El curso para el examen del Colegio de Abogados se impartía en la Universidad de Fordham de la calle Sesenta y dos, en una espaciosa aula que estaba llena de ansiosos licenciados en Derecho. Desde las nueve y media de la mañana hasta la una y media de la tarde, de lunes a viernes, distintos profesores de las facultades de Derecho vecinas se ocupaban de desvelar las complejidades del Derecho Constitucional, Civil, Mercantil y Penal, así como de muchos otros asuntos. Dado que prácticamente todos los asistentes acababan de licenciarse, el material docente resultaba fácilmente asimilable. Sin embargo, la cantidad del mismo era ingente. Tres años de intenso estudio serían condensados en un examen de pesadilla de dieciséis horas de duración repartidas en dos jornadas. El treinta por ciento de los que se presentaran por primera vez no lo aprobarían, y por ello pocos dudaban en desembolsar los tres mil dólares que valía el cursillo preparatorio. Scully & Pershing se hizo cargo del gasto en nombre de Kyle y de sus nuevos reclutas.
La presión resultó palpable desde el primer día que Kyle entró en las aulas de Fordham y no llegó a desaparecer del todo. El tercer día se sentó con unos amigos de Yale y no tardaron en formar un grupo de estudio que se reunía todas las tardes y a menudo también de noche. Durante los tres años pasados en la facultad de Derecho, habían temido el día en que se verían obligados a repasar el pantanoso mundo de los impuestos federales o el aburrido Código de Comercio; pero ese día había llegado. El examen del Colegio de Abogados los consumió.
Como era habitual, los de Scully & Pershing permitían que sus seleccionados suspendieran una vez, pero no dos. Dos suspensos y uno quedaba automáticamente despedido. Algunos de los bufetes más estrictos mantenían una política de una sola oportunidad, mientras que otros estaban dispuestos a aceptar incluso más de dos fracasos si el titular demostraba especial aptitud en alguna área concreta. Fuera como fuese, el miedo al fracaso estaba siempre presente y hacía que resultara difícil conciliar el sueño.
Kyle se vio dando largos paseos por la ciudad a todas horas para despejar la cabeza y romper la monotonía. Aquellos paseos resultaban informativos y, en ocasiones, fascinantes. Aprendió las calles, las líneas de metro, de autobús y las normas de las aceras. Descubrió qué cafeterías estaban abiertas toda la noche y qué panaderías ofrecían baguettes calientes a las cinco de la mañana. Encontró una estupenda librería de viejo en el Village y recuperó su ferviente interés por las novelas de espías.
Al cabo de tres semanas en Nueva York encontró por fin un apartamento adecuado. Una mañana, al amanecer, se encontraba sentado junto a la ventana de una cafetería situada en la esquina de la Séptima Avenida con Chelsea, tomándose un espresso y leyendo el Times, cuando vio a dos hombres, al otro lado de la calle, sacando un sofá a hombros. A juzgar por cómo manejaron el sofá, los dos individuos no debían de ser transportistas profesionales. Lo arrojaron de cualquier manera al interior de una furgoneta y desaparecieron dentro del edificio. Unos minutos más tarde, repitieron el mismo ejercicio con un sillón. Parecían tener prisa, y no se podía decir que la mudanza fuera un placer. La puerta de la casa estaba situada junto a la de una tienda de comestibles ecológicos. Dos plantas más arriba, en una ventana, un cartel anunciaba un piso en alquiler. Kyle cruzó rápidamente la calle, detuvo a uno de los hombres y lo siguió escaleras arriba para echar un vistazo al apartamento. Era el tercero de los cuatro que ocupaban aquella planta y consistía en tres pequeñas habitaciones y una estrecha cocina. Mientras hablaba con el individuo, un tal Steve no-sé-qué, se enteró de que este lo tenía alquilado pero que debía marcharse precipitadamente de la ciudad. Convinieron un realquiler de dos mil quinientos dólares al mes y se dieron la mano. Aquella misma tarde se volvieron a ver para la firma de los papeles y la entrega de llaves.
Kyle dio las gracias a Charles y Charles, volvió a cargar sus escasas pertenencias en el jeep y recorrió los veinte minutos de trayecto que lo separaban de la esquina de la Séptima con la calle Veintiséis Oeste. Su primera compra fue una cama de segunda mano y una mesilla de noche en un mercadillo; la segunda, un televisor de pantalla plana de cincuenta pulgadas. Por lo demás, no tenía la más mínima prisa por amueblar o decorar. No creía que viviera allí más de ocho meses y ni siquiera se le ocurría pensar en invitar a nadie. Era un sitio adecuado para empezar. Más adelante ya encontraría otro más agradable.
Antes de marcharse a Virginia Oeste para la acampada y el rafting, dispuso cuidadosamente sus trampas. Cortó unos trozos de hilo de coser marrón y los pegó con vaselina en la base de las puertas interiores. Si se ponía de pie y miraba al suelo, casi no los podía ver; pero, si alguien entraba en el apartamento y abría aquellas puertas dejaría un rastro de hilos fuera de sitio. También apiló junto a la pared del salón todos sus libros, carpetas y archivadores, material de escaso valor pero del que no deseaba desprenderse. Era un montón informe, pero Kyle lo había ordenado cuidadosamente y fotografiado con su cámara digital. Cualquiera que entrase estaría tentado de revolver aquella colección, y si eso ocurría, él se enteraría. Informó a su vecina, una anciana tailandesa, de que pensaba ausentarse durante unos días y de que no esperaba que se presentaran visitas, y le rogó que si oía cualquier ruido sospechoso llamara a la policía. Ella dijo que sí a todo, pero Kyle no quedó convencido de que hubiera entendido una sola palabra de lo que él le había dicho.
Sus tácticas de contraespionaje eran rudimentarias, pero las cosas sencillas eran las que mejor funcionaban. Al menos eso decían sus novelas de espías.
El New River fluye a través de los montes Allegheny, en el sur de Virginia Oeste. En algunos lugares es muy rápido; en otros, más lento. Gracias a sus rápidos de Clase IV en algunos puntos, hace tiempo que es uno de los lugares favoritos de los que practican el kayak; y con kilómetros y kilómetros de aguas menos turbulentas, atrae todos los años a miles aficionados al rafting. Dada la popularidad de ese deporte, hay varias tiendas de reconocida fama en la zona. Kyle había encontrado una de ellas cerca de la ciudad de Beckley.
La primera noche se encontraron en un motel. Joey, Kyle y otros cuatro miembros de la hermandad Beta. Se bebieron dos cajas de cerveza para celebrar que era Cuatro de Julio y, al día siguiente, se despertaron con una buena resaca. Naturalmente, Kyle se mantuvo fiel a su Coca-Cola Light y se despertó dando vueltas a los insondables misterios de la Ley de Concursos y Quiebras. Le bastó con echar una sola ojeada a sus amigos para sentirse orgulloso de su condición de abstemio.
Su guía era un tipo de la localidad, bastante rústico, llamado Clem, y tenía unas cuantas normas de obligado cumplimiento a bordo del bote neumático de seis metros que constituía su modo de vida. El chaleco salvavidas y el casco eran imperativos. Prohibido fumar, sin excepciones, y también el alcohol a bordo mientras navegaran. Cuando bajaran a tierra, para comer o pasar la noche, podrían beber cuanto quisieran. Clem contó diez cajas de cerveza y se dio cuenta de la magnitud del problema al que se enfrentaba. La primera mañana transcurrió sin incidentes. El sol calentaba, y la tripulación parecía abatida, casi doliente. Por la tarde se encontraron con las primeras turbulencias y empezaron a saltar. A las cinco estaban todos hechos polvo, de modo que Clem encontró un banco de arena junto a la orilla y desembarcaron para pasar la noche. Después de tomarse todos unas cuantas cervezas —incluida una para Clem— levantaron cuatro tiendas y el campamento. El guía preparó unos cuantos chuletones a la plancha y, después de cenar, salieron todos a explorar.
Kyle y Joey siguieron el curso del río durante poco más de medio kilómetro y, cuando estuvieron seguros de que nadie podía verlos ni escucharlos, se sentaron en un tronco con los pies en el agua.
—Vamos, suéltalo —dijo Joey, yendo directamente al grano.
Kyle llevaba meses dando vueltas a aquella conversación. Aborrecía la idea de amargarle la vida a su amigo, pero había llegado a la conclusión de que no le quedaba otro remedio que contarle la verdad. Toda la verdad. Justificó su decisión convenciéndose de que él querría que así fuera si la situación hubiera sido la contraria. Si Joey hubiera sido el primero en ver el vídeo y en enterarse del peligro que entrañaba, él habría querido saberlo. Pero la razón principal, la que hacía que se sintiera profundamente egoísta, era que necesitaba ayuda. Había trazado el borrador de un plan, pero resultaba demasiado para él solo, especialmente con Bennie Wright acechando en la sombra. Su plan tanto podía no llevar a ninguna parte como resultar peligroso. En cualquier caso, podía ser rechazado de plano sin más por Joey. El primer paso involucraba a Elaine Keenan.
Joey escuchó, cautivado y en silencio, el detallado relato de Kyle de su primer encuentro con el hombre conocido como Bennie Wright. Ya estaba bastante sorprendido después de haberse enterado de la existencia de la grabación de vídeo, pero se horrorizó de veras al enterarse del chantaje. La idea de que una chica a la que apenas recordaba pudiera acusarlo de violación y aportar la prueba que lo demostraba lo llenó de pánico.
Kyle se lo explicó todo salvo los pormenores de la demanda. Todavía no había superado el examen para colegiarse y recibido su licencia para ejercer, pero había firmado con Scully & Pershing y sentía la obligación ética de proteger al bufete. Sin duda era una estupidez a la luz de lo que iba a tener que hacer; pero, por el momento, su carrera no tenía tacha alguna, y se sentía satisfecho de su actitud.
La primera reacción de Joey fue la de negar vehementemente haber mantenido cualquier contacto con Elaine, pero Kyle lo sacó del engaño.
—Sales en el vídeo —le dijo con la mayor simpatía posible—. Se te ve y se te oye. Te tiras a una chica que está medio inconsciente. Primero lo hace Baxter, y después tú. Yo lo vi en una pantalla de ordenador de doce pulgadas, pero si llega a juicio lo proyectarán en pantalla grande y será como estar en el cine, de modo que el jurado y todos los que lo vean no tendrán la menor duda de que se trata de ti. Lo siento, Joey, pero sales en ese condenado vídeo.
—¿Se me ve totalmente desnudo?
—Para nada. ¿No te acuerdas?
—Fue hace cinco años, Kyle, y he hecho todo lo posible por olvidarlo.
—Pero ¿lo recuerdas?
—Sí, claro —contestó Joey, muy a pesar suyo—, pero no hubo ninguna violación. ¡Qué demonios, la idea del sexo fue de ella!
—Eso no queda claro en el vídeo.
—Bueno, pues en ese vídeo no salen unos cuantos detalles importantes. Primero, cuando la pasma apareció, todos salimos corriendo. Baxter y yo nos escondimos en el apartamento de al lado, el de Theo, donde tenían montada una fiesta un poco más tranquila. Elaine estaba allí, ciega de todo, como de costumbre, y pasándolo en grande. Nos quedamos un rato, mientras esperábamos que la policía se largara. Entonces, Elaine me dijo que le apetecía que volviéramos a nuestro apartamento para montarnos una «sesión», como le gustaba llamarlo, una «sesión» con Baxter y conmigo. Así era ella, Kyle: siempre en busca de sexo. Era la tía más fácil de Duquesne. Todo el mundo lo sabía. Era muy mona y muy fácil.
—Lo recuerdo bien.
—Nunca he conocido a una chica tan promiscua y tan agresiva. Por eso nos quedamos de una pieza cuando dijo que se había tratado de una violación.
—Y también por eso la policía no investigó más.
—Exacto, y hay algo más, otro pequeño detalle que no sale en el vídeo. La noche antes de la fiesta, tú, Alan y otros más fuisteis al partido de los Pirates, ¿verdad?
—Sí.
—Pues Elaine estaba en el apartamento, lo cual no suponía ninguna novedad, y nos montamos un trío. Ella, Baxter y yo. En cambio, veinticuatro horas más tarde, en el mismo apartamento, con los mismos tíos, con lo mismo todo, se desmaya y cuando despierta decide que ha sido una violación.
—No me acordaba de eso.
—No fue nada especial, al menos hasta que empezó a gritar «¡violación!». Baxter y yo hablamos del asunto y decidimos mantener la boca cerrada, no fuera que Elaine dijera que la habían violado dos veces. Sin embargo, cuando la policía empezó a presionarnos se lo contamos. Fue entonces cuando recogieron sus cosas y se largaron. Caso cerrado. Ninguna violación.
Una pequeña tortuga apareció nadando y se detuvo junto a un tronco, como si los estuviera mirando. Ellos la miraron a su vez y durante un rato no dijeron nada.
—¿Alan y Baxter saben algo de este asunto? —preguntó Joey, al fin.
—No, todavía no. Bastante me ha costado contártelo a ti.
—Pues gracias por nada.
—Lo siento. Necesito un amigo.
—¿Para hacer qué?
—No lo sé. En estos momentos aunque solo sea para hablar.
—Y esos tipos, ¿qué quieren de ti?
—Es muy sencillo. El plan es utilizarme como espía en el bufete al que me voy a incorporar, para que les proporcione material secreto que la otra parte pueda utilizar para ganar una gran demanda.
—Bastante sencillo, desde luego. ¿Y qué pasa si te descubren?
—Pues que me expulsarán del Colegio, me juzgarán y me condenarán a cinco años de cárcel en una prisión del estado, no federal.
—¿Eso es todo?
—Puedes añadir la ruina económica y humillado. La lista es larga.
—Necesitas algo más que amigos.
La tortuga se arrastró por la arena y se metió entre las raíces de un tronco muerto.
—Será mejor que volvamos —dijo Kyle.
—Tenemos que hablar un poco más de esto —contestó Joey—. Deja que le dé unas vueltas.
—Vale. Volveremos a escabullimos más tarde.
Remontaron el río hasta el campamento. El sol se había puesto tras las montañas, y la noche se acercaba rápidamente. Clem avivó las brasas del fuego y añadió algunos troncos. Los miembros del grupo se reunieron en torno a la fogata, abrieron unas cervezas y empezaron a charlar. Kyle preguntó si alguien tenía noticias de Baxter. Al parecer, corría el rumor de que su familia lo había encerrado en una clínica de rehabilitación de alta seguridad, pero no estaba confirmado. Hacía ya tres semanas que nadie sabía nada de él. Estuvieron contando anécdotas de Baxter durante un buen rato, demasiado.
Joey estaba extrañamente callado y visiblemente preocupado.
—¿Tienes problemas con alguna chica? —le preguntó Clem en un momento dado.
—No, solo estoy adormilado. Eso es todo.
A las nueve y media todos estaban bastante adormilados. La cerveza, el sol, el trajín del día y la cena habían acabado pasándoles factura. Cuando Clem concluyó su tercer mal chiste consecutivo, ya estaban todos listos para meterse en sus respectivos sacos de dormir. Kyle y Joey compartían tienda y, mientras inflaban su colchoneta, oyeron a Clem que avisaba:
—¡Aseguraos de que no haya serpientes en las tiendas!
Entonces lo oyeron reír y dieron por sentado que se trataba de otra broma. Diez minutos más tarde, les llegaron sus ronquidos. El murmullo del río no tardó en dormir a todo el mundo.
A las tres y veinte de la madrugada, Kyle miró el reloj. Después de tres agotadoras semanas preparando el examen del Colegio, sus noches eran erráticas, y el hecho de que estuviera durmiendo prácticamente en el suelo no ayudaba precisamente.
—¿Estás despierto? —preguntó Joey, entre susurros.
—Sí, y doy por hecho que tú también.
—Es que no puedo dormir. Vayamos a algún sitio a hablar.
Abrieron con cuidado la cremallera de la entrada de la tienda y se alejaron del campamento. Kyle encabezó la marcha, iluminándose con una linterna y teniendo cuidado por si se topaba con alguna serpiente. El sendero los condujo hacia un camino rocoso y al cabo de unos minutos de trepar con prudencia se detuvieron cerca de un peñasco. Kyle apagó la linterna, y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.
—Descríbeme lo que sale en ese vídeo una vez más —le pidió Joey.
Puesto que Kyle lo tenía grabado en la memoria hasta el último detalle, no le supuso ningún esfuerzo recordarlo: las horas exactas, la ubicación de la cámara, las personas involucradas, la llegada de la policía y la presencia de Elaine Keenan. Joey, igual que antes, lo escuchó todo sin abrir la boca.
—De acuerdo, Kyle —dijo finalmente—. Llevas viviendo con este asunto desde febrero y has tenido tiempo sobrado para pensar. En cambio, el que no piensa con claridad en estos momentos soy yo, así que vas a tener que decirme qué deberíamos hacer.
—La gran decisión ya está tomada. He sido oficialmente contratado por Scully & Pershing y, tarde o temprano, tendré que empezar a hacer el trabajo sucio. De todas maneras, hay dos cosas que quiero que sepas. La primera se refiere a Elaine. Sé dónde se encuentra, pero lo que me gustaría saber es qué clase de persona es ahora, si es capaz de volver a revivir toda esta mierda o si ha sabido seguir adelante, si tiene una nueva vida o si sigue viviendo en el pasado. Según Bennie, se ha buscado un abogado y reclama justicia. Puede que sea verdad o puede que no. Me gustaría averiguar la verdad.
—¿Por qué?
—Porque Bennie es mentiroso por naturaleza. Me parece importante que sepamos si Elaine sigue furiosa con nosotros por lo ocurrido o si espera conseguir dinero de todos, especialmente de Baxter. Es algo que podría tener consecuencias en el trabajo que voy a hacer en ese bufete.
—¿Y dónde está Elaine?
—Vive en Scranton, pero eso es todo lo que sé. Por dos mil dólares podríamos contratar un detective privado que la investigara. Estoy dispuesto a pagarlo de mi bolsillo, pero no puedo organizado porque me vigilan constantemente.
—Y quieres que me encargue yo, ¿no?
—Sí, pero tienes que ir con cuidado. Nada de llamadas telefónicas ni correos electrónicos. Sé de un investigador bastante bueno de Pittsburg que tiene su despacho cerca del tuyo. Te daré el dinero, y tú se lo entregarás para que empiece a husmear y nos entregue un informe sin que nadie se entere.
—¿Y luego qué?
—Quiero saber quién es Bennie Wright y para quién trabaja.
—Pues te deseo buena suerte.
—Ya sé que no va a ser fácil. Puede que trabaje para un bufete competidor o para uno de los clientes implicados en la demanda. También es posible que lo haga para una operación de los servicios de información, ya sean nacionales o extranjeros. Si voy a verme obligado a espiar, me gustaría saber para quién va a ser.
—Eso puede ser muy peligroso.
—Seguro, pero puede hacerse.
—¿De qué manera?
—Todavía no lo he pensado.
—Estupendo, y supongo que tendré un papel que desempeñar en ese plan que todavía no has ideado.
—Necesito ayuda, Joey. No tengo a nadie más con quien contar.
—Y yo tengo una idea mejor: ¿por qué no te presentas ante el FBI y se lo cuentas todo de cabo a rabo, especialmente lo del tipejo ese que te está haciendo chantaje para que robes los secretos de tu bufete?
—Ya he pensado en eso, créeme. He dedicado horas y más horas dando vueltas a esa posibilidad, pero no es buena idea. No me cabe duda de que Bennie utilizará el vídeo. Enviará una copia a la policía de Pittsburg, una copia a Elaine y otra a su abogado con instrucciones detalladas de cómo utilizarlo para causarme el mayor daño posible a mí, a ti, a Alan y especialmente a Baxter. Luego, lo colgará en internet, y ese vídeo entrará a formar parte de nuestra vida. ¿Quieres que Blair se entere de todo?
—No.
—Ese tipo es implacable, Joey. Se trata de un profesional, de un espía de empresas que cuenta con un presupuesto ilimitado y con todo el personal que necesita para hacer lo que le dé la gana. Estoy seguro de que nos vería arder en el infierno mientras se ríe desde algún lugar donde el FBI no puede tocarlo.
—Un tipo realmente encantador. Yo que tú lo dejaría en paz.
—No voy a cometer ninguna estupidez, Joey. Escucha, hay bastantes posibilidades de que pueda salir sin daño de todo esto. Cumpliré con mi parte del trabajo sucio durante unos años y, cuando deje de ser útil, Bennie desaparecerá. Para entonces, habré violado todos los principios éticos de la profesión e infringido demasiadas leyes para que pueda acordarme de todas; sin embargo, no me habrán cogido.
—Eso suena espantoso.
Y era bien cierto. Kyle escuchaba sus propias palabras y se asombraba ante la locura que suponían y por lo siniestro del futuro que lo aguardaba.
Conversaron un par de horas, hasta que el cielo empezó a clarear. Ninguno de los dos habló de volver a la tienda. Se estaba más fresco en lo alto del risco.
El Joey de antes se habría puesto en pie, listo para enfrentarse a lo que fuera; pero el nuevo era mucho más prudente. Tenía una boda en la que pensar, un futuro junto a su amada Blair. Incluso se habían comprado una casa entre los dos, y él, sin ningún tipo de rubor, aseguraba que estaba disfrutando decorándola. ¡Joey Bernardo, decorando!
El desayuno consistió en huevos fritos, acompañados de salsa picante, beicon y cebolla frita. Clem lo preparó en el fuego mientras el grupo desmontaba las tiendas y cargaba la lancha. A las ocho ya estaban navegando, dejándose llevar tranquilamente por el New River sin ningún destino en particular.
Después de llevar un mes en la ciudad, Kyle saboreó el aire fresco y los espacios abiertos. Envidiaba a Clem, el tipo rústico y despreocupado de las montañas que ganaba poco y necesitaba aún menos, que llevaba veinte años trabajando en aquellos ríos y disfrutando cada minuto de ese tiempo. ¡Qué ida tan sencilla! Kyle se la hubiera cambiado al instante.
La idea de regresar a Nueva York lo ponía enfermo. Estaban a 6 de julio. Le faltaban tres semanas para el examen, y solo dos meses para entrar a trabajar en Scully & Pershing.