7

Como era de esperar, las clases se reanudaron el lunes. No hay nada peor que regresar después de un parón inesperado y que todos los profesores se vuelvan locos para recuperar el tiempo perdido. A eso había que sumar el hecho de que Daemon y yo aún no nos habíamos reconciliado después de nuestra pelea y que, bueno, los lunes siempre eran un rollo.

Me dejé caer en mi asiento y saqué el enorme libro de trigonometría.

Carissa me miró por encima del borde de sus gafas naranja oscuro. Ya se había comprado otras nuevas.

—Pareces superemocionada de volver.

—Yupi —contesté sin entusiasmo.

Mi amiga mostró una expresión comprensiva.

—¿Cómo… cómo está Dee? He intentado hablar con ella un par de veces, pero no me devuelve las llamadas.

—A mí tampoco —añadió Lesa mientras se sentaba delante de Carissa.

Lesa y Carissa no tenían ni idea de que, en realidad, Adam no había muerto en un accidente de coche; teníamos que ocultarles la verdad.

—Ahora mismo no quiere hablar con nadie.

Bueno, aparte de Andrew. Algo tan raro que ni siquiera podía pensar en ello.

Carissa dejó escapar un suspiro.

—Ojalá hubieran celebrado el funeral aquí. Me habría encantado presentar mis respetos, ¿sabéis?

Al parecer, los Luxen no organizaban funerales. Así que nos habíamos inventado la excusa de que el sepelio sería fuera del pueblo y solo podía asistir la familia.

—Sí, qué mal —dijo mirando a Lesa—. Estaba pensando que podríamos ir al cine esta semana después de clase. Para distraerla un poco.

Asentí con la cabeza. Me parecía buena idea, pero dudaba que Dee cooperase. Además, era hora de poner en marcha el Plan A: reintroducir a Dawson en sociedad. Aunque su hermano me tenía en su lista negra, Dawson se había pasado por casa ayer y me había explicado que podíamos contar con Matthew. Probablemente no ocurriera hasta mediados de semana, pero teníamos luz verde.

—Puede que Dee no esté libre esta semana —comenté.

—¿Y eso por qué?

En los ojos oscuros de Lesa apareció un brillo de curiosidad. Me encantaba aquella chica, pero era una auténtica chismosa. Que era justo lo que yo necesitaba.

Si la gente esperaba que Dawson regresara, no se llevaría una sorpresa tan grande cuando ocurriera. Lesa se encargaría de hacer correr la voz.

—No os lo vais a creer, pero… Dawson ha vuelto a casa.

Carissa se quedó blanca como el papel y Lesa soltó una palabrota. Yo había mantenido la voz baja, pero las reacciones de mis amigas llamaron la atención del resto de la clase.

—Pues sí, al parecer está vivo. Había huido y, por fin, decidió volver a casa.

—Madre mía —susurró Carissa con los ojos muy abiertos por la sorpresa—. No puedo creérmelo. Quiero decir que es una gran noticia, pero todo el mundo pensaba que… bueno, ya sabéis.

Lesa se había quedado igual de pasmada.

—Todo el mundo pensaba que estaba muerto.

Me obligué a encogerme de hombros con indiferencia.

—Pues resulta que no.

—Caramba. —Lesa se apartó unos rizos de la cara—. No consigo hacerme a la idea. Me has dejado sin palabras. Y eso no me había pasado nunca.

Carissa hizo la pregunta que probablemente se le iba a pasar a todo el mundo por la cabeza.

—¿Beth también ha vuelto?

Negué con la cabeza, con cara de póquer.

—Al parecer, huyeron juntos, pero Dawson quiso volver y ella no. No sabe dónde está ahora.

Carissa se quedó mirándome mientras Lesa seguía jugueteando con su pelo.

—Qué… raro. —Se quedó callada un momento y se concentró en su libreta. En su rostro se dibujó una expresión extraña que no pude descifrar; aunque, después de todo, había sido una noticia sorprendente—. Puede que se fuera a Nevada. ¿No era de allí? Creo que sus padres se mudaron de nuevo allí.

—Quizá —murmuré mientras me preguntaba qué diablos se suponía que íbamos a hacer si conseguíamos liberar a Beth.

No podíamos tenerla aquí. Aunque ya tenía dieciocho años y era legalmente adulta, su familia estaba al otro lado del país.

Noté una calidez en el cuello y miré hacia la parte delantera del aula. Daemon entró unos segundos después. Se me hizo un nudo en el estómago y me obligué a no bajar la mirada. Si pretendía demostrar que era capaz de hacerle frente a las cosas malas, no podía esconderme de mi novio cuando nos peleáramos.

Daemon enarcó una ceja al pasar y ocupó su asiento detrás de mí. Me volví en la silla antes de que mis amigas pudieran acosarlo a preguntas sobre Dawson.

—Eh —dije, y luego me puse colorada, porque no había nada más patético que «eh».

Él pareció opinar lo mismo y lo demostró levantando una comisura de la boca para esbozar aquella sonrisilla burlona tan típica suya. ¿Que si me parecía sexy? Sí. ¿Exasperante? Desde luego. Me pregunté qué me diría. ¿Me gritaría por hablar con Dawson ayer? ¿Se disculparía? Porque, si se disculpaba, era probable que me sentara en su regazo allí mismo en medio de la clase. ¿O recurriría al habitual «tenemos que hablar en privado»? Aunque a Daemon le encantaba tener público, yo sabía que la cara que le mostraba al mundo no era la auténtica, y si iba a abrirse, a mostrarse totalmente vulnerable, no querría que nadie lo viera.

—Me gusta tu pelo así —me dijo.

Enarqué las cejas. Vale, eso no era lo que me esperaba. Levanté los brazos y me alisé el pelo con las manos. La única diferencia era que me había hecho la raya en medio. Nada del otro mundo.

—Esto… gracias, creo.

La sonrisita no se le borró de la cara mientras seguíamos mirándonos y, a medida que transcurrían los segundos, me fui enfadando más. ¿De verdad iba a actuar así?

—¿Querías decirme algo más? —le pregunté.

Daemon se inclinó hacia delante, deslizando los codos por el pupitre. Nuestras caras estaban apenas a unos centímetros.

—¿Quieres que diga algo?

Respiré hondo.

—Muchas cosas…

Bajó las espesas pestañas y su voz sonó suave como la seda.

—Ya me lo imagino.

¿Acaso se creía que estaba coqueteando? Entonces, volvió a hablar:

—Hay algo que a mí me gustaría que dijeras. ¿Qué tal «siento lo del sábado»?

Me entraron ganas de darle un guantazo. Había que ser arrogante. En lugar de soltar algún comentario sarcástico, le lancé una mirada de fastidio y me volví. Lo ignoré el resto de la clase e incluso me largué sin dirigirle la palabra.

Aunque, naturalmente, lo tenía dos pasos por detrás de mí en el pasillo. Toda la espalda me hormigueaba bajo su intensa mirada y, si no supiera que era imposible, habría jurado que aquello le parecía divertido.

Las clases de la mañana se me hicieron eternas. En Biología me sentí rara, puesto que el asiento situado a mi lado estaba vacío. Lesa se fijó y comentó con el ceño fruncido:

—No he vuelto a ver a Blake desde que se acabaron las vacaciones de Navidad.

Me encogí de hombros sin apartar la mirada ni un segundo de la pantalla que Matthew estaba proyectando.

—Yo tampoco.

—¿Erais superamigos y no sabes dónde se ha metido? —preguntó, incrédula.

Sus sospechas eran perfectamente comprensibles. Petersburgo era como el triángulo de las Bermudas para los adolescentes. Muchos llegaban y a algunos no se los volvía a ver, mientras que otros aparecían de nuevo como por arte de magia. En ese momento, quise irme de la lengua, como me pasaba de vez en cuando. Guardar tantos secretos estaba acabando conmigo.

—No sé qué decirte. Mencionó algo de visitar a su familia en California. Puede que decidiera quedarse. —Dios, era aterrador lo bien que se me estaba empezando a dar mentir—. Petersburgo es bastante aburrido.

—Eso está claro. —Se quedó callada un momento—. Pero ¿no te dijo si iba a volver o no?

Me mordí el labio.

—Bueno, como se podría decir que ahora Daemon y yo estamos saliendo, no he hablado mucho con Blake últimamente.

—Ajá. —En su rostro se dibujó una sonrisa de complicidad—. Daemon parece de los celosos. No creo que le gustase que fueras amiga de otro chico.

Me puse colorada.

—Oh, no le importa que tenga amigos… —Siempre y cuando no maten a sus amigos. Me froté la frente con un suspiro—. En fin, ¿cómo te va con Chad?

—¿Mi bomboncito? —Soltó una risita tonta—. Es perfecto.

Me las arreglé para centrar la conversación en Chad y lo cerca que habían estado de hacerlo. Lesa, por supuesto, quiso saber si Daemon y yo lo habíamos hecho; pero, muy a su pesar (admitió que quería vivir la experiencia indirectamente a través de mí), me negué tajantemente a hablar del tema.

Después de Biología, pasé por mi taquilla como siempre y me tomé todo el tiempo del mundo para cambiar de libros. Dudaba mucho que Dee quisiera verme la cara. Ocupar nuestros sitios habituales en la cafetería iba a ser superincómodo y, además, seguía enfadada con Daemon. Para cuando terminé de coger los libros, el pasillo estaba vacío y el murmullo de las conversaciones sonaba lejano.

Cerré la puerta de la taquilla y empecé a girarme mientras cerraba la solapa de la mochila que mi madre me había regalado por Navidad. Algo se movió al final del pasillo, que antes estaba vacío, como si hubiera salido de la nada. Vislumbré una forma alta y delgada al otro extremo del pasillo, claramente masculina, que llevaba una gorra. Algo raro, porque eso infringía el código de vestimenta del instituto. Era una de esas espantosas gorras de camionero que les molaban a los chicos hacía siglos.

La gorra llevaba escrito el nombre de una marca de ropa en letras negras y detrás de las palabras había una forma ovalada… que se parecía mucho a una tabla de surf.

Se me aceleró el pulso y parpadeé mientras retrocedía un paso. El chico había desaparecido, pero la puerta situada a la izquierda estaba cerrándose despacio.

No… no, no podía ser. Tendría que estar loco para volver, pero… Me apreté la mochila contra el costado y empecé a caminar y luego, antes de darme cuenta, estaba corriendo. Llegué a la puerta y la abrí de golpe. Me lancé hacia la barandilla y eché un vistazo. El tipo misterioso estaba en la primera planta, como si esperase junto a la puerta.

Pude ver la gorra con más claridad. Sin duda, era una tabla de surf.

A Blake le apasionaba hacer surf cuando vivía en California.

Entonces, una mano bronceada (como si esa persona se pasara la vida bajo el sol) agarró el pomo plateado y noté una sensación de familiaridad que me erizó el vello de los brazos.

«Ay, mierda».

Una parte de mi cerebro desconectó. Me costaba respirar, pero bajé los escalones de tres en tres. El pasillo estaba más concurrido en la primera planta, puesto que la gente se dirigía a la cafetería. Oí a Carissa llamarme, pero yo estaba concentrada en la parte superior de la gorra que se desplazaba hacia el gimnasio y la entrada trasera que llevaba a los aparcamientos.

Rodeé a la carrera a una pareja que estaba dándose el lote en medio del pasillo, me deslicé entre unos amigos que hablaban y perdí la gorra de vista un segundo.

«Mierda».

Todo Dios se interponía en mi camino. Choqué contra alguien, mascullé una disculpa y seguí adelante. Cuando llegué al final del pasillo, el único camino que podía haber seguido el chico era salir por la puerta. No me lo pensé dos veces. Empujé las pesadas puertas dobles y salí.

El cielo nublado le otorgaba a todo un aspecto frío y sombrío. A medida que recorría con la mirada la zona común y los aparcamientos que se extendían más allá, comprendí que el chico había desaparecido.

Solo había dos cosas en este mundo que se podían mover tan rápido: los extraterrestres y los humanos a los que habían mutado los extraterrestres.

No me cabía la menor duda de que había visto a Blake y de que él había querido que lo viera.