11

Me quedé en casa de Daemon esperando a que Dee volviera para poder charlar con ella, pero todos se disponían a irse y Andrew y ella todavía no habían regresado.

De pie en el porche, vi cómo Ash y Matthew se marchaban en sus coches. Arrepentimiento y otro millar de cosas me pesaban en el corazón. No me hizo falta mirar detrás de mí para saber que Daemon estaba allí. Agradecí la calidez y la fuerza que me brindaron sus brazos cuando me abrazó por detrás.

Me recosté contra su pecho y dejé que se me cerraran los ojos. Él apoyó el mentón encima de mi cabeza y, durante unos minutos, lo único que se oyó fue el canto de un ave solitaria y un claxon a lo lejos. Contra mi espalda, podía notar el latido fuerte y constante de su corazón.

—Lo siento —dijo, sorprendiéndome.

—¿El qué?

Daemon respiró hondo.

—No debería haberme puesto como loco por lo de Dawson la semana pasada. Hiciste lo correcto al decirle que lo ayudaríamos. Si no, quién sabe qué habría hecho a estas alturas. —Hizo una pausa para darme un beso en la coronilla, que me hizo sonreír. Estaba completamente perdonado—. Y gracias por todo lo que has hecho por él. Aunque a partir del sábado todo se complicará, está… diferente desde la noche zombi. No es el de antes, pero se le parece.

Me mordí el labio.

—No tienes que darme las gracias por eso.

—Claro que sí. Y lo digo en serio.

—Vale. —Transcurrieron unos segundos—. ¿Crees que nos equivocamos al dejar ir a Blake aquella noche?

Apretó los brazos a mi alrededor.

—No lo sé. De verdad que no.

—Lo hicimos con buena intención, ¿no? Supongo que quisimos darle una oportunidad. —Entonces solté una carcajada.

—¿Qué pasa?

Abrí los ojos.

—El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Deberíamos haberlo hecho picadillo.

Daemon bajó la cabeza y apoyó la barbilla en mi hombro.

—Puede que lo hubiera hecho antes de conocerte.

Volví la cabeza hacia él.

—¿Qué quieres decir?

—Antes de que aparecieras, habría matado a Blake por lo que hizo. Después me habría sentido como una mierda, pero lo habría hecho. —Me depositó un beso donde el pulso me latía acelerado—. Y, en cierta forma, sí me convenciste, pero no como cree Dee. Podrías haber acabado con Blake, y no lo hiciste.

Ahora todo lo relacionado con aquella noche parecía caótico y surrealista. El cuerpo sin vida de Adam y luego los Arum que nos atacaron… Vaughn y el revólver… Blake huyendo…

—Yo no estoy tan segura.

—Yo sí —me aseguró sonriendo contra mi mejilla—. Tú me haces pensar antes de actuar. Me haces querer ser mejor persona… o Luxen, lo que sea.

Me volví por completo hacia él para poder mirarlo a los ojos.

—Eres buena persona.

Me sonrió con ojos chispeantes.

—Vamos, gatita, tú y yo sabemos que solo en contadísimas ocasiones.

—No…

Me colocó un dedo sobre los labios.

—Tomo decisiones espantosas. Puedo ser un gilipollas, y lo hago a propósito. Suelo intimidar a la gente para que haga lo que yo quiero. Y dejaba que todo lo que había pasado con Dawson intensificara esos… eh… rasgos de mi personalidad. Pero… —Apartó el dedo y sonrió de oreja a oreja—. Pero tú… tú me haces querer ser diferente. Por eso no maté a Blake. Por eso no quiero que tengas que tomar esas decisiones ni que estés a mi lado si elijo ese camino.

Abrumada por lo que acababa de admitir, no supe qué decir. Pero entonces Daemon inclinó la cabeza y me besó y descubrí que a veces, cuando alguien dice algo tan absolutamente perfecto, no es necesario responder. Sus palabras lo habían transmitido todo.

Pasé la mañana del sábado con mi madre. Tomamos un desayuno grasiento y mortal para las arterias en un restaurante de comida rápida y luego nos fuimos de compras un par de horas a una tienda de todo a un dólar. Por lo general, preferiría arrancarme las pestañas una a una que deambular por aquellos pasillos, pero quería pasar tiempo con ella.

Esa tarde, Daemon y yo íbamos a reunirnos con Blake. Solo nosotros dos, a petición suya. Matthew y Andrew espiarían desde el aparcamiento por si necesitábamos refuerzos, ya que a Dee y Dawson (por razones muy diferentes) se les había prohibido acercarse a un kilómetro del lugar.

No sabíamos qué iba a ocurrir. Ese podría ser el último día, el último momento, que compartiera con mi madre. Y eso hacía que aquella experiencia fuera agridulce y aterradora. Muchísimas veces durante el desayuno y en el coche quise contarle lo que estaba pasando, pero no pude. Y, aunque hubiese podido, es probable que no me hubieran salido las palabras. Se estaba divirtiendo, encantada de pasar tiempo conmigo, y no me atreví a estropeárselo.

Pero los posibles «y si» me atormentaban. ¿Y si era una trampa? ¿Y si el Departamento de Defensa o Dédalo nos atrapaban? ¿Y si me pasaba lo mismo que a Beth y mi madre no volvía a saber de mí? ¿Y si regresaba a Gainesville para escapar de mi recuerdo?

Para cuando llegamos a casa, estaba casi segura de que iba a vomitar. La comida no paraba de revolvérseme en el estómago. Me sentía tan mal que me tumbé un rato mientras mi madre dormía un poco antes de empezar su turno.

Llevaba como una hora mirando la pared cuando Daemon me mandó un mensaje y le respondí que entrara sin llamar. Un instante después de enviarlo, noté una calidez en la nuca y me giré hacia la puerta.

Daemon no hizo ni un ruido mientras abría con cuidado la puerta de mi cuarto y entraba. Tenía un brillo pícaro en la mirada.

—¿Tu madre está durmiendo?

Asentí.

Me observó detenidamente y luego cerró la puerta detrás de él. Un segundo después, estaba sentado a mi lado con el ceño fruncido.

—Estás preocupada.

No tenía ni idea de cómo lo sabía. Fui a decirle que no era cierto, porque odiaba que se agobiara por mí o que pensara que era débil; pero ahora mismo no me apetecía hacerme la fuerte. Necesitaba consuelo… lo necesitaba a él.

—Sí, un poco.

Me sonrió.

—Todo va a ir bien. Pase lo que pase, no pienso permitir que te ocurra nada.

Me acarició la mejilla con la punta de los dedos y entonces comprendí que podía tener las dos cosas. Podía ponerme un poco histérica por dentro y necesitarlo, pero también podía ser lo bastante fuerte como para levantarme a las seis y enfrentarme cara a cara con nuestro destino. Podía ser ambas cosas.

Dios, necesitaba un poco de cada.

Me aparté sin decir nada, dejándole sitio. Daemon se metió debajo de las mantas y me pasó un brazo por la cintura. Me acurruqué contra él, con la cabeza apoyada bajo su barbilla y las manos unidas sobre su pecho. Dibujé un corazón con los dedos encima del suyo y él se rió entre dientes.

Nos quedamos allí tumbados un par de horas. Hablamos y nos reímos en voz baja un rato, asegurándonos de no despertar a mi madre. Dormitamos un poco y después me desperté enredada entre sus brazos y piernas. También nos besamos y aquello… bueno, nos ocupó la mayor parte del tiempo.

Pero es que se le daba tan bien…

Me sonrió con placer y yo le respondí con los labios hinchados. Daemon tenía los párpados entrecerrados, pero, detrás de las pestañas, sus ojos eran del color de la hierba de primavera cubierta de rocío. El pelo se le rizaba en la nuca y a mí me encantaba pasar los dedos por los mechones, enderezarlos y ver cómo volvían a su sitio. Y a él le gustaba que jugueteara con su pelo. Cerró los ojos e inclinó la cabeza a un lado para que pudiera llegar mejor, como un gato que se estira para que lo acaricien.

Ah, los pequeños placeres de la vida.

Me cogió la mano mientras acariciaba los gruesos músculos de su cuello y se llevó la palma a los labios. El corazón se me aceleró y entonces me besó otra vez… y otra. Desplazó la mano hasta mi cadera y apretó la tela vaquera con los dedos antes de deslizarla por debajo del dobladillo de mi camiseta haciendo que se me desbocara el pulso. Se colocó sobre mí y sentir su peso encima me provocó un revoloteo en el estómago.

Su mano siguió ascendiendo poco a poco y arqueé la espalda.

—Daemon…

Silenció con su boca lo que fuera que iba a decirle y la mente se me quedó en blanco. Solo estábamos él y yo. La preocupación por lo que teníamos que hacer después sencillamente se desvaneció en la nada. Coloqué una pierna sobre la suya y…

Oímos unos pasos rápidos en el pasillo.

Daemon desapareció de encima de mí y reapareció en la silla del escritorio. Me sonrió con descaro y cogió un libro mientras yo me ponía presentable.

—El libro está al revés —me burlé a la vez que me alisaba el pelo con la mano.

Daemon se rió entre dientes, le dio la vuelta y lo abrió. Justo a tiempo, porque mamá llamó a la puerta y entró. Su mirada saltó de la cama a la silla.

—Hola, señora Swartz —saludó Daemon—. Tiene muy buen aspecto.

Lo fulminé con la mirada y, a continuación, me cubrí la boca con la mano para reprimir una risita. Había cogido una novela romántica histórica con la típica cubierta en la que el prota con el pecho al aire le desgarra el corpiño a la chica.

Mamá enarcó una ceja. Su cara era tal poema que por poco me desternillo de risa.

—Buenas tardes, Daemon —contestó, y luego se volvió hacia mí entrecerrando los ojos.

«¿Turgente?», articuló Daemon para que le leyera los labios, e hizo una mueca.

—La puerta, Katy. —Mamá volvió a salir del cuarto—. Ya conoces las normas.

—Lo siento. No queríamos despertarte.

—Qué considerados, pero se queda abierta.

Cuando el sonido de sus pasos se apagó, Daemon me lanzó el libro a la cabeza. Levanté la mano, lo detuve en el aire y se quedó allí flotando hasta que lo cogí.

—Interesante material de lectura.

—Cierra el pico —dijo Daemon entrecerrando los ojos, y se me escapó una risita.

Ya no nos reíamos cuando llegamos al aparcamiento del Smoke Hole Diner un poco antes de las seis. Miré por encima del hombro y vi el todoterreno de Matthew aparcado al fondo. Esperaba que Andrew y él estuvieran bien atentos.

—El Departamento de Defensa no va a irrumpir aquí —dijo Daemon mientras sacaba las llaves del contacto—. Nunca harían nada en público.

—Pero Blake podría congelar todo este sitio.

—Y yo también.

—Vaya. Nunca te he visto hacer eso.

Daemon puso los ojos en blanco.

—Claro que sí. Congelé el camión, ¿te acuerdas? ¿Cuando te salvé la vida y todo eso?

—Ah, sí. —Intenté contener una sonrisa—. Es verdad.

Estiró el brazo y me dio un toquecito debajo de la barbilla.

—Sí, más vale que lo recuerdes. Además, a diferencia de otros, yo no soy un fantasma.

Abrí la puerta riéndome.

—¿Que no eres un fantasma? Ya, claro.

—¿Qué insinúas? —Una expresión de indignación fingida se reflejó en su cara mientras cerraba la puerta y rodeaba trotando la parte delantera del todoterreno—. Soy muy modesto.

—Si no recuerdo mal, una vez me dijiste que la modestia era para los santos y los perdedores. —Bromear me ayudaba a aliviar los nervios—. Yo no usaría la palabra «modesto» para describirte.

Me pasó un brazo por los hombros.

—Yo nunca he dicho tal cosa.

—Mentiroso.

Me dedicó una sonrisa traviesa mientras entrábamos. Examiné el restaurante en busca de Blake, recorriendo con la vista los grupos de rocas naturales que sobresalían del suelo y se alzaban al lado de los reservados, pero todavía no había llegado. El camarero nos sentó en un reservado cerca del fondo, junto a la crepitante chimenea. Intenté mantenerme ocupada rompiendo la servilleta en trocitos diminutos.

—¿Vas a comerte eso o estás fabricando una cama para un hámster? —me preguntó Daemon.

Solté una carcajada.

—En realidad, es un baño orgánico para gatos.

—Buena idea.

Llegó una camarera pelirroja con una sonrisa radiante.

—¿Qué tal, Daemon? Hacía siglos que no te veía.

—Bien. ¿Y tú, Jocelyn?

Naturalmente, puesto que se tuteaban, tuve que echarle otro vistazo. No es que estuviera celosa ni nada de eso. Ya, claro. Jocelyn era mayor que nosotros, pero no mucho. Debía de tener veintipocos, pero era guapísima con aquellos abundantes rizos rojos adornando un cutis de porcelana.

Vale, era preciosa… como una Luxen.

Me senté más recta.

—Me va genial —contestó—. Dejé la gerencia cuando tuve a los bebés. Ahora trabajo a media jornada, porque exigen mucho tiempo. Tú y tu familia deberíais venir a visitarnos, sobre todo ahora que… —Me miró por primera vez y se le borró la sonrisa—. Ahora que Dawson ha regresado. A Roland le encantaría veros a ambos.

«Extraterrestre, sin duda», pensé.

—A nosotros también nos gustaría. —Daemon me miró y me guiñó un ojo con picardía—. Por cierto, Jocelyn, esta es mi novia, Katy.

Sentí una ridícula oleada de placer mientras extendía la mano.

—Hola.

Jocelyn pestañeó y juraría que la cara se le puso aún más pálida.

—¿Novia?

—Novia —repitió Daemon.

La camarera se recuperó enseguida y me estrechó la mano. Una chispita saltó de su piel a la mía, pero fingí no darme cuenta.

—Encantada… de conocerte —dijo, y me soltó rápidamente la mano—. Bueno, ¿qué os pongo?

—Dos Coca-Colas —pidió Daemon.

Jocelyn se fue pitando y miré a Daemon enarcando las cejas.

—Así que Jocelyn…

—¿Estás celosa, gatita? —dijo mientras me pasaba otra servilleta para mi montañita.

—Bah. Lo que tú digas. —Dejé de romper servilletas—. Vale, puede que un poco hasta que caí en la cuenta de que estaba en el PRE.

—¿El PRE? —Se puso en pie, vino a mi lado de la mesa y dijo—: Hazme sitio.

Me hice a un lado.

—El Programa de Realojo de Extraterrestres.

—Ja, ja. —Colocó un brazo sobre el respaldo del asiento y estiró las piernas—. Sí, es buena gente.

Jocelyn regresó con nuestras bebidas y nos preguntó si queríamos esperar a que llegara nuestro amigo para pedir. La respuesta fue un rotundo no. Daemon pidió un sándwich de pastel de carne y yo decidí comerme la mitad de lo que le trajeran a él, pues no estaba segura de que me entrara nada más.

Daemon giró el cuerpo hacia mí en cuanto terminó de decidirse entre patatas fritas y puré: ganaron las patatas.

—No va a pasar nada —me aseguró en voz baja—. ¿Vale?

Hice de tripas corazón y asentí con la cabeza mientras inspeccionaba el restaurante.

—Solo quiero acabar con esto de una vez.

No había transcurrido ni un minuto cuando las campanillas situadas sobre la puerta tintinearon y, antes de poder levantar la vista, noté que Daemon se ponía tenso a mi lado. Y lo supe… lo supe en ese mismo instante. El estómago se me subió a la garganta.

Vi una cabeza con el pelo de punta (cuidadosamente despeinado con una tonelada de gomina) y reflejos dorados, y luego unos ojos color avellana se posaron en nuestra mesa desde la puerta.

Blake había llegado.