32

Sin otro motivo que por simple cabezonería, Kyle llegó tres cuartos de hora tarde a su cita del martes por la noche en el Four Seasons. Esperaba ver a Nigel, de modo que no se sorprendió cuando el compinche de Bennie lo recibió en la puerta de la habitación, fingiendo estar encantado de verlo.

—Kyle, muchacho, ¿qué tal va todo?

—Estupendamente. ¿Tú te llamabas…?

—Nigel.

—Ah, sí. Me había olvidado. ¿Y tu apellido…?

—Lo siento, chico.

—¿Eso es porque no tienes apellido o porque tienes tantos que no te acuerdas del que toca en este momento?

—Buenas noches Kyle —interrumpió Bennie, levantándose y doblando un diario.

—No sabes cómo me alegro de verte, Bennie. —Kyle dejó su maletín encima de la cama, pero no hizo ademán de quitarse el abrigo.

—Háblanos de la sala secreta del piso dieciocho —dijo Bennie sin más preliminares.

—Ya te la he descrito.

Nigel se adelantó.

—Diez monitores en diez mesas, ¿no es eso?

—Eso es.

—¿Y dónde estaban los ordenadores propiamente dichos?

—En las mesas, junto a los monitores.

—¿Y cómo eran, altos, bajos, anchos? Danos una idea, Kyle.

—Parecían más como una caja cuadrada. Estaban junto a los monitores.

En una cómoda, junto al televisor, había un delgado clasificador abierto. Nigel se lo entregó.

—Echa un vistazo a estos ordenadores. Son de todas las formas y tamaños, de distintos fabricantes de todo el mundo. ¿Ves algo que se parezca a lo que hay en esa sala?

Kyle fue pasando metódicamente las páginas, diez en total. Cada una tenía fotos en color de unos ocho ordenadores, ochenta modelos distintos que variaban considerablemente en diseño y construcción. Al final se decidió por uno que más parecía una impresora de tinta.

—Sí, ya veo. Bastante cuadrado —comentó Nigel—. ¿Cuántas unidades de disco?

—Ninguna.

—¿Ninguna? ¿Estás seguro?

—Sí. Los ordenadores de esa sala han sido construidos específicamente para una máxima seguridad. No tienen unidades de disco, no tienen puertos de entrada ni de salida. No hay forma de transferir datos.

—¿Y un panel de control, botones, interruptores, luces, algo?

—Nada de nada. Son una simple caja cuadrada.

—¿Y el servidor?

—Bajo llave, en otra habitación y fuera de la vista.

—Interesante. ¿Y los monitores?

—Simples pantallas planas de cristal líquido.

—Echemos un vistazo —dijo Nigel, pasando a otra sección del clasificador llena de distintos tipos de pantallas—. ¿Qué tamaño tenían, Kyle?

—Catorce pulgadas.

—En color, me imagino.

—Sí. —Kyle se detuvo en la tercera página—. Esta se parece mucho.

—Excelente, Kyle.

—¿Y las impresoras? ¿Las había?

—No había ninguna.

—¿Ninguna? ¿Ni una sola impresora en toda la sala?

—Ni una.

Nigel se puso pensativo.

—Imagina que estás trabajando en un documento o en un informe, cuando llega el momento de materializarlo, ¿cómo lo haces?

—En ese caso, tienes que avisar a tu supervisor, que entra en la sala, lo abre y lo revisa. Si el documento en cuestión debe ser presentado ante el tribunal o entregado a la parte contraria, entonces se imprime.

—¿Dónde? Pensaba que habías dicho que no había impresoras.

—Hay una impresora en una habitación contigua, donde un auxiliar jurídico controla la impresión. Todas las hojas de papel que se imprimen son codificadas y duplicadas. No hay forma de imprimir nada sin dejar rastro.

—Estupendo, sí señor —dijo Nigel dando un paso atrás y cediendo el testigo a Bennie.

—¿Cuántas veces has estado en esa sala, Kyle? —preguntó.

—He estado una vez todos los días durante los últimos cinco días.

—¿Y cuánta gente suele haber en la habitación?

—Varía. El domingo por la tarde no hubo nadie durante una hora. Esta mañana había cinco o seis personas.

—¿Te has quedado alguna vez hasta que cierran?

—No. Todavía no.

—Pues hazlo. Una noche quédate hasta las diez.

—Escucha, Bennie, no puedo ir allí simplemente a matar el rato. No es una cafetería. La vigilancia es constante y está lleno de cámaras que lo registran todo. Hay que tener un motivo para estar ahí.

—¿Hay alguien que vigile tus entradas y salidas?

—La puerta no tiene vigilante porque la tarjeta electrónica para abrir deja constancia de todas las entradas y salidas. De todas maneras, estoy seguro de que hay un circuito cerrado que lo graba todo.

—¿Sueles llevar un maletín?

—No.

—¿Están prohibidos los maletines?

—No.

—¿Llevas americana?

—No. No es obligatorio llevar la americana puesta cuando se trabaja.

Bennie y Nigel cruzaron una mirada mientras meditaban la situación.

—¿Irás allí mañana?

—Puede ser. No estoy seguro. Dependerá de lo que me encarguen por la mañana.

—Bien. Quiero que mañana entres llevando la americana puesta y el maletín en la mano. En cuanto te hayas instalado, quítate la chaqueta y deja el maletín bajo la mesa.

—¿Puedes hacerlo, Kyle? —preguntó Nigel.

—Claro, ¿por qué no? ¿Algo más? ¿Y si me llevo también la merienda y dejo unas cuantas migas sobre el teclado? ¿Se puede saber qué significa todo esto?

—Confía en nosotros —contestó Nigel—. Sabemos lo que hacemos.

—A decir verdad, sois las últimas personas en las que confiaría.

—Vamos, Kyle…

—Mirad, estoy cansado y me quiero ir.

—¿Qué planes tienes para los próximos días? —quiso saber Bennie.

—Mañana trabajaré todo el día. Saldré del despacho a las cinco, cogeré el tren hasta Philly, alquilaré un coche y conduciré hasta York para comer el jueves, que es el día de Acción de Gracias, con mi padre. El viernes por la tarde estaré de regreso en la ciudad, y el sábado por la mañana iré al despacho. ¿Os parece bien?

—Nos volveremos a ver el domingo por la noche —dijo Bennie.

—¿En tu casa o en la mía?

—Ya te haré saber los detalles.

—Muy bien. Que tengáis un feliz día de Acción de Gracias, chicos —dijo Kyle antes de salir.

En la puerta de su despacho nuevo, Kyle había colgado dos abrigos impermeables, uno negro y el otro marrón claro. El negro se lo ponía todos los días para ir y volver del trabajo y cuando se movía por la ciudad. El marrón lo utilizaba menos, solo si no quería que lo siguieran. El miércoles, a las dos y media de la tarde, se lo echó en el brazo y bajó en ascensor hasta el segundo piso. Desde allí cogió el montacargas hasta el sótano, se puso el abrigo y se abrió paso a través de un laberinto de tuberías y conducciones eléctricas hasta que llegó a una escalera metálica de caracol. Saludó a un técnico al que saludaba habitualmente y salió a la luz del sol en el estrecho callejón que separaba el edificio del Scully & Pershing del rascacielos vecino. Diez minutos más tarde, entraba en el despacho de Roy Benedict.

Habían conversado brevemente por teléfono, y Kyle no estaba del todo convencido con respecto al plan.

Benedict lo estaba plenamente. Había estudiado todo el material que Kyle le había entregado, analizado los hechos, calculado los riesgos y estaba listo para ponerse en marcha.

—Tengo un amigo en el FBI —comentó—. Es un amigo en quien confío plenamente. Trabajamos juntos antes de que me dedicara a la abogacía y, aunque ahora jugamos en campos distintos, sigo confiando en él. Es uno de los peces gordos de la oficina de Nueva York.

Kyle recordó su último encuentro con agentes del FBI: nombres falsos, placas falsas y una larga noche en una habitación de hotel con Bennie.

—Te escucho —dijo, sumamente escéptico.

—Quiero que te reúnas con él y le cuentes todo. Absolutamente todo.

—¿Y él qué hará?

—En este caso se han cometido delitos, se están cometiendo y se van a cometer más. Y no son delitos menores. Estoy convencido de que se quedará tan atónito como yo, y también de que al final el FBI tomará cartas en el asunto.

—¿Quieres decir que a Bennie lo trincarán los federales?

—Desde luego. ¿No quieres verlo entre rejas?

—Para el resto de su vida; pero, oculta ahí fuera, ese tío tiene una extensa red de contactos.

—El FBI sabe cómo tender una trampa. Es cierto que alguna vez la pifian, pero su promedio de aciertos es muy alto. Yo trato con ellos a menudo, Kyle, y sé lo listos que son. Si me pongo en contacto con ellos ahora, entrarán en el caso e irán preparando el terreno. Cuando quieren, son capaces de lanzar todo un ejército contra el enemigo. Y yo diría que un ejérci to es precisamente lo que necesitas.

—Gracias.

—Debo contar con tu permiso para hablar con el FBI.

—¿Hay alguna posibilidad de que echen un vistazo a la situación y decidan pasar?

—Sí, pero me extrañaría.

—¿Cuándo te pondrás en contacto con tu amigo?

—Quizá esta misma tarde.

Kyle apenas vaciló.

—Adelante —dijo.