28

La partida de búsqueda fue exactamente igual que las que había visto en la tele y en las películas. La gente abarrotó los campos formando una línea recta horizontal detrás de los policías y sus perros de búsqueda. Todo era una pista para los inexpertos: un montón de hojas revueltas, un trozo de tela vieja rasgada, unas huellas borrosas…

Fue deprimente.

Sobre todo porque había tantas esperanzas… Esperanzas de encontrar a Carissa, de que estuviera bien aunque tal vez un poco desmejorada y de que todo volvería a la normalidad. Ella no sería otro caso de desaparición, porque su situación era diferente. Al parecer, había salido por su cuenta del hospital.

No obstante, a mí me costaba creerlo.

Will se había infiltrado en el centro médico local, y no hacía falta ser detective para deducir que no era el único topo. Apostaría a que a Carissa la habían ayudado a salir de ese hospital.

Daemon y yo nos marchamos después de las cinco y regresamos a nuestras casas. Yo entré en la mía para cambiarme para nuestra «cita». No iba a vestirme provocativa como la última vez. Me decidí por unos vaqueros ajustados, tacones y un jersey muy ceñido que Lesa habría aprobado y que dejaba ver un poco de tripa.

Mi madre estaba en la cocina haciendo una tortilla. Los ojos se me salieron de las órbitas mientras me tiraba del dobladillo del jersey. Me echó un vistazo por encima del hombro mientras vertía los huevos y la mayor parte caía fuera de la sartén.

Mamá llevaba la expresión «pesadilla en la cocina» al extremo.

—¿Vas a salir esta noche con Daemon?

—Sí —contesté cogiendo un poco de papel de cocina. Limpié los huevos antes de que el olor a quemado me diera ganas de vomitar—. Vamos a ir a cenar y luego a ver una peli.

—Acuérdate del toque de queda. Mañana hay clase.

—Sí, lo sé. —Tiré el papel a la basura sujetándome el jersey con una mano—. ¿Te has enterado de lo de Carissa?

Ella asintió con la cabeza.

—Yo no estaba trabajando en el Grant cuando la ingresaron ni los últimos dos días, pero el hospital está plagado de policías y los jefes están llevando a cabo su propia investigación.

Mamá había estado haciendo sus turnos en Winchester.

—Bueno, ¿y piensan que de verdad se fue solita?

—Por lo que he oído, estaban tratándola para la meningitis, y eso puede provocar una fiebre muy alta. Las personas hacen cosas raras cuando están tan enfermas. Por eso me tenías tan preocupada cuando te pusiste enferma en noviembre. —Apagó el fuego—. Pero lo que ocurrió no tiene excusa. Alguien debería haber detenido a esa pobre chica. Las enfermeras del turno de noche van a tener que dar un montón de explicaciones. Sin medicinas, Carissa… —Se calló de repente y se concentró en derramar los huevos en el plato. Unos trozos se desparramaron por el suelo. Suspiré—. Estoy segura de que la encontrarán, cariño.

«No, no la encontrarán», quise gritar.

—No pudo haber ido lejos —continuó mientras yo recogía los grumos amarillos rellenos de pimiento y cebolla—. Y esas enfermeras no volverán a cometer un descuido semejante.

Yo dudaba que hubiera sido un descuido. Lo más probable era que hubieran mirado para otro lado o ayudado. El deseo de ajustar cuentas o, por lo menos, de ir a ese hospital y abofetear a un montón de gente fue casi incontrolable.

Tras despedirme de mi madre y prometerle que llegaría antes del toque de queda, le di un beso en la mejilla y luego cogí la chaqueta y el bolso. Daemon estaba solo en la casa de al lado. Todo el mundo había ido al lago, a someterse a un dolor indescriptible o a verlo.

Se acercó a mí con paso firme y arrogante, su mirada se clavó directamente en la diminuta franja de piel expuesta… y algo cambió en su rostro.

—Este conjunto me gusta más que el otro.

—¿En serio? —Me sentía expuesta cuando me miraba como si contemplara una obra de arte confeccionada expresamente para él—. Pensaba que te gustaba la falda.

—Y me gusta, pero esto… —Me tiró de la trabilla del cinturón e hizo un sonido ronco en el fondo de garganta—. Esto me encanta.

Una embriagadora calidez me invadió, haciendo que se me aflojaran las piernas.

Daemon negó con la cabeza mientras dejaba caer la mano y se sacaba las llaves del bolsillo.

—Debemos ponernos en marcha. ¿Tienes hambre? No has comido nada en el almuerzo.

Tardé un momento en serenarme.

—No le haría ascos a un Happy Meal.

Se rió mientras salíamos.

—¿Un Happy Meal?

—¿Qué tiene de malo? —Me puse la chaqueta—. Está rico.

—Es por el juguete, ¿no?

Sonreí deteniéndome en el lado del pasajero.

—A los niños les tocan mejores juguetes que a las niñas.

Daemon se volvió de repente, me colocó las manos en las caderas y me levantó en el aire pegada a él. Sorprendida, dejé caer el bolso mientras me aferraba a sus brazos.

—Pero ¿qué…?

Me silenció con un beso que se abrió paso hasta un recóndito lugar en mi interior que me entusiasmó y me asustó a la vez. Cuando me besaba, era como si quisiera alcanzar mi alma.

Lo gracioso era que ya la tenía, junto con mi corazón, en sus manos.

Dejó que me deslizara despacio contra él y me depositó sobre mis pies. Me quedé mirándolo, aturdida.

—¿A qué ha venido eso?

—Has sonreído. —Sus dedos me recorrieron la mejilla y luego bajaron por mi garganta. Me abotonó la chaqueta con movimientos rápidos—. No has sonreído mucho últimamente. Lo echaba de menos, así que quería recompensarte.

—¿Recompensarme? —Solté una carcajada—. Por Dios, solo a ti se te ocurriría pensar que besar a alguien es una recompensa.

—Sabes que lo es. Mis labios cambian vidas, nena. —Daemon se agachó y recogió mi bolso del suelo—. ¿Lista?

Cogí el bolso y me subí al todoterreno. Me temblaban las rodillas. En cuanto se situó a mi lado, aceleró y nos dirigimos al centro, donde paramos en el local de comida rápida del pueblo a por mi Happy Meal.

Hasta me consiguió uno de niño.

Su cena incluyó tres hamburguesas y dos raciones de patatas fritas. No tenía idea de adónde iban a parar esas calorías. ¿A su ego, tal vez? Parecía probable después de aquel comentario sobre sus labios. Yo tenía hambre más a menudo después de la mutación, pero no tanta como Daemon.

De camino a Martinsburgo, empezamos a jugar al veo-veo, pero Daemon hizo trampas y no quise seguir.

Soltó una risa profunda y el sonido me resultó agradable.

—¿Cómo se puede hacer trampas al veo-veo?

—¡No haces más que escoger cosas que ningún humano de este mundo podría ver! —Reprimí una sonrisa al ver su expresión ofendida—. O eliges la «m»… siempre eliges la «m». ¡Veo-veo una cosita que empieza por «m»!

—Maletero —dijo sonriendo—. Mariposa. Montaña. Mercado. —Se quedó callado y me lanzó una pícara mirada de reojo—. Muslo.

—¡Cierra el pico! —exclamé, y le di un golpe en el brazo.

Unos instantes de silencio después, ya estaba desesperada por encontrar otro juego. Esas tonterías me mantenían la mente en blanco. Pasamos al juego de las matrículas, y juraría que adelantaba a los coches para que yo no pudiera verlas. Daemon tenía una vena competitiva bastante perversa.

Antes de darnos cuenta, habíamos tomado la salida y ninguno de los dos estaba ya de humor para juegos.

—¿Crees que nos dejarán entrar?

—Sí.

Le lancé una mirada.

—Ese gorila era muy grande.

Las comisuras de los labios se le curvaron hacia arriba.

—Ay, gatita. ¿Lo ves? Intento no decir cosas malas.

—¿De qué hablas?

La sonrisa se ensanchó.

—Podría decir que el tamaño no importa, pero importa. Lo tengo comprobado. —Me guiñó un ojo y se rió cuando solté un gruñido de indignación—. Lo siento, pero me lo has puesto en bandeja. Ahora, hablando en serio, el gorila no será un problema. Creo que le gusté.

—¿Que qué?

Hizo girar el todoterreno con suavidad.

—Que creo que le gusté, que le gusté de verdad.

—Tu ego no tiene límites, ¿lo sabías?

—Ya lo verás. Yo sé de estas cosas.

Por lo que yo recordaba, el gorila tenía pinta de querer matar a Daemon. Me recosté contra el asiento, negando con la cabeza, y empecé a mordisquearme la uña del pulgar. Era un hábito asqueroso, pero los nervios podían conmigo.

La gasolinera abandonada apareció más adelante. El todoterreno empezó a dar botes por el camino lleno de baches y me agarré a la manilla de la puerta. Como era de esperar, el campo situado delante del club estaba abarrotado de coches. Una vez más, Daemon aparcó a Dolly lejos de otros automóviles.

Esta vez tenía claro que debía deshacerme de la chaqueta. La enrollé alrededor del bolso y la dejé en el suelo del vehículo. A continuación, rodeamos los coches en dirección a la puerta. Me detuve en la primera hilera, me incliné, me eché el pelo por encima de la cabeza y lo sacudí.

—Esto me recuerda a un vídeo de Whitesnake —comentó Daemon.

—¿Eh? —Me pasé las manos por el pelo, esperando parecer sexy y no como si hubiera sacado la cabeza por la ventanilla.

—Si empiezas a subirte a los capós de los coches, creo que me caso contigo.

Puse los ojos en blanco y me enderecé sacudiendo la cabeza una vez más.

—Hecho.

Se quedó mirándome.

—Estás muy guapa.

—Mira que eres rarito.

Me puse de puntillas y le di un rápido beso en la mejilla antes de atravesar tambaleándome la hierba que me llegaba a la rodilla. No había sido buena idea ponerme tacones.

El fornido gorila salió de la nada, todavía con aquel mono puesto, y cruzó los gigantescos brazos sobre el pecho.

—¿No os había dicho que os olvidarais de este sitio?

Daemon se situó delante de mí.

—Necesitamos ver a Luc.

—Y yo necesito un montón de cosas en esta vida. Por ejemplo, me gustaría encontrar un corredor de bolsa decente que no pierda la mitad de mi dinero.

Ya, vale… Carraspeé.

—No tardaremos mucho; pero, por favor, de verdad que necesitamos verlo.

—Lo siento —dijo el portero.

Daemon ladeó la cabeza.

—Tiene que haber algo que podamos hacer para convencerte.

Ay, por el amor de Dios, que no estuviera…

El gorila arqueó una ceja y esperó.

Daemon sonrió (se le dibujó en los labios esa mueca sexy que tenía a todas las chicas del instituto suspirando) y yo… yo quise esconderme debajo de algún coche.

Antes de que me muriera de vergüenza, sonó el móvil del gorila y este se lo sacó del bolsillo delantero.

—¿Qué pasa?

Aproveché la oportunidad para darle un codazo a Daemon.

—¿Qué? —dijo—. Estaba funcionando.

El portero se rió.

—No estoy haciendo gran cosa. Solo hablaba con un cretino y una guapa señorita.

—¡¿Qué?! —exclamó Daemon, sorprendido.

Me desternillé de risa.

El gorila sonrió de oreja a oreja y luego suspiró.

—Sí, han venido a verte. —Hubo una pausa—. Claro.

El gigantón colgó el teléfono.

—Luc acepta veros. Entrad e id directamente hasta él. Nada de bailar esta noche, o lo que fuera que hicisteis la última vez.

Qué situación más incómoda. Agaché la cabeza y pasé rápidamente junto al gorila, que detuvo a Daemon en la puerta. Eché un vistazo por encima del hombro y vi cómo le guiñaba un ojo a Daemon mientras le pasaba algo parecido a una tarjeta.

—No eres precisamente mi tipo, pero puedo hacer una excepción.

Me quedé atónita.

Daemon cogió la tarjeta con una sonrisa y luego abrió la puerta.

—Te lo dije —me soltó.

No me digné responder a eso y, en cambio, me concentré en el club. No había cambiado nada desde la última vez. La pista de baile estaba abarrotada. Jaulas ocupadas colgaban del techo, balanceándose por los movimientos del interior. La gente se meneaba al ritmo de la estruendosa música. Era un mundo diferente y extraño enclavado en el epicentro de la normalidad.

Y ese lugar seguía atrayéndome de una forma que no podía explicar.

Al final del sombrío pasillo, un hombre alto estaba esperándonos junto a la puerta. Era Paris, el Luxen rubio que habíamos conocido la última vez. Saludó a Daemon con un gesto de la cabeza, abrió la puerta y luego se hizo a un lado.

Esperaba ver a Luc tirado en el sofá, jugando con la DS como la última vez; así que me asombró descubrirlo sentado detrás de la mesa, tecleando con dos dedos en un portátil, con una mueca de concentración en la cara.

Los fajos de billetes de cien habían desaparecido.

Luc no levantó la mirada.

—Sentaos, por favor. —Hizo un gesto con la mano en dirección al sofá, con una actitud muy formal.

Después de mirar a Daemon, me dirigí con él al sofá y me senté. En un rincón, una alta vela amarilla esparcía un aroma a melocotones por la habitación. Esa era toda la decoración. ¿La puerta situada detrás del escritorio conducía a otra habitación? ¿Luc vivía allí?

—Tengo entendido que no llegasteis muy lejos en Mount Weather la última vez. —Cerró el portátil y cruzó las manos bajo la barbilla.

—Hablando de eso —dijo Daemon, inclinándose hacia delante—. ¿No sabías nada de los escudos de ónice?

El chico (el pequeño minimagnate, capo de la mafia o lo que fuera) se quedó inmóvil. La tensión era palpable en la habitación. Estaba segura de que algo explotaría en cualquier momento. Con suerte, no uno de nosotros.

—Os advertí que podía haber cosas que desconocía —contestó—. Ni siquiera yo lo sé todo de Dédalo. Pero creo que Blake va bien encaminado. Tiene razón en que todo está recubierto de un brillante material rojo negruzco. Puede que sea cierto que desarrollamos tolerancia, de modo que no nos afectan los escudos de ónice.

—¿Y si no se trata de eso? —pregunté. Detestaba la gélida sensación que me corría por las venas.

La mirada violeta de Luc se concentró.

—¿Si no se trata de eso? Tengo el presentimiento de que eso no va a impediros volver a intentarlo. Es un riesgo, y todo conlleva riesgos. Tuvisteis suerte de salir de allí la última vez antes de que alguien se diera cuenta de lo que había pasado. Tenéis otra oportunidad. Algo que la mayoría no consigue.

Me resultaba raro tratar con ese chico, porque hablaba y se comportaba como un adulto bien educado.

—Tienes razón —dije—. Todavía vamos a intentarlo.

—Pero ¿conocer todos los peligros que nos aguardan parece injusto? —Se colocó un mechón de pelo castaño detrás de la oreja, con su angelical rostro impasible—. La vida no es justa, cariño.

Daemon se puso tenso a mi lado.

—¿Por qué será que tengo la impresión de que estás ocultándonos muchas cosas?

Los labios de Luc formaron una media sonrisa.

—En fin, habéis venido por otro motivo aparte de los escudos de ónice, ¿no? Vayamos al grano.

Una expresión de fastidio cruzó el rostro de Daemon.

—Un híbrido inestable atacó a Kat.

—Eso es lo que hacen las personas inestables, sean híbridos o no.

Me contuve para no soltarle una respuesta mordaz.

—Sí, ya lo suponíamos, pero era amiga mía. Nunca mostró ningún indicio de que sabía lo de los Luxen. Estaba bien, se puso enferma y luego fue a mi casa y se volvió loca.

—Tú tampoco mostraste ningún indicio de que sabías que ET no llamó a casa.

Menudo mocoso. Respiré hondo.

—Ya, pero esto fue toda una sorpresa.

Luc se recostó en la silla, colocó las piernas sobre la mesa y las cruzó por los tobillos.

—No sé qué deciros. Puede que supiera lo de los Luxen, resultara herida y algún pobre infeliz intentara curarla y fallara. O puede que el tío Sam la atrapara en la calle como hacen a veces. Y, a menos que conozcáis algunas buenas técnicas de tortura y estéis dispuestos a emplearlas con un agente de Dédalo, no sé cómo vais a enteraros.

—Me niego a aceptarlo —susurré. Conocer la respuesta me ayudaría a pasar página e implicaría cierta justicia.

Luc se encogió de hombros.

—¿Qué le pasó? —preguntó con curiosidad.

Noté que me faltaba el aliento mientras apretaba los puños.

—Ya no…

—Ah —murmuró Luc—. ¿Hizo eso de la combustión espontánea? —La expresión de mi cara debió de bastar como respuesta porque soltó un suspiro de tristeza—. Qué horror. Lo siento mucho. Os daré una retorcida lección de historia. ¿Sabéis todos esos misteriosos casos de combustión espontánea a lo largo de la historia?

—Me da miedo preguntar. —La cara de Daemon era un poema.

—Es curioso que no se conozcan demasiados casos, pero es algo que ocurre a menudo en el mundo de los novatos. —Extendió completamente los brazos para indicar el mundo fuera de la oficina—. La mayoría de los híbridos (esta es mi teoría, por lo menos, y tiene sentido si lo pensáis) se autodestruyen en las instalaciones, pero unos pocos lo hacen fuera. Por eso es algo poco frecuente para los humanos.

Todo eso era muy interesante y un tanto inquietante, pero no era el motivo por el que habíamos ido.

—Mi amiga llevaba un brazalete…

—¿De Tiffany? —preguntó con una sonrisa socarrona.

—No. —Mi sonrisa era forzada—. Era exactamente igual que el tuyo.

La sorpresa se abrió paso por el rostro de Luc como una ola. Aquel macarra dejó caer las piernas en el suelo y se sentó recto.

—Eso es malo.

Un mal presentimiento me provocó escalofríos por la piel a la vez que Daemon miraba fijamente a Luc.

—¿Por qué es malo?

Luc pareció darle vueltas a si debería hablar del tema y luego dijo:

—Bah, de perdidos al río. Estaréis en deuda conmigo, espero que os deis cuenta. Esto que veis aquí… —pasó un dedo por la piedra— es un ópalo negro. Son tan poco comunes que estas preciosidades solo se sacan de unas pocas minas. Pero solo sirven los de este tipo.

—¿Los que parece que tuvieran fuego dentro? —pregunté inclinándome hacia delante para verlo mejor. Sí que parecía una esfera negra con una llama dentro—. ¿De dónde los extraen?

—De Australia, normalmente. Hay algo en la composición del ópalo negro que actúa como una especie de intensificador de poder. Ya sabéis, como cuando Mario golpea una seta. Imaginad ese sonido. Eso es lo que hace un ópalo negro.

—¿Qué tipo de composición? —preguntó Daemon con la mirada cargada de interés.

Luc se desabrochó el brazalete y lo sostuvo bajo la tenue luz.

—Los ópalos tienen una extraordinaria capacidad para refractar y reflejar longitudes de onda de luz específicas.

—Venga ya —exclamó Daemon.

Al parecer, eso era superguay; pero yo seguía perdida con todo ese tema de las piedras y la luz.

—Pues sí. —Luc contempló la piedra con una sonrisa, como un padre le sonreiría a su hijo pródigo—. No sé quién lo descubrió. Alguien de Dédalo, seguramente. En cuanto comprendieron lo que podían hacer los ópalos, los mantuvieron apartados de los Luxen y los que son como nosotros.

—¿Por qué? —Me sentí estúpida por preguntar, sobre todo porque ambos me miraron como si lo fuera—. ¿Qué? Yo no tengo un título en mineralogía extraterrestre, por Dios.

Daemon me dio una palmadita en el muslo.

—No pasa nada. Refractar y reflejar longitudes de onda de luz nos afecta, igual que la obsidiana afecta a los Arum y el ónice a nosotros.

—Vale —dije despacio.

Una luz trémula iluminó los ojos violetas de Luc.

—Refractar la luz cambia la dirección y la velocidad. Nuestros amigos alienígenas están hechos de luz… Bueno, están hechos de más que eso, pero deja que te lo explique así: digamos que su ADN es luz. Y digamos que, cuando un humano es mutado, su ADN queda recubierto de longitudes de onda de luz.

Recordé que Daemon había intentado explicármelo una vez.

—Y el ónice trastoca estas longitudes de onda de luz, ¿no? Como si las hiciera dar tumbos y volverse locas.

Luc asintió.

—La capacidad de refracción del ópalo le permite a un Luxen o a un híbrido ser más poderoso: aumenta nuestra habilidad para refractar la luz.

—Y en cuanto a la reflexión… Ostras. —Daemon sonrió, sobrecogido.

Entendía lo de la refracción. Supervelocidad, la capacidad de emplear la Fuente con más facilidad y probablemente otro montón de beneficios; pero ¿la reflexión? Aguardé.

Daemon me dio un golpecito con el codo.

—A veces parpadeamos o nos desvanecemos porque nos movemos rápido. Y otras veces nos puedes ver aparecer y desaparecer: eso es la reflexión. Algo que todos tenemos que esforzarnos por controlar cuando somos jóvenes.

—¿Y es difícil cuando estás emocionado o disgustado?

Asintió.

—Entre otras cosas. Pero ¿controlar la reflexión? —Daemon miró fijamente a Luc—. ¿Estás diciéndome que puedes hacer lo que estoy pensando?

Luc se enganchó el brazalete alrededor de la muñeca riéndose, se recostó en la silla y volvió a colocar las piernas sobre la mesa.

—Los híbridos estamos bien. Podemos movernos más rápido que los humanos (aunque, con los índices de obesidad de hoy en día, las tortugas pueden moverse más rápido que la mayoría de los humanos). A veces, incluso somos más fuertes que el Luxen medio cuando se trata de emplear la Fuente: la mezcla de ADN humano y alienígena puede crear algo poderoso, aunque no es lo habitual. —Una sonrisa de orgullo estiró los labios de Luc—. Pero dale a un Luxen uno de estos, y podrá reflejar completamente la luz.

—Quieres decir… ¿como si fuera invisible? —Me dio un vuelco el corazón.

—Qué chulada —dijo Daemon mirando la piedra—. Podemos cambiar nuestra apariencia, pero ¿volvernos invisibles? Sí, eso es nuevo.

Negué con la cabeza, confundida.

—¿Nosotros también podemos ser invisibles?

—No. Nuestro ADN humano nos lo impide, pero nos hace tan poderosos como el Luxen más fuerte, y puede que más. —Se removió un poco en el asiento—. Así que podéis suponer que no querrían que ninguno de nosotros tuviera uno de estos… sobre todo alguien que no ha demostrado ser estable, a menos que…

Noté un soplo de aire frío en la nuca.

—¿A menos que qué?

Parte del entusiasmo se le borró de la cara.

—A menos que no les importaran los daños que causara el híbrido. Puede que tu amiga fuera un ensayo para algo más importante.

—¿Qué? —Daemon se puso tenso—. ¿Crees que lo hicieron a propósito? ¿Que le pusieron un ópalo a un híbrido inestable y lo soltaron a ver qué pasaba?

—Paris cree que soy un teórico de la conspiración con un toque de esquizofrénico paranoide. —Se encogió de hombros—. Pero no me iréis a decir que Dédalo no tiene un plan maestro bajo la manga. De ellos, me esperaría cualquier cosa.

—Pero ¿por qué me atacaría? Blake dice que no saben que la mutación funcionó. Así que no es como si la hubieran enviado a por mí. —Hice una pausa—. Bueno, eso siempre y cuando Blake esté diciendo la verdad.

—Estoy seguro de que tiene razón en lo de tu mutación —respondió Luc—. Si no fuera así, no estarías aquí sentada. Mirad, creo que ni siquiera Dédalo conoce todo lo que esta piedra es capaz de hacer y cómo nos afecta. Yo aún estoy aprendiendo.

—¿Y qué has aprendido? —preguntó Daemon.

—Para empezar, antes de echarle las zarpas encima a uno de estos, no podía reconocer a otro híbrido aunque lo tuviera delante de las narices. Pero supe el momento exacto en que Blake y tú llegasteis a Martinsburgo, Katy. Fue algo raro, como si una brisa me recorriera todo el cuerpo. Es probable que tu amiga te sintiera. Esa es la posibilidad menos inquietante.

Daemon soltó un largo suspiro y luego desvió la mirada un momento.

—¿Sabes si puede aumentar las habilidades de un Arum?

—Supongo que podría pasar si se hubiera dado un atracón de poderes de Luxen.

Abrumada, me recliné en el asiento y luego me incliné hacia delante bruscamente.

—¿Crees que el ópalo puede… contrarrestar al ónice?

—Es posible, pero no lo sé. No he abrazado ningún ónice últimamente.

Ignoré el tono sarcástico.

—¿Dónde podemos conseguir un poco de ópalo?

Luc soltó una carcajada y me dieron ganas de bajarle las piernas del escritorio de una patada.

—A menos que tengáis unos treinta mil dólares por ahí guardados y conozcáis a alguien que extraiga ópalos, o queráis pedírselos a Dédalo, lo tenéis crudo. Y no voy a daros el mío.

Se me encorvaron los hombros. Yupi, otro callejón sin salida. No podíamos tener un poco de suerte ni por accidente.

—En fin, ya va siendo hora de que os pongáis en marcha. —Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Supongo que no volveré a saber de vosotros hasta que estéis listos para ir a Mount Weather.

Vaya, estaba echándonos. Mientras me ponía en pie, me planteé abalanzarme sobre Luc y arrebatarle el brazalete. La forma en la que entreabrió los ojos me advirtió que me olvidara de esa idea.

—¿Hay algo más que puedas decirnos? —insistió Daemon.

—Claro, una cosa más. —Luc alzó aquellas largas pestañas suyas—. No deberíais confiar en nadie en absoluto en este juego. Porque todo el mundo tiene algo que ganar o perder.