31

Nos miramos como dos idiotas y, entonces, nos pusimos en marcha. Cogimos la piedra, que era un poco más grande que una moneda, y fuimos al piso de abajo. El corazón nos latía a toda velocidad.

Le pasé la piedra.

—Intenta algo. Eso de la reflexión, por ejemplo.

Daemon (que seguramente había estado muriéndose de ganas de tener un ópalo desde que se enteró de lo que podían hacer) no se hizo de rogar. Lo rodeó con una mano y apretó la boca en un gesto de concentración.

Al principio no pasó nada, y luego un tenue resplandor rodeó el contorno de su cuerpo. Como cuando Dee se emocionaba y el brazo le brillaba con una luz trémula y se le desvanecía. Pero entonces el brillo se extendió por todo su cuerpo y Daemon desapareció.

Desapareció por completo.

—¿Daemon? —Oí una risita suave que provenía de las inmediaciones del sofá. Entrecerré los ojos—. No te veo.

—¿Nada de nada?

Negué con la cabeza. Qué sensación más extraña. Estaba allí, pero no podía verlo. Di un paso atrás y me obligué a concentrarme en el sofá. Entonces noté la diferencia. La zona situada frente al cojín del medio y detrás de la mesa de centro estaba distorsionada, como ondulada. Era como mirar el agua a través de un vaso, y supe que tenía que estar allí de pie, mimetizándose como un camaleón.

—Madre mía, eres como el depredador de la peli de Schwarzenegger.

Hubo una pausa y luego oí:

—Esto es una pasada. —Momentos después reapareció, sonriendo como un niño al que acaban de regalarle su primer videojuego—. Dios, voy a colarme en tu baño como el hombre invisible.

Puse los ojos en blanco.

—Préstame el ópalo.

Me lo entregó, riéndose. La piedra estaba a temperatura corporal, lo que me pareció raro.

—¿Te cuento algo todavía más asombroso que el hecho de que me haya vuelto completamente invisible? Apenas he consumido nada de energía. Me siento bien.

—Ostras. —Le di vueltas a la piedra en la mano—. Tenemos que ponerlo a prueba.

Cogimos la piedra y nos dirigimos al lago. Disponíamos de unos quince minutos antes de que apareciera alguien.

—Inténtalo —me dijo Daemon.

Sostuve el ópalo en la mano, pero no estaba segura de qué probar. Lo más difícil y lo que requería más fuerza era usar la Fuente como arma. Así que me decidí por eso. Me concentré en el torrente de energía y esta vez la sensación fue diferente: potente y arrolladora. Recurrir a ella me resultó más rápido y fácil, y, en cuestión de segundos, una bola de luz roja blanquecina apareció sobre mi mano libre.

—Caramba —dije sonriendo—. Es… diferente.

Daemon asintió.

—¿Te sientes cansada?

—Para nada.

Y eso normalmente me dejaba sin energías bastante rápido, así que el ópalo sí que influía. Entonces se me ocurrió algo. Dejé que la Fuente se apagara y busqué por el suelo hasta encontrar una ramita. La llevé hasta la orilla del lago, apretando el ópalo con la mano.

—Nunca conseguí hacer eso de crear fuego. Me hice una quemadura bastante grave en los dedos la última vez que lo intenté.

—¿Y te parece buena idea intentarlo ahora?

Buena pregunta.

—Pero tú estás aquí para curarme.

Daemon frunció el ceño.

—Ese es el peor razonamiento del mundo, gatita.

Sonreí mientras me concentraba en la rama. La Fuente se avivó de nuevo y recorrió la ramita delgada y torcida, envolviéndola por completo. Un segundo después, el palo se transformó en una réplica de cenizas y, cuando la luz roja y blanca se apagó, se desmenuzó.

—Oh —dije.

—No ha sido fuego, pero ha estado bastante cerca.

Nunca había conseguido nada parecido. Tenía que ser cosa de las habilidades alienígenas amplificadas por el ópalo, porque acababa de convertir un palo en un resto de Pompeya.

—Déjame probar —pidió Daemon—. Quiero ver si tiene algún efecto sobre el ónice.

Le entregué la piedra y lo seguí hasta la pila de ónice mientras me limpiaba la ceniza de los dedos. Con el ópalo en una mano, Daemon destapó las piedras y, apretando la mandíbula, cogió una.

No pasó nada. Todos habíamos desarrollado cierta tolerancia al ónice, pero por lo general siempre había un jadeo o una mueca de dolor.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

Daemon levantó la barbilla.

—Nada… no siento nada.

—Déjame intentarlo. —Nos cambiamos de sitio y descubrí que tenía razón. No noté la punzada del ónice. Nos miramos—. Qué fuerte.

Oímos pasos y voces que se acercaban al claro. Daemon cogió el ópalo y se lo guardó en el bolsillo.

—Creo que no deberíamos dejar que Blake lo viera.

—Desde luego —coincidí.

Nos volvimos cuando Matthew, Dawson y Blake aparecieron al borde del bosque. Sería interesante comprobar si el ópalo tenía algún efecto en el bolsillo de Daemon o si teníamos que estar en contacto físico con él.

—He hablado con Luc —anunció Blake mientras permanecíamos de pie alrededor del ónice—. Este domingo le viene bien, y creo que estaremos listos para entonces.

—¿En serio? —preguntó Dawson.

Blake asintió con la cabeza.

—O funciona o no.

El fracaso no era una opción.

—Entonces, ¿el domingo después del baile de graduación?

—¿Vais a ir al baile? —preguntó Blake con el ceño fruncido.

—¿Y por qué no? —contesté a la defensiva.

A Blake se le ensombreció la mirada.

—Es que me parece una estupidez hacer eso la noche anterior. Deberíamos pasarnos todo el sábado entrenando.

—Nadie te ha pedido tu opinión —le espetó Daemon apretando los puños.

Dawson se acercó a su hermano.

—Nadie va a morirse por una noche.

—Y yo tengo que echar una mano durante el baile —dijo Matthew. Por su tono, la idea parecía repugnarle sobremanera.

Superado en número, Blake dejó escapar un murmullo de descontento.

—Vale. Como queráis.

Entonces empezamos. No le quité la vista de encima a Daemon cuando llegó su turno. Cuando tocó el ónice, se estremeció de inmediato pero aguantó. A menos que estuviera fingiendo, el ópalo tenía que estar en contacto con la piel. Era bueno saberlo.

Durante el siguiente par de horas, nos fuimos turnando para tocar el ónice. Estaba empezando a creer seriamente que mis dedos y el mecanismo de control de mis músculos nunca volverían a ser los mismos.

Blake mantuvo la distancia establecida de tres metros y no intentó hablar conmigo. Me gustaba pensar que mi rapapolvo le había calado. Si no era así… bueno, dudo que fuera capaz de controlarme.

Cuando nos separamos al anochecer, me quedé atrás con Daemon.

—No funciona en el bolsillo, ¿no?

—No. —Sacó el objeto—. Voy a esconderlo en algún sitio. Ahora mismo, no nos conviene que nadie se pelee por él ni que caiga en las manos equivocadas.

Estuve de acuerdo.

—¿Crees que estaremos preparados para este domingo?

Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en ello, a pesar de saber desde hacía tiempo que ese día llegaría.

Daemon volvió a guardarse el ópalo en el bolsillo y luego me rodeó con los brazos. Cada vez que me abrazaba, me parecía increíblemente perfecto y me preguntaba cómo podía haberlo negado durante tanto tiempo.

—No vamos a estar más preparados. —Me rozó la mejilla con la suya y me estremecí, cerrando los ojos—. Y no creo que podamos contener a Dawson mucho más.

Asentí y lo estreché entre mis brazos. Ahora o nunca. Curiosamente, en ese momento me pareció que no nos quedaba suficiente tiempo, a pesar de que llevábamos meses practicando. Aunque tal vez no se tratara de eso.

Tal vez simplemente me parecía que no nos quedaba suficiente tiempo para estar juntos.

El sábado, Lesa y yo nos apretujamos en el asiento trasero del coche de Dee. Bajamos las ventanillas y disfrutamos de la cálida temperatura propia de aquella época del año. Además, Dee parecía diferente hoy. No se trataba del bonito vestido veraniego de color rosado que llevaba puesto, combinado con una rebeca negra y unas sandalias de tiras. Llevaba el pelo recogido en una coleta floja y los abundantes rizos le caían por la espalda dejando ver un rostro perfectamente simétrico que mostraba una sonrisa constante (no era aquella que yo conocía tan bien y echaba tantísimo de menos, pero casi). De alguna forma, parecía más tranquila, con los hombros menos tensos.

En ese instante, iba tarareando una canción rock que sonaba en la radio mientras esquivaba coches a toda velocidad como si fuera un piloto de la Nascar.

Ese día marcaba un punto de inflexión.

Lesa se aferraba al respaldo del asiento de Ash con la cara pálida.

—Esto… Dee, sabes que aquí no se puede adelantar, ¿verdad?

Dee sonrió por el retrovisor.

—Me parece que es una sugerencia, no una norma.

—A mí me parece que es una norma —le aseguró Lesa.

Ash resopló.

—Dee también piensa que los «ceda el paso» son una sugerencia.

Me reí, preguntándome cómo podía haberme olvidado de lo aterrador que era ir en coche con Dee. Normalmente, yo también estaría agarrada a un asiento o una manilla, pero hoy no me importaba siempre y cuando nos llevara hasta la tienda de una sola pieza.

Y lo hizo.

Y solo en una ocasión estuvimos a punto de llevarnos por delante a una familia de cuatro más un autobús turístico.

La tienda estaba en el centro, ubicada en una vieja casa adosada. Ash arrugó su naricilla respingona cuando sus tacones tocaron la gravilla en la que habíamos aparcado.

—Ya sé que no parece gran cosa por fuera, pero os aseguro que no está mal. Tienen vestidos muy chulos.

Lesa observó el antiguo edificio de ladrillo con cara de duda.

—¿Estás segura?

Ash pasó a su lado pavoneándose y sonrió con picardía por encima del hombro.

—Cuando se trata de ropa, nunca me equivoco. —Acto seguido, frunció el ceño y rozó la camiseta de Lesa con sus uñas pintadas de verde—. Tenemos que ir de compras un día de estos.

Lesa se quedó boquiabierta mientras Ash daba media vuelta y se dirigía hacia la puerta trasera, que lucía un letrero de «ABIERTO» escrito con una elegante caligrafía.

—Voy a darle un puñetazo —dijo Lesa entre dientes—. Tú espera y verás. Voy a romperle esa bonita nariz.

—Yo que tú intentaría reprimir ese impulso.

Lesa sonrió de forma burlona.

—Podría con ella.

Oh, no, no podría.

No nos costó mucho elegir vestido. Ash se decidió por uno que apenas le tapaba el culo y yo encontré uno rojo fantástico que sabía que haría babear a Daemon. Después, nos fuimos al Smoke Hole Diner.

Me alegraba salir a comer con Lesa, y que Dee estuviera allí era la guinda del pastel. En cuanto a Ash… No estaba tan segura de esa parte.

Pedí una hamburguesa mientras que Ash y Dee prácticamente se pedían todo lo que había en el menú. Lesa eligió un sándwich de queso a la plancha y algo que a mí me parecía totalmente asqueroso.

—No sé por qué bebes café con hielo. Puedes pedir un café normal y dejar que se enfríe.

—No es para nada lo mismo —respondió Dee mientras la camarera dejaba los refrescos en la mesa—. ¿A que no, Ash?

La Luxen rubia levantó aquellas pestañas increíblemente largas.

—El café helado es más sofisticado.

Hice una mueca.

—Pues yo seré poco civilizada y seguiré con mi café caliente.

—¿Por qué será que no me sorprende? —Ash arqueó una ceja y luego volvió a concentrarse en su móvil.

Le saqué la lengua y sofoqué una risita cuando Lesa me dio un codazo.

—Sigo pensando que debería haberme comprado las alas transparentes para el vestido.

Dee sonrió.

—Eran una monada.

Asentí, pensando que a Daemon le habrían encantado.

Lesa se apartó los rizos de la cara.

—Habéis tenido suerte de encontrar vestidos con tan poca antelación.

Puesto que ella y Chad tenían planeado ir desde hacía meses como personas normales, Lesa se había comprado su vestido en una tienda de Virginia. Había venido con nosotras más que nada por el paseo.

Me recosté contra el reservado mientras la conversación se reanudaba y Dee se ponía a hablar de su vestido. Me invadió la tristeza, seguida de recuerdos agridulces. Había pensado que conocía a Carissa, pero no era así. ¿Mi amiga había conocido a un Luxen? ¿O Dédalo la había escogido y la había utilizado? Habían pasado meses y todavía no había respuestas. El único recordatorio era el ópalo que había descubierto bajo mi cama.

Había días en los que solo sentía ira, pero hoy dejé que se desvaneciera de mis hombros con un profundo suspiro. Lo que le había ocurrido a Carissa no podía empañar su recuerdo para siempre.

Ash sonrió.

—Creo que mi vestido va a ser un éxito.

Lesa suspiró.

—No sé por qué no vas desnuda y sanseacabó. Ese vestidito negro que encontraste es lo mismo que nada.

—No la tientes —le advirtió Dee sonriendo mientras nos traían la comida a la mesa.

—¿Desnuda? —resopló Ash—. Esta mercancía no se enseña gratis.

—Qué sorpresa —murmuró Lesa entre dientes.

Me tocó a mí darle un codazo.

—Bueno, ¿vas con alguien al baile? —preguntó Lesa ignorándome mientras agitaba su sándwich de queso en dirección a Dee—. ¿O vas a ir sola?

Dee encogió un hombro.

—No tenía pensado ir, ya sabes, por lo de… Adam; pero es mi último curso, así que… quería ir. —Se produjo un momento de silencio mientras Dee empujaba los palitos de pollo por el cesto—. Voy a ir con Andrew.

Por poco me atraganto con la comida. Lesa se quedó boquiabierta. Observamos fijamente a Dee, que enarcó las cejas.

—¿Qué pasa?

—No estarás… eh, saliendo con Andrew, ¿no? —Lesa se puso roja como un tomate… Lesa, menuda sorpresa—. A ver, si estáis saliendo, está guay y todo eso.

Dee soltó una carcajada.

—No… Por Dios, no. Eso sería demasiado raro para ambos. Somos amigos.

—Andrew es un cretino. —Lesa dijo lo que yo estaba pensando.

Ash soltó un bufido.

—Andrew tiene buen gusto. Normal que a ti te parezca un cretino.

—Andrew ha cambiado mucho. Ha estado a mi lado, apoyándome, y viceversa. —Dee tenía razón. Andrew se había calmado un poco. Todo el mundo había cambiado—. Solo vamos como amigos.

Gracias a Dios, porque, aunque no quería juzgarlos, que Dee se liara con el hermano de Adam sería demasiado raro. Y entonces Ash soltó la madre de todas las bombas mientras yo masticaba una gruesa patata frita.

—Yo también tengo pareja —anunció.

Creo que debía de estar empezando a fallarme el oído.

—¿Quién?

Una delicada ceja se elevó.

—Nadie que tú conozcas.

—¿Es…? —me contuve—. ¿Es de por aquí?

Dee se mordió el labio y dijo:

—Está en primero de carrera en Frostburgo. Lo conoció en el centro comercial de Cumberland hace un par de semanas.

Pero eso no respondía a la pregunta que estaba deseando hacer. ¿Era humano? Dee debió de leer en mis ojos lo que estaba muriéndome por saber, porque asintió y sonrió.

Casi se me cae el refresco.

Madre mía purísima. Aquello tenía que ser una realidad alternativa, si Ash iba a ir al baile de graduación con un humano: un vulgar y mediocre humano.

Ash puso sus ojos cerúleos en blanco.

—No sé por qué me miráis como si os faltara un hervor. —Se metió otra patata en la boca—. Nunca iría sola al baile. Por ejemplo…

—Ash —dijo Dee entrecerrando los ojos.

—El año pasado fui con Daemon —continuó. Se me revolvió el estómago y la enigmática sonrisa que se dibujó en sus labios carnosos no hizo más que empeorarlo—. Fue una noche que nunca olvidaré.

Me entraron ganas de darle un guantazo.

Respiré hondo y me obligué a sonreír.

—Qué curioso, porque Daemon nunca ha mencionado esa noche.

Un destello de advertencia apareció en los ojos de Ash.

—No es de los que van contando esas cosas por ahí, querida.

Se me crispó la sonrisa.

—Lo sé perfectamente.

Ash captó el mensaje y, gracias a Dios, aquella conversación se dio por terminada. Dee empezó a hablar de una serie de televisión que estaba viendo, lo que de alguna forma provocó otra discusión entre Ash y Lesa sobre cuál de los chicos de la serie estaba más bueno. No me cabía la menor duda de que esas dos discutirían por el color del cielo.

Me puse del lado de Lesa.

Cuando íbamos en el coche de regreso a casa, Lesa se volvió hacia mí.

—Bueno, ¿Daemon y tú vais a reservar una habitación de hotel?

—Eh, no. ¿La gente de verdad hace eso?

Lesa se recostó contra el asiento y se rió.

—Sí. Chad y yo vamos a ir al Fort Hill.

Delante, en el asiento del pasajero, Ash se rió por lo bajo.

—¿Tú qué vas a hacer, Ash? —preguntó Lesa, fulminándola con la mirada—. ¿Piensas quedarte en el baile y darle una paliza a la reina?

Ash se rió en su asiento, pero no dijo nada.

—En fin —continuó Lesa—. Daemon y tú no lo habéis hecho todavía, ¿no? El baile…

—¡Eh! —chilló Dee, dándonos un susto—. Que estoy aquí sentada, ¿os acordáis? No quiero saber nada de esto.

—Ni yo tampoco —murmuró Ash.

Haciendo caso omiso de ellas, Lesa me miró y esperó. Ni de coña iba a responder a esa pregunta. Si mentía y decía que sí, dejaría a Dee traumatizada de por vida, y, si decía la verdad, estaba segura de que Ash nos contaría con todo lujo de detalles sus anteriores encuentros sexuales con él.

Al final, Lesa lo dejó correr; pero, gracias a ella, ya no pude pensar en otra cosa. Suspiré y miré por la ventana. No era que no estuviéramos listos. Supongo. A ver, ¿cómo sabes que estás listo de verdad? No creo que nadie lo sepa con certeza. El sexo no es algo que se pueda planear. O pasa o no pasa.

¿Reservar una habitación de hotel previendo tener relaciones? Los hoteles eran tan… tan sórdidos.…

Una parte de mí se preguntó si habría estado viviendo en una cueva o algo, pero no era el caso. En el instituto, entre clases, había oído hablar a otras chicas de las cosas que esperaban y planeaban que ocurrieran después del baile. También había oído a los chicos. Pero yo tenía otras cosas en la cabeza, supuse.

Y ¿quién era yo para juzgar? Unos días atrás había creído que la razón por la que Daemon quería venir a mi casa después de clase era para… hacerlo. Pero, caramba, al ritmo que íbamos, cumpliríamos los cincuenta antes de que pasara algo así.

Cuando llegamos a casa, me quité aquel tema de la mente y me despedí de Lesa y hasta de Ash. Estaba impaciente por ver a ese universitario humano.

Dee y yo nos quedamos solas.

Ella empezó a caminar en dirección a su casa mientras yo me quedaba allí parada como una idiota, sin saber qué decir. Pero se detuvo y luego se volvió. Mantuvo las pestañas bajas mientras jugueteaba con las puntas del pelo.

—Hoy me lo he pasado bien. Me alegro de que hayas venido.

—Yo también.

Cambió el peso del cuerpo de un pie al otro.

—A Daemon le va a encantar ese vestido.

—¿Tú crees? —Levanté la bolsa con dicha prenda.

—Es rojo. —Sonrió mientras retrocedía un paso—. Antes del baile podríamos reunirnos y prepararnos juntas… como cuando el baile de comienzo de curso.

—Eso sería fantástico. —Sonreí tan rápido que seguro que parecía que me faltaba un tornillo.

Dee asintió con la cabeza y quise acercarme corriendo a darle un abrazo, pero no estaba segura de si habíamos llegado ya a ese punto. Se despidió con un pequeño gesto de la mano, dio media vuelta y subió los escalones de su porche. Me quedé allí un momento, sosteniendo mi vestido, y dejé escapar un suspiro de felicidad.

Estábamos progresando. Puede que las cosas nunca volvieran a ser como antes, pero aquello iba muy bien.

Entré, apreté la bolsa del vestido contra el pecho y cerré la puerta con el pie. Mamá ya se había ido a trabajar, así que llevé el vestido al piso de arriba y lo colgué en la puerta del armario. Me pregunté qué podría hacerme para cenar.

Saqué el móvil y le envié rápidamente un mensaje a Daemon.

«Q haces?»

Me respondió un momento después.

«Comprar comida cn Andrew y Dawson. ¿Quiers algo?»

Le eché un vistazo a la bolsa, recordando lo sexy que era el vestido. Me sentí traviesa y le escribí:

«A ti».

La respuesta llegó rápida como un rayo, y me reí.

«¿D verdad?» Y luego: «Claro, ya lo sabía».

Y antes de poder responder, sonó mi teléfono. Era Daemon.

Contesté, sonriendo como una idiota.

—Hola.

—Ojalá estuviera en casa —dijo, y oí el claxon de un coche—. Puedo estar allí en cuestión de segundos.

Iba bajando las escaleras, pero me detuve y me apoyé contra la pared.

—No. Casi nunca puedes pasar tiempo con tus amigos. Quédate con ellos.

—No necesito pasar tiempo con ellos. Necesito pasar tiempo con mi gatita.

Me puse colorada.

—Bueno, puedes pasar tiempo con ella cuando vuelvas a casa.

Refunfuñó y después me preguntó:

—¿Has conseguido un vestido?

—Sí.

—¿Va a gustarme?

Sonreí y luego puse los ojos en blanco al darme cuenta de que estaba jugueteando con el pelo.

—Es rojo, así que creo que sí.

—Madre mía. —Alguien gritó su nombre (parecía Andrew) y suspiró—. Vale. Voy a volver a entrar. ¿Quieres que te lleve algo? Andrew, Dawson y yo vamos a ir al Smoke Hole.

Pensé en la hamburguesa que acababa de comerme. Más tarde me entraría hambre.

—¿Tienen filete de pollo frito?

—Sí.

—¿Con salsa casera? —pregunté mientras continuaba bajando los escalones.

La risa de Daemon sonó ronca.

—La mejor salsa de los alrededores.

—Perfecto. Quiero eso.

Prometió traerme una ración enorme y luego colgó. Primero entré en la sala de estar y dejé el móvil sobre la mesa de centro. A continuación, cogí uno de los libros que había recibido la pasada semana para reseñar y me dirigí a la cocina a buscar algo de beber.

Le di la vuelta al libro, leí el texto de la contraportada y tuve que ir más despacio porque casi me como una pared. Crucé la puerta, riéndome de mí misma, y levanté la mirada.

Will estaba sentado a la mesa de la cocina.