Como llegamos tarde a casa de nuestra excursión a Martinsburgo, me fui directamente a la cama. Daemon me siguió, pero lo único que hicimos fue acurrucarnos y dormir. Los dos estábamos agotados por todo lo que había pasado y era agradable tenerlo allí; una presencia estable que me ayudó a relajar y aliviar los nervios destrozados.
El jueves me sentía como una zombi y la actitud asquerosamente alegre de Blake en Biología me dio ganas de vomitar.
—Deberías estar más contenta —me susurró mientras yo garabateaba mis apuntes a toda prisa. Estaba segura de que había suspendido el examen de ayer—. Después del domingo, todo habrá terminado.
«Todo habrá terminado». Mi boli se detuvo. Un músculo se me tensó en el cuello.
—No va a ser fácil.
—Claro que sí. Solo necesitas fe.
Por poco me echo a reír. ¿Fe en quién? ¿En Blake? ¿O en el chico de la mafia? No confiaba en ninguno de los dos.
—Después del domingo, te habrás largado.
—Para siempre —respondió.
Después de clase, recogí mis cosas, respondí con una sonrisa a algo que dijo Lesa y luego esperé a Dawson. No me gustaba dejarlo a solas con Blake. Sobre todo cuando Dawson miraba fijamente al otro chico, como si quisiera sacarle la información a golpes.
Blake pasó a nuestro lado con una amplia sonrisa mientras se cambiaba los libros de mano. Bajó por el pasillo pavoneándose y saludó con la mano a unos chicos que lo llamaron.
—No me cae bien —refunfuñó Dawson.
—Ponte a la cola. —Empezamos a caminar por el pasillo—. Pero lo necesitamos hasta el domingo.
Dawson mantuvo la mirada al frente.
—Aun así, sigue sin caerme bien. —Y entonces me preguntó—: Estaba colado por ti, ¿no?
Me puse colorada.
—¿Por qué lo dices?
Se le dibujó una pequeña sonrisa en la cara.
—Mi hermano lo odia a muerte.
—Bueno, es que mató a Adam —dije en voz baja.
—Sí, ya lo sé, pero esto es personal.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo puede ser más personal que eso?
—Lo es.
Dawson abrió la puerta y el escuadrón de las cabezas de chorlito nos atacó en el rellano.
Kimmy era la capitana.
—Vaya. ¿Por qué no me sorprende?
Sin darme cuenta, me coloqué delante de Dawson.
—¿Y por qué será que no tengo ni idea de a qué te refieres? —dije.
Detrás de mí, Dawson cambió el peso del cuerpo de un pie al otro.
—Bueno, es evidente. —Se pegó a la barandilla, con la mochila apoyada sobre la parte superior. Las otras chicas se rieron disimuladamente a su alrededor—. No te basta con un hermano.
Antes de poder reaccionar, Dawson me rodeó y le espetó:
—Eres una persona triste y repugnante.
A Kimmy se le heló la sonrisa en la cara. Era probable que el antiguo Dawson nunca hubiera dicho nada parecido, porque ella y sus amigas pusieron cara de haber visto un fantasma. En algún lugar, en el fondo de mi mente, quise reírme, pero estaba tan enfadada… tan asqueada porque hubiera sugerido que estaba saliendo con dos hermanos gemelos…
Sinceramente, no sé qué pasó después. Un pulso de energía surgió de mí y la bonita mochila rosada se sacudió y, a continuación, se resbaló de la barandilla. El peso tiró de Kimmy. Sus zapatos de tacón se despegaron del suelo y tuve una visión de lo que iba a ocurrir.
Iba a caerse de cabeza por encima de la barandilla.
Un grito se inició en mi garganta y salió de la de Kimmy. Las expresiones de horror de sus amigas se me grabaron para siempre en la memoria. Se me disparó el pulso.
Dawson se lanzó hacia delante y la cogió por un brazo. El grito de Kimmy aún me resonaba en los oídos cuando la depositó sobre sus pies.
—Ya te tengo —le dijo con una voz sorprendentemente dulce. Kimmy tomó una bocanada de aire, aferrándose a la mano de Dawson—. No pasa nada. Estás bien.
Dawson liberó su mano con cuidado y retrocedió un paso. Las amigas de Kimmy la rodearon de inmediato. Entonces, Dawson se volvió hacia mí, con los ojos vidriosos, me cogió por el codo y me hizo bajar por las escaleras rápidamente.
En cuanto estuvimos lo bastante lejos para que no pudieran oírnos, se detuvo y me miró.
—¿Qué ha sido eso?
Contuve el aliento y aparté la mirada, confusa y llena de vergüenza. Todo había sucedido tan rápido, y me había sentido tan furiosa… Pero lo había hecho yo: una parte de mí que había actuado por su cuenta y sin reflexionar. Una parte de mí que sabía que el peso de la mochila la haría perder el equilibrio y caer por encima del borde.
Durante la hora de comer, no le conté a Daemon lo que había pasado con Kimmy en las escaleras. Me autoconvencí de que, puesto que Carissa y Lesa estaban con nosotros, no era el momento adecuado para tener esa conversación. No era más que una excusa, pero sentía tanto asco de mí misma como de las palabras de Kimmy. Más tarde aquel mismo día, cuando estábamos en casa de Daemon repasando los planes para el domingo con el grupo, me dije que todavía no era el momento.
Sobre todo cuando Dee estaba empeñada en ir y Daemon no pensaba permitirlo.
—Necesito que Ash y tú os quedéis atrás, junto con Matthew, por si algo sale mal.
Dee se cruzó de brazos.
—¿Qué pasa? ¿Crees que no puedo seguiros el ritmo? ¿Que a lo mejor tropiezo y apuñalo a Blake?
Su hermano la miró con cara de póquer.
—Bueno, ahora que lo mencionas…
Dee puso los ojos en blanco.
—¿Katy va a ir con vosotros?
Encorvé los hombros. «Ya estamos…»
Daemon se puso tenso.
—No quiero…
—Sí. —Lo interrumpí fulminándolo con la mirada—. Pero solo porque yo os metí a la mayoría en este lío, y Blake no tomará parte en esto sin Daemon y sin mí.
Ash, que estaba sentada en el canapé, sonrió de forma burlona. Aparte de mirar fijamente a Daemon como si quisiera reavivar su romance, no había hecho ni dicho gran cosa.
—Qué valiente, Katy.
La ignoré.
—Pero necesitamos gente en el exterior por si algo va mal.
—¿Cómo? —preguntó Andrew—. ¿No confiáis en Blake? Qué cosas.
Daemon se recostó en el asiento mientras se pasaba ambas manos por el pelo.
—En fin, será entrar y salir. Y luego todo… todo habrá acabado.
Su hermano parpadeó despacio y supe que estaba pensando en Beth. Puede que incluso imaginándosela. ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía? Se lo pregunté y, sorprendentemente, me respondió.
—No lo sé. Allí el tiempo transcurría de manera diferente. ¿Semanas? ¿Meses? —Se puso en pie y giró los hombros—. Creo que nunca estuve en ese Mount lo que sea. En el lugar donde me tenían siempre hacía calor y estaba seco cuando me sacaban fuera.
Cuando lo sacaban fuera, como a una mascota. Qué horror.
Dawson dejó escapar un suspiro entrecortado.
—Necesito caminar o moverme.
Miré rápidamente a mi alrededor. El sol se había puesto hacía un rato. Aunque, en realidad, a él no le hacía falta. Ya había salido por la puerta antes de que nadie pudiera decir nada.
—Iré yo —se ofreció Dee.
Andrew se levantó.
—Te acompaño.
—Creo que yo me abro —comentó Ash.
—Un día de estos, podremos hablar sin dramas. —Matthew suspiró.
Daemon se rió con cara de cansancio.
—Buena suerte.
En cuestión de cinco minutos, todo el mundo salvo Daemon y yo se había marchado de la casa. Era el momento perfecto para confesar que casi le había roto el cuello a Kimmy, pero vi un destello en los ojos color jade de Daemon.
Se me secó la boca.
—¿Qué pasa?
Daemon se puso de pie y se estiró, enseñando un pedazo de piel firme.
—Qué tranquilidad. —Me ofreció la mano y la cogí—. Esto nunca está tranquilo. Ya no.
En eso tenía razón. Dejé que tirara de mí hasta ponerme en pie.
—No va a durar.
—Seguramente.
Me atrajo hacia él y, un segundo después, estaba en sus brazos y subíamos las escaleras a toda velocidad. Me colocó sobre mis pies en su cuarto.
—Admítelo, te gusta mi método de transporte.
Me sentía un poco mareada, pero me reí.
—Algún día seré más rápida que tú.
—Sigue soñando.
—Idiota —contraataqué.
Los labios de Daemon formaron una sonrisa torcida.
—Lianta.
—Oh. —Puse cara de sorpresa—. No te pases.
—Deberíamos aprovechar este momento de tranquilidad.
Avanzó hacia mí como un depredador que ha avistado a su presa.
—¿En serio?
De pronto me entró demasiado calor. Retrocedí hasta que choqué con la cama.
—En serio. —Se quitó los zapatos—. Yo diría que disponemos de unos treinta minutos antes de que alguien nos interrumpa.
Bajé la mirada mientras él se quitaba la camiseta y la tiraba a un lado. Contuve el aliento bruscamente.
—Tal vez menos.
En sus labios se dibujó una sonrisa pícara.
—Tienes razón. Así que digamos que tenemos veinte minutos, más o menos. —Se detuvo frente a mí con los ojos entrecerrados—. No es ni de lejos suficiente para lo que me gustaría hacer, pero podemos arreglárnoslas.
Una ola de calor se me extendió por las venas y la cabeza empezó a darme vueltas otra vez.
—¿Ah, sí?
—Ajá.
Me colocó las manos en los hombros y empujó hacia abajo hasta que me senté en el borde de la cama. Deslizó las manos hasta mis mejillas y se arrodilló entre mis piernas de gelatina, de modo que nuestros ojos quedaron a la misma altura.
Las pestañas de Daemon descendieron, rozándole las mejillas.
—Te he echado de menos —dijo.
Le rodeé las muñecas con los dedos.
—Pero si me has visto todos los días.
—No lo suficiente —murmuró, y apretó los labios contra el punto donde el pulso me palpitaba en el cuello—. Y siempre estamos con alguien.
Dios, eso era una gran verdad. La última vez que pasamos solos un tiempo considerable, ambos estábamos dormidos. Así que esos momentos eran valiosos, breves y robados.
Sonreí mientras me repartía una hilera de besos por el mentón y se detenía justo antes de llegar a mis labios.
—Supongo que, entonces, no deberíamos pasarlo hablando.
—Ya. —Me besó la comisura de la boca—. Hablar es una pérdida de tiempo. —Luego me besó la otra comisura—. Y, cuando hablamos, normalmente terminamos peleándonos.
Eso me hizo reír.
—No siempre.
Daemon se apartó, enarcando las cejas.
—Gatita…
—Vale. —Me deslicé hacia atrás y él me siguió, colocándose sobre mí con sus brazos grandes y fuertes. Dios, a veces me abrumaba lo que me hacía sentir—. Puede que tengas razón, pero estás perdiendo el tiempo.
—Yo siempre tengo razón.
Abrí la boca para discrepar, pero sus labios se apoderaron de los míos, y aquel beso me llegó a lo más hondo, fundiendo músculos y huesos. Me acarició la lengua con la suya y, en ese momento, por mí podía tener toda la razón que él quisiera mientras siguiera besándome así.
Hundí los dedos en su pelo y tiré de él cuando levantó la cabeza. Empecé a protestar, pero sus labios descendieron por mi cuello, llegaron al borde de la rebeca, pasaron sobre los botoncitos con forma de flor y continuaron bajando hasta que ya no pude sujetarle la cabeza. Ni seguir adónde se dirigía.
Daemon se sentó sobre las piernas y estiró los brazos hacia mis botas. Me sacó una y la lanzó por encima del hombro, donde rebotó contra la pared con un ruidito sordo.
—¿De qué están hechas? ¿De piel de conejo?
—¿Qué? —Solté una risita—. No. Son de imitación de piel de cordero.
—Son muy suaves. —Me quitó la otra, que también chocó con la pared. Luego le tocó el turno a mis calcetines. Me besó el empeine y me estremecí—. Aunque no tanto como esto. —Levantó la cabeza, sonriendo—. Por cierto, me encantan las mallas.
—¿Ah, sí? —Clavé la mirada en el techo, pero en realidad no veía ni torta. No podía concentrarme en nada mientras sus manos me subían por las pantorrillas—. ¿Es… porque son rojas?
—Por eso… —Noté su mejilla contra la rodilla y posé las manos sobre la cama—. Y porque son muy finas. Y tan sexys que me suben la temperatura, pero eso ya lo sabes.
¿Subir la temperatura? Sí, sí que hacía calor. Sus manos ascendieron por la parte exterior de mis muslos, por debajo de la falda vaquera, empujando la tela cada vez más arriba. Me mordí el labio tan fuerte que noté un sabor metálico en la boca. El material era finísimo, una frágil barrera casi inexistente entre su piel y la mía. Podía sentir cada caricia, e incluso la más ligera era como una descarga de mil voltios de electricidad.
—Gatita…
—¿Hum? —Apreté la colcha con las manos.
—Solo quería asegurarme de que seguías aquí. —Me besó un lado de la pierna, justo encima de la rodilla—. No quiero que te quedes dormida.
Como si eso fuera posible. Jamás.
Le destellaron los ojos.
—¿Sabes qué? Dame dos minutos. Es todo lo que necesito.
—Tú mismo —contesté—. ¿Qué vas a hacer con los dieciocho restantes?
—Acurrucarnos.
Me eché a reír, pero entonces sus dedos llegaron a la banda situada en la parte superior de las mallas y me las bajó. Soltó una palabrota cuando se enredaron en mis pies.
—¿Necesitas ayuda? —ofrecí con voz temblorosa.
—Ya lo tengo —murmuró mientras hacía una bola con ellas. También salieron volando hacia alguna parte.
Las cosas estaban llegando más lejos que nunca. Estaba nerviosa, pero no quería parar. Sentía demasiada curiosidad y confiaba ciegamente en él. Y luego ya no hubo nada que separara sus manos ni sus labios de mi piel, y dejé de pensar, no era capaz de formar pensamientos coherentes. Solo existían él y la descontrolada avalancha de sensaciones que me provocaba, que extraía de mí como si fuera un artista interpretando una obra maestra. Y entonces incluso dejé de ser yo misma, porque mi cuerpo no podía temblar tanto. Empecé a flotar (como un globo del que primero tirasen y luego liberasen) y un suave resplandor blanquecino, que no provenía de Daemon, se deslizó por las paredes.
Cuando volví a descender, los ojos de Daemon brillaban como diamantes. Parecía algo sobrecogido, lo que me extrañó, porque él me sobrecogía a mí.
—Brillas un poco —dijo, incorporándose—. Solo te he visto hacer eso una vez.
Sabía a qué noche se refería, pero no quería pensar en eso ahora. Era feliz aquí flotando. Me sentía bien… genial, incluso, y ni siquiera podía hablar. Tenía el cerebro hecho papilla. No tenía ni idea de que «eso» podía ser así. Caray, hasta me asombraba que hubiera pasado. Sentí como si tuviera que darle las gracias o algo.
La sonrisa que me dedicó fue en parte de orgullo masculino y en parte de arrogancia, como si supiera que me había embarullado la mente. Se tendió a mi lado y me apretó contra él. Bajó la cabeza y me dio un beso tierno y profundo.
—No llegó ni a dos minutos —bromeó—. Ya te lo dije.
El corazón se me había subido a la garganta.
—Tenías razón.
—Como siempre.