5

Kyle echó un vistazo al reloj. Sentía que le habían quitado un enorme peso de los hombros, y volvía a respirar normalmente. Era más de medianoche. Contempló a Wright —aunque quizá no fuera ese su nombre— y le entraron ganas de sonreírle, incluso de abrazarlo por no ser un poli de Pittsburg y por no haber presentado ninguna acusación. No habría arresto alguno, no habría juicio ni la correspondiente humillación. Solo por eso, Kyle se sentía eufórico. Pero, al mismo tiempo, sentía ganas de saltar por encima de la mesa y partirle la cara con toda la fuerza de la que era capaz, arrojarlo al suelo y darle patadas hasta que dejara de moverse.

Sin embargo, se abstuvo de ambas ideas. Wright estaba en forma y seguramente había sido debidamente entrenado para cuidar de sí mismo. Además, no era la clase de persona que uno querría abrazar. Se apoyó en el respaldo de su asiento, cruzó las piernas y se relajó por primera vez desde hacía horas.

—Bueno, ¿y cuál es su verdadero nombre? —preguntó.

Wright estaba sacando un bloc de notas sin estrenar para una nueva sesión y escribió la fecha en una esquina.

—Será mejor que no perdamos el tiempo en preguntas frívolas, ¿no le parece, Kyle?

—Vaya, ¿por qué no? ¿Ni siquiera puede decirme cómo se llama?

—Quedémonos por el momento con «Bennie Wright», ¿vale? La verdad es que carece de importancia porque nunca sabrá mi verdadero nombre.

—Esto me gusta. Es como la mierda que sale en las películas de espías y todo eso. Tengo que decir que son ustedes muy buenos. Me han tenido convencido y con un nudo en el estómago durante un montón de horas. Es más, ya estaba buscando un puente lo más alto posible desde donde tirarme. Le aseguro que los odio a todos ustedes y que no me olvidaré de esto.

—Si se callase podríamos entrar en materia.

—¿Puedo largarme de aquí ahora mismo?

—Desde luego.

—¿Y nadie me lo impedirá, ninguno de esos falsos agentes del FBI?

—Nadie se lo impedirá. Es usted un hombre libre.

—Vaya, muchas gracias.

Pasó casi un minuto sin que nadie dijera nada. Los fieros ojillos de Wright no dejaron de observar a Kyle; y este, a pesar de intentarlo, fue incapaz de sostenerle la mirada. Agitó nerviosamente el pie y tamborileó sobre la mesa mientras paseaba la vista por la habitación. En su mente imaginó cientos de situaciones posibles, pero en ningún momento se le ocurrió la idea de marcharse.

—Hablemos de su futuro, Kyle —dijo Wright al fin.

—Pues claro. Ahora que sé que no me van a detener, mi futuro sin duda ha mejorado.

—Ese trabajo que ha escogido, lo de Piedmont Legal Aid, ¿por qué quiere pasar unos cuantos años salvando el mundo?

—No lo vea de esa manera. En Virginia hay un montón de trabajadores inmigrantes, la mayoría de los cuales son ilegales y sufren todo tipo de abusos. Viven en cajas de cartón, comen arroz dos veces al día, ganan dos dólares la hora y a menudo ni siquiera se les paga por deslomarse. Así pues, se me ocurrió que no les vendría mal un poco de ayuda.

—Sí, pero ¿por qué?

—Porque supone ejercer el Derecho en beneficio público. Está claro que usted no lo entiende. Estoy hablando de abogados que dedican su tiempo a ayudar a los demás. Eso es algo que nos enseñan en la facultad, y algunos de nosotros creemos en ello.

Wright estaba impresionado.

—Hablemos de Scully & Pershing.

—¿Qué pasa con ellos? Estoy seguro de que usted ya habrá hecho todas las averiguaciones pertinentes.

—¿Le ofrecieron un trabajo?

—Así es.

—¿Para empezar cuándo?

—El 2 de septiembre de este año. En julio pasaré el examen del Colegio de Abogados, de modo que empezaría a trabajar en septiembre.

—¿En condición de abogado junior?

—No, si le parece como socio de pleno derecho. ¡Vamos Bennie, ya conoce usted la rutina!

—No se enfade, Kyle, todavía nos queda mucho camino por recorrer.

—Ya veo. Y deberíamos cooperar y ser amiguetes porque nos une un proyecto común. Usted y yo, ¿no, Bennie? Como un par de viejos amigos. ¿Quiere decirme adonde demonios nos lleva todo esto?

—Nos lleva a Nueva York y a Scully & Pershing.

—¿Y qué pasa si no quiero trabajar allí?

—No tiene demasiadas opciones.

Kyle apoyó los codos encima de la mesa y se restregó los ojos. La mesa era estrecha, de modo que sus rostros estaban apenas a medio metro de distancia el uno del otro.

—¿Ya ha dicho que no a Scully & Pershing? —quiso saber Wright.

—Doy por hecho que ya conoce la respuesta a esa pregunta porque doy por hecho que llevan ustedes bastante tiempo espiando mis conversaciones telefónicas.

—No todas.

—Usted es un vulgar matón.

—Los matones se dedican a romper piernas y todo eso. Nosotros somos mucho más listos.

—No. No he dicho que no a Scully & Pershing, pero sí les he explicado que estoy interesado en dedicarme durante un tiempo al ejercicio de la abogacía en interés público. Hemos hablado de un contrato aplazado y ellos me han dado un poco más de tiempo para que reflexione. De todas maneras, es cierto que debo tomar una decisión.

—O sea, que todavía están interesados en usted.

—Sí.

—¿Con un sueldo inicial de doscientos mil dólares?

—Más o menos. Seguro que ya conoce los números.

—Es uno de los mayores y más prestigiosos bufetes del mundo, ¿no?

—El más grande. Al menos eso es lo que no se cansan de repetir.

—Un bufete de primera fila, clientes importantes y socios ricos con contactos en todas partes… Vamos, Kyle, es el tipo de oferta por la que cualquier estudiante de Derecho sería capaz de matar. ¿Por qué no le interesa?

Kyle se puso en pie, caminó hasta la puerta, volvió y fulminó a Wright con la mirada.

—A ver si me aclaro. Usted quiere que yo acepte el ofrecimiento de Scully & Pershing por motivos que estoy seguro de que irán en contra de mis intereses, y si digo que no, entonces ustedes me chantajearán con el vídeo y una denuncia por violación, ¿no es así? Los tiros van por ahí, ¿verdad, Bennie?

—Más o menos, pero «chantaje» es una palabra muy fea.

—Estoy seguro de que es usted muy sensible, Bennie, y que no quiere ofender a nadie; pero se trata de chantaje o de extorsión. Llámelo como quiera. Un delito es un delito, y usted sigue siendo un vulgar matón.

—¡Cállese y deje de llamarme «matón»!

—Podría acudir mañana mismo a la policía y hacer que lo enchironaran por usurpar la identidad de un agente de la ley y por intento de chantaje.

—Eso no ocurrirá.

—Yo puedo hacer que ocurra.

Wright se levantó lentamente y, durante un escalofriante segundo, hizo un gesto como si fuera a golpear a Kyle. Pero entonces lo señaló con el dedo y le dijo:

—No es usted más que un crío que se llena la boca con grandes conceptos legales. ¿Quiere acudir a la policía? Adelante, hágalo. Siga con sus teorías de manual sobre lo que está bien y lo que está mal, ¿y sabe lo que pasará, Kyle? Pues que no me volverá a ver más. Los tipos que había al otro lado del pasillo, los falsos agentes del FBI, ya no están. Se han ido todos sin dejar rastro. Se han desvanecido para siempre, y yo no tardaré en ir a ver a la abogada de Elaine Keenan para mostrarle el vídeo, comprobar una vez más el valor de la fortuna de los Tate y darle la dirección y el teléfono de usted, de Alan Strock, y de Joey Bernardo. Ah, y también la animaré para que vaya a ver al fiscal de Pittsburg. Antes de que usted se haya dado cuenta, Kyle, la situación habrá escapado a su control. Puede que se presenten cargos contra usted o puede que no. Pero, créame, este asunto lo destruirá.

—¿Dónde está Elaine? ¿La tiene encerrada en un zulo o algo así?

—Eso carece de importancia. Lo que cuenta es que tenemos razones suficientes para creer que está convencida de que fue violada en ese apartamento de ustedes.

—No me diga.

—Esa chica es una bomba, Kyle, y esa grabación puede hacerla estallar. Le quedan a usted siete años, siete años preocupándose de si explotará o no.

Wright volvió a sentarse y a tomar notas mientras Kyle se sentaba en el borde de la cama, frente al espejo.

—La situación podría ponerse muy fea —continuó diciendo Wright—. Piénselo, Kyle. El mejor estudiante de la facultad de Derecho de Yale detenido y acusado de violación. Los grupos feministas pidiendo a gritos sus pelotas y las de los otros tres. El vídeo colgado en internet. Un juicio implacable que puede acabar con una sentencia de cárcel. Toda una vida echada a perder…

—¡Cállese!

—No. Si cree que sus amenazas de tres al cuarto me preocupan, se equivoca. Hablemos de lo importante. Hablemos de enterrar ese vídeo para que nadie lo vea nunca más. ¿Qué tal le suena eso, Kyle?

En esos momentos sonaba condenadamente bien. Kyle se rascó el mentón.

—¿Qué quiere realmente?

—Quiero que acepte el trabajo que le han ofrecido en Scully & Pershing.

—¿Por qué?

—Vaya, parece que por fin llegamos a alguna parte, Kyle. Ahora sí que podemos hablar de negocios. Creía que nunca iba a preguntar «por qué».

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

—Porque necesito información.

—¡Fantástico! Eso lo explica todo. Muchas gracias.

—Atiéndame unos minutos, Kyle. Necesita usted que lo ponga en antecedentes. Hay dos gigantescas corporaciones que compiten entre ellas. Ambas valen miles de millones y se detestan mutuamente. Se han cruzado varias demandas, algunas muy feas, que han sido grandes espectáculos públicos en los que no ha habido un claro ganador. Al final, con el paso de los años, han aprendido a evitar los tribunales. Pero ahora se disponen a dirimir ante los juzgados la madre de todas las demandas. Se presentará dentro de unas semanas en un tribunal federal de la ciudad de Nueva York. Está en juego una cantidad que roza los ochocientos mil millones de dólares, y quien pierda es muy probable que no sobreviva. Se trata de una demanda muy sucia que para los abogados es como maná caído del cielo. Cada compañía utiliza los servicios de grandes bufetes de Wall Street, ¿y a que no lo adivina? Pues sí, sus respectivos bufetes se odian con la misma intensidad.

—No sabe lo impaciente que estoy por meter las narices en medio de todo eso.

—Pues eso es precisamente lo que va a hacer. Uno de los bufetes es Scully el otro, Agee, Poe & Epps.

—También conocido como APE[1].

—En efecto.

—Me hicieron una entrevista.

—¿Y le ofrecieron trabajo?

—Yo creía que usted lo sabía todo.

—Solo lo que necesito saber.

—El bufete no me acabó de convencer.

—Así me gusta. Ahora tendrá ocasión de que le convenza aún menos.

Kyle fue al cuarto de baño, abrió el grifo y se refrescó la cara y el cuello con agua fría. Luego, se quedó mirando su cara en el espejo durante un momento. «No te canses —se dijo—, olvídate de la fatiga y el miedo. Intenta verlas venir y procura descentrar a ese tipo, hacerlo tropezar.»

Volvió a sentarse a la mesa, frente a Wright.

—¿Dónde encontró el vídeo? —le preguntó.

—Kyle, Kyle, no perdamos el tiempo.

—Si ese vídeo va a ser presentado ante un tribunal, el propietario del móvil que incorporaba la cámara tendrá que declarar, y usted no podrá proteger su identidad hasta ese punto. ¿Está él al tanto de todo esto? ¿Se lo ha explicado usted? Es uno de mis compañeros de hermandad, y me juego lo que sea a que se negará a testificar en un juicio.

—¿A juicio? ¿Está usted dispuesto a ir a juicio? Un juicio siempre plantea la posibilidad de que haya una condena, lo cual significa la cárcel. Y para los chicos blancos y guapos acusados de violación, la cárcel no es un buen sitio.

—Apuesto algo a que ella no presentará cargos.

—No tiene usted nada que apostar, Kyle. Elaine necesita dinero, y si cree que puede arrancar un buen pellizco a Tate y otro poco al resto no lo dudará. Fíese de lo que le digo.

—De usted no me fiaría ni para que me lavara la ropa sucia.

—Ya basta de insultos. Lo que haremos será ir a ver a la abogada de Elaine y explicarle lo que tiene que hacer con todo detalle. O quizá ni siquiera nos molestemos y esta misma noche colgaremos en internet una versión ligeramente modificada de la grabación en la que dejaremos solo la fiesta. Luego se la mandaremos a todo el mundo, a su familia, a sus amigos y conocidos, a sus futuros empleadores, para que vean. Y después de eso colgaremos y distribuiremos la versión con la violación. Cuando Elaine lo vea, ese rostro suyo, Kyle, se convertirá en portada de los periódicos.

Lo cierto es que Kyle se quedó con la boca abierta y los hombros caídos. No se le ocurrió una rápida respuesta, pero el pensamiento que acudió a su mente fue el de recibir un tiro. Aquel tal Wright que tenía delante era un asesino implacable que trabajaba para una empresa con recursos ilimitados y una férrea determinación. Estaban dispuestos a destruirlo y hasta era posible que incluso lo asesinaran.

Como si le leyera la mente, Wright se acercó y dijo:

—Escuche, Kyle, no somos hermanitas de la caridad. Estoy cansado de volver todo el rato a lo mismo. No estoy aquí para negociar. Estoy aquí para dar órdenes. O bien sigue mis instrucciones o llamo al despacho y digo a mis colegas que acaben con usted.

—Es usted despreciable.

—Vale. Solo hago mi trabajo.

—¡Pues menuda mierda de trabajo!

—¿Le parece si seguimos hablando del que va a ser el suyo próximamente?

—No he estudiado Derecho para convertirme en espía.

—No lo llamemos «espionaje», Kyle.

—Entonces, dígame cómo hay que llamarlo, Bennie.

—Llámelo «transferencia de información».

—¡Y una mierda! Se trata de espionaje puro y duro.

—La verdad es que me da igual cómo lo llame.

—¿Qué clase de información?

—Cuando la demanda se ponga en marcha, habrá un montón de documentos, millones, puede que decenas de millones. ¿Quién sabe? Muchos documentos y muchos secretos. Calculamos que cada bufete destinará al caso un equipo de unos cincuenta profesionales, de los cuales puede que unos diez sean socios y el resto abogados junior. Usted estará en el departamento de Litigios de Scully & Pershing, de manera que tendrá acceso a gran cantidad de material.

—La seguridad en un bufete como ese no es para tomársela a la ligera.

—Lo sabemos, y nuestros expertos en seguridad son mejores que los de ellos. Nosotros escribimos las normas, Kyle.

—No me cabe duda. ¿Puedo preguntar sobre qué pleitean esas dos grandes empresas?

—Secretos, tecnología…

—Estupendo, muchas gracias. ¿Y tienen nombre?

—Busque en Fortune 500. Se lo iré diciendo a medida que vayamos avanzando.

—¿Quiere decir eso que usted va a formar parte de mi vida durante un tiempo?

—Digamos que soy su entrenador particular. Usted y yo pasaremos mucho tiempo juntos.

—Entonces lo dejo. Sí, pégueme un tiro porque no pienso espiar ni robar. En el momento en que salga de Scully & Pershing con un documento o un disco que se supone que no debo tener y se lo entregue a usted o a quien sea, habré infringido la ley y violado la mitad de los principios éticos de la profesión. Me expulsarán del Colegio de Abogados y me condenarán.

—Solo si lo descubren.

—Me descubrirán.

—No. Nosotros somos demasiado listos, Kyle. Esto es algo que ya hemos hecho otras veces. Así nos ganamos la vida.

—¿Su empresa se especializa en robar documentos?

—Llámelo «espionaje corporativo». Lo hacemos constantemente y somos muy buenos.

—Entonces, váyanse a chantajear a otro.

—No puede ser. Todo gira alrededor de usted, Kyle. Piénselo: usted acepta el trabajo que siempre ha deseado, con un sueldo de fábula y se va a vivir a tope a la gran ciudad. Ellos lo matarán a trabajar durante unos cuantos años, pero se lo recompensarán. Cuando haya cumplido los treinta se habrá convertido en socio adjunto del bufete y ganará cuatrocientos mil al año. Tendrá un estupendo apartamento en el Soho y compartirá una casa de fin de semana en los Hamptons. Tendrá un Porsche y un montón de amigos tan listos, ricos y que ascenderán tan rápido como usted. Entonces, un día, esa demanda habrá quedado resuelta, y nosotros desapareceremos. El delito de violación habrá prescrito y nadie se acordará de ese vídeo. A la edad de treinta y dos o treinta y tres años le pedirán que se incorpore al bufete como socio de pleno derecho. Se embolsará uno o dos millones al año y estará en la cima de la fama con un gran futuro por delante. La vida es bella, y nadie sabrá nada de ninguna transferencia de información.

El dolor de cabeza que Kyle había estado incubando durante la hora anterior le brotó al fin en medio de la frente. Se tumbó en la cama y se masajeó las sienes. Cerró los ojos, pero se las arregló para seguir hablando en medio de la dolorosa oscuridad:

—Mire, Bennie, sé que le importan una mierda las cuestiones relativas a la ética y la moral, pero a mí no. ¿Cómo se supone que voy a vivir conmigo mismo si traiciono la confianza que mis jefes y mis clientes depositan en mí? Lo más importante que tiene un abogado es la confianza. Es algo que aprendí de mi padre siendo un adolescente.

—Lo único que nos interesa es conseguir la información. No dedicamos mucho tiempo a consideraciones morales.

—Eso es lo que imaginaba.

—Necesito un compromiso, Kyle. Necesito que me dé su palabra.

—¿Tiene una aspirina?

—No. ¿Tenemos un acuerdo, Kyle?

—¿Tiene algo para el dolor de cabeza?

—No.

—¿Tiene una pistola?

—En mi chaqueta.

—Déjemela.

Transcurrió un minuto en el más absoluto silencio. Wright no apartó los ojos de Kyle, que estaba inmóvil salvo por los dedos con los que se presionaba suavemente las sienes. Por fin se incorporó y preguntó con un hilo de voz:

—¿Cuánto tiempo más piensa quedarse aquí?

—No sé, todavía me quedan un montón de preguntas.

—Me lo temía, pero no estoy en condiciones de proseguir. La cabeza me va a estallar.

—Como quiera, Kyle. Es cosa suya, pero yo necesito una respuesta. Dígame si tenemos un trato, un acuerdo, si nos hemos entendido.

—¿Acaso tengo elección?

—Yo no la veo.

—Ni yo.

—¿Entonces?

—Si no tengo elección es que la elección ya está hecha.

—Muy bien, Kyle. Una sabia decisión.

—Sí, muchas gracias.

Wright se levantó y se estiró, como si hubiera puesto fin a un largo día de trabajo en la oficina. Ordenó los papeles, desconectó la cámara de vídeo y apagó el ordenador.

—¿Quiere descansar, Kyle?

—Sí.

—Tenemos varias habitaciones. Si le apetece puede descansar un rato; si no, podemos continuar mañana.

—Ya es mañana.

Wright se encontraba junto a la puerta. La abrió, y Kyle lo siguió. Cruzaron el pasillo y entraron en la habitación 222. Lo que antes había sido un centro de operaciones del FBI se había convertido en una vulgar habitación de motel de ochenta y nueve dólares la noche. Ginyard, Plant y los demás impostores hacía rato que se habían marchado, llevándoselo todo consigo: archivadores, ordenadores, fotos ampliadas, trípodes, maletines, cajas y mesas y sillas plegables. La cama volvía a ocupar el centro del cuarto, recién hecha.

—¿Quiere que lo despierte dentro de unas horas? —preguntó Wright, todo amabilidad.

—No. Déjeme en paz.

—Estaré al otro lado del pasillo.

Cuando se quedó solo, Kyle retiró la colcha, se tumbó, apagó la luz y se durmió enseguida.