Robert Silverberg
Yo empujo… y el zapato se mueve. ¡Mira eso! ¡Se mueve realmente! Todo lo que tengo que hacer es producir un impulso interno, silencioso, sin manos, sólo desde el centro de mi mente y mi viejo y gastado zapato marrón, el izquierdo, se desliza lentamente a través del piso de mi dormitorio. Más allá de la silla, más allá de la pila de libros de texto destrozados (Geometría, Español II, Instrucción Cívica, Biología, etc.) más allá del montón de ropa transpirada recién usada. En serio, el zapato me obedece. Produce un leve silbido al engancharse con las irregularidades de las envejecidas baldosas de linóleo.
Míralo ahora, chocando suavemente contra la pared del fondo, inclinarse, detenerse Su recorrido ha terminado. Apuesto que podría hacerlo escalar la pared. Pero no te molestes chico. No en este momento. Este es un trabajo difícil. Descansa, Harry. Te tiemblan los brazos. Estás todo sudado. Quédate tranquilo por un rato. No tienes que probar todo a la vez. ¿Qué has probado, de todos modos?
Parece que puedo hacer mover cosas con la mente. ¿Qué tal, chico? ¿Te imaginaste alguna vez que tenías poderes extraños? No hasta esta misma noche. Esta misma noche podrida. Parado allí con Cindy Klein y sintiendo ese nudo terrible de tensión pulsante en la ingle como necesitando hacer pis, sólo que cincuenta veces más intenso, una zona de angustia emergiendo de alguna clase de energía temerosa, como una dinamo enloquecida implantada entre mis piernas. Y repentinamente, sin darme cuenta, encontrando una manera de parar esa energía, elevándola a través de mi cuerpo hacia la cabeza, amplificándola, y… usándola. Como acabo de hacer con mi zapato. Como lo hice con Cindy hace un par de horas atrás. Entonces no eres un adolescente bruto y estúpido, pelotudo Harry Blaufeld. Eres alguien muy especial.
Tienes poder. Eres potente.
Qué bueno es estar aquí en la intimidad de mi propio y húmedo dormitorio y poder hacer deslizar el zapato por el piso con sólo mirarlo de ese modo especial. ¡Qué sensación de poder que me da! Genial. Soy potente. Tengo poder. Tener potencia, eso es lo que quiere decir potente, del latín potentia, derivado de posse. Ser capaz. Yo soy capaz. Puedo hacer esta cosa tan extraordinaria. Y no sólo en un estallido espasmódico e impredecible. Está bajo mi control consciente. Todo lo que tengo que hacer es penetrar en ese depósito de tensión y extraer algunos vatios de empuje. ¡Bárbaro! ¡Qué noche tan misteriosa es ésta!
Retrocedamos tres horas. Al momento en que no sabía que poseía esta potentia en mí.
Hace tres horas sólo sé de obsesión sexual. A las diez y media, estoy parado con Cindy en la entrada principal de su casa. Habíamos hecho la ida al cine, habíamos hecho la ida a tomar cappuccino después del cine y ahora quiero hacer la seducción. Estoy intentando que me invite a pasar, pues sé que sus padres se fueron afuera por el fin de semana y que no hay nadie en la casa salvo su hermano mayor, que fue a ver a su novia a Scarsdale esta noche y demorará unas cuantas horas en regresar y una vez que pasé la puerta principal, bueno, espero que me invite a entrar. (¡Qué metáfora recatada! Sabes lo que quiero decir). Entonces tres hurras para Casanova Blaufeld, que tiene un fuerte ataque de inflamación de guindas. Mírame tartamudear en busca de palabras, cambiar el peso de mi cuerpo de un pie al otro, morderme los labios, ponerme colorado. Todos mis barritos se iluminan como señales cuando me ruborizo. Vamos Blaufeld, no te desanimes.
Cambia la imagen de ti mismo. Pruébate esto: tienes veintitrés años, eres alto, fuerte, refinado, hombre de mundo, veterano de tantas camas que has perdido la cuenta. Tienes una barba enmarañada, de las que las chicas les encanta acariciar; un bigote enorme como manubrio de bicicleta. Y no le estás pidiendo ningún favor. No estás lloriqueando ni tratando de convencerla ni pidiendo por favor, Cindy, hagámoslo, porque sabes que no necesitas pedir por favor. No quieres obtener ninguna ventaja: brindas al igual que recibes, ¿verdad?, así que es una transacción beneficiosa para ambos, ¿verdad? ¿Verdad? Mentira. Eres tan refinado como un cerdo. Quieres explotarla para satisfacer tus asquerosas necesidades. Sabes que no lo podrás hacer. Pero, al menos, trata de aparentar, Endereza los hombros, mete la panza, saca pecho. Harry Blaufeld, el seductor diabólico. Pon las manos sobre su suéter, como primer plato. No hay nadie cerca; es una noche oscura. Ataca las tetas, caliéntala. ¿No es eso lo que Jimmy el Griego te dijo que hicieras? Así que inténtalo. Riendo estúpidamente, casi pidiendo perdón con tu mirada.
Alargando los brazos. Los dedos toquetones conectándose con la tela púrpura peluda.
Su cara, encendida y de ojos grandes Su boca, ancha y de labios finos. Su voz áspera y chillona. Ella dice: No seas repugnante, Harry. No seas loco. Tonta. Alejándose de mi como si me hubiese convertido en un monstruo con ocho ojos y colmillos verdes. No seas repugnante. Trata de meterse en la casa rápidamente, antes de que la agarre otra vez.
Estoy ahí parado observándola buscar las llaves y esta rabia terrible comienza a crecer en mí. ¿Por qué repugnante? ¿Por qué loco? Lo único que quería era mostrarle mi amor, ¿verdad? Que ella me gusta realmente, que me siento ligado a ella. Una manifestación de afecto a través del contacto físico, ¿verdad? Así que me aproximé. Una pequeña caricia.
El comienzo de una tierna intimidad. No seas repugnante, dijo ella. No seas loco. La putita frívola e inmadura. Y ahora siento que la rabia aumenta. Siento ese dolor espantoso abajo, entre las piernas, esa vibrante sensación de angustia, esa tensión meramente sexual se me derrama en el estómago y se desparrama por mis entrañas como un arroyo de fuego ardiente. Se rompió una represa en algún lugar interior. Siento un fuego ardiendo en la cabeza. ¡Y ahí está! ¡El poder! ¡La fuerza! No la cuestiono. No me pregunto qué es o de dónde vino. Simplemente la empujo, con fuerza, desde tres metros, un empujón rápido y con furia. Es como una mano invisible contra sus pechos. Puedo ver cómo se le achata la parte delantera del suéter… y ella se cae hacia atrás, tratando de agarrarse del aire y se va de culo. La hice caer sin tocarla. Harry, murmura. ¿Harry?
Mi rabia se ha ido. Ahora estoy aterrorizado. ¿Qué he hecho? ¿Cómo? ¿Cómo? Se cayó de culo, bum. ¡Desde tres metros!
Corrí hasta llegar a mí casa sin mirar hacia atrás.
Pasos en el vestíbulo, tic-tac. Mi hermana regresa de su cita con Jimmy el Griego.
Este no es su nombre. En realidad él es Arístides Pappas. Así lo llama ella. Jimmy el Griego lo llamo yo, pero no en la cara. Mide dos metros setenta, tiene cabello negro y grasiento y un tremendo gancho de nariz que sale directamente de la frente. Tiene veintisiete años y ha volteado a miles de chicas. Sara se va a casar con él el año que viene. Mientras tanto, se ven tres noches por semana y cogen muchísimo. Nunca me dijo una palabra de eso, de que coge, pero yo sé. Estoy seguro que cogen. ¿Por qué no? se van a casar, ¿no? Y son adultos. Ella tiene diecinueve años, así que es legal que coja. Me faltan cuatro años y cuatro meses para los diecinueve. Pienso que es legal que coja ya. Si sólo tuviera. Si sólo tuviera con quién. Si sólo tuviera.
Tic-tac. Allí está, entrando en su habitación. Bum. Esa es su puerta que se cierra. No le importa un carajo si despierta a toda la familia. ¿Por qué ha de importarle? Está toda excitada ahora. Embriagada por el recuerdo de lo que acaba de hacer con Jimmy el Griego. Esa sensación de calidez. «El después», según el libro.
Quisiera saber cómo lo hacen cuando lo hacen.
Van al departamento de él. ¿Se sacan toda la ropa primero? ¿Hablan antes de comenzar? ¿Un trago o dos? ¿Fuman mariguana? Sara alega que no la fuma. Seguro que miente. Se desnudan. ¡Por Dios, él es tan alto, debe tener un pito de treinta centímetros de largo!. ¿No la asusta? Se recuestan juntos sobre la cama. O en el sillón. El piso ¿tal vez? ¿Una alfombra gruesa y peluda? Él le toca el cuerpo. El juego previo. He leído sobre eso. Le acaricia los pechos, excitando los pezones. Le he visto los pezones.
No son más grandes que los míos. ¿Cuánto miden cuando están excitados? ¿Dos centímetros y medio? ¿Siete centímetros y medio? ¿O parecen un par de lápices rosados? Él tiene que llevar la mano hacia abajo, también. Está esa cosa que se supone que uno tiene que tocar, ese pedacito de carne escondido allí adentro. He observado los dibujos y aún no sé dónde está. Jimmy el Griego sabe donde está, puedes estar seguro de eso. Entonces le toca eso. ¿Y después? Ella se debe calentar, ¿verdad? ¿Cómo sabe cuando llegó el momento de penetrarla? Llega el momento. Finalmente, lo están haciendo. Sabes, no puedo imaginarlo. Él está encima de ella y se mueven hacia arriba y hacia abajo, seguro, pero todavía no me imagino cómo se unen los cuerpos, cómo se mueven realmente, cómo lo hacen.
Ella se está desvistiendo ahora, a través del pasillo. Afuera la camisa, los pantalones, el corpiño, la bombacha, lo que diablos use. La oigo moverse de aquí para allá. Me pregunto si la puerta está realmente bien cerrada. Hace mucho tiempo que no la miro en forma. Quién sabe, por ahí todavía tiene los pezones parados. Si me agacho acá abajo en la oscuridad y espío puedo ver su habitación desde la mía aunque la puerta esté abierta sólo unos centímetros.
Pero la puerta está cerrada. ¿Qué pasa si hago fuerza y le doy un empujoncito? Desde aquí. Llevo el poder a mi mente, sí… ahí va… empujo… ah… ¡sí! ¡Sí! ¡Se mueve! Dos centímetros, cinco, ocho. Ya es suficiente. Veo una tajada de su habitación. La luz está encendida. ¡Huy, ahí está! Demasiado rápido, ya no la veo.. Creo que estaba desnuda.
Ahora vuelve. Desnuda, si. Me da la espalda. ¿Sabes que tienes un lindo culo, hermanita?
Date vuelta, date vuelta, date vuelta… ah. Tiene los pezones igual que siempre. No están para nada parados. Supongo que deben volverse a bajar cuando todo termina. Tus dos pechos son como dos jóvenes gacelas que son mellizas, que se alimentan entre las lilas. (En realidad no leo mucho la Biblia, sólo las partes obscenas). Cindy las tiene más grandes que tú, hermanita, apuesto que sí. A menos que use relleno. Hoy a la noche no sabia muy bien. Estaba demasiado excitado para darme cuenta si estaba apretando carne o goma.
Sara se está poniendo la bata. Un último vistazo a los muslos y la panza, después nada más. Carajo. Al baño ahora. El ruido del agua. Se está lavando. La canilla está cerrada ahora. Y ahora… pshsh pshsh pshsh. Me la imagino ahí sentada, haciendo pis, sumida en pensamientos placenteros sobre lo que ella y Jimmy el Griego hicieron esta noche. ¡Por Dios, me duele! ¡Estoy celoso de mi propia hermana! De que ella lo haga tres veces por semana mientras yo… estoy en ninguna parte… sin nadie… ninguno… nada.
Démosle una pequeña sorpresa.
Hmm. ¿Podré hacer mover algo que esté fuera de mi campo visual? Probemos. El inodoro está en la esquina derecha del baño, debajo de la ventana. Y el botón está —déjame pensar— del lado que está más cerca de la pared, bien arriba… sí. Perfecto.
Acércate, chico. Agárralo antes que ella. Empuja… hacia abajo… empuja. ¡Siiii! ¡Escucha eso, chico! ¡Apretaste el botón por ella sin salir de tu propia habitación!
Se las va a ver negras tratando de descubrir cómo sucedió.
Domingo: un día lluvioso, un día de preocupación. No puedo sacarme de la cabeza las cosas extrañas que pasaron anoche. Este poder mío… ¿de dónde vino? ¿Para qué lo puedo utilizar? No puedo dejar de preocuparme ante la evidencia de que tendré que afrontar a Cindy de nuevo en nuestra clase de Biología mañana a primera hora. ¿Qué me dirá? ¿Se da cuenta, en realidad, de que no estaba cerca de ella cuando la hice caer? Si sabe que tengo un poder, ¿me tiene miedo? ¿Me denunciará a la Sociedad para la Prevención de Fenómenos Sobrenaturales o a quien quiera que se ocupe de esas cosas?
Estoy tentado de hacerme pasar por enfermo y faltar al colegio mañana. ¿Pero qué sentido tiene? No la podré evitar siempre.
Cuando más tenso me pongo, siento surgir el poder con más intensidad en mi interior.
Hoy es muy fuerte. (La lluvia debe tener algo que ver con eso. Cada nervio está crispado. Hay humedad en el ambiente y puede ser que eso me haga más conductor). Cuando nadie mira, hago experimentos. En el baño, parado lejos del lavatorio, desenrosco la tapa de la pasta de dientes. Abro y cierro las canillas. Abro y cierro la ventana. ¡Mi control es excelente! Hacer estas cosas representa un esfuerzo: tiemblo, transpiro, siento que se me endurecen los músculos de las mandíbulas, me duelen los dientes de atrás. Pero no puedo resistir el placer de ejercitar mis habilidades. Me vuelvo peligrosamente travieso.
En el desayuno, mi madre coloca cuatro rodajas de pan en el tostador; sentado de espaldas a éste, lo desenchufo delicadamente, así que cuando se acerca a investigar, cinco minutos después, se asombra al ver que el pan está crudo todavía. ¿Cómo se desenchufó? pregunta, pero por supuesto nadie le contesta. Más tarde, cuando estamos todos sentados leyendo el diario del domingo, enciendo el televisor por control remoto y el estruendo repentino de un programa de dibujos animados hace saltar a todos. Y unas horas más tarde, desenrosco el foco del hall de entrada y lo saco suave, suavemente del artefacto. Lo sostengo junto al techo por un momento, luego lo hago estrellar contra el piso. ¿Qué fue eso? pregunta mi madre asustada. Mi padre revisa el hall. El foco se salió del artefacto y se hizo pedazos. Mi madre mueve la cabeza. ¿Cómo puede caerse un foco? Es imposible. Y mi padre dice: debe haber estado flojo. No parece convencido.
Debe estar pensando que un foco que está lo suficientemente flojo como para caerse al suelo no pudo haber estado encendido. Y el foco estaba encendido. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que mi hermana asocie estos acontecimientos con el episodio del inodoro que funciona solo?
El lunes ha llegado. Entro al aula por la puerta de atrás y me dirijo disimuladamente a mi asiento. Cindy no ha llegado todavía. Pero ahí viene. ¡Dios, qué hermosa está! Los resplandecientes y lustrosos cabellos rojos hasta los hombros. La piel pálida y sin imperfecciones. Los ojos brillantes y misteriosos. El suéter púrpura, el mismo del sábado a la noche. Mis manos tocaron ese suéter. Mi poder también tocó ese suéter.
Me inclino sobre el cuaderno de apuntes. No soporto mirarla. Soy un cobarde.
Me obligo a mí mismo a levantar la cabeza. Está parada en el pasillo, al frente de la clase, mirándome fijamente. Tiene una expresión extraña… ansiosa, impaciente, los labios muy apretados. Como si pensara venir a hablar conmigo, pero vacila. Cuando ve que la estoy mirando, desvía la vista y se sienta en su banco. Paso toda la hora encorvado hacia adelante, estudiando sus hombros, su nuca, los lóbulos de las orejas. Cinco bancos me separan de ella Dejo escapar un suspiro profundo y simpático. La tentación me hace cosquillas. Sería tan fácil llegar hasta esa distancia y tocarla. Acariciar suavemente su delicada mejilla con un dedo invisible. Tocarle levemente el cuello. Usar mi poder especial para decirle hola con dulzura. ¿Ves Cindy? ¿Ves lo que puedo hacer para mostrarte mi amor? Ahora que me lo imaginé, me siento incapaz de resistirme a hacerlo. Convoco la fuerza desde el fondo agitado de mis entrañas, la extraigo y al mismo tiempo hago los cálculos automáticos de intensidad de empuje. Luego me doy cuenta de lo que estoy haciendo. ¿Estás loco, chico? Va a pegar un alarido. Va a saltar del asiento, como si la hubieran pinchado. Va a rodar por el piso y se pondrá histérica. ¡Espera, espera, tarado! A último momento conseguí desviar el impulso. Jadeando, gruñendo, tuerzo la fuerza que iba dirigida a Cindy y la arrojo ciegamente en otra dirección. Mi lanzamiento al azar barre la habitación como un látigo e intercepta el enorme cuadro del reino vegetal y animal que cuelga de la pared izquierda del aula. Se rompe en pedazos como azotado por un tornado y es impulsado siete metros en un arco diagonal que lo lleva a estrellarse contra el pizarrón. El marco se hace pedazos. Vidrios rotos se desparraman por todos lados.
Cunde el pánico en la clase. Todos gritan, corren de aquí para allá, levantan pedazos de vidrio, exclaman aterrorizados, hacen preguntas. Yo estoy sentado como una estatua.
Luego comienzo a temblar. Y Cindy, muy lentamente, se da vuelta y me mira. Una mirada escalofriante y aterrorizada endurece su rostro. Entonces, ella sabe. Piensa que soy anormal. Piensa que soy una especie de monstruo.
Poltergeist. Eso soy yo. El diccionario de ocultismo alemán de la biblioteca dice: de poltern, hacer un ruido, y geist, un espíritu. Ese soy yo, Harry Blaufeld, el chico poltergeist, espíritu ruidoso. Los poltergeist hacen estallar platos contra la pared, caer cuadros al suelo repentinamente, cerrar las puertas violentamente, volar rocas por el aire.
No estoy seguro si es correcto decir que soy un poltergeist o que sólo alojo a uno. Los verdaderos ocultistas piensan que los poltergeist son demonios o espíritus deambulantes que se alojan en los seres humanos y hacen sus picardías. Los científicos como el grupo Rhine, de Duke, consideran que el poltergeist es alguien que puede ejecutar habilidades paranormales desde su interior y mover cosas sin tocarlas. Yo mismo estoy a favor de la última opinión. Resulta más halagador pensar que tengo un don psíquico extraordinario y no que he sido poseído por un demonio merodeador. También menos temible.
Encontré muchas referencias a los poltergeist en la biblioteca. Un libro chino de más o menos cien años llamado Gossip from the Jade Hall habla de uno que perturbó la paz de un monasterio arrojando la loza. Los monjes contrataron a un exorcista pero el ruidoso espíritu lo venció rompiéndole la ropa y echándolo Luego está el caso Clarke en Oakland, California, en 1874. Fue así: el Sr. Clarke, un reservado y austero hombre de negocios, y su esposa e hija adolescente e hijo de ocho años más dos hermanas del Sr. Clarke y dos huéspedes varones. La noche del 23 de abril, cuando todos se preparan para irse a dormir, suena el timbre de la puerta principal.
No hay nadie allí. Unos minutos más tarde vuelve a sonar. No hay nadie allí. Ruido de muebIes que se mueven en la sala. Uno de los huéspedes, un banquero llamado Bayley, inspecciona, en la oscuridad, y es golpeado por una silla. No hay nadie allí, Una caja de cubiertos de plata viene flotando escaleras abajo y aterriza con estrépito. (Poltergeist = «espíritu ruidoso»). Una pesada caja de carbón vuela seguidamente. Una silla golpea a Bayley en el codo y aterriza contra una cama. En el comedor, una silla de roble macizo se levanta a cinco centímetros del piso, gira, desciende, persigue al desafortunado Bayley por la habitación delante de tres testigos. Y así sucesivamente. Todos se acuestan muy asustados pero durante toda la noche escuchan estruendos y sonidos que retumban: por la mañana, encuentran todos los muebles de abajo desordenados. Además, la puerta principal, que estaba cerrada con llave y cerrojo, había sido arrancada de sus bisagras.
Más acontecimientos como éstos la noche siguiente. Lo mismo la siguiente culminando con un chillido de mujer, surgido de la nada, tan terrible que hace que los Clarke y sus invitados se refugien en otra casa. Nunca se obtuvo explicación de estos hechos.
Un hombre llamado Charles Fort, que murió en 1932, dedicó mucho tiempo de su vida a estudiar el fenómeno poltergeist y misterios similares. Fort escribió cuatro extensos libros que hasta ahora sólo he hojeado. Están llenos de relatos de diarios sobre cosas extrañas como la aparición repentina de varios cachorros de cocodrilo en granjas inglesas a mediados del siglo diecinueve y tormentas de lluvia en las que cayeron sobre la tierra víboras, ranas y sangre o piedras, gran cantidad de carbón y cosas y hasta seres humanos envueltos en llamas espontáneamente. Objetos luminosos flotando por el cielo.
Manos invisibles que mutilan a animales y personas. «Balas de Phantom» que hacen pedazos las ventanas de las casas. Etcétera, etcétera, etcétera.
Hay un hecho que se repite en todos los incidentes poltergeist genuinos: un adolescente está invariablemente involucrado, o un niño en el umbral de la adolescencia.
Esta es la teoría poltergeist del «niño travieso», publicada por primera vez por Frank Podmore en 1890 en Proceeding of the Society for Physhical Research. (Ven, hice mi tarea con lujo de detalles). El niño es, por lo general, desdichado, habitualmente por cuestiones sexuales y sufre ya sea por la sensación de no ser querido o por frustración o por ambas cosas. No existen estadísticas sobre el tema pero la ciencia indica que los adolescentes involucrados en actividades poltergeist son generalmente vírgenes.
El caso Clarke en 1874, es obra, entonces, de la hija adolescente, la que —supongo— sentía atracción hacía el Sr. Bayley. La cantidad de casos citados por Fort, la mayoría datan del siglo diecinueve, muestran un montón de chicos poltergeist arrojando cosas por todos lados en una época de gran represión sexual. Esa energía ardiente tenía que canalizarse por algún lado. Yo descubrí mi propio poder poltergeist bajo un fuerte estado de palpitante lujuria hacía Cindy Klein, que no tenía ninguna parte mía. Especialmente esa parte. Pero en lugar de explotar por la mera fuerza de mis ansias reprimidas, encontré, de repente, una manera de canalizar ese impulso hacia afuera. Y empujé…
Fort nuevamente: «Cuando los niños son atávicos, puede ocurrir que estén en contacto con fuerzas que la mayoría de los seres humanos han sobrepasado«. Atavismo: extraña repetición del pasado primitivo. Quizás en la época de Neanderthal todos éramos poltergeist, pero casi todos dejamos de serlo después del milenio. Pero miren lo que dice Fort, también: «Existen, por supuesto, otras explicaciones para los poderes ocultos de los niños. Una es que éstos, en lugar de ser atávicos, pueden ocasionalmente estar mucho más avanzados que los adultos, anunciando poderes humanos que se aproximan, ya que sus mentes no están agobiadas por convencionalismos. Después de eso, van al colegio y pierden la superioridad. Unos pocos niños prodigios han sobrevivido una educación».
Me siento tranquilo sabiendo que soy sólo un dato estadístico de una pauta de conducta paranormal establecida hace tiempo. A nadie le gusta saber que es anormal, aun cuando lo sea. Acá estoy, vírgen, torpe, lechuzón, amanerado, precoz, nervioso, inseguro, tímido, inteligente, solemne, inadaptado social, atravesando con dificultad todos los problemas normales de los años siguientes a la pubertad. Tengo barritos y sueños húmedos y esa clase de pelusa fina que no vale la pena afeitar, sólo que me la afeito de todas maneras Cindy Klein piensa que soy un loco y un repugnante. Y tengo esta coraza ardiente de furia y frustración en las entrañas que es mi gran maldición y mi gran supremacía. Soy un poltergeist, chico. Sigue así, hazme pasar un mal momento, ríete de mí, llámame loco y repugnante. La próxima vez no sólo podría hacerte caer de culo.
Podría hacerte volar hasta Plutón.
Hoy un humillante e inevitable encuentro con Cindy. A la hora del almuerzo entro a Schindler's para comer mi acostumbrado especial de tocino-lechuga-tomate; me siento en uno de los reservados de atrás y abro un libro y alguien dice, Harry, y allí está ella en el reservado de enfrente con tres de sus amigas. ¿Qué hago? ¿Me levanto y me voy? ¿La «envío» al próximo condado? Ya siento el poder crispándose en mi interior. La señora Schindler me trae el sandwich. Estoy trabado. No puedo soportar estar acá. Le pago y murmuro: Me acabo de acordar, tengo que hacer un llamado telefónico. Sandwich en mano, me voy brindándole a Cindy una estúpida mueca ruborizada. Ella me mira ferozmente. Esos profundos ojos verdes suyos me aterrorizan.
—Espera —dice ella—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Sale de su reservado y bloquea el pasillo del bar. Es casi tan alta como yo, y yo soy bastante alto. Me tiemblan las rodillas. Por Dios. Cindy, no me atrapes de esta forma, no soy responsable de lo que pueda llegar a hacer.
Ella dice en voz baja:
—Ayer en Biología, cuando ese cuadro se estrelló contra el pizarrón; lo hiciste tú, ¿verdad?
—No entiendo.
—Lo hiciste volar a través del aula.
—Eso es imposible —murmuro—. ¿Qué piensas que soy, un mago?
—No sé. Y el sábado a la noche, esa estúpida escena afuera de casa.
—Prefiero no hablar de eso.
—Yo sí. ¿Cómo pudiste hacerme eso, Harry? ¿Dónde aprendiste ese truco?
—¿Truco? Mira, Cindy, realmente me tengo que ir.
—Tú me empujaste. Tú sólo me miraste y yo sentí un empujón.
—Tropezaste —digo yo—. Sólo te caíste.
Ella se ríe. En ese momento parece tener más o menos diecinueve años y yo siento que tengo alrededor de nueve.
—No me mientas —dice; su voz tiene un acento profundo y sofisticado. Sus amigas nos están espiando tratando de oírnos—. Oye, esto me interesa. Estoy metida en esto. Quiero saber cómo haces esa cosa.
—¿Qué cosa? —le digo y de repente sé que tengo que escapar. Le doy un empujoncito, sin tocarla, por supuesto, sólo un empujoncito mental, ella lo recibe y retrocede y yo me escabullo miserablemente metiéndome el sandwich en la boca. Desaparezco del negocio.
Cerca de la puerta, me doy vuelta y la veo sonreírse, hacerme señas, diciéndome que vuelva.
Tengo una vida llena de fantasías. A veces soy una estrella de cine de veintidós años con un palacio en las colinas de Hollywood y doy fiestas a las que asisten Peter Fonda, Dustin Hoffman y Julie Christie y Faye Dunaway y todos agarramos y nos desnudamos y nadamos en mi pileta y luego lo hago con cinco o seis estrellitas al mismo tiempo. A veces soy un novelista famoso, autor del libro de moda que habla de Mi Generación y estoy parado en lo de Bretano con un brillante atavío de ciencia-ficción, firmando miles de autógrafos y después voy a mi lujoso altillo sobre la First Avenue y lo hago con una joven y deslumbrante editora. A veces soy un gran científico, regresado apenas hace cuatro años de la Facultad de Medicina de Harvard y ya se me aclama por mi pionera investigación sobre la reprogramación genética de niños por nacer, y cuando suena el teléfono para avisarme que gané el Premio Nobel estoy a punto de alcanzar el tercer orgasmo de la noche con una famosa soprano del Metropolitan Opera que quiere que le haga un hijo para eclipsar a Caruso y a veces… ¿Pero para qué seguir? Todo eso es fantasía La fantasía es estúpida porque lo incita a uno a llevar una vida de autoengaño en lugar de enfrentar la realidad. Piensa en la realidad, Harry. Piensa en el artículo legítimo que es Harry Blaufeld. El artículo legítimo es algo lleno de granos y torpe, ingenuo, algo que dice a gritos con cada molécula de su delgado cuerpo que todavía no tiene quince y nunca lo ha hecho con una chica y no sabe cómo hacerlo y está terriblemente asustado de que nunca lo sabrá hacer. Mezcle partes iguales de deseo y autocompasión. Agregue un chorro de incomprensión y una gota de inseguridad. Sazone levemente con poderes extrasensoriales. Estás bastante lejos de las colinas de Hollywood, chico. ¿Existe alguna manera de utilizar mi poder para el bien de la humanidad? Qué pasaría sí esas horribles plantas de energía, que vomitan humo negro a la atmósfera pudieran clausurarse para siempre y las necesidades eléctricas de la humanidad pudieran proveerse con un cuerpo entrenado de jóvenes poltergeist, voluntarios de vida monástica, y usaran sus crispantes tensiones sexuales como combustible para hacer mover las turbinas. O tal vez la NASA quisiera una nave espacial manejada por un poltergeist. Allí estoy yo, delgado, bronceado y refinado, una figura elegante en mi blanco traje de astronauta, ocupando el asiento en la cápsula de comando del Marte I. A menos treinta segundos y empezando el conteo. Un mundo ansioso aguarda el gran momento. Cinco.
Cuatro. Tres. Dos. Uno. Despegue. Y sonrío con mi mundialmente famosa sonrisa sarcástica e impasiblemente convoco mi poder y abro la válvula mental y empujo, y la poderosa nave se eleva, queda suspendida en el aire serenamente por un momento sobre el lugar de lanzamiento, sube y se eleva penetrando el cielo azul celeste de Florida como una brillante aguja gigante, elevándose y elevándose en el primer viaje del hombre hacia el planeta rojo.
Se necesita otro experimento. Trataré de enviar una lata de cerveza a la luna. Si puedo hacerlo, podré enviar una nave espacial. Un simple proceso a la manera de Newton, un problema de lograr velocidad de empuje; y no creo que el empuje pueda ser una función cuantitativa determinante. Un empujón es un empujón, y hasta ahora no he notado un límite de masa, así que si puedo hacer elevar una lata de cerveza, debería poder lanzar cualquier cosa de cualquier peso al espacio. Pienso. De cualquier modo, hurgueteo en la basura y salgo llevando un abollado envase de Schlitz. Una noche nublada y apacible; la luna no se ve. No importa. Apoyo la lata sobre el piso y la contemplo. Cinco. Cuatro. Tres Dos. Uno. Despegue. Sonrío con mi sonrisa mundialmente famosa. Serenamente, convoco mi poder y abro la válvula mental. Empujo. Si, la lata de cerveza se eleva.
Suspendida serenamente por un instante sobre el pavimento. Se eleva y trepa sobre si misma proyectándose como una lata de cerveza abollada a través del aire húmedo.
Arriba. Arriba. Hacia la oscuridad. Sigo empujando por bastante tiempo después que desaparece. ¿Sigo todavía en contacto? ¿Aún se eleva? No tengo manera de saberlo. Me falta la estación de localización adecuada. Quizás esté continuando su viaje a través del vacío solitario siguiendo una trayectoria lunar perfecta. O quizá ya se haya caído, en la cuadra siguiente, golpeándole la cabeza a algún policía desafortunado. Lancé al aire una lata de cerveza y cayó a la tierra no sé dónde. Me encojo de hombros y vuelvo a entrar en la casa. Suficiente para mi carrera de astronauta. Blaufeld, acabas de tener otra fantasía estúpida. Blaufeld, ¿cómo puedes soportar ser tan pelotudo?
Clic-clac. Las cuatro de la mañana. Sara acaba de regresar de su cita. Acá estoy yo despierto como un padre preocupado. Fíjense que los padres no se preocupan: apuesto que se duermen enseguida y no les importa un carajo a las horas en que llega su hija.
Mientras yo me preocupo. Sin duda, esta noche se la cogieron de nuevo. Posiblemente dos veces. Apesadumbrado, trato de reconstruir el hecho en mi imaginación. Las posiciones, los sonidos de la carne junto a la carne. Los jadeos y quejidos. ¿Cuántas veces lo han hecho hasta ahora? ¿Cien? ¿Trescientas?. Lo han estado haciendo, por lo menos, desde que tiene dieciséis. Estoy seguro de eso. Para las chicas es mucho más fácil No tienen necesidad de perseguir ni de convencer; todo lo que tienen que hacer es decir sí. Sara dice mucho que sí. Antes que Jimmy el Griego, estaba el Engominado, y antes el Espadachín Maravilloso, y antes que él.
Ahí afuera, esta noche, en esta ciudad hay, por lo bajo, tres millones de personas que acaban de hacerlo. Detesto a los adultos y su manera fácil de coger. Ellos lo menosprecian al hacerlo tanto. Sólo tienen que encimarse y agarrar un poco de carne y empiezan, adentro y afuera, adentro y afuera, uuh uuh uuh aah. ¡Por Dios, qué aburrido debe resultar! Si sólo pudieran verlo nuevamente desde el punto de vista de un adolescente frustrado. Él vírgen hambriento allí afuera, espiando. Excluido del mundo de los que cogen. Sintiendo esa deliciosa y dulce tensión de querer y no saber cómo conseguir. El nudo ardiente del deseo sentado como una lombriz famélica en la panza devorando mi alma. Yo exagero el sexo, lo exalto. Multiplico sus maravillas, Nunca va a estar de acuerdo con mis expectativas. Pero me encanta la tensión de anticiparme y especular y no obtenerlo. En realidad, a veces pienso que me gustaría pasar toda mi vida al borde de la navaja, siempre esperando ansiosamente ser desflorado sin hacer nunca todo lo necesario para que ocurra. Un éxtasis dinámico apoyando y aumentando mi poder especial. Harry Blaufeld, vírgen y poltergeist. ¿Por qué no? Cualquiera puede coger. Los idiotas, los estúpidos, los aburridos, los horribles. Todos lo hacen. Hay magia en el renunciamiento. Si me mantengo apartado, puro, único.., Empuja…
Hago mis pequeños números poltergeist. Apilo y desapilo mis libros de texto sin dejar mi cama, Muevo mi camisa desde el suelo al respaldo de la silla. Vuelvo la silla sobre sí misma para enfrentarla a la pared. Empuja… empuja… empuja…
Ruido de agua en el baño. Sara se está lavando. ¿Cómo eres Sara? ¿Qué sientes cuando te la ponen? No hablamos mucho tú y yo. Piensas que soy un chico; me apadrinas, me haces unos lindos guiños, tu voz sube media octava. ¿Le haces guiños como esos a Jimmy el Griego? Seguro que no. Y le hablas con voz de ronco contralto.
Siéntate y háblame alguna vez, hermanita, Estoy vacilante, al borde de la masculinidad.
Guíame y sácame de mi virginidad. Dime lo que las chicas quieren que los muchachos les digan. Seguro. No vas a decirme una mierda, Sara. Tú quieres que yo siga siendo tu hermanito para siempre, porque eso aumenta tu propio sentido de haber crecido. Y coges, y coges, y coges, tú y Jimmy el Griego, y ni siquiera entiendes el significado místico del acto sexual. Para ti sólo es una buena diversión sudorosa, como ir a jugar bowling, ¿verdad? ¡Oh, puta miserable! ¡A la mierda contigo, Sara!
Un chillido desde el baño. Dios, ¿qué he hecho ahora? Mejor voy a ver.
Sara, desnuda, se arrodilla sobre las baldosas frías. Su cabeza está dentro de la bañadera y se está enderezando con ambas manos sobre el borde de la bañadera, y tiembla con violencia.
—¿Estás bien? —pregunto—. ¿Qué pasó?
—Como una patada en la espalda —dice con voz ronca—. Estaba junto a la pileta lavándome la cara, y me di vuelta y algo me pegó como una patada en la espalda y me tumbó.
—¿Pero estás bien, no? ¿Te lastimaste? Ayúdame a levantarme.
Está molesta pero no herida. Está tan molesta que se olvida que esta desnuda, y sin ponerse la bata me abraza temblando. Parece pequeña y frágil y asustada. Acaricio su espalda desnuda en el lugar donde supongo recibió el golpe. Y también le miro disimuladamente los pezones, sólo para ver si todavía están parados después de su cita con Jimmy el Griego. No lo están. La calmo con los dedos. Me siento muy viril y protector, aunque sólo esté protegiendo a la boluda de mi hermana.
—¿Qué pudo haber pasado? —pregunta—. ¿No estabas haciendo alguno de tus trucos, verdad?
—Estaba acostado —contestó con sinceridad.
—Muchas cosas raras han estado ocurriendo en esta casa últimamente —dice ella.
Cindy me sorprende en el pasillo entre Geometría y Español:
—¿Cómo es que no me has vuelto a llamar?
—He estado ocupado.
—¿Ocupado, en qué?
—Ocupado.
—Supongo que sí —dice ella—. Parece como si no hubieras dormido durante una semana. ¿Cómo se llama ella?
—¿Ella? Ninguna ella. Sólo he estado ocupado. —Trato de escaparme. ¿Tengo que empujarla de nuevo?—. Un proyecto de investigación.
—Podrías tomarte algún tiempo para descansar. Encontrarte con los viejos amigos.
—¿Amigos? ¿Qué clase de amiga eres tú? Dijiste que estaba loco. Dijiste que soy repugnante. ¿Te acuerdas, Cindy?
—Emociones del momento. Estaba desequilibrada Quiero decir, psicológicamente. Mira, hablemos de todo esto en otro momento, Harry. En otro momento, y pronto.
—Puede ser.
—Si no tienes nada que hacer el sábado a la noche…
La miré asombrado. ¡En realidad ella me está invitando a mí a una cita! ¿Por qué me persigue? ¿Qué quiere de mí? ¿Estará buscando ansiosamente otra oportunidad para humillarme? Loco y repugnante. Miro mi reloj y frunzo los labios. Es hora de irse.
—No estoy seguro —le digo—. Quizá tenga algún trabajo que hacer.
—¿Trabajo?
—Investigación —contesto—. Te avisaré.
Una noche de experimentos felices. Desenrosco un foco de luz, lo hago flotar de un lado a otro de 1a habitación, lo vuelvo al artefacto y eficientemente lo enrosco otra vez.
Control de precisión. Me voy techo y lanzo otra lata de cerveza a la Luna, sólo que esta vez la levanto a trescientos metros, 1a traigo de vuelta, la empujo aún más alto, la traigo de vuelta, la envío una tercera vez con una energía cinética tremendamente acumulada y no tengo ninguna duda que penetrará el espacio, Levanto basura de la calle, a unos cien metros y la arrojo al cesto de basura. Al fin —lo que me da más miedo de todo— me levanto a mi mismo. Levito un poco, levantándome un metro y medio en el aire. Es lo más que me animo. (¿Qué pasaría si perdiera poder y me cayera?). Si tuviera el coraje, podría volar. Yo puedo hacer cualquier cosa. Dénme el punto correcto de apoyo y moveré el mundo. ¡Oh, potentia! ¡Qué viaje fantástico es éste!
Después de dos días terribles de debate interno, telefoneo a Cindy y hago una cita para el sábado. No estoy seguro de que sea una buena idea. Su nueva y repentina agresividad me despista levemente, pero, sin embargo, es una novedad que una chica me persiga, ¿quién soy yo para despreciarla? Me gustaría saber qué es lo que se propone. Mostrarse tan interesada en mí después de descargarse conmigo sin piedad en nuestra última cita Todavía estoy enojado con ella por eso, pero no puedo ser rencoroso, no con ella. Tal vez quiera hacer las paces. Nosotros tuvimos una relación bastante decente, en el sentido no-físico, hasta esa estúpida noche. Dios, ¿qué pasaría si ella realmente quisiera hacer las paces del todo? Me da miedo. Creo que soy un poco cobarde. O muy cobarde. No entiendo nada de esto, chico. Creo que me estoy metiendo en algo muy peligroso.
Hago malabarismos con tres pelotas de tenis y las mantengo en el aire todas juntas con las manos en los bolsillos. Veo a una mujer tratando de estacionar su automóvil en un espacio que es demasiado pequeño, y al pasar le doy una ayudita empujando el automóvil estacionado detrás; se mueve como cuarenta centímetros y ella tiene lugar para estacionar. El viernes por la tarde, en mi clase de gimnasia, me meto en un partido de básquetbol y en cinco ocasiones distintas cuando Mike Kisiak viene dispuesto a una de sus jugadas certeras, hago desviar la pelota del cesto. Él no puede entender cómo está tan fuera de entrenamiento y eso lo mata. Parece que no hay límites para lo que puedo hacer. Yo mismo me asusto. Gano en experiencia día a día. Tal vez sea un auténtico superhombre.
Cindy y Harry, Harry y Cindy, calentitos y juntitos, sentados en el sofá de la sala. ¡Dios, creo que me están seduciendo! ¿Cómo puede suceder esto? ¿A mí? Dios. Dios. Dios. Cindy y Harry, Harry y Cindy. ¿Hacia adónde apuntamos esta noche?
En el cinematógrafo Cindy se acurruca junto a mí A la mitad de la película recojo la insinuación. Un gran paso adelante: deslizo mi brazo sobre sus hombros. Ella se mueve de modo que mi mano se desliza por su axila y llega a detenerse tocando su seno derecho. Mis mejillas encendidas. Hago como si la fuera a retirar, como si hubiera tocado una estufa encendida, pero ella aprieta su brazo sobre mi antebrazo. Atrapado. Exploro su carne complaciente. No hay relleno allí, sólo la auténtica Cindy. Está tan deseosa y tan dispuesta que me aterroriza. Después vamos a tomar una gaseosa. Es la confitería, ella pone a funcionar un lenguaje corporal que me asusta… ojos brillantes, sonrisas sugestivas, pequeños encogimientos de hombros. Quisiera decirle que no sea tan evidente. Es como vivir uno de mis propios sueños húmedos.
De vuelta en su casa, ahora. Empieza a llover. Estamos afuera, en el mismo lugar donde estuve parado cuando la empujé la última vez. Puedo escribir el guión sin esfuerzo: ¿por qué no pasas por un rato, Harry? Me encantaría. Ven, sécate los pies en el felpudo. ¿Te gustaría un poco de chocolate caliente? Lo que tú tomes, Cindy. No, lo que tú quieras. Chocolate caliente me sentaría bien, entonces. Sus padres no están en casa. Su hermano mayor está fornicando en Scarsdale. La lluvia martillea las ventanas. La casa es grande, cara, alfombras gruesas, cortinas elegantes. Cindy en la cocina, preparando.
Harry en la sala revolviendo las estanterías. Luego Cindy y Harry, Harry y Cindy, calentitos y juntitos en el sofá. Chocolate caliente, dos tragos cada uno. Sus labios cerca de los míos. Implorándome en silencio. Vamos, estúpido, acuéstate. Sé hombre. Nos besamos. Nos hemos besa do antes, pero esta vez es con lenguas. Dios. Dios. No lo creo. El elegante viejo Casanova Blaufeld se entrega a la acción como una máquina de seducir bien aceitada. Su perfume en mis narices, mi lengua en su boca, mi mano en su suéter, y entonces, inesperadamente, mi mano está debajo de su suéter, mi otra mano está en su rodilla y subiendo por debajo de su pollera y su muslo es satinado y fresco y yo estoy sentado allí, sintiendo esta extraña sensación bidimensional de que no soy un ser humano autónomo, sino alguien en la pantalla de una película pornográfica, consciente de que allí en la audiencia hay miles de personas que me están mirando con la respiración contenida y no me animo a defraudarlos. Continúo, no dejándome pausa para examinar lo que esta pasando sin pensar para nada, desconectando completamente mi mente, sólo siguiendo adelante paso a paso. Sé que si me parara a preguntarme si esto es real todo explotaría en mi cara. Ella me esta ayudando. Sabe mucho más de esto que yo.
Murmurándome suavemente. Animándome. Mis dedos escarban en nuestra ropa interior.
No te apures, susurra Tenemos todo el tiempo del mundo. Mi cuerpo presiona con energía el suyo. Por alguna razón ahora no estoy preocupado por la mecánica de la cosa.
Así que sucede de esta manera. ¡Qué milagro de evolución que estemos diseñados para encajar juntos de esta manera! Ten cuidado, me dice, de la manera que las chicas siempre lo dicen en las novelas y quiero tener cuidado, ¿pero cómo puedo tener cuidado cuando estoy cabalgando en una carroza desbocada? Empujo, no con mi mente sino con mi cuerpo, y de repente siento esta maravillosa suavidad aterciopelada que me envuelve y empiezo a moverme rápido sin poder controlarme y ella se mueve también y nos abrazamos y yo me siento arrojado a un remolino. Abajo y abajo y abajo. ¡Harry!, suspira ella y yo exploto sin control y sé que todo ha terminado. Recién comenzó y ya ha terminado ¿Eso es todo? Eso es todo. Eso es todo lo que hay, el movimiento, el abrazo, el suspiro, la explosión. Me siento bien, pero no tan bien, no tan bien como en mis febriles y virginales alucinaciones yo esperaba que fuese y la depresión me invade ante el descubrimiento de que no es trascendental después de todo, no es algo místico, es sólo una cuestión corporal que empieza, continúa y termina. De repente quiero retirarme y estar solo para pensar. Pero sé que no debo, tengo que ser amable y agradecido, ahora.
La tengo en mis brazos, le susurro palabras suaves, le digo lo bien que estuvo, ella me dice lo bien que estuvo. Los dos mentimos, ¿pero qué? Estuvo bien. Mirando hacia atrás empieza a parecer fantástico, irresistible, todo lo que yo quería que fuese. La idea de lo que hemos hecho explota en mi mente. Si sólo no hubiera terminado tan rápido. No importa. La próxima vez será mejor. Hemos cruzado una frontera; ahora estamos en terreno desconocido.
Mucho después ella dice:
—Quisiera saber cómo haces mover las cosas sin tocarlas.
Me encojo de hombros.
—¿Por qué lo quieres saber?
—Me fascina. Tú me fascinas. Por un largo tiempo pensé que eras un tipo cualquiera, sabes, un poco torpe, un poco inmaduro. Pero entonces este don que tienes. ¿Es un poder extrasensorial, no, Harry? He leído mucho sobre eso. Yo sé. En el momento en que me hiciste caer, supe lo que debía haber sido. ¿Era eso, no? ¿Por qué ser tímido con ella?
—Sí —digo, orgulloso de mi nueva masculinidad—. Realmente es una clásica manifestación poltergeist. Cuando te di ese empujón, fue la primera vez que supe que tenía ese poder. Pero lo he estado desarrollando. Deberías ver algunas de las cosas que he podido hacer últimamente. —Mi voz es grave, mis modales seguros. Me he graduado de mi propia fantasía esta noche.
—Muéstrame —dice—. ¡Mueve algo, Harry!
—Cualquier cosa. Dime tú cuál.
—Esa silla.
—Por supuesto. —Investigo la silla. Convoco mi poder. No viene. La silla se queda donde está. ¿Acaso el pocillo? ¿La cuchara? No.— Cindy, no lo entiendo, pero, parece que esto no funciona ahora.
—Debes estar cansado.
—Sí. Eso es. Cansado. Dormiré bien esta noche y lo tendré otra vez. Te telefonearé por la mañana y te daré una buena demostración.
Rápidamente me abotono la camisa. Buscando mis zapatos. Sus padres entrarán en cualquier momento. Su hermano.
—Mira, fue una velada maravillosa, inolvidable, brutal.
—Quédate un rato más.
—Realmente no puedo Afuera, a la lluvia.
En casa. Atónito. Empujo… y el zapato se queda allí. Miro el artefacto de luz. Nada. El foco no da vueltas. El poder se ha ido. ¿Qué pasará conmigo ahora? ¡Comandante Blaufeld, héroe del espacio! No. No. Nada. Volveré a caer en la rutina común de la humanidad. Seré… un esposo. Seré… un empleado. Y no empujar más. Y no empujar más. ¿Puedo acaso levantar mi camisa y deslizarla hacia el suelo? No. No. Desapareció.
Cada partícula, desapareció. Cubro mi cabeza con las frazadas. Pongo las manos en mi masculinidad desflorada. Eso sólo responde. Sólo allí soy todavía potente. Como todo el resto. Sólo uno del montón ahora. Enfrentémoslo; no empujaré más. Soy común otra vez.
Luchando contra las lágrimas me enrollo en mí mismo en la oscuridad y sudando, lamentándome un poco, trabajando mucho, desciendo torpemente a las arenas movedizas, a los primeros momentos de los largos años descoloridos del futuro.