En el vestíbulo del edificio, al grupo se sumaron los mismos tres jóvenes corpulentos que habían acompañado a Kyle desde el hotel. Salieron todos juntos a la Broad Street y caminaron hasta el edificio vecino, donde Benedict trabajaba dieciséis pisos más arriba. Los tres agentes, en realidad guardaespaldas, se quedaron en la zona de recepción y se dispusieron nuevamente a esperar. Drew Wingate decidió que su trabajo había terminado, de modo que se disculpó y se marchó no sin antes prometer que ayudaría en todo lo que fuera posible. Cuando se hubo marchado, Kyle, Benedict y Delano se sentaron en una de las salas de reuniones de la oficina mientras una desdichada secretaria, a la que se había pedido que trabajara siendo sábado, les servía café con su mejor sonrisa.
—Bueno, ¿qué planes tienes, Kyle? —preguntó Delano.
—No lo sé. Lo que sí es seguro es que no voy a ejercer la abogacía en el estado de Nueva York. Me iré a casa a pasar unas semanas y a disfrutar de las fiestas de Navidad.
—No estoy nada convencido de que esa sea la decisión más sensata.
—Le agradezco su interés, señor Delano, pero no tengo intención de ocultarme. Le doy las gracias por ofrecerme entrar en el secreto mundo de los testigos protegidos, pero no, gracias. Tengo veinticinco años y he tropezado, pero no me he caído. Me las arreglaré perfectamente por mi cuenta.
Benedict se quedó petrificado, con la taza de café a medio camino de los labios.
—No hablarás en serio, ¿verdad?
—Mortalmente en serio, Roy, y perdona el chiste. Acabo de sobrevivir a tres días de protección vigilada, ocultándome y escondiéndome, rodeado de tipos armados que esperaban que en cualquier momento aparecieran los malos. Pues no, gracias, no me apetece más. A partir de ahora quiero un futuro hecho de algo más que de nombres falsos e interminables partidas de Scrabble.
—¿Scrabble?
—Mejor no te lo cuento. Escucha, entre unos y otros, llevo más de diez meses bajo constante vigilancia. ¿Sabes lo que te hace eso? Te pone paranoico total. Acabas sospechando de todo el mundo y te fijas en todas las caras porque puede que una de ellas sea la del malo de la película. Te fijas en todos los callejones, en todos los rincones oscuros, en cada tío con pinta rara que te cruzas en el parque y con cualquiera que lleve una gabardina oscura. Siempre que descuelgas un teléfono te preguntas quién estará espiándote. Cada vez que envías un correo electrónico cambias las palabras por temor a que lo lea alguien que no debe. Si estás en tu apartamento te vistes siempre de espaldas a la cámara para que no te vean las partes. Si entras en una cafetería te sientas junto a la ventana para ver si alguien te sigue. Y acabas aprendiendo un montón de trucos idiotas porque cuanto más sabes más crees que necesitas saber. Y el mundo se convierte en unas paredes que se cierran y en un lugar muy pequeño porque siempre hay alguien observándote. Mira, estoy harto de todo eso y no tengo intención de vivir huyendo permanentemente.
—Esos tipos asesinaron a Baxter Tate sin la menor vacilación —dijo Benedict—. ¿Qué te hace pensar que no harán lo mismo contigo?
—La operación estaba en su punto álgido cuando se presentó el pobre Baxter y metió la pata. En estos momentos, y en lo que a mí se refiere, la operación ha concluido, ha fracasado y Bennie se ha largado por eso. Puede que vuelva a la carga con otro plan…
—De eso puedes estar seguro, Kyle —intervino Delano.
—Quizá, pero dudo que me implique a mí. ¿Qué puede ganar Bennie eliminándome?
—Pues suprimir un testigo —contestó Benedict.
—Eso solo si lo atrapan, cosa que dudo mucho. Si Bennie es llevado ante los tribunales, entonces sí que hablaremos de esconderme.
—Entonces será demasiado tarde —dijo Delano—. Créeme, en el momento en que le echemos el guante habrá unos cuantos tipos pisándote los talones.
—Pues que vengan. En casa tenemos varios rifles para cazar ciervos, y llevaré una Luger en la cartera. Si aparecen tendremos un tiroteo como el de las películas.
—No bromees, Kyle. Por favor —rogó Benedict.
—La decisión está tomada. El FBI no me puede obligar a entrar en el programa de testigos protegidos y por lo tanto, con todos los respetos, yo digo que no. Gracias, señor Delano, pero mi respuesta es «no».
—Confío en que no tengas que arrepentirte.
—Y yo también —repuso Kyle—. Y por favor, no haga que me sigan. Podría entrarme el telele y pegarle un tiro al primer desgraciado que crea que me acecha entre las sombras.
—No te preocupes, tenemos muchos asuntos de los que ocuparnos.
Delano se levantó y estrechó la mano de Kyle y de Benedict.
—Me mantendré en contacto todas las semanas para dar cuenta de las novedades que haya —dijo a este último.
Benedict lo acompañó hasta la puerta, y el FBI salió de ese modo de la vida de Kyle.
—Eres muy valiente —le dijo Benedict sentándose y mirándolo como si le costara creer lo que acababa de presenciar.
—Valiente o estúpido. A veces, la diferencia es muy sutil.
—¿Por qué no desapareces durante unos meses, incluso durante un año? Así dejarías que las cosas se enfriaran.
—Un año no es nada. Esos tipos tienen buena memoria. Si Bennie quiere vengarse, dará conmigo tarde o temprano y entonces poco importará adonde me haya largado.
—¿No confías en el FBI?
—No. Confío en ti, en mi padre y en una chica llamada Dale. Eso es todo.
—Entonces, ¿tú crees que fue un trabajo desde dentro?
—Nunca lo sabremos, ¿no crees? Me da en la nariz que Bennie trabaja para el mismo gobierno a quien pagamos nuestros impuestos. Por eso ha escapado y por eso nunca lo encontrarán.
—Sigo sin creerlo.
Kyle se encogió de hombros y durante un rato ninguno de los dos dijo nada.
Al fin, Kyle miró el reloj.
—Oye, Roy, es domingo por la tarde y tienes familia. Será mejor que te vayas a casa.
—¿Y qué pasa contigo?
—¿Conmigo? Yo voy a salir por la puerta y me iré caminando hasta mi apartamento, por una vez sin mirar por encima del hombro. Cuando llegue allí, recogeré todas mis cosas y las meteré en mi jeep, que tiene doscientos mil kilómetros en el marcador, y me iré a casa. Si me doy prisa podría llegar para cenar con mi padre. Mañana, él y yo firmaremos un acuerdo y abriremos un nuevo despacho que se llamará «McAvoy & McAvoy Abogados», y me convertiré en socio de un bufete más rápidamente que cualquier de mis compañeros de universidad.
—Me gusta. El ex editor jefe del Yale Law Journal ejerciendo la abogacía en la calle Main de York, en Pensilvania.
—A mí también me gusta. Clientes de carne y hueso, gente de verdad, casos de verdad, salir a cazar los sábados, los Steelers los domingos. Una vida como es debido.
—Lo dices en serio, ¿verdad?
—Nunca he hablado tan en serio.
—Vamos, te acompañaré a la calle.
Bajaron en el ascensor hasta el vestíbulo y salieron del edificio. Se dieron la mano, se dijeron adiós, y Benedict vio a su cliente caminar tranquilamente por Broad Street y desaparecer al doblar una esquina.