La noche cubrió con su mortaja al desierto de Aranoch y su llegada trajo de regreso al demonio Xazak a Augustus Malevolyn. El general había estado esperando ansiosamente durante la última hora, paseando de un lado a otro en el interior de su tienda. Había despedido a todos sus oficiales y había dado órdenes de que hasta los centinelas se alejaran de las proximidades de sus aposentos. Como precaución añadida, no había permitido que se levantara tienda alguna a una distancia en la que pudieran oírlos. Lo que tratasen Malevolyn y la mantis estaba reservado sólo a sus propios oídos.
Ni siquiera a Galeona se le había permitido levantar su tienda en las cercanías, pero cuando Augustus se lo había comunicado, ella apenas había protestado. El general no le había dado muchas vueltas a aquella sumisión, más preocupado como estaba por la oferta de su nuevo aliado. Por lo que a él se refería, la bruja podía recoger sus cosas ahora mismo y marcharse. Si no lo hacía, lo más probable era que tuviera que ordenar que la asesinaran. Existía alguna animosidad entre Xazak y ella y, por el momento, Malevolyn necesitaba al demonio mucho más de lo que necesitaba a una hechicera mortal, fueran cuales fuesen sus otros encantos.
Las mujeres podían ser reemplazadas con facilidad; generalmente, los momentos de inmortalidad, no.
Por decisión de Malevolyn, sólo una lámpara iluminaba la tienda. No sabía si el demonio proyectaba sombra, pero si lo hacía, cuantas menos posibilidades hubiera de que sus hombres advirtieran su presencia, mejor. Si hubieran sabido lo que la mantis y él deseaban discutir, lo más probable sería que todos huyeran al desierto sin importarles los muchos peligros que acechaban en su interior.
Un parpadeo de movimiento atrajo su atención. Augustus Malevolyn se volvió y reparó en que una sombra se movía desafiando la llama de la lámpara.
—Estás aquí, ¿no? —murmuró.
—Éste ha venido tal como prometió, oh poderoso…
La sombra cobró profundidad y sustancia. En cuestión de segundos, la forma repulsiva de la demoníaca mantis se erguía amenazante junto al humano. Y sin embargo, a pesar de la presencia de una criatura que parecía capaz de desmembrarlo, el general Malevolyn no sentía más que impaciencia. En Xazak veía al primero de muchos monstruos que con el tiempo lo servirían con total fidelidad.
—Lut Gholein se encuentra sólo a un día de marcha, caudillo. ¿Has cambiado de idea?
¿Cambiar de idea sobre la armadura? ¿Cambiar de idea sobre su destino?
—Malgastas mi tiempo con tu cháchara inútil, Xazak. Mi decisión sigue siendo firme.
Los bulbosos orbes amarillos destellaron. La cabeza de la mantis se giró ligeramente, como si el demonio tratase de ver más allá de la cerrada cortina que hacía las veces de puerta.
—Hablamos brevemente sobre la bruja, gran caudillo. Éste ha considerado el asunto largo y tendido desde entonces y sigue creyendo que ella no debe tomar parte en esto… ni quizá en ninguna otra cosa.
Augustus Malevolyn fingió indignarse al escucharlo.
—Me ha sido de gran ayuda durante algún tiempo. Odiaría tener que prescindir de sus servicios.
—Ella no estaría de acuerdo con lo que éste te ha propuesto, caudillo. Confia en éste…
Al general no se le había pasado por alto el uso continuo que hacía Xazak del nuevo título, y aunque estaba complacido de escucharlo, el demonio no iba a confundirlo recurriendo a su vanidad. Malevolyn todavía consideraba cada detalle por sí mismo y eso incluía a Galeona.
—¿Qué hay entre vosotros?
—Un pacto firmado en un momento de necedad… y que éste quiere romper.
No era la más clara de las respuestas, pero bastaba para darle al general lo que necesitaba: algo con lo que negociar.
—¿Me darás todo lo que te pida? ¿Todo lo que discutimos?
—Todo… y de buen grado, mi señor.
—Entonces puedes tenerla ahora mismo si así lo deseas. Yo esperaré aquí mientras haces lo que sea necesario.
Si era posible que el demonio pareciera desconcertado, tal cosa ocurrió en aquel momento.
—Éste declina graciosamente tu oferta, caudillo… y te sugiere que quizá quieras hacer los honores tú mismo en algún momento no muy lejano.
La mantis no quería o no podía tocar a Galeona, tal como Malevolyn había esperado. No obstante, a sus ojos el asunto era baladí. No iba a cambiar su otra decisión, en modo alguno.
—Enviaré un destacamento a su tienda para comprobar que sigue allí. Al menos eso impedirá que cause problemas mientras actuamos. Quizá después decida lo que voy a hacer con ella. Mientras tanto, a menos que haya algo más que tengas que decirme, me gustaría empezar.
Los ojos del demonio volvieron a encenderse, en esta ocasión con algo que parecía una satisfacción inmensa. Con aquella voz que seguía recordando al general un enjambre de moscas moribundas, Xazak contestó:
—En ese caso… necesitarás esto, caudillo…
Con las dos manos esqueléticas, la mantis sostenía una gran daga de hoja doble hecha de un metal negro, una daga con runas grabadas, no sólo en la empuñadura sino también a lo largo de la parte plana de las hojas. Asimismo, en la empuñadura se habían incrustado dos gemas, la mayor de las cuales era roja como la sangre mientras que la otra era pálida como el hueso. Ambas gemas despedían un brillo suave que no parecía provenir de ninguna fuente extema.
—Tómala… —le urgió el demonio.
Augustus Malevolyn lo hizo con ansiedad. Sopesó el gran cuchillo admirando su equilibrio.
—¿Qué debo hacer con ella?
—Un corte en la piel. Derrama unas pocas gotas de sangre —la mantis inclinó a un lado la cabeza—. Algo sencillo…
Daga en mano, el general se dirigió con premura hacia la entrada de la tienda. Llamó a voz en grito a uno de sus oficiales y luego volvió la cabeza hacia Xazak.
—Será mejor que vuelvas a ocultarte en…
Pero el demonio se había anticipado ya a su petición y había vuelto a fundirse con las sombras.
Un soldado delgado y bigotudo que lucía en los hombros unos galones plateados surgió de la oscuridad. Corrió hasta la tienda y saludó a su comandante.
—¿Sí, mi general?
—Zako —uno de sus ayudantes de campo más competentes. Malevolyn lo echaría de menos, pero la gloria que se le ofrecía superaba con creces la preocupación por una sola persona—. Debe colocarse a la bruja bajo arresto. No se le permitirá tocar ninguna de sus pertenencias ni siquiera levantar un dedo hasta que yo lo ordene.
Una sonrisa siniestra iluminó el rostro del soldado. Como la mayoría de los oficiales de Malevolyn, Zako no albergaba la menor simpatía por aquella hechicera que, hasta entonces, había gozado de tanta influencia junto a su general.
—¡Sí general! ¡Lo haré de inmediato!
Entonces, algo se le ocurrió al comandante.
—Pero primero… pero primero trae aquí a los guardias elegidos para esa tarea. ¡Date prisa!
Con un rápido saludo, Zako volvió a desaparecer en la oscuridad. Al cabo de poco tiempo regresó acompañado por cuatro guerreros fornidos. Les ordenó que entraran en la tienda del general y luego tomó su lugar a la cabeza del grupo.
—¡Presentes, general! —dijo en voz alta mientras se ponía firmes.
—Muy bien —Malevolyn realizó una breve inspección del grupo y luego los miró—. Todos vosotros me habéis servido lealmente en muchas ocasiones —sus dedos acariciaban la empuñadura de la daga, a la que ninguno de los cinco había prestado hasta el momento demasiada atención—. Me habéis jurado lealtad más de una vez… y por eso os doy las gracias. Sin embargo, con un botín como el que nos aguarda, debo pediros una última prueba de vuestra resolución de servirme hasta la muerte…
A un lado, el general Malevolyn sintió que una sombra se movía. Sin duda Xazak se estaba impacientando, sin entender la necesidad de aquel discurso. Aquellos hombres serían los primeros; por tanto, difundirían la razón por la que su líder demandaba ahora de ellos esta nueva prueba.
—Mañana empieza un día de gloria, un día de destino. ¡Y cada uno de vosotros formará parte de ello! ¡Os pido ahora, amigos míos, que respondáis a la fe que tengo en vosotros, a las esperanzas que he depositado en vosotros, con un último juramento! —sostuvo la daga en alto para que todos ellos pudieran verla. Dos de los guardias pestañearon, pero ninguno reaccionó de otra manera—. ¡Zako! ¡Te ofrezco el honor de ser el primero! ¡Muéstrame tu valor!
Sin vacilar, el bigotudo oficial dio un paso al frente y extendió la mano desnuda. Aquella no era la primera vez que realizaba un juramento de sangre con su comandante, y de los cinco, sin duda, sólo él creía comprender por qué Malevolyn deseaba volver a subrayar frente a los hombres la lealtad que le debían a su general.
—Con la palma hacia arriba.
Después de que Zako hubiera obedecido, Malevolyn sostuvo la daga, con la punta hacia abajo, sobre la parte más carnosa… y cortó la piel de su oficial.
Zako reprimió un jadeo entrecortado y mantuvo la mirada al frente, como se esperaba de él. Por esa razón, no advirtió algo extraño que ocurría tanto en el cuchillo como en el lugar en el que éste había atravesado su piel. Las dos gemas de la empuñadura despidieron un destello instantáneo en el momento en que las dos puntas se clavaban en la mano. Y lo que era más curioso, aunque brotó sangre de las minúsculas heridas, muy poca de ella se vertió sobre la palma y la mayoría pareció absorbida hacia la negra hoja… donde desapareció.
—Sírvete un trago de vino, Zako —le ofreció Malevolyn al tiempo que apartaba la daga. Mientras su ayudante se apartaba, el general llamó con un ademán al siguiente hombre, con quien repitió el proceso.
Después de que los cinco hubieran sido sangrados, Augustus Malevolyn los saludó formalmente.
—Me habéis ofrecido vuestras vidas. Os prometo que las trataré como los valiosos presentes que son. Podéis marcharos. —Mientras los soldados salían, llamó a Zako—. Antes de ocuparte de la bruja, ordena al capitán Lyconius que me envíe aquí a todos los hombres bajo su mando, ¿entendido?
—¡Sí, mi general!
Una vez que todos se hubieron marchado, la voz de Xazak salió arrastrándose de las sombras:
—Esto va demasiado lento, caudillo. A este paso tardaremos días.
—No, ahora todo se sucederá mucho más deprisa. Estos cinco han recibido un honor, o así lo creen ellos. Zako se lo contará a Lyconius y éste, a su vez, se lo contará a sus hombres y así sucesivamente. Ordenaré a los oficiales que le den un trago a cada soldado que le muestre que ha vuelto a ofrecer su vida a mi causa. Todo esto marchará mucho más deprisa, te lo prometo.
Unos segundos más tarde, Lyconius, un oficial delgado y rubio, mayor que el general, pidió ser admitido. En el exterior de la tienda esperaban todos los soldados que tenía bajo su mando. Malevolyn sangró primero al capitán y luego hizo que los hombres formaran una fila detrás de él. La mención de una ración de licor tras la ceremonia había aumentado aún más el deseo de cada soldado de estar allí.
Sin embargo, sólo había terminado con unos pocos de los soldados de Lyconius cuando Zako irrumpió en la tienda con aspecto consternado. Se hincó de rodillas frente al general, con la cabeza gacha, avergonzado.
Algo irritado por aquella interrupción inesperada, el general Malevolyn le espetó:
—¡Habla! ¿Qué ocurre?
—¡Mi general! La bruja… ¡no podemos encontrarla!
Malevolyn trató de ocultar su disgusto.
—Sus pertenencias; ¿siguen en la tienda?
—Sí, mi general, pero su caballo ha desaparecido.
Ni siquiera Galeona se atrevería a internarse cabalgando en el vasto desierto de noche. Malevolyn lanzó una mirada aparentemente casual hacia atrás y vio que la sombra del demonio se movía. Sin duda tampoco Xazak encontraba tranquilizadoras aquellas noticias, pero por el momento ni el hombre ni el demonio podían permitirse el lujo de perder el tiempo con ella. Si la hechicera había averiguado de alguna manera sus intenciones y había decidido huir, ello le importaba bien poco a su antiguo amante. ¿Qué daño podía hacerles? Quizá, una vez que hubiera conseguido la armadura, iría tras ella y le daría caza, pero por el momento Malevolyn tenía preocupaciones más importantes.
—No te preocupes por ella, Zako. Sigue con tus obligaciones normales.
Con gran alivio en la voz, el ayudante de campo le dio las gracias y salió apresuradamente de la tienda. El general Malevolyn reanudó su tarea y sangró al siguiente hombre para alabarlo acto seguido por su bravura.
Y de hecho, la cosa marchó cada vez más deprisa, tal como le había dicho a la mantis que ocurriría. La combinación del honor y la bebida hizo que se extendiera una fila por todo el campamento, formada por hombres ansiosos por demostrar su valía frente a su señor y a sus camaradas. Al día siguiente, el general los conduciría a una victoria gloriosa y a una riqueza que superaba con creces sus más salvajes sueños. No se les ocurrió que podían ser pocos para tomar un lugar como Lut Gholein; el general Malevolyn no habría tomado la decisión de avanzar de repente —eso creían— si no hubiera contado con algún plan de batalla.
Y cuando ya la noche estaba muy avanzada, el último de los hombres demostró su lealtad, con la mano extendida y la palma en alto, dejando que la daga cortara su piel.
Este último soldado y el oficial que lo había conducido hasta allí salieron tras saludar a su amado líder. Provenientes del exterior de su tienda, Augustus Malevolyn podía ya oír los sonidos de la celebración, mientras cada uno de sus hombres saboreaba su ración de bebida y se jactaba de la buena fortuna que los esperaba a todos.
—Está hecho —dijo Xazak con voz entrecortada mientras emergía del sombrío rincón—. Todos y cada uno de ellos han probado el mordisco de la daga y de todos y cada uno de ellos ha bebido la daga…
Mientras daba vueltas y vueltas al arma ceremonial entre sus manos, el general comentó:
—Ni una sola gota vertida, ni una sola mancha. ¿Dónde ha ido a parar toda la sangre?
—Cada una al suyo, caudillo. Cada una al que debía ir. Éste te prometió un ejército contra el que ni siquiera Lut Gholein podría resistir demasiado tiempo, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo… —tocó el yelmo, que no se había quitado desde que acamparan. Ahora lo sentía en tal medida como una parte de sí mismo que había jurado que nunca se apartaría de él y que sólo se lo quitaría por necesidad—. Y vuelvo a decírtelo, acepto las consecuencias de nuestro acuerdo.
El cuerpo de la mantis se inclinó en lo que parecía ser una reverencia de aceptación.
—Entonces, no hay razón para no proceder inmediatamente…
—Dime lo que debe hacerse.
—En la arena que hay a tus pies, debes trazar este símbolo —utilizando una de sus esqueléticas manos, Xazak dibujó una marca en el aire. Los ojos del general se abrieron ligeramente mientras los descarnados dedos del demonio dejaban tras de sí un ardiente rastro naranja que subrayaba el símbolo.
—¿Por qué no lo haces tú mismo?
—Debe hacerlo aquel que tomará el mando. ¿Preferirías que fuera éste, caudillo?
Entendiendo el argumento de Xazak, Malevolyn se inclinó y trazó la marca tal como había aparecido en el aire. Para su sorpresa, mientras la completaba brotaron de repente extrañas palabras de sus labios.
—¡No titubees! —le urgió la mantis con tono ansioso—. Él conocía las palabras. ¡Tú también has de conocerlas!
Sus palabras… Las palabras de Bartuc. Augustus Malevolyn las dejó fluir, saboreando el poder que sentía en ellas.
—Levanta la daga sobre el centro —una vez que el general lo hubo hecho, el demonio añadió—. ¡Ahora… di el nombre de mi señor infernal! ¡Pronuncia el nombre de Belial!
¿Belial?
—¿Quién es Belial? Conozco a Baal, a Mefisto y a Diablo, pero no a ese Belial. ¿Te refieres acaso a Baa…?
—¡No vuelvas a pronunciar ese nombre! —zumbó nerviosamente Xazak. La mantis volvió su horripilante cabeza a derecha e izquierda como si temiera que alguien los descubriera. Al ver que no había nada que sustentase sus temores, el demonio respondió al fin con tono más calmado—. No hay más señor en el Infierno que Belial. ¡Es él quien te ofrece este maravilloso regalo! ¡No lo olvides nunca!
Más familiarizado con las artes mágicas de lo que la mantis hubiera creído, Malevolyn había leído que el Infierno estaba gobernado por los Tres Males Primarios. Sin embargo, también conocía las leyendas que aseguraban que los tres hermanos habían sido arrojados al plano mortal y que su dominio del Infierno era cosa del pasado. De hecho… una de las leyendas más oscuras mencionaba a Lut Gholein como la posible localización de la tumba de Baal, aunque ni siquiera el general daba mucho crédito a la veracidad de tan fantástica historia. ¿Quién erigiría una ciudad sobre la tumba de un señor de los demonios?
—Como tú digas, Xazak. Sea pues Belial. Simplemente quería pronunciar el nombre correctamente.
—¡Vuelve a empezar! —le espetó el monstruoso insecto.
Una vez más las palabras se derramaron de la boca de Malevolyn. Una vez más sostuvo la daga vampírica sobre el centro del símbolo, el símbolo de Belial, comprendió ahora el general. Al final de la invocación, el ansioso comandante pronunció el nombre del señor de los demonios…
—Hunde la daga en el centro… ¡en el centro exacto!
El general Malevolyn clavó profundamente la daga de doble hoja en la arena y lo hizo justo en el centro de la imagen.
Nada ocurrió. Levantó la vista hacia la amenazante pesadilla.
—Retrocede —le sugirió Xazak.
Y mientras el conquistador lo hacía, una neblina siniestra y negra empezó a levantarse alrededor de la daga. Conforme los dos observaban, la neblina fue aumentando rápidamente, se extendió primero sobre el arma y luego se dirigió hacia la entrada de la tienda. Mientras la funesta niebla abandonaba flotando el lugar con lo que, a los ojos experimentados de Malevolyn, parecía un propósito y una voluntad definidos, tomó la forma de lo que parecía ser una enorme garra.
—Ya no tardará mucho, caudillo.
Aparentemente despreocupado por ello, Augustus Malevolyn buscaba su mejor copa de vino. Para esta ocasión, eligió una nueva botella, una que había sido reservada cuidadosamente durante incontables jornadas a través de paisajes desesperados. El general la abrió, olió su contenido y, con gran satisfacción, se sirvió una copa entera.
En aquel momento, empezaron los primeros gritos.
La mano de Augustus Malevolyn tembló al escucharlos, pero no por miedo o arrepentimiento. Era sólo que jamás había escuchado aullidos tan atroces, ni siquiera en boca de aquellos a quienes había torturado, y la sorpresa había sobresaltado al endurecido veterano. Cuando se alzaron el segundo, el tercero y el cuarto, Malevolyn no los encontró en absoluto desconcertantes. Incluso saludó con la copa alzada a la daga enterrada y al invisible señor de Xazak.
Y mientras lo hacía, los aullidos que se escuchaban en el exterior se convirtieron en un coro de los condenados, docenas de hombres gritando al mismo tiempo, suplicando por escapar de allí. Los agonizantes gritos asaltaban al general desde las cuatro esquinas del campamento, pero él permanecía impasible. Los hombres —sus hombres— habían jurado con su sangre que lo servirían en todas las cosas. Aquella noche, había aceptado aquel juramento y el sacrificio que lo acompañaba —de forma literal— por el bien de su destino.
Se volvió de nuevo hacia la entrada de la tienda. Malinterpretando la reacción del humano, la mantis le advirtió:
—Es demasiado tarde para salvarlos. El pacto ha sido aceptado por el amo infernal de éste.
—¿Salvarlos? ¡Sólo quería brindar con ellos por lo que han recibido a cambio de ayudarme a cumplir con mi destino!
—Aaah… —respondió el demonio. Por primera vez veía al verdadero Augustus Malevolyn—. Éste estaba equivocado…
Los aullidos continuaron. Unos pocos sonaban bastante distantes, como si algunos de los hombres hubiesen intentando huir, pero no podían escapar de algo que los estaba devorando desde sus mismas almas. Algunos, obviamente muy leales, llamaban a gritos a su comandante, le suplicaban que los salvase. Malevolyn se sirvió otra copa y se sentó para esperar a que todo hubiese terminado.
Gradualmente, los últimos gritos fueron muriendo, hasta que quedó tan sólo el nervioso pifiar de los caballos, que no entendían lo que había ocurrido. Pero también esto terminó cuando el pesado silencio que reinaba ahora en el campamento empezó a afectarlos.
Un repentino sonido metálico hizo que el general volviera a mirar al demonio, pero Xazak no dijo nada. En el exterior, el estrépito metálico creció y creció, tanto en intensidad como en cercanía. El general Malevolyn apuró la copa y se puso en pie.
El sonido se detuvo abruptamente.
—Te esperan… caudillo.
Tras ajustarse la armadura, en especial el yelmo, el general Augustus Malevolyn salió.
Y de hecho lo esperaban, formados en filas perfectas. Varios llevaban antorchas, así que podía ver sus rostros, los rostros que había terminado por conocer tan bien a lo largo de los años que habían pasado a su servicio. Todos ellos estaban allí, Zako, Lyconius y el resto de los oficiales, cada uno de ellos seguido por sus hombres.
Mientras salía y se mostraba ante ellos, un grito de saludo se alzó de la turba, un grito monstruoso, brutal en su tono. Hizo sonreír a Malevolyn, pero su entusiasmo se encendió más aún al reparar en los semblantes de los que ocupaban las primeras filas. Por muy morenas o rubicundas que hubiesen tenido la tez en vida, todos ellos tenían ahora un aspecto pálido, fantasmal. En cuanto a sus bocas, el grito de batalla había revelado que sus dientes eran ahora afilados colmillos y que sus lenguas eran largas y bífidas. Y los ojos…
Los ojos eran completamente rojos —un rojo sangre— y ardían con tan maléfico deseo que podían verse en la oscuridad aun sin necesidad de antorchas. No eran ojos humanos sino más bien ojos que, al menos en su malignidad, se asemejaban a los de la mantis.
Ataviados con los mismos cuerpos de sus leales soldados, aquellos guerreros de pesadilla serían su nueva legión, su camino a la gloria.
Xazak se reunió con él fuera de la tienda. La infernal mantis no tenía que preocuparse ya por guardar el secreto de su existencia. Después de todo, allí se encontraba entre los suyos.
—¡Saludad a Malevolyn de la Marca de Poniente! —exclamó Xazak—. ¡Saludad al Caudillo de la Sangre!
Y una vez más, la demoníaca horda vitoreó a Augustus Malevolyn.
* * *
Muy alejada del campamento, Galeona no escuchó nada, pero sintió en cambio el desencadenamiento del siniestro hechizo. Asociada por mucho tiempo a los más oscuros aspectos de su arte, sabía bien que tan increíbles emanaciones de brujería infernal sólo podían significar que sus mayores temores se habían hecho realidad. Había hecho bien en escapar. De otro modo, sin duda hubiera corrido la misma suerte de los incautos guerreros de Malevolyn.
Xazak la había subestimado por última vez. La mantis se había apoyado en otros para romper el pacto de sangre que habían firmado varios años atrás. Había elegido al general como su nuevo aliado. El demonio siempre había insinuado que un nuevo caudillo sería más interesante que hacerse tan solo con una armadura vacía. Galeona debiera haberse dado cuenta meses atrás de que no había tenido intención de mantener su acuerdo más tiempo del que fuera necesario.
Mas, ¿qué era lo que había hecho que se decantara tan de repente por Augustus en vez de por ella? ¿Podía haberse tratado de miedo? Desde la noche en que el monstruoso insecto había estado a punto de hacer lo inimaginable —matarla con sus propias manos a pesar de las consecuencias que hubiera tenido una ruptura directa de su pacto—, la bruja había tratado de descubrir qué podía perturbar tanto a una criatura del Infierno. ¿Qué temor había hecho que acudiera subrepticiamente a Malevolyn?
Al final, poco importaba. Por lo que a ella se refería, Xazak y Augustus podían quedarse el uno con el otro. Después de lo que había descubierto antes, Galeona había decidido que tampoco ella necesitaba a ninguno de aquellos dos traidores. ¿Por qué conformarse con un papel secundario cuando podía ser ella la que gobernara?
La hechicera se miró la mano mientras seguía cabalgando. No era la primera vez que lo hacía. En la izquierda llevaba un pequeño cristal con cuyos hechizos había tejido un lazo que la unía con el destino al que se dirigía. Mientras el cristal brillase, la hechicera sabía que marchaba por buen camino.
Al traicionarla, Xazak había cometido un terrible error de cálculo. Por alguna razón que todavía no alcanzaba a desentrañar, el demonio no podía encontrar la antigua armadura del caudillo por sí solo. Necesitaba ayuda humana, una de las razones principales de que hubieran decidido unirse. Por eso, cuando había creído saber dónde se encontraba el premio, la maldita mantis la había abandonado por el general Malevolyn. No debería de haberla sorprendido, puesto que la propia Galeona había considerado la posibilidad de hacer exactamente lo mismo, pero a Xazak el error le costaría muy caro.
Sin duda, el demonio creía que la armadura podía encontrarse ahora en las proximidades de Lut Gholein, hacia donde habían determinado que se dirigía. Incluso ella había asumido tal cosa hasta que había utilizado su último hechizo. ¿Dónde podía estar sino en el reino costero? Un viajero solitario tendría que encontrar una caravana dispuesta a llevarlo lejos o un barco que partiera de la ciudad en dirección a occidente. En todo caso, Norrec tenía que encontrarse tras las murallas de la ciudad.
Pero el caso es que no se encontraba allí. En algún momento se había marchado y se había internado en el desierto en una marcha de locos, a un paso tal que tenía que haber acabado con la vida de su cabalgadura. Cuando Galeona había descubierto dónde se encontraba ahora, se había quedado perpleja; el veterano estaba casi bajo las mismas narices de Augustus. Si el general le hubiera permitido utilizar un hechizo cuando ella se lo había ofrecido, la armadura podría encontrarse a estas alturas en su poder. Podría estarse aproximando a Lut Gholein en este mismo momento, embutido en la armadura escarlata de Bartuc, con su leal hechicera a un lado.
Pero ahora, en cambio, Galeona confiaba en poder convencer a este otro necio de que él debería usarla… bajo su sabia dirección, por supuesto. Parecía ser un zoquete del tipo manejable, uno al que no tendría dificultades para meterse en el bolsillo. Y su semblante no era del todo desagradable. De hecho, en algunos aspectos, Galeona lo prefería al de su antiguo amante. Eso haría que la tarea de mantener controlado a su nuevo títere no fuera tan costosa.
Por supuesto, si Galeona lograba encontrar un medio mejor para aprovechar los fabulosos poderes de la encantada armadura, no le preocuparía mucho tener que prescindir de ese tal Norrec. Siempre había otros hombres, otros necios.
Continuó pues cabalgando, con la sola preocupación de que Xazak pudiese decidir interrumpir sus actividades con Augustus para ir en pos de su antigua aliada. Por supuesto, también eso iría en contra de su pacto, lo que pondría en peligro al demonio tanto como a ella. Era más probable que la infernal mantis decidiera olvidarse de ella por ahora, satisfecho de haber obtenido el gran premio. Sin duda, más tarde lograría dar con el medio para cortar sus lazos… por no mencionar su cabeza y sus miembros.
Pero sería demasiado tarde para él. Una vez que hubiese atrapado a su peón, Galeona se encargaría de que fuera Xazak, y no ella, el que terminase hecho pedazos sobre la arena del desierto. Quizá incluso hiciese que Norrec le trajese la cabeza del insecto, un bonito trofeo con el que empezar a reconstruir la colección que se había visto obligada a dejar abandonada aquella noche.
Miró a su alrededor, en busca de alguna señal de su presa. Para reducir el riesgo de marchar por el desierto casi a ciegas, la bruja había recurrido a un hechizo que mejoraba tanto la visión del caballo como la suya. Eso permitía a su montura seguir un camino que evitara los accidentes y a los depredadores al mismo tiempo que mejoraba sus posibilidades de dar con el soldado.
¡Allí! Tiró de las riendas de su montura y escudriñó la distante y sombría forma de una colina rocosa. El cristal indicaba que su camino conducía directamente hacia allí. Galeona se alzó en la silla un momento en busca de cualquier otro lugar probable y no encontró ninguno. Como buen guerrero experto, era evidente que el necio tenia el suficiente seso para buscar un refugio nocturno, y la pequeña colina que se alzaba frente a ella parecía ser el único existente en varios kilómetros a la redonda. Tenía que estar allí.
Presa de la impaciencia, Galeona espoleó a su caballo. Mientras se acercaba, creyó ver una figura justo a la izquierda de la colina. Sí… sin la menor duda había un hombre sentado bajo un afloramiento de roca, con las rodillas alzadas hasta la altura del pecho y los brazos posados sobre las rodillas.
Se puso en pie de un salto al ver que la bruja se acercaba, con una agilidad y velocidad que la sorprendieron en alguien que llevaba encima una armadura pesada. Galeona podía ver que él miraba en su dirección, tratando de distinguir en la oscuridad la identidad del recién llegado, pero hasta el momento no lo había logrado. No, no era el suyo un rostro desagradable, en absoluto, pensó la astuta hechicera. Mejor aún de lo que recordaba de su pasado encuentro a bordo del barco. Si se mostraba razonable, si la escuchaba, entonces no tendrían problemas el uno con el otro y no tendría que empezar tan pronto a buscar a alguien para reemplazarlo.
—¿Quién va? —exclamó Norrec—. ¿Quién eres?
Galeona desmontó a poca distancia.
—Sólo una viajera extraviada, como tú… no te deseo el menor daño. —Entonces utilizó el cristal para iluminar el área y para dejarle ver a él la buena fortuna que acababa de cruzarse en el camino de su miserable vida—. Alguien que busca un poco de calor…
La bruja manipuló la brillante piedra para hacer que la luz cayera sobre su propio rostro y su propio torso. Reconoció de inmediato el interés del hombre. Tanto mejor. Parecía la clase de hombre que se dejaría arrastrar fácilmente de la nariz a cambio de unos pocos y sencillos placeres. La víctima perfecta.
La expresión del hombre cambió de repente, y no para mejor.
—Te conozco, ¿no es así? —se acercó y se irguió cuan largo era sobre ella—. Déjame ver tu rostro otra vez.
—Por supuesto —Galeona acercó el cristal a su cara.
—No hay suficiente luz —musitó Norrec—. Necesito más.
Levantó la mano izquierda… y, de pronto, en la palma del guantelete se formó una diminuta bola de fuego que brillaba cien veces más que la piedra.
Galeona no pudo contener un jadeo de sorpresa. Había esperado a un necio sin instrucción, un guerrero que no dominase las artes de la hechicería. En cambio, él había convocado una llama sin el menor esfuerzo, algo que estaba más allá de la capacidad de muchos aprendices avanzados.
—Eso está mejor… Sí que te conozco… ¡O a tu rostro, al menos! ¡En el Halcón de Fuego! —asintió, presa de una inmensa satisfacción—. ¡Allí soñé contigo!
Tras recobrarse, Galeona replicó con rapidez.
—¡Y también yo soñé contigo en aquella ocasión! Soñé con un guerrero, con un campeón que me protegería de la maldad que me persigue.
Como había esperado, sus palabras y el tono de su voz tuvieron un efecto inmediato en el hombre. Su mirada de desconfianza no se desvaneció por completo, pero ahora ella vio algo de simpatía… y orgullo por ser considerado un salvador. La bruja se aproximó a Norrec y miró con ojos entornados por la admiración al interior de los del guerrero. Seguramente, a estas alturas ya era suyo.
—¿Estás en peligro? —una mirada protectora cruzó sus facciones. Se asomó por encima de sus hombros, como si esperara ver aparecer en cualquier momento a los villanos que la venían persiguiendo.
—Aún no saben que me he escapado. Yo… volví a soñar contigo la pasada noche, supe que estabas cerca, esperándome —posó una mano sobre la coraza y se inclinó hacia delante, dejando apenas unos centímetros entre sus labios y los del soldado.
Pero él no mordió el anzuelo de su tentación y pareció considerar en cambio otra cuestión.
—Eres una hechicera —dijo al fin—. ¿Cómo te llamas?
—Galeona… y por mis sueños sé que mi paladín se llama Norrec.
—Sí… —el guerrero esbozó una sonrisa al escuchar el título que ella le había concedido—. ¿Eres una hechicera poderosa?
La bruja siguió con las manos las junturas de la armadura.
—Tengo algún talento en ese campo… y también en otros.
—Una hechicera podría serme de ayuda —musitó él casi para sus adentros—. Quería encontrar a alguien que me ayudase a terminar con esta armadura… pero eso ya no es importante. He tenido tiempo para pensar, tiempo para poner mis asuntos en orden. Hay cosas que debo hacer antes de proseguir.
Galeona sólo le prestaba atención a medias, pues ya había empezado a maquinar sus siguientes movimientos. Definitivamente, Norrec no parecía tan simple como ella había imaginado al principio, pero al menos había creído su historia y la había aceptado como compañera, si no otra cosa. Conforme fuera aprendiendo más sobre él, Galeona podría reforzar ese lazo. Ya había revelado alguna vulnerabilidad frente a sus encantos; el resto de lo que quería lo obtendría muy pronto.
Naturalmente, si podía ayudar a Norrec con lo que le preocupaba, mostrarle a su marioneta lo útil que podía serle, eso le allanaría el camino. Aunque Galeona no había comprendido lo que había dicho sobre la armadura, seguramente podría ayudarlo en los otros asuntos (fueran los que fuesen) que había mencionado.
—¡Por supuesto, te ayudaré en lo que pueda, mi caballero! Lo único que te pido a cambio es que me protejas de quienes quieren hacerme daño —volvió la mirada un instante hacia el desierto—. Son poderosos y gobiernan las artes oscuras.
Galeona había querido poner a prueba su valor, comprobar lo seguro que se sentía del poder que aparentemente domeñaba. Pero, incluso para su sorpresa, Norrec se encogió de hombros y luego respondió como si tal cosa:
—Guerreros, magia, demonios… no les temo a ninguno de ellos. Aquellos que están bajo mi protección no sufrirán ningún daño.
—Tienes toda mi gratitud —susurró ella. Se apoyó sobre él y lo besó con todas sus fuerzas.
Él la apartó de sí, no con desagrado, sino porque, aparentemente, en aquel momento no estaba interesado en lo que ella le había ofrecido. Por el contrario, Norrec parecía una vez más perdido en sus otras preocupaciones.
—He pensado mucho sobre ello —le dijo por fin a la bruja—. He pensado en por qué he terminado precisamente en este lugar. Tiene que estar cerca de aquí. Trata de permanecer oculto y de mí puede esconderse… —volvió a mirarla y, de pronto, algo que había en sus ojos intimidó ligeramente a Galeona—. ¡Pero puede que tú logres encontrarla! ¡Me has encontrado a mi, al fin y al cabo! Probablemente tengas éxito allí donde Drognan fracasó.
—Haré lo que esté en mi mano —respondió la hechicera de oscura piel. Sentía gran curiosidad sobre lo que interesaba tanto al guerrero. ¿Algo que podía serle de utilidad a ella, tal vez?—. ¿Qué es lo que buscas?
La expresión de Norrec reveló que le sorprendía que ella no lo supiera ya.
—¡La tumba de Horazon, por supuesto! —algo en su rostro cambio mientras hablaba, algo que hizo que Galeona volviera a mirarlo… y viera un rostro que no reconocía del todo—. La tumba de mi hermano.