Un rato después, intenté estirarme y, cuando hablé, mi voz sonó amortiguada contra su pecho.
—No puedo moverme. —Su risa me retumbó por todo el cuerpo mientras me abrazaba con menos fuerza.
—Así nos acurrucamos nosotros.
—Debería ir pensando en irme. —Bostecé. No quería marcharme, estaba tan relajada que ni siquiera sentía los dedos de los pies—. Mamá volverá pronto a casa.
—¿Tienes que irte ya?
Dije que no con la cabeza. Puede que nos quedara una hora. Quería hacerle la cena a mi madre, así que otros treinta o cuarenta minutos como mucho. Daemon me colocó un dedo en la barbilla y me la levantó.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Me buscó con la mirada.
—Me gustaría hablar contigo antes de que te fueras.
Empecé a preocuparme.
—¿De qué?
—De lo del domingo —dijo, y mi preocupación se intensificó—. Ya sé que crees que tú nos metiste en esto, pero sabes que no es así, ¿verdad?
—Daemon… —Conocía perfectamente el rumbo que estaba tomando esa conversación—. Hemos llegado a este punto por las decisiones que he…
—Hemos —me corrigió con suavidad—. Las decisiones que hemos tomado.
—Si no hubiera entrenado con Blake y te hubiera hecho caso, no estaríamos aquí. Adam seguiría vivo. Dee no me odiaría a muerte. Will no andaría por ahí haciendo Dios sabe qué. —Cerré los ojos con fuerza—. Podría seguir y seguir, pero ya lo pillas, ¿no?
—Y, si no hubieras tomado ninguna de esas decisiones, no habríamos recuperado a Dawson. Fue una especie de estupidez inteligente.
Solté una risa seca.
—Y que lo digas.
—No puedes cargar con toda esta culpa, Kat. —La cama se movió cuando se incorporó sobre un codo—. Acabarás como yo.
Le eché un vistazo.
—¿Cómo? ¿Siendo un extraterrestre altísimo y bastante cretino?
Me sonrió.
—En cuanto a lo de idiota, sí. Me culpé por lo que le pasó a Dawson. Eso me cambió. Todavía no he vuelto a ser el que era antes de que sucediera todo. No te hagas eso a ti misma.
Eso se decía pronto, pero asentí con la cabeza. Solo faltaba que Daemon empezara a preocuparse por la posibilidad de que en el futuro acabara gastándome una pasta en terapia. Además, había llegado el momento de tratar el tema del que sabía que él quería hablar.
—No quieres que vaya el domingo.
Daemon respiró hondo.
—Escúchame, ¿vale? —Cuando asentí, continuó—. Ya sé que quieres ayudar, y sé que puedes. He visto de lo que eres capaz. Das bastante miedo cuando te cabreas.
«Ni te lo imaginas», pensé con ironía.
—Pero… si las cosas se tuercen, no quiero que acabes involucrada. —Me sostuvo la mirada—. Quiero que estés en algún lugar seguro.
Comprendía sus motivos y quise tranquilizarlo, pero no podía quedarme en la retaguardia.
—Yo tampoco quiero verte involucrado, Daemon. Quiero que estés en un lugar seguro, pero no voy a pedirte que te quedes al margen.
—Eso es diferente —repuso frunciendo el ceño.
Me senté y me alisé el jersey.
—¿Por qué? Y si me dices que es porque tú eres un tío, te pego.
—Vamos, gatita… —Entrecerré los ojos y él suspiró—. Es más que eso. Es porque yo tengo experiencia. Así de simple. Y tú no.
—Vale, en eso tienes razón, pero yo he estado en una jaula. Tras experimentar eso, tengo más razones que tú para que no me cojan.
—Y ese es otro motivo por el que no quiero que lo hagas. —El tono verde de sus ojos se intensificó. Una señal inequívoca de que su carácter protector estaba a punto de apoderarse de él—. No tienes ni idea de lo que se me pasó por la cabeza cuando te vi en esa jaula… Cuando oigo que la voz todavía te suena áspera cuando te entusiasmas o te disgustas… Gritaste hasta que…
—No hace falta que me lo recuerdes —le espeté, y luego solté un exabrupto entre dientes. Intenté controlar mi propio genio y le coloqué una mano en el brazo—. Una de las cosas que me encantan de ti es lo protector que eres, pero también me vuelve loca. No puedes protegerme siempre.
Su expresión dejaba claro que podía y lo intentaría. Exhalé bruscamente.
—Tengo que hacer esto… Tengo que ayudar a Dawson y a Beth.
—¿Y a Blake? —me preguntó.
—¿Qué? —Lo miré fijamente—. ¿A qué viene eso?
—No lo sé. —Apartó el brazo—. Da igual. ¿Puedo…?
—Un momento. No da igual. ¿Por qué querría ayudar a Blake después de lo que hizo? ¡Mató a Adam! Yo quería verlo muerto. Fuiste tú el que propuso hacer borrón y cuenta nueva.
En cuanto aquellas palabras salieron de mi boca, me arrepentí. El rostro se le quedó inexpresivo.
—Lo siento —me disculpé, y lo decía en serio—. Sé por qué no querías… eliminar a Blake, pero tengo que hacer esto. Me ayudará a superar lo que provoqué. A reparar el daño causado, en cierto sentido.
—No tienes…
—Claro que sí.
Daemon volvió la cara, apretando la mandíbula.
—¿No puedes hacer esto por mí? ¿Por favor?
Se me partió el corazón; porque, cuando Daemon decía «por favor» (lo que no sucedía a menudo), yo sabía que algo le preocupaba muchísimo.
—No, no puedo.
Transcurrieron los segundos y se le tensaron los hombros.
—Esto es una estupidez. No deberías hacerlo. No voy a poder preocuparme más que de que no te hieran.
—¿Lo ves? ¡Ese es el problema! No puedes estar preocupándote constantemente por si salgo herida.
Daemon enarcó una ceja.
—Tú siempre sales herida.
No daba crédito a lo que oía.
—¡Eso no es verdad!
Él soltó una carcajada.
—Ya, lo que tú digas.
Le di un empujón, pero era como una pared de músculo inamovible. Pasé por encima de él, furiosa, y me cabreé aún más cuando vi un destello de diversión en sus ojos.
—Dios, cómo me frustras.
—Bueno, si quieres, te puedo…
—¡Ni se te ocurra terminar esa frase! —Cogí los calcetines y las mallas con movimientos bruscos y me los puse mientras mantenía el equilibrio sobre un pie—. Uf, a veces te odio.
Daemon se sentó con un movimiento fluido.
—No hace mucho, estabas loquita por mí.
—Cierra el pico. —Pasé a la otra pierna—. Voy a ir con vosotros el domingo. Y ya está. Fin de la discusión.
Daemon se puso en pie.
—No quiero que vayas.
Meneé las caderas para subirme las mallas mientras lo fulminaba con la mirada.
—Tú no tienes derecho a decirme qué puedo o no puedo hacer, Daemon. —Agarré una de mis botas preguntándome cómo habría ido a parar allí—. No soy una frágil e indefensa damisela que necesita que la rescates.
—Esto no es un libro, Kat.
Me puse la otra bota con un tirón.
—¿En serio? Mierda. Esperaba que fueras al final y me contaras qué pasa. Me encantan los spoilers.
Di media vuelta, salí y bajé las escaleras. Naturalmente, lo tenía un paso detrás de mí, como una sombra gigante. Me detuvo cuando llegamos fuera.
—Después de todo lo que pasó con Blake, dijiste que no volverías a dudar de mí —me recordó—. Que confiarías en mis decisiones. Pero ya estás otra vez. No me haces caso a mí ni al sentido común. ¿Y qué se supone que tengo que hacer cuando esto vuelva a estallarte en plena cara?
Retrocedí ahogando una exclamación.
—Eso… eso ha sido un golpe bajo.
Daemon se llevó las manos a las caderas.
—Es la verdad.
Las lágrimas me escocieron en los ojos y me costó un par de segundos pronunciar las siguientes palabras.
—Ya sé que lo dices con buena intención, pero no necesito que me recuerdes sutilmente cuánto la he cagado. Lo sé perfectamente. Y estoy tratando de arreglarlo.
—Kat, no intento portarme como un gilipollas.
—Lo sé, es que te sale con naturalidad. —Unos faros asomaron entre la niebla, subiendo por la carretera. La voz me salió ronca cuando dije—: Tengo que irme. Ha llegado mi madre.
Bajé corriendo los escalones y atravesé la gravilla y el suelo duro y congelado. Daemon apareció delante de mí antes de que pudiera llegar a mi porche. Me paré en seco y mascullé:
—Odio que hagas eso.
—Piensa en lo que te he dicho, Kat. —Echó un vistazo por encima de mi hombro. El coche de mi madre casi había llegado—. No tienes que demostrar nada.
—¿En serio?
Daemon contestó que no, pero no había dado esa impresión cuando dijo que creía que todo iba a volver a estallarme en la cara.
Di vueltas y más vueltas en la cama, sin poder dejar de pensar. Repasé mentalmente todo lo que había ocurrido desde que detuve la rama delante de Blake hasta el momento en que encontré el reloj ensangrentado de Simon en su camioneta. ¿Cuántas veces había habido señales de que era más de lo que decía ser? Demasiadas. ¿Y cuántas veces Daemon había intervenido y había intentado convencerme de que dejara de entrenar con Blake? Demasiadas.
Me tumbé de espaldas, cerrando los ojos con fuerza.
¿Y a qué se refería con lo que había dicho sobre Blake? ¿De verdad creía que quería ayudarlo? ¿Y por qué motivo? Lo que menos me apetecía en este mundo era respirar el mismo aire que él. Era imposible que Daemon estuviera celoso. No, no, no. Si se trataba de eso, iba a tener que darle una buena patada en el culo. Y luego me echaría a llorar, porque si dudaba de mí…
Ni siquiera podía pensar en eso.
Solo había salido una cosa buena de todo ese lío: Dawson. Pero todo lo demás era… Bueno, era la razón por la que no podía quedarme sentada de brazos cruzados.
Me coloqué de costado, le di un puñetazo a la almohada y me obligué a mantener los ojos cerrados.
Al alba, me quedé dormida durante lo que me parecieron unos segundos, pero el sol empezó a asomar por la ventana de mi cuarto un minuto después. Salí de la cama a duras penas, me duché y me cambié de ropa.
Un dolor sordo me había empezado detrás de los ojos. Cuando llegué al instituto y saqué mis libros de la taquilla, todavía no se me había pasado, como había esperado. Entré en clase de Trigonometría arrastrando los pies y comprobé el móvil por primera vez desde la noche anterior.
No tenía ningún mensaje.
Volví a dejar caer el teléfono en la mochila y apoyé la barbilla en las manos.
Lesa fue la primera en entrar y arrugó la nariz cuando me vio.
—Dios, tienes una pinta horrible.
—Gracias —murmuré.
—De nada. Carissa tiene la gripe aviar o algo por el estilo. Espero que tú no la hayas cogido.
Casi me reí. Desde que Daemon me había curado, no había estornudado ni una sola vez. Y, según Will, cuando mutabas ya no podías enfermar, que era el motivo por el que había intentado obligar a Daemon a mutarlo.
—Puede —contesté.
—Probablemente es por ir a ese club —dijo estremeciéndose.
Una sensación cálida me recorrió el cuello y aparté los ojos como una completa cobarde mientras Daemon se sentaba detrás de mí. Sabía que estaba mirándome, pero no dijo nada durante unos sesenta y dos segundos. Los conté.
Me dio un golpecito en la espalda con su querido boli.
Me volví, manteniendo el rostro inexpresivo.
—Hola.
Daemon enarcó una ceja.
—Tienes buena cara.
Él, por el contrario, estaba como siempre: absolutamente perfecto. Qué envidia.
—Anoche dormí muchísimo. ¿Y tú?
Se colocó el bolígrafo detrás de la oreja y se inclinó hacia delante.
—Creo que dormí como una hora.
Bajé la mirada. No me alegraba que él también hubiera pasado una noche de mierda; pero, por lo menos, eso quería decir que se lo estaba pensando. Fui a preguntar, pero él negó con la cabeza.
—¿Qué pasa?
—No he cambiado de opinión, gatita. Pero esperaba que tú sí.
—Pues no —contesté, y entonces sonó el timbre.
Le dediqué una última mirada elocuente y me di la vuelta. Lesa me puso una cara rara, pero me encogí de hombros. A fin de cuentas, no podía explicarle por qué hoy solo nos intercambiábamos unas pocas sílabas. Esa sería una conversación muy entretenida.
Cuando sonó el timbre que anunciaba el final de la clase, consideré la posibilidad de echar a correr hacia la puerta, pero cambié de opinión cuando unas piernas con vaqueros llenaron mi visión periférica. Aunque estaba enfadada con él, no pude controlar un revoloteo en el estómago.
Menuda perdedora estaba hecha.
Daemon no dijo ni pío cuando salimos ni cuando nos separamos y, después de cada clase, volvía a aparecer de la nada. Ocurrió lo mismo antes de Biología y subió conmigo por las escaleras mientras recorría las cabezas de los alumnos con la mirada.
—¿Qué haces? —pregunté por fin, cansada de aquel silencio.
Daemon encogió sus anchos hombros.
—Comportarme como un caballero y acompañarte a tus clases.
—Ya veo.
No hubo respuesta, así que lo miré de reojo. Tenía los ojos entrecerrados y los labios apretados, como si acabara de comerse algo agrio. Me puse de puntillas y reprimí una palabrota. Blake estaba apoyado contra la pared junto a la puerta, con la cabeza ladeada hacia nosotros y una sonrisa arrogante en la cara.
—No puedo verlo ni en pintura —murmuró Daemon.
Blake se apartó de la pared y se acercó a nosotros haciéndose el chulito.
—Qué contentos se os ve para ser viernes.
Daemon se dio golpecitos en el muslo con un libro de texto.
—¿Tienes algún motivo para estar aquí plantado?
—Voy a esta clase. —Señaló la puerta abierta con un gesto de la barbilla—. Con Katy.
Daemon empezó a irradiar calor mientras daba un paso al frente y le lanzaba a Blake una mirada de desprecio.
—Te encanta presionar, ¿verdad?
Blake tragó saliva, nervioso.
—No sé a qué te refieres.
Daemon soltó una carcajada que me provocó escalofríos. A veces me olvidaba de lo peligroso que podía ser.
—Por favor. Puede que sea muchas cosas… cosas muy malas, Biff, pero estúpido y ciego no están entre ellas.
—Muy bien —intervine manteniendo la voz baja. La gente estaba mirándonos—. Comportaos como niños buenos.
—Voy a tener que estar de acuerdo. —Blake miró a su alrededor—. Pero no somos niños ni esto es un patio de juegos.
Daemon levantó una ceja.
—No quieras jugar conmigo, Barf, porque podemos hacer ese truquito de la congelación y jugar aquí y ahora.
Oh, por el amor de Dios, aquello no era necesario. Agarré el tenso brazo de Daemon.
—Basta —susurré.
Transcurrió un largo segundo y una chispa de electricidad estática saltó de su brazo al mío. Me miró despacio y, a continuación, se inclinó y me plantó un beso. Fue inesperado; profundo y enérgico. Me quedé allí quieta, atónita, mientras se apartaba y me mordisqueaba el labio inferior.
—Qué sabrosa, gatita. —Entonces se dio la vuelta, colocó la mano derecha sobre el hombro de Blake y lo empujó contra una taquilla—. Nos vemos —dijo sonriendo de forma burlona.
—Por Dios —masculló Blake, poniéndose derecho—. Este tío tiene problemas para controlar la ira.
Las caras que nos miraban boquiabiertas se volvieron borrosas.
Blake carraspeó y pasó a mi lado.
—Deberías entrar.
Asentí con la cabeza, pero cuando sonó el timbre todavía seguía allí de pie, con los dedos contra los labios.