El martes me hice la enferma y me quedé en casa vegetando en el sofá. No podía ir al instituto. Mirar a Lesa a la cara sabiendo que su mejor amiga estaba muerta y fingir que no pasaba nada… Todavía no estaba preparada.
De vez en cuando, veía la cara de Carissa. Había dos versiones: antes de anoche y después. Cuando la veía en mi mente con sus gafas a la moda, sentía un dolor en el pecho, y cuando veía esos ojos infinitamente vacíos quería llorar otra vez.
Y lo hacía.
Mamá no me presionó. Para empezar, yo casi nunca faltaba a clase. Y, en segundo lugar, estaba hecha una piltrafa. No costaba creer que estuviera enferma. Así que se pasó la mayor parte de la mañana mimándome y yo me embebí de su cariño, pues en ese momento necesitaba a mi madre más de lo que ella podría imaginarse.
Más tarde, después de que mamá subiera a dormir un poco, Daemon apareció de improviso. Entró, con una gorra negra bien calada, y cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué haces aquí? —Solo era la una de la tarde.
Me tomó de la mano y me llevó a la sala de estar.
—Bonito pijama.
Ignoré ese comentario.
—¿No tendrías que estar en clase?
—No deberías estar sola en estos momentos —dijo girándose la gorra.
—Estoy bien.
Daemon me lanzó una mirada de suficiencia. Tenía que admitir que me alegraba de tenerlo aquí, porque necesitaba estar con alguien que supiera lo que estaba pasando de verdad. Durante todo el día me había sentido desgarrada, dividida entre la culpa y la confusión, sacudida por una pena que ni siquiera podía comprender.
Sin hablar, me condujo hasta el sofá, se tumbó y me apretó contra su costado. El peso de su brazo rodeándome la cintura tuvo un efecto relajante. Procurando no alzar la voz, hablamos de cosas normales: cosas seguras que no nos hicieran daño ni a él ni a mí.
Después de un rato, me giré en sus brazos de modo que nuestras narices se rozaron. No nos besamos. No hubo jueguecitos entre nosotros. Simplemente nos abrazamos, y fue mucho más íntimo que nada de lo que pudiéramos haber hecho. La presencia de Daemon me alivió. Al rato, nos quedamos dormidos, con nuestros alientos mezclándose.
Mamá tuvo que haber bajado en algún momento y vernos juntos en el sofá, tal como estábamos cuando desperté: con la cabeza de Daemon apoyada sobre la mía y mi mano apretando su camiseta. Fue el aroma a café lo que me despertó a eso de las cinco.
Me zafé de los brazos de Daemon de mala gana y me arreglé el pelo con las manos. Mamá estaba en la puerta, con una pierna cruzada sobre el tobillo mientras se apoyaba contra el marco. Tenía una humeante taza de café en las manos.
Llevaba puesto un pijama de Hello Kitty. Por el amor de Dios.
—¿De dónde has sacado eso? —le pregunté.
—¿El qué? —Dio un sorbo.
—Ese… pijama espantoso.
Se encogió de hombros.
—A mí me gusta.
—Es muy mono —opinó Daemon mientras se sacaba la gorra y se pasaba la mano por el pelo revuelto. Le di un codazo y él me dedicó una sonrisa pícara—. Lo siento, señora Swartz, no pretendía quedarme dormido con…
—No pasa nada. —Le restó importancia con un gesto de la mano—. Katy lleva todo el día sintiéndose mal y me alegro de que quisieras venir a apoyarla, aunque espero que no te haya contagiado.
Daemon me miró de reojo.
—Espero que no me hayas pegado ningún germen.
Resoplé. Si alguien estaba propagando gérmenes alienígenas, ese era Daemon.
El móvil de mi madre empezó a sonar y se lo sacó del bolsillo del pijama, salpicando café por el suelo. Se le iluminó la cara de la misma forma que siempre lo hacía cuando Will la llamaba. Se me cayó el alma a los pies cuando se volvió y se dirigió a la cocina.
—Will —susurré, poniéndome de pie sin darme cuenta.
Daemon estaba justo detrás de mí.
—No lo sabes con seguridad.
—Sí lo sé. Lo veo en sus ojos… Él la hace brillar.
Sentí unas ganas tremendas de vomitar. De pronto, vi a mamá en el suelo del cuarto, sin vida, destrozada como Carissa. El pánico brotó y arraigó.
—Tengo que contarle por qué se acercó Will a ella.
—¿Decirle qué? —Me bloqueó el paso—. ¿Contarle que estaba aquí para llegar a ti? ¿Que la utilizó? No creo que eso vaya a aliviarle el disgusto.
Abrí la boca para protestar, pero él tenía razón.
Me colocó las manos en los hombros.
—No sabemos si era él el que llamaba ni qué le ha pasado. Mira a Carissa —dijo hablando en voz baja—. Su mutación era inestable. No tardó mucho en… hacer lo que hizo.
—Entonces, eso significa que la mutación funcionó. —Ahora mismo, Daemon no estaba haciéndome sentir nada mejor.
—O significa que desapareció. —Lo intentó de nuevo—. No podemos hacer nada hasta que sepamos a qué nos enfrentamos.
Me removí inquieta, sin dejar de mirar por encima de su hombro. La tensión aumentó en mi interior como si cargara con un saco de siete toneladas sobre los hombros. Había tantísimas cosas con las que lidiar.
—De uno en uno —dijo Daemon como si me hubiera leído la mente—. Les haremos frente a los problemas de uno en uno. Es lo único que podemos hacer.
Respiré hondo, asintiendo con la cabeza, y dejé escapar el aire despacio. El corazón todavía me latía demasiado rápido.
—Voy a ver si era él.
Cuando me soltó y se apartó a un lado, me dirigí a la puerta a toda prisa.
—Me gusta más tu pijama —comentó, y me volví. Me dedicó esa sonrisa torcida suya que sugería que se estaba riendo por dentro.
Mi pijama no era mucho mejor que el de mamá. Tenía miles de puntitos rosados y morados.
—Ah, cállate —repuse.
Daemon regresó al sofá.
—Estaré esperándote.
Llegué a la cocina justo cuando mi madre estaba colgando, con el rostro contraído. Aquel peso aumentó sobre mis hombros.
—¿Qué pasa?
Mamá parpadeó y esbozó una sonrisa forzada.
—Ah, no es nada, cariño.
Cogí un poco de papel de cocina y limpié el azúcar derramado.
—Pues no parece nada. —De hecho, parecía algo muy grave.
Mamá hizo una mueca.
—Era Will. Sigue en el oeste. Dice que cree que contrajo algo en el viaje. Va a quedarse allí hasta que se sienta mejor.
Me quedé helada. «Mentiroso», quise gritar.
Mamá tiró el resto del café y enjuagó la taza.
—No te lo había contado, cielo, porque no quería traerte malos recuerdos; pero Will… bueno, estuvo enfermo, igual que tu padre.
Me quedé boquiabierta.
Confundiendo el motivo de mi sorpresa, mi madre añadió:
—Sí, ya lo sé. Parece cósmicamente injusto, ¿verdad? Pero Will ha estado en remisión. Su cáncer tenía cura.
Yo no tenía nada que decir. Nada. Will le había contado que había estado enfermo.
—Pero, como comprenderás, me agobio. —Metió la taza en el lavavajillas, pero no cerró la puerta del todo. Por costumbre, lo hice yo—. Lo sé, lo sé. Es inútil agobiarse por algo como eso. —Se detuvo frente a mí y me colocó una mano en la frente—. No parece que tengas fiebre. ¿Te sientes mejor?
El cambio de conversación me desconcertó.
—Sí, estoy bien.
—Qué alivio. —Entonces me sonrió con sinceridad—. No te preocupes por Will, cariño. Se pondrá bien y volverá antes de darnos cuenta. Todo va a salir bien.
El corazón se me aceleró.
—¿Mamá?
—¿Sí?
Estuve a punto de contárselo todo, pero me quedé paralizada. Daemon tenía razón. ¿Qué podía decirle? Negué con la cabeza.
—Estoy segura… de que Will está bien.
Se inclinó rápidamente y me dio un beso en la mejilla.
—Le alegrará saber que te preocupas por él.
Una carcajada histérica me subió por la garganta. Sí, seguro que sí.
Más tarde, después de que mamá se fuera a trabajar, me encontraba de pie junto al lago, contemplando una pila de ónice reluciente.
Matthew y Daemon no habían dicho gran cosa desde que llegamos, y hasta Blake estaba extrañamente callado. Todos sabían lo que había ocurrido anoche con Carissa. Daemon había hablado con Blake un rato antes; la conversación había transcurrido entre los dos sin llegar a las manos y yo me lo había perdido. Al parecer, Blake nunca había visto a un híbrido inestable con sus propios ojos. Solo había oído hablar de ellos.
Pero Dawson sí.
Había visto a algunas de las personas que le habían llevado: tipos normales antes de la mutación a los que se les iba la olla días después. Los arrebatos violentos eran habituales justo antes de entrar en modo de autodestrucción. A todos ellos les habían administrado el mismo suero que a mí. Sin él, según Blake, la mutación podía mantenerse, pero no era lo habitual, y, en la mayoría de los casos, las mutaciones desaparecían.
Desde que llegué al lago, Dawson se había mantenido cerca de mí mientras Daemon y Matthew manejaban el ónice con cuidado.
—Yo tuve que hacerlo una vez —me dijo Dawson en voz baja, con la mirada clavada en el cielo nublado.
—¿El qué?
—Ver morir a un híbrido así. —Respiró hondo, entrecerrando los ojos—. El tipo se volvió loco, y nadie pudo detenerlo. Mató a uno de los agentes y luego hubo un destello de luz. Fue como una especie de combustión espontánea; porque, cuando la luz se apagó, ya no estaba. No quedaba nada. Sucedió tan rápido que no debió de sentir nada.
Recordé cómo se sacudía Carissa y supe que tuvo que sentirlo. Tuve náuseas y me concentré en Daemon. Estaba arrodillado delante del agujero en el que habían depositado el ónice, hablando con Matthew en voz baja. Me alegraba que el resto del grupo no estuviera aquí.
—¿Las personas que te llevaban sabían por qué estaban allí? —le pregunté.
—Algunos sí: creo que eran voluntarios o algo así. Otros estaban sedados y no tenían ni idea. Me parece que eran vagabundos.
Eso era repugnante. Como no podía quedarme quieta, me dirigí a la orilla del lago. El agua ya no estaba congelada, pero permanecía tranquila y en calma. Todo lo contrario a cómo me sentía yo por dentro.
Dawson me siguió.
—Carissa era una buena persona. No se merecía eso. ¿Sabemos por qué la eligieron?
Negué con la cabeza. Me había pasado la mayor parte del día dándole vueltas a la cabeza. Aunque Carissa hubiera sabido lo de los Luxen y la hubiera curado uno, Dédalo estaba involucrado. Estaba segura. Pero el cómo y el porqué eran un misterio. Al igual que la piedra que le había visto alrededor de la muñeca.
—¿Alguna vez viste a los híbridos con algo raro? ¿Como una extraña piedra negra que parecía tener fuego por dentro?
Dawson frunció el ceño.
—Beth fue la única de los míos que lo logró. Pero no llevaban nada como lo que describes. Y nunca vi a los otros.
Espantoso… Simplemente espantoso.
Tragué saliva, pero tenía la garganta cerrada. Una suave brisa agitó el lago y una ola se deslizó de una orilla a la otra. Como una onda expansiva…
—¡Chicos! —gritó Daemon, y nos volvimos—. ¿Listos?
¿Que si estábamos listos para entrar en la casa del dolor? Pues no. Pero fuimos hacia ellos. Daemon se puso en pie sosteniendo un trozo redondo de ónice en la mano enguantada. Se volvió hacia Blake.
—Te toca.
Blake respiró hondo y asintió.
—Creo que lo primero que tenemos que comprobar es si tengo tolerancia al ónice. Si es así, eso nos dará un punto de partida, ¿no? Al menos así sabremos que podemos desarrollar tolerancia.
Frente a él, Daemon bajó la mirada hacia el ónice que sostenía y se encogió de hombros. Sin preámbulos, se lanzó hacia delante y presionó el ónice contra la mejilla de Blake.
Me quedé anonadada.
Matthew dio un paso atrás y exclamó:
—¡Dios mío!
A mi lado, Dawson se rió entre dientes.
Pero no pasó nada durante varios segundos. Al final, Blake apartó el ónice de un manotazo, con los orificios de la nariz dilatados.
—Pero ¿tú de qué vas?
Decepcionado, Daemon tiró la piedra en el montón.
—Bueno, al parecer sí tienes tolerancia al ónice, aunque yo esperaba que no.
Me tapé la boca con la mano, reprimiendo una risita. Daemon era un capullo, y me encantaba.
Blake se quedó mirándolo fijamente.
—¿Y si no hubiera tenido tolerancia? Madre mía, quería prepararme primero.
—Ya lo sé —contestó Daemon con una sonrisa burlona.
Matthew negó con la cabeza.
—Vale, chicos, centrémonos. ¿Cómo sugerís que lo hagamos?
Blake se acercó al montón de ónice con paso decidido y cogió uno. Esta vez mostró un leve gesto de malestar, pero aguantó.
—Sugiero que Daemon sea el primero. Lo sostendremos contra la piel hasta que lo sueltes. No más.
—Virgen Santa —musité.
Daemon se sacó los guantes y extendió los brazos.
—Adelante.
Blake no lo dudó ni un instante. Dio un paso adelante y apretó el ónice contra la palma de Daemon. La cara se le crispó de inmediato y dio la impresión de que intentaba dar un paso atrás, pero el ónice lo mantuvo inmóvil. Un temblor comenzó en su brazo y se extendió por todo su cuerpo.
Tanto Dawson como yo dimos un paso al frente. Ninguno de los dos pudo evitarlo. Quedarnos allí parados, viendo cómo el dolor contraía su bello rostro, era demasiado. Me invadió el pánico.
Pero entonces Blake se apartó y Daemon cayó de rodillas y golpeó el suelo delante de él con las manos.
—Mierda…
Me acerqué corriendo y le toqué los hombros.
—¿Estás bien?
—Está bien —contestó Blake mientras dejaba el ónice en el suelo. Le temblaba la mano derecha cuando nuestros ojos se encontraron—. Me empezó a arder. Mi tolerancia debe de tener un límite…
Daemon se puso en pie de manera vacilante y yo hice lo mismo.
—Estoy bien. —A continuación, le dijo a su hermano, que observaba a Blake como si quisiera hacerlo atravesar una ventana—: Estoy bien, Dawson.
—¿Cómo sabemos que esto va a funcionar? —preguntó Matthew—. Tocar el ónice es completamente diferente a que te lo rocíen encima.
—Yo ya he salido por esas puertas en otras ocasiones y no pasó nada. Y tampoco es que me hubieran rociado la cara con ónice antes. Tiene que ser esto.
Recordé que había dicho que todo lo que tocaba estaba recubierto de aquella piedra reluciente.
—Vale. Vamos allá.
Daemon abrió la boca, pero lo interrumpí con una mirada hostil. No iba a convencerme de que no lo hiciera.
Blake cogió un guante y, esta vez, manipuló el ónice de manera diferente. No vino hacia mí, sino hacia Matthew. Sucedió lo mismo con el Luxen de más edad. Cayó de rodillas, jadeando, y entonces fue el turno de Dawson.
Él tardó un poco más, lo que tenía sentido. Dawson había estado expuesto al espray igual que yo y lo habían torturado con aquella cosa de tanto en tanto. No obstante, después de diez segundos, se desplomó y su hermano soltó una retahíla de palabrotas.
Entonces fue mi turno.
Enderecé la espalda y asentí con la cabeza. Estaba preparada para eso, ¿verdad? Ni de coña. ¿A quién quería engañar? Eso iba a doler.
Blake hizo una mueca y se acercó, pero Daemon lo detuvo. Le arrebató el ónice usando el guante y se colocó delante de mí.
—No —dije—. No quiero que lo hagas tú.
La determinación con la que apretaba la mandíbula me enfureció.
—No pienso permitir que lo haga él.
—Pues que lo haga otro. —Ni hablar, no iba a ser él quien me tocara con el ónice—. Por favor. —Daemon negó con la cabeza y me entraron ganas de darle un puñetazo—. Esto no está bien.
—O yo o nadie.
Y entonces lo entendí. Estaba intentando salirse con la suya. Respiré hondo y lo miré directamente a los ojos.
—Hazlo.
Un atisbo de sorpresa se reflejó en sus ojos verde botella y luego la rabia los oscureció.
—Odio esto —masculló lo suficientemente bajo para que solo yo lo oyera.
—Y yo. —La ansiedad me atenazó la garganta—. Hazlo de una vez.
No apartó la mirada, pero me di cuenta de que quería hacerlo. Estaba segura de que el dolor que estaba a punto de sentir sería simbiótico. Él también lo sentiría: no físicamente, pero la angustia lo alcanzaría, como si fuera suya. A mí me había pasado lo mismo cuando Daemon estaba sufriendo.
Cerré los ojos, suponiendo que eso me ayudaría. Al parecer funcionó porque, como unos diez segundos después, noté el frío roce del ónice contra la mano y la aspereza del guante. No ocurrió nada de inmediato, pero luego sí.
Un ardor cada vez mayor me recorrió la mano y, a continuación, me subió por el brazo. Un millar de diminutas punzadas de dolor se propagaron por mi cuerpo. Me mordí el labio, reprimiendo un grito. Poco después, caí al suelo, respirando de manera entrecortada, mientras esperaba a que el escozor se aliviara.
Me estremecí.
—Vale… Bueno… No ha estado tan mal.
—Y una mierda —repuso Daemon ayudándome a ponerme en pie—. Kat…
Me solté, realizando más inspiraciones profundas.
—De verdad que estoy bien. Tenemos que seguir practicando.
Dio la impresión de que Daemon quería cargarme al hombro y salir corriendo como un cavernícola, pero continuamos. Una y otra vez, cada uno de nosotros tocó el ónice, sosteniéndolo hasta que nuestro cuerpo se negaba a cooperar. Ninguno aguantó más tiempo, pero estábamos empezando.
—Es como que te disparen con una pistola eléctrica —comentó Matthew mientras dejaba caer un trozo de madera contrachapada sobre el ónice y luego colocaba dos pesadas piedras sobre el tablón. Era tarde y todos estábamos inquietos. Incluso Blake—. No es que lo haya experimentado nunca, pero me imagino que eso es lo que se siente.
Me pregunté si aquello tendría efectos a largo plazo, como ritmo cardíaco acelerado o estrés postraumático. Lo único bueno que salió de eso fue que, entre el dolor abrumador y ver a otras personas sucumbir a él, no había tenido ocasión de pensar en nada más.
Cuando terminamos y emprendimos el regreso a casa renqueando, Blake aminoró el paso hasta situarse a mi lado.
—Lo siento —dijo.
No respondí.
Metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Carissa me caía bien. Desearía…
—Si con desear bastara… ¿eh? —La amargura me endureció el tono.
—Sí, tienes razón. —Se quedó callado—. El instituto va a ser una locura.
—¿Y a ti qué te importa? Vas a largarte en cuanto recuperes a Chris. Solo serás otro de esos chicos que se esfumaron sin más.
Se detuvo, ladeando la cabeza.
—Me quedaría si pudiera. Pero no puedo.
Miré hacia delante, con el ceño fruncido. Daemon había aflojado el paso, sin duda esforzándose al máximo para no venir hacia mí y poner distancia entre Blake y yo. Durante un segundo, me planteé preguntarle a Blake por la piedra. Él tenía que saber algo, ya que había trabajado… todavía trabajaba para Dédalo. Pero era demasiado arriesgado, aunque Blake asegurara que era un agente doble. Palabra clave: «asegurar».
Me rodeé la cintura con los brazos. Por encima de nuestras cabezas, las ramas se agitaban unas contra otras con un repiqueteo bajo y constante.
—Me quedaría —repitió a la vez que me colocaba una mano en el hombro—. Me…
Daemon apareció al instante y apartó los dedos de Blake de mi hombro.
—No la toques.
Blake se puso pálido mientras liberaba su mano y retrocedía un paso.
—No estaba haciendo nada, tío. ¿No te parece que eres demasiado sobreprotector?
Daemon se interpuso entre nosotros y dijo:
—Pensaba que teníamos un acuerdo. Estás aquí porque no tenemos más alternativa. Sigues vivo porque ella es mejor persona que yo. No estás aquí para consolarla. ¿Entendido?
Blake apretó los dientes.
—Lo que tú digas. Nos vemos luego.
Observé cómo Blake adelantaba a Matthew y Dawson, furioso.
—Eso ha sido un poquito sobreprotector.
—No me gusta que te toque —gruñó. Sus ojos empezaron a hacer eso de convertirse en dos esferas de luz—. Ni siquiera me gusta que esté en el mismo estado que tú. No me fío de él.
Me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla.
—Nadie se fía de él, pero no puedes andar amenazándolo cada cinco segundos.
—Claro que sí.
Solté una carcajada y me acerqué para rodearle la cintura con los brazos. Bajo mi mejilla, su corazón latía a un ritmo constante. Me deslizó las manos por la espalda mientras acercaba su cabeza a la mía.
—¿De verdad quieres tener más días como este? —me preguntó—. ¿Una interminable sucesión de días llenos de dolor?
Sinceramente, no era lo primero de la lista.
—Es una gran distracción, y ahora mismo necesito algo así.
Suponía que iba a discutir, pero no lo hizo. En cambio, me besó en la coronilla. Nos quedamos así un rato. Cuando nos separamos, Dawson y Matthew ya no estaban. La luz de la luna empezaba a asomar entre las ramas. Regresamos, cogidos de la mano, y él se dirigió a su casa a lavarse.
La mía estaba a oscuras y en silencio y, allí parada al pie de la escalera, me costó respirar. No podía tenerle miedo a mi cuarto. Era una estupidez. Agarré el pasamanos y di un paso.
Se me tensaron los músculos.
Solo era una habitación. No podía dormir eternamente en el sofá ni podía entrar y salir corriendo de mi cuarto como si me persiguiera un Arum.
Cada paso fue una lucha contra mi instinto natural, que me pedía dar media vuelta y salir pitando en la dirección opuesta; pero continué hasta que me encontré en la puerta, con las manos apretadas bajo la barbilla.
Daemon y Dee lo habían limpiado todo, como habían dicho. La cama estaba hecha. La ropa estaba guardada y todos los papeles, amontonados sobre el escritorio. Mi portátil destrozado había desaparecido. Y había una bonita alfombra redonda sobre el lugar donde había estado Carissa. Era de un suave tono marrón claro. Daemon sabía que no me iban los colores llamativos, a diferencia de Dee. Aparte de eso, la habitación parecía normal.
Contuve la respiración y me obligué a entrar. Recorrí el cuarto cogiendo libros y dejándolos de nuevo en el orden que los tenía, procurando mantener la mente en blanco. Un rato después, me puse una camiseta vieja y unos calcetines hasta la rodilla, me metí debajo de la montaña de mantas y me coloqué de costado.
Al otro lado de la ventana de mi cuarto, estrellas aisladas salpicaban el manto azul oscuro del cielo. Una cayó, dejando un breve rastro de luz a su paso mientras descendía en picado hacia la Tierra. Apreté la manta con los dedos mientras me preguntaba si sería una estrella fugaz u otra cosa. Todos los Luxen estaban ya aquí, ¿no?
Obligué a mis ojos a cerrarse y me concentré en mañana. Después de clase, Daemon y yo íbamos a ir a Martinsburgo para intentar encontrar a Luc. El grupo pensaba que simplemente íbamos a salir por ahí. Con suerte, después de nuestra visita, sabríamos un poco más sobre lo que le había pasado a Carissa.
Esa noche dormí a rachas. Debía de ser bastante tarde cuando sentí que Daemon se tendía a mi lado y me rodeaba la cintura con el brazo con firmeza. Medio dormida, decidí recordarle que tenía que mostrar más cuidado. Si mamá lo pillaba de nuevo en mi cama, las cosas se pondrían feas. Pero me sentía feliz en sus brazos, así que me recosté contra él y dejé que la sensación de su cálido aliento en la nuca me arrullara hasta quedarme dormida.
—Te quiero —creo que dije.
Podría haber estado soñando, pero su brazo me apretó más fuerte y su pierna se deslizó alrededor de la mía. Quizá no fuera más que un sueño, porque había algo surrealista en todo eso. Pero, aunque lo fuera, era suficiente.