39

Benedict llegó a las once de la noche. Joe Bullington lo recibió en la puerta del hotel y lo escoltó por el vestíbulo. El Oxford seguía acordonado mientras se procedía a un registro habitación por habitación. Los clientes estaban furiosos, y la recepción era un caos.

—¿Cómo está Kyle? —fue la primera pregunta de Roy.

—Bastante alterado —contestó el supervisor del FBI—. Será mejor que vayamos por la escalera porque los ascensores están parados. ¡Demonios! ¡La verdad es que estamos todos bastante alterados!

La segunda pregunta era la más obvia:

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé, Roy. Es todo muy confuso.

Kyle se encontraba sentado en el borde de la cama, con el maletín todavía entre las piernas y el abrigo puesto, con la mirada perdida en el suelo y haciendo caso omiso de los dos agentes que lo vigilaban. Benedict le puso la mano en el hombro y se agachó para mirarlo.

—¿Estás bien, Kyle?

—Desde luego —contestó.

Ver un rostro amigo le produjo cierto consuelo. Bullington hablaba por teléfono. Colgó y se volvió hacia ellos.

—En el segundo piso hay una suite. Es más fácil de vigilar y más grande. Sugiero que nos traslademos.

Mientras salían, Kyle murmuró al oído de su abogado:

—¿Lo has oído, Roy? «Más fácil de vigilar.» Ahora resulta que me protegen.

—No pasa nada, Kyle. No te preocupes.

La suite constaba de tres habitaciones, una de las cuales podía servir perfectamente de despacho porque tenía un escritorio, fax, internet, sillas cómodas y un rincón habilitado como sala de reuniones.

—Servirá —dijo Bullington, quitándose el abrigo y la chaqueta como si pensara pasar mucho tiempo allí. Kyle y Benedict hicieron lo mismo y se pusieron lo más cómodos posible. Dos jóvenes agentes se situaron junto a la puerta.

—Esto es lo que sabemos hasta el momento —dijo Bullington, haciéndose con el mando de la situación—. La habitación fue reservada esta tarde por un tal Randall Kerr, que utilizó un nombre falso y una tarjeta de crédito igualmente falsa. Alrededor de las ocho cuarenta y cinco, el señor Randall llegó al hotel solo, con un simple maletín y se registró. Charló un momento con el recepcionista y le dijo que acababa de llegar de México capital. Lo hemos visto en el vídeo de seguridad y es Bennie, no hay duda, sin el menor disfraz. A continuación subió a su habitación y, según el registro electrónico de la llave, entró en la 551 a las ocho cincuenta y ocho. Volvió a abrir la puerta dieciocho minutos después, evidentemente para marcharse porque la puerta no se volvió a abrir. Nadie recuerda haberlo visto salir del edificio. Hay algunas cámaras de vigilancia en los pasillos y el vestíbulo, pero hasta el momento no hemos conseguido nada. Se ha esfumado.

—Pues claro. Se ha esfumado, y no lo encontrarán —dijo Kyle.

—Pues lo estamos intentando.

—¿Qué información descargaste, Kyle? —preguntó Benedict.

—Documentos de Categoría A. Descargué los mismos varias veces. No toqué nada más.

—¿Y todo fue sin problemas?

—Por lo que sé, sin duda. No tuve ninguna dificultad en la sala secreta.

—¿A qué hora empezaste la descarga? —preguntó Bullington.

—Serían las ocho cuarenta y cinco.

—¿Y a qué hora llamaste a Bennie?

—Justo antes de las diez.

Bullington reflexionó unos segundos y después resumió lo que todos sabían:

—Así pues, Bennie esperó a recibir tu señal y, cuando supo que habías empezado a descargar, se registró en el hotel. Pero dieciocho minutos más tarde se largaba. Eso no tiene sentido.

—Lo tiene si conoces a Bennie —contestó Kyle.

—No te entiendo —dijo Bullington.

—Alguien informó a Bennie de nuestros planes, eso está claro. Y también que no fui yo ni mi abogado. Las únicas partes que estaban al tanto de la situación son Bullington, el FBI, Wingate y su gente del departamento de Justicia. No sabemos quién pudo ser y no creo que lo sepamos nunca. El caso es que Bennie recibió el soplo y decidió divertirse un poco. Sabía que yo os conduciría hasta él para que lo arrestarais, de modo que todo esto es un montaje. Seguramente, Bennie estará en estos momentos en la calle, partiéndose de risa al ver cómo el FBI acordona el hotel donde ya no está.

Bullington se puso muy colorado. De repente tuvo que hacer una llamada urgente y salió de la habitación.

—Tranquilízate, Kyle —dijo Benedict.

Kyle seguía teniendo el maletín entre las piernas. Cerró los ojos e intentó controlar sus pensamientos, pero le fue imposible. Benedict lo observó, pero no dijo nada y fue al minibar, donde cogió dos botellas de agua.

—Tenemos que hablar —dijo volviendo junto a su cliente—. Vamos a tener que tomar algunas decisiones rápidamente.

—De acuerdo, pero ¿qué hago con este maldito trasto? —quiso saber Kyle, dando una palmada al maletín—. El bufete no lo necesita porque los documentos que contiene no son confidenciales. Solo robé una copia de los que ya tiene la otra parte. Por lo tanto, todavía no han perdido nada. Parecerá que nadie ha tocado sus archivos.

—Estoy seguro de que el FBI querrá conservarlo como prueba.

—¿Como prueba? ¿Contra quién?

—Contra Bennie.

—¿Contra Bennie? Escucha, Roy: Bennie se ha largado, y el FBI no lo encontrará porque Bennie es mucho más listo que ellos. Nadie detendrá a Bennie, nadie lo llevará ante un tribunal. En estos momentos, Bennie estará en un avión, casi seguro en un reactor privado, mirando sus no sé cuántos pasaportes y decidiendo cuál utilizar a continuación.

—No estés tan seguro.

—¿Y por qué no? Esta noche bien que nos ha burlado a todos, ¿no? Bennie tiene contactos en las más altas esferas, puede que no en Nueva York, pero sí en Washington. En esta operación ha participado demasiada gente, Roy. Que si el FBI, que si el departamento de Justicia… Seguro que el rumor ha corrido. Planes por aquí, autorizaciones por allá, reuniones a alto nivel y más y más gente implicada. Ha sido un error, Roy.

—No tenías elección.

—Sí, mis alternativas eran limitadas y parece que opté por la equivocada.

—¿Qué me dices del bufete?

—Estoy seguro de que también la he pifiado en ese aspecto. ¿Tú qué me aconsejas? Sabe Dios que te pago por él, aunque sea con descuento.

Los dos sonrieron brevemente. Roy bebió un trago de agua, se secó los labios con el dorso de la mano y se acercó un poco más a su cliente. Los dos agentes seguían en la habitación y podían oírlos perfectamente.

—Podrías no decir nada. Preséntate mañana a trabajar y compórtate como si nada hubiera ocurrido. Los documentos están salvo. Nada ha corrido peligro. Escucha, Kyle, tú nunca planeaste entregar nada a Bennie. Te viste obligado a descargar unos archivos para facilitar su detención; pero, al final, el arresto no ha llegado a consumarse. El bufete no tiene la menor idea de lo ocurrido, y si partimos de la base de que no se va a presentar cargo ninguno, Scully & Pershing nunca se enterará.

—Pero el plan era cazar a Bennie, confesarlo todo al bufete y pedir clemencia. Un poco como el atracador que devuelve el dinero y pide perdón a cambio de que todo quede olvidado. Lo mismo pero con unas cuantas complicaciones más, claro.

—¿Quieres quedarte en Scully & Pershing, Kyle?

—Mi salida de ese bufete estaba cantada desde el día que entré en tu despacho.

—Puede que haya manera de que conserves el empleo.

—Mira, acepté ese empleo porque Bennie me tenía contra las cuerdas con una pistola. Esa pistola ha sido reemplazada por otra distinta, pero al menos la amenaza del chantaje ha desaparecido. Cabe la posibilidad de que ese vídeo ocasione algún quebradero de cabeza, pero nada más. Me gustaría largarme de aquí.

Una radio crepitó en la sala, sobresaltando a los agentes, y se apagó sin más.

Kyle decidió por fin dejar el maletín y se levantó para estirar las piernas.

—Tú eres un socio importante de un gran bufete —le dijo a Benedict, volviéndose hacia él—. ¿Qué harías si uno de tus abogados se presentase ante ti con este asunto?

—Lo despediría en el acto.

—Exactamente, en el acto, y no le darías mucho margen para explicaciones. ¿Cómo van a volver a confiar en mí los de Scully & Pershing? Hay un centenar de novatos deseando ocupar mi puesto, y también hay algo más, Roy, algo que el bufete debe saber.

Kyle contempló el salón, donde sus guardaespaldas estaban viendo en esos momentos la televisión.

—Yo no soy el único espía de esta historia —prosiguió diciendo—. Bennie sabía demasiadas cosas del bufete. Seguro que tenía un topo allí que le pasaba información. Tengo que avisarles.

Se oyeron ruidos en la puerta, y los dos agentes apagaron rápidamente el televisor y se pusieron en pie. Kyle y Roy no se movieron de donde estaban cuando Bullington entró acompañado de un grupo de gente en cuyo centro había un hombre de unos sesenta años, de cabellos cortos y grises, vestido con un buen traje y con el aire de quien controla lo que le rodea. Bullington lo presentó como el señor Mario Delano, director ejecutivo de la oficina del FBI en Nueva York.

El recién llegado se dirigió tanto a Kyle como a Benedict: —Caballeros, está claro que el señor Bennie Wright ha abandonado el edificio y nosotros tenemos un serio problema. No tengo ni idea de dónde puede estar la filtración, pero les aseguro que no se ha producido en mi oficina, aunque no creo que esto les sirva de consuelo en estos momentos. Estamos buscando como locos por toda la ciudad, en estaciones de tren, de metro, de autobuses, en aeropuertos, helipuertos. Por todas partes. Tengo a todos los agentes a mi cargo pateándose las calles.

Si se suponía que aquellas palabras debían impresionar a Kyle, desde luego no lo consiguieron.

—Estupendo —dijo, encogiéndose de hombros—. Es lo menos que pueden hacer.

—Ahora es urgente que salga usted de la ciudad, señor McAvoy —siguió diciendo Delano—. Le sugiero que se quede bajo nuestra protección durante unos días, mientras las cosas vuelven a su sitio, y nos dé un poco más de tiempo para localizar a Bennie Wright.

—¿Y si no lo localizan?

—Ya hablaremos de eso más tarde. Tenemos un pequeño reactor esperando en el aeropuerto de Teterboro. En treinta minutos lo habremos subido a bordo y entonces dispondrá usted de toda nuestra protección hasta que la situación cambie.

Lo inapelable de las palabras de Delano dejaron bien claro que el peligro era real. Kyle no estaba en posición de discutir. En esos momentos, se había convertido en agente doble y, al mismo tiempo, en el testigo estrella del gobierno en el supuesto de que atraparan a Bennie. Si habían sido capaces de asesinar a Baxter para mantenerlo lejos de Elaine, no resultaba difícil imaginar lo que podían hacer con Kyle.

—Vámonos —dijo Delano.

—Antes me gustaría hablar un momento con mi cliente —pidió Benedict.

—Desde luego —contestó el director ejecutivo, mientras chasqueaba los dedos y la habitación se vaciaba de agentes.

Benedict cerró la puerta cuando estuvieron solos.

—Puedo ocuparme de llamar a Scully & Pershing y darles alguna excusa.

—No hará falta —respondió Kyle, sacando el FirmFone—. Me pondré en contacto con Doug Peckham y le diré que estoy enfermo. Bennie no llegó a poner las manos encima de este aparato.

—Está bien. Creo que lo mejor será que yo me quede con el maletín y el ordenador.

—Sí, no dejes que el FBI se lo lleve.

—No lo haré.

Se estrecharon la mano.

—Hiciste lo correcto —le dijo Benedict.

—Correcto o no, no ha funcionado.

—Sí, pero no has entregado nada, Kyle, no has traicionado la confianza de tu cliente.

—Será mejor que discutamos eso en otro momento.

—Ten cuidado.