Como miembro oficial del equipo Trylon, Kyle tenía el honor de empezar todas las semanas, los lunes a las siete y media con una sesión de trabajo en una sala de reuniones que no había visto jamás. Después de tres meses en el edificio, todavía se sorprendía con la cantidad de salas, rincones de reunión pequeñas bibliotecas que no conocía y con las que se tropezaba por primera vez. El bufete necesitaba su propia guía.
La sala se hallaba en el piso cuarenta y uno, y era lo bastante grande para albergar un pequeño despacho de abogados. La mesa de trabajo era casi tan larga como la pista de una bolera, y a su alrededor se sentaban cuarenta abogados, más o menos, tomando café y preparándose para otra interminable semana. Wilson Rush se puso en pie en la cabecera y se aclaró la garganta. Todos callaron y se quedaron quietos.
—Buenos días —dijo Rush—. Vamos a empezar nuestra reunión semanal. Sed breves en vuestros comentarios. Esta reunión solo durará una hora.
No había duda de que la sesión se levantaría exactamente a las ocho.
Kyle se había sentado tan lejos de Rush como había podido. Se puso a tomar notas frenéticamente, unas notas que ni siquiera él sería capaz de leer después. Los ocho socios se fueron levantando por turnos y presentaron un breve resumen de asuntos tan apasionantes como las últimas mociones presentadas en el caso, las últimas discusiones sobre documentos y expertos y las últimas estrategias puestas en marcha por APE y Bartin. Doug Peckham presentó su primer informe sobre una complicada moción para no tener que entregar determinados documentos al adversario, y poco le faltó para conseguir adormecer a todos los presentes.
Sin embargo, Kyle aguantó despierto mientras seguía garrapateando en su libreta y repitiéndose que aquella situación era absurda. Se había convertido en un espía perfectamente situado por su contacto y tenía al alcance de su mano unos documentos tan importantes que ni siquiera alcanzaba a comprender su valor. Tan vitales como para hacer que se asesinara por ellos.
Levantó la vista cuando Isabelle Gaffney tomó la palabra y, haciendo caso omiso de sus palabras, miró al otro extremo de la pista de bolos, donde Wilson Rush parecía fulminarlo con la mirada. Aunque quizá no. Los separaba una considerable distancia, y él llevaba unas gafas de lectura, de manera que resultaba difícil determinar a quién fulminaba exactamente con la mirada.
Kyle se preguntó cómo reaccionaría el señor Rush si supiera la verdad. Cómo reaccionarían los miembros del equipo Trylon y los demás socios y abogados junior del bufete cuando se enteraran de lo que era en realidad el joven Kyle McAvoy, ex editor del Yale Law Journal.
Las consecuencias serían horripilantes. La magnitud de la conspiración hacía que el corazón se le acelerara. La boca se le secó, y tomó un sorbo de café frío. Sintió unas ganas irrefrenables de saltar hacia la puerta, bajar corriendo los cuarenta y un tramos de escalera y huir corriendo por las calles de Nueva York como un poseso.
A la hora del almuerzo utilizó la salida secreta del sótano y se escabulló hasta el despacho de Roy Benedict. Charlaron un par de minutos y entonces el penalista le dijo que había dos personas con las que quería que Kyle se reuniera. La primera era su contacto en el seno del FBI; la segunda, un letrado del departamento de Justicia. Kyle aceptó no sin cierto nerviosismo, y pasaron a una sala de reuniones contigua.
El supervisor del FBI se llamaba Joe Bullington, y era un tipo de maneras amables, con una gran sonrisa y un firme apretón de manos. El hombre del departamento de Justicia se llamaba Drew Wingate y era un tipo de expresión avinagrada que parecía evitar todo lo posible los apretones de manos. Los cuatro se sentaron alrededor de la mesa: Benedict y Kyle a un lado; los del gobierno al otro.
La reunión la había convocado Benedict, de modo que fue él quien tomó la palabra.
—Kyle, lo primero es saber de cuánto tiempo dispones.
—De una hora, más o menos.
—Bien. Quiero que sepas que he puesto el caso sobre la mesa. He tenido varias conversaciones con los señores Bullington y Wingate, y es importante que resumamos la situación para saber dónde estamos. Joe, por favor, háblanos de los antecedentes del señor Bennie Wright.
Sin dejar de sonreír, Bullington se frotó las manos y empezó: —Sí. Bien, la verdad es que hemos pasado la foto de ese tipo por nuestra base de datos. No te aburriré con los detalles, pero tenemos un sistema muy complejo que almacena los datos faciales de millones de individuos. Cuando introducimos la imagen de un sospechoso, los ordenadores buscan y comparan y, en general, nos proporcionan un resultado. Sin embargo, con el señor Wright o como se llame no hemos conseguido sacar nada en claro. No hemos encontrado nada, ni una sola pista. Mandamos los datos a la CIA, y ellos hicieron su propia búsqueda con otros ordenadores y otros programas; pero tampoco consiguieron nada. La verdad es que estamos muy sorprendidos porque confiábamos en poder identificar a ese individuo.
Kyle no estaba sorprendido, pero sí decepcionado. Había leído acerca de los superordenadores que utilizaban los servicios de inteligencia y, después de una eternidad teniendo que tratar con Bennie, tenía muchas ganas de saber quién era.
Bullington se animó un poco y prosiguió:
—De todas maneras, lo de Nigel ha sido otro cantar. Metimos el retrato robot que hiciste de ese hombre y no conseguimos identificarlo, pero la CIA probablemente haya acertado. —Abrió una carpeta, sacó una foto en blanco y negro de trece por dieciocho y se la entregó a Kyle, que inmediatamente exclamó:
—¡Es él!
—Estupendo. Su verdadero nombre es Derry Hobart, nacido en Sudáfrica, crecido en Liverpool, se formó como técnico en los servicios de inteligencia británicos. Hace unos diez años fue expulsado por piratear los archivos confidenciales de unos suizos muy ricos. Está considerado uno de los piratas informáticos más brillantes del mundo, pero es un verdadero mercenario que vende sus servicios a cambio de dinero. Tiene una orden de busca y captura al menos en tres países.
—¿Cuánto les has contado a esos tipos? —quiso saber Wingate en un tono que parecía más una acusación que una pregunta.
Kyle miró a su abogado, que asintió.
—Puedes contestar, Kyle. No estás siendo sometido a investigación. No has hecho nada malo.
—Les he explicado cómo es la sala, su distribución, y cosas generales; lo suficiente para tenerlos contentos. En cualquier caso, no les he proporcionado material relevante.
Bullington volvió a tomar la palabra:
—Los otros dos retratos robot no han permitido averiguar nada más. Si lo he entendido bien, esos dos tipos forman parte del equipo de vigilancia y no son tan importantes.
—Así es —repuso Kyle.
—Tu retrato robot del señor Hobart es magnífico.
—Lo saqué de una página web: quickface.com. Cualquiera podría haberlo hecho.
—¿Cuál va a ser el siguiente paso? —preguntó Wingate.
—Tenemos que vernos mañana por la noche para que me den instrucciones. El plan es que yo entre de alguna manera en el sistema y consiga descargar o sacar unos documentos y entregárselos. No tengo ni idea de cómo piensan hacerlo. A mí, el sistema de ordenadores del bufete me parece completamente seguro.
—¿Cuándo se supone que va a ocurrir esto que dices?
—No me lo han dicho, pero me da la impresión de que será pronto. Quisiera hacer una pregunta.
Puesto que ninguno de los dos se ofreció a responder, Kyle se lanzó:
—¿Quién es esta gente? ¿Para quién trabaja?
Bullington respondió con la mejor de sus sonrisas:
—Si he de serte sincero, Kyle, no lo sabemos. Hobart es una ramera que va por el mundo ofreciendo sus servicios; pero no tenemos ni idea de dónde sale Bennie. Tú dices que no es estadounidense.
—Al menos, no habla como si lo fuera.
—Si no sabemos quién es, no tenemos manera de averiguar para quién trabaja.
—En mi primer encuentro con ellos, en febrero, había al menos cinco tipos más, y todos ellos eran estadounidenses. Bullington meneó la cabeza.
—Pistoleros a sueldo, Kyle; sicarios contratados para un trabajo determinado y despedidos una vez finalizado este. Ahí fuera hay todo un mundo de ex policías, ex soldados y ex agentes de inteligencia, todos ellos tipos que fueron expulsados de sus respectivas organizaciones por un montón de razones; indeseables en su mayoría. Los entrenaron de forma encubierta y pertenecen a un mundo encubierto. Se venderán a cualquiera que esté dispuesto a pagar. Lo más probable es que esos cinco tipos no tuvieran ni idea de qué estaba planeando Bennie.
—¿Qué posibilidades hay de atrapar a los que asesinaron a Bakter?
La sonrisa desapareció unos segundos. Los dos funcionarios adoptaron un aire contrito y perplejo.
—Primero tenemos que atrapar a Bennie —contestó al fin Bullington—. A partir de él seguiremos el rastro hacia arriba, hacia los peces gordos que lo contrataron, y después bajaremos hasta dar con los que se encargaban de hacer el trabajo sucio. De todas maneras, si es un profesional, y todo parece indicar que lo es, las posibilidades de que le arranquemos algún nombre son remotas.
—¿Cómo vais a coger a Bennie?
—Esa es la parte fácil: tú nos conducirás hasta él.
—¿Y lo arrestaréis?
—Desde luego. Tenemos motivos sobrados para detenerlo: escuchas ilegales, extorsión, conspiración… Escoge el que prefieras. Lo encerraremos junto con Hobart, y no habrá juez en el mundo que señale una fianza. Seguramente lo trasladaremos a una instalación de alta seguridad de fuera de Nueva York para interrogarlo.
La imagen de Bennie encadenado a una silla rodeado de unos cuantos tipos muy cabreados le resultó sumamente agradable.
Roy carraspeó, miró el reloj y dijo:
—Si nos queréis disculpar, tengo que hablar con Kyle. Os llamaré más tarde.
Kyle se levantó, les estrechó la mano y siguió a su abogado hasta el despacho de este.
—Bueno, ¿qué te ha parecido? —preguntó Benedict, después de cerrar la puerta.
—¿Tú confías en esos tipos? —respondió Kyle.
—Sí. ¿Tú no?
—¿Y pondrías tu vida en sus manos?
—Desde luego.
—Imagínate la siguiente situación: en estos momentos hay alrededor de unas dieciocho agencias de inteligencia en el país, y solo cuento aquellas de las que se tiene constancia oficial. Seguramente habrá más de cuya existencia no tenemos ni idea. ¿Qué pasará si resulta que Bennie trabaja para alguna de ellas? ¿Y si resulta que los superordenadores no lo han encontrado porque no deben hacerlo?
—Kyle, la situación que me describes es ridícula. ¿Un agente independiente trabajando para el gobierno, espiando a un bufete estadounidense y asesinando a ciudadanos estadounidenses? No lo creo, de verdad.
—Ya sé que suena ridículo, pero cuando resulta que tu cabeza puede ser el próximo blanco, la imaginación vuela sola.
—Tómatelo con calma. Este es el único camino para salir de esta.
—No hay camino para salir de esta.
—Sí, lo hay; pero debemos ir paso a paso. No te dejes llevar por el pánico.
—Llevo nueve meses sin dejarme llevar por el pánico, pero se me agotan las fuerzas.
—No. Has de mantener la cabeza fría. Tenemos que confiar en esos tipos.
—Te llamaré mañana.
Kyle recogió su abrigo marrón y salió del despacho de Benedict.