—Mis hombres empiezan a inquietarse y la verdad es que puedo entender sus razones, Galeona. ¡La grandeza nos llama con señas y nosotros permanecemos aquí, en el borde del desierto!
—Es por orden tuya por lo que seguimos aquí, querido Augustus.
El general se irguió sobre ella.
—¡Porque tú me dijiste que pronto conoceríamos la localización de la armadura de Bartuc! ¡Que pronto sabríamos dónde la lleva ese necio! —Malevolyn la tomó por el pelo y la levantó hasta que sus rostros estuvieron casi en contacto—. Encuéntralo, querida mía. Encuéntralo… ¡o puede que tenga que guardar luto por tu muerte!
Ella no dejó que viera su miedo. Aquellos que demostraban miedo delante del general quedaban muy disminuidos a sus ojos, dejaban de ser respetados y se volvían prescindibles. Galeona había trabajado largo y tendido para asegurarse de que le era de incalculable valor, y no iba a permitir que eso cambiara ahora.
—Haré lo que pueda, pero esta vez debe hacerse sin ti.
El general frunció el ceño.
—En el pasado siempre has requerido mi presencia. ¿Por qué este cambio?
—Porque lo que debo hacer ahora requerirá que me sumerja más profundamente de lo que jamás lo he hecho… y si por cualquier razón me distraigo en el momento equivocado, no sólo me matará a mí sino posiblemente a todos aquellos que se encuentren cerca.
Aquello impresionó hasta al general. Con las cejas alzadas, asintió.
—Muy bien. ¿Hay algo más que necesites?
Una voz habló de pronto en la cabeza de Galeona. Debe haber… un sacrificio.
La hechicera sonrió, pasó un brazo alrededor de Malevolyn y posó sus labios sobre los suyos. Mientras se apartaba del beso, preguntó con aire ausente:
—¿Quién te ha decepcionado más en los últimos tiempos, amor mío?
La boca del general dibujó una tensa línea, implacable e inflexible.
—El capitán Tolos me ha fallado últimamente. Creo que su dedicación está flaqueando.
La mano de Galeona acarició la mejilla del general.
—Entonces quizá yo pueda encontrarle mayor utilidad para tu causa.
—Entiendo. Te lo enviaré de inmediato. Tú dame resultados.
—Creo que estarás complacido.
—Ya veremos.
El general Malevolyn salió de la tienda. De inmediato, Galeona se volvió hacia las sombras, hacia una de ellas en particular…
—¿Crees que será suficiente?
—Éste sólo puede intentarlo —contestó Xazak. La sombra se separó de las otras y se aproximó a Galeona. Parte de ella cruzó sobre el pie de la hechicera, provocándole una sensación que era como si la muerte se le estuviera acercando.
—¡Esta vez debo encontrarlo! ¡Ya ves lo impaciente que empieza a ponerse el general!
—Éste ha esperado mucho más que el mortal —dijo la sombra con un sonido zumbante—. Este desea el hallazgo todavía más que él.
Ambos oyeron pasos en el exterior de la tienda. Inmediatamente, la silueta de Xazak volvió a reunirse con el resto de las sombras. Galeona se echó hacia atrás los cabellos y luego se ajustó el seductor vestido para ofrecer una vista más atrayente.
—Podéis entrar —dijo con voz arrulladora.
Un joven oficial entró en la tienda con el casco bajo el brazo. Pelirrojo, con una corta barba y ojos demasiado inocentes, parecía un cordero dirigiéndose al matadero. Galeona recordaba su rostro y las interesantes ideas que éste le había sugerido en más de una ocasión.
—Acercaos, capitán Tolos.
—El general me envía —contestó el oficial con un tono que revelaba una ligerísima inseguridad. Sin duda estaba al corriente de la reputación de la hechicera… por no hablar de sus apetitos—. Me dijo que teníais una tarea para mí.
Ella se dirigió a la mesa donde guardaba el vino para el general y le sirvió a Tolos una copa del mejor. La levantó para que él la viera y lo llamó con un gesto. Como un pez atraído por el cebo, el capitán hizo lo que se le ordenaba, con una expresión ligeramente confundida.
Tras ponerle la copa en las manos, Galeona la llevó hasta los labios del hombre. Al mismo tiempo, su otra mano recorrió su cuerpo, lo que contribuyó a aumentar la ansiedad de Tolos.
—Dama Galeona —balbució Tolos—. El general me ha enviado aquí con un propósito. No le gustaría descubrir…
—Calla… —ella empujó la copa hasta sus labios y lo obligó a beber. El soldado de trenzados cabellos tragó una, dos veces, antes de que la hechicera volviera a bajar la copa. Con la mano libre, llevó los labios del hombre hasta los suyos y los mantuvo allí largo tiempo. Él titubeó durante los primeros segundos y entonces la apretó con fuerza, presa de sus encantos.
Ya basta de frágiles placeres, dijo la voz del demonio en su cabeza. Hay trabajo que hacer…
Tras el enamorado oficial, la sombra creció y se hizo sólida. Un sonido semejante al producido por un enjambre de moscas agonizantes se alzó, lo bastante ruidoso como para arrancar por fin al capitán Tolos del encantamiento que Galeona había entretejido a su alrededor. La luz de la lámpara de aceite proyectó parte de una nueva sombra sobre su campo de visión, una sombra cuya forma no tenía nada de humano.
Tolos apartó a la mujer y buscó su espada mientras se daba la vuelta para enfrentarse a lo que creía un mero asesino.
—No me cogerás tan…
Las palabras que había elegido le fallaron. El capitán Tolos profirió un gemido entrecortado mientras su piel se volvía blanca por completo. Sus dedos seguían tratando de encontrar la espada, pero el abrumador terror que lo envolvía le provocaba un temor tan intenso que le hubiera sido imposible sostener la empuñadura.
Y erguido sobre él, el demonio Xazak representaba sin duda una visión capaz de engendrar tan horripilante miedo. Con sus casi dos metros y medio de estatura, se parecía a una mantis religiosa, pero una mantis que sólo el Infierno podría crear. Una mezcla demente de esmeralda y escarlata coloreaba un cuerpo sobre el que palpitaban grandes venas doradas. Parecía como si alguien le hubiese arrancado a la cabeza del insecto el caparazón, buscando el equivalente a un cráneo en su interior. Sendos orbes hipertrofiados y amarillos, sin pupila, contemplaban al débil mortal y unas mandíbulas más grandes que la cabeza del soldado —acompañadas por otras más pequeñas, pero no menos salvajes cerca de la verdadera boca— se abrían y se cerraban con terrible voracidad. Un hedor semejante al de la vegetación putrefacta inundaba el área que rodeaba a la monstruosa criatura y empezaba incluso a extenderse por toda la tienda.
Los apéndices intermedios, brazos esqueléticos con garras de tres dedos, se extendieron hacia delante con la velocidad del rayo y atrajeron hacia sí al petrificado oficial. Tolos trató por fin de gritar, pero el demonio escupió antes de que lo hiciera y cubrió el rostro de su víctima con una sustancia suave y pegajosa. Los apéndices principales de Xazak, dos guadañas dentadas terminadas en puntas afiladas como agujas, se elevaron.
Atravesó la coraza del desgraciado oficial con las dos lancetas, ensartando a Tolos como si fuera un pez.
El cuerpo se estremeció violentamente, algo que pareció provocar un inmenso regocijo a Xazak. Las manos de Tolos pugnaron débilmente por liberar su pecho y su rostro, y fracasaron en ambos propósitos.
La escena hizo fruncir el ceño a Galeona, que trató de cubrir con cólera y sarcasmo el miedo que la presencia física del demonio le inspiraba.
—Si ya has terminado de jugar, tenemos trabajo que hacer.
Xazak dejó que el cuerpo, que todavía seguía debatiéndose, se deslizara hasta el suelo. Tolos se desplomó y su cuerpo empapado de sangre se estiró como una marioneta abandonada. La infernal mantis empujó el cadáver del oficial hacia ella.
—Por supuesto.
—Yo trazaré los dibujos. Tú prepárate para canalizar.
Tras tocar el pecho de Tolos, la bruja empezó a dar forma a los patrones necesarios. Primero dibujó una serie de círculos concéntricos y después inscribió un pentagrama dentro del más grande de ellos. Acto seguido, trazó en escarlata tanto las marcas de la invocación como las barreras que la protegerían, a ella, pero también a Xazak, e impedirían que las fuerzas desatadas por el hechizo los aplastaran.
Al cabo de algunos minutos de trabajo, Galeona había completado los preparativos. La hechicera levantó la mirada hacia su demoníaco compañero.
—Éste está preparado, como prometió —fue la áspera respuesta a su tácita pregunta.
La mantis se aproximó y extendió aquellas patas como guadañas hasta tocar el centro del dibujo principal de Galeona. De la boca de Xazak brotó un sonido que hizo chirriar los oídos de Galeona: el demonio estaba hablando en una lengua de origen ultraterreno. Ella dio gracias porque los hechizos de protección impidieran que alguien del exterior pudiera escuchar la impía voz de la criatura.
La tienda empezó a temblar. En el interior se levantó un viento, uno que agitó el cabello de Galeona y lo hizo volar hacia atrás. La lámpara de aceite parpadeó y por fin se extinguió, pero otra luz, un aura malsana de un verde ponzoñoso, emergió del pecho empapado de sangre del soldado muerto.
Xazak continuó murmurando en su demoníaca lengua, al mismo tiempo que dibujaba nuevas variaciones en el patrón escarlata. Galeona sintió cómo acudían fuerzas naturales y fuerzas demoníacas a su llamada y se aleaban luego en una combinación que sería imposible en el mundo real.
Extendió un brazo y se sumó a las variaciones trazadas por el demonio sobre los patrones. Ahora el interior de la tienda crepitaba con energías que estaban a un tiempo en movimiento y en conflicto.
—Pronuncia las palabras, humana —ordenó Xazak—. Pronúncialas antes de que se nos trague nuestra propia creación.
Galeona obedeció y las antiquísimas sílabas abandonaron sus labios. Cada palabra hizo que le ardiera la sangre y que las horripilantes venas que recorrían el cuerpo de su compañero se encendieran una vez tras otra. La oscura hechicera habló con más rapidez, consciente de que si titubeaba, los temores de Xazak podían todavía hacerse realidad.
Una cosa del color del moho y con una forma parecida a la de un sapo se formó sobre el cadáver del capitán Tolos. Luchó, se retorció, trató de gritar con una boca que no estaba formada del todo.
¡Dejadme… descansarrrr!, demandó.
Deformada hasta para la raza de los demonios, la grotesca criatura trató de atacar primero a Galeona y luego a Xazak. Sin embargo, las barreras erigidas por la hechicera hacían que se levantara una chispa azul cada vez que la monstruosidad extendía un apéndice, una chispa que, evidentemente, le causaba gran dolor. Consumida por la frustración, finalmente se encogió sobre sí misma y se envolvió en los zanquivanos y garrudos miembros, como si tratase de plegarse hasta desaparecer por completo.
—Estás a nuestras órdenes —dijo la bruja a la criatura prisionera.
¡Debo… descansar!
—¡No puedes descansar hasta que hayas completado la tarea que te tenemos preparada!
Unos ojos de pesadilla que colgaban sueltos de las cuencas y que al mismo tiempo tenían algo de humano la escudriñaron con abierta malevolencia.
Muy bien… por un tiempo, al menos. ¿Qué… es lo que… queréis… de mi?
—Ninguna magia maniata tus ojos, ninguna barrera bloquea tu visión. Busca por nosotros lo que deseamos y di nos dónde está.
El horror que descansaba sobre el cuerpo ya frío de Tolos se estremeció y zumbó. Tanto Xazak como Galeona se encogieron al principio… hasta que ambos se dieron cuenta de que la cosa sólo se estaba riendo de su petición.
¿Eso… es todo? ¿Para eso… soy torturado… obligado a despertar… e incluso… obligado a recordar?
La bruja se recobró y asintió.
—Hazlo y te permitiremos regresar a tu sueño.
Los ojos se balancearon hasta el demonio.
Muéstrame… lo que… deseas.
La mantis trazó un pequeño círculo en mitad del patrón principal. Una neblina de color naranja llenó el espacio en el que flotaba la criatura atrapada. Los ojos escudriñaron la neblina y vieron lo que ni siquiera Galeona alcanzaba a ver.
Se hace… más claro… lo que… deseáis. Requerirá… un precio.
—Del pago —intervino Xazak— ya has probado una parte.
El prisionero bajó la mirada hacia el cuerpo.
Acepto.
Y sin más, una fuerza golpeó a Galeona con tal violencia en el interior de su mente que la hechicera cayó hacia atrás y se desplomó sobre los almohadones.
* * *
Viajaba en un velero poco fiable y de dudosa reputación, un velero que combatía una tormenta que no era del todo natural. La tormenta había desgarrado ya parte de las velas, pero a pesar de ello el barco seguía adelante.
Curiosamente, Galeona no vio ningún tripulante a bordo, casi como si la embarcación fuera servida tan solo por fantasmas. Sin embargo, algo le aguijoneaba y demandaba de ella que mirase más allá de la cubierta. Sin siquiera mover los pies, la hechicera cambió de posición y de pronto se encontró frente a la puerta de un camarote. Alzó una mano transparente, tratando de abrir esa puerta.
En vez de ello, la atravesó y penetró en la cabina como uno de los espectros que en su imaginación hablan tripulado el barco. Sin embargo, el único ocupante de aquel triste remedo de habitación no parecía en absoluto muerto. De hecho, desde más cerca parecía mucho más de lo que Galeona había creído al principio. Todo un guerrero. Todo un hombre.
La bruja trató de tocar su rostro, pero su mano atravesó la carne. A pesar de ello, él se agitó ligeramente y esbozó algo parecido a una sonrisa. Galeona examinó el resto de su cuerpo y advirtió lo bien que se ajustaba la armadura a su cuerpo.
Entonces, una sombra que esperaba en la esquina atrajo su atención, una sombra que le resultaba familiar. Xazak.
Consciente de que ahora tenia que conducirse con cautela. Galeona se concentró en lo que el demonio y ella buscaban. Actuando una vez más como si acariciara la mejilla del guerrero, la bruja murmuró:
—¿Quién eres?
Él se volvió ligeramente, como si estuviera inquieto.
—¿Quién eres? —repitió Galeona.
Esta vez, los labios se abrieron y murmuraron:
—Norrec…
Ella sonrió, satisfecha.
—¿En qué barco navegas?
—El Halcón Llameante…
—¿Cuál es vuestro destino?
Ahora él empezó a dar vueltas. Su semblante soñoliento se llenó de arrugas y pareció poco dispuesto a contestar, incluso en sueños.
Resuelta a no fracasar en aquella, la más importante de las preguntas, Galeona repitió sus palabras.
De nuevo, él no respondió. La bruja alzó la mirada, vio que la sombra de Xazak crecía. Pero no confiaba en el demonio. De hecho, su presencia amenazaba incluso con poner en peligro las cosas.
La hechicera devolvió su atención a Norrec, se inclinó sobre él y le habló con el tono de voz que generalmente reservaba para Augustus.
—Dímelo, mi valiente y bello guerrero… dile a Galeona adonde te diriges…
La boca de Norrec se abrió.
—Lut…
Y en aquel momento la sombra del demonio cruzó sobre su rostro.
Los ojos de Norrec se abrieron de inmediato.
—¿Qué demonios…?
* * *
Y Galeona volvió a encontrarse en su tienda, con los ojos vueltos hacia el techo y el cuerpo cubierto por una película de sudor frío.
—¡Imbécil! —gritó al mismo tiempo que se ponía en pie—. ¿En qué estabas pensando?
Las mandíbulas de Xazak se abrieron y se cerraron con un chasquido.
—Pensaba en que éste podría encontrar respuestas mucho más rápidamente que una hembra humana distraída…
—¡Hay medios mucho mejores que el miedo para descubrir secretos! ¡Estaba logrando que respondiera a todas mis preguntas! ¡Unos pocos momentos más y sabríamos todo cuanto necesitamos saber! —reflexionó rápidamente sobre ello—. ¡Puede que no sea demasiado tarde! Si…
Vaciló y se volvió hacia el lugar en el que el cuerpo de Tolos yacía… o más bien, había yacido.
Todo el cuerpo, incluso la sangre que había manchado la alfombra, había desaparecido.
—El soñador se ha llevado su pago —señaló Xazak—. El capitán Tolos sufrirá una terrible vida después de la muerte…
—¡No me importa! Tenemos que traer al Soñador de vuelta.
La mantis balanceó de forma vehemente la cabeza, que era lo más parecido a sacudirla que podía hacer.
—Éste no desafiará a un soñador en su propio mundo. Su reino está más allá del Cielo o del Infierno. Aquí podemos gobernarlos, pero si se rompe el lazo podrá tomar lo que es suyo —el demonio se inclinó hacia delante—. ¿Crees que tu general podría prescindir de otra alma?
Galeona ignoró la sugerencia mientras pensaba en lo que le diría a Malevolyn. Tenía el nombre del soldado y del barco, pero, ¿para qué le servía eso? ¡El barco podía estar navegando hacia cualquier lugar! ¡Si tan solo hubiera logrado arrancarle el destino antes de que el demonio hubiera arruinado las cosas! Si tan solo…
—Él dijo «Lut»… —jadeó la bruja—. Tiene que ser…
—¿Tienes una idea?
—¡Lut Gholein, Xazak! ¡Nuestro necio se dirige a Lut Gholein! —sus ojos se abrieron de satisfacción—. ¡Viene a nosotros, tal como dije desde el principio!
Los monstruosos ojos amarillos despidieron un destello.
—¿Estás segura de eso?
—¡Por completo! —Galeona dejó escapar una risotada gutural, una que hubiera agitado a muchos hombres, pero que no provocó la menor reacción en el demonio—. ¡Debo ir a contárselo a Augustus de inmediato! ¡Así podrá estar preparado para lo que se avecina! —meditó sobre ello—. Por fin podré convencerlo de que se atreva a desafiar al desierto. Quiere tomar Lut Gholein. ¡Esto le dará todavía más razones para desearlo!
Xazak la observó con lo que para una mantis debía de ser una mirada perpleja.
—Pero si el humano Malevolyn arroja a sus hombres contra Lut Gholein, sin duda fracasará… ¡Aaah! ¡Éste lo entiende! ¡Qué astuto!
—No sé lo que quieres decir… ¡y no tengo tiempo para discutir contigo! Debo decirle a Augustus que la armadura acude a nosotros como si hubiera sido convocada por su propia mano.
Salió de la tienda, dejando al demonio entregado a sus propios pensamientos. Xazak contempló el lugar en el que el cuerpo del desgraciado oficial había yacido apenas unos momentos antes y luego, de nuevo, las cortinas de la tienda por las que la hechicera había pasado.
—La armadura navega hacia nosotros, sí —musitó la criatura mientras su forma empezaba a fundirse con las sombras—. Pero sería curioso lo que el general pensaría de ti… si no llegara a Lut Gholein.
* * *
Los ojos de Norrec se abrieron de pronto.
—¿Qué demonios…?
Se detuvo con medio cuerpo fuera ya del camastro. A pesar de que la lámpara se había apagado, Norrec podía ver lo suficientemente bien como para saber que seguía siendo el único ocupante del camarote. La mujer que se había inclinado sobre él —una visión que sin duda tardaría en olvidar— había sido, evidentemente, producto de sus sueños. El veterano no podía decir qué había estado haciendo exactamente, sólo que parecía interesada en hablar con él.
Una mujer hermosa que sólo quiere hablar ha de estar por fuerza detrás de tu bolsa, le había dicho en una ocasión Fauztin a Sadun Tryst después de que este último hubiera estado a punto de perder su humilde paga a manos de una ladrona. No obstante, ¿qué mal podía hacerle a Norrec una mujer en sus sueños, y más considerando que su situación era ya desesperada?
Deseó no haber despertado. Quizá si el sueño hubiese continuado un poco mas hubiera resultado un poco más emocionante. Ciertamente había sido una mejora con respecto a sus últimas pesadillas.
Al pensar en ellas, Norrec trató de recordar qué era lo que le había hecho despertar. No la mujer. Tal vez un presentimiento. Tampoco era del todo cierto. Más bien la sensación de que algo horripilante había estado acechándolo mientras la tentadora de piel oscura se inclinaba sobre él…
Un violento giro del Halcón de Fuego arrojó a Norrec al suelo dando tumbos. Chocó contra la puerta del camarote, que se abrió sin previo aviso.
Por sí solo, Norrec no hubiera reaccionado con rapidez, pero el guantelete de su mano se movió espontáneamente, sujetó el marco de la puerta e impidió que el impotente soldado atravesara la barandilla exterior y se precipitara sobre el tormentoso mar. Norrec se arrastró hasta lugar seguro y luego se puso en pie usando las manos, cuyo control había recuperado.
¿Es que el capitán Casco no tenía ya ningún control sobre la tripulación? ¡Si no tenían cuidado, terminarían permitiendo que las olas y el viento hiciesen pedazos el Halcón de Fuego!
Se sujetó a un asidero y empezó a avanzar hacia la proa. El rugido de las olas y el constante retumbar de los truenos hacía imposible escuchar a los marineros, pero sin duda Casco tenía que estar regañándolos por su desidia. Sin duda, el capitán se encargaría de que su tripulación…
No había ni un alma sobre la cubierta del Halcón de Fuego.
Sin dar todavía crédito a sus ojos, Norrec levantó la mirada hacia el timón. Utilizando un fuerte cabo, alguien lo había asegurado en una posición, produciendo al menos una semblanza de control. Sin embargo, allí terminaba toda preocupación por la suerte de la nave. Algunas de las jarcias de las velas estaban sueltas ya y se agitaban de forma salvaje a causa de la tormenta. Una vela tenía desgarrones que amenazaban con ensancharse rápidamente a menos que alguien hiciese algo.
La tripulación tenía que estar abajo. Nadie podía estar tan loco como para abandonar un barco en buen estado, aunque fuera el Halcón de Fuego, en medio de tal violencia. Lo más probable era que Casco los hubiera convocado al comedor para discutir alguna medida drástica. Sin duda ésa tenía que ser la…
El bote salvavidas que tenía que estar cerca del lugar en el que se encontraba ahora había desaparecido.
Norrec se asomó sin perder un instante sobre la borda, pero no vio más que unos cabos sueltos que azotaban el casco. No se había producido ningún accidente. Alguien había echado el bote al agua.
Corrió de una borda a la otra y sus mayores temores se vieron confirmados. La tripulación había abandonado el Halcón de Fuego, dejando tanto al barco como a Norrec a merced de la tormenta…
Pero, ¿por qué?
Era una pregunta cuya respuesta ya conocía. Recordó las expresiones de los miembros de la tripulación después de que la armadura hubiera convocado a los demonios para reparar el mástil. Miedo y horror, y no dirigidos a la armadura sino más bien al hombre que la llevaba. La tripulación había tenido miedo del poder que, según creían, poseía Norrec. Desde el momento mismo de iniciarse la travesía había reparado en la cautela que se dibujaba en sus rostros cada vez que entraba en el comedor. Ya entonces habían sabido que no se trataba de ningún pasajero normal y el incidente del mástil había demostrado con creces que estaban en lo cierto.
Sin prestar atención a la lluvia y al viento, regresó de nuevo junto a la barandilla, tratando de encontrar algún rastro de la tripulación. Por desgracia, lo más probable era que hubiesen abandonado el barco horas antes, aprovechándose de lo exhausto que la invocación le había dejado. No importaba que, con toda seguridad, se hubiesen condenado a una muerte cierta en el mar; los marineros habían temido más por sus almas inmortales que por sus cuerpos mortales.
¿Y dónde dejaba eso a Norrec? ¿Cómo podía esperar conducir el Halcón de Fuego hasta tierra firme por sí solo y mucho menos poner rumbo a Lut Gholein?
Un crujido a su espalda hizo que el desesperado soldado se volviera rápidamente.
Empapado y con aspecto de no alegrarse en absoluto de verlo, el capitán Casco emergió desde debajo de la cubierta. Si antes había tenido un aspecto cadavérico, ahora parecía un verdadero fantasma.
—Tú… —murmuró—. Hombre demonio…
Norrec se acercó a él y lo tomó por los hombros.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está la tripulación?
—¡Han marchado! —estalló el capitán mientras se soltaba—. ¡Prefieren ahogarse en mar antes que navegar con señor de demonios! —empujó a Norrec para pasar—. ¡Mucho trabajo que hacer! ¡Fuera!
El consternado soldado observó mientras el capitán empezaba a tensar algunas de las jarcias. Toda su tripulación había abandonado el barco, pero el capitán no sólo seguía insistiendo en mantener a flote al Halcón de Fuego, sino también en que no perdiera el rumbo. Era un esfuerzo absurdo, carente de sentido, pero Casco parecía resuelto a hacerlo lo mejor posible.
Norrec fue tras él y gritó:
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
El empapado marino le dedicó una mirada despectiva.
—¡Salta por la borda!
—Pero…
Casco lo ignoró y se dirigió hacia los siguientes cabos. Norrec avanzó un paso y entonces se dio cuenta de lo fútil que resultaría obligar al capitán a escucharlo. Casco tenía razones tanto para temerlo como para odiarlo, y el veterano no podía culparlo por ello. A causa de Norrec, lo más probable era que perdiera tanto la vida como el barco.
Estalló un relámpago en el cielo, tan cerca en esta ocasión que Norrec tuvo que apartar la mirada para no quedarse ciego. Frustrado por su incapacidad para hacer nada, se encaminó hacia la puerta que conducía bajo la cubierta. Quizá lejos de la tormenta pudiese pensar mejor.
Unas cuantas linternas seguían dando luz mientras él descendía a las entrañas del Halcón de Fuego, pero su iluminación no impidió que Norrec se sintiera inquieto por la vaciedad que lo rodeaba. Todos salvo Casco habían abandonado el barco, afrontando una muerte cierta para alejarse del señor de los demonios que había entre ellos. Igualmente, si hubieran creído que podrían matarlo lo habrían intentado, pero era evidente que la exhibición de poder de la armadura los había convencido de lo absurdo de tal propósito.
Lo que dejaba a Norrec preguntándose de cuánto tiempo dispondría el Halcón de Fuego antes de que el viento y las olas lo hicieran pedazos.
Lanzó una feroz mirada a los guanteletes, la parte de la armadura que más asociaba con su difícil condición. De no ser por ellos jamás se hubiera encontrado en tales dificultades.
—¿Y bien? —casi escupió Norrec—. ¿Qué planeas hacer ahora? ¿Vamos a empezar a nadar si el barco se va a pique?
Al principio se arrepintió hasta de haber hecho la sugerencia, temiendo que la armadura decidiera hacer precisamente eso. Norrec trató de imaginarse a la armadura intentando permanecer a flote. Para él, que raramente se había hecho a la mar salvo para travesías cortas, la muerte por ahogamiento se le antojaba el más terrible de los destinos. Asfixiarse, sentir que los pulmones se le llenaban de agua mientras el negro mar se lo tragaba… ¡Sería mejor cortarse el gaznate con una daga!
El Halcón de Fuego se balanceó, esta vez de manera tan violenta que el casco lanzó un gemido ominoso. Norrec miró hacia lo alto mientras se preguntaba si el capitán Casco habría perdido al fin el poco control del barco que durante breves instantes había tenido.
El navío volvió a balancearse y los tablones se combaron, literalmente. Unos pocos momentos más y el soldado temía que sus peores miedos se hicieran realidad. Ya podía sentir cómo se cerraban las aguas sobre él.
Determinado a no ceder al pánico, Norrec corrió a la escalerilla y subió apresuradamente a cubierta luchando por no perder el equilibrio. Pensara lo que pensase Casco de él, Norrec tenía que tratar como fuera de ayudarlo a recuperar el control del Halcón de Fuego.
Escuchó que el capitán gritaba algo en su lengua nativa, una interminable letanía de maldiciones, a juzgar por cómo sonaba. Norrec miró a su alrededor, tratando de encontrarlo en medio de la tormenta.
Y encontró a Casco, sí… junto con una gigantesca pesadilla surgida de las profundidades del mar.
Un horror colosal que parecía formado por un centenar de tentáculos y un enorme orbe rojo tenía en su poder al Halcón de Fuego. La acuática tarasca parecía un calamar gigante a la que una gigantesca fuerza hubiera desollado antes de reemplazarle la piel con afilados alambres. Y lo que era aún peor, muchos de los pequeños tentáculos no tenían ventosas sino diminutos apéndices semejantes a garras que se aferraban a cualquier parte del barco que pudiesen alcanzar y, acto seguido, tiraban de ella. Secciones enteras de la barandilla cedieron con facilidad, al igual que parte de la propia cubierta. Varios apéndices y tentáculos buscaban las velas.
El capitán Casco corría por la cubierta, esquivando uno de los apéndices que lo atacaba y golpeando a otro con un largo palo terminado en un garfio. Sobre la cubierta, cerca de él, daba bandazos el extremo desgarrado de un tentáculo, del que manaba copiosamente un icor oscuro. Desafiando el peligro que lo rodeaba por todas partes, el marinero seguía tratando de mantener a raya a la monstruosa criatura marina. La escena resultaba tan absurda como terrorífica, un hombre solo tratando de evitar lo inevitable.
Una vez más, Norrec bajó la mirada hacia los guantes y gritó:
—¡Haced algo!
La armadura no reaccionó.
Abandonado a su suerte, Norrec miró en derredor en busca de un arma. Tras ver otro de los palos con garfio, lo recogió de inmediato y corrió en ayuda de Casco.
Y había actuado justo a tiempo, porque en aquel momento un par de apéndices garrudos se alzaban por detrás del capitán, buscando su espalda. Una de ellas cayó sobre sus huesudos hombros y le hizo gritar.
Norrec blandió el garfio, clavó la punta en el monstruoso apéndice y tiró de él con todas sus fuerzas.
Para su asombro, arrancó la garra, que cayo sobre cubierta. Al mismo tiempo, sin embargo, el segundo apéndice, con la inhumana garra extendida, se volvió hacia él. Además, otros dos tentáculos con ventosas se precipitaban sobre él desde su derecha.
Norrec volvió a blandir el palo a su alrededor, hirió a uno de los tentáculos y lo obligó a retroceder. La garra trató de alcanzarlo con afiladas puntas tan alargadas como los dedos que intentaban desgarrar su cara. Balanceó hacia ella el astil de su arma, pero falló.
¿Qué clase de monstruo había emergido desde las profundidades? Aunque hubiera admitido gustoso que conocía muy poco de la fauna de los Mares Gemelos, Norrec Vizharan no había escuchado ningún relato sobre nada parecido a aquella abominación inverosímil. Parecía más una cosa sacada de un cuento de terror, una bestia que hubiera estado a gusto con los diablillos que la armadura había invocado anteriormente.
¿Demonios? ¿Podía aquella criatura ser alguna clase de fuerza demoníaca? ¿Podía eso explicar por qué la armadura no había reaccionado? Eso dejaría aún muchas incógnitas, pero…
Más de una docena de nuevos tentáculos, algunos de los cuales tenían horripilantes manos con garras, brotaron de las aguas y asaltaron tanto a Casco como a Norrec desde varias direcciones a la vez. Más habituado al uso del arma, el capitán contradijo su enfermiza apariencia destrozando con un rápido movimiento dos de ellos. Norrec no tuvo tanta suerte y, aunque logró hacer retroceder a algunos de los horrores, no hirió a ninguno.
Más y más tentáculos abandonaban la tarea de hacer pedazos el barco y se sumaban a la de acabar con la única resistencia. Uno de ellos logró arrebatarle su garfio a Casco de un tirón tan fuerte que el capitán cayó sobre la cubierta al tiempo que su pierna herida cedía al fin. Varios tentáculos con garras lo rodearon y lo arrastraron hacia la colosal bestia.
Norrec hubiera acudido en su ayuda, pero sus propios problemas no eran menores que los del marinero. Varios tentáculos se enroscaron alrededor de sus piernas y luego de su cintura. Otros dos le arrancaron el palo de las manos. El soldado se encontró suspendido en el aire y los tentáculos empezaron a asfixiarlo a pesar de la armadura encantada.
Lanzó un grito mientras un par de garras le arañaban la mejilla izquierda. En algún lugar más allá de su campo de visión, Norrec escuchó a Casco proferir juramentos mientras la muerte se preparaba para dar la bienvenida a ambos hombres.
Una sombra serpentina se enroscó alrededor de la garganta de Norrec. Desesperado, se aferró a ella, pero era consciente ya de que su fuerza no bastaría para salvarlo.
El guantelete despidió un fiero destello rojizo.
El tentáculo soltó de inmediato su garganta, pero el guantelete no estaba dispuesto a soltarlo a él. La otra mano de Norrec, que también brillaba furiosamente, se alzó y sujetó al tentáculo que lo tenía por la parte superior de la cintura.
El resto de los miembros del monstruo se apartaron, dejando al veterano colgado a gran altura sobre la cubierta del Halcón de Fuego. La tormenta lo azotaba, pero la armadura de Bartuc se negaba a soltar a la inmensa criatura y no cedió ni cuando la bestia trató de recuperar los tentáculos capturados. Norrec gritó. Los brazos le dolían como si estuviesen a punto de serle arrancados del torso.
—¡Kosori nimth! —exclamó su boca—. ¡Lazarai… lazarai!
Un rayo golpeó al leviatán.
La criatura se estremeció y estuvo a punto librarse de Norrec gracias a las convulsiones del dolor. Pero incluso entonces siguieron los guanteletes aferrándose a ella. Era evidente que la armadura del caudillo no había terminado todavía.
—¡Kosori nimth! —repitieron los labios del soldado—. ¡Lazarai dekadas!
Un segundo rayo acertó al monstruo directamente en el ojo terrorífico. El rayo consumió sin dificultades el orbe, arrojando una ola de cálidos fluidos sobre Norrec y el barco.
—¡Dekadas!
La piel de los tentáculos que había bajo los dedos de Norrec se tomó de un gris pálido. La carne serpentina se endureció, petrificada con asombrosa rapidez.
El leviatán se puso rígido y sus múltiples apéndices permanecieron en la misma posición que ocuparan cuando se pronunció la última de las palabras mágicas. La gris palidez se extendió rápidamente por los dos tentáculos que sujetaba el soldado y luego se extendió en todas direcciones y cubrió el cuerpo del gigante y el resto de sus miembros en cuestión de segundos.
—¡Kosori nimth! —gritó Norrec por tercera, y esperaba él, última vez.
Un destello de relámpago más intenso que cualquiera de los anteriores golpeó al demonio marino directamente en el destrozado ojo.
La horripilante tarasca se hizo añicos.
Los guanteletes soltaron los tentáculos, que empezaban a desmoronarse, y Norrec recuperó el control de sus manos. Privado de pronto de todo asidero, el asombrado guerrero se agarró frenéticamente a uno de los enormes miembros, pero éste se partió de inmediato.
Cayó a plomo sobre el barco. Su única esperanza era que moriría aplastado contra la dura cubierta y no ahogado bajo las violentas aguas.