3

Ya estaba tentando a la suerte en lo que concernía a mi madre, así que decidí no mencionar el asunto de la ventana cuando llamó por la tarde para comprobar cómo me iba. Deseaba con todas mis fuerzas que las carreteras se despejaran lo suficiente para que pudiera venir alguien a arreglar la ventana antes de que mamá volviera a casa.

Odiaba tener que mentirle. Últimamente era lo único que hacía, aunque sabía que debía contárselo todo, especialmente lo de su supuesto novio, Will. Pero ¿cómo sería esa conversación? «Oye, mamá, nuestros vecinos son extraterrestres. Uno de ellos me mutó por accidente, y Will es un psicópata. ¿Alguna pregunta?»

Ya, ni de coña.

Justo antes de colgar, volvió a insistir en que debíamos ir a ver a un médico por lo de mi voz. Asegurarle que solo se trataba de un resfriado había funcionado por ahora, pero ¿qué iba a decirle dentro de una semana o dos? Dios, ojalá se me hubiera curado la voz para entonces, aunque una parte de mí sabía que podría ser permanente. Otro recordatorio de… todo.

Tenía que contarle la verdad a mamá.

Cogí un paquete de macarrones con queso precocinados y, cuando iba a meterlo en el microondas, me quedé mirando mis manos con el ceño fruncido. ¿Tendrían habilidades caloríficas como las de Dee y Daemon? Me encogí de hombros y metí la comida en el microondas. Tenía demasiada hambre para arriesgarme.

No se me daba bien lo de generar calor. Cuando Blake me entrenaba para que aprendiera a manejar la Fuente e intentó enseñarme a crear calor (es decir, fuego), acabé prendiéndole fuego a mis propias manos en lugar de a la vela.

Mientras esperaba a que los macarrones estuvieran listos, me entretuve mirando por la ventana situada encima del fregadero. Dawson había estado en lo cierto. Todo estaba precioso cuando salió el sol. La nieve cubría el suelo y envolvía las ramas de los árboles. De los olmos colgaban carámbanos. Incluso ahora, después de que se pusiera el sol, fuera se extendía un hermoso mundo blanco. Me dieron ganas de salir a jugar.

El microondas pitó y me comí mi poco saludable cena de pie, calculando que así al menos quemaría algunas calorías. Desde que Daemon me había transformado en ese extraño híbrido mutante de humano y alienígena, mi apetito se había descontrolado. Casi no quedaba nada de comer en la casa.

Cuando terminé, cogí rápidamente mi portátil y me senté a la mesa de la cocina. Esa última semana había tenido la cabeza en las nubes y quería buscar algo antes de que se me volviera a olvidar.

Abrí Google, escribí «Dédalo» y le di a enter. El primer enlace era de la Wikipedia, pero, como no esperaba encontrar una página llamada «Bienvenido a Dédalo: organización gubernamental secreta», pinché en él.

Y me empapé de los mitos griegos.

A Dédalo se lo consideraba un innovador. Entre otras cosas, había creado el laberinto en el que vivía el Minotauro. Y también era el padre de Ícaro, el chico que voló demasiado cerca del sol con unas alas fabricadas por Dédalo, y luego se ahogó. Ícaro se dejó llevar por la emoción de volar, lo que, conociendo a los dioses, probablemente fuera una forma de castigo pasivo que lo condenó a perder sus alas; además de suponer un castigo para Dédalo, que había equipado a Ícaro con el artilugio que le había proporcionado al chico la habilidad divina de volar.

Interesante lección de historia, pero ¿dónde estaba la relación? ¿Por qué iba el Departamento de Defensa a ponerle a una organización que supervisaba la mutación humana el nombre de un tipo…?

Entonces lo entendí.

Dédalo creaba toda clase de cosas que beneficiaban al hombre, y todo eso de las habilidades divinas se parecía al asunto de los humanos a los que mutaban los Luxen. Era mucho suponer; pero, vamos, los tipos del gobierno eran tan creídos que no dudarían en ponerle a su organización el nombre de una leyenda griega.

Cerré el portátil, me levanté y, antes de darme cuenta, había agarrado la chaqueta y me dirigía afuera. No sabía por qué. ¿Y si había más agentes merodeando por allí? Mi hiperactiva mente creó la imagen de un francotirador escondido entre los árboles y un punto rojo reflejado en mi frente. Qué tranquilizador.

Saqué unos guantes de los bolsillos de la chaqueta con un suspiro y me abrí paso a duras penas por los montículos de nieve. Necesitaba realizar algún tipo de ejercicio físico para despejar la mente, así que empecé a hacer rodar una bola de nieve por el jardín.

Todo había cambiado en cuestión de meses y, de nuevo, en cuestión de segundos. Había pasado de ser la tímida Katy que solo pensaba en libros a algo imposible, alguien que no solo había cambiado a nivel celular. Ya no veía el mundo en blanco y negro y, en el fondo, sabía que ya no me regía por las normas sociales básicas.

Como «no matarás», por ejemplo.

No había matado a Brian Vaughn (el agente al que Will había untado para que me entregara a él en lugar de a Dédalo, ya que así podría usarme de rehén para asegurarse de que Daemon lo mutaba en lugar de matarlo directamente), pero había querido hacerlo y lo habría hecho si Daemon no se me hubiera adelantado.

No había tenido ningún problema con la idea de matar a alguien.

Por algún motivo, matar a aquellos dos extraterrestres malvados, los Arum, no me había afectado tanto como la idea de no tener ningún reparo en matar a un humano. No estaba segura de qué decía eso de mí, porque, como había dicho Daemon una vez, una vida era una vida; pero no sabía qué ocurriría si añadiese las palabras «no me preocupa matar» a la sección de información personal de mi blog sobre libros.

Tenía los guantes de algodón empapados cuando terminé con la primera bola y me puse a hacer rodar el segundo montón de nieve. Todo eso del ejercicio físico solo estaba consiguiendo que me ardieran las mejillas a causa del gélido aire con olor a nieve. Un fracaso total, vamos.

Cuando terminé, mi muñeco de nieve tenía tres secciones, pero carecía de brazos y cara. En cierto sentido, era un reflejo de cómo me sentía por dentro. Contaba con la mayoría de las partes de mi cuerpo, pero me faltaban piezas esenciales para ser real.

Ya no sabía quién era.

Di un paso atrás, me pasé la manga por la frente y dejé escapar un suspiro entrecortado. Me ardían los músculos y me dolía la piel, pero me quedé allí parada hasta que la luna asomó detrás de las densas nubes y proyectó un rayo de luz plateada sobre mi creación incompleta.

Esa mañana había un cadáver en mi cuarto.

Me senté en medio del jardín, justo sobre un montón de nieve fría. Un cadáver… otro cadáver. Como el cadáver de Vaughn, que se había desplomado cerca del camino de entrada a mi casa; como el cadáver de Adam, que había yacido en la sala de estar. Otro pensamiento que había intentado ignorar se abrió paso entre mis defensas. Adam había muerto intentando protegerme.

El aire húmedo y frío me hizo escocer los ojos.

Si hubiera sido sincera con Dee, si le hubiera contado desde el principio lo que ocurrió de verdad en el claro la noche que nos enfrentamos a Baruck y todo lo que vino después, ella y Adam habrían actuado con más cautela en lugar de irrumpir a lo loco en mi casa. Habrían sabido lo de Blake: que era como yo y podía defenderse con superhabilidades alienígenas.

Blake.

Debería haberle hecho caso a Daemon. Pero preferí demostrar mi valía. Preferí creer que Blake tenía buenas intenciones cuando Daemon había presentido que había algo raro en aquel chico. Debería haber sabido que le faltaba un tornillo cuando me lanzó un cuchillo a la cabeza y me dejó sola con un Arum.

Aunque ¿de verdad estaba loco? Yo no estaba tan segura. Lo que sí estaba era desesperado. Intentaba mantener vivo a su amigo Chris con todas sus fuerzas y se había visto atrapado por aquello en lo que se había convertido. Blake habría hecho cualquier cosa para proteger a Chris. No porque su vida estuviera ligada a la del Luxen, sino porque le importaba su amigo. Tal vez por eso no lo maté cuando tuve la oportunidad: porque, incluso en esos momentos de puro caos, veía una parte de mí misma en Blake.

No me había molestado la idea de matar a su tío para proteger a mis amigos. Y Blake había matado a mi amigo para proteger al suyo.

¿Quién tenía razón? ¿Acaso la tenía alguien?

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no le presté mucha atención a la calidez que se me extendió por el cuello. Di un respingo al oír la voz de Daemon.

—¿Qué haces, gatita?

Me volví y levanté la cabeza. Daemon estaba detrás de mí, vestido con un jersey fino y unos vaqueros. Sus ojos relucían bajo las espesas pestañas.

—Estaba haciendo un muñeco de nieve.

Su mirada se desplazó más allá de mí.

—Ya veo. Le faltan algunas partes.

—Sí —contesté, taciturna.

Daemon frunció el entrecejo.

—Eso no explica por qué estás sentada en la nieve. Tienes que tener los vaqueros empapados. —Se quedó callado un momento, y entonces empezó a fruncir el ceño. No podía creérmelo—. Un momento, preferiría que hicieras eso con el trasero.

Solté una carcajada. Daemon siempre sabía cómo relajar la tensión.

Avanzó con fluidez, como si la nieve se apartara de su camino, y se sentó a mi lado con las piernas cruzadas. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato; luego, se inclinó y me empujó con el hombro.

—¿Qué estás haciendo de verdad aquí fuera? —me preguntó.

Nunca había conseguido ocultarle nada, pero todavía no estaba preparada para hablar del tema con él.

—¿Qué pasa con Dawson? ¿Ya ha huido?

Durante un instante, dio la impresión de que Daemon iba a insistir, pero entonces simplemente asintió.

—Todavía no, porque he estado siguiéndolo todo el día como si fuera su niñera. Me estoy planteando ponerle un cascabel.

Me reí por lo bajo.

—Tengo la impresión de que no le gustaría.

—Me da igual. —En su voz se reflejó un atisbo de enfado—. Ir a por Beth no va a terminar bien. Todos lo sabemos.

Desde luego.

—¿Crees que…?

—¿Qué?

Me costaba expresar con palabras lo que pensaba porque, en cuanto lo dijera, sería real.

—¿Por qué no han venido a por Dawson? Seguro que saben que está aquí. Sería el primer lugar al que vendría si hubiera escapado. Y está claro que han estado vigilándonos. —Hice un gesto hacia mi casa, a nuestras espaldas—. ¿Por qué no han venido a llevárselo? ¿O a nosotros?

Daemon se quedó mirando el muñeco de nieve, en silencio, un momento.

—No lo sé. Bueno, tengo mis sospechas.

Tragué saliva con dificultad, pues el miedo estaba formándome un nudo en la garganta.

—¿Qué piensas?

—¿De verdad quieres oírlo? —Cuando asentí, volvió a clavar la mirada en el muñeco de nieve—. Creo que en el Departamento de Defensa estaban al tanto de los planes de Will, que sabían que iba a hacer que liberasen a Dawson. Y dejaron que pasara.

Inhalé con dificultad mientras cogía un puñado de nieve.

—Eso mismo pienso yo.

Me miró con los ojos ocultos tras las pestañas.

—Pero la gran incógnita es por qué.

—No puede ser nada bueno. —Dejé que la mayor parte de la nieve se deslizara entre mis dedos cubiertos por el guante—. Es una trampa. Tiene que tratarse de eso.

—Estaremos preparados —me aseguró después de unos segundos—. No te preocupes, Kat.

—No estoy preocupada. —Menuda mentira, pero parecía la respuesta correcta—. Tenemos que cogerles la delantera de alguna forma.

—Así es. —Daemon estiró las largas piernas. La parte inferior de sus vaqueros había adquirido un tono más oscuro de azul—. ¿Sabes cómo evitamos llamar la atención de los humanos?

—¿Cabreándolos y aislándoos? —sugerí con una sonrisita pícara.

—Ja, ja. No. Disimulamos. Fingimos constantemente que no somos diferentes, que no pasa nada.

—No te sigo.

Se dejó caer de espaldas y su pelo oscuro se extendió sobre la nieve blanca.

—Si fingimos que nos las hemos arreglado para liberar a Dawson, que no pensamos que haya nada sospechoso o que no sabemos que conocen nuestras habilidades, puede que ganemos algo de tiempo para averiguar qué están tramando.

Vi cómo estiraba los brazos a los costados.

—¿Crees que así meterán la pata?

—No lo sé. Yo no contaría con ello, pero nos da cierta ventaja. Ahora mismo, es nuestra mejor opción.

Nuestra mejor opción era una mierda.

Daemon sonrió como si no tuviera la más mínima preocupación y empezó a deslizar los brazos por la nieve junto con las piernas, moviéndolos como si fueran limpiaparabrisas. Unos limpiaparabrisas muy atractivos.

Empecé a reírme, pero la risa se me quedó atascada en la garganta mientras notaba que el corazón se me henchía. Nunca se me hubiera ocurrido que Daemon fuera de los que hacían figuras de ángeles en la nieve. Y, por algún motivo, eso me provocó una sensación cálida y reconfortante.

—Deberías probar —me sugirió con voz persuasiva y los ojos cerrados—. Te ayuda a ver las cosas con perspectiva.

Dudaba que me ayudara a ver nada con perspectiva, pero me tumbé a su lado y seguí su ejemplo.

—Busqué «Dédalo» en Internet.

—¿Ah, sí? ¿Y qué encontraste?

Le hablé del mito y mis sospechas, lo que hizo que Daemon sonriera de forma burlona.

—No me sorprendería que fuera una cuestión de ego.

—Tú sabrás —contesté.

—Qué graciosa.

Le dediqué una amplia sonrisa.

—Por cierto, ¿cómo va a ayudarme esto a ver las cosas con perspectiva?

Daemon se rió entre dientes.

—Espera unos segundos más.

Eso hice. Daemon se detuvo y se sentó; luego estiró el brazo y me agarró de la mano para ayudarme a ponerme en pie. Nos sacudimos la nieve mutuamente (aunque él se entretuvo un poco más de lo necesario en ciertas zonas) y, cuando terminamos, nos volvimos hacia nuestros ángeles de nieve.

El mío era mucho más pequeño y menos simétrico que el suyo, como si la parte superior de mi cuerpo pesara más que la inferior. El suyo era perfecto: qué sorpresa. Me rodeé el cuerpo con los brazos.

—Estoy esperando a tener esa revelación.

—No hay ninguna revelación. —Me colocó un brazo sobre los hombros, se inclinó hacia mí y me besó en la mejilla. Tenía los labios muy calentitos—. Pero ha sido divertido, ¿no? Y ahora… —Me hizo volverme hacia el muñeco de nieve—. Acabemos tu muñeco. Mientras yo esté aquí, no quedará incompleto.

El corazón me dio un vuelco. Muchas veces me preguntaba si Daemon podría leer la mente. Era capaz de dar en el blanco de una manera asombrosa cuando se lo proponía. Apoyé la cabeza en su hombro mientras me preguntaba cómo había pasado de ser el mayor capullo del mundo a ese… ese chico que seguía sacándome de mis casillas, pero que también me sorprendía y me asombraba constantemente.

Ese chico del que estaba perdidamente enamorada.