El Cessna 182 era propiedad de un médico jubilado que solo volaba cuando el día era despejado y nunca por la noche. John McAvoy lo conocía desde hacía más de cuarenta años, y había volado con él de un lado a otro del estado por asuntos legales. Sus pequeños viajes lo eran tanto por negocios como por placer ya que John se colocaba los auriculares y el micrófono, cogía los mandos y se lo pasaba en grande como piloto temporal. También discutían incesantemente sobre las tarifas de vuelo. John insistía en pagar no solo el combustible, y el médico pedía menos porque volar era su principal afición y no necesitaba el dinero. Una vez establecido el precio del viaje en doscientos cincuenta dólares, se encontraron en el aeropuerto de York a primera hora del martes y despegaron con un tiempo inmejorable. Setenta y un minutos después, aterrizaron en Scranton. Allí John alquiló un coche, y el médico volvió a despegar para ir a ver a su hijo a Williamsport.
El bufete de Michelin Chiz se encontraba en el primer piso de un viejo edificio de Spruce Street, en el centro de Scranton. John entró puntualmente a las nueve y fue recibido con frialdad por la secretaria encargada de la recepción. Nunca había visto a la señorita Chiz y tampoco había oído hablar de ella, pero eso no era nada raro en un estado donde había más de sesenta mil abogados. Un colega de Scranton al que conocía le había contado que Chiz dirigía un bufete compuesto exclusivamente de mujeres, con dos socias, unas cuantas auxiliares jurídicas y la habitual compañía de secretarias y ayudantes a tiempo parcial. No se aceptaban hombres. La señorita Chiz estaba especializada en casos de divorcio, de custodia, de abusos sexuales y de discriminación laboral, siempre desde el punto de vista femenino y tenía trabajo de sobra. Su reputación era intachable. Tenía fama de ser dura negociando y de que no le daban miedo los tribunales. El colega de John también le había informado de que era bastante atractiva.
Y sobre ese punto estaba en lo cierto. La señorita Chiz lo esperaba en su despacho cuando John entró y le dio los buenos días. Vestía una falda de cuero, no demasiado corta, con un suéter color púrpura y un par de plataformas negras y lila de tacón alto a las que ninguna prostituta hubiera hecho ascos. Debía rondar los cuarenta y tantos y, según el colega de John, arrastraba dos divorcios tras ella. Llevaba mucha bisutería y maquillaje, demasiado para el gusto de John, pero él no estaba allí para evaluar sus encantos.
Por su parte, él vestía un anodino traje gris y una corbata roja: nada en lo que alguien fuera a fijarse.
Se instalaron en una mesa de trabajo situada en una esquina del despacho, y la secretaria fue por café. Estuvieron unos minutos jugando a quién-conoce-a-quién, repasando los nombres de sus colegas desde Filadelfia a Erie. Cuando la secretaria trajo el café y se fue, cerrando la puerta, Michelin Chiz sonrió y dijo:
—Bien, vayamos al grano.
—Estupendo. Puedes llamarme John.
—Desde luego. Yo soy Mike. No sé si ese es el apodo correcto para «Michelin», pero es el que tengo.
—Pues que sea «Mike».
Hasta ese momento, Mike se había mostrado amable y encantadora; pero John se daba cuenta de que había una abogada dura como el granito bajo aquella sonrisa.
—¿Quieres empezar tú? —peguntó John.
—No. Tú me llamaste y tú has hecho el viaje hasta aquí. Eso quiere decir que quieres algo. Veamos de qué se trata.
—Muy bien. Mi cliente es mi hijo. No es el mejor acuerdo del mundo, pero es lo que hay. Como sabes, trabaja en un bufete de Nueva York. Se graduó en Yale después de pasar por Duquesne. Estoy seguro de que ya conoces todos los detalles de la presunta violación.
—Desde luego que sí. Elaine trabaja aquí media jornada y somos muy amigas. Algún día le gustaría cursar estudios de Derecho.
—Espero que lo consiga. Como sabes, la policía de Pittsburg dejó la investigación al poco de haber abierto el caso. Para serte sincero, yo no sabía nada de este asunto hasta hace muy poco.
La sorpresa que apareció en el rostro de Chiz fue auténtica.
—No, Kyle no me lo contó en su momento —prosiguió John—. Pensaba hacerlo, pero la policía dio carpetazo al caso. La verdad es que me resulta doloroso porque estamos mu unidos, pero no es importante. Tengo entendido que tú y la señorita Keenan os reunisteis con Joey Bernardo aquí, e Scranton, hace unas semanas, y que, según dice Joey, la reunión no fue especialmente bien. También sé que Baxter Tate se puso en contacto con tu cliente y que se hallaba en camino para hablar con ella cuando fue asesinado.
—Es cierto.
—¿Tenían previsto encontrarse?
—Sí.
—Así pues, Mike, puesto que parece que el episodio ocurrido hace cinco años no va a desaparecer, a mi cliente le gustaría resolver las cosas de una vez y dar por cerrado este asunto. Se trata de una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de estos chicos, y yo estoy aquí para ver la forma de eliminarla para siempre. Vengo en representación de mi hijo. Los demás no saben nada de esta reunión. Naturalmente, la familia Tate no tiene ni idea, y ya imaginarás el mal momento que están viviendo. Joey va a tener un hijo y a casarse, y Alan Strock, por lo que yo sé, se ha olvidado por completo de lo ocurrido.
Mike todavía no había hecho el menor gesto de coger un lápiz, y se limitaba a escuchar con los dedos entrelazados. Casi todos ellos estaban adornados con anillos, y ambas muñecas, llenas de pulseras baratas. Sus fieros ojos castaños no parpadeaban.
—Estoy segura de que tienes algo pensado —contestó, limitándose a escuchar.
—No estoy seguro de qué quiere tu cliente. Puede que le entusiasme la idea de que los tres antiguos compañeros de habitación que aún siguen con vida confiesen que fue una violación, sean condenados y acaben entre rejas. Puede que quede satisfecha con unas disculpas. O puede que acaricie la idea de llegar a un acuerdo económico. Tú podrías ayudarme en ese sentido.
Mike se humedeció el carmín de los labios y agitó algunas pulseras.
—Hace dos años que conozco a Elaine. Tiene un pasado muy problemático. Es frágil, vulnerable y a ratos sufre períodos de muy mal humor. Podría tratarse de una depresión. Lleva un año sobria y limpia, pero sigue luchando contra sus demonios. Para mí se ha convertido casi en una hija, y desde el primer día ha insistido en que la violaron. Yo la creo. Está convencida de que la familia Tate se enteró, echó mano de sus influencias y que estas hicieron que la policía diera carpetazo al caso.
John negó con la cabeza.
—Eso no es verdad. Ninguno de los cuatro chicos se lo dijo a sus padres.
—Puede ser, pero tampoco podemos estar seguros. En cualquier caso, la mayor parte de los problemas de Elaine provienen de ese episodio. Era una chica sana, a la que le gustaba divertirse, que disfrutaba en la universidad y tenía grandes planes para el futuro. Poco después de la violación lo dejó todo y desde entonces no ha hecho más que pasarlo mal y luchar.
—¿Has visto sus notas en Duquesne?
—No.
—Durante su primer semestre suspendió una de las materias, dejó otra y sacó unas pésimas notas en las tres restantes.
—¿Cómo has tenido acceso a sus notas?
—En el segundo semestre mejoró un poco y lo aprobó todo por los pelos. Después de la supuesta violación se presentó a todos los exámenes. Luego, volvió a casa y ya no regresó a Duquesne.
Mike se puso muy tiesa y lo miró, ceñuda.
—¿Cómo has tenido acceso a sus notas? —preguntó de nuevo con cara de pocos amigos y en tono amenazador.
Al fin y al cabo, tenía su temperamento.
—No lo he tenido, y en cualquier caso no es importante. ¿Cuántas veces tus clientes te cuentan toda la verdad?
—¿Estás sugiriendo que Elaine miente?
—En este caso, la verdad es un blanco fugaz, Mike. Lo que sí es seguro es que nunca sabremos a ciencia cierta qué pasó esa noche. Esos chicos llevaban ocho horas bebiendo y fumando y eran mucho más promiscuos de lo que nos gustaría creer. Tu cliente era famosa por acostarse con todo el que se le ponía a tiro.
—Todos se acostaban con todos. Eso no es excusa para violar a nadie.
—Desde luego que no.
La cuestión del dinero flotaba en el aire. Quedaban algunos otros problemas por despejar, pero ambos abogados sabían que tarde o temprano acabarían tratando la cuestión del arreglo económico.
—¿Qué dice tu cliente de lo ocurrido? —quiso saber Mike en tono nuevamente sosegado. El arranque de furia había acabado, pero había más en reserva.
—Habían pasado toda la tarde en la piscina. Después, la fiesta pasó dentro, al apartamento. Había unas quince personas, más chicos que chicas, pero Elaine no estaba en ese grupo. Evidentemente se encontraba en el apartamento de al lado, en otra fiesta. Alrededor de las once, se presentó la policía y la fiesta se acabó. Nadie fue detenido y los agentes decidieron darles un margen.
Mike asintió pacientemente. Todo aquello figuraba en el informe de la policía.
—Cuando los agentes se marcharon —siguió diciendo John—, llegó Elaine. Ella y Baxter se lo empezaron a montar en el sofá y una cosa llevó a la siguiente. Mi cliente estaba en la misma habitación, viendo la televisión, lo mismo que Alan Strock, y también estaba muy bebido, por decirlo suavemente; de modo que en un momento dado perdió el conocimiento. En cualquier caso, está seguro de que esa noche no se acostó con Elaine; pero no sabe si alguien más lo hizo. Estaba demasiado borracho para acordarse a la mañana siguiente, y como sabes, tu cliente no presentó ninguna acusación hasta pasados cuatro días. La policía investigó el asunto, y los cuatro chicos estuvieron a punto de contárselo a sus padres; sin embargo, la investigación no tardó nada en darse cuenta de que no había pruebas para presentar un caso. En las últimas semanas, mi cliente ha hablado con Baxter Tate y Joey Bernardo, y ambos admitieron que se habían acostado con tu cliente la noche en cuestión. Y los dos aseguraron que se trató de sexo consentido.
—Entonces, ¿por qué estaba Baxter tan deseoso de disculparse?
—No puedo responder a eso, no hablo por boca de Baxter.
—¿Y por qué se disculpó Joey? Lo hizo en mi presencia ¿lo sabías?
—¿Joey se disculpó por haber violado a Elaine o por el malentendido?
—Lo que cuenta es que se disculpó.
—Pero sigue sin haber caso, y sus disculpas no constituyen prueba alguna. No hay forma de demostrar que se produjo una violación. Que hubo sexo, eso es seguro; pero no puedes demostrar nada más.
Ella escribió por fin algo en una libreta de notas de color lavanda, haciendo ruido con las pulseras. Suspiró y durante un momento pareció mirar por la ventana.
Para el Equipo McAvoy había llegado el momento de la gran jugada. Nunca revelaría todos los datos, por ejemplo que Baxter abofeteara a la chica, porque concluir con éxito una negociación no era cuestión de desvelar toda la información. En ese caso se trataba de desactivar la bomba que podía poner fin a cualquier tipo de acuerdo.
—¿Has hablado con los detectives de Pittsburg que llevaron el caso? —preguntó John.
—No, pero he leído todo el expediente.
—¿Se mencionaba en él algo de un vídeo?
—Sí, había algo. Según parece, corría el rumor de que circulaban unas imágenes, pero la policía no encontró nada; aunque Elaine se enteró.
—Pues no se trataba de ningún rumor. Ese vídeo existe.
Mike asimiló la noticia sin pestañear. Nada en sus ojos o gestos denotó sorpresa. Simplemente esperó.
—Yo no lo he visto —prosiguió John, admirando su cara de póquer—, pero mi cliente lo vio en el mes de febrero de este año. No sabe dónde está ahora esa grabación ni quién más ha podido verla. Cabe la posibilidad de que salga a la luz, puede que en internet o incluso que te la encuentres en el buzón.
—¿Y qué demostraría ese vídeo?
—Demostraría que tu cliente estaba borracha y fumándose un canuto cuando se tumbó en el sofá con Baxter y empezaron los toqueteos. El ángulo de la cámara no permite ver un plano completo de los dos en plena relación sexual; pero, a juzgar por las piernas, es evidente que se lo estaban pasando en grande. Después de Baxter, le llega el turno a Joey. A ratos, Elaine parece pasiva; en otros, por el contrario, parece participar activamente. Mi cliente cree que eso demuestra que estaba consciente a ratos, pero no está seguro. Nada está claro salvo que ni mi cliente ni Alan Strock se acostaron con Elaine esa noche.
—¿Dónde está ese vídeo?
—No lo sé.
—¿Y lo sabe tu cliente?
—No.
—¿Quién lo tiene?
—No lo sé.
—De acuerdo, ¿quién se lo mostró a tu cliente?
—Mi cliente no conoce el nombre verdadero de esa persona. Nunca la había visto hasta que le mostró la grabación.
—Entiendo. Detrás de todo esto hay una historia complicada.
—Muy complicada.
—¿Un desconocido se presenta, enseña un vídeo a tu hijo y después desaparece?
—Exacto, salvo por lo de la desaparición. El desconocido sigue en contacto.
—¿Extorsión?
—Algo parecido.
—Por eso estás aquí, porque a tu cliente le da miedo ese vídeo y tú quieres hacer las paces con nosotros para eliminar la palanca de presión, ¿no?
—Eres muy astuta.
Mike no había parpadeado siquiera, y John tuvo la sensación de que le estaba leyendo el pensamiento.
—Pues debe de ser un vídeo de narices —comentó ella.
—A mi cliente le pareció muy incómodo y eso que no estaba presente en lo que a relaciones sexuales se refiere. El vídeo muestra a Elaine, tu cliente, retozando alegremente en el sofá. Si llegó a desmayarse o no es algo que no acaba de estar claro, al menos en el vídeo.
—¿Se la ve caminando y hablando?
—Claramente. Esos chicos no la hicieron entrar a la fuerza, Mike. Elaine había estado muchas veces en ese apartamento, tanto sobria como borracha.
—Pobre chica —dijo Mike, cometiendo su primer error.
—Tu «pobre chica» se lo estaba pasando en grande. Llevaba el bolso lleno de pastillas y siempre estaba buscando marcha.
Mike se puso en pie lentamente y dijo: —Discúlpame un momento.
Salió del despacho, y John no pudo evitar admirar el contoneo de la falda. La oyó hablar en voz baja, seguramente por teléfono. Al cabo de un momento, Mike regresó con una forzada sonrisa.
—Podríamos pasarnos horas hablando de este asunto sin llegar a ninguna conclusión.
—Estoy de acuerdo. Hace tres semanas, Baxter pasó por Nueva York para hablar con mi cliente. En el transcurso de la larga charla que tuvieron acerca de lo ocurrido, Baxter le dijo a mi cliente que creía que había forzado a Elaine. Se sentía muy culpable por la posibilidad de que hubiera cometido una agresión sexual.
—Pero el violador ha muerto.
—Exactamente. Sin embargo, mi cliente estaba allí cuando ocurrió. Se trataba de su apartamento, de sus amigos, de su fiesta y de sus bebidas. Mi cliente quiere quitarse de encima este asunto, Mike.
—¿Cuánto?
John se las arregló para soltar una risita nerviosa. ¡Cuánta torpeza! Sin embargo, Mike no sonreía lo más mínimo.
—¿Sería posible llegar a un acuerdo económico y que a cambio tu cliente renunciara expresamente a presentar denuncia alguna? —preguntó John, escribiendo una nota.
—Sí, suponiendo que la oferta sea suficiente.
Se hizo el silencio mientras John seguía escribiendo.
—Mi cliente no tiene mucho dinero.
—Sé cuánto gana tu cliente. Llevo veinte años ejerciendo la abogacía y él gana más que yo.
—Y también más que yo, que llevo treinta y cinco. Pero tiene que devolver un crédito de estudios, y vivir en Nueva York no es precisamente barato. Seguramente tendré que poner de mi bolsillo y no soy un hombre rico. No cuento con propiedades ni valores. Solo tengo un pequeño despacho en el centro de York, y ese no es el camino para hacerse millonario.
Su sinceridad la pilló desprevenida un momento. Sonrió y pareció relajarse. Estuvieron un rato contándose anécdotas sobre lo que significaba ejercer la abogacía en una pequeña ciudad. Cuando el tiempo se les acabó, John le dijo con la mayor amabilidad:
—Háblame de Elaine, de su trabajo, su sueldo, su economía, su familia y esas cosas.
—Bueno, como te he dicho, trabaja media jornada conmigo a cambio de calderilla. Gana veinticuatro mil dólares al año como ayudante del servicio de Parques y Jardines de la ciudad. No se puede decir que sea el empleo de su vida. Tiene alquilado un pequeño apartamento que comparte con una amiga, Beverly, y conduce un Nissan cuyas letras sigue pagando todos los meses. Sus padres son de Erie y no sé si tienen tanto dinero como tenían; pero me parece que las cosas no les han ido bien. En cualquier caso, ella está sola y sobrevive como puede. A pesar de todo, sigue soñando con mejorar.
John tomó unas notas y dijo:
—Ayer hablé con uno de los abogados de la familia Tate. Pertenece a un importante bufete de Pittsburg. Baxter disponía de un fideicomiso que todos los meses le metía seis mil dólares en el bolsillo, cantidad que nunca era suficiente aunque iba aumentando con el tiempo. Sin embargo, todos los fideicomisos los controla ahora un tío que es más bien tacaño. El de Baxter concluyó con su muerte, y en su herencia casi no hay nada. Eso quiere decir que cualquier contribución de la familia pertenecerá a la categoría de las donaciones caritativas, y esa gente no es famosa precisamente por su caridad, y aun menos me los imagino propensos a considerar la idea de extender cheques a antiguas novias de Baxter.
Mike asentía en señal de conformidad.
—¿Y en cuanto a Joey? —preguntó.
—Joey trabaja duro intentando mantener a una familia que crece. Probablemente andará justo de dinero ahora y el resto de su vida. Mi cliente preferiría mantener a Joey y a Alan Strock fuera de esto.
—Muy loable por su parte.
—Proponemos dos pagos: uno ahora y otro dentro de siete años, cuando prescriba el delito de violación. Si tu cliente se olvida de este asunto y renuncia a la idea de demandar a esos chicos, cuando concluya el plazo recibirá una bonita cantidad. Veinticinco mil ahora y durante siete años diez mil cada año que mi cliente depositará en una cuenta de inversión que, al final del plazo, cuando Elaine haya cumplido treinta años, le rendirá unos bonitos cien mil dólares.
Mike siguió con su cara de póquer.
—Veinticinco mil para empezar es ridículo.
—Mi cliente no tiene veinticinco mil. Ese dinero saldrá de mi bolsillo.
—No nos interesa de dónde sale. Nos interesa mucho más la cantidad.
—Bueno, en estos momentos la cantidad que tienes es cero. Y si no llegamos a un acuerdo es más que probable que siga siendo cero. Tus posibilidades de conseguir algo son escasas, por decir algo.
—Entonces, ¿por qué ofreces algo?
—Para quedarme tranquilo. Vamos, Mike, demos carpetazo a este asunto para que esos chicos puedan seguir adelante con su vida. Kyle se había olvidado prácticamente del incidente. ¡Qué demonios! ¿Cómo no va a olvidarlo si trabaja cien horas a la semana? Luego, Joey se tropieza con Elaine y aparece un Baxter que se siente culpable porque, de repente, recuerda más de lo que recordaba. Todo este asunto es una locura, Mike. No eran más que una panda de adolescentes borrachos.
Sí, lo eran, y Mike no podía rebatir aquel argumento. Descruzó y volvió a cruzar las piernas. John no pudo evitar mirárselas un momento, y ella se dio cuenta.
—Deja que hable con Elaine y haremos una contraoferta —contestó.
—De acuerdo, pero que sepas que no hay mucho margen. El primer pago será un préstamo que tendré que hacer a mi cliente, y él está naturalmente nervioso ante la idea de contraer una obligación a siete años. Solo tiene veinticinco y es incapaz de ver más allá de tres.
—Llamaré a Elaine y lo más seguro es que quiera venir para discutir esto cara a cara.
—No pienso marcharme de la ciudad hasta que tengamos un acuerdo. Me iré a dar una vuelta y a tomar algo para matar el rato.
Una hora más tarde estaba de vuelta. Volvieron a sentarse en el mismo sitio, cogieron papel y lápiz y reanudaron la negociación.
—Doy por hecho que no aceptáis nuestra oferta —dijo John.
—Sí y no. El plan de los siete años es conforme, pero Elaine necesita una cantidad inicial mayor. Le faltan dos años para graduarse en la Universidad de Scranton y sueña con entrar en la facultad de Derecho. Sin ayuda lo tendrá difícil.
—¿Cuánta ayuda?
—Cien mil para empezar.
Asombro, incredulidad, rechazo… John torció el gesto y dejó escapar un silbido entre dientes. No era más que simple actuación, un fingimiento fruto de la práctica que ponía en marcha siempre que la parte contraria ponía sobre la mesa su primera exigencia.
—Escucha, Mike, yo he venido aquí para intentar llegar a un acuerdo; pero vosotros estáis proponiendo un atraco a mano armada.
—Dentro de dos años, Elaine seguirá ganando veinticuatro mil dólares al año, pero tu cliente habrá pasado a embolsarse cuatrocientos mil con aumentos garantizados. Para él no supondrá nada tan terrible.
John se levantó como si se dispusiera a marcharse. Fin de las negociaciones.
—Tengo que hablar con él.
—Desde luego. Te espero.
John salió a la calle, se llevó el móvil al oído, pero no llamó a nadie. La cantidad que iban a pagar tenía menos que ver con lo que Elaine necesitaba y más con cerrarle la boca. En aquellas circunstancias, cien mil dólares eran una ganga.
—Estamos dispuestos a llegar a los setenta y cinco mil —dijo cuando volvió a sentarse a la mesa—. Ni un céntimo más.
Mike le tendió una mano cargada de pulseras.
—Trato hecho.
Sellaron el acuerdo con un apretón de manos y pasaron las dos horas siguientes pergeñando los detalles del acuerdo. Cuando hubieron terminado, John la invitó a comer, y ella aceptó encantada.