Para cuando llegó la hora de comer, el humor de Daemon oscilaba en un punto intermedio entre taciturno y de perros. La mitad de los alumnos estaban muertos de miedo de cruzarse en su camino o respirar el mismo aire que él. No tenía ni la más remota idea de qué mosca le había picado. Era imposible que nuestra discusión siguiera molestándolo tanto.
Cuando se levantó para servirse leche por tercera vez, Lesa se echó hacia atrás y dejó escapar un silbido bajo.
—¿Qué le pasa?
—Ni idea —contesté empujando un trozo de carne por el plato—. Debe de estar en esos días del mes.
Chad soltó una carcajada.
—No pienso opinar sobre eso.
Lesa le sonrió a su novio.
—Más te vale, si sabes lo que te conviene.
—¿De qué habláis? —preguntó Daemon sentándose.
—De nada —contestamos los tres al mismo tiempo.
Daemon frunció el ceño.
El resto de la tarde pasó demasiado rápido y, de vez en cuando, el estómago me daba un vuelco. Un día más (el sábado) e intentaríamos lo imposible: colarnos en Mount Weather y rescatar a Beth y a Chris. ¿Qué íbamos a hacer con ellos si lo conseguíamos? No «si», cuando lo consiguiéramos, me corregí rápidamente.
Cuando me dirigía a la salida, me vibró el móvil. Me quedó un sabor amargo en la boca después de echarle un vistazo. Ojalá Blake perdiera mi número.
«Tenemos que hablar».
Apreté los dientes y respondí: «xq».
La respuesta fue inmediata: «dl domingo».
—¿Has visto un fantasma o qué? —me preguntó Daemon de repente.
Solté un grito y di un respingo.
—Madre mía, ¿y tú de dónde sales?
Me sonrió, lo que debería haber sido buena señal teniendo en cuenta el humor del que había estado todo el día, pero solo consiguió hacerme recelar.
—Soy sigiloso como un gato.
Suspiré y le enseñé el móvil.
—Blake quiere hablar de lo del domingo.
Daemon soltó un gruñido.
—¿Por qué te envía mensajes?
—Probablemente porque sabe que quieres hacerlo picadillo.
—¿Y tú no?
Negué con la cabeza.
—Es evidente que a mí me tiene menos miedo.
—Puede que debamos cambiar eso. —Me pasó un brazo por encima de los hombros, apretándome contra él, mientras salíamos al cortante viento de febrero—. Dile que hablaremos mañana.
Mi cuerpo fue entrando en calor contra el suyo.
—¿Dónde?
—En mi casa —respondió con una sonrisa malévola—. Si tiene pelotas, vendrá.
Hice una mueca, pero le envié el mensaje a Blake.
—¿Por qué no esta noche?
Daemon frunció los labios.
—Necesitamos pasar un rato agradable a solas.
¿Un rato agradable como el de ayer? Porque no iba a ponerle ninguna pega a eso, aunque teníamos que aclarar algunas cosas urgentemente. Sin embargo, antes de que pudiera sacar el tema, Blake respondió y quedamos para mañana.
—¿Has venido en tu propio coche hoy? —le pregunté.
Él negó con la cabeza, con la mirada clavada en un grupo de árboles.
—He venido con Dee. Esperaba que pudiéramos hacer algo normal, como ir al cine, a la primera sesión.
Una parte de mí brincó de alegría. La otra parte más responsable se puso las gafas de maestra y sacó la regla. La Katy adulta e irritante ganó.
—Eso suena genial, pero ¿no crees que tenemos que hablar de lo de anoche?
—¿De mi generosidad?
Me ardieron las mejillas.
—Eh… no, de lo de después.
En su rostro apareció un atisbo de sonrisa.
—Ya me lo imaginaba. Hagamos un trato. Vamos al cine y luego hablamos, ¿vale?
Era un buen trato, así que acepté. Y, sinceramente, me encantaba hacer cosas normales con Daemon, como salir por ahí. Casi nunca podíamos. Me dejó escoger la peli y me decidí por una comedia romántica. Sorprendentemente, no se quejó; aunque podría tener algo que ver con el enorme cubo de palomitas que nos estábamos metiendo entre pecho y espalda cuando no estábamos dándonos besos con sabor a mantequilla.
Todo fue deliciosamente normal.
Aquella deliciosa normalidad terminó en cuanto llegamos a su casa y salió del vehículo con los ojos entrecerrados. Todas las luces estaban encendidas. Al parecer, a Dee no le preocupaba ahorrar energía.
—Kat, creo que deberías irte a casa.
—¿Eh? —Cerré la puerta del coche con el ceño fruncido—. ¿No íbamos a hablar? Y a comer helado… Me prometiste helado.
Daemon se rió entre dientes.
—Ya lo sé, pero tengo visita.
Me planté delante de los escalones del porche.
—¿Qué clase de visita?
—Luxen —contestó colocándome las manos sobre los hombros. Aquellos ojos verdes extrañamente brillantes se encontraron con los míos—. Mayores.
Debía de estar bien contar con un sistema interno de detección como ese.
—¿Y no puedo entrar?
—No creo que sea buena idea. —Levantó la mirada cuando la puerta se abrió—. Pero no creo que tengamos alternativa.
Miré por encima del hombro. Había un hombre en la puerta. Un hombre de aspecto distinguido con un traje de tres piezas y el pelo negro azabache y canoso en las sienes. No sabía cómo esperaba que fuera un Luxen mayor. Tal vez un tipo calvo con una túnica blanca: después de todo, vivían en una colonia al pie de las Seneca Rocks.
Aquello era toda una sorpresa.
Aún más sorprendente fue el hecho de que Daemon no apartara las manos ni pusiera una distancia apropiada entre extraterrestre y humana. En cambio, susurró algo en su idioma y me deslizó una mano por la espalda mientras se situaba a mi lado.
—Ethan —dijo Daemon—. No te esperaba.
Los asombrosos ojos violetas del hombre se dirigieron hacia mí.
—Ya lo veo. ¿Esta es la joven sobre la que tus hermanos tuvieron la amabilidad de informarme?
A Daemon se le tensó todo el cuerpo.
—Eso depende de lo que tuvieran la amabilidad de informarte.
El aire se me atascó en los pulmones. No sabía dónde meterme, así que me quedé allí parada, intentando aparentar que sabía lo menos posible. Que estuviera al tanto de que el tipo trajeado no era humano era un tema grave. Los otros Luxen no podían enterarse de que conocía su secreto ni de que era un híbrido.
Ethan sonrió.
—De que estás saliendo con ella. Fue una sorpresa. Somos prácticamente familia.
De alguna manera, me pareció que todo aquello tenía más que ver con el hecho de que querían que Daemon fabricara bebés extraterrestres con Ash que con que no le hubiera enviado un mensaje a todo Dios comunicándoles que ya no estaba en el mercado.
—Ya me conoces, Ethan, no me gusta airear mi vida amorosa. —Su pulgar iba trazando un lento y relajante círculo en la parte baja de mi espalda—. Kat, te presento a Ethan Smith. Es una especie de…
—¿Padrino? —sugerí, y luego me puse colorada, porque esa era la mayor estupidez que podía soltar.
Pero la expresión de Ethan indicaba que le había gustado.
—Sí, una especie de padrino. —Aquellos extraños ojos se posaron en mí y me obligué a levantar la barbilla—. No eres de por aquí, ¿verdad, Kat?
—No, señor. Soy de Florida.
—Ah. —Las cejas oscuras se alzaron—. ¿Te gusta Virginia Occidental?
Le eché un vistazo a Daemon.
—Sí, no está mal.
—Qué bien. —Ethan bajó un escalón—. Ha sido un placer conocerte —dijo extendiendo la mano.
Por costumbre, fui a estrechársela, pero Daemon intervino y me rodeó los dedos con los suyos. Se llevó mi mano a los labios y me besó la palma. Ethan observó la escena con un destello de curiosidad y algo más que no pude identificar.
—Iré a verte en un ratito, Kat. —Me soltó la mano y se interpuso entre nosotros—. Tengo que ponerme al día con Ethan, ¿vale?
Asentí con la cabeza y me obligué a sonreírle al otro Luxen.
—Encantada de conocerlo.
—Lo mismo digo —contestó el hombre—. Estoy seguro de que volveremos a vernos.
Por alguna razón, aquellas palabras me envolvieron como un gélido manto. Me despedí de Daemon con un pequeño gesto de la mano y luego regresé corriendo a mi coche y cogí la mochila. Cuando me volví a mirar, ya habían entrado en la casa, y habría dado cualquier cosa por saber de qué estaban hablando. Desde que conocía a Dee y Daemon, nunca había visto a otro Luxen de la colonia ir a su casa.
La aparición de Ethan me había puesto de los nervios. Dejé caer la mochila en el recibidor y me serví un vaso de zumo de naranja. Mamá estaba durmiendo, así que recorrí el pasillo de puntillas y cerré la puerta de mi cuarto. Me senté en la cama y coloqué el vaso sobre la mesita de noche.
Levanté una mano y me concentré en el portátil, que se elevó del escritorio y vino directamente hasta mi mano. Por lo general, procuraba no usar mis habilidades alienígenas demasiado a menudo: puede que una o dos veces al día para mantener… eh, lo que fuera bien engrasado. Siempre sentía un extraño subidón cuando lo hacía, como si fuera en una montaña rusa mientras sube una pendiente, lista para descender a toda velocidad a ciento treinta kilómetros por hora: ese momento en el que el estómago te da un vuelco y la piel te hormiguea de expectación. Era una sensación diferente. No estaba mal, era bastante divertida, y puede que incluso un poco adictiva.
La noche que Adam murió, cuando recurrí a lo que quiera que fuera aquello, nunca me había sentido más poderosa en toda mi vida. Así que, sí, entendía que ese poder se te pudiera subir a la cabeza. Si la mutación había funcionado con Will, solo Dios sabía qué locuras estaría cometiendo.
No podía permitirme ponerme a pensar en él ahora, así que encendí el portátil y estuve navegando por Internet una media hora, leyendo reseñas hasta que apagué el ordenador y lo envié de vuelta al escritorio. Cogí un libro y me acurruqué con la esperanza de poder leer algunos capítulos antes de que Daemon se pasara, pero acabé quedándome dormida a las tres páginas.
Cuando desperté, mi habitación estaba a oscuras y, al comprobarlo, descubrí que eran más de las nueve y que mamá ya se había ido a trabajar. Me sorprendió que Daemon no hubiera venido, por lo que me puse las botas y fui a la casa de al lado.
Me abrió Dawson, con una lata de refresco en una mano y un bollo en la otra.
—Menudo chute de azúcar tienes ahí —comenté con una sonrisa.
Se miró las manos.
—Ya, supongo que no voy a poder dormir en unas cuantas horas.
Recordé lo que me había dicho sobre que nunca dormía y esperé que eso hubiera cambiado. Sin embargo, antes de que pudiera preguntárselo, me dijo:
—Daemon no está.
—Ah. —Intenté disimular la decepción—. ¿Sigue con el mayor?
—Dios, no. Ethan solo estuvo aquí como una hora. No estaba nada contento. Pero Daemon salió con Andrew.
—¿Con Andrew? —Qué sorpresa.
Dawson asintió con la cabeza.
—Sí. Andrew, Dee y Ash querían ir a comer algo. A mí no me apetecía.
—¿Ash también fue? —musité.
Vale, eso era una sorpresa tremenda. Pero lo que no lo era fue la oleada de celos irracionales que se apoderó de mí, decidida a convertirme en una novia obsesiva.
—Sí —respondió Dawson, y luego se estremeció—. ¿Quieres entrar?
No me di cuenta de que lo había seguido adentro hasta que estuve sentada en el sofá con las rodillas apretadas. ¿De verdad que Daemon había salido a cenar con Ash y los demás?
—¿Cuándo se fueron?
Dawson le dio un mordisco al bollo.
—Pues… no hace mucho.
—Son casi las diez de la noche.
Los Luxen tenían un apetito voraz; pero, venga ya, no solían cenar tan tarde. Lo sabía perfectamente.
Dawson se sentó en el brazo del sillón y contempló su pastelito.
—Ethan se fue a las cinco, más o menos. Y entonces apareció Andrew… —Le echó un vistazo al reloj de pared, con el rostro contraído—. Ash y él vinieron a eso de las seis.
Se me revolvió el estómago.
—¿Y después los cuatro salieron a tomar algo?
Dawson dijo que sí con la cabeza, como si le resultara demasiado doloroso e incómodo hablar.
Cuatro horas para cenar. De pronto, ya no pude seguir sentada. Quería saber a qué restaurante habían ido. Quería encontrarlo. Empecé a ponerme de pie, pero intenté tragarme el espantoso nudo que me abrasaba el fondo de la garganta.
—No es lo que piensas —dijo Dawson en voz baja.
Volví la cabeza hacia él bruscamente y me horrorizó descubrir que se me habían formado lágrimas en los ojos. La ironía de todo aquello fue como una bofetada en la cara. ¿Así se había sentido Daemon cuando se enteró de que había ido a cenar y luego a almorzar con Blake? Pero entonces no estábamos saliendo juntos, así que no tenía que darle explicaciones.
—¿Ah, no? —dije con voz ronca.
Dawson se terminó el bollo.
—No. Creo que solo necesitaba salir un rato.
—¿Sin mí?
Se sacudió unas migas azucaradas de los vaqueros.
—Puede que sí o puede que no. No es el mismo hermano que recuerdo. Nunca habría pensado que estaría con una humana. Sin ánimo de ofender.
—No pasa nada —susurré.
«Sin mí. Sin mí». Aquellas palabras se repetían una y otra vez. Yo no era una de esas chicas pegajosas que tenían que estar con su novio todo el tiempo, pero me dolía, maldita sea.
Y ese dolor se convirtió en un furioso cuchillo al rojo vivo cuando me imaginé a Dee y Andrew sentados en un lado de un reservado y a Daemon y Ash en el otro, porque así debían de haberse sentado cuando fueron a comer. Sería como en los viejos tiempos… cuando Daemon y Ash estaban juntos.
Puede que Blake y yo nos hubiéramos besado una vez, pero no teníamos una relación que venía de lejos. Dios, seguramente hasta habrían…
Pisé el freno.
Dawson se puso en pie, rodeó la mesa de centro y se sentó a mi lado.
—Ethan lo cabreó. Quería asegurarse de que su relación contigo no interferiría en su lealtad hacia su raza. —Se inclinó hacia delante, frotándose las rodillas dobladas con las palmas de las manos—. Y, bueno, ya puedes imaginarte la respuesta de Daemon.
Yo no estaba tan segura.
—¿Qué le dijo?
Dawson se rió entrecerrando los ojos como hacía Daemon.
—Digamos que Daemon le explicó que con quién estuviera no afectaba a su lealtad, pero usó otras palabras.
Sonreí un poco.
—¿Palabras fuertes?
—Muy fuertes —contestó mirándome—. No se esperaban algo así de él. Nadie se lo esperaba. ¿De mí? Sí. Pero, bueno, nunca esperaron mucho de mí. Principalmente porque me importaba un bledo lo que pensaran… No es que a Daemon le importe, pero…
—Sí, lo sé. Él siempre ha sido el que se encargaba de todo, ¿verdad? No el que causaba problemas como este.
Dawson asintió con la cabeza.
—No saben lo que eres, pero dudo mucho que Ethan lo deje estar.
—¿Lo marginarán?
Cuando asintió, negué con la cabeza. Si se marginaba a un Luxen, no se le permitía entrar ni acercarse a las comunidades Luxen, lo que significaba que no podía estar cerca del protector macizo de cuarzo beta. Tendría que arreglárselas prácticamente solo contra los Arum.
—¿Qué es Ethan? Ya sé que es un mayor, pero ¿qué significa eso?
Dawson frunció el ceño.
—Los mayores son como los alcaldes y presidentes de nuestras comunidades. Ethan es nuestro presidente.
Enarqué las cejas.
—Parece importante.
—Todos los que viven en la colonia le harán caso. Los que no lo hagan se arriesgan a sufrir consecuencias sociales. —Se echó hacia atrás y cerró los ojos—. Incluso a los que se relacionan con humanos, como los que trabajan fuera de la colonia y cosas así, les da miedo hacer enfadar a los mayores. Ninguno de nosotros puede marcharse sin permiso del Departamento de Defensa; pero, joder, si quisieran que nos largáramos, encontrarían la manera.
—¿A ti te hicieron eso por lo de Beth?
Se le tensó el rostro.
—Lo habrían hecho, pero no les dio tiempo. No hubo tiempo para nada.
Sentí una punzada de dolor en el pecho y le coloqué una mano en el brazo.
—Vamos a recuperar a Beth.
Esbozó una pequeña sonrisa.
—Ya lo sé. Este domingo… Todo depende de este domingo.
Se me revolvió el estómago y se me aceleró el pulso.
—¿Cómo era estar allí dentro?
Dawson entreabrió los ojos. Transcurrió un momento antes de que respondiera.
—Al principio no estaba tan mal. Dejaban que Beth y yo nos viéramos. Nos dijeron que nos retenían por nuestra propia seguridad. Ya sabes, todo ese rollo de que si descubrían lo que le había hecho a Beth, las cosas se pondrían feas y que necesitábamos que nos protegieran. Que Dédalo estaba de nuestra parte. Durante un tiempo, sí que me lo pareció. Casi… casi creí que saldríamos de esa juntos.
Era la primera vez que lo oía nombrar a Dédalo. Aquella palabra sonó extraña en sus labios.
—Creer eso no me provocó más que sufrimiento y, con el tiempo, locura cuando la esperanza se desvaneció. —Las comisuras de los labios se le curvaron hacia arriba—. Dédalo quería que repitiera lo que había hecho con Beth. Querían que creara a más como ella. Para ayudar a mejorar el género humano y todas esas gilipolleces. Y, cuando no funcionó, las cosas… cambiaron.
Me removí en el asiento.
—¿Cómo cambiaron?
Dawson apretó la mandíbula.
—Al principio no me dejaban ver a Beth. Ese era mi castigo por fracasar en algo que a ellos les parecía muy fácil. No les entraba en la cabeza que yo no tenía ni idea de cómo la había curado y cambiado. Me traían humanos moribundos y yo lo intentaba, Katy, de verdad que sí. Pero se morían hiciera lo que hiciese.
Sentí náuseas y deseé saber qué decir, pero aquel parecía uno de esos momentos en los que no decir nada es lo correcto.
—Entonces empezaron a traer humanos sanos y a hacerles cosas, a herirlos, y yo los curaba. Algunos… mejoraron. Al menos un tiempo. Pero era como si las heridas que les habían infligido regresaran a lo bestia. Otros… otros se desestabilizaron.
—¿Se desestabilizaron?
Dawson abría y cerraba las manos sobre los muslos.
—Desarrollaban algunas de nuestras habilidades, pero algo… algo salía mal. Había una chica: no era mucho mayor que nosotros y era simpática, muy simpática. Le dieron algún tipo de pastilla y empezó a morirse. Así que la curé. Quería curarla de verdad, porque estaba muy asustada. —Sus ojos color esmeralda se encontraron con los míos—. Y pensamos que había funcionado. Se puso enferma igual que lo estaba Beth cuando nos llevaron allí por primera vez. Y luego pudo moverse tan rápido como nosotros. Un día después de que se le pasara la enfermedad, chocó con una pared.
Fruncí el ceño.
—Eso no es tan malo, ¿no?
Dawson apartó la mirada.
—Podemos movernos más rápido que las balas, Katy. Se estrelló contra la pared. Fue como chocar a velocidad supersónica.
—Dios mío…
—Fue como si no pudiera detenerse. A veces me pregunto si lo haría a propósito. Hubo muchísimos más después de ella. Humanos que murieron con mis manos sobre ellos. Humanos que murieron después de que los curara. Humanos que sobrevivieron sin mutaciones pero de los que nunca más se volvió a saber. —Bajó la mirada—. Hay tanta sangre en mis manos…
—No. —Negué enérgicamente con la cabeza—. Nada de eso fue culpa tuya.
—¿En serio? —La ira hizo que su voz sonara más profunda—. Tengo la habilidad de curar, pero no pude hacerlo bien.
—Pero tenías que querer curarlos… quererlo con cada célula de tu cuerpo. Te estaban obligando a hacerlo.
—Eso no cambia el hecho de que muriera mucha gente. —Se inclinó hacia delante de nuevo, inquieto—. Durante un tiempo, creí que me merecía lo que me estaban haciendo, pero… pero Beth no. Ella no se lo merecía.
—Tú tampoco, Dawson.
Se quedó mirándome un momento y luego apartó la vista.
—Me quitaron a Beth, después la comida, después el agua, y, cuando siguió sin funcionar, se pusieron creativos. —Dejó escapar un largo suspiro—. Supongo que le hicieron lo mismo a ella, pero no estoy seguro. Lo único que pude ver fue lo que le hacían delante de mí.
Se me heló la sangre. Aquello me daba muy mala espina.
—La herían para que la curase y así poder estudiar el proceso. —Apretó la mandíbula—. Cada vez que pasaba, me moría de miedo. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si le fallaba a Beth? Me…
Dawson movió el cuello, como si aliviara un calambre.
Nunca volvería a ser el mismo. Las lágrimas me atenazaron de nuevo la garganta. Quería llorar por él y por Beth, pero sobre todo por las personas que fueron y nunca volverían a ser.