No me costó nada encontrar a Daemon. Estaba recostado contra el mural de la mascota del instituto pintado en la cafetería hablando con Billy Crump, un chico de nuestra clase de Trigonometría. Tenía un cartón de leche en una mano y una porción de pizza doblada en la otra. Menuda combinación más asquerosa.
—Tenemos que hablar —dije interrumpiendo aquel momento de tíos.
Daemon le dio un mordisco a la pizza mientras Billy me miraba. Debió de ver algo en mis ojos, porque se le borró la sonrisa y levantó las manos mientras retrocedía despacio.
—Vale, bueno, ya hablamos luego, Daemon.
Daemon asintió con la cabeza, sin apartar la vista de mí.
—¿Qué pasa, gatita? ¿Has venido a disculparte?
Entrecerré los ojos y, durante un breve instante, me planteé abalanzarme sobre él en medio de la cafetería.
—Eh, no, no he venido a disculparme. Eres tú el que me debe una disculpa a mí.
—¿Y eso por qué? —Bebió un poco de leche con una expresión de ingenua curiosidad.
—Bueno, para empezar, yo no soy imbécil. A diferencia de ti.
Daemon se rió entre dientes mientras apartaba la mirada.
—Es un buen comienzo.
—Y conseguí que Dawson cooperase. —Sonreí victoriosa cuando entrecerró los ojos—. Y además… Un momento. Eso no importa ahora. Dios, siempre haces lo mismo.
—¿El qué?
Volvió a posar en mí su intensa mirada sin rastro de enfado. En sus ojos vi más bien diversión y algo tremendamente inapropiado, teniendo en cuenta que estábamos en medio del comedor. Madre mía…
—Distraerme con trivialidades. Y, por si no sabes lo que es eso, significa tonterías. Siempre me distraes con alguna tontería.
Se terminó la pizza.
—Ya sé lo que significa trivialidad.
—Qué sorpresa —contesté.
Sonrió como un niño con zapatos nuevos.
—Sí que debo de distraerte, porque todavía no me has dicho de qué querías hablar conmigo.
Mierda. Tenía razón. Qué rabia. Respiré hondo y me concentré.
—He visto…
Daemon me cogió por el codo, me hizo dar la vuelta y se dirigió a la salida.
—Vayamos a algún sitio más privado.
Intenté soltarme. Odiaba que se pusiera en plan machote y me diera órdenes.
—Deja de llevarme a rastras. Sé caminar sola, idiota.
—Ya. —Me guió pasillo abajo y se detuvo junto a las puertas del gimnasio. Colocó las manos a ambos lados de mi cabeza, atrapándome, mientras se inclinaba hacia mí. Nuestras frentes se tocaron—. ¿Puedo decirte algo? —Asentí con la cabeza—. Me parece increíblemente sexy que me eches la bronca. —Me rozó la sien con los labios—. Es probable que eso signifique que estoy mal de la cabeza, pero me gusta.
Sí, eso no estaba bien, pero había algo… excitante en lo rápido que me defendía cada vez que pasaba algo.
Tenerlo tan cerca me resultaba tentador, sobre todo cuando notaba su aliento cálido y seductor junto a mis labios. Me armé de fuerza de voluntad, coloqué las manos contra su pecho y lo aparté un poco.
—Céntrate —dije, aunque no estaba segura de si se lo decía a él o a mí misma—. Tenemos que hablar de algo más importante que las cosas tan inquietantes que te ponen.
Se le dibujó una sonrisa en los labios.
—Vale, volvamos a lo que has visto. Estoy centrado. Tienes mi atención al cien por cien.
Me reí entre dientes, pero recobré la seriedad enseguida. Daemon no se iba a tomar eso nada bien.
—Estoy casi segura de haber visto a Blake hoy.
Daemon ladeó la cabeza.
—¿Cómo?
—Que creo que acabo de ver a Blake aquí, hace solo unos minutos.
—¿Casi segura? ¿Lo has visto bien? ¿Le has visto la cara? —Ahora estaba completamente concentrado, con la mirada penetrante y la cara seria.
—Sí, lo… —No le había visto la cara. Me mordí el labio mientras miraba hacia el pasillo. Los alumnos estaban saliendo en avalancha de la cafetería, empujándose unos a otros entre risas. Tragué saliva—. Bueno, no le vi la cara.
Daemon soltó un largo suspiro.
—Vale. ¿Y qué has visto?
—Una gorra… una gorra de camionero. —Dios, eso sonaba penoso—. Tenía dibujada una tabla de surf. Y le he visto la mano… —Eso sonaba aún peor.
Daemon enarcó las cejas.
—A ver si lo he entendido bien. ¿Has visto una gorra y una mano?
—Sí. —Suspiré, encorvando los hombros.
Daemon suavizó su expresión y me colocó un brazo alrededor de los hombros.
—¿Estás completamente segura de que era él? Porque no pasa nada si no es así. Has estado muy estresada últimamente.
Hice una mueca.
—Una vez me dijiste algo parecido. Ya sabes, cuando intentabas ocultarme lo que eres. Sí, me acuerdo.
—Vamos, gatita, sabes que esto es diferente. —Me apretó los hombros—. ¿Estás segura, Kat? No quiero que todo el mundo empiece a flipar si no estás segura.
Más que ver a Blake, lo que había experimentado había sido un presentimiento. Bien sabía Dios que aquí había un montón de chicos que incumplían el código de vestimenta con atrocidades como gorras de camionero. La cuestión era que no le había visto la cara y no podía estar absolutamente segura de que fuera Blake.
Miré los brillantes ojos de Daemon y noté que me ponía colorada. No vi superioridad en su mirada, sino más bien compasión. Él pensaba que me estaba desmoronando bajo la presión de todo lo que estaba pasando. Que tal vez me estuviera imaginando cosas.
—No estoy segura —dije al final, bajando la mirada.
Y aquellas palabras me revolvieron el estómago.
Más tarde, aquella noche, Daemon y yo hicimos de niñeros. Aunque Dawson había prometido no embarcarse por su cuenta en una misión de búsqueda y rescate, yo sabía que Daemon no se sentía cómodo dejándolo solo. Además, Dee quería salir esa noche para ir al cine o algo por el estilo.
Aunque no me invitó.
Así que allí estaba: sentada entre Daemon y Dawson, viendo un maratón de pelis de zombis de George Romero desde hacía cuatro horas, con un cuenco de palomitas en el regazo y una libreta apoyada contra el pecho. Habíamos estado haciendo planes para buscar a Beth, pero lo único que se nos ocurrió fue anotar los dos sitios que sabíamos que debíamos comprobar antes de decidir montar una operación de vigilancia ese fin de semana para ver qué clase de seguridad tenían ahora. Cuando llegamos a La tierra de los muertos vivientes, los zombis se volvieron más feos y más listos.
Pero estaba pasándomelo bien.
—No tenía ni idea de que te fueran los zombis —me dijo Daemon mientras cogía un puñado de palomitas—. ¿Qué es lo que te gusta: la sangre y las tripas o el agresivo trasfondo social?
Solté una carcajada.
—La sangre y las tripas, sobre todo.
—Qué poco femenino —comentó, y frunció el ceño cuando un zombi empezó a usar un hacha de carnicero para atravesar una pared—. Esto no es lo mío. ¿Cuántas horas nos quedan?
Dawson levantó el brazo y dos DVD salieron disparados hasta su mano.
—A ver… Todavía nos quedan El diario de los muertos y La resistencia de los muertos.
—Genial —murmuró Daemon.
—Gallina —respondí poniendo los ojos en blanco.
—Lo que tú digas.
Me dio un golpecito con el codo, haciendo que se me cayera una palomita entre el pecho y la libreta. Solté un suspiro.
—¿Quieres que la coja? —se ofreció.
Lo fulminé con la mirada, rescaté la palomita y luego se la tiré a la cara.
—Ya me darás las gracias cuando llegue el apocalipsis zombi y sepa qué hacer gracias a mi afición.
Daemon no parecía convencido.
—Hay mejores aficiones por ahí, gatita. Yo podría enseñarte unas cuantas.
—Esto… no, gracias. —Pero me puse colorada y un montón de imágenes me invadieron de pronto la mente.
—¿No se supone que hay que ir al Costco más cercano o a algún sitio por el estilo? —preguntó Dawson mientras dejaba que los DVD regresaran flotando a la mesa de centro.
Daemon se volvió despacio hacia su hermano gemelo con cara de incredulidad.
—¿Y tú cómo sabes eso?
Dawson se encogió de hombros.
—Sale en La guía de supervivencia zombi.
—Es verdad. —Asentí con entusiasmo—. Costco tiene de todo: paredes gruesas, comida y suministros. Incluso venden armas y munición. Podrías refugiarte allí durante años mientras los zombis se dan un festín.
Daemon se quedó boquiabierto.
—¿Qué? —Sonreí de oreja a oreja—. Los zombis también tienen que comer, ¿sabes?
—Tienes razón en lo de Costco. —Dawson cogió una palomita y se la lanzó a la boca—. Pero nosotros podríamos hacer saltar a los zombis por los aires sin más. No nos pasaría nada.
—Bien pensado.
Rebusqué en el cuenco una palomita a medio abrir: mis preferidas.
—Estoy rodeado de frikis —dijo Daemon con cara de asombro mientras negaba con la cabeza, aunque yo sabía que por dentro estaba encantado.
Para empezar, notaba su cuerpo completamente relajado a mi lado y, además, aquella era una de las primeras veces que Dawson se comportaba… con normalidad. Ya, puede que hablar de zombis no fuera el mayor avance del mundo, pero era algo.
En la pantalla plana, un zombi le arrancó un cacho de brazo a un pobre desgraciado.
—Pero ¿qué rayos…? —se quejó Daemon—. El tipo va y se queda ahí plantado. Hola. Hay zombis por todas partes. ¿Por qué no miras detrás de ti, imbécil?
Se me escapó una risita.
—Por eso no me creo las pelis de zombis —prosiguió—. Muy bien. Digamos que el mundo se va a la mierda con una avalancha de zombis. Lo último que a cualquiera con dos dedos de frente se le ocurriría hacer es quedarse parado junto a un edificio esperando a que un zombi se le acerque sigilosamente.
Dawson esbozó una sonrisa.
—Cierra el pico y mira la peli —le dije, pero me ignoró.
—¿De verdad crees que te iría bien en un apocalipsis zombi?
—Por supuesto. Acabaría salvándote el culo.
—¿En serio?
Daemon miró hacia la pantalla. Entonces se desvaneció y lo reemplazó algo… algo completamente diferente.
Pegué un grito y me lancé hacia Dawson.
—Virgen Santa…
La piel de Daemon había adquirido un cadavérico tono gris y le colgaba en jirones de la cara. Trozos de pútrida piel marrón le cubrían los pómulos. Uno de sus ojos no era más que un… agujero, tenía el otro vidrioso y de un tono blanco lechoso y le faltaban mechones de pelo.
Daemon, el zombi, me sonrió enseñando unos dientes podridos.
—¿Así que me salvarías el culo? Me parece que no.
Solo podía mirarlo, atónita.
Hasta Dawson se rió. No sabría decir qué me asombró más: eso o el zombi sentado a mi lado.
Daemon se desvaneció de nuevo y luego volvió a la normalidad. Recuperó sus preciosos pómulos marcados y todo el pelo de la cabeza. Gracias a Dios.
—Me parece que se te daría de pena eso del apocalipsis zombi —me dijo.
—Estás… como una cabra —murmuré mientras volvía a sentarme con cuidado junto a él.
Daemon estiró la mano para coger más palomitas, con una sonrisa petulante, pero el cuenco estaba vacío. Puede que algunas hubieran acabado por el suelo.
Me sentí observada y miré a Dawson.
Tenía la mirada clavada en nosotros, pero no estoy segura de que nos estuviera viendo siquiera. Tenía una expresión absorta en la mirada, teñida de tristeza y algo más. ¿Determinación, quizá? Pero, durante un segundo, el tono verde se intensificó, dejó de ser apagado y apático, y lo vi tan parecido a Daemon que me quedé sin aliento.
Entonces sacudió ligeramente la cabeza y apartó la vista.
Miré a Daemon y supe que él también se había fijado. Se encogió de hombros y preguntó:
—¿Alguien quiere más palomitas? Tenemos colorante alimentario y te las puedo teñir de rojo.
—Más palomitas para mí, pero sin el colorante, por favor —dije. Cuando cogió el cuenco y se puso en pie, lo vi mirar disimuladamente a su hermano con alivio—. ¿Quieres que ponga la película en pausa?
Su expresión me dejó claro que no, lo que me hizo soltar otra risita. Se alejó despacio y se detuvo en la puerta cuando los zombis salieron del agua. Luego negó de nuevo con la cabeza y se marchó. A mí no me engañaba.
—Creo que en el fondo le gustan las pelis de zombis —comentó Dawson mirándome.
—Yo estaba pensando lo mismo —contesté con una sonrisa—. Tienen que gustarle, puesto que le encanta todo lo relacionado con fantasmas.
Dawson asintió con la cabeza.
—Solíamos grabar esos programas y nos pasábamos todo el sábado viéndolos. Parece un peñazo, ya lo sé, pero era divertido. —Se quedó callado un momento y volvió a mirar hacia el televisor—. Lo echo de menos.
Sentí lástima por él y por Daemon. Observé la pantalla mientras me mordía el labio inferior.
—Todavía puedes hacerlo, ¿sabes?
No me respondió.
Me pregunté si el problema sería que Dawson no se sentía cómodo estando a solas con Daemon. Desde luego, tenían muchos asuntos pendientes entre ellos.
—Podríamos ver algunos episodios este sábado antes de ir a revisar los edificios.
Dawson guardó silencio mientras cruzaba las piernas por los tobillos. Estaba casi segura de que no iba a responder, de que simplemente iba a ignorar la oferta, y me parecía bien. Había que ir pasito a pasito y todo ese rollo.
Pero entonces dijo:
—Sí, eso estaría bien. Me… me gustaría.
Volví la cabeza hacia él, sorprendida.
—¿En serio?
—Sí.
Me sonrió. Fue una sonrisa pequeña, pero ahí estaba.
Asentí con la cabeza, contenta, y luego volví a concentrarme en la carnicería. Pero entonces vi a Daemon en la entrada de la sala de estar. Mi mirada se vio atraída hacia la suya y me costó respirar.
Lo había oído todo.
Irradiaba alivio y gratitud. No hacía falta que dijera nada. El agradecimiento se reflejaba en su mirada, en la forma en la que las manos le temblaban levemente alrededor del cuenco de palomitas recién hechas. Entró en la sala, se sentó y me colocó el cuenco en el regazo. A continuación, me cogió la mano y no la soltó el resto de la noche.
A lo largo de los siguientes días, llegué a aceptar que probablemente se me hubiera ido un poco la olla el lunes. No había vuelto a divisar ninguna gorra de camionero salida del infierno, y luego, el jueves, todo el asunto de Blake quedó en el olvido.
Dawson había regresado al instituto.
—Lo he visto esta mañana —me dijo Lesa en clase de Trigonometría. No se podía estar quieta de la emoción—. O eso creo. Podría haber sido Daemon, pero este tío estaba más flaco.
A mí me resultaba fácil distinguir a los dos hermanos.
—Era Dawson.
—Eso es lo raro. —Parte del entusiasmo se desvaneció—. Dawson y yo nunca fuimos colegas, pero siempre era simpático conmigo. Hoy me acerqué a él y siguió caminando como si no me hubiera visto. Y, oye, yo no suelo pasar desapercibida. Es como si mi desbordante personalidad tuviera vida propia.
—Muy cierto —respondí riéndome.
Lesa sonrió.
—Pero, hablando en serio, había algo… algo raro en él.
—¿Ah, sí? —Se me aceleró el pulso. ¿Los humanos podían notar algo en Dawson?—. ¿A qué te refieres?
—No lo sé. —Miró hacia la parte delantera del aula y recorrió con la mirada las fórmulas borrosas garabateadas en la pizarra. Los rizos le cayeron alrededor de los hombros—. Es difícil de explicar.
No tuve tiempo de averiguar qué había querido decir. Carissa entró en el aula y, justo después, Daemon, que depositó un vaso de café moca con leche sobre mi pupitre. Un olor a canela impregnó el aire.
—Gracias —dije mientras sostenía el vaso caliente—. ¿Y el tuyo?
—No me apetecía esta mañana —contestó haciendo girar el boli entre los dedos. Echó un vistazo por encima de mi hombro—. Hola, Lesa.
—Necesito un Daemon —comentó Lesa con un suspiro.
Me volví hacia ella, sin poder disimular una sonrisa.
—Ya tienes un Chad.
Lesa puso los ojos en blanco.
—Pero no me trae café.
Daemon se rió entre dientes.
—No todo el mundo puede ser tan asombroso como yo.
Ahora me tocó a mí poner los ojos en blanco.
—Ese ego, Daemon, ese ego.
Al otro lado del pasillo, Carissa jugueteaba con sus gafas y miraba a Daemon con una expresión seria y sombría en los ojos.
—Solo quería decirte que me alegro de que Dawson haya vuelto sano y salvo. —Las mejillas se le tiñeron de rojo—. Debe de ser un alivio enorme.
Daemon asintió con la cabeza.
—Pues sí.
Eso puso punto final a la conversación sobre su hermano. Carissa se volvió y, aunque Lesa casi nunca permitía que un tema incómodo la detuviera, no retomó la conversación. No obstante, después de clase, mientras Daemon y yo caminábamos por el pasillo, la gente prácticamente se quedó paralizada. Todo el mundo miraba a Daemon y susurraba. Algunos intentaban mantener la voz baja, pero otros ni se molestaban.
—¿Te has fijado?
—Son dos otra vez…
—Qué raro que haya vuelto sin Beth…
—¿Dónde estará Beth…?
—Quizá haya regresado por lo de Adam…
La fábrica de cotilleos estaba en pleno funcionamiento.
Tomé un sorbo de café, que todavía estaba tibio. Miré a Daemon de reojo y comprobé que tenía la mandíbula apretada.
—Eh… puede que esto no fuera buena idea.
Me colocó una mano en la parte baja de la espalda mientras sostenía abierta la puerta que llevaba a las escaleras.
—¿Qué te hace pensar eso?
Ignoré el tono de sarcasmo.
—Pero ¿qué se suponía que iba a hacer si no volvía?
Daemon se mantuvo a mi lado mientras nos dirigíamos a la segunda planta. Ocupaba la mayor parte del estrecho espacio y los otros chicos tenían que apretarse para pasar a su lado. La verdad era que no tenía ni idea de adónde iba, porque su clase era en la primera planta.
Se inclinó y me dijo en voz baja:
—Fue una idea buena y mala a la vez. Necesita reincorporarse al mundo. Va a haber repercusiones, pero vale la pena.
Asentí con la cabeza. Daemon tenía razón en eso.
Cuando llegamos a la puerta de mi clase de Inglés, tomó un sorbo de mi café y me lo devolvió.
—Te veo a la hora de comer —dijo, y me dio un beso rápido antes de marcharse.
Observé, con un hormigueo en los labios, cómo desaparecía su cabeza morena y después entré en clase. Estaban pasando tantas cosas que me resultaba imposible concentrarme. El profesor me llamó en cierto momento, pero ni me enteré. Aunque el resto de la clase sí. Qué vergüenza.
Resultó que Dawson estaba en mi clase de Biología. Estaba sentado al lado de Kimmy y todo el mundo lo miraba. Me saludó con la cabeza al pasar y luego siguió hojeando el libro de texto. Su compañera de pupitre tenía los ojos como platos.
¿Habría recibido algún tipo de educación mientras estuvo desaparecido? Aunque tampoco importaba. Los Luxen se desarrollaban mentalmente mucho más rápido que los humanos. Era probable que perderse un curso no le afectara en absoluto.
—¿Lo ves? —Lesa se volvió en cuanto me senté detrás de ella.
—¿El qué?
—A Dawson —susurró—. Ese no es el Dawson que yo recuerdo. Siempre estaba hablando y riéndose. No leyendo un libro de Biología.
Me encogí de hombros.
—Seguramente lo habrá pasado mal. —Eso era verdad—. Y me imagino que debe de hacerle sentir incómodo volver y que todo el mundo se quede mirándolo. —También era verdad.
—No sé… —Le dio un tirón a su mochila mientras echaba un vistazo hacia el pupitre de Dawson—. Está más taciturno de lo que solía ser Daemon.
—¿Daemon era taciturno? —pregunté con un tono algo seco.
—Bueno, digamos que no era tan simpático. Antes era bastante reservado. —Se encogió de hombros—. ¡Ah! Por cierto, ¿por qué rayos ahora Dee sale con «Los antipáticos»?
«Los antipáticos» era el nombre en clave que Lesa les había puesto a Ash y Andrew cuando vine a este instituto. Apuesto a que, en otro tiempo, Daemon formaba parte de ese grupo.
—Pues… —De pronto, me apeteció leer el libro de Biología. Cada vez que pensaba en Dee, me daban ganas de llorar, ya que ahora mismo nuestra amistad estaba en estado crítico—. No lo sé. Está… distinta desde lo de Adam.
—Ni que lo digas. —Lesa negó con la cabeza—. Su forma de sobrellevar el dolor da miedo. Intenté hablar con ella ayer junto a su taquilla; pero me miró, no dijo una palabra y luego se largó.
—Vaya, lo siento.
—Sí, la verdad es que me dolió.
—Conmigo tampoco…
La puerta del aula se abrió a la vez que sonaba el timbre. En lo primero en que me fijé fue en que la persona que entró llevaba una camiseta retro de Nintendo sobre una camisa térmica gris. Me encantaban esas camisetas clásicas estampadas. Luego vi el alborotado pelo castaño dorado y los ojos color avellana.
Se me paró el corazón y empecé a oír un zumbido que se transformó en un rugido. El aula pareció quedarse sin oxígeno. Había esperado que Will volviera, pero no él.
—Anda. Mira quién está aquí —dijo Lesa mientras pasaba las manos sobre su libreta—. Blake.