32

El libro escapó de mis dedos inertes y cayó al suelo. El golpe retumbó en mi interior, a mi alrededor. Inhalé bruscamente, pero los feroces latidos de mi corazón contra las costillas no dejaban pasar el aire.

Mis ojos tenían que estar engañándome. No podía estar aquí. Y no podía tener ese aspecto. Era Will… Era él, pero no lo era. Le había ocurrido algo espantoso.

Estaba sentado encorvado sobre la mesa de espaldas a la nevera. La última vez que lo había visto, su pelo castaño oscuro era abundante y ondulado, con un toque de gris en las sienes. Ahora, partes del cráneo brillaban bajo una fina capa de pelo de un tono castaño desvaído.

Will… Will había sido un hombre atractivo, pero el hombre que estaba sentado delante de mí había envejecido de manera espectacular. Tenía la piel cetrina y tirante sobre la cara. No contaba con grasa ni ningún tipo de forma y me recordó a los adornos de esqueletos que se usan para asustar a los niños en Halloween. Le había salido algún tipo de sarpullido en la frente que parecía una mancha de frambuesas. Tenía los labios increíblemente delgados, al igual que los brazos y los hombros.

Solo sus ojos eran como los recordaba. De color azul pálido, llenos de fuerza y determinación, estaban clavados en mí. Algo más endurecía su mirada. ¿Resolución? ¿Odio? No estaba segura, pero lo que brillaba en el fondo de aquellos ojos me dio más miedo que hacerle frente a una horda de Arum.

Will soltó una risa seca que sonó dolorosa.

—Da gusto verme, ¿eh?

No sabía qué hacer ni decir. Por muy aterrador que fuera que estuviera allí, no estaba en condiciones de hacerme nada. Eso me dio un poco de confianza.

Se recostó contra la silla. Aquel movimiento pareció dolerle y dejarlo sin aliento.

—¿Qué te ha pasado? —le pregunté.

Will se quedó mirándome un buen rato antes de deslizar una mano sobre la mesa.

—A una chica lista como tú no le hace falta preguntarlo, Katy. Es evidente. La mutación no se mantuvo.

Eso lo entendía, pero no explicaba por qué parecía el guardián de la cripta.

—Tenía planeado regresar después de unas cuantas semanas. Sabía que la enfermedad sería dura… Sabía que necesitaba tiempo para aprender a controlarlo. Entonces volvería y seríamos una gran familia feliz.

Me atraganté.

—Nunca te lo habría permitido.

—Es lo que tu madre quería.

Apreté los puños.

—Al principio, pareció funcionar. —Un ataque de tos sacudió su frágil cuerpo y casi pensé que iba a caerse—. Pasaron las semanas y las cosas que podía hacer… —Una débil y frágil sonrisa separó sus labios resecos—. Mover objetos con un gesto de la mano, correr kilómetros sin sudar siquiera… Me sentía mejor que nunca. Todo había encajado tal como había planeado, como había pagado.

Mi mirada de horror recorrió su pecho hundido.

—En ese caso, ¿qué te ha pasado?

Se le crispó el brazo izquierdo.

—La mutación no permaneció, pero eso no quiere decir que no me cambiara a nivel celular. Algo que había querido evitar acabó siendo… impulsado por la mutación. Mi cáncer —dijo haciendo una mueca—. Mi cáncer estaba en remisión. Las previsiones de una recuperación completa eran altas, pero cuando la mutación desapareció… —Agitó una débil mano a su alrededor—. Sucedió esto.

Me quedé mirándolo, asombrada.

—¿Tu cáncer volvió?

—A lo bestia —contestó riéndose con aquel sonido espantoso y frágil—. No se puede hacer nada. Mi sangre es como una toxina. Los órganos están fallándome a un ritmo anormal. Al parecer, la teoría de que el cáncer está vinculado al ADN puede tener alguna base.

Cada palabra que pronunciaba parecía dejarlo agotado y no me cabía ninguna duda de que estaba a un paso, puede que dos, de la tumba. La compasión se apoderó de mí a mi pesar. ¿No era una putada que todo lo que había hecho para garantizar su salud hubiera acabado conduciéndolo a la muerte?

Negué con la cabeza. Menuda ironía.

—Si hubieras dejado las cosas como estaban, estarías bien.

Sus ojos se encontraron con los míos.

—¿Quieres restregármelo en la cara?

—No. —Y era la verdad. En todo caso, aquello me asqueaba—. Pero es triste, muy triste.

Se puso tenso.

—No quiero tu lástima.

Vale. Me crucé de brazos.

—Y ¿qué quieres?

—Quiero venganza.

Alcé las cejas de golpe.

—¿Por qué? Te lo buscaste tú solo.

—¡Lo hice todo bien! —Dio un puñetazo sobre la mesa, sacudiéndola y sorprendiéndome. Bueno, era más fuerte de lo que parecía—. Lo hice todo bien. Fue él… Daemon. No hizo lo que suponía que tenía que hacer.

—Te curó, como querías.

—¡Sí! ¡Me curó! Y eso me proporcionó una mutación temporal. —Otro ataque de tos le impidió hablar—. No… no me mutó. Lo que hizo fue… conseguir lo que él quería y ganar suficiente tiempo para creer que se había salido con la suya.

Lo miré, sin dar crédito a lo que oía.

—Todo este asunto de la curación y la mutación no es una ciencia exacta.

—Tienes razón. El Departamento de Defensa ha dedicado organizaciones completas a descubrir cómo crear un híbrido con éxito. —Nada que no supiéramos ya—. Pero Daemon es el más fuerte. No había ningún motivo para que no funcionara.

—No había forma de saber qué iba a ocurrir.

—No finjas que no tienes ni idea —me espetó—. Ese cretino sabía lo que estaba haciendo. Lo vi en sus ojos. Solo que en ese momento no supe qué significaba.

Aparté la mirada y luego me volví de nuevo hacia él.

—Tiene que haber auténtico deseo en la curación para que resulte. Nada más funciona… o, por lo menos, eso es lo que tengo entendido.

—Eso es una gilipollez mística.

—¿Tú crees? —Lo recorrí con la mirada. Sí, estaba comportándome como una bruja, pero él me había encerrado en una jaula, me había torturado y se había acostado con mi madre para conseguir lo que quería. Sentía compasión por aquel tipo; pero, de una manera retorcida, había recibido su merecido—. Porque no lo parece.

—Qué arrogante eres, Katy. La última vez que te vi, estabas gritando a pleno pulmón. —Sonrió de nuevo mientras la cabeza le bamboleaba sobre el cuello.

Y allí se terminó mi compasión.

—¿Qué quieres, Will?

—Ya te lo he dicho. —Se levantó con torpeza y se quedó balanceándose a la izquierda de la mesa—. Quiero venganza.

Enarqué una ceja.

—Pues no estoy segura de cómo vas a conseguirlo.

Colocó una mano en la encimera para sostenerse.

—Esto es culpa tuya… y de Daemon. Hice un trato. Y cumplí mi parte.

—Dawson no estaba donde dijiste.

—No. Hice que lo liberaran del edificio de oficinas. —La sonrisa petulante parecía una mueca—. Necesitaba más tiempo para huir. Sabía que Daemon vendría a por mí.

—No. No lo habría hecho, porque no sabía a ciencia cierta si había funcionado o no. Si hubiera sido así… —Me detuve.

—¿Estaríamos vinculados y no habría nada que él pudiera hacer al respecto? —sugirió—. Eso era lo que yo esperaba.

Observé cómo se colocaba una mano en la cadera huesuda y, de repente, me alegré de que mamá nunca lo viera así. Le recordaría a papá. Una parte de mí sentía que debía ayudarlo a sentarse o algo.

Will mostró sus dientes amarillentos.

—Pero vosotros dos sí estáis vinculados, ¿no? Una vida dividida en dos. Si uno de los dos muere, el otro también.

Me puse alerta. Se me revolvió el estómago.

Will se percató de mi reacción.

—Si tuviera que elegir qué sacar de esto, sería hacerlo sufrir, seguir viviendo sin lo que más aprecia, pero… no va a morir al instante, ¿verdad? Lo sabrá… y esos segundos de angustia…

Lentamente, fui cayendo en la cuenta de lo que se proponía. Un zumbido me llenó los oídos y se me secó la boca. Quería matarnos. ¿Con qué? ¿Echándonos mal de ojo?

Will se sacó un revólver de debajo de la holgada camisa.

Ya, claro, eso serviría.

—No puedes hablar en serio —dije, negando con la cabeza.

—Completamente. —Inhaló y su pecho hizo un ruido parecido a un estertor—. Y luego voy a quedarme aquí sentado a esperar a que tu guapa mamá llegue a casa. Primero verá tu cadáver y después el cañón de mi arma.

El corazón se me aceleró. La piel se me cubrió de hielo. El zumbido era ahora un rugido. Como si alguien hubiera accionado un interruptor en mi interior, otra persona se hizo con el control. Ya no era la tímida y crédula Katy que se había subido con él en un coche. No era la misma persona que estaba en la cocina hace unos segundos sintiendo pena por él.

Aquella era la chica que se plantó delante de Vaughn y vio cómo la vida lo abandonaba.

Puede que más tarde me preocupara lo rápido que se había producido el cambio; lo fácil que me había resultado pasar de ser la chica que acababa de comprarse un vestido para el baile de graduación y coqueteaba con su novio a esa desconocida que ahora ocupaba mi cuerpo, lista para hacer lo que fuera necesario para proteger a sus seres queridos.

Pero, en ese momento, me daba igual.

—No vas a hacerle daño a Daemon. No vas a hacerme daño a mí —le dije—. Y, desde luego, no vas a hacerle daño a mi madre.

Will levantó el revólver. El metal parecía demasiado pesado para su débil mano.

—Y ¿qué vas a hacer, Katy?

—¿Tú qué crees? —Di un audaz paso adelante. Esa desconocida daba alas a mi cerebro y a mi boca—. Vamos, Will, eres lo bastante listo como para averiguarlo tú solito.

—No tienes agallas.

La calma se apoderó de mí y sentí que se me formaba una sonrisa en los labios.

—Tú no sabes de lo que soy capaz.

Hasta entonces, yo tampoco sabía de lo que era capaz, no de verdad; pero al ver a Will, al mirar el cañón del revólver, lo supe sin lugar a dudas. Y, por muy mal que estuviera, no tenía ningún reparo con lo que iba a tener que hacer.

Lo aceptaba por completo.

A una parte de mí le asustaba la facilidad con la que lo había aceptado y quería aferrarse a la antigua Katy, porque a ella le habría molestado aquello. La habría asqueado todo eso y las palabras que salían de mi boca.

—No tienes buena pinta, Will. Deberías ir a que te hicieran un chequeo. Oh, un momento. —Abrí mucho los ojos con una expresión inocente—. No puedes ir a un médico normal porque, aunque es evidente que la mutación no se mantuvo, estoy segura de que te cambió, y no puedes acudir al Departamento de Defensa porque eso sería un suicidio.

La mano que sostenía el revólver tembló.

—Te crees muy lista y valiente, ¿verdad, mocosa?

Me encogí de hombros.

—Tal vez, pero lo que sí sé es que estoy completamente sana. ¿Y tú, Will?

—Cierra la boca —exclamó entre dientes.

Me acerqué a la mesa de la cocina, sin perder de vista el arma. Si conseguía distraerlo, podría quitársela. Sinceramente, no quería poner a prueba la teoría esa de detener una bala.

—Piensa en todo el dinero que te gastaste, y al final ni siquiera funcionó —continué—. Y ahora lo has perdido todo: tu carrera, tu dinero, a mi madre y tu salud. El karma es un asco, ¿eh?

—Maldita zorra. —De entre sus labios agrietados escapó saliva—. Voy a matarte, y morirás sabiendo que tu querido monstruito también morirá. Y luego voy a quedarme aquí sentado esperando a que tu madre llegue a casa.

Mi humanidad se desconectó. Me había hartado de eso.

Will sonrió.

—Ya no eres tan insolente, ¿eh?

Clavé la mirada en el revólver y sentí cómo la Fuente se deslizaba sobre mi piel. Separé los dedos, notando un hormigueo en las yemas. Recurrí al poder y me concentré en el arma. La mano de Will se sacudió de nuevo. El cañón del revólver se balanceó hacia la izquierda. El dedo del gatillo tembló.

La garganta de Will sufrió un espasmo cuando tragó saliva.

—¿Qué… qué estás haciendo?

Levanté la mirada y sonreí.

Sus ojos inyectados en sangre se abrieron como platos.

—Tú…

Agité la mano hacia la izquierda y ocurrieron varias cosas. Se oyó un suave estallido, como cuando se descorcha una botella de champán, pero el sonido y todo lo demás se perdieron en medio del rugido de la descarga de electricidad que fluyó hacia delante, y entonces el revólver salió volando de su mano.

Fue como un relámpago: puro y crudo.

La corriente de luz roja y blanca recorrió la habitación y golpeó a Will en el pecho. Quizá… quizá si no hubiera estado tan enfermo, no le habría hecho gran cosa, pero él estaba débil y yo no.

Will salió volando hacia atrás, rebotó contra la pared al lado de la nevera y la cabeza se le inclinó sobre el cuello como si fuera un muñeco de trapo. No hizo ningún sonido cuando se desplomó en el suelo. Eso fue todo… había terminado. Se acabó el preguntarse qué habría sido de Will, dónde estaría o qué estaría haciendo. Esa parte de nuestras vidas había llegado a su fin.

«Mi casa es como un campo de la muerte», pensé.

Exhalé y algo —no sé qué— salió mal. El aire se me quedó atascado en la garganta, en los pulmones; pero, cuando inhalé de manera entrecortada, sentí un dolor abrasador que no había notado antes. Cuando la Fuente se replegó de nuevo en mi interior, la ardiente sensación aumentó en mi pecho y se me extendió por el vientre.

Bajé la mirada.

Una mancha roja se me había formado en la camiseta azul pálido y se iba extendiendo… más y más, en un círculo irregular.

Apreté las manos contra el círculo. Estaba húmedo, caliente y pegajoso. Sangre. Era sangre… mi sangre. La cabeza me dio vueltas.

—Daemon —susurré.