Una de las primeras cosas que hice al día siguiente fue invitar a Lesa. Me entusiasmé cuando mi amiga pareció animarse un poco y aceptó. Eso me hizo sentir menos culpable por ir. La mejor amiga de Carissa lo aprobaba, y eso significaba mucho.
Al igual que yo, Lesa tenía sus dudas sobre ir de compras con Ash, y un atisbo de su antigua personalidad asomó cuando empezó a hacer bromas.
—Apuesto a que encuentra algo increíblemente corto y ajustado y hace que el resto nos sintamos menos atractivas que un Umpa Lumpa. —Soltó un suspiro lastimero—. No. Mejor aún. Probablemente entre en la tienda y se pavonee delante del espejo desnuda.
Solté una carcajada.
—Seguramente, pero me alegro de que Dee nos invitara.
—Yo también —dijo con tono serio—. La echo de menos, sobre todo después… Sí, la echo de menos.
La sonrisa me salió un poco temblorosa. Siempre que se mencionaba a Carissa en una conversación, no sabía cómo manejarlo. Hoy, por suerte, nos interrumpió Daemon, que decidió tirarme de la coleta como si tuviera seis años.
Se sentó detrás de mí y luego me dio un golpecito en la espalda con el bolígrafo.
Puse los ojos en blanco en dirección a Lesa y me volví.
—Tú y ese dichoso boli.
—Te encanta. —Se inclinó sobre su pupitre y me dio un toquecito en la barbilla con el bolígrafo—. En fin, estaba pensando que podría volver a casa contigo después de clase. Eso que tenemos que hacer después se ha retrasado como una hora. Y tu madre ya estará en Winchester para entonces, ¿no?
Un torrente de emoción me recorrió las venas. Sabía adónde quería ir a parar. La casa vacía. Una hora aproximadamente a solas y sin interrupciones… con suerte.
No pude contener un suspiro soñador.
—Eso suena perfecto.
—Ya me lo suponía. —Cogió el boli y volvió a sentarse sin quitarme la vista de encima—. Estoy impaciente.
El cerebro se me quedó sin oxígeno mientras la sangre me bombeaba con fuerza por todo el cuerpo. Asentí, sintiéndome un poco mareada, y me volví de nuevo. La expresión que se reflejaba en el rostro de Lesa me indicó que había oído la conversación.
Mi amiga movió las cejas de manera insinuante y sentí que me ardía la cara. Ay, Dios mío…
Después de Trigonometría, el resto de la mañana transcurrió a paso de tortuga. El cosmos conspiraba en mi contra, como si supiera que yo rebosaba energía y entusiasmo. Una pequeña parte de mí estaba nerviosa. ¿Quién no lo estaría? Si de verdad podíamos pasar un rato a solas, si no nos interrumpían y si todo encajaba…
¿Si todo encajaba?
Ahogué una risita.
Blake levantó la vista del libro de Biología y me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Nada —contesté con una amplia sonrisa—. Nada.
Él enarcó una ceja.
—¿Daemon te ha contado que Matthew tiene una reunión después de clase con los padres de un alumno?
Solté otra risita, con lo que me gané que me mirara con cara rara.
—Sí, me lo ha dicho.
Blake se quedó mirándome un segundo y luego bajó el boli. Estiró el brazo sin previo aviso y me sacó una pelusa del pelo. Me aparté bruscamente al mismo tiempo que él retiraba el brazo, con lo que mi nariz quedó en el ángulo perfecto para olerle la muñeca.
El fresco aroma a cítricos me provocó una sensación pegajosa y desagradable en el estómago. Como cuando cometes alguna estupidez y estás a punto de enfrentarte a una humillación pública. Se me extendió un hormigueo por toda la piel.
Un recuerdo estaba despertando. Ese olor… Ya lo había percibido antes.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Ladeé la cabeza, como si eso ayudara a mejorar mi capacidad olfativa. ¿Dónde lo había olido? Evidentemente, ya lo había percibido antes en Blake; seguro que era una de esas colonias caras. Pero había algo más.
Como cuando escuchas la voz de un actor pero no consigues ponerle cara. Tenía la respuesta en la punta de la lengua y no podía librarme de aquella molesta sensación.
¿Por qué ese olor me resultaba abrumadoramente conocido? La cara de Daemon apareció en mi mente, pero no encajaba. Él olía a naturaleza, como a aire libre y a viento. Y su aroma persistía mucho tiempo después de que se hubiera ido: en mi ropa, en la almohada…
La almohada…
El corazón se me aceleró y luego me dio un vuelco. El alma se me cayó a los pies y amenazó con tirarme del asiento. Me invadió el asombro, seguido rápidamente de un ramalazo de rabia tan intenso que me propulsó hacia delante.
No podía quedarme allí sentada. No podía respirar.
La energía estática me crepitó bajo la camiseta. Se me erizó todo el vello del cuerpo. El aire se llenó de un olor a ozono quemado. En la parte delantera del aula, Matthew levantó la vista. Su mirada se posó primero en Dawson; porque, por lo visto, si alguien iba a perder los papeles tendría que ser él. Pero Dawson también miraba a su alrededor buscando el origen del aumento de la fricción y la estática en el aire.
Venía de mí.
Iba a estallar.
Reaccioné de golpe, cerré el libro y me lo guardé en la mochila. Sin perder ni un segundo, me levanté con piernas temblorosas. Notaba como si me zumbara la piel. Y puede que lo hiciera a baja frecuencia. Me recorrió una violenta energía. Solo me había sentido así en otra ocasión: cuando Blake…
Pasé junto a Matthew, incapaz de responder a su cara de preocupación, e ignoré las miradas de curiosidad. Salí a toda prisa del aula mientras realizaba inspiraciones profundas para intentar calmarme. Las taquillas grises eran una mancha borrosa a mi alrededor. Las conversaciones sonaban apagadas y muy lejanas.
¿Adónde iba? ¿Qué iba a hacer? No podía acudir a Daemon ni de broma, porque justo ahora, aparte de todo lo demás, solo nos faltaba eso.
Me puse a caminar, aferrando la correa de la mochila. Me sentía… me sentía como si fuera a vomitar. La ira y las náuseas me revolvían el estómago. Me dirigí hacia el baño de chicas que estaba al final del pasillo.
—¡Katy! ¿Estás bien? ¡Espera!
Un abismo se abrió a mis pies, pero seguí caminando.
Blake me alcanzó y me agarró del brazo.
—Katy…
—¡No me toques! —Liberé el brazo de un tirón, horrorizada… sencillamente horrorizada—. No vuelvas a tocarme nunca.
Se quedó mirándome y el enfado tensó las líneas de su rostro.
—¿Se puede saber qué te pasa?
Una espantosa e inquietante sensación se abrió paso por mis entrañas.
—Lo sé, Blake. Lo sé.
—¿El qué? —Parecía confundido—. Katy, están empezándote a brillar los ojos. Tienes que calmarte.
Di un paso al frente, pero me obligué a detenerme. Estaba a punto de perder el control.
—Eres… eres un bicho raro.
Blake levantó las cejas.
—Vale, vas a tener que explicarte mejor, porque no tengo ni idea de qué he hecho para cabrearte.
El pasillo estaba vacío por el momento, pero aquel no era el lugar adecuado para mantener ese tipo de conversación. Di media vuelta y me dirigí a las escaleras. Blake me siguió y, en cuanto la puerta se cerró tras nosotros, me volví de repente hacia él.
No fue mi puño lo que lo golpeó.
Una descarga de energía (que probablemente se pareciera a un disparo con una pistola eléctrica) lo alcanzó en el pecho. Blake retrocedió tambaleándose contra la puerta, con la boca abierta, mientras le temblaban los brazos y las piernas.
—Pero ¿qué…? —exclamó con voz entrecortada—. ¿A qué ha venido eso?
La energía estática crepitó sobre mis dedos. Quería hacerlo de nuevo.
—Has estado durmiendo en mi cama.
Blake se enderezó mientras se masajeaba el pecho con la mano. La tenue luz procedente de la ventana del rellano danzó sobre su rostro.
—Katy…
—No me mientas. Sé que lo has hecho. Olí tu colonia. Está en mis almohadas. —Noté el sabor de la bilis en el fondo de la garganta y el impulso de atacar fue casi incontenible—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido hacer algo tan asqueroso y espeluznante?
Algo destelló en sus ojos. ¿Dolor? ¿Ira? Ni lo sabía ni me importaba. Lo que había hecho estaba mal en tantos sentidos que normalmente se emitían órdenes de alejamiento como respuesta a actos así.
Blake se pasó los dedos por el pelo.
—No es lo que crees.
—¿Ah, no? —Solté una breve carcajada—. Pues no sé qué otra cosa podría ser. Entraste en mi casa y en mi cuarto sin ser invitado y te… te metiste en la cama conmigo, asqueroso hijo de…
—¡No es lo que crees! —exclamó casi gritando y, en mi interior, la Fuente aumentó aún más en respuesta a aquel arrebato. Pensé que algún profesor iba a acudir corriendo a las escaleras, pero no pasó nada—. He estado vigilando por la noche por si Dédalo aparece. Patrullo la zona igual que Daemon y los otros Luxen.
Solté un resoplido de burla.
—Ellos no se meten en mi cama, Blake.
Me miró con tanto descaro que me dieron ganas de pegarle.
—Ya lo sé. Como te dije, esa… nunca fue mi intención. Fue un accidente.
No daba crédito a lo que oía.
—¿Te resbalaste y te caíste en mi cama? Porque no entiendo cómo pudiste acabar allí por accidente.
El borde de las mejillas se le tiñó de rojo.
—Reviso el exterior y luego el interior para asegurarme. Como ya sabes, los híbridos pueden estar en tu casa, Katy. Lo mismo pasa con Dédalo, si quisieran.
¿Qué habría hecho Blake si Daemon hubiera estado allí? Entonces me di cuenta y sentí náuseas de nuevo.
—¿Cuánto tiempo vigilas por la noche?
Se encogió de hombros.
—Un par de horas.
Así que la mayor parte de las veces sabría si Daemon había venido, y el resto fue pura suerte. Una parte de mí deseaba que lo hubiera intentado estando Daemon allí. No habría podido caminar derecho durante meses.
Es más, había muchas posibilidades de que saliera de esa escalera cojeando.
Blake pareció presentir el rumbo que estaban tomando mis pensamientos.
—Después de comprobar el interior de tu casa, no… no sé qué pasó. Tenías pesadillas.
Me pregunté por qué sería. Había un pervertido durmiendo en la cama conmigo.
—Solo quería consolarte. Eso es todo. —Se apoyó contra la pared, debajo de la ventana, con los ojos cerrados—. Supongo que me quedé dormido.
—Esto no ha sido cosa de una sola vez. Y no es que una vez hubiera estado bien. ¿Lo entiendes?
—Sí. —Entreabrió los ojos—. ¿Vas a decírselo a Daemon?
Negué con la cabeza. Podía encargarme de eso sola. Me encargaría de eso sola.
—Te mataría en el acto y entonces acabaríamos en manos de Dédalo.
El alivio le relajó el cuerpo.
—Katy, lo siento. No es tan retorcido como…
—¿Que no es tan retorcido? ¿Lo dices en serio? No, no contestes. Me da igual. —Di un paso hacia él y añadí con voz temblorosa—: Me da igual que solo estuvieras preocupado y quisieras echarme un ojo. Me da igual que mi casa se incendie. No vuelvas a entrar nunca. Y, desde luego, ni se te ocurra volver a dormir en mi cama. Me besaste…
Inhalé bruscamente. Noté de nuevo aquella sensación sombría, espantosa y primitiva subiéndome por la garganta.
—Me da igual. No quiero estar cerca de ti más tiempo del absolutamente necesario. ¿Entendido? No quiero que te acerques a mí. Se acabó el vigilar y todo lo demás.
En sus ojos veteados se reflejó un destello de dolor y, durante un largo momento, dio la impresión de que iba a protestar.
—Vale.
Me dirigí a la puerta. Me temblaba todo el cuerpo. Me detuve y me volví hacia él. Blake se encontraba debajo de las ventanas opacas, con la cabeza gacha. Se pasó una mano por el pelo de punta y se agarró la nuca.
—Si vuelves a hacer lo que has estado haciendo, te haré daño. —La emoción me obstruyó la garganta—. Me da igual lo que pase. Te haré mucho daño.
Me resultó muy difícil superar el descubrimiento que acababa de hacer. Alternaba entre el deseo de darme una ducha hirviendo y una rabia tan potente que pude sentirla en la boca el resto del día. Por suerte, convencí a Matthew de que Blake simplemente me había sacado de quicio con sus tonterías; algo creíble y que explicaba por qué me había seguido. Y convencí a Lesa de que no me sentía bien y que por eso había salido corriendo de clase; algo que, según ella, me aguaría los planes para esa tarde.
Esos planes ya se habían empañado.
No pensaba mencionarle el asunto a Daemon. Se volvería loco y, por mucho que detestara admitirlo, necesitábamos a Blake. Habíamos llegado demasiado lejos para que acabaran capturándonos por culpa de la dichosa carta con la que nos amenazaba. Y tampoco estaba dispuesta a correr el riesgo de no poder rescatar a Beth.
Cada vez que pensaba en ello a lo largo del día, se me erizaba la piel. Todas esas veces había pensado que se trataba de Daemon o de un sueño, pero debería haberlo sabido. Nunca sentí el cálido aviso que nuestra conexión me proporcionaba cuando Daemon estaba cerca.
Debería haber sabido que Blake era aún más rarito de lo que me imaginaba.
Pasé por la oficina de correos de camino a casa. Daemon bajó rápidamente del coche y me siguió. A tres pasos de la puerta, me agarró por la cintura desde atrás y me levantó en el aire. Me hizo girar tan rápido que mis piernas parecían molinitos de viento.
Una mujer y su hijo salieron de la oficina de correos y por poco me los cargo con las piernas. La mujer se rió y no me cupo la menor duda de que tenía algo que ver con la sonrisa que sabía que lucía Daemon.
Cuando me dejó sobre mis pies y me soltó, crucé la puerta tambaleándome. Daemon soltó una carcajada.
—Pareces un poco borracha.
—No gracias a ti.
Me colocó un brazo sobre los hombros. Al parecer, estaba juguetón. Nos detuvimos en el apartado de correos de mi madre y saqué la correspondencia. Había algunos paquetes y el resto era un montón de propaganda.
Daemon me arrebató los paquetes amarillos de las manos.
—¡Oh! ¡Libros! ¡Has recibido libros!
Me reí mientras varias de las personas que estaban haciendo cola miraban por encima del hombro.
—Devuélvemelos.
Los apretó contra el pecho, poniendo ojitos soñadores.
—Ahora mi vida está completa.
—Mi vida estaría completa si pudiera publicar una reseña usando otra cosa aparte de los ordenadores de la biblioteca del instituto.
Iba allí unas dos veces por semana desde que mi último portátil subió al cielo de los ordenadores. Daemon siempre me acompañaba. Según él, estaba allí para «corregir» mis entradas. En otras palabras, era una enorme distracción.
Cargó con el resto del correo y me dio un beso en la mejilla.
—¿A que estaría bien? Pero creo que ya has agotado la asignación que tenía tu madre para portátiles.
—En ninguno de los dos casos fue culpa mía.
Había estado ocultándole a mi madre la reciente destrucción de mi portátil. Le daría un ataque si se enterase.
—Cierto. —Le abrió la puerta a una ancianita y luego me dejó pasar—. Pero apuesto a que, cuando te vas a la cama por las noches, sueñas con un nuevo y reluciente portátil.
Una cálida brisa me lanzó un mechón de pelo sobre la cara cuando me detuve junto a mi coche.
—¿Además de soñar contigo?
—Intercalado con soñar conmigo —me corrigió mientras colocaba el correo en el asiento trasero—. ¿Qué es lo primero que harías si tuvieras un portátil nuevo?
Dejé que me cogiera las llaves, fui hasta el asiento del pasajero y pensé en ello.
—No lo sé. Probablemente lo abrazaría y le prometería que nunca permitiría que le pasara nada malo.
Daemon se rió de nuevo, con un centelleo en los ojos.
—Vale, ¿y aparte de eso?
—Haría un videoblog dándoles las gracias a los dioses de los portátiles por otorgarme uno. —Se me escapó un suspiro, porque esa sería la única forma de conseguir uno—. Tengo que buscarme un trabajo.
—Lo que tienes que hacer es solicitar plaza en la universidad.
—Tú tampoco lo has hecho —le señalé.
Me miró de reojo.
—Estaba esperando por ti.
—Colorado —dije, y, cuando él asintió con la cabeza, la expresión de horror de mi madre surgió en mi mente—. A mi madre va a darle un soponcio.
—Creo que se alegrará de que vayas a la universidad.
En eso tenía razón, pero todo el asunto de la universidad parecía estar en el aire en ese momento. No tenía ni idea de qué nos depararía la próxima semana, menos aún los próximos meses. Pero tenía buenas notas y había estado buscando información sobre becas para matricularme en primavera el próximo año.
En Colorado… Sabía que Daemon había visto el folleto de la universidad. La perspectiva de irme a la universidad con él como adolescentes normales era muy atractiva. El problema era que hacerme ilusiones y no poder llevarlo a cabo sería un palo demasiado grande.
Mi casa estaba en silencio y un poco calurosa. Abrí una ventana en la sala de estar mientras Daemon se servía un vaso de leche. Cuando entré en la cocina estaba pasándose el dorso de la mano por la boca, tenía el pelo revuelto y sus ojos verdes eran del tono de la hierba en primavera. Aquel movimiento hizo que se le tensara la camiseta sobre los bíceps y el pecho.
Contuve un suspiro. La leche era muy buena para el cuerpo.
Me sonrió con picardía. Dejó el vaso sobre la encimera y se movió tan rápido que no lo vi hasta que lo tuve delante de mí, sosteniéndome las mejillas entre sus manos. Me encantaba que pudiera ser él mismo conmigo. Solía pensar que hacía eso de la supervelocidad alienígena para fastidiarme, pero solo era su estado natural. En realidad, aminorar hasta la velocidad humana lo obligaba a usar más energía.
Entonces me besó. Sabía a leche y a algo más sabroso, exuberante y suave. No me di cuenta de que estaba llevándome hacia atrás y habíamos llegado al pie de la escalera hasta que me cogió en brazos sin interrumpir el beso.
Pensaba que el asunto con Blake me arruinaría la tarde, pero había subestimado el magnetismo de Daemon y sus besos. Le rodeé la cintura con las piernas, deleitándome con la sensación de sus músculos bajo mis manos.
Daemon no se detuvo en lo alto de la escalera, sino que siguió caminando y besándome. El corazón me palpitaba a toda velocidad. Se volvió y abrió la puerta de mi cuarto con el pie. Entonces el corazón me dio un vuelco, porque estábamos en mi habitación y no había nadie cerca que pudiera interrumpirnos. Los nervios y la excitación se apoderaron de mí.
Daemon levantó la cabeza. Una sonrisa torcida se le dibujó en los labios mientras me deslizaba hasta pisar el suelo, con la respiración acelerada. Observé, aturdida, cómo retrocedía y se sentaba en el borde de la cama. Me soltó los dedos despacio, acariciándome la palma de la mano. Sentí el cosquilleo por todo el brazo.
Entonces miró hacia mi escritorio.
Seguí su mirada y parpadeé, pensando que un espejismo había aparecido en mi cuarto, porque lo que estaba viendo no podía ser real.
Sobre mi escritorio había un MacBook Air con una funda rojo cereza.
—Eh…
No sabía qué decir. La mente se me quedó en blanco. ¿Estábamos en la casa correcta? Contemplé el conocido entorno y decidí que sí.
Di un paso hacia el escritorio y me detuve.
—¿Es para mí?
Una lenta y bella sonrisa se fue abriendo paso por su rostro, iluminándole los ojos.
—Bueno, está en tu escritorio, así que…
El corazón empezó a latirme con un ritmo irregular.
—No lo entiendo.
—Verás, hay un sitio llamado Apple Store. Fui allí y elegí uno. Pero resulta que no les quedaban. —Se quedó callado un momento como si quisiera asegurarse de que estaba escuchándolo, y yo lo único que podía hacer era mirarlo—. Así que lo encargué. Mientras tanto, mandé pedir una funda. Como prefiero el rojo, me tomé algunas libertades.
—Pero ¿por qué?
Se rió en voz baja.
—Dios, ojalá pudieras verte la cara.
Me cubrí las mejillas con las manos.
—¿Por qué?
—Porque no tenías portátil y sé cuánto significa para ti bloguear y esas cosas. Usar los ordenadores del instituto no te basta. —Se encogió de hombros—. Y no llegamos a celebrar San Valentín. Así que… aquí está.
Entonces caí en la cuenta de que llevaba todo el día planeándolo.
—¿Cuándo lo pusiste aquí?
—Esta mañana, después de que te fueras a clase.
Respiré hondo. Estaba a puntito de ponerme a besar la tierra que él pisaba.
—¿Y me lo compraste? ¿Un MacBook Air? Estas cosas cuestan una pasta.
—Agradéceselo a los contribuyentes. Su dinero financia al Departamento de Defensa, que, a su vez, nos lo entrega a nosotros. —Se rió al ver la expresión de mi cara—. Y yo soy muy ahorrador. Tengo guardada una pequeña fortuna.
—Es demasiado, Daemon.
—Es tuyo.
Mi mirada se vio atraída de nuevo hacia el Mac como si fuera un imán. ¿Cuántas veces desde que aprendí a deletrear «portátil» había soñado con tener un MacBook?
Tenía ganas de llorar y reír al mismo tiempo.
—No puedo creerme que hayas hecho esto.
Se encogió nuevamente de hombros.
—Te lo mereces.
Algo se quebró en lo más hondo de mi ser. Me abalancé sobre Daemon y él se rió, rodeándome la cintura con los brazos.
—Gracias. Gracias —repetí una y otra vez mientras le cubría la cara de besos.
Daemon apoyó la cabeza en el edredón, riéndose.
—Caramba. Eres bastante fuerte cuando estás entusiasmada.
Me senté y lo miré con una amplia sonrisa. Su cara se volvió un poco borrosa.
—No puedo creer que hayas hecho esto.
En su rostro apareció una expresión petulante.
—No tenías ni idea, ¿verdad?
—No, pero ¿por eso no dejabas de sacar el tema del blog? —Le di un golpe en el pecho en broma—. Eres…
Cruzó los brazos detrás de la cabeza.
—¿Qué soy?
—Asombroso. —Me incliné hacia delante y lo besé—. Eres asombroso.
—Eso es lo que yo llevo años diciendo.
Me reí contra sus labios.
—Pero, hablando en serio, no deberías haberlo hecho.
—Me apetecía.
No sabía qué decir, aparte de gritar a pleno pulmón. Tener un MacBook era como si se hubieran juntado Navidad y Halloween.
Daemon bajó las pestañas.
—No pasa nada. Sé lo que quieres hacer. Vete a jugar.
—¿Estás seguro? —Mis dedos estaban deseando ponerse a explorar.
—Sí.
Tras soltar un chillido, lo besé una vez más, me bajé de la cama y me lancé hacia el portátil. Llevé el ordenador ultraligero a la cama, me senté al lado de Daemon y me lo coloqué en el regazo. Durante la siguiente hora, me familiaricé con los programas y pasé por diferentes fases en las que me sentía extraordinariamente guay y sofisticada por tener un MacBook Air.
Daemon se inclinó sobre mi hombro y me señaló algunas características.
—Ahí está la cámara web.
Grité de emoción y luego sonreí cuando nuestras caras aparecieron en la pantalla.
—Deberías hacer tu primer videoblog ahora mismo —propuso.
Eufórica, pinché el botón de grabar y chillé:
—¡Tengo un MacBook Air!
Daemon se rió mientras hundía la cabeza en mi pelo.
—Tontita.
Apreté el botón de parar y me fijé en la hora que era. Apagué el portátil, lo coloqué a nuestro lado y abracé a Daemon una vez más.
—Gracias.
Me hizo tenderme y levantó una mano para colocarme el pelo detrás de la oreja. Su mano se entretuvo allí.
—Me gusta que seas feliz y, si con algo tan pequeño puedo conseguirlo, pues lo haré.
—¿Algo tan pequeño? —La sorpresa me hizo alzar la voz—. Esto no es algo pequeño. Tiene que haberte costado…
—Eso no importa. Si tú eres feliz, yo soy feliz.
El pecho se me hinchó de emoción.
—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad? —dije.
Una sonrisa arrogante hizo acto de presencia.
—Lo sé.
Aguardé. Nada. Puse los ojos en blanco y me incorporé para sacarme los zapatos. Al mirar por la ventana del cuarto, no vi más que un hermoso cielo azul. La temperatura era lo bastante agradable como para usar sandalias. ¡Sandalias!
—No vas a decirlo nunca, ¿verdad?
—¿El qué? —La cama se movió cuando se sentó y me colocó las manos en las caderas.
Lo miré por encima del hombro, pero las espesas pestañas le ocultaban los ojos.
—Ya lo sabes.
—¿Hum?
Sus manos me subieron por los costados, distrayéndome como de costumbre.
A algunas chicas podría molestarles que sus novios nunca les dijeran que las querían. Para ser sincera, con cualquier otro chico tal vez también me habría molestado; pero con Daemon, bueno, a él nunca le resultaría fácil pronunciar esas palabras, a pesar de que no tenía ningún problema para demostrarlo.
Y a mí me parecía bien. Aunque eso no quería decir que no fuera a tomarle el pelo por ello.
Me dio un beso en la mejilla y se levantó de la cama.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Me encanta, me he enamorado de él.
Daemon enarcó una ceja.
—En serio, me encanta. No sé ni cómo darte las gracias.
Aquella ceja se agitó.
—Estoy seguro de que ya se te ocurrirá algo.
Me puse de pie y le di un empujoncito mientras recorría el suelo de mi cuarto con la mirada en busca de las sandalias. En realidad todavía no me había puesto a buscar nada desde la noche en que Carissa había estado allí y seguía encontrándome cosas que habían guardado en sitios raros. Me agaché y levanté el borde del edredón de lunares para inspeccionar el terreno desconocido que se extendía bajo la cama.
Había varias hojas sueltas de cuaderno tiradas por el suelo, calcetines enrollados por todas partes y una zapatilla cerca de la pared, junto a un par de revistas. No veía por ninguna parte la otra zapatilla, que parecía haberse dado a la fuga con la mitad de los calcetines, ya que aparentemente ninguno tenía pareja.
Las sandalias estaban más o menos en medio. Me tumbé y me estiré dando manotazos en el suelo.
—¿Qué haces? —me preguntó Daemon.
—Intento alcanzar mis sandalias.
—¿De verdad es tan difícil?
Lo ignoré, me concentré en las sandalias y les ordené que vinieran hacia mí. Un segundo después, una chocó contra mi mano y, cuando llegó la segunda, algo cálido y suave rebotó contra la palma.
—Pero ¿qué…?
Tiré las sandalias a un lado y busqué a tientas hasta que mi mano se posó sobre el objeto. Salí serpenteando de debajo de la cama, me senté y abrí la mano.
—¡Madre mía! —exclamé.
—¿Qué pasa? —Daemon se arrodilló a mi lado y contuvo el aliento bruscamente—. ¿Eso es lo que yo creo que es?
Sobre la palma de mi mano había una reluciente piedra negra con vetas rojas por el centro, como si se tratara de una vibrante llama roja. Debía de ser de Carissa, y, aunque la parte del brazalete ya no estaba y probablemente se hubiera destruido junto con el cuerpo de mi amiga, eso había sobrevivido.
En mi mano sostenía un ópalo.