pueblo nunca ha practicado la hechicería, ni siquiera antes de que desapareciera la magia. El Círculo intentó averiguar la respuesta pero sin éxito. Los ataques de los skorenoi se hicieron cada vez más crueles. Al año siguiente, arrasaban poblados enteros. Asesinaban a mis congéneres por docenas y cogían a un número aún mayor como prisioneros. Lo peor de todo es que antes de una semana los prisioneros también habían «cruzado» y luchaban junto a los skorenoi, con las colas cortadas y el cuerpo contrahecho.
»De manera que nuestro enemigo se fortalecía y nosotros nos debilitábamos. Tuvimos que huir de las tierras que habíamos habitado durante siglos e incluso en los lugares que considerábamos seguros, nos vimos amenazados desde dentro; nuestra propia gente nos abandonaba para ponerse al servicio de Chrethon.
—Pero ¿por qué? —preguntó Dezra con los ojos muy abiertos.
—¿Qué razones ha habido nunca para la traición? —replicó Trephas—. Muchos guerreros simpatizaban con lord Chrethon y se pasaron a su bando. Thenidor y sus compañeros fueron los primeros. Después los siguieron otros, en su mayoría sementales jóvenes.
»Otros lo hicieron simplemente por una cuestión de poder —añadió escupiendo al fuego—. Vieron que lord Chrethon ganaba y cambiaron de bando. Lo peor ocurrió hace dos veranos. Uno de los jefes, Leodippos del Ciervo Saltarín, renunció a su puesto en el Círculo y se fue con casi toda su tribu a Sangelior, la plaza fuerte de los skorenoi. Ahora Leodippos es la mano derecha de Chrethon y él mismo encabeza muchos de los ataques. Y cada vez nos hace retroceder más.
»Ésa es la situación actual —concluyó Trephas—. Nos superan en número y el Círculo cree que no veremos el final del verano a no ser que se le ponga freno.
—Y te han enviado en busca de ayuda —dijo Caramon.
El centauro asintió con la cabeza.
Dezra miró a su alrededor fijándose en Uwen, Borlos y su padre.
—¿Y esto es todo lo que has conseguido encontrar? —preguntó—. Deberías haberte hecho con un ejército de Caballeros de Solamnia o, por lo menos, con un nutrido grupo de mercenarios.
—El Círculo no me ha enviado en busca de refuerzos para combatir a los skorenoi —replicó Trephas—. Os necesitamos para otra cosa.
—¿Para qué? —insistió Caramon.
Trephas los miró de frente con sus ojos negros.
—¿Vos habéis preguntado qué se esconde detrás de Chrethon… qué tipo de magia ha engendrado a los skorenoi?
—Pensaba que habías dicho que no lo sabías —observó Dezra.
—No. He dicho que era un misterio, y lo era. Lo ha sido durante muchos años pero ahora sabemos la verdad. —Hizo una pausa y resopló con los labios cerrados—. Durante la primera batalla con lord Leodippos, después de que él y su tribu «cruzaran», mi hermano Gyrtomon capturó a varios skorenoi. Perdimos la batalla y muchos de nuestros guerreros fueron arrastrados al servicio de Chrethon pero teníamos a los prisioneros y los interrogamos.
»La mayoría prefirieron quitarse la vida antes que deciros algo pero a uno de ellos le impedimos lesionarse y nuestros herboristas le dieron pócimas para hacerlo hablar. Así supimos de la existencia del árbol demonio.
—Lo siento —dijo Dezra parpadeando—. Creo que no te he oído bien. ¿Has dicho árbol…?
—Árbol demonio, en efecto.
—Ya —replicó Dezra, escéptica—. ¿Y es ese árbol el que…?
—Transforma a mi gente en skorenoi —dijo Trephas para concluir la frase.
—¿Cómo…? —preguntó Uwen.
—El Caos —suspiró Caramon antes de que Trephas pudiera contestar—. ¿Me equivoco?
—¿Qué dices? —se mofó Dezra—. Eso es imposible. El Caos fue expulsado hace diez años, al final de la guerra. ¿Cómo podría haber vuelto?
—No ha vuelto —dijo Trephas—. De haberlo hecho, el Bosque Oscuro ya habría sucumbido. Pero sus hijos permanecen, de la misma manera que los hijos de los dioses, como los elfos, los ogros o los humanos, permanecieron cuando sus hacedores se marcharon. Todavía pululan por la tierra seres de sombras y dragones de fuego.
—Eso tenía oído —dijo Borlos asintiendo con la cabeza.
—Y no son los únicos —continuó Trephas—. Hay seres de inmenso poder. Uno de ellos habita en el Bosque Oscuro, en el este. No se conoce su verdadero nombre pero mi gente lo llama Leño Terrible. En otro tiempo era uno de los robles más majestuosos del bosque pero el Caos lo tocó y pervirtió su poder. Consumada la transformación, Leño Terrible era capaz de pensar y hablar, y estaba sediento de sangre. Como todos los secuaces del Caos, su poder procede de la corrupción de otros. Es el caso de los skorenoi, a los que retuerce el cuerpo, la mente y el alma cuando «cruzan».
Nadie dijo una palabra durante un buen rato. Un lobo aulló penosamente en el corazón del bosque.
—Leño Terrible no se limita a corromper a mi gente —añadió Trephas—. Se propone destruir al mismo bosque. Eso explica el dolor del Bosque Oscuro. —Se tapó el rostro con una mano. Los ojos le brillaban—. Al este, Leño Terrible ha corrompido el bosque de la misma manera que a los skorenoi. La corrupción aún no está muy extendida, gracias a Chislev, pero aumenta cada día. Mi gente se esfuerza en preservar el bosque pero si Chrethon nos derrota, el Bosque Oscuro se habrá perdido.
—Es para algo relacionado con el árbol, ¿verdad? —preguntó Borlos—. Para eso quieres nuestra ayuda.
—Así es, pero no me preguntéis cuál será vuestra misión —añadió el centauro sin darles tiempo a reaccionar—. El Círculo no me lo ha dicho.
Caramon cambió de actitud y miró a Trephas con dureza.
—¿Así que… me has engañado para que viniera? —dijo lentamente. El fuego crepitaba lanzando chispas hacia arriba.
—Padre —dijo Dezra, impaciente—, no es a ti a quien buscaba. Es a mí a quien ha traído con él, ¿recuerdas?
—Para que yo corriera detrás —dijo Caramon—. ¿No es verdad, Trephas?
El centauro se encogió de hombros mirando al suelo.
—Sí —admitió—. Os propuse la apuesta en la feria para conseguir que me acompañarais pero, puesto que la rechazasteis, tuve que buscar otra manera de atraeros y busqué a vuestra hija, sabiendo que vendríais detrás.
Dezra se puso en pie. Tenía la cara roja.
—¿Eso es todo lo que soy? —preguntó airada—. ¿Carnaza?
—No sólo eso —contestó Trephas—. El Círculo, me encomendó que buscara a un Majere. En principio quise que fuera vuestro padre, por su fama, pero cuando vi lo que hacíais en la feria, y cómo tratasteis luego al mercenario, me dije que el Círculo os encontraría tan útil como a Caramon, o quizá más. —Se volvió hacia Caramon pidiéndole disculpas con la mirada—. No es mi intención ofenderos, pero pensaba que estaríais más… como en otro tiempo.
—Entonces, al fin y al cabo, no lo necesitas —dijo Dezra triunfante—. Yo soy la mejor opción.
—Quizá… —dijo el centauro, vacilante.
—Bien —sentenció Dezra—, porque sólo puedes tener a uno de los dos. Si él va contigo, yo no voy.
—Dez… —empezó a decir Caramon.
—¡No! —replicó ella—. No quiero tenerte detrás, todo el día pegado a mí. Vuelve a Solace. Si te quedas, yo me voy y sigo camino hacia Haven.
Nadie dijo nada. Los demás observaban sin saber qué podría ocurrir a continuación. Padre e hija se miraban con un frío glacial en la mirada, hasta que finalmente Caramon suspiro y bajó la mirada.
—Si no hay más remedio —dijo—, que así sea. Tú te vas a Haven. No pienso dejar que entres sola en el Bosque Oscuro.
—Está bien —repuso Dezra frunciendo el ceño—. Lo siento. Espero que puedas arreglártelas con un viejo en lugar de mí.
Más silencio.
Al cabo de un rato, Borlos dijo:
—Hay una cosa que no entiendo. ¿Qué ha sido del Señor del Bosque? Si es el guardián del Bosque Oscuro, ¿por qué no para los pies a ese árbol demonio?
Trephas se irguió ofendido.
—El Señor del Bosque combatió a Leño Terrible con todas sus fuerzas. Si todavía está ileso gran parte del bosque es gracias a ella.
Caramon miró fijamente al centauro. Estaba pálido y había olvidado la pelea con Dezra.
—¿Combatió? —dijo—. ¿Está… está muerto el Señor del Bosque?
—No —repuso con tristeza el centauro—, pero quizá fuera mejor que lo estuviera…