9

Tenía que estar soñando, porque eso no podía ser real. Ni hablar. Desde luego que no. Ese que estaba entrando en el aula como si tal cosa no podía ser Blake. Y a Matthew se le cayeron los apuntes de las manos. Le eché un vistazo a Dawson antes de comprender que él no se había dado cuenta de lo que estaba pasando porque nunca había visto a Blake.

—¿Estás bien, Katy? Pareces un poco alterada —comentó Lesa.

Me volví hacia ella con los ojos desorbitados.

—Me…

Un segundo después, Blake ocupó su asiento… a mi lado. El resto de la clase se volvió borrosa. Su reaparición me había dejado anonadada.

Blake colocó su libro sobre la mesa y se recostó en la silla con los brazos cruzados. Me miró de soslayo y me guiñó un ojo.

Pero ¿qué diablos…?

Lesa, que había estado esperando a que yo terminara la frase, se rindió y se volvió negando con la cabeza.

—Mis amigas son unas raritas —musitó.

Blake no dijo nada mientras Matthew recogía los folios desparramados. El corazón me latía a tal velocidad que estaba segura de que iba a darme un infarto en cualquier momento.

La gente estaba mirándonos, pero yo no conseguía apartar la mirada de Blake. Por fin, logré articular palabra.

—¿Qué… estás haciendo?

Me miró y en los destellos verdes de sus ojos vislumbré un millar de secretos.

—Asistir a clase.

—Serás…

No me salían las palabras. Y, entonces, se me pasó la impresión y la reemplazó un arrebato de furia tan potente y ardiente que noté que una descarga de electricidad estática me recorría la piel.

—Tus ojos empiezan a brillar —susurró Blake esbozando una sonrisa.

Cerré los ojos y me esforcé por controlar aquel torbellino de emociones. Volví a abrirlos cuando estuve segura al cuarenta por ciento de que no iba a echarme encima de él como una loca y partirle el cuello.

—No deberías estar aquí.

—Pero aquí estoy.

No era momento de andarse con evasivas. Dirigí la mirada hacia la parte delantera del aula y vi que Matthew estaba escribiendo en la pizarra, con la cara pálida. Estaba hablando, pero yo no podía oír nada.

Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y mantuve la mano allí para evitar pegarle a Blake, porque era posible que acabara ocurriendo.

—Te dimos una oportunidad —dije en voz baja—. Pero no volveremos a hacerlo.

—Pues yo creo que sí. —Se inclinó hacia mí, acercándose tanto que se me tensaron los músculos—. En cuanto oigáis lo que tengo que ofrecer.

Una risa histérica me cosquilleó en la garganta mientras mantenía la mirada fija en Matthew.

—Estás muerto, colega.

Lesa miró por encima del hombro con cara de curiosidad y me obligué a sonreír.

—Hablando de muertos… —murmuró en cuanto Lesa se dio la vuelta—. Veo que el gemelo perdido ha regresado. —Cogió el bolígrafo y empezó a escribir—. Seguro que Daemon está contentísimo. Por cierto, eso me recuerda que estoy casi seguro de que fue él quien te mutó.

Apreté la mano situada más cerca de él. Una tenue luz blanca se deslizó sobre mis nudillos, parpadeando como el corazón de una llama. La verdad sobre quién me había mutado era una información peligrosa. Además de las repercusiones a las que Daemon tendría que hacer frente si se llegaba a saber en la comunidad Luxen, el Departamento de Defensa podría usarlo en nuestra contra. Como habían hecho con Dawson y Bethany.

—Ten cuidado —me dijo—. Veo que necesitas seguir trabajando en controlar la ira.

Le lancé una mirada asesina.

—En serio, ¿qué haces aquí?

Se llevó un dedo a los labios.

—Chist. Necesito saber más sobre… —Miró hacia la pizarra entrecerrando los ojos en un gesto de concentración—. Los diferentes tipos de organismos. Qué interesante.

Tuve que recurrir hasta la última pizca de autocontrol que poseía para soportar aquella clase. Incluso a Matthew parecía costarle y perdía el hilo de lo que estaba diciendo cada pocos minutos. En cierto momento, vi que Dawson estaba mirándome y deseé poder comunicarme con él…

Un momento. ¿Acaso no podía comunicarme con Daemon? Ya lo habíamos hecho antes, aunque siempre había estado en su forma Luxen cuando había ocurrido. Inhalé con dificultad, bajé la mirada hacia las líneas borrosas escritas en mi libreta y me concentré todo lo que pude.

«¿Daemon?»

El espacio situado entre mis oídos me zumbaba como un televisor en silencio. No se trataba de un sonido distinguible, sino más bien de un murmullo de alta frecuencia.

«¿Daemon?»

Esperé, pero no hubo respuesta.

Suspiré, frustrada. Necesitaba encontrar la forma de hacerle saber que Blake había vuelto. Que había vuelto de verdad y estaba en el instituto, pero cualquiera sabía cómo reaccionaría si me levantaba para ir al baño y le decía que el cretino sentado a mi lado era Blake.

Miré a dicho cretino. Blake era guapo, de eso no cabía duda. Le sentaba genial el pelo alborotado y la pinta de surfista bronceado. Pero debajo de esa sonrisa constante acechaba un asesino.

En cuanto sonó el timbre, recogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta lanzándole una mirada a Matthew al pasar. Él pareció entenderlo, porque abordó a Dawson y, con suerte, impediría que lanzara a Blake por una ventana delante de todos en cuanto le dijera quién era. Ahora tocaba la pausa para comer, pero rebusqué mi móvil en la mochila.

Conseguí dar tres pasos antes de que Blake apareciera detrás de mí en el pasillo y me cogiera por el codo.

—Será mejor que hablemos —me dijo.

Intenté liberar el brazo.

—Y será mejor que me sueltes.

—¿O qué? ¿Vas a hacer algo al respecto? —Inclinó la cabeza hacia mí y capté el conocido aroma de su loción para después del afeitado—. Me parece que no, porque ya sabes cuáles son los riesgos de que te descubran.

Apreté los dientes.

—¿Qué quieres?

—Simplemente hablar. —Me condujo a un aula vacía. Una vez dentro, liberé el brazo de un tirón mientras él cerraba la puerta con llave—. Mira…

Guiándome por el instinto, solté la mochila en el suelo y dejé que la Fuente me invadiera. Una luz roja blanquecina se extendió por mis brazos, crepitando en el aire. Una esfera de luz blanca del tamaño de una pelota de béisbol apareció sobre la palma de mi mano.

Blake puso los ojos en blanco.

—Katy, solo quiero hablar. No tienes que…

Liberé la energía. La luz salió disparada por la sala como si fuera un relámpago. Blake se apartó rápidamente y la luz se estrelló contra la pizarra. La intensidad del proyectil derritió el centro del material verde y el aire se llenó de olor a ozono quemado.

La Fuente aumentó de nuevo en mi interior, y esta vez no iba a fallar. Me bajó veloz por los brazos hasta llegar a la punta de los dedos. En aquel momento no sabía si contaba con suficiente poder para matar a Blake o solo para infligirle graves daños. O puede que sí lo supiera y simplemente no quisiera admitirlo.

Blake corrió a ocultarse detrás de una enorme mesa de roble y levantó una mano. Todas las sillas colocadas a mi izquierda se desplazaron hacia la derecha, golpeándome las piernas y amontonándose a mi lado. El tiro me salió desviado. La bola de energía pasó volando por encima de la cabeza de Blake y chocó contra el reloj redondo situado encima de la pizarra, que explotó en un centenar de deslumbrantes trozos de plástico y cristal formando una lluvia de fragmentos…

Y, entonces, los trozos se detuvieron en el aire. Se quedaron allí suspendidos como si estuvieran atados a hilos invisibles. Debajo de ellos, Blake se enderezó con los ojos encendidos.

—Mierda —susurré mientras echaba un vistazo en dirección a la puerta.

Nunca podría llegar hasta allí y, si Blake había congelado aquellos fragmentos, lo más probable era que todo se hubiera quedado congelado, incluyendo la puerta, y supuse que también la gente que había fuera del aula.

—¿Has terminado ya? —La voz de Blake sonó dura—. Porque vas a conseguir agotarte en unos segundos.

Tenía razón. A diferencia de los Luxen, los humanos mutados no contaban con reservas de energía. Así que, cuando usaban sus habilidades, se venían abajo bastante rápido. También había que tener en cuenta que, aunque le había dado una paliza a Blake la noche en que todo se fue a pique, Daemon estaba allí y nos alimentábamos mutuamente de la energía del otro.

Pero eso no quería decir que fuera a quedarme allí parada y dejar que Blake hiciera lo que fuera que tuviera planeado.

Di un paso al frente y las sillas reaccionaron de forma defensiva. Se elevaron en el aire y me obligaron a retroceder mientras se apilaban unas sobre otras formando un círculo a mi alrededor que llegó hasta el techo.

Levanté las manos y me imaginé las sillas con palas separándose. Ahora me resultaba fácil mover cosas; así que, en teoría, las sillas deberían haber salido disparadas hacia Blake como si fueran balas. Empezaron a temblar y se apartaron un poco.

Blake ejerció presión y la barrera de sillas se sacudió pero no cedió. Me aferré a la imagen de las sillas alejándose de mí, recurriendo a la energía estática de mi interior, hasta que empecé a notar una terrible punzada en las sienes. El dolor aumentó hasta que dejé caer los brazos. Sentí que se me iba el alma a los pies mientras daba media vuelta. Estaba atrapada: encerrada en una estúpida tumba de sillas.

—No has estado practicando, ¿verdad? —A través de los huecos entre las sillas, lo vi salir de detrás de la mesa—. No quiero hacerte daño.

Me moví trazando un círculo diminuto y efectuando inspiraciones profundas. Me temblaban las piernas y notaba la piel seca y frágil.

—Mataste a Adam.

—Fue sin querer. Tienes que creerme. Lo último que quería era que alguien saliera herido.

No daba crédito a lo que estaba oyendo.

—¡Ibas a entregarme! Y, al final, alguien salió herido, Blake.

—Ya lo sé. Y no tienes ni idea de lo mal que me siento por ello. —Me siguió hasta el otro lado de la barrera—. Adam era un buen tío…

—¡No hables de él! —Me detuve apretando los puños en un gesto débil e inútil—. No deberías haber vuelto.

Blake ladeó la cabeza.

—¿Por qué? ¿Porque Daemon va a matarme?

Copié sus movimientos.

—Porque yo voy a matarte.

Blake enarcó una ceja y sus facciones reflejaron curiosidad.

—Ya tuviste tu oportunidad, Katy. Matar no es propio de ti.

—Pero sí de ti, ¿verdad? —Di un paso atrás y comprobé las sillas, que temblaron un poco. Puede que Blake tuviera más experiencia con esas cosas, pero él también estaba cansándose—. Harías cualquier cosa para proteger a tu amigo, ¿no?

Blake realizó una inspiración larga.

—Sí.

—Bueno, pues yo haré lo que haga falta para proteger a los míos.

Hubo un momento de silencio. Durante esos segundos, los trozos destrozados del reloj cayeron al suelo y me regocijé por dentro.

—Has cambiado —me dijo al fin.

Una parte de mí quiso soltar una carcajada, pero se me atascó en la garganta.

—No tienes ni idea.

Blake se apartó de las sillas y se pasó una mano por el pelo revuelto.

—Eso está bien, porque puede que así entiendas la importancia de lo que voy a ofreceros.

—No puedes ofrecernos nada que nos interese —repuse entrecerrando los ojos.

Una sonrisa irónica se le dibujó en los labios… unos labios que yo había besado una vez. Noté la bilis en el fondo de la garganta.

—Llevo días observándoos. Al principio no era el único, pero ya estás al tanto de eso. O, por lo menos, lo sabe la ventana de tu cuarto. —Se cruzó de brazos cuando comprendió que tenía toda mi atención—. Sé que Daemon ha estado intentando encontrar a Beth, pero no sabe dónde buscar. Yo sí. La retienen en el mismo sitio que a Chris.

Dejé de caminar de un lado a otro del reducido espacio.

—¿Dónde?

Blake se rió.

—Como si fuera a decírtelo cuando es lo único que podría mantenerme con vida. Si me ayudáis a liberar a Chris, me aseguraré de que Dawson consiga a Beth. Eso es lo único que quiero.

Me quedé mirándolo, estupefacta. ¿Nos estaba pidiendo ayuda después de todo lo que había pasado? Noté de nuevo aquella risa histérica y esta vez escapó, baja y gutural.

—Tú estás majara.

Blake frunció el ceño.

—El Departamento de Defensa me considera su híbrido dócil y perfecto. Pedí quedarme aquí por la presencia de la comunidad Luxen y la posibilidad de que hayan mutado a otro humano. Soy su topo. Y puedo conseguir que entréis en las instalaciones donde los retienen. Sé dónde están, en qué planta y en qué celda. Y lo que es más importante: conozco sus debilidades.

No podía hablar en serio. Las sillas de la parte superior se tambalearon y supe que en unos segundos acabaría enterrada bajo aquellas malditas cosas.

—Sin mí, nunca la encontraréis y lo único que conseguiréis será acabar en las manos de Dédalo.

Blake retrocedió otro paso. Unas ondas distorsionaban el aire por encima de su hombro. Estaba empleando una cantidad asombrosa de poder.

—Me necesitáis. Y, sí, yo os necesito. No puedo rescatar a Chris solo.

Vale, hablaba en serio.

—¿Por qué diablos íbamos a confiar en ti?

—No tenéis alternativa. —Carraspeó y las sillas traquetearon. Bajé la mirada. Las patas de las que estaban en la base se doblaron hacia él—. Nunca la encontraréis y Dawson acabará cometiendo alguna locura.

—Nos arriesgaremos.

—Temía que dijeras eso. —Cogió mi mochila y la dejó sobre la mesa del profesor—. Si no me ayudáis, iré a ver a Nancy Husher y le diré lo poderosa que eres.

Inhalé bruscamente al oír aquel nombre. Nancy trabajaba para Defensa y, probablemente, para Dédalo.

—Nunca le informé de lo que había averiguado y, puesto que Vaughn trabajaba con Will Michaels, él tampoco —prosiguió—. Ella cree que tu mutación se desvaneció. Entregar esa clase de información podría salvarme el culo. Tal vez no, pero de todas formas vendrían a por ti. Y antes de que se te ocurra pensar que la solución es libraros de mí, te equivocas. Lo he organizado para que, en caso de que me pase algo, le hagan llegar un mensaje a Nancy en el que explico las cosas que puedes hacer y revelo que fue Daemon quien te mutó. Sí, he pensado en todo.

La ira se apoderó de mí y las sillas empezaron a sacudirse de verdad. En cuestión de segundos, me había arrebatado todo el poder que había conseguido, dejándome indefensa.

—Serás desgraciado…

—Lo siento. —Blake estaba junto a la puerta. Por el amor de Dios, debía de ser una idiota, porque me pareció sincero—. No quería llegar a esto, pero lo entiendes, ¿verdad? Tú misma lo has dicho. Harás lo que haga falta para proteger a tus amigos. En realidad, no somos tan diferentes, Katy.

A continuación, abrió la puerta y salió. La barrera de sillas se derrumbó, desparramándose por el suelo. Me resultó irónica la forma en la que se vino abajo, igual que toda mi vida.