Al igual que la última vez que fuimos a Mount Weather, pasé la mayor parte del domingo con mi madre. Salimos a desayunar tarde y la puse al tanto de todos los detalles del baile. Cuando le hablé de la sorpresa de Daemon junto al lago, se le llenaron los ojos de lágrimas. Qué diablos, a mí también se me llenaron los ojos de lágrimas y noté un aleteo en el pecho mientras se lo contaba.
Daemon y yo nos habíamos quedado allí hasta que las estrellas se habían apagado y el cielo había adquirido un tono azul oscuro. Había sido sencillamente perfecto y las cosas que habíamos hecho durante la madrugada todavía me hacían estremecer.
—Estás enamorada —dijo mamá mientras perseguía un trozo de melón por el plato con el tenedor—. No es una pregunta. Te lo veo en los ojos.
Las mejillas se me pusieron rojas.
—Sí, es verdad.
—Has crecido demasiado rápido, cielo —me dijo con una sonrisa.
A mí no siempre me lo parecía. Sobre todo esa mañana, cuando no podía encontrar una sandalia y había estado a puntito de cogerme un cabreo monumental.
Entonces mi madre bajó la voz para que nadie la oyera.
—Tienes cuidado, ¿verdad?
Curiosamente, el cambio de tema no me dio corte. Quizá tuviera que ver con el comentario de ayer sobre «la bebé Katy desnuda sacándose los pañales». De cualquier forma, me alegré de que me lo preguntara… de que le importara. Puede que mi madre estuviera ocupada trabajando, como la mayoría de los padres solteros, pero no estaba desaparecida en combate.
—Siempre tendré cuidado con ese tipo de cosas, mamá. —Tomé un sorbo de refresco—. No quiero ninguna mini-Katy correteando por ahí.
Sus ojos se abrieron de par en par por el asombro y luego volvieron a llenarse de lágrimas. Madre mía…
—Sí que has crecido —dijo colocando una mano sobre la mía—. Y estoy orgullosa de ti.
Me gustó oír eso, porque no tenía muy claro de qué podría sentirse orgullosa como madre. Vale, iba al instituto, no me metía en líos (la mayor parte del tiempo) y sacaba buenas notas. Pero, de momento, había fracasado en el tema de la universidad, y sabía que eso la preocupaba. De todas esas otras cosas con las que yo tenía que lidiar y luchar, ella no sabía nada.
Pero aun así estaba orgullosa de mí, y yo no quería hacer nada que pudiera decepcionarla.
Cuando regresamos a casa, Daemon se pasó un rato y me costó Dios y ayuda mantener a mamá apartada de los álbumes de fotos antes de que subiera a dormir unas horas, dejándonos a Daemon y a mí a nuestro aire. La idea habría sonado bastante divertida si no fuera porque yo estaba cada vez más tensa a medida que las horas transcurrían lentamente.
Después de ponerme el pantalón de chándal negro, Daemon me pidió el ópalo, y se lo entregué.
—No me mires así —dijo sentándose al otro lado de la cama. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un fino cordel blanco—. Se me ocurrió que podría hacerte un collar para que no tengas que llevarlo en el bolsillo.
—Ah. Buena idea.
Observé cómo enrollaba el cordel alrededor del ópalo, ajustándolo de modo que sobrara suficiente cuerda a cada lado para que encajara con comodidad alrededor de mi cuello. Me quedé sentada mientras me lo ataba y luego me guardé la piedra debajo de la camiseta. Se posó un poco más arriba del fragmento de obsidiana que llevaba.
—Gracias —dije, a pesar de que seguía pensando que deberíamos habernos arriesgado a partirla.
Me sonrió.
—Creo que mañana deberíamos pasar del almuerzo e ir al cine.
—¿Eh?
—Mañana… Creo que deberíamos largarnos a mediodía.
Planear saltarnos las clases de mañana por la tarde no estaba en mi lista de prioridades y estaba a punto de señalárselo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Distrayéndome de la posibilidad de que no hubiera un mañana que me interesase, manteniendo la normalidad y, en cierto sentido, la esperanza.
Alcé las pestañas y nuestras miradas se encontraron. Sus ojos verdes brillaron con una intensidad asombrosa y luego se volvieron blancos cuando me puse de rodillas, le acuné el rostro con las manos y lo besé. Lo besé de verdad como si él fuera el mismo aire que anhelaba.
—¿A qué ha venido eso? —me preguntó cuando me senté—. No es que me queje.
Me encogí de hombros.
—Me apetecía. Y, respondiendo a tu pregunta, creo que sin duda deberíamos pasar de todo y hacer pellas.
Daemon se movió tan rápido que primero estaba sentado y, un segundo después, se erguía sobre mí, con sus brazos de acero a ambos lados de mi cabeza, mientras yo permanecía tumbada de espaldas, mirándolo.
—¿Te he dicho alguna vez que tengo debilidad por las chicas malas? —murmuró.
Los bordes de su cuerpo se volvieron borrosos, de un suave tono blanco, como si alguien hubiera cogido un pincel y hubiera dibujado un contorno difuminado a su alrededor. Un mechón de pelo le cayó hacia delante, sobre aquellos extraordinarios ojos parecidos a diamantes.
Me quedé sin aliento.
—¿Te pone el ausentismo escolar?
Cuando hizo descender su cuerpo, le vibraba con una corriente eléctrica de baja intensidad y, donde nuestros cuerpos se tocaron, saltaron chispas.
—Me pones tú.
—¿Siempre? —susurré.
Me rozó los labios con los suyos.
—Siempre.
Daemon se marchó un rato después para reunirse con Matthew y Dawson. Los tres querían repasarlo todo de nuevo y Matthew, que era un planificador obsesivo por naturaleza, quería intentarlo un par de veces más con el ónice.
Yo me quedé en casa, revoloteando alrededor de mamá como una niña pequeña mientras se preparaba para ir a trabajar. Me sentía tan necesitada de cariño que hasta la seguí fuera y la vi salir de la entrada marcha atrás en su coche.
Cuando me quedé sola, mi mirada se dirigió al parterre que bordeaba el porche. Hacía falta cambiar el mantillo descolorido y le vendría bien un buen deshierbe.
Bajé del porche, fui hasta los pequeños rosales y empecé a arrancar pétalos secos. Había oído una vez que podía ayudar a que las flores volvieran a florecer. No estaba segura de si era cierto o no, pero la monotonía de escoger las hojas con cuidado me ayudó a relajarme.
Mañana, Daemon y yo nos fugaríamos de clase a la hora de comer.
El próximo fin de semana, convencería a mi madre de que el parterre necesitaba una puesta a punto.
A principios de junio, me graduaría.
En algún momento de ese mes, me tomaría en serio lo de rellenar el papeleo para la Universidad de Colorado y le soltaría la bomba a mi madre.
En julio, me pasaría todos los días nadando con Daemon en el lago y conseguiría un bronceado a lo Jersey Shore.
Para finales de verano, las cosas habrían vuelto a la normalidad entre Dee y yo.
Y, cuando llegara el otoño, dejaría todo eso atrás. Las cosas no volverían a ser triviales. Ya no era completamente humana. Mi novio (el chico del que estaba enamorada) era un extraterrestre. Y podría llegar un momento en el que, al igual que Dawson y Blake, Daemon y yo nos viéramos obligados a desaparecer.
Pero iba a haber un mañana, una próxima semana, mes, verano y otoño.
—Solo a ti se te ocurriría estar trabajando en el jardín en un momento como este.
Me volví bruscamente al oír la voz de Blake. Estaba apoyado contra mi coche, vestido todo de negro, listo para esa noche.
Esa era la primera vez desde nuestro enfrentamiento que Blake se había acercado a mí mientras estaba sola, y mi parte alienígena respondió. Aquella sensación de ir en una montaña rusa fue aumentando en mi interior. La energía estática me hormigueó por la piel.
Mantuve la compostura.
—¿Qué quieres, Blake?
Él se rió en voz baja mientras posaba la mirada en el suelo.
—Nos vamos pronto, ¿no? Solo llego un poco temprano.
Y yo solo era un poco friki de los libros. Ya, claro.
Me limpié la suciedad de los dedos mientras lo observaba con gesto irónico.
—¿Cómo has venido?
—He aparcado al final de la calle, en la casa abandonada —explicó señalando hacia allí con un gesto de la barbilla—. La última vez que aparqué aquí, estoy casi seguro de que alguien fundió la pintura del capó de mi camioneta.
Parecía cosa de Dee y sus manos de efecto microondas. Me crucé de brazos.
—Dee y Andrew están en la casa de al lado —sentí la necesidad de señalar.
—Ya lo sé. —Sacó una mano y se la pasó por el pelo de punta—. Estabas muy guapa en el baile.
Sentí una punzada de inquietud en la tripa.
—Sí, te vi. ¿Fuiste solo?
Él asintió con la cabeza.
—Solo estuve allí unos minutos. Nunca había ido a un baile de instituto. Fue un poco decepcionante.
No dije nada.
Blake dejó caer la mano.
—¿Estás preocupada por lo de esta noche?
—¿Y quién no?
—Chica lista —dijo, y esbozó una pequeña sonrisa. Fue más bien una mueca que otra cosa—. Que yo sepa, nadie se ha infiltrado antes en ninguna de sus instalaciones ni ha llegado siquiera tan lejos como nosotros la última vez. Ningún Luxen ni híbrido, y no creo que seamos los primeros que lo intentan. Apuesto a que hay una docena de Dawson y Beth, Blake y Chris.
Se me tensaron los músculos del cuello y los hombros.
—Si se supone que intentas levantarme la moral, se te da de pena.
Blake soltó una carcajada.
—No pretendía que sonara así. Lo que quería decir es que, si lo logramos, significará que somos los más fuertes, ¿sabes? Los mejores de sus híbridos y los mejores Luxen.
Qué curioso o tal vez solo irónico, pensé, que aquello que Dédalo tenía tanto empeño en conseguir fuera lo único que podía enfrentarse a ellos.
Me metí una mano en el bolsillo y toqué los bordes cálidos y suaves del ópalo.
—En ese caso, supongo que simplemente somos asombrosos.
Blake esbozó otra sonrisa afligida y luego dijo:
—Cuento con eso.
Todos íbamos vestidos como un variopinto grupo de ninjas renegados. La piel me sudaba bajo la camiseta térmica negra de manga larga. La idea era que cuanta menos piel tuviéramos al descubierto, menor sería el impacto del ónice.
En realidad, la última vez no había resultado así, pero esa noche no íbamos a correr ningún riesgo.
El ópalo era como una roca de una tonelada en mi bolsillo.
El viaje hasta las montañas de Virginia fue tranquilo. Esta vez, incluso Blake guardó silencio. Dawson era como una bola de energía a su lado. En una ocasión (por suerte, en ese momento no había coches a nuestro alrededor), adoptó su verdadera forma y casi nos deja ciegos a todos.
Las palabras de Blake me daban vueltas en la cabeza. «Cuento con eso». Probablemente estuviera paranoica, pero me revolvieron el estómago como leche agria. Por supuesto que contaba con nosotros para lograr algo casi imposible. Él tenía tanto que ganar como nosotros.
Y, entonces, recordé la advertencia de Luc: no confiar nunca en aquellos que tienen algo que ganar o perder. Pero eso significaba que no podíamos confiar ni en él ni en nuestros amigos. Todos nosotros teníamos algo que ganar o perder.
Daemon estiró el brazo sobre la consola central y me apretó la mano, que no paraba de moverse.
No era buena idea pensar en esas cosas en ese momento. Solo estaba consiguiendo alterarme y ponerme histérica.
Le sonreí a Daemon y decidí concentrarme en nuestra tarde juntos. En realidad, no habíamos hecho nada especial. Simplemente nos acurrucamos, ambos completamente despiertos, y de alguna forma eso fue más íntimo que cualquier otra cosa. Lo de anoche y esa madrugada había sido harina de otro costal.
Daemon era un tipo creativo.
Tuve las mejillas teñidas de rojo el resto del viaje.
Los dos todoterrenos llegaron a la pequeña granja situada al pie del camino de acceso, en el que no se veía ni torta, con cinco minutos de antelación. Mientras bajábamos, Blake recibió el mensaje de confirmación de Luc.
Todo estaba listo.
En lugar de calentar, todos nos quedamos inmóviles, ahorrando energía. Ash, Andrew y Dee se mantuvieron en su todoterreno. El resto nos situamos al borde del campo cubierto de maleza.
Esperaba no pillar garrapatas.
Tras una última mirada a los Luxen del vehículo, fue hora de ponerse en marcha. Dejé que la Fuente fluyera por mi sangre y mis huesos y se propagara por mi piel. Echamos a correr en medio de la oscuridad, sin la luz de la luna en el cielo nublado. Daemon se mantuvo a mi lado, como la última vez. Lo que nos faltaba era que me tropezara con algo y fuera rodando colina abajo.
Mantuvimos un tenso silencio cuando llegamos al borde del bosque y esperamos para comprobar que solo había un guardia vigilando la valla. Esta vez fue Daemon quien lo eliminó. A continuación, llegamos hasta la valla y tecleamos el primer código.
«Ícaro».
Los cinco recorrimos el campo a la carrera, moviéndonos como fantasmas: una mancha borrosa en la visión periférica que ya había desaparecido cuando mirabas de frente.
En el grupo de tres puertas, Dawson introdujo la segunda contraseña.
«Laberinto».
Había llegado el momento de jugárnoslo a todo o nada. Todos esos meses nos habían conducido allí. ¿Nuestro entrenamiento con el ónice habría significado una mierda? Daemon me miró.
Metí la mano en el bolsillo y rodeé el ópalo con los dedos.
Atravesar el espray de ónice seguiría doliéndoles una barbaridad a los demás, pero debería ser soportable si Blake tenía razón.
La puerta se abrió con un sonido hermético y Daemon fue el primero en pasar.
Se oyó un soplido y Daemon se estremeció, pero una pierna se movió delante de la otra y llegó al otro lado. Se detuvo, echó un vistazo por encima del hombro y esbozó aquella media sonrisa.
Todos dejamos escapar un suspiro colectivo.
Cruzamos en fila la puerta protegida con ónice. Cada uno de los chicos soportó el espray con un estremecimiento y una mueca de dolor. Yo apenas sentí nada.
Una vez dentro de Mount Weather por primera vez, seguimos a Blake, que conocía la mayor parte del camino. El túnel estaba en penumbra, iluminado únicamente con pequeñas lámparas colocadas cada seis metros más o menos en las paredes de color naranja. Busqué aquellas mortíferas puertas de emergencia, pero estaba demasiado oscuro para ver nada.
Al levantar la cabeza, me fijé en que el techo tenía algo aterrador. Era brillante, como si estuviera húmedo o algo así, pero no era líquido.
—Ónice —susurró Blake—. Todo este sitio está cubierto de ónice.
A menos que hubieran hecho una remodelación masiva recientemente, aquello no podía ser una novedad para Blake. Recurrí a la Fuente, notando el ópalo contra la piel, y esperé a sentir el enorme subidón de energía mientras recorríamos a toda prisa el túnel.
Solo sentí una diminuta chispa de energía extra, nada comparado a cómo había sido cuando Daemon y yo lo habíamos comprobado. Se me cayó el alma a los pies mientras nos aproximábamos al final del largo túnel. Tenía que tratarse de todo ese ónice: de algún modo, estaba debilitando al ópalo.
En el extremo, el túnel se dividía en un cruce. Los ascensores estaban en el centro. Matthew se fue acercando poco a poco a la abertura y comprobó primero el lugar.
—Despejado —dijo, y entonces desapareció. Se movió tan rápido que, cuando pulsó el botón del ascensor, mis ojos no pudieron seguirle la pista hasta que estuvo de nuevo junto a nosotros.
Cuando las puertas se abrieron, nos movimos a la vez, llenando el ascensor de acero. Al parecer, las escaleras estaban protegidas con contraseñas y me pregunté qué rayos haría la gente para salir en caso de emergencia.
Recorrí el ascensor con la mirada y noté algunas partes brillantes de color rojo negruzco en la parpadeante luz del techo. En cierto modo, pensé que iban a rociarnos con ónice mientras esperábamos, pero no fue así.
La mano de Daemon rozó la mía y lo miré.
Me guiñó un ojo.
Negué con la cabeza mientras cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro, inquieta. Aquel parecía el ascensor más lento del mundo. Yo podría calcular una fórmula de Trigonométría más rápido.
Daemon me apretó la mano, como si pudiera sentir mi nerviosismo.
Me puse de puntillas, le ahuequé una mano sobre la mejilla e incliné su cabeza hacia la mía. Le di un beso profundo y sin reservas.
—Para que nos dé suerte —le dije después de apartarme, con la respiración un tanto entrecortada.
En sus ojos color esmeralda brillaron un millar de promesas que me provocaron un tipo de escalofríos completamente diferente. Cuando volviéramos a casa, íbamos a pasar un poco de tiempo a solas sí o sí.
Porque volveríamos a casa, todos. No podía haber otro resultado.
Por fin, las puertas del ascensor se abrieron dejando ver una pequeña sala de espera. Paredes blancas. Techo blanco. Suelo blanco.
Nos habíamos metido en un manicomio.
—Me encantan los colores que han usado —comentó Matthew.
En los labios de Daemon se dibujó una sonrisa de complicidad.
Su hermano se adelantó y se detuvo en la puerta. No había forma de saber qué nos aguardaba al otro lado. Con ese código, iríamos a ciegas.
Pero habíamos llegado hasta allí. Me recorrió un estremecimiento de emoción.
—Ten cuidado, hermano —dijo Daemon—. Vamos a tomárnoslo con calma.
Dawson asintió.
—Yo nunca he estado aquí. ¿Blake?
El aludido se situó a su lado.
—Debería haber otro túnel, más corto y más ancho, con puertas a la derecha. Celdas, en realidad, equipadas con una cama, un televisor y un baño. Habrá unas veinte habitaciones. No sé si las otras están ocupadas o no.
¿Otras? No había pensado en eso. Miré a Daemon.
—No podemos dejarlos aquí.
Antes de que él pudiera responder, Blake intervino.
—No tenemos tiempo, Katy. Llevarnos a demasiados nos retrasará, y no sabemos en qué condiciones están.
—Pero…
—Por una vez, estoy de acuerdo con Blake. —Daemon le hizo frente a mi mirada de asombro—. No podemos, gatita. Ahora no.
Aquello no me parecía bien, pero no podía echar a correr por el pasillo liberando gente. No lo habíamos planeado y disponíamos de un tiempo limitado. Era un asco… aún peor que la gente que pirateaba libros, peor que esperar un año por el siguiente libro de una serie favorita y peor que un final con un cliffhanger brutal. Pero marcharnos de allí, sabiendo que probablemente estaríamos dejando atrás a gente inocente me perseguiría para siempre.
Blake respiró hondo y tecleó el último código.
«Dédalo».
El sonido de varios cerrojos volviendo a su sitio rompió el silencio y una luz situada encima de la puerta, a la derecha, se puso verde.
Mientras Blake abría poco a poco la puerta, Daemon se situó delante de mí. Matthew se colocó de repente detrás de mí y quedé escudada. Pero ¿qué…?
—Despejado —anunció con tono de alivio.
Cruzamos la puerta y descubrimos que tenía otro escudo de ónice. Ahora teníamos dos por los que hacer pasar a los otros. Aquello no iba a ser fácil.
El túnel era como el de arriba, pero todo blanco, y, como nos había informado Blake, era más corto y más ancho. Todos se movieron salvo yo. Lo habíamos conseguido… estábamos aquí. El estómago se me revolvió y me hormigueó la piel.
Casi no podía creérmelo.
Me sentía feliz e inquieta al mismo tiempo y noté el impulso de la Fuente respondiendo, pero alcanzó su punto máximo y luego se debilitó rápidamente. La cantidad de ónice que había en ese edificio era una locura.
—La tercera celda es la de ella —dijo Blake a la vez que bajaba corriendo por el pasillo hacia el último grupo de puertas.
Di media vuelta y contuve el aliento mientras Dawson estiraba la mano hacia el pomo revestido de ónice y lo giraba. No opuso resistencia.
Dawson entró en la habitación. Las piernas apenas lo sostenían, le temblaba todo el cuerpo y la voz se le quebró al hablar.
—¿Beth?
Aquella única palabra, aquel único sonido, salió de lo más profundo de su ser y todos nos quedamos inmóviles, conteniendo de nuevo el aliento.
Por encima de su hombro, vi una forma delgada incorporarse en una cama estrecha. Cuando quedó a la vista, por poco me pongo a vitorear. Quise hacerlo, porque era ella, era Beth… pero no se parecía en nada a como estaba la última vez que la vi.
No tenía el pelo castaño greñudo ni grasiento, sino recogido en una coleta lisa. Algunos mechones se habían soltado y enmarcaban un rostro pálido y menudo. Una parte enorme de mí temía que no reconociera a Dawson, que fuera la chica desquiciada que yo había conocido. Había estado preparándome para lo peor. Que incluso atacara a Dawson.
Sin embargo, cuando vi los ojos oscuros de Beth, no estaban vacíos como lo habían estado en casa de Vaughn. Tampoco tenían la aterradora mirada inexpresiva de los de Carissa.
Una chispa de reconocimiento prendió en los ojos de Beth.
El tiempo se detuvo para los dos y luego se aceleró. Dawson avanzó tambaleándose y pensé que iba a caer de rodillas. Abría y cerraba las manos a los costados como si no pudiera controlarlas.
Lo único que pudo decir fue:
—Beth.
La chica se levantó rápidamente de la cama, nos miró y luego sus ojos se posaron en Dawson y no se movieron de allí.
—¿Dawson? ¿Eres…? No lo entiendo.
Se movieron como si fueran uno solo; se lanzaron hacia delante y recorrieron la distancia que los separaba al mismo tiempo. Se abrazaron y Dawson la levantó en el aire hundiendo la cara en el cuello de la chica. Intercambiaron palabras, pero sus voces estaban cargadas de emoción y hablaban demasiado bajo y demasiado rápido para entenderlos. Se aferraban el uno al otro de tal forma que supe que nunca se soltarían.
Dawson levantó la cabeza y dijo algo en su idioma, y sonó igual de hermoso que cuando Daemon lo hablaba. Entonces la besó y me sentí como una intrusa mirándolos, pero no podía apartar la vista. Había tanta belleza en aquella reunión, en la forma en que Dawson le cubrió de besitos la cara y las lágrimas que se amontonaban en las mejillas de ella…
Las lágrimas también subieron por mi garganta y me hicieron arder los ojos. Lágrimas de felicidad que me empañaron la vista. Sentí que Matthew me colocaba la mano sobre el hombro y apretaba. Asentí, sorbiéndome la nariz.
—Dawson —lo llamó Daemon con tono de apremio, recordándonos a todos que se nos estaba acabando el tiempo.
Dawson se separó, la cogió de la mano y se volvió a la vez que una avalancha de preguntas brotaba de la boca de Beth.
—¿Qué estáis haciendo? ¿Cómo habéis entrado? ¿Lo saben? —Y seguía dale que dale mientras Dawson, que sonreía como un idiota, intentaba mantenerla calmada.
—Después —le dijo—. Pero tenemos que atravesar dos puertas y va a doler…
—Los escudos de ónice, ya lo sé.
Bueno, eso resolvía ese problema.
Me volví cuando Blake regresó cargando el cuerpo de un chico Luxen de pelo oscuro. Una mancha rojiza recorría la mandíbula del adolescente.
—¿Está bien?
Blake asintió. Tenía la piel alrededor de los labios tensa y pálida.
—No… no me ha reconocido. He tenido que hacer que se callara.
Una minúscula grieta se abrió en mi corazón. La expresión de los ojos de Blake era increíblemente desesperanzada y sombría, sobre todo cuando miró a Dawson y Beth. Todo lo que había hecho, mentir, engañar y asesinar, todo había sido por el chico que llevaba en brazos. Alguien a quien consideraba un hermano. Una vez más, detesté sentir compasión por Blake.
Pero lo compadecía.
Beth levantó la vista y la retahíla de preguntas se detuvo.
—No puedes…
—Tenemos que irnos. —Blake la interrumpió y pasó a nuestro lado con paso decidido—. Se nos está acabando el tiempo.
Y así era. Aquel recordatorio fue como un latigazo y le dediqué a la otra chica lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora.
—Tenemos que irnos. Ya. Todo lo demás puede esperar.
Beth estaba negando enérgicamente con la cabeza.
—Pero…
—Tenemos que irnos, Beth. Lo entendemos. —Beth respondió a las palabras de Dawson con un gesto afirmativo de la cabeza, pero los ojos se le estaban llenando de pánico.
La urgencia nos bombeó adrenalina por las venas, y, sin más demora, los cinco emprendimos el regreso por el pasillo. Daemon introdujo rápidamente el código en el panel de la pared y la puerta se abrió.
La sala de espera totalmente blanca ya no estaba vacía.
Simon Cutters estaba allí: el desaparecido y dado por muerto Simon Cutters, más grande y corpulento que nunca. Nos pilló a todos desprevenidos. Daemon retrocedió un paso. Matthew se detuvo de golpe. A mí no me cabía en la cabeza… ¿Cómo era posible que siguiera vivo y por qué estaba allí plantado, como si estuviera esperándonos?
Se me empezó a erizar el vello de los brazos.
—Mierda —dijo Daemon.
Simon sonrió.
—¿Me habéis echado de menos? Yo a vosotros sí.
Y entonces levantó un brazo. La luz se reflejó en el brazalete de metal que llevaba. Un ópalo relució, casi idéntico al que me rodeaba el cuello. Todo sucedió muy rápido. Simon abrió la mano y fue como si me azotara un viento huracanado. Me levantó por los aires y me arrojó hacia atrás. Me estrellé contra la puerta más cercana y me golpeé la cadera con el pomo de metal. Sentí un estallido de dolor que me dejó sin aliento mientras chocaba contra el suelo.
Ay, Dios mío… Simon era…
Mi cerebro se esforzaba por seguir el ritmo de lo que estaba ocurriendo. Si Simon tenía un ópalo, entonces eso quería decir que tenían que haberlo mutado. Probablemente no habría conseguido atacarnos si no nos hubiera sorprendido tanto verlo. Era como con Carissa. Simon era la última persona a la que esperaba encontrarme.
Daemon se estaba poniendo en pie un par de metros pasillo abajo, al igual que Matthew. Dawson tenía a Beth pegada contra la pared. Blake estaba más cerca y usaba su cuerpo para escudar el de Chris.
Me incorporé y me estremecí cuando una punzada de dolor me bajó por la pierna. Intenté levantarme, pero mi pierna cedió. Blake se acercó a mí y me agarró antes de que me estrellara contra el suelo por segunda vez.
Simon entró en el pasillo y sonrió.
Daemon se puso de pie tambaleándose.
—Estás muerto —dijo.
—Vaya, creo que eso me tocaba decirlo a mí —respondió Simon. Una descarga de energía salió de su mano, y grité el nombre de Daemon. Este evitó un impacto directo por los pelos.
Las pupilas de Daemon estaban empezando a ponerse blancas. Se echó hacia atrás y un arco de energía surcó el pasillo con una luz roja blanquecina. Simon lo esquivó, riéndose.
—Vas a agotarte, Luxen —se burló.
—No antes que tú.
Simon le guiñó un ojo; entonces se volvió hacia nosotros y extendió de nuevo la mano. Blake y yo nos deslizamos hacia atrás. Empecé a caerme y él me agarró. De alguna forma, su brazo terminó alrededor de mi cuello. Sentí un tirón y, acto seguido, Daemon apareció a mi lado y me empujó detrás de él.
—Esto no va bien —dijo Blake, acercándose poco a poco a Simon—. Se nos está acabando el tiempo.
—No me digas —le espetó Daemon.
Dawson arremetió contra Simon, pero este lo lanzó hacia atrás, riéndose. Era como un híbrido dopado con esteroides. Otro torrente de energía voló hacia Blake y luego hacia Matthew. Ambos echaron cuerpo a tierra para evitar ser alcanzados. Simon siguió avanzando, sin dejar de sonreír. Levanté la mirada y nuestros ojos se encontraron. Los suyos carecían de toda emoción humana. Eran irreales. Inhumanos.
Y muy fríos.
¿Cómo lo habían mutado? ¿Cómo había funcionado? ¿Y cómo lo había convertido eso en ese monstruo sin sentimientos? Había tantas preguntas, y ninguna de ellas importaba en ese preciso momento. El agonizante dolor me impedía concentrarme, incluso mantenerme de pie.
La sonrisa de Simon se ensanchó y me recorrió un escalofrío mientras recurría a la Fuente y la sentía responder en el fondo de mi ser. Antes de poder liberarla, Simon abrió la boca.
—¿Quieres jugar, Katy?
—A la mierda —gruñó Daemon.
Daemon fue muchísimo más rápido que yo. Pasó como una exhalación junto a Blake y Matthew, dejando atrás a Dawson y Beth. Moverse tan rápido tenía que afectarle con todo ese ónice, pero era como un relámpago. Medio segundo después, estaba delante de Simon, con las manos a ambos lados de la cabeza del otro chico.
Un escalofriante crujido resonó por el pasillo.
Simon se desplomó en el suelo.
Daemon retrocedió un paso, jadeando.
—Nunca me gustó ese cretino.
Me tambaleé hacia un lado, con el corazón acelerado, mientras la Fuente se agitaba inquieta en mi interior. Tragué saliva con dificultad, con los ojos como platos.
—Es… Era…
—No tenemos tiempo. —Dawson tiró de Beth por el pasillo hacia la sala de espera—. Ya sabrán que estamos aquí.
Blake levantó a Chris en brazos y le echó un vistazo a Simon al pasar junto al cuerpo tendido boca abajo. No dijo nada, pero ¿qué se podía decir?
Se me hizo un nudo en el estómago a la vez que el pánico amenazaba con apoderarse de mí. Me obligué a avanzar, ignorando el agudo dolor que me subía y me bajaba por la pierna.
—¿Estás bien? —me preguntó Daemon, entrelazando sus dedos con los míos—. Te has dado un buen golpe.
—Estoy bien. —Estaba viva y podía caminar, así que eso tenía que indicar que estaba bien—. ¿Y tú?
Asintió con la cabeza mientras entrábamos en la sala de espera. Usar el ascensor me aterraba tanto que pensé que iba a vomitar, pero no había puertas que condujeran a las escaleras. Nada. No teníamos alternativa.
—Vamos. —Matthew se metió en el ascensor, con la cara pálida—. Tenemos que prepararnos para cualquier cosa en cuanto las puertas se abran.
Daemon asintió.
—¿Cómo estáis todos?
—Yo no me siento del todo bien —contestó Dawson abriendo y cerrando la mano libre—. Es el maldito ónice. No sé cuánto más podré aguantar.
—¿Qué rayos le pasaba a Simon? —le espetó Daemon a Blake mientras el ascensor se ponía en marcha con una sacudida—. Apenas parecía afectarle el ónice.
Blake negó con la cabeza.
—Ni idea, tío. Ni idea.
Beth no paraba de balbucir algo, pero yo no podía prestarle atención. El pánico iba aumentando en mi estómago, propagándose por mis extremidades. ¿Cómo no iba a saberlo Blake? Sentí que Daemon se movía a mi lado, y luego sus labios me rozaron la frente.
—Todo va a salir bien. Ya casi estamos fuera. Lo hemos conseguido —me susurró Daemon al oído, y la tensión fue abandonándolo, y a mí también. Entonces sonrió. Fue una sonrisa de verdad, tan amplia y hermosa que mis labios se curvaron en respuesta—. Te lo prometo, gatita.
Cerré los ojos un momento, absorbiendo sus palabras y aferrándome a ellas. Necesitaba creer en ellas, porque estaba a punto de darme un ataque. Tenía que mantener la compostura. Estábamos a un túnel de distancia de la libertad.
—¿Tiempo? —preguntó Blake.
Matthew comprobó su reloj.
—Dos minutos.
Las puertas se abrieron con un sonido de succión y el largo y estrecho túnel apareció, gracias a Dios, maravillosamente vacío y desprovisto de más sorpresas desagradables. Blake y su carga fueron los primeros en salir, con zancadas largas y rápidas. Daemon y yo ocupamos el flanco con Matthew delante de Dawson y Beth, por si pasaba algo.
—Quédate detrás de mí —me indicó Daemon.
Asentí, manteniendo los ojos bien abiertos. Nos movíamos tan rápido que el túnel no era más que un borrón. La pierna me dolía más a cada paso que daba. Cuando Blake llegó a la puerta del medio, se echó a Chris al hombro e introdujo la clave. La puerta traqueteó y luego se abrió.
Blake se quedó allí, envuelto en la oscuridad de la noche. En sus brazos, el inmóvil Luxen estaba pálido y apenas parecía seguir vivo, pero sería libre en cuestión de segundos. Blake por fin había conseguido lo que quería. Nuestros ojos se encontraron a través de la distancia. Algo se agitó en aquellas motas verdes.
Un enorme mal presentimiento arraigó y se extendió con rapidez. De inmediato, me llevé la mano al ópalo que me rodeaba el cuello y lo único que noté fue la cadena de la que colgaba el fragmento de obsidiana.
Las comisuras de los labios de Blake se curvaron lentamente hacia arriba.
El corazón se me aceleró y el estómago se me revolvió tan rápido que pensé que iba a vomitar. Esa sonrisa… Esa sonrisa parecía decir: «Os pillé». Una oleada de terror desenfrenado me heló la piel. Pero no podía ser. «No, no, no. No puede ser…»
Blake ladeó la cabeza mientras daba un paso atrás. Abrió la mano libre y el fino cordel blanco se desenrolló, deslizándose entre sus dedos. El ópalo quedó allí colgando, en su poder.
—Lo siento —dijo, y de verdad parecía arrepentido. Aquello era increíble—. Tenía que ser así.
—¡Hijo de puta! —bramó Daemon, soltándome. Se lanzó hacia delante, yendo a por Blake de una forma que estuve segura de que acabaría con un derramamiento de sangre.
Una sensación de calor me brotó entre los pechos, inesperada e igual de aterradora que un ejército de soldados del Departamento de Defensa. Me saqué la obsidiana de la camiseta de un tirón. Brillaba con un tono rojo.
Daemon se paró en seco, gruñendo.
La oscuridad que se extendía detrás de Blake se espesó y se estiró, introduciéndose poco a poco en la entrada del túnel. La negrura se deslizó por las paredes. Las lámparas soltaron chispas y se apagaron. Las sombras descendieron hasta el suelo y se alzaron alrededor de Blake. Sin tocarlo. Sin detenerlo. El humo creó columnas primero y luego formas humanas. Sus pieles eran como oscuros pegotes de aceite, lisas y brillantes.
Unos Arum tomaron forma alrededor de Blake… siete Arum. Todos iban vestidos igual. Pantalones oscuros. Camisas oscuras. Gafas de sol ocultándoles los ojos. Uno tras otro, sonrieron.
Ignoraron a Blake.
Lo dejaron marchar.
Blake desapareció en la noche mientras los Arum se lanzaban hacia delante.
Daemon arremetió contra el primero de frente. Su forma humana se desvaneció con un parpadeo a la vez que lanzaba al Arum contra la pared. Dawson empujó a Beth a un lado mientras le hacía frente a un Arum que se aproximaba y lo derribaba.
Matthew se agachó y sacó un estrecho trozo de obsidiana, con forma de punta afilada. Dio media vuelta y lo hundió en el vientre del Arum situado más cerca. El Arum se irguió y perdió su forma humana mientras se elevaba hacia el techo bajo. Se quedó allí suspendido un momento y luego se hizo añicos como si solo estuviera compuesto de frágiles huesos.
Salí de mi ensimismamiento.
Puesto que ninguno, incluyéndome a mí, podría depender de la Fuente durante mucho tiempo, aquello sería una especie de combate cuerpo a cuerpo. Tiré de la obsidiana que me rodeaba el cuello y la cadena se partió justo cuando uno de los Arum me alcanzó. Vi mi pálido rostro reflejado en sus gafas de sol oscuras y busqué la Fuente en mi interior.
El Arum extendió la mano y una luz color rojo blanquecino surgió de mí, haciéndolo retroceder y tirándolo de culo. La energía manó como un río desbordado. El ónice había disminuido el impacto y el Arum se puso en pie mientras Daemon acababa con el que estaba luchando con él. Otra explosión de humo negro sacudió el pasillo.
El Arum que yo había derribado estaba de nuevo delante de mí, sin las gafas de sol. Sus ojos eran de un azul superpálido, del color del cielo en invierno. Y eran igual de fríos que los de Simon, si no más.
Di un paso atrás, aferrando el fragmento de obsidiana con la mano.
El Arum sonrió y entonces se giró hacia un lado, estiró la pierna y me golpeó la extremidad herida. Solté un grito de dolor mientras la pierna cedía. Empecé a caer, pero el Arum me agarró por el cuello y levantó en el aire. Más allá de él, vi cómo Daemon se volvía, bullendo de rabia, y divisé el Arum que se alzaba a su espalda.
—¡Daemon! —grité enterrando el trozo de obsidiana en el pecho del Arum que me sujetaba.
El Arum me soltó al mismo tiempo que Daemon se daba la vuelta y esquivaba al otro. Choqué contra el suelo de cemento por enésima vez mientras el Arum se hacía pedazos con tal fuerza que apartó el pelo de mi cara.
Daemon agarró por los hombros al enemigo que tenía más cerca y lo arrojó varios metros por detrás de mí mientras yo me levantaba sobre mis tambaleantes piernas. La mano me temblaba alrededor de la obsidiana caliente.
—¡Vamos! ¡Tenemos que irnos! —Dawson agarró a Beth y se dirigió hacia la puerta, esquivando a un Arum—. ¡Ya!
No hacía falta que me lo dijera dos veces. Nunca podríamos ganar esa batalla. No cuando no nos quedaba tiempo y todavía seguían en pie cuatro Arum, a los que era evidente que no les afectaba el ónice.
Hice el dolor a un lado y empecé a caminar. Conseguí dar un par de pasos antes de que me agarraran la pierna por detrás. Me fui al suelo rápido y con fuerza y solté la obsidiana para impedir que mi cara se estrellara contra el cemento. El frío contacto del Arum se filtró a través del pantalón de chándal y me subió por la pierna mientras me sujetaba más fuerte el tobillo.
Me giré de costado y le di una patada con la pierna buena, alcanzándolo en la cara. Oí un satisfactorio crujido húmedo y el Arum me liberó. Me puse en pie a toda prisa, apretando los dientes por el dolor, mientras me dirigía hacia Daemon. Él se había dado la vuelta y estaba regresando a por mí cuando un zumbido grave retumbó por todo el edificio y fue aumentando de intensidad cada vez más hasta que se convirtió en lo único que podíamos oír. Todos nos quedamos inmóviles. El túnel se inundó de luz y, al fondo, unas cerraduras automáticas encajaron en su sitio. El constante golpeteo se prolongó en una sucesión interminable.
—No —dijo Matthew mirando rápidamente hacia el camino por el que habíamos venido—. No.
Daemon clavó la mirada detrás de mí. Me volví y vi un destello en el túnel, que chisporroteó y formó una pared de reluciente luz azul. Una tras otra, cada tres metros más o menos, una y otra vez…
La luz azul se posó sobre uno de los Arum, a poca distancia por detrás de mí. Lo atrapó y la luz aumentó de intensidad. Se oyó un fuerte chasquido, como cuando una mosca cae en una de esas trampas eléctricas.
—Madre mía —musité.
El Arum había desaparecido… simplemente se había esfumado.
«No os acerquéis a las luces azules», había dicho Blake. «Son láseres. Os harían pedazos».
Daemon se tambaleó hacia delante, extendiendo las manos hacia mí, pero ya era demasiado tarde. Antes de que pudiera alcanzarme, y apenas a un palmo de mi cara, apareció una cortina de luz azul. El calor que desprendía me echó el pelo hacia atrás. Daemon dejó escapar un grito de sorpresa y yo me aparté bruscamente.
No podía creérmelo. Era imposible. Me negaba a creerlo. Daemon estaba al otro lado de la luz, más cerca de la salida, mientras que yo… yo estaba a este lado, el lado equivocado.
Los ojos de Daemon se encontraron con los míos y la expresión que vi en ellos, el horror que se reflejó en sus extraordinarios ojos verdes, me partió el corazón en un millar de pedazos inútiles. Él lo entendía… ay, Dios mío, él entendía lo que estaba pasando. Estaba atrapada con el resto de los Arum.
Se oyeron gritos. Unos pies con botas aporrearon el suelo. Parecían llegar de todas partes: de delante de nosotros, de detrás y de todas las esquinas. Pero no pude volverme para comprobarlo, no pude mirar detrás de mí ni apartar la vista de Daemon.
—Kat —susurró. Suplicó, en realidad.
Unas estridentes sirenas retumbaron.
Daemon reaccionó rapidísimo, pero, por una vez en su vida, no fue lo bastante rápido. No podía. Las puertas de emergencia comenzaron a deslizarse desde arriba y desde abajo. Daemon se lanzó a un lado y golpeó con la palma de la mano un diminuto panel de control. No funcionó. Las compuertas siguieron cerrándose. La luz azul era como una corriente de destrucción que nos separaba. Daemon se volvió hacia mí. Se abalanzó hacia el escudo azul, y dejé escapar un grito ahogado. ¡Los láseres lo destruirían si lo tocaban!
Extraje todo lo que pude de la Fuente y extendí una mano, haciendo caso omiso del calor. Empujé a Daemon con las fuerzas y la voluntad que me quedaban y mantuve su tenso cuerpo alejado de las luces azules hasta que Matthew reaccionó y lo agarró por la cintura. Me deslicé hasta el suelo y caí de rodillas. Daemon se volvió loco, empezó a lanzar puñetazos y a arrastrar a Matthew mientras luchaba por avanzar, pero Matthew lo apartó de la luz y consiguió ponerlo de rodillas.
Ya era demasiado tarde.
—¡No! ¡Por favor! ¡No! —rugió, y la voz se le quebró de una forma que no había oído nunca—. ¡Kat!
Las voces y el retumbar de las pisadas estaban acercándose, igual que la escalofriante frialdad de los Arum. Los sentía a lo largo de la espalda, pero no podía apartar la mirada de Daemon.
Nuestros ojos se fundieron y nunca, jamás, podría olvidar el terror que vi en los suyos, la expresión de absoluta impotencia. A mí todo aquello me parecía surrealista, como si no me estuviera pasando. Intenté sonreírle, pero no estoy segura de si lo conseguí.
—Todo va a ir bien —susurré con los ojos llenos de lágrimas. Las compuertas estaban saliendo del techo y del suelo—. Todo va a ir bien.
Los ojos verdes de Daemon estaban vidriosos. Extendió el brazo, con los dedos separados, pero no llegó a tocar el láser ni la puerta.
—Te quiero, Katy. Siempre te he querido y siempre te querré —dijo con la voz grave y ronca por el pánico—. Volveré a por ti. Te…
Las puertas de emergencia se cerraron con un ruido sordo.
—Te quiero —contesté, pero Daemon… Daemon había desaparecido.
Había desaparecido al otro lado de las compuertas y yo estaba atrapada… con los Arum y Dédalo. Durante un instante, no pude pensar, no pude respirar. Abrí la boca para gritar, pero el terror me invadió ahogando el sonido.
Me volví despacio y levanté la cabeza mientras una lágrima me bajaba por la mejilla. Un Arum se erguía a mi espalda, con la cabeza ladeada. No pude verle los ojos detrás de las gafas de sol, y me alegré de ello.
La criatura se arrodilló y, más allá de él y los otros Arum, pude ver hombres con uniformes negros. El Arum estiró un brazo y me deslizó un gélido dedo por la mejilla, siguiendo la lágrima. Me eché hacia atrás, pegándome a las puertas de emergencia.
—Esto te va a doler —dijo el Arum.
Se inclinó hacia mí, su cara quedó a unos centímetros de la mía y pude notar su aliento frío contra la boca.
—Dios mío —susurré.
Un estallido de dolor envolvió cada célula de mi cuerpo y se me escapó el aire de los pulmones. Me quedé allí inmóvil, sin poder apartarme. Los brazos no me funcionaban. Alguien me agarró por un costado, pero yo no podía sentir nada. Me parecía que seguía gritando, pero no oía ningún sonido. Estaba sin fuerzas, sin esperanzas.
Sin Daemon.