El criminal

Joe Gores

Todo comenzó con la denuncia rutinaria de una avería en un transmisor individual.

Estas no son corrientes, pero a veces aparece una fatiga de los componentes. Cuando se produce una avería de este tipo en el circuito miniaturizado del transmisor subcutáneo de algún ciudadano, la computadora de control comunica la pérdida y se realiza una mínima comprobación de seguridad. Telecomuniqué con el sargento 1418; su imagen apareció al instante en mi pantalla.

—Llamada para comunicar avería de un transmisor, informe número 31. ¿Ha localizado ya la cinta personal del sospechoso?

—Ahora mismo iba a llamarle, señor controlador.

En la pantalla apareció el segmento estadístico de una cinta personal. El sospechoso era repulsivamente musculoso, de cabellos y ojos negros, con la cara cuadrada y un feo cuello grueso. Peso, 85 kilos; estatura, 1,87 metros; nombre 36/204/GS/8219. Un ciudadano del estado 36, ciudad 204, empleado en el centro de Comunicaciones.

—¿Cuál es su estación CenCom, sargento?

El sargento parecía preocupado.

—Ah… Controlador, señor, el…, ah… Artefactos, señor.

—¿Artefactos? ¿Trabajaba en Audiovisual, 1418, o era…?

—Negativo, señor controlador. Era.., compilador de material de lectura, señor.

—¿Tenía acceso a las cintas de archivo de libros?

—Afirmativo, señor controlador.

—¿Se le ha advertido a 8219 que dispone de una hora para presentarse en un centro médico y que le cambien el transmisor?

—Nosotros… Negativo, señor 8219 no se presentó a trabajar esta mañana, señor controlador.

El asunto se estaba agravando rápidamente.

—¿Ha dado aviso de enfermedad, 1418?

—Negativo, señor controlador. Enviamos un helitransporte a su unidad de vivienda, pero su informe también es negativo.

De pronto tenía las palmas de las manos húmedas. ¡Habíamos perdido contacto con el ciudadano 8219! Una avería en un transmisor individual era una cosa, sólo una falta leve; pero, una interrupción deliberada del contacto era un delito, pues posiblemente podía implicar una desviación de la norma.

—Órdenes dentro de dos minutos —le espeté secamente.

Apagué la pantalla y, empapado de sudor, pulsé la combinación del control computarizado en busca del manual de acción aplicable. Mientras esperaba, calculé mi nivel de ansiedad y me tomé la dosis de tranquilizante psicotrópico que recomendaba el manual para ese grado de agitación. Las microcintas fueron introducidas en mi audio registrador; cuando las instrucciones empezaron a resonar en mis auriculares, reactivé la pantalla del telecomunicador y se las transmití al sargento 1418.

—Acordonen inmediatamente la unidad de vivienda del sujeto, pero no registren sus dependencias individuales hasta que yo llegue. Detengan e incomuniquen a todos los inquilinos presentes, arresten a todos los restantes en sus centros de trabajo y pongan en marcha el Plan de Acción Amarillo: Búsqueda coordinada intensiva en tierra firme y en todos los puntos del sospechoso 8219.

—A sus órdenes, señor controlador.

—Todos los individuos de su centro de trabajo serán procesados de acuerdo con el apartado 18:9 del Código Criminal: negligencia en la comunicación de una ausencia.

—Afirmativo, señor controlador.

Mis tranquilizantes comenzaban a controlarme la voz.

—Me presentaré al control DESNORM para recibir nuevas instrucciones. Prepárenme un helitransporte en el puerto siete.

Monté en la cinta transportadora para uso del personal y atravesé los amplios vestíbulos de una sedante luminosidad; todavía me temblaban ligeramente las manos. En la ciudad 204 no habíamos tenido un caso de desviación de la norma desde mi acceso al cargo de controlador de seguridad, cinco años atrás. ¿Y si la Autoridad Superior consideraba que se había cometido una negligencia en la seguridad al autorizar el acceso del sospechoso a las cintas de almacenamiento de libros? Era una perspectiva desagradable. Gozaba de las prebendas de mi cargo; mi televisor, mis actividades sexuales supervisadas, mis medios químicos de placer; incluso había estado considerando la posibilidad de presentar mi esperma al banco de genes para que pudieran seleccionarme una esposa adecuada.

En el control DESNORM, anuncié mi nombre y graduación ante la pantalla; cuando apareció una figura en respuesta a mi llamada, apreté los puños y noté un acre sudor en las axilas: era el médico en persona, jefe de la Sección de Investigación de DESNORM y miembro de la Autoridad Superior.

—Pase, controlador. —Sonrió afablemente en la pantalla—. Seguridad nos ha anunciado por telecomunicador el contenido de su misión.

Su despacho interior poseía ventanas-pantalla en las que se proyectaba la película de las deslumbrantes torres blancas de la ciudad. Muy lejos, en dirección al océano y los extensos cultivos de plancton, se divisaba la franja verde del parque Tres. El médico uno era un hombre bajo, rápido y activo, calvo y con gruesas gafas. Estas y su leve cojera ya habrían bastado para caracterizarle como una Autoridad Superior: tales peculiaridades físicas sólo podían aparecer en una persona nacida de padres genéticamente no controlados, y sólo a un miembro de la Autoridad Superior podía habérsele permitido alcanzar la madurez con esas peculiaridades.

Me invitó a ocupar una silla junto a su mesa de trabajo de plástico, fijó en mí su mirada penetrante y sonrió exhibiendo unos dientes amarillos.

—Ha reaccionado usted con mucha prontitud a esta infracción de las normas de seguridad, controlador. Si el criminal 8219 es aprehendido prontamente, sólo recibirá usted una leve reprimenda.

Sentí una corriente de alivio mientras él apartaba otra vez la vista de la ventana, con discos de luz refleja centelleando en sus gafas.

—Hay varios detalles sugerentes. Los registros del banco de genes indican que su padre era un tipo decente y trabajador especializado en telemetría de naves espaciales; pero su madre murió de una sobredosis masiva de suplementos químicos después de romper deliberadamente la telepantalla de su casa.

—Comprendo… la importancia de este hecho, señor. Ella…

—¿Lo comprende, controlador? —De pronto había cambiado su estado de ánimo—. Lo dudo, la sobredosis…, la destrucción de la telepantalla…

—Falta leve la primera vez, delito la segunda —dije automáticamente. Después del estallido volvían a temblarme las manos. Pero la breve furia del médico uno parecía apaciguada.

—Exactamente, dado que es obligatorio dedicar cuatro horas cada noche a su contemplación. Ahora bien, pese a la inestabilidad criminal de la madre, 8219 fue un niño brillante: brillante. Y como personalmente no reveló en absoluto ninguna tendencia a una desviación de la norma, al fin Seguridad le dio el visto bueno y se le concedió el puesto en el Índice de Material de Lectura que había solicitado. Lo había solicitado, controlador. Y no es un cargo que ansíen los trabajadores, ¿eh? Debimos haber sospechado algo.

Intenté aprovechar su humor aparentemente más relajado y empecé a decir:

—Sí, señor, comprendo lo que quiere decir, señor. Yo…

—Sinceramente, confío que lo comprenda, controlador.

—¿Señor?

Volvía a tener un nudo en el estómago.

—Su departamento le permitió el acceso a los libros. Su departamento ha llevado la investigación con rotunda incompetencia hasta el momento. —Su mirada malévola hizo desaparecer la sangre de mi cara—. Su informe preliminar, por ejemplo, no dice nada sobre el médico que realizó la operación ilegal.

—¿Operación ilegal, señor? No…

—¡La extracción del transmisor a 8219! —chillo. En una comisura de su boca apareció una manchita de espuma. Pero luego bruscamente volvió a sonreír y apretó los dientes amarillos. Prosiguió en tono académico—. Controlador, existen tres posibilidades en cuanto al criminal. Enumérelas, por favor.

—En primer lugar, señor, yo… —comencé a tartamudear—, yo diría que una sobredosis de un producto químico con un elevado contenido de metanfetamina. —Su benigno gesto de asentimiento hizo fluir más fácilmente mis palabras—. En segundo lugar: perturbación mental o emocional, señor; ambas son corrientes. En tercer lugar…

Me interrumpí. No había una tercera posibilidad. Pero el rostro del médico uno palideció visiblemente; su delgado cuerpo deforme pareció hincharse. Sus ojos se abrieron grandes y redondos tras los gruesos cristales.

—¡Idiota! —chilló. La espuma volvió a manchar las comisuras de su boca y su cuerpo se puso momentáneamente rígido, como si estuviera a punto de sufrir un sincope catatónico—. ¡Una anomalía genética, imbécil! ¡Puede ser una anomalía genética! ¡Búsquelo! ¡Deténgalo!

Salí corriendo por los retumbantes pasillos rumbo al helipuerto con las maldiciones del médico resonando aún en mis oídos. Sentía nauseas a causa de la tensión. ¿Que podía hacer? ¿Cómo salvar la situación? De algún modo, camino del helitransporte, conseguí tragarme un par de tranquilizantes y así pude llegar a la unidad de vivienda de 8219 al menos con una apariencia de control. Los residentes que estaban allí, en su mayoría esposas y niños, ya habían sido tranquilizados y charlaban animadamente con la policía de seguridad que los había retenido en sus dependencias individuales. Pude oírles mientras subía en el ascensor hasta el piso correspondiente de la vivienda.

El zumbido de la unidad de control ambiental era lo único que rompía el silencio de las habitaciones del criminal. Tal como dictaban las normas, la larga pared de la unidad central estaba ocupada por la telepantalla y las otras paredes estaban desnudas. No había ventanas, como es lógico; sólo la Autoridad Superior está autorizada a tenerlas.

Fue patéticamente sencillo descubrir el material de desviación de la norma: estaba en el dormitorio del criminal, en el cajón de las túnicas. Una libreta sustraída del almacén del CenCom —lo cual ya constituía una falta— y cuidadosamente cubierta de citas y aforismos copiados ilegalmente de las grabaciones de libros.

Creo que existen más ejemplos de reducción de las libertades de la gente a través de un avance gradual y silencioso de quienes ocupan el poder, que no por vía de usurpaciones violentas y repentinas.

El pueblo jamás renuncia a sus libertades cuando no vive engañado.

Nosotros, y todos quienes poseen nuestra misma fe, preferimos morir de pie que vivir de rodillas. ¿Qué hombre en sus cabales, en nuestra ilustrada y totalmente libre sociedad, correría el riesgo de privación de la existencia por el mero gusto de darle vueltas a esas lamentaciones? Bueno, pronto lo sabría, de eso estaba seguro. Pero no iba a ser tan sencillo. El criminal resultó muy difícil de aprehender. Para empezar, surgieron otros casos que dificultaron aún más las tareas de seguridad. Un peón de una granja de plancton mató, en un arranque de locura, a una docena de compañeros de trabajo y se produjeron una serie da violaciones en los sectores 11:4 y 11:5 del mapa. Evidentemente, el asesinato y la violación no son crímenes graves como sucede con la desviación de la norma; pero su investigación y la recomendación de las multas adecuadas tuvo ocupados a algunos agentes. Asimismo, para demostrarle al médico uno de dónde procedía el relajamiento de las normas en el departamento, recomendé la castración del sargento 1418 y su traslado a las granjas de plancton, por negligencia en sus tareas en el caso de la huida del criminal 8219. El adiestramiento de su sustituto requirió algún tiempo.

Pero el decimoquinto día de la huida de 8219, en mi telepantalla apareció el rostro sereno y eficiente del sargento 1419.

—Tenemos rodeado al criminal 8219, señor controlador. Sector 11:6 del mapa, coordenadas Ac, Bf.

Mi localizador visual hizo aparecer ese sector sobre mi pantalla. El parque Tres, esa densa zona boscosa imitación del «medio ambiente natural» de nuestros primitivos antepasados y que yo había visto desde la ventana del médico uno. ¡No era de extrañar que no le hubiéramos encontrado hasta entonces! ¿Cómo se las habría arreglado para sobrevivir allí? ¡En el parque Tres ni siquiera existen conexiones eléctricas a las que poder acoplar una unidad portátil de control ambiental!

—Iremos directamente allí, sargento.

El manual dice que los criminales acusados de desviación de la norma deben ser aprehendidos sanos y salvos a fin de poder utilizarlos como sujetos experimentales para los diagnósticos médicos de DESNORM, y esto nos hizo pasar algunos momentos de tensión. En cierto momento, el criminal, un bruto físicamente muy fuerte con desagradables y bien dibujados músculos, rompió el cordón policial, derribó al guardia de la unidad de helitransporte y ya había llegado a la mitad de la escalerilla cuando alguien disparó un rifle de red y le inmovilizó.

Al día siguiente inicié mi interrogatorio preliminar bajo supervisión de los altos oficiales de DESNORM —entre ellos tal vez incluso el médico uno en persona— a través de la telepantalla.

—Criminal 8219, una vez que este interrogatorio preliminar haya establecido su culpabilidad desviacionista con respecto a la norma, los oficiales de DESNORM le examinarán para determinar si es posible adaptarle otra vez a la sociedad mediante una leucotomía, o si debe ser sometido a una disección.

—¿Sin anestesia supongo?

La perspectiva no parecía preocuparle; incluso sonrió simpáticamente cuando lo dijo.

—Desgraciadamente es un imperativo científico. De momento, hoy se iniciará la destranquilización forzosa…

—De todos modos ya no tomo psicotrópicos:

Di un vistazo a su expediente físico, el cual me confirmó el hecho casi increíble, de que no utilizaba ningún recurso químico. ¿Cómo podía soportarlo? Pero este hecho le convertía en un contrincante mucho más formidable. Comencé a presionarle.

—Criminal 8219, debe decirnos el nombre de su cómplice: el médico corrupto que le extrajo quirúrgicamente el transmisor individual de la espalda.

Volvió a dirigirme aquella sonrisa extrañamente seductora:

—Yo mismo lo hice, contro, con un cuchillo para preparar alimentos y dos espejos.

Rápidamente comprobé los informes de laboratorio referentes a sus habitaciones. Se habían encontrado dos pequeños espejos manuales y un cuchillo con restos de su sangre en la hoja. Junto a la base de su unidad de eliminación de excrementos había aparecido un fragmento de una pieza del circuito de un transmisor individual. Pero ¿cómo había podido resistir el dolor?

—¿Duele mucho arrancar algo del tamaño de la uña de un bebé de debajo de la superficie epidérmica, contro?

—Soy un controlador —dije fríamente.

Señaló la telepantalla del monitor con el pulgar.

—¿Teme tener problemas con los chicos de DESNORM? —Sacudió la cabeza—. Saben que usted es incorruptible, contro. Generaciones de control genético lo garantizan. Claro que esa pequeña pandilla de psicópatas endógamos llamada Autoridad Superior me teme precisamente por eso: temen que pueda poseer algún material genéticamente incontrolado…

—¡Los controles genéticos se crearon con toda justificación! —le espeté, molesto por su malévola difamación de la Autoridad Superior.

—¿Porque hace doce generaciones el nivel de población era tan alto, la sobreaglomeración humana tan intensa, que una humanidad con sus agresiones intactas probablemente habría explotado en continuas violencias? Desde luego. ¿Pero cuánto control puede ejercerse sin que las personas dejen de ser personas y se conviertan… en otra cosa?

Interrumpí bruscamente el interrogatorio; aquel hombre me asqueaba. Y sentía una cierta aprehensión, con todos los médicos de DESNORM ahí mirándonos. Pero al día siguiente volvió a las mismas nada más empezar.

—¿Sabe una cosa, contro? Los controles han convertido a la gran masa de la humanidad en una masa de ganado inteligente pero sin voluntad, no más importante para la Autoridad Superior que los dinoflagelados y celentéreos de esas granjas de plancton ahí afuera. Naturalmente, nadie manipula la estructura de quienes forman parte de la Autoridad Superior…

—Hay buenas y suficientes razones…

—Sin duda. Una vez desprovisto de sus agresiones, de su espíritu competitivo, el hombre es incapaz de tomar decisiones; para poder dirigir las casas, la Autoridad Superior debe permanecer incontrolada. Pero hay algo más, los miembros de la Autoridad Superior necesitan esas agresiones para la lucha por el poder que debe desarrollarse constantemente entre ellos.

Aunque me repugnaba, seguí intentando sonsacarle más.

—No tenemos noticia de esa lucha…

—Naturalmente que no —sonrió—. Pero apostaría que quienes salen derrotados son despojados del poder, la descendencia y la posibilidad de tener más hijos. Conque… eso me convierte en un ejemplar único: la única persona con genes incontrolados fuera de la estructura de poder. Ya comprenderá que era preciso aprehenderme.

—¿En serio? ¿Y cómo ha conseguido tener esos «genes incontrolados», como usted los llama?

—Mutación. Tiene que ser esto. Soy una anomalía natural una reacción. Mis padres, como los padres de todo el mundo, también eran productos del banco de genes, de modo que ésa es la única manera de explicar las diferencias que he observado entre mí mismo y todos los demás.

—Y en cuanto observó esas diferencias, traidoramente comenzó a hurtar material secreto de los textos grabados; interrumpió deliberadamente el contacto con el computador de control; destruyó…

Abrió los brazos y se echó a reír…

—¿Se da cuenta, contro? Un clásico ejemplo de desviación de la norma. En cuanto a por qué lo hice: ¿quién sabe? ¿Quién podía saberlo realmente? Mi interrogatorio había concluido. Le acompañé hasta el Control de DESNORM sobre la cinta transportadora para uso del personal.

Puesto que en el pasillo no existen controles sonoros, le hice una pregunta personal.

—Usted ha hecho todo esto de manera deliberada, criminal 8219; pero, sin embargo, no está loco. ¿Por qué no se contentó con seguir trabajando en el Índice de Material de Lectura, aun cuando ocultara los impulsos desviados de su cerebro?

Esbozó aquella súbita sonrisa y me agarró del hombro.

—Lea la última nota de mi cuaderno, contro. Recuerde los delitos menores y los sectores del mapa. Y luego lea algo sobre las propiedades físicas de los mutantes. Y después, si consigue adivinarlo: felices pesadillas. Pues no hará usted nada para impedirlo.

Como oficial autor de la detención, tenía que permanecer detrás de la ventanilla de observación del laboratorio experimental de DESNORM cuando le trajeron para atarlo a la mesa de disección. ¿Cómo era posible que un hombre, totalmente destranquilizado, fuera capaz de afrontar tan fríamente la extracción quirúrgica sistemática y sin anestesia de todos sus órganos corporales, uno a uno?

Sin embargo, el criminal parecía extrañamente alegre, incluso se sentó de un salto al borde de la mesa de operaciones, balanceando los pies como un niño. Y durante ese crítico instante, su actitud desafiante atrajo todas las miradas, los pensamientos, de todas las personas presentes en la habitación.

—Apuesto a que no son capaces de arrancarme ni un «ay» —dijo, sonriente.

Y con estas palabras cogió un reluciente bisturí de la bandeja de instrumentos y se atravesó la garganta en un santiamén. La roja sangre arterial escarlata comenzó a brotar, salpicando a los guardias, a los médicos y a la Autoridad Superior, sin distinciones.

Ese suicidio desencadenó una serie de trágicos sucesos. Los agentes de DESNORM responsables del caso fueron sentenciados a privación de la existencia en los crematorios de desechos geriátricos; pero eso era justo. Habían descuidado su deber. Sin embargo, apenas dos días después de la muerte del criminal 8219, un accidente de la unidad de helitransporte, entre la ciudad y la finca rústica del médico uno, le arrebató a su mujer y sus hijos. Y antes de que pudiera recuperarse de la terrible pérdida —al día siguiente mismo, a decir verdad— se quedó encerrado por error en la sala de radiación de DESNORM y quedó accidentalmente estéril. La Autoridad Superior anunció con gran dolor, su permanente retiro prematuro.

Conque pasaron varios días antes de que pudiera disponerme a cerrar el Expediente Criminal 36/204/GS/8219. Desgraciadamente fui pasando las páginas de ese desgraciado cuaderno hasta llegar a la última nota. No había nada especial en ella: uno de esos tontos sentimientos que ya había observado el primer día cuando descubrí el cuaderno.

Nosotros, y todos quienes poseen nuestra misma fe, preferimos morir de pie que vivir de rodillas.

Imaginé que realmente podía ser en cierto modo una explicación para una mente perturbada. Pero, ¿había algo más en esas palabras? Faltas leves. Y sectores del mapa.

Y… ¿las propiedades físicas de los mutantes? Sí.

Se había despertado mi curiosidad. Introduje la rejilla con los sectores del mapa en el detector visual, al mismo tiempo que ordenaba a la computadora que me pasara una cinta informativa sobre los mutantes por el detector auditivo.

Lo habíamos aprehendido en el sector… ¿qué sector?, ¿el 11:4?, ¿el 11:5? No. Se habían producido una serie de violaciones en esos sectores. El parque Tres estaba en el sector contiguo, el 11:6. Pero, a ver, un minuto. La violación era una falta leve. Y los sectores del mapa eran contiguos. Y las violaciones se habían producido durante los mismos quince días que el criminal 8219 había estado escondido en al parque Tres. Y…

Aberración o mutante, canturreaban mis auriculares. Súbita desviación de la pauta paterna en cuanto a una o más características heredables, debida a una alteración de un gen o cromosoma, lo cual da lugar a un nuevo individuo o una nueva especie.

Presa de un repentino terror, me dejé caer gimoteando sobre la mesa, mientras mi mano hurgaba en busca de un tranquilizante. Características heredables: ¡los mutantes podían reproducir sus propias mutaciones apareándose con hembras de la especie paterna! ¿Pesadillas, había dicho él? ¡Puro terror! ¿Cuántas mujeres violadas y encintas no habrían denunciado el caso? ¿Mujeres casadas, tal vez, en quienes ni siquiera los controles genéticos han conseguido erradicar por completo el instinto maternal? ¿O adolescentes a quienes no les habría preocupado un aborto, pero no querrían ser esterilizadas como se hace automáticamente con todas las víctimas de una violación? ¿Muchachas que podían señalar a un novio como padre, asegurándole así la posibilidad de que el niño naciera y luego fuera criado por al Estado? ¿Cuántas mujeres?

El tranquilizante me permitía volver a respirar, pensar, reflexionar. Y si tan sólo uno de esos fetos salían adelante y vivía, el tejido mismo del Estado se vería amenazado. Podría aparecer toda una raza de los viejos hombres rebeldes. Mi deber estaba claro. Debía dar parte a DESNORM. Luego, una limpieza inmediata de los sectores afectados, abortar todos los embarazos, esterilizar a todas las mujeres.

Telecomuniqué a DESNORM.

—Médico uno, urgente. Control de seguridad.

—Está en una conferencia, controlador. Le avisaremos.

Esperé. Y, entonces, nuevamente fui presa del pánico. ¡El criminal 8219 era responsabilidad mía! Su suicidio me convertía en parte involuntaria de ese monstruoso crimen de desviación de la norma. ¡Sería privado de la existencia como elemento accesorio del crimen del criminal 8219!

—¿Sí, controlador? —El nuevo médico uno me miró fijamente desde la pantalla, con los ojos ligeramente saltones, el cabello lacio pegado al cráneo como fibras de algas arrastradas por la marea.

—Yo…, señor… —¡Pero no era justo!—. Señor, yo… ¿Están previstas nuevas actuaciones relacionadas con el expediente criminal 36/204/GS/8219?

—Expediente cerrado —bramó—. Introduciremos una amonestación en su expediente personal controlador, por solicitar información sobre un expediente cerrado.

La pantalla se apagó y yo permanecí jadeante. Sólo una amonestación, en vez de la muerte. ¿Qué importaba, en el fondo? La Autoridad Superior había decretado que no pasaba nada; el expediente estaba cerrado. Y la Autoridad Superior siempre tiene la razón. Y sin embargo… Y sin embargo…

Todavía ahora, la Autoridad Superior ignora el diabólico plan del criminal. No sabe que él, a sabiendas de que eso significaría su propia muerte, había maquinado un plan para reproducirse, con sus aberraciones genéticas, de la única manera posible sin que se procediera a realizar un escrutinio genético de la prole. Y la Autoridad Superior tampoco ha previsto, como lo había hecho el criminal, que mi código genético, con sus aprensiones incorporadas, me hace incapaz de denunciar su vil complot contra el Estado. ¿Tiene siempre razón la Autoridad Superior?

Me tiemblan tanto las manos que apenas consigo abrir el cajón del escritorio y sacar lo que necesito; luego sigo el único curso de acción posible para mí.

Me tomo un tranquilizante.