—¿Entonces no os sentís bien, muchacha? —preguntó el capitán Jeronnan—. Sólo habéis salido de vuestro camarote para comer y habéis pasado el resto del tiempo allí.
Kara lo miró directamente a los ojos.
—Estoy bien, capitán. Ahora que el Escudo del Rey se acerca a Lut Gholein, debo prepararme para proseguir mi viaje desde allí. Hay muchas cosas que tengo que considerar. Lo siento si os parezco poco amistosa a vuestra tripulación o a vos.
—No es poco amistosa… sólo más distante —suspiró—. Bien, si necesitáis cualquier cosa, hacédmelo saber.
Ella necesitaba muchas cosas, pero ninguna en la que pudiera ayudarla el buen capitán.
—Gracias… por todo.
La nigromante sintió sus ojos sobre ella mientras se dirigía de vuelta a su cabina. Jeronnan hubiera hecho cualquier cosa que pudiera por ella fuera cual fuera la situación, y Kara apreciaba este hecho. Desgraciadamente, cualquier ayuda que hubiese podido ofrecer no hubiera servido de nada a la maga en aquel momento.
Mientras entraba en su camarote, Kara vio a los dos muertos vivientes en la esquina más lejana, esperando con la proverbial paciencia de los suyos. Fauztin tenía la brillante daga preparada, imbuida con el hechizo que aseguraba que la nigromante no pudiera hacer nada contra ellos. Los ojos amarillentos del mago la miraron sin pestañear. Kara nunca podía estar segura de lo que Fauztin estaba pensando porque su expresión apenas cambiaba.
No ocurría así en el caso de Sadun Tryst. El otro cadáver sonreía continuamente, como si conociera algún chiste que deseaba compartir. Kara se encontraba a menudo deseando poder enderezarle la cabeza, que siempre se inclinaba de más hacia uno u otro lado.
El hedor de la muerte los rodeaba, pero por lo que ella sabía no había invadido todavía ninguna parte del barco aparte de su camarote. Como nigromante que era, el repugnante olor molestaba a Kara menos que a los demás, pero a pesar de ello hubiera preferido pasar sin él. Sus estudios y su fe habían supuesto que Kara había tenido que tratar casi a diario con el reino de los muertos, pero aquellos encuentros se habían producido siempre en sus propios términos. Nunca hasta ahora se habían vuelto las tornas, nunca habían sido los muertos los que la habían obligado a acudir a su llamada.
—Confío… en que el buen capitán… te deje tranquila —dijo Tryst con voz entrecortada.
—Se preocupa por mí; eso es todo.
El enjuto necrófago soltó una risilla, un sonido como el producido por un animal al escupir un hueso con el que se hubiera atragantado. Quizá cuando le habían partido el cuello una parte del hueso se había clavado en sus cuerdas vocales. Eso explicaría su forma de hablar. Aunque Sadun Tryst no necesitaba respirar utilizaba aire para hablar.
Por supuesto, con una herida abierta en la garganta, el compañero de Tryst, el Vizjerei, permanecería para siempre en silencio.
—Confiemos en que… su preocupación… permanezca alejada… de este cuarto.
Fauztin señaló al borde de la cama, una orden silenciosa que la maga comprendió al instante. Con la comida en una mano, tomó asiento allí y esperó nuevas órdenes. Mientras el Vizjerei tuviera la daga, tendría a Kara Sombra Nocturna en su poder.
Los ojos de Tryst parpadearon una vez, un esfuerzo consciente por parte del cadáver. A diferencia de Fauztin, él trataba de fingir que quedaba algo de vida en su putrefacto cuerpo. Sin duda, como mago que era, el enjuto Vizjerei veía la situación en términos más prácticos y realistas. Por su parte, el guerrero parecía haber sido un hombre enamorado de todos los aspectos de su vida. Kara sospechaba que, tras esa sonrisa, aquella situación impía lo enfurecía aún más que a su compañero.
—Come…
Bajo sus implacables miradas, hizo lo que se le decía. Sin embargo, mientras lo hacía la nigromante registraba sus recuerdos tratando de recordar cualquier cosa que pudiese servirle para liberarse de todo aquello. El hecho de que hasta el momento no la hubieran tocado ni la hubieran herido no mermaba sus temores. Los muertos vivientes tenían un propósito en mente: alcanzar a su amigo, ese tal Norrec Vizharan. Si en algún momento les parecía necesario sacrificarla para lograrlo, Kara estaba segura de que lo harían sin el menor remordimiento.
Vizharan había sido su compañero, su camarada, y a pesar de ello era evidente que los había asesinado brutalmente a los dos y luego se había apoderado de la armadura. No es que Sadun Tryst le hubiera contado todo aquello, pero había llegado a la conclusión a partir de los fragmentos de información obtenidos en el transcurso de sus conversaciones con el parlanchín necrófago. Tryst nunca había acusado directamente a Norrec y tan sólo había dicho que tenían que encontrar a su compañero para terminar lo que había empezado en la tumba, y que puesto que Kara no se había quedado atrás como ellos habían pretendido, ahora entraría a formar parte de su macabra búsqueda.
Kara comió en silencio, manteniendo la mirada tan apartada como le era posible de la impía pareja. Cuanto menos atrajera su atención, en especial la de Tryst, mejor. Por desgracia, cuando llegó al fondo del cuenco, el cadáver dijo de repente con voz áspera:
—¿Está… sabe… bien?
La extraña pregunta la sorprendió tanto que tuvo que mirarlo.
—¿Que?
Un dedo pálido y pelado señaló al cuenco.
—La comida. ¿Sabe… bien?
Todavía quedaba un poco, más de lo que Kara hubiera deseado en aquel momento. Consideró lo que sabía sobre los muertos vivientes y no recordó que ninguno hubiese demostrado jamás interés por un guiso de pescado. Por la carne humana sí, en ocasiones, pero nunca por un guiso de pescado. No obstante, con la tenue esperanza de que su acto pudiera aliviar un poco la tensión, la nigromante le tendió el cuenco y preguntó, con voz calmada:
—¿Te gustaría probarlo?
Tryst miró a Fauztin, que permaneció impasible como una roca. El flaco muerto viviente dio por fin un paso adelante, recogió el cuenco y regreso de inmediato a su lugar preferido. Kara nunca hubiera sospechado que un cadáver andante pudiera moverse a tal velocidad.
Con sus putrefactos dedos tomó algo de los restos y se los metió en la boca. Trató de masticar mientras caían trozos de pescado al suelo. A pesar de que tanto el mago como él actuaban como si siguieran vivos, el cuerpo del muerto no funcionaba por completo como lo había hecho antes de su asesinato.
Repentinamente escupió lo que quedaba al tiempo que una expresión monstruosa cruzaba por su marchito semblante.
—¡Repulsivo! Sabe a… sabe a… muerte —Sadun la miró—. Ha muerto hace mucho… deberían… haberlo cocinado… menos… mucho menos —consideró la crucial cuestión unos segundos más sin que sus ojos abandonasen a Kara un solo segundo—. Creo que… quizá no deberían… haberlo cocinado… nada… cuanto más fresco… mejor… ¿eh?
La mujer de negros cabellos no contestó al principio. No tenía el menor interés en prolongar una conversación que podría derivar hacia la clase de carne que, en opinión del necrófago, tendría mejor sabor si se consumía sin cocinar. En cambio, Kara trató de volver hacia el asunto que más la preocupaba: la persecución de Norrec Vizharan.
—Estabais a bordo del Halcón de Fuego, ¿no es así? Estuvisteis a bordo hasta que ocurrió lo que obligó a la tripulación a abandonarlo.
—A bordo no… debajo… la mayor parte… del tiempo.
—¿Debajo? —trató de imaginarse a los dos cadáveres, aferrados al casco, utilizando su inhumana fuerza para sujetarse incluso frente a las más turbulentas de las olas. Sólo un muerto viviente hubiera podido lograr tan angustiosa hazaña.
—¿Qué quieres decir con… la mayor parte del tiempo?
Sadun se encogió de hombros y su cabeza se balanceó por un momento.
—Subimos a bordo… durante un corto… tiempo… después de que los necios abandonasen… la nave.
—¿Qué les hizo huir?
—Vieron… lo que no querían ver…
No era una respuesta muy clarificadora, pero cuanto más tiempo prolongase Kara la conversación, menos tiempo tendría la pareja de pensar en lo que podían necesitar de ella… y en lo que eso podía costarle a la nigromante.
Una vez más, Kara volvió a pensar en su impía perseverancia. Los muertos vivientes habían estado a punto de atrapar a su presa e incluso se habían aferrado al casco de su barco como un par de lampreas a un tiburón. La visión de los dos muertos vivientes aferrados a la parte inferior del Halcón de Fuego en medio de la violenta tormenta quedaría para siempre grabada en la imaginación de la nigromante. Norrec Vizharan no lograría escapar a su brutal justicia.
Y sin embargo… hasta el momento lo había hecho, a pesar de haberlos tenidos a escasos metros de su garganta.
—Si estuvisteis a solas con él a bordo del barco… ¿por qué no ha terminado la caza?
Un cambio decididamente sombrío se operó sobre la sonrisa de Tryst, que le hizo cobrar una apariencia todavía más fantasmal que antes.
—Debería… haberlo hecho.
No iba a decir más, y cuando Kara miró a Fauztin, el oscuro semblante de éste no reveló nada. Ponderó sus respuestas tan deprisa como le era posible y finalmente decidió tratar de jugar la carta de su fracaso a bordo del Halcón de Fuego.
—Puedo seros de más ayuda, ya lo sabéis. La próxima vez, nada irá mal.
Esta vez, Fauztin pestañeó una vez. La nigromante no podía decir lo que eso significaba, pero era evidente que la acción del Vizjerei había respondido a alguna razón específica.
Sadun Tryst entornó ligeramente la mirada.
—Nos prestarás… toda la… ayuda… que necesitemos. Cuenta con… ello.
—Pero podría ser más que vuestra marioneta. Entiendo vuestra obsesión. Entiendo por qué seguís sobre la faz de la tierra. ¡Con una aliada en lugar de una prisionera las posibilidades de lo que podéis hacer se decuplicarán y más aún!
En silencio, el enjuto cadáver arrojaba al aire y recogía su propia daga, algo que llevaba haciendo desde su llegada. Aparentemente, ni siquiera la muerte lograba cambiar algunos hábitos. Kara creí que lo hacía cuando le resultaba especialmente difícil concentrarse.
—Entiendes… menos de lo que piensas.
—Lo que estoy tratando de decir es que no tenemos por qué ser adversarios. Mi hechizo despertó vuestros espíritus asesinados y me siento responsable por ello. Buscáis a ese tal Norrec Vizharan, lo mismo que yo. ¿Por qué no podemos trabajar como aliados?
De nuevo el mago parpadeó, casi como si hubiese querido decir algo… una imposibilidad, por supuesto. En vez de ello, miró a su compañero. Los dos muertos vivientes compartieron una larga mirada, que hizo que la nigromante se preguntara si se comunicaban de alguna manera que ella no lograba advertir.
El sonido chirriante de la risilla de Sadun Tryst llenó el diminuto camarote, pero Kara sabía que no podía esperar que el capitán Jeronnan o uno de sus tripulantes lo escuchara. El Vizjerei había utilizado un hechizo que amortiguaba todo sonido que se producía en su interior. Por lo que se refería a los hombres de Escudo del Rey. La nigromante hacía tanto ruido como si en aquel mismo momento estuviese durmiendo apaciblemente.
—Mi amigo… señala… un punto interesante. Como aliada nuestra… seguramente… pedirías que… te devolviéramos… tu daga, ¿eh? —Al no obtener respuesta, Tryst añadió:— Un acuerdo… con el que no podríamos… vivir… no sé si me entiendes.
Kara lo entendía perfectamente. La daga no les daba sólo poder sobre ella, sino que posiblemente servía como foco para aquello que les permitía existir en el plano mortal. La hoja ritual había sido lo que por primera vez había convocado al fantasma de Fauztin, y la consecuencia más probable de arrebatársela sería que ambos cadáveres se desplomarían sin más al tiempo que sus sombras vengativas eran devueltas a la otra vida para siempre.
Y no estaban dispuestos a que tal cosa ocurriera.
—Nos ayudarás… cuanto lo necesitemos. Servirás… como la capa que… esconde la verdad a… aquellos con los que… nos encontremos. Harás… lo que nosotros no podemos hacer… a la luz del día… cuando todos pueden ver…
Fauztin parpadeó una tercera vez, una señal muy inquietante. Nunca había demostrado tanto interés por sus conversaciones y prefería dejar todo en manos de su compañero, dotado de la facultad del habla.
Tryst se puso en pie sin dejar de sonreír. Cuanto más lo pensaba Kara, más se daba cuenta de que la sonrisa nunca abandonaba del todo el rostro del necrófago, salvo cuando éste la obligaba a hacerlo, como había ocurrido cuando la comida lo había asqueado. Lo que al principio había tomado por humor parecía, en parte, ser simplemente lo que la muerte había pintado sobre su semblante. Lo más probable era que Tryst siguiera riendo hasta que le arrancase el corazón a su traicionero camarada, Norrec.
—Y puesto que debemos tener… tu cooperación… mi buen amigo ha sugerido… una manera… de asegurarnos… de que te vuelves… todavía más sensible… a la situación.
El Vizjerei y él se aproximaron a la muchacha.
Kara saltó de la cama.
—Ya tenéis la daga. No hay necesidad de aumentar vuestro control sobre mí.
—Fauztin cree… que sí. Yo lo siento… mucho.
A pesar de la improbabilidad de que alguien la escuchara, Kara abrió la boca para gritar.
El mago parpadeó una cuarta vez… y ningún sonido escapó de los labios de la nigromante. Su aparente impotencia horrorizó y enfureció a la pálida mujer. Kara sabía que existían adeptos más experimentados del arte que hubieran podido convertir a los dos muertos vivientes en sirvientes silenciosos y obedientes. Unos pocos años más y puede que incluso ella hubiese podido hacerlo. En cambio, eran ellos los que la habían convertido en su marioneta… y ahora pretendían maniatarla con aún más cadenas invisibles.
La macabra sonrisa y los fríos ojos blanquecinos de Tryst llenaron su visión. El aliento de la descomposición llenaba sus fosas nasales cada vez que la putrefacta figura hablaba.
—Dame… tu mano derecha… y será… menos doloroso.
Privada de elección, Kara obedeció de mala gana. Sadun tomó la mano entre sus propios y marchitos dedos y la acarició casi como si la joven maga y él se hubiesen convertido en amantes. Kara sintió un escalofrío subiendo y bajando por su espina dorsal con solo pensarlo. Había escuchado historias semejantes en el pasado…
—Añoro muchas cosas… de la vida… mujer… muchas cosas…
Una mano pesada cayó sobre su hombro. Tryst asintió lo mejor que su doblado cuello le permitía y entonces retrocedió un paso. Seguía apretándole la mano con fuerza y la obligó a volverla para mostrar la palma.
Fauztin clavó la resplandeciente daga en ella.
Kara jadeó… y entonces se dio cuenta de que, aunque se sentía incómoda, no estaba experimentando dolor. Miró asombrada, sin terminar de creer la escena que tenía frente a sus ojos. Más de cinco centímetros de la hoja curva sobresalían por el otro lado de su mano y sin embargo no se veía ni rastro de sangre.
Un brillante resplandor amarillo brotó del lugar en el que la daga se había clavado, un resplandor que bañó su mano por completo.
El Vizjerei trató por fin de decir algo, pero sólo un débil jadeo escapó de sus labios. Ni siquiera le había servido de nada cerrar la herida de su garganta.
—Déjame a mí… —gruñó Tryst. Tras devolver la mirada a la cautiva nigromante, dijo con tono de invocación—: Nuestras vidas son… tu vida. Nuestras muertes son… tu muerte. Nuestra suerte es… tu suerte… unidas por esta… daga y tu… alma.
Con esas palabras, Fauztin extrajo la daga. El Vizjerei la colocó frente al rostro de Kara para mostrarle que no estaba manchada de sangre. Entonces señaló la mano de la muchacha.
Ella estudió su palma y no pudo distinguir ni la más pequeña cicatriz. El mago asesinado había utilizado una magia poderosa para llevar a cabo este terrible hechizo.
Tryst la empujó hacia la cama y le indicó que tomara asiento.
—Ahora somos… uno. Si fracasamos… tú fracasarás. Si caemos… o somos traicionados… también… tú… sufrirás… recuérdalo siempre…
Kara no pudo evitar un ligero estremecimiento. La habían sometido de manera mucho más absoluta de lo que la posesión de la daga les había permitido hasta entonces. Si le ocurría cualquier cosa a la siniestra pareja antes de que pudiesen llevar a cabo su espantosa tarea, el alma de Kara sería arrastrada con las suyas a la otra vida, condenada para siempre a vagar sin descanso.
—¡No teníais por qué haber hecho eso! —Buscó algún destello de simpatía en sus rostros, pero no encontró ninguno. Nada les importaba más que vengar lo que les habían hecho—. ¡Os hubiera ayudado!
—Ahora… estamos seguros de que… lo harás —Tryst y Fauztin regresaron a su rincón. La daga ritual despedía un resplandor dorado—. Ahora… no temeremos… trucos… cuando te encuentres… con el hechicero.
A pesar de lo que le acababan de hacer, Kara se puso rígida al escuchar las últimas palabras.
—¿Hechicero? ¿En Lut Gholein?
Fauztin asintió. Sadun Tryst inclinó aún más la cabeza hacia un lado… o quizá el peso había resultado demasiado por el momento para lo que quedaba de su cuello.
—Ssssí… un Vizjerei como… mi amigo… un anciano… muy sabio… y conocido por… el nombre… de Drognan.
* * *
—Me llamo Drognan —señaló el mago encapuchado mientras penetraba en la cámara—. Toma asiento, por favor, Norrec Vizharan.
Mientras recorría con la mirada el sancta sanctorum del Vizjerei, la sensación de incomodidad que se había apoderado antes de Norrec regresó centuplicada. Aquella figura anciana, pero ciertamente formidable no sólo había logrado atraer al veterano hasta sí con facilidad, sino que comprendía con total exactitud lo que le había ocurrido a Norrec… incluyendo lo que la armadura maldita pretendía.
—Siempre supe que la maldición de Bartuc no podría ser contenida eternamente —informó a Norrec mientras el soldado tomaba asiento en una vieja y gastada silla—. Siempre lo supe.
Habían llegado hasta aquella cámara oscura tras un corto paseo por zonas poco saludables de aquella ciudad, por lo demás rica y vigorosa. La puerta por la que habían entrado había parecido conducir a un edificio abandonado e infestado de ratas, pero una vez dentro, el interior había cambiado… para transformarse en un edificio antiguo, pero todavía digno que, según le había revelado Drognan, había sido antaño la casa de Horazon, el hermano del sanguinario caudillo.
Había sido abandonado algún tiempo después de la desaparición del hermano de Bartuc, pero los hechizos que lo protegían de ojos curiosos habían continuado sirviendo al propósito con el que habían sido concebidos… hasta que Drognan había logrado pasar a través de ellos mientras buscaba la tumba del mismo que los había conjurado. Tras decidir que nadie tenía más derecho que él a reclamar la mágica morada, el Vizjerei se había trasladado al lugar y luego había proseguido su investigación desde allí.
A través de un salón vacío cuyo suelo había sido cubierto con un rico tapiz de patrones de mosaico que incluían figuras animales, guerreros e incluso estructuras legendarias, habían por fin llegado a aquella habitación en particular, a la que el mago consideraba su hogar por encima de todas las demás. Las paredes estaban cubiertas por un sinfín de estanterías, cada una de las cuales estaba abarrotada con más libros de los que un simple soldado como Norrec hubiera podido jamás soñar que existieran en todo el mundo. Sabía leer, pero pocas de aquellas obras estaban escritas en lengua común.
No obstante, aparte de los libros, sólo unos pocos objetos decoraban las estanterías, entre los cuales el más interesante era un solitario cráneo barnizado y unos pocos frascos de un líquido de color oscuro. Por lo que se refería a la propia habitación, su decoración consistía principalmente en una mesa de madera de buena factura y dos viejas pero sólidas sillas. En conjunto tenía el aspecto del recibidor de un chambelán, como el que hubiese podido encontrarse en el palacio del sultán. En modo alguno lo que Norrec hubiera esperado del hechicero, o de cualquier Vizjerei, por cierto. Como la mayoría de las personas sencillas, había creído que vería toda clase de objetos horripilantes y siniestros, las así llamadas herramientas del oficio de Drognan.
—Soy un… investigador —añadió la consumida figura de repente, como si sintiese la necesidad de explicar lo que la rodeaba.
Un investigador por cuya intervención los guardias no habían detenido a Norrec en el puerto. Un investigador que, con apenas un sencillo despliegue de poder, se había apoderado de la mente de media docena de soldados y les había obligado a llevar al extranjero a su presencia.
Un investigador que practicaba las artes oscuras como pasatiempo, que estaba al corriente de los mortales encantamientos que contenía la armadura de Bartuc… y que aparentemente había logrado vencer con facilidad a la mayoría de ellos.
Y aquella, más que ninguna otra, era la razón de que Norrec lo hubiera seguido voluntariamente hasta allí. Por primera vez desde que saliera de la tumba, había entrevisto la esperanza de que alguien pudiera liberarlo de la parasitaria armadura.
—Tuve una visión hace poco más de una semana o dos —el hechicero pasó sus arrugados dedos por una fila de libros, buscando evidentemente uno en particular—. ¡El legado de Bartuc reaparecido! Al principio no lo creí, por supuesto, pero cuando la visión se repitió supe que tenía que ser verdadera.
Desde entonces, continuó Drognan, había utilizado un hechizo tras otro para descubrir su significado… y en el proceso había averiguado el secreto de Norrec y el viaje que la armadura le había obligado a emprender. Aunque no había podido observar al veterano durante la larga marcha desde la tumba, el anciano mago había sido al menos capaz de discernir al destino aparente de su marcha. Pronto se hizo evidente que tanto el hombre como la armadura no tardarían en encontrarse al alcance del Vizjerei, un acontecimiento fortuito por lo que a Drognan se refería.
El hechicero extrajo un gran volumen de la estantería y lo colocó con suavidad en la mesa situada en el centro de la estancia. Empezó a hojearlo sin dejar de hablar.
—No me sorprendió en absoluto, joven, descubrir que la armadura se dirigía a Lut Gholein. Si algún aspecto persistente y espectral de Bartuc pretendía llevar a cabo sus últimos deseos, dirigirse a este reino tenía mucho sentido, en especial por dos razones particulares.
A Norrec le importaban poco esas dos razones y estaba más preocupado por lo que, según había sugerido el Vizjerei, tal vez pudiera conseguir: librarse de la armadura.
—¿Está el hechizo en ese libro?
El anciano hechicero alzó la mirada.
—¿Qué hechizo?
—¡El que me va a librar de esto, por supuesto! —Norrec golpeó la coraza con una mano—. ¡Esta maldita armadura! ¡Dijisteis que conocíais un medio para arrancármela!
—Creo que las palabras que pronuncié antes eran más parecidas a «Si deseas seguir viviendo, harás exactamente lo que yo desee».
—¿Pero y la armadura? ¡Maldición, mago! ¡Es lo único que me importa! ¡Utiliza un conjuro! ¡Quítamela mientras sigue adormecida!
El mago de plateados cabellos lo miró como haría un padre con un niño lloroso y respondió:
—Por lo que se refiere a la armadura, aunque todavía no puedo quitártela, te aseguro que no tienes que preocuparte por sus encantamientos mientras la tenga en mi poder —introdujo una mano en unos de los bolsillos interiores de su túnica y extrajo lo que al principio parecía un palito, pero que rápidamente resultó ser mucho, mucho más largo. De hecho, cuando el hechicero lo hubo sacado por completo del bolsillo, el «palito» había crecido en grosor y longitud, hasta nada menos que metro y medio, y se había revelado como un bastón mágico cubierto por runas elaboradas y brillantes—. Observa.
Drognan señaló a su huésped con el bastón.
Norrec, que había viajado con Fauztin el tiempo suficiente para saber lo que significaba encontrarse al otro extremo de un bastón mágico, se puso en pie de un salto.
—Espera…
—¡Furiosic! —exclamó el mago.
Unas llamas volaron hacia el soldado, llamas que se extendían conforme avanzaban. Un manto de fuego envolvió a Norrec.
Pero cuando se encontraba a escasos centímetros de su nariz, el fuego se extinguió abruptamente.
Al principio Norrec creyó que la armadura lo había salvado de nuevo, pero entonces escuchó cómo la arrugada figura se reía entre dientes.
—¡No te preocupes, joven, ni siquiera te he chamuscado un pelo! ¿Comprendes ahora lo que quiero decir? ¡Mi control sobre la armadura es completo! ¡Si lo hubiera deseado, podría haberte reducido a un esqueleto chamuscado y ni siquiera la armadura hubiera podido salvarte! ¡Soy yo el que te ha protegido al cancelar mi hechizo! Y ahora vuelve a sentarte…
Con la nariz todavía ardiendo a causa del abrasador calor, Norrec se dejó caer sobre la vieja silla. La intimidante demostración de Drognan había demostrado dos cosas. La primera, que lo que el anciano hechicero había asegurado era cierto; con su magia, había logrado someter los encantamientos de la armadura.
La segunda, que Norrec se había entregado a un mago bastante despiadado y posiblemente medio loco.
Y sin embargo… ¿qué otra cosa podía haber hecho?
—Hay una botella de vino a tu lado. Sírvete un poco. Te calmará los nervios.
La oferta no sirvió para tranquilizar a Norrec, porque ni la botella mencionada ni la mesa sobre la que ahora descansaba habían estado al lado del veterano unos segundos atrás. Sin embargo, se guardó mucho de mostrar inquietud mientras llenaba una copa y probaba de un sorbito su contenido.
—Esto está mejor. —Con una mano extendida sobre una página del enorme libro, Drognan observó a su invitado. El bastón descansaba sobre la otra mano—. ¿Sabes algo de la historia de Lut Gholein?
—No demasiado.
El mago se alejó del libro.
—Te contaré un hecho ahora mismo, algo que es de importancia capital para tu actual situación. Antes del ascenso de Lut Gholein, este lugar fue durante un corto tiempo una colonia del Imperio de Kehjistan. Existían templos Vizjerei y contaba con un contingente militar. Sin embargo, ya en tiempos de los hermanos Bartuc y Horazon, el imperio había empezado a abandonar este lado del mar. La influencia Vizjerei continuó siendo fuerte, pero una presencia física resultaba demasiado costosa —una sonrisa casi infantil cruzó por sus oscuras y estrechas facciones—. ¡Todo ello resulta fascinante!
Norrec, a quien en las actuales circunstancias le importaba bastante poco la Historia, frunció el ceño.
Sin dar señales de advertirlo, Drognan continuó:
—Después de la guerra, después de la derrota y muerte de Bartuc, el imperio no recuperó su gloria. Además, el mayor de sus hechiceros, su más brillante luz, había sufrido demasiado en cuerpo y, más importante aún, en alma. Hablo, por supuesto, de Horazon.
—Quien vino a Lut Gholein —añadió Norrec, esperando que así ayudaría a que las divagaciones del mago llegasen dondequiera que quisiera llegar. Entonces, puede que entonces, Drognan se decidiera al fin a ayudar al guerrero.
—Sí, exacto, a Lut Gholein. Por supuesto, en aquella época no se llamaba así. Sí, Horazon, que había sufrido terriblemente aun en la victoria, vino a esta tierra, trató de asentarse en una vida de estudio… y entonces, como te he contado antes, desapareció sin más.
El veterano soldado esperó a que su anfitrión continuase, pero Drognan se limitó a mirarlo, como si lo que acababa de decir lo explicase todo.
—Veo que todavía no lo entiendes —comentó al fin el hechicero.
—¡Entiendo que Horazon vino a esta tierra y que la armadura maldita de su odiado hermano también ha venido! ¡También entiendo que he tenido que presenciar cómo eran masacrados hombres y cómo surgían demonios de la tierra y he tenido que soportar la certeza de que mi vida ya no es mía sino de un señor de los demonios muerto! —Norrec volvió a levantarse. Estaba harto. Drognan podía levantar el bastón y matarlo en el acto con facilidad, pero su propia paciencia se había agotado—. ¡Ayúdame o mátame, Vizjerei! ¡No tengo tiempo para lecciones de Historia! ¡Quiero que me liberes de esta jaula!
—Siéntate.
Norrec se sentó, pero esta vez no lo hizo por propia voluntad. Una sombra cruzó las facciones de Drognan, una sombra que recordó al indefenso soldado que aquel hombre no sólo se había hecho con el control de una docena de guardias, sino también de la malhadada armadura.
—Te salvaré a pesar de ti mismo, Norrec Vizharan… ¡aunque por cierto no eres ningún servidor de los Vizjerei, diga lo que diga ese antiguo nombre! ¡Te salvaré mientras tú, al mismo tiempo, me conduces hasta aquello que he buscado durante más de la mitad de mi vida!
El hechizo utilizado por Drognan apretaba al guerrero contra la silla con tal fuerza que apenas era capaz de hablar.
—¿Qué… qué quieres decir? ¿Conducirte hasta dónde?
Drognan lo observó con una mirada casi incrédula.
—Vaya, lo que sin duda debe de estar enterrado en algún lugar de la propia ciudad y lo que la armadura debe también de estar buscando: la tumba del hermano de Bartuc, Horazon… ¡El legendario Santuario Arcano!