25

Por primera vez en los nueve meses de la operación, fue Kyle quien llamó a Bennie para proponerle una reunión. Todos los encuentros anteriores habían sido por orden de este. Kyle no le dio ninguna razón para querer verlo, pero tampoco hacía falta: se daba por sentado que por fin tenía algo valioso que transmitir. Eran casi las seis de la tarde del viernes, y Kyle se encontraba trabajando en la biblioteca principal del piso treinta y nueve. Bennie le había sugerido por e-mail que se vieran en el hotel 60 Thompson, del Soho, y Kyle había aceptado. Este siempre aceptaba porque no podía decir que no ni proponer otro sitio distinto. Tampoco importaba: no tenía intención de aparecer por allí; al menos, no el viernes por la noche. Joey todavía no había llegado a la ciudad.

Cuatro horas más tarde, Kyle estaba escondido en la mazmorra de Placid Mortgage, repasando una tras otra las carpetas de los impagos a cuatrocientos dólares la hora, cuando envió un e-mail a Bennie con la mala noticia de que no iba a poder salir de la oficina en mucho rato y que seguramente le esperaba toda una noche de trabajo. Aunque aborrecía esa tarea, odiaba la mazmorra y le parecía increíble seguir en el bufete un viernes por la tarde a esas horas, también sonrió al imaginarse a Bennie, esperando con impaciencia en una habitación de hotel para una reunión que no se iba a producir porque su hombre se hallaba encerrado en el despacho y no podía salir. El agente no se podía quejar si su infiltrado estaba trabajando como un esclavo.

Kyle propuso que se vieran el sábado por la tarde, a última hora, y Bennie mordió el anzuelo. A los pocos minutos mandó un e-mail con las instrucciones: «Siete de la tarde, hotel Wooster, Soho, habitación cuarenta y dos». Hasta ese momento, siempre había utilizado un hotel distinto para cada ocasión.

Kyle llamó por el teléfono del despacho al nuevo móvil de Joey y le dio los detalles. Su vuelo de Pittsburg llegaría a La Guardia a las dos y media de la tarde del sábado. Cogería un taxi hasta el hotel Mcreer, subiría a su habitación y mataría el tiempo mientras Kyle seguía ejerciendo la abogacía en un sábado por la tarde. Luego, saldría a pasear por la calle, entraría en algunos bares y saldría de ellos por la puerta de atrás, se perdería curioseando en las librerías, subiría y bajaría a toda prisa de unos cuantos taxis y, cuando estuviera seguro de que nadie lo seguía, se presentaría en el hotel Wooster y esperaría en el vestíbulo. En el bolsillo llevaría una copia del retrato robot de Bennie que Kyle había ido perfeccionando a lo largo de las semanas. Joey lo había memorizado a conciencia y estaba seguro de poder localizar a su hombre donde fuera. Lo que Kyle buscaba en esos momentos era una foto digital a todo color de Bennie.

A las siete y media, Kyle cruzó el vestíbulo del Wooster y subió a la habitación cuarenta y dos. Ese día, Bennie había reservado una habitación sencilla en lugar de la acostumbrada suite. Kyle entró y, mientras tiraba sus cosas encima de la cama, echó una ojeada al cuarto de baño.

—Solo estoy mirando que no haya otro Nigel por aquí —explicó, encendiendo el interruptor de la luz.

—Hoy solo estoy yo —contestó tranquilamente Bennie, sin moverse de su sillón de terciopelo rojo—. Has aprobado el examen del Colegio de Abogados. Felicidades.

—Gracias.

Una vez finalizada la inspección, Kyle se sentó en el borde de la cama. El registro no había revelado a nadie salvo a Bennie, pero también le había permitido saber que no había equipaje, neceser ni nada que diera a entender que Bennie se quedaría después de marcharse él.

—Estás echando un montón de horas, ¿no? —preguntó Bennie, intentando conversar.

—En estos momentos soy abogado de verdad, así que esperan de mí que trabaje aún más —contestó Kyle, fijándose en el atuendo de su interlocutor.

Bennie llevaba una camisa azul, lisa, con cuello de botones, sin corbata; pantalón de lana marrón oscuro, con pinzas; calcetines oscuros y zapatos negros, feos y gastados. Evidentemente, la chaqueta estaba en el armario ropero, y Kyle se maldijo por no haber caído en la cuenta.

—La novedad es la siguiente —explicó—: cinco socios del departamento de Litigios se van a largar. Son Abraham, DeVere, Hanrahan, Roland y Bradley. Están poniendo en marcha su propio bufete y llevándose de paso tres clientes de Scully & Pershing. Según el último recuento, veintiséis junior piensan irse con ellos. De los socios, solo Bradley trabaja en el equipo del caso Trylon-Bartin. Sin embargo, este cuenta con siete socios.

—Estoy seguro de que lo habrás puesto por escrito.

Kyle sacó una sola hoja de papel doblada en tres y se la entregó. Se trataba de un resumen realizado a toda prisa con los nombres de todos los socios de Scully & Pershing que se iban a marchar. Sabía que Bennie quería tener algo tangible que incorporar al expediente como prueba de su indudable traición como infiltrado. Ya estaba hecho. Le había entregado información secreta del bufete y ya no había vuelta atrás.

Salvo que dicha información no era del todo exacta. El rumor variaba de hora en hora, y nadie parecía saber exactamente quién se iba a marchar de verdad. Kyle se había tomado unas cuantas libertades con los nombres, especialmente con los de los abogados. Además, la información que estaba entregando tampoco se podía considerar estrictamente confidencial. El New York Lawyer, el periódico oficial de la profesión, había dedicado al menos dos artículos a la secesión del departamento de Litigios de Scully & Pershing. Teniendo en cuenta la siempre cambiante realidad de un gran bufete, no se podía considerar materia de titulares. Además, Bennie sabía casi tanto como Kyle, y este era consciente de ello.

El escrito no daba detalles de las actividades de ningún cliente. De hecho, no mencionaba a ningún cliente concreto. Aunque parecía haber sido redactado a prisa y corriendo, lo cierto era que Kyle lo había estudiado a fondo hasta convencerse de que no contenía nada que pudiera considerarse una violación de la ética profesional.

Bennie desplegó la hoja y la leyó atentamente. Kyle lo observó unos segundos y dijo:

—Tengo que ir al baño.

—Es esa puerta de ahí —contestó Bennie, sin mirarlo.

Antes de entrar, Kyle echó un vistazo de pasada al armario medio abierto donde colgaba la chaqueta de Bennie. En una percha vio una chaqueta deportiva azul y una gabardina gris oscura.

—No estoy seguro de que esto sea importante —dijo Kyle cuando volvió—. Los abogados de Trylon no quitan el ojo al caso y prefieren a los junior de más experiencia. Los que se van a marchar serán seguramente sustituidos por gente que ya lleva tres o cuatro años en el bufete. Me temo que estoy lejos de ser candidato.

—¿Quién ocupará el lugar de Bradley? —Ni idea. Corren un montón de rumores y todos son distintos.

—¿Has conocido a Sherry Abney?

—Sí. Jugamos al softball en la comida campestre de Central Park. Nos llevamos bien, pero ella no tiene ninguna responsabilidad a la hora de elegir qué abogados van a ser asignados al caso. Esa decisión corresponde exclusivamente a Wilson Rush.

—Paciencia, Kyle, paciencia. Un buen trabajo de información se basa en dedicarle tiempo y buenos contactos. Ya te llegará el momento.

—No me cabe duda, especialmente si sigues eliminando a los junior que me preceden. ¿Cómo te deshiciste de McDougle, le llenaste el apartamento de drogas?

—Vamos, Kyle. Ese joven tenía un serio problema con la cocaína.

—Puede, pero no necesitaba precisamente tu ayuda.

—Va camino de recuperarse.

—¡Serás idiota! De donde va camino es de la cárcel.

—Traficaba con cocaína. Era un peligro para la sociedad.

—¿Desde cuándo te preocupa la sociedad?

Kyle se levantó y empezó a recoger sus cosas.

—Tengo que irme. Mi viejo amigo Joey Bernardo llega de Pittsburg. Mañana iremos a ver el partido de los Jets.

—¡Qué bien! —dijo Bennie, levantándose.

Sabía el número de los vuelos de Joey, sus idas y venidas, y sabía también qué asientos ocuparían en el estadio.

—No sé si te acuerdas de Joey. Era el segundo que aparecía en tu pequeño vídeo.

—No se trata de mi vídeo, Kyle. Yo no filmé nada. Solo lo encontré.

—Pero no podías dejarlo tranquilo, ¿verdad?

Kyle salió dando un portazo y corrió por el pasillo. Bajó por la escalera tan rápidamente como pudo y salió al vestíbulo, cerca de los ascensores. Cruzó la mirada con Joey y entró directamente en el aseo de caballeros que había al fondo. Ocupó el urinario central y, al cabo de diez segundos, Joey se situó en el de al lado. No había nadie más en el aseo.

—Lleva una camisa azul clara —le dijo Kyle en voz baja—, sin corbata, chaqueta azul marino y gabardina gris oscuro. Puede que lleve gafas de lectura de montura de acero o puede que no. Seguramente se las habrá quitado cuando baje. No he visto maletín, paraguas ni nada por el estilo. Debe de ir solo, y, como no creo que se quede esta noche, diría que no tardará en salir. Buena suerte.

Tiró de la cadena, salió del aseo y del hotel. Joey esperó un par de minutos y regresó al vestíbulo, donde cogió un periódico y se sentó. El día antes se había hecho cortar el pelo muy corto y, en esos momentos, lo llevaba teñido de gris. También se había puesto unas gafas falsas de gruesa montura de pasta. La cámara, apenas más grande que un bolígrafo de usar y tirar, la llevaba prendida en el bolsillo de la americana de pana.

Un miembro del personal de seguridad del hotel, vestido con un elegante traje negro, lo miró con curiosidad, pero más por la inactividad que reinaba en el vestíbulo que porque lo considerara sospechoso. Media hora antes, Kyle le había explicado que estaba esperando a que bajara un amigo. En el mostrador de recepción, los dos recepcionistas se ocupaban de sus cosas, cabizbajos, pero sin perderse nada.

Pasaron diez minutos, quince… Cada vez que se abrían las puertas del ascensor, Joey se ponía en guardia. Mantenía el diario sobre las rodillas, de manera que pareciera que estaba leyendo y al mismo tiempo la cámara tuviera el campo despejado para su objetivo.

Sonó una campanilla. Las puertas del ascensor de la izquierda se abrieron y Bennie en persona apareció con su larga gabardina gris. El retrato robot de su rostro guardaba un gran parecido. Cabeza calva y brillante, un poco de cabello grasiento encima de las orejas, nariz larga y estrecha, mandíbula cuadrada, gruesas cejas sobre unos ojos oscuros. Joey se armó de valor, agachó la cabeza y apretó el botón de «On» que tenía en su mano izquierda. Durante ocho pasos, Bennie caminó recto hacia él; luego, siguió el dibujo del suelo de mármol, se dirigió hacia la puerta y salió. Joey giró ligeramente el torso para que la cámara pudiera seguirlo. Después, la desconectó, respiró hondo y se sumergió en la lectura de su diario. Cada vez que los ascensores se abrían, levantaba la cabeza. Al cabo de diez interminables minutos, se levantó y fue al aseo de caballeros. Tras esperar media hora más, fingió hartarse de esperar y se marchó del hotel. Nadie lo siguió.

Joey se metió de cabeza en el barullo callejero de un sábado por la tarde en Manhattan y caminó sin rumbo entre los peatones, curioseó escaparates y entró en tiendas de música y librerías. Estaba convencido de que había despistado a sus perseguidores dos horas antes, pero no quería correr riesgos. Se encerró en el diminuto aseo de una librería de viejo que había visto al mediodía y se quitó el tinte del pelo con un producto especial. El poco gris que le quedó desapareció bajo una gorra de los Steelers. Luego, tiró las gafas falsas a una papelera. La cámara de vídeo seguía en el fondo del bolsillo de su chaqueta.

Kyle lo esperó hecho un manojo de nervios en la barra del Gotham Bar & Grill, de la calle Doce mientras se tomaba una copa de vino y charlaba con el camarero. Había reservado mesa para los dos a las nueve.

La peor de las alternativas posibles, la única que podía dar al traste con la operación, era que Bennie reconociera a Joey y se encarara con él en pleno vestíbulo del hotel. Sin embargo, no resultaba probable. Bennie sabía que Joey estaba en la ciudad, pero no lo reconocería disfrazado ni esperaría toparse con él en el hotel. Kyle daba por hecho que, siendo sábado por la noche, y puesto que él no había hecho nada en dos meses que pudiera levantar sospechas, Bennie viajaría con unos pocos ayudantes.

Joey llegó puntualmente a las nueve. Tenía el cabello casi de su color natural, y Kyle, cuando lo vio cruzar la puerta, no apreció el menor rastro de gris. Por el camino había encontrado la manera de cambiar su chaqueta de pana por otra negra, más elegante. Su sonrisa lo decía todo.

—Lo tengo —explicó, sentándose en un taburete y estudiando qué bebida pedir.

—¿Y? —preguntó Kyle, que seguía mirando la puerta por si veía algo sospechoso.

—Un Absolut doble con hielo —le dijo Joey al camarero. Luego, se volvió hacia su amigo—. Creo que lo tengo —le contó en voz baja—. El tal Bennie esperó dieciséis minutos y bajó en el ascensor. Lo grabé al menos durante cinco segundos antes de que pasara ante mí.

—¿Te miró?

—No estoy seguro. Yo fingía leer el periódico. Me dijiste que procurara evitar todo contacto visual, ¿recuerdas? De todas maneras, no se detuvo ni aminoró la marcha.

—¿No tuviste problemas para reconocerlo?

—Ninguno, tu retrato robot es una virguería.

Bebieron un rato, mientras Kyle seguía vigilando la puerta y el tramo de acera que podía sin llamar la atención. Al cabo de un momento, el maître los fue a buscar y los acompañó a una mesa situada al fondo del restaurante. Cuando tuvieron las cartas en la mano, Joey entregó la cámara a Kyle y preguntó:

—¿Cuándo podremos verlo?

—Dentro de unos días. Utilizaré el ordenador del despacho.

—No me envíes el vídeo por correo electrónico —avisó Joey.

—No te preocupes. Haré una copia y te lo mandaré por correo ordinario.

—¿Y ahora qué?

—Buen trabajo, colega. Ahora disfrutaremos de una estupenda cena con vino y todo. Como habrás visto… —Estoy orgulloso de ti.

—Y mañana iremos a ver cómo los Steelers machacan a los Jets.

Entrechocaron las copas y saborearon su triunfo.

Bennie echó una bronca fenomenal a los tres ayudantes que habían perdido a Joey tras su llegada a la ciudad. La primera vez, los había despistado a última hora de la tarde, poco después de haberse registrado en el hotel y haber salido a la calle. Lo habían localizado en el Village, poco antes de oscurecer, solo para perderlo de nuevo. En esos momentos, estaba cenando con Kyle en el Gotham Bar & Grill, pero eso era exactamente lo que se suponía que debía estar haciendo. Los tres ayudantes juraron que Joey se había movido como si supiera que lo seguían. Había pretendido despistarlos a propósito.

—¡Y parece que lo consiguió!, ¿no? —aulló Bennie.

Dos partidos de fútbol seguidos —uno en Pittsburg y otro en Nueva York— y más cruce de correos electrónicos entre los dos. Joey era el único amigo de la universidad con quien Kyle mantenía contacto regular. Las señales de alarma estaban allí. Estaban planeando algo.

Bennie decidió reforzar la vigilancia del señor Bernardo.

También estaban vigilando a Baxter Tate y su notable transformación.