29

A lo largo de las siguientes semanas, en las noticias de la noche emitieron entrevistas a la policía local y llorosas súplicas de los padres de Carissa, se llevaron a cabo vigilias a la luz de las velas y llegaron periodistas de todas partes atraídos por una curiosidad morbosa. ¿Cómo podían desaparecer sin más tantos chicos en un pueblo tan pequeño? Algunas personas incluso especularon que un asesino en serie había elegido como objetivo este tranquilo pueblecito de Virginia Occidental.

Fue duro ir al instituto y escuchar a todo el mundo hablar de Carissa, Simon e incluso Adam y Beth. No solo para mí, sino para todos los que sabíamos la verdad.

Aquellos chicos no habían desaparecido.

Adam y Carissa estaban muertos, y probablemente Simon también. A Beth la retenían contra su voluntad en unas instalaciones del Gobierno.

Se extendió un clima oscuro y sombrío que nos invadió a todos y del que no había forma de librarse. Naturalmente, las sospechas brotaron en el instituto junto con la hierba primaveral y las diminutas flores, ya que solo uno de esos chicos había reaparecido: Dawson. Pero su reaparición había marcado la desaparición de otros.

Se oían murmullos por el pasillo y los alumnos intercambiaban largas miradas cada vez que Dawson o Daemon estaban cerca; posiblemente porque muy pocos podían distinguirlos. Pero ambos hermanos se comportaban como si no se dieran cuenta. O quizá era que simplemente no les importaba.

Incluso Lesa había cambiado. Perder a un amigo causaba eso en la gente, al igual que la incapacidad para pasar página. Nunca se encontró ninguna razón para la desaparición de Carissa, al menos para Lesa. Ella, como muchos otros, se pasaría toda la vida preguntándose por qué y cómo sucedió. Y no saber la respuesta provocaba esa impotencia para seguir adelante. Aunque las estaciones estaban cambiando y la primavera estaba en camino, Lesa seguía atrapada en el día anterior a descubrir que su mejor amiga había desaparecido y el día posterior. Seguía siendo la misma chica en algunos sentidos: había momentos en los que decía algo totalmente inapropiado y se reía, y luego había otros, cuando creía que no estaba mirándola, en los que el recelo le nublaba los ojos.

Sin embargo, el de Carissa no era el único caso de interés periodístico.

La hermana del doctor William Michaels (alias el novio de mi madre y un completo cretino) denunció su desaparición unas tres semanas después de que a Carissa se la tragase la tierra. Y se volvió a desatar el caos. La policía había interrogado a mamá y ella se… se quedó destrozada. Sobre todo cuando se enteró de que Will nunca se había inscrito en ninguna conferencia en el oeste y nadie lo había visto ni sabido nada de él desde que se marchó de Petersburgo.

Las autoridades sospechaban que podría tratarse de un crimen. Otros murmuraban que debía de tener algo que ver con lo que les había pasado a Carissa y Simon. Un importante doctor no desaparecía de la faz de la tierra así sin más.

Pero Daemon y yo seguíamos vivos, así que solo nos quedaba suponer que la mutación se había mantenido y que, puesto que había conseguido lo que quería, estaba escondido en algún sitio. En el peor de los casos, Dédalo lo había capturado. Si era así, no pintaba bien para nosotros; pero, bueno, se lo merecía si lo tenían encerrado en una jaula en algún sitio.

En resumidas cuentas, no me destrozaba el hecho de que, por ahora, Will fuera irrelevante; pero odiaba ver a mi madre pasar por eso de nuevo. Y odiaba a Will aún más si cabe por ponerla en esa situación. Mamá pasó por todas las etapas del duelo: negación, tristeza, ese horrible y persistente sentimiento de pérdida y luego ira.

No sabía cómo ayudarla. Lo mejor que podía hacer era pasar las tardes con ella en sus días libres, después de terminar con el tema del ónice. Hacerle compañía y distraerla parecía ayudar.

A medida que transcurrían las semanas y no había indicios de Carissa ni de ninguna de las otras personas que habían monopolizado la atención del pueblo, sucedió lo inevitable. La gente no se olvidó, pero los periodistas se fueron y luego otras cosas ocuparon las noticias de la noche. Para mediados de abril, prácticamente todo el mundo había vuelto a lo suyo.

Una tarde, mientras regresábamos del lago, disfrutando del aumento de temperatura, le pregunté a Daemon cómo podía la gente olvidar con tanta facilidad. Una sensación de amargura se había apoderado de mi estómago. ¿Pasaría lo mismo algún día si no regresábamos de Mount Weather? ¿La gente lo superaría sin más?

Daemon me había apretado la mano y había contestado:

—Es parte de la condición humana, gatita. Lo desconocido no es agradable. Así que prefieren hacerlo a un lado; no del todo, solo lo suficiente para que no ensombrezca cada uno de sus pensamientos y acciones.

—¿Y eso está bien?

—No digo que lo esté. —Se había detenido y me había colocado las manos en los brazos—. Pero no tener las respuestas a algo puede dar miedo. La gente no se puede centrar en eso para siempre. Igual que tú no podías centrarte eternamente en por qué tenía que ser tu padre quien enfermara y muriera. Esa es la gran incógnita. Con el tiempo, tuviste que dejarlo correr.

Me había quedado mirándolo. La luz menguante realzaba sus atractivas facciones.

—No puedo creerme que hayas dicho algo tan sensato.

Daemon se había reído entre dientes mientras subía y bajaba las manos por mis brazos, provocándome escalofríos prometedores.

—Soy más que una cara bonita, gatita. Ya deberías saberlo.

Y lo sabía. Daemon me apoyaba de una manera increíble la mayor parte del tiempo. Todavía odiaba que participara en el entrenamiento con el ónice, pero no me daba la vara, cosa que le agradecía.

Me metí de lleno en el entrenamiento, lo que me dejó poco tiempo para nada que no fuera ir al instituto. El ónice nos despojaba de energía y, después de cada sesión, todos acabábamos desplomándonos enseguida. Estábamos tan absortos en aumentar nuestra tolerancia y mantenernos atentos por si aparecían más agentes o infiltrados que ni siquiera habíamos celebrado San Valentín, aparte de las flores que Daemon me compró y la tarjeta que yo le regalé.

Teníamos planeado compensarlo con una cena, pero siempre nos faltaba tiempo o alguien se interponía. O bien Dawson se impacientaba por salvar a Beth y estaba a punto de asaltar Mount Weather, Dee quería matar a alguien o Blake exigía que practicáramos con el ónice todos los días. Había olvidado cómo era estar a solas con Daemon.

Estaba empezando a pensar que sus esporádicas visitas nocturnas eran en realidad un producto de mi hiperactiva imaginación, ya que, al finalizar la tarde, él estaba tan hecho polvo como yo. Cada mañana parecía simplemente un vívido sueño y, puesto que Daemon nunca lo mencionó, lo dejé estar a la vez que me hacía ilusión. Supuse que el Daemon de mis sueños era mejor que nada.

No obstante, para principios de mayo, los cinco podíamos manipular el ónice durante unos cincuenta segundos sin perder el control de nuestras funciones musculares. A los otros no les parecía mucho tiempo, pero para nosotros era un gran progreso.

A mitad del entrenamiento de ese día, aparecieron Ash y Dee de espectadoras. Últimamente, aquellas dos estaban convirtiéndose en amigas del alma, mientras que yo carecía prácticamente de amigas, con excepción de Lesa en sus días buenos.

Los días malos eran aquellos en los que echaba de menos a Carissa y nadie podía reemplazar esa amistad perdida.

Mientras observaba cómo Ash iba tambaleándose con sus ridículos tacones, no pude evitar preguntarme cómo podían llevarse bien ella y Dee. Aparte de su obsesión por la moda, tenían poco en común.

Entonces caí en la cuenta de lo que probablemente las había unido: su dolor. Y allí estaba yo, reprochándoselo. A veces podía ser una auténtica idiota.

Matthew estaba levantándose del suelo cuando Ash se acercó conservando el equilibrio a duras penas y con el ceño fruncido.

—No puede ser tan malo. Quiero intentarlo.

Contuve una sonrisa de entusiasmo. No iba a ser yo la que se lo impidiera.

—Esto… Ash, yo no te recomendaría que lo hicieras —dijo Daemon.

«Aguafiestas», pensé, pero Ash era una extraterrestre muy decidida. Así que me senté, estiré las piernas y esperé a que empezara el espectáculo.

No tuve que esperar mucho.

Ash se inclinó con elegancia y cogió una de las relucientes piedras de color rojo negruzco mientras yo contenía el aliento. No había pasado ni un segundo cuando soltó un chillido, dejó caer el ónice como si fuera una serpiente y retrocedió a trompicones hasta caer de culo.

—Sí, no es tan malo —comentó Dawson con sequedad.

Ash tenía los ojos como platos y abría y cerraba la boca como un pez.

—¿Qué… qué ha sido eso?

—Ónice —respondí tendiéndome de espaldas. El cielo era de un tono azul vivo y un atisbo de sol caldeaba el aire. Yo ya había probado tres veces hoy y no podía sentir los dedos—. Es un asco.

—Ha sido… ¡como si me arrancaran la piel! —exclamó. La impresión hizo que la voz le sonara áspera—. ¿Por qué lleváis meses haciéndoos esto?

Dawson carraspeó.

—Ya sabes por qué, Ash.

—Pero ella es…

«Ay, no».

—¿Es qué? —Dawson se puso de pie—. Es mi novia.

—No lo he dicho con mala intención. —Ash miró a su alrededor en busca de ayuda, pero estaba sola en eso. Se levantó con cuidado y dio un paso vacilante hacia Dawson—. Lo siento. Es que… me ha dolido.

Dawson pasó junto a Daemon sin decir nada y desapareció entre los matorrales. Daemon me miró, luego suspiró y se fue tras su hermano.

—Ash, tienes que aprender a demostrar un poquito más de sensibilidad —dijo Matthew mientras se sacudía la tierra de los vaqueros.

Ash puso cara larga y, a continuación, se le dibujó una expresión de angustia.

—Lo siento. No he querido ofender.

No podía creérmelo. Era algo fuera de lo común ver a Ash demostrar otra emoción que no fuera mala baba. Dee se acercó a ella y las dos se marcharon. Matthew las siguió, con pinta de necesitar unas vacaciones o una botella de whisky.

Lo que me dejó sola con Blake.

Cerré los ojos soltando un gruñido y volví a tumbarme. Notaba el cuerpo muy pesado, como si fuera a hundirme en el suelo. En un par de semanas, me brotarían flores.

—¿Te sientes bien? —me preguntó Blake.

Varias respuestas sarcásticas se me alinearon en la lengua como soldaditos, pero lo único que dije fue:

—Solo estoy cansada.

Se hizo un significativo silencio y luego oí sus pasos acercándose. Blake se sentó a mi lado.

—El ónice es brutal, ¿verdad? Nunca pensé en ello, pero al principio, cuando me «reclutaron» en Dédalo, siempre estaba cansado.

No supe qué decir, así que guardé silencio, y, durante un rato, él también. Probablemente Blake fuera la persona con la que más me costaba estar; porque, en el fondo, no era una persona horrible, puede que ni siquiera un monstruo. Solo estaba desesperado, y la desesperación podía llevar a la gente a cometer locuras.

Blake me provocaba sentimientos encontrados. A lo largo de los últimos meses, había llegado a tolerarlo (igual que los demás), pero no confiaba en él porque recordaba las palabras de despedida de Luc: «No deberíais confiar en nadie en absoluto en este juego. Porque todo el mundo tiene algo que ganar o perder». No podía evitar preguntarme si se había referido a Blake. No quería ser amable con él por lo que le había hecho a Adam y tampoco quería compadecerme de él, pero a veces lo hacía. No era más que un producto de su entorno. Eso no lo justificaba, ni mucho menos, pero Blake no hizo lo que hizo por su cuenta. Hubo varios factores. La parte más extraña de todo se producía a la hora de comer, viéndolo sentarse a la misma mesa que los hermanos del chico al que había matado.

Sinceramente, creo que nadie sabía cómo tratar con Blake.

Al final, dijo:

—Sé lo que estás pensando.

—Creía que no podías leerle la mente a otros híbridos.

Se rió.

—Y no puedo, pero es evidente. Te hace sentir incómoda que esté aquí contigo, pero estás demasiado cansada y demasiado cómoda para levantarte.

Tenía razón en todo.

—Y, sin embargo, aquí sigues.

—Sí, en cuanto a eso… No creo que sea muy seguro quedarse dormida aquí. Aparte de los osos y los coyotes, podría aparecer el Departamento de Defensa o Dédalo.

Abrí los ojos con un suspiro.

—¿Y qué tendría de sospechoso que esté aquí?

—Bueno, aparte de que principios de mayo es demasiado pronto para tomar el sol y que casi es de noche… saben que sigo en contacto contigo. Intento guardar las apariencias y eso.

Incliné la cabeza hacia él. Los Luxen se iban turnando para reconocer la zona mientras practicábamos para asegurarse de que nadie nos viera. Parecía raro que Blake se preocupara por eso ahora.

—No me digas —contesté.

Blake dobló las rodillas y apoyó los brazos sobre ellas mientras contemplaba el tranquilo lago. Transcurrió otro lapso de silencio y entonces dijo:

—Sé que Daemon y tú fuisteis a ver a Luc en febrero.

Abrí la boca, pero luego negué con la cabeza. No tenía por qué darle ninguna explicación.

Blake suspiró.

—Sé que no confiáis en mí y que nunca lo haréis, pero podría haberos ahorrado un viaje. Sé lo que puede hacer el ópalo negro. He visto a Luc lograr cosas alucinantes con él.

Me invadió la irritación.

—¿Y no se te ocurrió contárnoslo?

—No pensé que fuera relevante. Es casi imposible hacerse con ese tipo de ópalo y nunca esperé que Dédalo estuviera equipando a los híbridos con él. Por el amor de Dios, ni se me había pasado por la cabeza.

Aquí me encontraba, en la misma situación de siempre con Blake: creerle o no creerle. Crucé las piernas por los tobillos y observé cómo una densa y esponjosa nube se deslizaba por el cielo.

—Vale —contesté, porque francamente no había forma de demostrar si estaba mintiendo o no. Estaba segura de que, si lo conectáramos a un detector de mentiras, los resultados no serían concluyentes.

Blake parecía sorprendido.

—Desearía que las cosas fueran diferentes, Katy.

Resoplé.

—Y yo, y seguramente otro centenar de personas más.

—Lo sé. —Rebuscó en el suelo hasta encontrar una piedrecita y le dio vueltas en la mano despacio—. Últimamente he estado pensando en lo que voy a hacer cuando todo esto acabe. Hay muchas posibilidades de que Chris… de que no esté bien, ¿sabes? Tenemos que ir a algún sitio y desaparecer, pero ¿y si no puede adaptarse? ¿Si está… diferente?

De que no esté bien, como Beth cuando la vi.

—Dijiste que le gustaba la playa. Y a ti también. Ahí es adonde deberíais ir.

—Suena bien… —Me echó un vistazo—. ¿Qué vais a hacer vosotros con Beth? ¿Qué vais a hacer cuando la recuperéis? Dédalo la buscará.

—Lo sé. —Suspiré y deseé hundirme en el suelo—. Supongo que vamos a tener que esconderla. Ver cómo está. Resolveremos ese problema cuando llegue el momento, cada cosa a su tiempo; pero, mientras estemos todos juntos, ya se nos ocurrirá algo.

—Ya… —Se detuvo, apretando los labios. Balanceó el brazo hacia un lado y lanzó la piedrecita al lago, donde brincó tres veces antes de hundirse. Luego se puso en pie—. Voy a dejarte sola, pero estaré cerca.

Antes de que pudiera responder, se levantó y se fue trotando. Fruncí el ceño y arqueé la espalda para poder mirarlo. La orilla del lago estaba vacía, salvo por unos cuantos petirrojos que daban saltitos por el suelo cerca de un árbol.

Qué conversación más extraña.

Volví a tumbarme, cerré los ojos y me obligué a despejar la mente. En cuanto me quedé sola y en silencio, un millar de cosas se abalanzaron sobre mí desde todas direcciones. Me costaba dormir, así que tenía la costumbre de imaginarme una playa de Florida a la que a papá le gustaba ir. Creé la imagen de las espumosas olas de color azul verdoso lamiendo la orilla a medida que avanzaban y se retiraban y mantuve esa escena repitiéndose en un bucle. Nada aparte de esa imagen se coló en mis pensamientos. No tenía planeado quedarme dormida allí, pero, con lo agotada que estaba, acabé en brazos de Morfeo bastante rápido.

No sabría decir qué me despertó; pero, cuando abrí lentamente los ojos, me encontré frente a unos brillantes ojos verdes. Sonreí.

—Eh —murmuré.

Una comisura de sus carnosos labios se alzó.

—Hola, bella durmiente…

Por encima de su hombro, el cielo había adquirido un tono azul oscuro.

—¿Me has despertado con un beso?

—Así es. —Daemon estaba tendido de costado, con la cabeza apoyada en un brazo. Colocó la mano sobre mi vientre y noté un aleteo en el pecho a modo de respuesta—. Ya te dije que mis labios tenían poderes místicos.

Una risa silenciosa me sacudió los hombros.

—¿Cuánto llevas aquí?

—No mucho. —Me buscó con la mirada—. Encontré a Blake rondando por el bosque como un alma en pena. No quería irse mientras estuvieras aquí sola. —Puse los ojos en blanco—. Por mucho que me fastidie, me alegro de que no se fuera.

—Vaya. Los cerdos vuelan. —Cuando entrecerró los ojos, levanté una mano y pasé los dedos por los suaves mechones que le caían sobre la frente. Se le cerraron los ojos y contuve el aliento—. ¿Cómo está Dawson?

—Calmado. ¿Cómo está mi gatita?

—Somnolienta.

—¿Y?

Deslicé los dedos lentamente por un lado de su cara, a lo largo de su amplia mejilla y por la firme línea de su mandíbula. Se volvió hacia la palma de mi mano y presionó los labios contra ella.

—Feliz de que estés aquí.

Sus dedos se ocuparon rápidamente de la rebeca que tenía puesta y separaron las finas solapas de tela. Rozó con los nudillos la camiseta de tirantes que llevaba debajo.

—¿Y?

—Y aliviada de que no me haya devorado un oso o un coyote.

Arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Al parecer, son un problema por aquí —dije con una sonrisa.

Daemon negó con la cabeza.

—Volvamos a hablar de mí.

En lugar de contestar, se lo demostré. Como diría Daemon, era cosa de la amante de los libros que había en mí. Demostrar algo era mucho mejor que explicarlo. Le acaricié el labio inferior con los dedos y luego desplacé la mano hasta su pecho. Levanté la cabeza y él me encontró a medio camino.

El beso comenzó de manera vacilante y suave. Aquellos besos sedosos crearon un anhelo que estaba convirtiéndose en algo demasiado familiar. La sensación de sus labios contra los míos, la certeza de lo que mi cuerpo quería, despertó algo en el fondo de mi ser y nuestros corazones se aceleraron a la vez, palpitando fuerte y rápido. Me rendí ante ese beso, me ahogué en él, me convertí en él. La creciente avalancha de sensaciones resultaba difícil de procesar. Era algo excitante y aterrador al mismo tiempo. Estaba lista, lo estaba desde hacía tiempo, y sin embargo sabía que tenía miedo, porque, como había dicho Daemon una vez, a los humanos los asusta lo desconocido. Y Daemon y yo llevábamos un tiempo rondando al borde de lo desconocido.

Daemon empujó hacia abajo hasta que estuve tendida de espaldas y se colocó sobre mí. Sentir su peso encima era perfecto y alucinante. Su mano fue ascendiendo, amontonando la tela, mientras sus dedos me rozaban al pasar. Aquella caricia era demasiado e insuficiente a la vez. Mi pecho subía y bajaba a toda velocidad mientras su pierna se situaba sobre las mías, entre las mías. Cuando se apartó, intenté recobrar el aliento, recobrar el control que estaba perdiendo con rapidez.

—Necesito parar —dijo bruscamente. Apretó los ojos y las pestañas le rozaron el borde de las mejillas—. Ya mismo.

Hundí los dedos entre los rizos de su nuca, esperando que no se diera cuenta de lo mucho que me temblaba la mano.

—Sí, deberíamos parar.

Daemon asintió, pero entonces bajó la cabeza y volvió a besarme. Estaba bien comprobar que él tenía tanta fuerza de voluntad como yo: es decir, nada de nada. Bajé las manos por su espalda, tiré de la camiseta que llevaba y conseguí introducir las manos por debajo para extender los dedos sobre su piel cálida. Le rodeé la pierna con la mía. Estábamos pegados, tan pegados que, incluso si nuestros corazones no latieran ya al mismo ritmo, no habría importado, porque en ese momento se habrían encontrado y unido.

Teníamos la respiración acelerada. Aquello era una locura. Era perfecto. Su mano se deslizó bajo mi camiseta y fue subiendo cada vez más. Deseé con todo mi ser poder poner el mundo en pausa y después darle a repetir para poder sentir eso una y otra vez.

Daemon se puso tenso.

—¡Oh, por el amor de Dios, mis ojos! —chilló Dee—. ¡Mis ojos!

Los míos se abrieron de golpe. Daemon levantó la cabeza, con las pupilas luminosas. Entonces me di cuenta de que todavía tenía las manos por dentro de su camiseta y las saqué rápidamente.

—Ay, Dios mío —musité, muerta de vergüenza.

Daemon dijo algo que me hizo pitar los oídos.

—No has visto nada, Dee. —Y luego añadió mucho más bajo—: Porque has llegado justo a tiempo.

—Estabas… encima de ella y estabais haciendo así con las bocas. —Podía imaginarme los gestos que estaría haciendo con las manos en ese momento. Continuó—: Y eso es más de lo que quiero ver. Jamás.

Empujé a Daemon por el pecho y este se apartó. A continuación, me senté y me volví manteniendo la cabeza gacha para que el pelo me ocultara las mejillas rojas como tomates. Aunque cualquiera diría que nos había pillado en cueros con las manos en la masa en lugar de enrollándonos, cuando miré a Dee comprobé que sonreía de oreja a oreja.

—¿Qué quieres, Dee? —preguntó Daemon.

Su hermana resopló mientras se llevaba las manos a las caderas.

—Pues no quiero nada de ti. Quería hablar con Katy.

Levanté la cabeza bruscamente mandando la vergüenza a paseo.

—¿Ah, sí?

—Ash y yo vamos a ir el sábado por la tarde a una tiendecita nueva que han abierto en Moorefield. Venden vestidos vintage. Para el baile de graduación —añadió cuando continué mirándola fijamente.

—¿El baile? —No lo pillaba.

—Sí, el baile es a finales de mes. —Le echó un vistazo a su hermano mientras las mejillas se le ponían sonrosadas—. La mayoría de los vestidos ya se habrán vendido. Y no sé si ese sitio tiene algo decente, pero Ash oyó hablar de él y ya sabes cómo es con la ropa, así que ella es la experta. Por ejemplo, hace un par de días encontró un jersey corto supermono que…

—Dee —la interrumpió Daemon con una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué? No estoy hablando contigo. —Se volvió hacia mí, exasperada—. En fin, ¿te gustaría venir con nosotras? ¿O ya tienes vestido? Porque si ya tienes vestido, entonces supongo que el viaje sería una pérdida de tiempo, aunque de todas formas podrías…

—No, no tengo vestido. —No podía creerme que estuviera invitándome a hacer algo con ella. Me sentí aturdida, esperanzada, y aturdida de nuevo.

—¡Genial! —Sonrió encantada—. En ese caso, podemos ir el sábado. Se me ocurrió que podíamos preguntarle a Lesa si le apetecía ir…

Tenía que estar soñando. ¿También quería invitar a Lesa? ¿Qué me había perdido? Miré a Daemon mientras su hermana seguía parloteando y él me sonrió.

—Un momento —dije—. No tenía pensado ir al baile.

—¿Qué? —Dee se quedó boquiabierta—. Pero es nuestro baile de graduación.

—Ya, pero con todo lo que está pasando… La verdad es que no me había parado a pensar en eso.

Era mentira, porque no podías dar ni un paso por el instituto sin ver los carteles y las pancartas anunciándolo.

La expresión incrédula de Dee aumentó.

—Es nuestro baile de graduación.

—Pero… —Me aparté el pelo de la cara y miré a Daemon—. Ni siquiera me has pedido que vaya contigo.

Daemon me sonrió.

—No pensé que fuera necesario. Supuse que iríamos juntos.

—Bueno, ya sabes lo que dicen de los que suponen —señaló Dee balanceándose sobre los talones.

Daemon ignoró ese comentario. Se le fue borrando la sonrisa.

—¿Qué pasa, gatita?

Vacilé.

—¿Cómo podemos pensar en ir al baile con todo lo que está pasando? Estamos tan cerca de tener suficiente tolerancia como para volver a Mount Weather y…

—Y el baile es un sábado —añadió, cogiéndome la mano y apartándomela del pelo—. Así que digamos que dentro de dos semanas, cuando estemos listos, será domingo.

Dee se acercó rápidamente y se puso a dar saltitos de un pie al otro como si pisara arena caliente.

—Y solo serán unas horas. Podéis dejar de automutilaros unas horas.

El problema no era el tiempo, ni siquiera el ónice. No me parecía correcto ir al baile después de todo lo que había sucedido, después de lo que le había pasado a Carissa…

Daemon me rodeó con un brazo mientras se inclinaba y me decía en voz baja:

—No está mal, Kat. Te lo mereces.

Cerré los ojos.

—¿Por qué deberíamos celebrar nada cuando ella no puede?

Apoyó su mejilla contra la mía.

—Nosotros seguimos aquí y nos merecemos estarlo, nos merecemos hacer cosas normales de vez en cuando.

¿De verdad?

—No es culpa tuya —me susurró, y luego me besó en la sien. Se apartó para mirarme a los ojos—. ¿Quieres ir al baile conmigo, Kat?

Dee seguía sin poder estarse quieta.

—Deberías decir que sí, porque así podremos ir a comprar vestidos y no tendré que presenciar cómo rechazas a mi hermano, lo que sería un momento realmente incómodo. Aunque se merezca que le bajen un poco los humos.

Me reí, mirándola. Dee me dedicó una sonrisa vacilante y la esperanza renació.

—Vale. —Respiré hondo—. Iré al baile de graduación. Pero solo porque no quiero que esta conversación se vuelva incómoda.

Daemon me pellizcó la nariz.

—Me conformo con eso.

Una nube pasó por delante del sol y pareció detenerse. La temperatura descendió de manera considerable.

Empezó a flaquearme la sonrisa a la vez que un escalofrío me bajaba por la espalda. Aquel era un momento feliz, un buen momento. Había esperanzas para mi relación con Dee. Y el baile de graduación era un evento importante. Daemon con esmoquin sería algo digno de ver. Íbamos a ser adolescentes normales por una noche. Pero, de alguna manera, la sombra que se cernía sobre nosotros se había introducido en mi alma.

—¿Qué pasa? —me preguntó Daemon, preocupado.

—Nada —contesté. Pero sí era algo, solo que no sabía el qué.