Teniendo en cuenta que en Manhattan había setenta y ocho mil abogados, la elección no tendría que haberle resultado tan difícil. Kyle redujo su lista inicial, hizo más averiguaciones, añadió nombres, borró otros. Había empezado su proyecto secreto nada más llegar a la ciudad y lo había abandonado varias veces. No había estado seguro de tener que contratar a un abogado, pero quería tener el nombre de uno bueno por si acaso. El asesinato de Baxter lo había cambiado todo. En esos momentos, Kyle no solo quería asesoramiento: quería justicia.
Roy Benedict era un abogado penalista que tenía un bufete situado en un alto edificio, cerca de Scully & Pershing, donde trabajaban doscientas personas. La ubicación del elegido resultaba crucial teniendo en cuenta la atención con la que seguían los movimientos de Kyle; pero Benedict también daba la talla en otros aspectos importantes. Había trabajado para el FBI antes de pasar por la facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, y después de graduarse había trabajado seis años en el departamento de Justicia. Tenía contactos, viejos amigos, gente que estaba en esos momentos en el bando contrario, pero en quien podía confiar. Su especialidad era la delincuencia, y figuraba entre los cien mejores abogados defensores de la ciudad, pero no entre los diez. Kyle necesitaba buenos consejos, pero no se podía permitir un ego desmesurado. El bufete de Benedict aparecía a menudo como oponente de Scully & Pershing. Lo mejor de todo era que también había jugado al baloncesto en Duquesne. Cuando habló con él por teléfono, Benedict le dio la impresión de que no tenía tiempo para andarse por las ramas y le dijo que no aceptaba nuevos casos por el momento; sin embargo, la cuestión del baloncesto abrió la puerta para Kyle.
La cita era el lunes a las dos de la tarde, pero este llegó un poco antes. No pudo evitar comparar aquel bufete con el suyo. Era más pequeño y dedicaba menos esfuerzos a impresionar a los clientes con exhibiciones de arte abstracto y muebles de diseño. Las recepcionistas no eran tan despampanantes.
En su maletín llevaba un expediente sobre Roy Benedict: viejas fotos de Duquesne, datos biográficos de los directorios jurídicos, artículos de los diarios sobre sus casos más destacados. Benedict tenía cuarenta y siete años, medía un metro ochenta y cinco y parecía estar en buena forma y listo para un peloteo. Su despacho era más pequeño que el de cualquiera de los socios de Scully & Pershing, pero estaba amueblado con gusto. Benedict se mostró cordial y sinceramente complacido de conocer a otro abogado de Nueva York que hubiera jugado con los Dukes.
Kyle le explicó que ya no jugaba mucho por culpa de su rodilla. La conversación siguió por los derroteros del baloncesto hasta que Kyle decidió ir al grano.
—Verá, señor Benedict…
—Llámame Roy.
—Muy bien, Roy, disculpa pero no puedo entretenerme mucho aquí porque me siguen.
Pasaron unos segundos mientras Benedict asimilaba el significado de aquellas palabras.
—¿Y se puede saber por qué alguien sigue a un recién incorporado a uno de los principales bufetes del mundo?
—Tengo problemas. La verdad es que resulta complicado y creo que necesito un abogado.
—Yo solo me ocupo de casos de delincuencia penal, Kyle. ¿Has cometido algún delito de ese tipo?
—Todavía no, pero me están presionando para que cometa un montón.
Roy hizo botar un lápiz en su mesa mientras pensaba si seguir adelante o no.
—De verdad, necesito un abogado —insistió Kyle.
—Mi anticipo sobre los honorarios es de cincuenta mil dólares —dijo Benedict, observando la reacción. Sabía aproximadamente cuánto ganaba Kyle como junior de primer año. Su bufete no intentaba competir con Scully & Pershing, pero tampoco le andaba a la zaga.
—No puedo pagar tanto, pero tengo cinco mil en efectivo —contestó Kyle sacando un sobre del bolsillo y dejándolo encima de la mesa—. Dame un poco más de tiempo y conseguiré el resto.
—¿De qué va este caso?
—De violación, asesinato, robo, espionaje, extorsión y chantaje. No puedo darte los detalles hasta que hayamos llegado a un acuerdo.
Roy asintió y sonrió.
—¿Te sigue alguien en estos momentos?
—Desde luego. Llevan vigilándome desde el mes de febrero, cuando todavía estaba en Yale.
—¿Tu vida corre peligro?
Kyle lo meditó unos segundos.
—Sí, eso creo.
El ambiente estaba cargado de preguntas sin respuesta. Al final, la curiosidad le pudo a Benedict. Abrió un cajón y sacó unos papeles. Los examinó rápidamente —tres hojas grapadas juntas—, añadió algunas correcciones de su puño y letra y se los entregó a Kyle.
—Esto es un contrato de prestación de servicios jurídicos.
Kyle lo leyó a toda prisa. La cantidad de anticipo había sido reducida a cinco mil dólares, y la tarifa por horas corregida a la mitad: de ochocientos dólares la hora a cuatrocientos. Kyle, que a duras penas empezaba a acostumbrarse a facturar cuatrocientos dólares la hora, estaba a punto de convertirse en un cliente que iba a pagar esa misma cantidad. Firmó con su nombre.
—Gracias —dijo.
Benedict cogió los papeles y los guardó en el cajón.
—Bueno, ¿por dónde empezamos? —preguntó.
Kyle se arrellanó en el sillón. Sentía que le quitaban un gran peso de encima. No estaba seguro de si la pesadilla que vivía iba a terminar o a empeorar, pero el hecho de tener alguien a quien contársela le producía un alivio indescriptible. Cerró los ojos unos segundos.
—No lo sé. Hay mucho que contar.
—¿Quién te está siguiendo, agentes del gobierno?
—No. Profesionales que trabajan para alguien. Son muy buenos, pero no tengo ni idea de quiénes son.
—¿Por qué no empezamos por el principio?
—De acuerdo.
Kyle empezó con Elaine, la fiesta, la acusación de violación y la subsiguiente investigación. Luego, habló de Bennie y sus hombres, del chantaje, del vídeo, de su misión encubierta de robar documentación secreta de Scully & Pershing. Sacó una carpeta y puso sobre la mesa las fotos de Bennie y el retrato robot de Nigel y de los dos matones que solían seguirlo por la calle.
—«Bennie Wright» es un nombre falso. Seguramente ese hombre tiene varios más. Habla con un ligero acento que probablemente sea centroeuropeo, pero no es más que una suposición.
Benedict estudió la foto de Wright.
—¿Hay forma de poder identificarlo? —preguntó Kyle.
—No lo sé. ¿Sabes dónde está?
—Está aquí, en Nueva York. Lo vi el sábado y nos volveremos a encontrar mañana por la noche. Soy su marioneta y él mi titiritero.
—Sigue contándome.
Kyle sacó otra carpeta e hizo un breve resumen de la guerra entre Trylon y Bartin, limitándose a los datos que se habían publicado en los medios de comunicación. A pesar de que Benedict era su abogado y estaba obligado por el secreto profesional, Kyle también era abogado, y su cliente esperaba el mismo trato de él.
—Es el mayor contrato de la historia del Pentágono, de modo que puede que se trate de la mayor demanda que jamás se haya interpuesto.
Benedict dedicó unos minutos a repasar los artículos de prensa y después comentó:
—He oído hablar del caso. Sigue.
Kyle describió la vigilancia y las escuchas a las que era sometido, y Benedict se olvidó de Trylon y Bartin.
—Las escuchas ilegales son un delito federal penado con cinco años de cárcel.
—Las escuchas son lo de menos. ¿Qué me dices del asesinato?
—¿Quién ha sido asesinado?
Kyle le hizo un rápido resumen de la intervención de Joey y de la sorprendente reaparición de Baxter con su deseo de ponerse en contacto con Elaine Keenan. También le entregó una docena de recortes de periódicos con información sobre la muerte a tiros de Baxter Tate.
—Sí, recuerdo haber visto algo en las noticias —comentó Benedict.
—Yo fui uno de los que llevaron el féretro durante el funeral, la semana pasada —explicó Kyle.
—Lo siento.
—Gracias. Según parece, la policía no tiene ninguna pista. Por mi parte, estoy seguro de que fue Bennie quien ordenó que lo liquidaran, pero no hay ni rastro de los asesinos.
—¿Por qué iba a querer el tal Bennie matar a Baxter Tate? —Benedict iba tomando notas mientras miraba la foto de Wright y examinaba otros documentos de la carpeta, al tiempo que meneaba la cabeza en señal de incredulidad.
—No tenía elección —contestó Kyle—. Si Baxter tenía éxito y lograba hacer su descerebrada confesión a Elaine, cosa que parecía probable, entonces los acontecimientos escaparían al control de Bennie. Piénsalo por un momento: Baxter se confiesa, Elaine se pone a gritar que la violaron y Joey, Alan y yo acabamos ante la policía de Pittsburg. Mi vida se va al cuerno, me echan del bufete y me marcho de Nueva York; pero Bennie se queda sin su infiltrado.
—Pero, una vez muerto Baxter, ¿el caso de la violación no pierde fuerza?
—Sí, pero el vídeo sigue ahí fuera. Y créeme, no queremos tener nada que ver con él. Es brutal.
—Pero a ti no te incrimina.
—Solo me incrimina de ser un gilipollas borracho. Cuando empieza el sexo, yo no aparezco por ningún lado. Ni siquiera recuerdo lo que pasó.
—Y no tienes ni idea de cómo Bennie pudo conseguir esa grabación, ¿no?
—Esa es la gran pregunta, la pregunta que me he hecho todos los días desde que esto empezó. El hecho de que se enterara de su existencia y lo robara o lo comprara es algo que no alcanzo a comprender. No sé qué resulta más aterrador, si el vídeo en sí o que Bennie le echara el guante.
Benedict meneó la cabeza, se incorporó y se puso en pie todo lo largo que era.
—¿Cuántos becarios contrató Scully & Pershing el verano anterior?
—Alrededor de un centenar.
—Eso quiere decir que Bennie y su gente se hizo con los nombres de un centenar de becarios y los investigó a todos buscando su talón de Aquiles. Cuando llegan a tu nombre, husmean por Pittsburg y Duquesne y seguramente se enteran de la presunta violación, sonsacan a alguien del departamento de Policía para que les consiga el expediente y buscan más allá. El caso está cerrado, de manera que la policía habla más de la cuenta. Corre el rumor de que había un vídeo, pero ellos no llegaron a encontrarlo. Sin embargo, Bennie sí lo encuentra.
—Exacto.
—Está claro que ese hombre dispone de cantidad de dinero y de gente.
—Eso es evidente. La pregunta es para quién trabaja.
Benedict miró el reloj y frunció el entrecejo.
—Tengo una reunión a las tres. Perdona un momento. —Descolgó el teléfono y ordenó—: Cancelad mi entrevista de las tres. Ah, y no quiero interrupciones.
Volvió a sentarse en su silla giratoria y apoyó los codos en el escritorio.
—No creo que trabaje para APE. Me cuesta creer que un bufete como ese se gaste tanto dinero para infringir un montón de leyes. Es impensable.
—¿Bartin, entonces?
—Eso es mucho más probable. Tiene dinero de sobra y motivos de sobra. Estoy convencido de que Bartin cree que le han robado documentos y quiere recuperarlos.
—¿Algún otro posible sospechoso?
—¡Por favor, Kyle, estamos hablando de tecnología militar! Los chinos y los rusos prefieren robar aquello que no son capaces de desarrollar. Así es este juego: nosotros hacemos todo el trabajo, y ellos nos lo roban.
—Pero ¿utilizando un bufete?
—Seguramente, el bufete no es más que una pieza más del rompecabezas. Tienen espías en otros sitios y sin duda hay más tipos como Bennie, tipos que no tienen nombre ni residencia pero sí un montón de pasaportes. Lo más probable es que se trate de un ex de los servicios de información que vende sus servicios a cambio de un montón de dinero para hacer exactamente lo que está haciendo.
—Mató a Baxter.
Benedict se encogió de hombros.
—No creo que el asesinato quite el sueño a ese tipo.
—Estupendo, justo cuando empezaba a sentirme un poco mejor.
—Mira —dijo Benedict con una sonrisa pero sin borrar las arrugas de preocupación de su frente—, será mejor que me des unos días para poder digerir todo esto.
—Tendremos que movernos deprisa. En estos momentos tengo acceso a los documentos que Bennie busca, y está mucho más nervioso.
—¿Te reunirás con él mañana por la noche?
—Sí. En el hotel Four Seasons, de la calle Cincuenta y siete. ¿Quieres unirte a la fiesta?
—Muy amable. ¿Cuánto suelen durar esos encuentros?
—Con suerte, unos diez minutos. Nos decimos de todo y yo acabo largándome dando un portazo. Me hago el duro, pero la verdad es que estoy muerto de miedo todo el rato. Necesito ayuda, Roy.
—Has venido al sitio adecuado.
—Gracias. Debo marcharme, Doofus me espera.
—¿Doofus?
Kyle se levantó, alargó la mano para coger una hoja del expediente que había dejado en la mesa de Benedict y la puso encima de las demás. Era un retrato robot.
—Te presento a Doofus, seguramente el más torpe de todos los tipos que se patean las calles siguiéndome. Su otro colega es Rufus. También es torpe, pero no tanto como Doofus. He aprendido hasta tal punto a fingir que no me doy cuenta de que me siguen que estos dos tarugos creen que pueden hacerlo hasta con los ojos cerrados y acaban cometiendo muchos errores.
Se dieron la mano y se despidieron. Cuando Kyle se hubo marchado, Benedict se quedó un buen rato de pie, junto a la ventana, intentando asimilar todo lo que su nuevo cliente le había contado: ¡un joven de veinticinco años, ex editor jefe del Yate Law Journal, al que un grupo de asesinos profesionales seguía por las calles de Nueva York, haciéndole chantaje para que espiara al bufete para el que trabajaba!
Estaba ciertamente asombrado, pero entonces sonrió y recordó por qué le gustaba tanto su profesión.
El negro panorama de la escisión de los socios de Scully & Pershing tenía su lado bueno: iba a ser necesario incorporar nuevos abogados, y hacerlo rápidamente. Además, los que se habían marchado habían dejado sitio para que otros ascendieran; sin embargo, lo más importante para los recién incorporados era que quedaban despachos vacíos. Todo el mundo puso en juego sus dotes persuasivas. Tabor no tardó en conseguir uno, y el sábado por la noche ya había trasladado sus cosas.
Kyle no tenía unas ganas especiales de cambiar. Se había acostumbrado a su pequeño cubículo y le gustaba tener a Dale cerca porque hacían manitas cuando no había peligro a la vista. Esperaba con ganas su aparición diaria y el desglose completo de lo que se había puesto y quien lo había diseñado. Hablar de la ropa de Dale le resultaba casi tan agradable como quitársela.
Se sorprendió cuando Sherry Abney fue a verlo el lunes por la tarde y le dijo que lo siguiera. Subieron por la escalera hasta el piso de arriba, el treinta y cuatro, y tras pasar frente a una docena de puertas, ella se detuvo, abrió una, entró en un despacho y le dijo:
—Es tuyo.
Se trataba de una sala de cuatro metros cuadrados, con una mesa de cristal, sillones de cuero, una elegante alfombra y una ventana que miraba al sur y permitía que entrara la luz del sol. Kyle se quedó impresionado. Quiso preguntar que por qué él, pero fingió tomárselo como si aquello fuera de lo más normal.
—Con los mejores deseos de Wilson Rush —dijo Sherry.
—Muy agradable —comentó Kyle, acercándose a la ventana.
—Compartirás la secretaria con Cunningham, que es tu vecino. Si necesitas algo, yo estoy al final de pasillo. También me he cambiado de despacho. Es posible que Rush pase para hacer una rápida inspección.
El traslado le llevó quince minutos. Kyle hizo cuatro viajes, y en el último Dale lo ayudó a llevar el portátil y el saco de dormir. Estaba realmente contenta por él, e incluso le dio un par de ideas de decoración.
—Es una lástima que no tengas sofá —comentó con una maliciosa sonrisa.
—En la oficina no, cariño.
—Entonces, ¿dónde y cuándo?
—Vaya, se diría que estás de humor.
—Necesito sentirme querida o, cuando menos, deseada.
—¿Qué tal una cena y uno rápido?
—¿Qué tal un maratón y una cena rápida?
—¡Caramba!
Se escabulleron del edificio a las siete de la noche y fueron en taxi al apartamento de Dale. Kyle se estaba desabrochando la camisa cuando el FirmFone zumbó con un mensaje enviado por un socio desconocido a una docena de «esclavos». Se requerían inmediatamente todas las manos disponibles para una orgía de trabajo que resultaba de una importancia vital para el bufete. Kyle hizo caso omiso y apagó la luz.