Quinn odiaba pronunciar el nombre de su marido, odiaba saber que otro hombre había probado sus labios y había sentido su piel sobre la suya. Aquel pensamiento hizo que la ira de Quinn creciera rápidamente, instigada por unos inesperados celos. Luchó por mantener a su dios bajo control, rezando para que Marcail no se hubiera dado cuenta de lo tenso que se había puesto.
—No hay nada que contar. Yo no quería casarme. Es tan simple como eso.
—Nada es tan simple como eso —dijo Quinn—. Puede que no lo amaras, pero podíais haber sido amigos.
—Eso hubiese sido imposible —susurró ella—. Él no quería casarse conmigo igual que yo no quería casarme con él. Ninguno de los dos tuvo elección. Hicimos lo que era mejor para la aldea.
—¿Qué era lo mejor? —Quinn sabía lo que era permanecer casado con alguien con quien desearía no estarlo. Pero por lo menos, él y Elspeth hubo un tiempo en que fueron amigos. Aparentemente, Marcail y Rory no podían decir lo mismo.
Marcail apoyó la cabeza contra las rocas y suspiró.
—No me alegré cuando murió, pero estaba feliz de ser libre de nuevo. Él hacía que me preguntara todo lo que yo era. No le gustaba mi pelo, no le gustaba mi magia, pero odiaba que no supiera todo lo que una druida tenía que saber.
—Puede que fuera el mejor luchador de tu aldea, pero era el hombre equivocado para ti.
Ella soltó una carcajada.
—Gracias. Nadie hubiera admitido eso en mi aldea.
—Son todos unos idiotas.
Su sonrisa era contagiosa y él sonrió también.
—Me has hecho sonreír a pesar de la situación en la que me encuentro.
Justo como había pasado antes, él se sumergió en sus ojos color turquesa, su cuerpo le pedía que la atrajera hacia sí y la besara. Que reclamara sus labios y su cuerpo como suyos. No había nada que deseara más en este mundo que tener sus brazos alrededor de su cuello y oírla suspirar mientras su cuerpo se introducía en el de ella.
Pero entonces pensó en la conversación que había mantenido con Broc y las palabras de alerta del guerrero.
—Tienes el ceño fruncido —dijo Marcail.
—Broc me dijo que se me estaba acabando el tiempo.
—¿Qué significa eso?
Quinn se inclinó hacia delante y puso los codos sobre las rodillas. Agachó la cabeza mientras emitía un largo suspiro.
—No tengo ni idea. Supongo que tiene que ver con Deirdre. Todo en este maldito lugar tiene que ver con esa bruja.
—Lucan y Fallon vendrán, Quinn. Sé que lo harán.
Quinn deseó estar tan seguro como ella.
Charon tamborileó con sus garras color bronce en las rocas de la entrada de su cueva. Odiaba el Foso, odiaba la montaña y, al igual que todos los demás, no saldría de allí en mucho tiempo.
Sin embargo, él partiría antes que la mayoría. Deirdre le había hecho una oferta que no podía rechazar. Todos sospechaban que había un espía en el Foso, pero nadie se había dado cuenta de que era él.
Aunque estaba interesado en lo que hiciera Quinn MacLeod, Charon no disfrutaba espiando ahora que estaba obligado a hacerlo. Le gustaba elegir sus propios vicios, y tenía muchos.
Se había quedado sorprendido ante la rapidez con que Quinn había impuesto su dominio sobre los guerreros del Foso. Charon no se había enfrentado a él. Aunque el enfrentamiento llegaría en algún momento. Estaba esperando el momento oportuno.
Todo el mundo tenía sus debilidades, incluso el gran Quinn MacLeod. Encontraría su punto débil y lo utilizaría a su favor contra Quinn y Deirdre. Solo era cuestión de tiempo que pudiese dejar a un lado todo aquel montón de piedras y regresara a los asuntos con los que disfrutaba.
Charon le sonrió a Arran, el guerrero blanco que siempre estaba al lado de Quinn. Arran no confiaba en Charon, y bien que hacía.
Lo más interesante era que Quinn había salvado a la mujer; por su parte, no se hubiese molestado en hacer nada por salvarla. Pero era un hombre, y había pasado muchísimo tiempo desde que había desfogado su lujuria entre las piernas de una mujer. Y aquella maldita druida parecía realmente deliciosa.
No obstante, Quinn la vio antes. Y ahora la protegía como si fuera la respuesta a todas sus plegarias. Tampoco Arran ni los gemelos se separaban de ella.
Fascinante. Realmente fascinante.
Charon no se sorprendió al ver que Arran se le aproximaba.
—Estáis más protectores de lo habitual, ¿no crees?
Arran se detuvo frente a él.
—Dime, Charon, ¿por qué no te has unido a nosotros? No ayudas a Deirdre. Cuantos más guerreros estén del lado de Quinn, más opciones tendremos de escapar de aquí.
—Han pasado décadas desde que alguien escapara de esta montaña. No creo que ahora vaya a ver que uno de vosotros lo consiga.
—¿Y por qué no nos ayudas a hacerlo posible?
—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó Charon.
A Arran se le tensaron los músculos de la mandíbula.
—Porque estamos aquí metidos para morir o para convertirnos en sus esclavos. Personalmente, preferiría no hacer ninguna de las dos cosas. Quinn es nuestra mejor opción.
—Él es tu mejor opción. Pero no para mí, así que deja que me las apañe solo.
—Un día necesitarás mi ayuda y me encontraré en posición de negártela.
Charon se rió.
—Ese día no llegará nunca.
—Ya lo veremos —dijo Arran antes de girarse, quedar de espaldas y empezar a andar.
Él mantuvo la sonrisa en su rostro incluso después de que Arran desapareciera en la cueva de Quinn. A Charon no le gustaban las predicciones de ningún tipo porque había aprendido demasiado pronto lo lejos que se podía llegar con esas predicciones.
Marcail intentaba pasar el rato pensando en los conjuros que su abuela le había enseñado en lugar de perseguir a Quinn con la mirada como una chiquilla que nunca antes hubiera visto a un hombre atractivo.
Había visto hombres guapos, pero ninguno como Quinn MacLeod.
A pesar de todo lo que le había dicho a Quinn, Marcail había mantenido vivas la mayoría de las ideas de su madre durante su época de aprendizaje. El modo de obrar de los druidas no había sido parte de la educación de Marcail, así que escuchar a su abuela pronunciar frases tales como «la guerra que acabará con todas las guerras» o «el final de todo lo bueno de este mundo» no habían significado nada para Marcail.
No hasta que Dunmore y los wyrran habían aparecido en su aldea. En su huida por el bosque, Marcail intentó recordar todas las palabras que su abuela le había dicho. Pero era demasiado tarde.
La magia que tenía que haber fluido por su cuerpo, no respondía cuando ella la llamaba. Podía curarse a sí misma, sí, pero solo porque su abuela le había obligado a hacerlo cada día mientras estuvo viva.
Su abuela la había obligado a practicarlo tantas veces que se había convertido en su segunda naturaleza, al contrario que el resto de poderes de su magia. Uno de los principales poderes de Marcail, el de adivinar los sentimientos de la gente, venía a ella por sorpresa esporádicamente. En otras ocasiones, como ahora, cuando quería descubrir qué era lo que hacía que Quinn se mostrase tan reservado, la magia ignoraba su llamada.
Era frustrante. En aquel preciso instante se odiaba a sí misma. Su abuela había intentado alertarla, prepararla para lo que estaba por venir. Puede que como Marcail no le prestaba la suficiente atención, la anciana hubiese tenido que enterrar en la mente de su nieta el conjuro con el que se podía dormir a los dioses.
Marcail levantó las manos. La parpadeante luz de las antorchas hacía que brillaran con un tono rojizo anaranjado. Sus manos eran las de una druida, con poderosa sangre druida en sus venas, pero no podía ayudar a los hombres que tenía a su alrededor a luchar contra una despiadada bruja.
Hubo un tiempo en que los mie podrían haberse levantado contra Deirdre, pero Deirdre había seguido incrementando su poder, yendo a escondidas a la caza de los druidas de todo el país y robándoles sus poderes. Cuando los mie se percataron de sus verdaderas intenciones, la magia de Deirdre ya era demasiado fuerte. Se hubieran necesitado muchos mie enfrentándose a Deirdre, y los druidas, tanto los mie como los drough, tenían demasiado miedo de ella.
Marcail suspiró y cerró las manos. Podía centrarse y hacer que floreciera una planta, pero no tenía nada con lo que enfrentarse a Deirdre o con lo que ayudar a Quinn y a sus hermanos en su misión. Resultaba inútil como druida.
No era de extrañar que Deirdre no se hubiera molestado en matarla ella misma. No había suficiente magia en sus venas como para beneficiar a Deirdre de algún modo.
Una sombra se movió y se dirigió hacia ella. Marcail vio la piel azul claro y el pelo castaño y largo de Duncan. Él se quedó mirándola un momento en silencio.
—Eres una mujer muy tranquila.
—La penumbra hace que me acuerde del pasado, lo que nunca es bueno.
—No podemos cambiar nuestro pasado, no importa lo mucho que queramos hacerlo.
Sabias palabras.
—¿Siempre hay tanta calma aquí abajo?
—A veces. Y otras hay peleas entre los guerreros, como la otra noche.
Marcail frunció el ceño. ¿Había habido una pelea? No recordaba haber oído ninguna, pero era cierto que ella dormía siempre profundamente. Aunque resultaba extraño que se hubiera dormido de tal modo y que no hubiera escuchado esa pelea.
—¿Te has metido alguna vez en una pelea?
—Solo si tengo que hacerlo —dijo levantando uno de sus musculosos hombros—. Mi lealtad es para con mi hermano, Quinn y Arran. Siempre estaré de su lado en una batalla.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí abajo?
—Mucho más tiempo que Quinn, pero no tanto como Arran.
Lo cual no le aclaraba nada, pero era cierto que una persona podía perder la noción del tiempo en aquella oscuridad.
—¿Erais ya amigos vosotros y Arran antes de que Quinn llegara?
—No luchábamos unos contra otros, si es eso lo que quieres decir.
Marcail volvió a mirar a Quinn. No se había movido de su posición, justo a la entrada de la cueva. Estaba oculto por las sombras, pero ella podía sentir su presencia.
—¿Y con Quinn? ¿Luchaste contra él?
—En cuanto lo capturaron, los soldados de Deirdre no pararon de alardear de que habían atrapado a uno de los MacLeod. Quería conocer a Quinn, pero nunca me imaginé que Deirdre lo lanzaría al Foso.
—Pero lo hizo.
—Sí, lo hizo. Ian y yo supimos, por el modo en que le hablaba a Quinn, que él podía ser uno de los MacLeod de los que tanto habíamos oído hablar. Deirdre tuvo cuidado de no pronunciar nunca su nombre. Aunque no nos costó mucho descubrirlo.
—Supongo que los otros se enfrentaron a él.
Duncan se rascó la barbilla.
—La manera de sobrevivir aquí abajo es demostrar que nadie puede vencerte, que eres el más fuerte, el más poderoso. Cuando alguien nuevo cae aquí, una pelea es lo primero con lo que se encuentra. Así fue con Quinn. Ian y yo nos quedamos atrás y observamos. Todas las historias que habíamos escuchado explicando lo fantásticos guerreros que eran los MacLeod no habían mentido.
Marcail estaba fascinada, pero era cierto que siempre se había sentido cautivada por la historia de los MacLeod. Su abuela le contaba la historia cada noche, sin cambiar ni una sola palabra.
—¿Se enfrentó Arran a Quinn?
—Arran hizo como nosotros, se quedó observando. Quinn no necesitaba nuestra ayuda, ni siquiera cuando seis guerreros lo atacaron a la vez.
Marcail abrió la boca sorprendida.
—¿Seis? ¿Seis y no lo ayudasteis?
Duncan soltó una carcajada y movió los pies.
—Todavía no lo has visto luchando. En cuanto lo hagas comprenderás por qué le resultó tan fácil convertirse en el líder aquí abajo.
—¿Tú no hubieras querido su puesto?
—Antes de que Quinn llegara, había peleas todos los días, casi todos los días. Todos intentábamos ser mejores que los demás.
—Pero sois guerreros. Todos sois poderosos, o al menos, eso es lo que se cuenta en las historias.
Duncan cruzó los brazos sobre el pecho.
—Todos nosotros tenemos un dios en nuestro interior, sí, pero Quinn es el más viejo de todos. Es el que más tiempo ha vivido con su dios. También hay dioses que son más fuertes que otros.
—¿Cuál es tu dios?
—Ian y yo llevamos al dios Farmire. Es el dios de la batalla o el padre de la batalla, como le gusta que lo llamen.
—¿Ambos tenéis al mismo dios?
—Sí —respondió Duncan—. Somos gemelos, así que lo compartimos todo, incluso al dios. Quinn y sus hermanos también tienen al mismo dios.
Ella asintió.
—Quinn me lo dijo. ¿Cómo puede ser? Yo pensaba que había un dios por hombre.
—Tendrás que preguntárselo a los dioses —dijo Duncan antes de marcharse.
Marcail sentía más curiosidad que nunca por Quinn. En ninguna de las historias se decía que los hermanos compartían al mismo dios.
Si Marcail creía a Duncan, debía creer que los hermanos MacLeod eran los más fuertes. Ojalá hubiese visto a Quinn enfrentarse a los otros guerreros cuando lo arrojaron al Foso. Había visto luchar a los hombres muy pocas veces y nunca le había gustado verlo.
Pero era cierto que ninguno había sido Quinn MacLeod.