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Kyle se sintió aliviado cuando su madre no contestó al teléfono. Había esperado hasta que fueran casi las once de la mañana del sábado para llamar, y dejó un amable mensaje diciendo que estaba de paso y que le habría gustado pasar a saludarla. O bien estaba durmiendo o bajo los efectos de los medicamentos. Si por el contrario tenía un buen día estaría en su estudio, entregada por completo a la creación de las obras de arte más horribles nunca vistas en una exposición. Las visitas a su madre le resultaban poco agradables. Ella nunca abandonaba su loft, de manera que las propuestas para salir a cenar o a comer siempre eran rechazadas. Cuando la medicación que tomaba le sentaba bien, se dedicaba a parlotear sin cesar sobre sus creaciones mientras obligaba a Kyle a admirarlas; cuando no, permanecía tumbada en el sofá con los ojos cerrados, desaliñada y sin haberse duchado, inconsolable en su depresión. Ella casi nunca le preguntaba por su vida —la universidad, las notas, las chicas o sus proyectos para el futuro— porque estaba demasiado ensimismada en su pequeño y triste universo. Las hermanas de Kyle también procuraban mantenerse alejadas de York.

Dejó el mensaje en el contestador mientras salía de la ciudad y confió en que ella no devolviera la llamada. Su madre no lo hizo ni entonces ni después, lo cual no tenía nada de raro. Cuatro horas más tarde, Kyle se encontraba en Pittsburg. Joey Bernardo tenía entradas para el partido de jockey del sábado por la noche entre los Penguins y los Senators. Tres entradas, no dos.

Se encontraron en The Boomerang, su bar favorito de sus días de instituto. Después de haber dejado la bebida, Kyle solía evitar ese tipo de antros, pero no Joey. Mientras conducía hacia Pittsburg, había confiado en poder pasar un rato tranquilo con su viejo amigo, pero no iba a ser así.

La tercera entrada era para Blair, la novia con la que Joey iba a casarse próximamente. Cuando los tres se acomodaron en uno de los estrechos reservados del bar, Joey empezó a hablar sin parar de su noviazgo y de los planes de boda. Los dos estaban visiblemente enamorados y parecían ajenos a cualquier otra cosa que no fuera su romance. Se sentaron muy juntos, cogidos de la mano y no dejaron de hacerse carantoñas. Kyle no tardó en sentirse fuera de lugar. ¿Qué había sido de su amigo? ¿Dónde estaba el viejo Joey, el chico duro de Pittsburg, hijo de un capitán de bomberos, buen boxeador y con un insaciable apetito de chicas, el sarcástico bromista que decía que las mujeres eran objetos de usar y tirar, el chaval que había jurado que no se casaría antes de los cuarenta?

Blair lo había convertido en un corderito. Kyle estaba estupefacto ante la transformación de su amigo.

Al final, se cansaron de hablar de la boda y de sus planes para la luna de miel y la conversación pasó a centrarse en sus respectivos trabajos. Blair, una máquina parlante que empezaba todas sus frases con «yo» o «mi», trabajaba en una agencia de publicidad y pasó demasiado tiempo explayándose sobre las estrategias de marketing de su empresa. Joey escuchó con arrobo cada una de sus palabras mientras Kyle hacía un esfuerzo por fingir interés y por no mirar el reloj que colgaba de la pared; sin embargo, no pudo evitar que su mente volviera al asunto del vídeo.

«¿Está despierta?», preguntaba Joey mientras Baxter se cepillaba a una Elaine peligrosamente borracha.

—Blair viaja a menudo a Montreal —comentó Joey, y ella se lanzó a parlotear sobre la ciudad y lo bonita que era. ¡Estaba aprendiendo francés!

«¿Está despierta?»

Joey, sentado allí, con la mano bajo la mesa, acariciando sin duda el muslo de Blair, no tenía la menor idea de que existiera semejante vídeo. ¿Cuándo había sido la última vez que Joey había pensado siquiera en aquel incidente? ¿Lo habría olvidado por completo? ¿De qué le serviría a Kyle sacarlo nuevamente a la luz?

Cuando la policía dio un discreto carpetazo al expediente de la violación de Elaine, los miembros de la hermandad Beta también lo enterraron. Durante sus dos últimos años de estancia allí, Kyle no recordaba que hubieran hablado ni una sola vez del incidente.

Si Bennie Wright y sus hombres habían estado husmeando por Pittsburg y Duquesne en las últimas semanas, Kyle quería saberlo. Quizá Joey hubiera visto u oído algo. O quizá no; no parecía que Joey se enterara de nada que no tuviera que ver con Blair.

—¿Has hablado con Baxter últimamente? —le preguntó Kyle cuando Blair hizo una pausa para tomar aire.

—Al menos no desde hace más de un mes —respondió Joey, sonriendo traviesamente—. Al final, consiguió un papel en una película.

—¿Lo dices en serio? Pues no me contó nada.

Blair soltó una risita de colegiala porque, obviamente, sabía el resto de la historia.

—Eso es porque no quería que te enteraras —dijo Joey.

—Debe de ser una gran película.

—¿Qué quieres que te diga? Una noche se emborrachó y me llamó para decirme que había hecho su primera aparición. Por cierto, parece que ha dejado la bebida. El caso es que se trataba de una película de serie Z para la televisión por cable que iba de una chica que encontraba una pierna humana en la playa y se pasaba el resto de la película teniendo pesadillas de que la perseguía un asesino de una sola pierna.

—¿Y qué papel hacía el gran Baxter?

—La verdad es que tienes que fijarte mucho para verlo. Hay una escena en la que la poli está mirando el mar, seguramente buscando el resto del cuerpo, aunque no queda claro. Es el tipo de película que tiene un montón de lagunas. El caso es que uno de los ayudantes del sheriff se le acerca y le dice: «Señor, estamos bajos de gasolina». Pues esa es nuestra estrella.

—¿Baxter hace de ayudante de policía?

—Sí, y lo hace bastante mal. Solo tiene que decir una frase, y la dice igual que un novato en su primera obra de teatro del colegio.

—¿Estaba sobrio?

—Quién sabe…, pero yo diría que sí. De haber estado borracho, habría hecho el papel a la perfección.

—Estoy impaciente por verlo.

—No lo hagas y no le digas que te lo he contado. Me llamó al día siguiente para suplicarme que no viera la película y amenazándome si lo hacía. Está hecho polvo.

Aquel comentario hizo que Blair se acordara de unas amigas que conocían a alguien «de por ahí» que había acabado trabajando de rebote en una serie de televisión. Kyle sonrió y asintió mientras desconectaba mentalmente. De los tres compañeros de piso, Joey era el único en situación de ayudarlo, suponiendo que tal cosa fuera posible. Baxter Tate necesitaba urgentemente una cura de desintoxicación, y Alan Strock estaba totalmente ocupado con la facultad de Medicina de Ohio y era, de los cuatro, el que tenía menos probabilidades de verse involucrado.

Era Joey quien más se jugaba porque aparecía en la grabación, primero preguntando en voz alta si Elaine estaba dormida mientras Baxter se la beneficiaba y después ocupando su lugar. Además, había empezado a trabajar en un despacho de corredores de bolsa y le esperaba un rápido ascenso. Estaba locamente enamorado de Blair, y el menor comentario acerca de una antigua acusación de violación podía hundir su perfecta vida.

Por otra parte, Kyle tenía la sensación de que estaba pagando por Joey. No le había puesto la mano encima a Elaine aquella noche, pero era su vida y su carrera las que se hallaban en manos de Bennie Wright, lo mismo que el maldito vídeo. ¿Acaso no le correspondía a Joey saber todo aquello?

Pero Kyle no estaba seguro de que ese fuera el momento para soltarle el bombazo. Si aceptaba el trabajo de Scully & Pershing y cumplía con lo que Wright esperaba de él, era muy posible que el vídeo quedara definitivamente olvidado.

Unas horas más tarde, durante uno de los intermedios del partido y mientras Blair había ido al lavabo, Kyle le sugirió que se vieran el domingo para desayunar. Le dijo que tenía que marcharse de la ciudad temprano y le preguntó si podían charlar un rato sin que estuviera Blair.

Se encontraron en un sitio especializado en bagels que no existía cuando Kyle iba a Duquesne. Blair seguía durmiendo en alguna parte, y Joey reconoció que necesitaba darse un respiro. Kyle la llamó «una chica encantadora» más de una vez y le dolió tener que mentir a su amigo porque no imaginaba que este pudiera querer pasar el resto de su vida junto a semejante tostón. Eso sí, debía reconocer que tenía unas piernas preciosas, justo como le gustaban a Joey.

Hablaron largo y tendido sobre Nueva York, cómo sería la vida en un gran bufete, el ritmo de la gran ciudad, los equipos, los amigos que tenían allí y demás. Al final, Kyle llevó la conversación a la hermandad Beta y estuvieron un rato recordando los viejos tiempos, riéndose de las tonterías que hacían y de las fiestas que montaban. Ahora ya habían cumplido los veinticinco y estaban muy lejos de las locuras de sus primeros años universitarios. Rieron de buena gana con la nostalgia y en varias ocasiones el «incidente Elaine» estuvo a punto de salir a la superficie, esperando la pregunta oportuna, pero Joey no la formuló y acabó olvidado.

Cuando se despidieron, Kyle estaba convencido de que su amigo había enterrado el episodio para siempre, y lo que era más importante: que nadie se lo había recordado recientemente.

Condujo hacia el norte por la Interestatal 80 y después giró hacia el este. Nueva York no estaba lejos, ni en tiempo ni en distancia. Le quedaban unas cuantas semanas más de agradable vida académica; luego, dos meses para preparar los exámenes del Colegio de Abogados y, a primeros de septiembre, se presentaría para trabajar en el bufete más importante del mundo. Allí se encontraría con cientos de abogados salidos de las mejores facultades del país, todos preparados y pulcros con sus trajes nuevos, todos impacientes por empezar cuanto antes sus brillantes carreras.

Kyle se sentía cada día más solo.

Pero no lo estaba, ni remotamente. Sus movimientos por York y Pittsburg fueron seguidos de cerca por Bennie Wright y su gente. Un transmisor del tamaño de un paquete de cigarrillos estaba escondido en el parachoques del jeep de Kyle, bajo capas de barro y suciedad, y mandaba una señal de GPS que permitía localizar el vehículo allí donde fuera. Desde sus oficinas en la parte baja de Manhattan, Bennie sabía exactamente dónde se hallaba su presa. La visita de Kyle a casa no le había sorprendido, pero su encuentro con Bernardo le había parecido mucho más interesante.

A Bennie no le faltaban artilugios de todo tipo, algunos de alta tecnología y otros más sencillos, y todos eran muy efectivos porque seguía a simples civiles y no a espías de verdad. El espionaje corporativo resultaba mucho más fácil que el militar o el de seguridad nacional.

Hacía tiempo que habían pinchado el móvil de Kyle y que escuchaban todas sus conversaciones. El joven todavía no había mencionado a nadie su apurada situación por teléfono. También escuchaban a Olivia y a Mitch, su compañero de piso; pero, hasta ese momento, sin resultados.

Otros intentos habían resultado un poco más complicados. Uno de sus hombres había cenado en Víctor, en una mesa situada a escasos metros de la de Kyle y su padre, pero no había conseguido oír nada. Otro había logrado sentarse dos filas por detrás durante el partido de los Penguins, pero había sido un esfuerzo inútil. Sin embargo, en The Boomerang, una rubia de veintiséis años vestida con unos vaqueros ajustados, una de las estrellas de Bennie, se las había apañado para instalarse en el reservado vecino al que ocupaban Kyle, Blair y Joey. Estuvo un par de horas tomando cerveza y leyendo un libro para acabar informando de que la chica había hablado sin parar para no decir nada.

En términos generales, Bennie estaba contento con la actitud de Kyle. Este había renunciado de golpe a prestar servicios de asesoría legal en Virginia; a continuación, había ido a Nueva York para confirmar su puesto en Scully & Pershing y se veía cada vez menos con Olivia, lo cual demostraba que su relación no iba a ninguna parte.

Sin embargo, el viaje a Pittsburg lo inquietaba. ¿Se habría confesado Kyle con su amigo? ¿Sería Alan Strock el siguiente? ¿Planeaba ponerse en contacto también con Baxter Tate?

Bennie escuchaba y esperaba. Había alquilado un amplio espacio de oficinas en Broad Street, a dos manzanas de Scully & Pershing. La propietaria del edificio era Fancher Group, una empresa de servicios financieros domiciliada en las Bermudas. Su agente en Nueva York se llamaba Aaron Kurtz, también conocido como Bennie Wright y por otros mil nombres más, todos ellos con la debida documentación para acreditar su identidad. Desde su observatorio, Bennie podía contemplar Broad Street simplemente mirando por la ventana. En unos meses estaría en situación de ver a su hombre, a Kyle, entrando y saliendo de su lugar de trabajo.