—Quinn.
La voz de Arran rompió lo que fuera que estuviera pasando entre Marcail y Quinn. Marcail apartó la mirada para que Quinn no pudiera ver lo desesperadamente que deseaba que la besara.
Era una sensación asombrosa desear que la tocara. Durante su corto matrimonio, Marcail no había gozado con el contacto de Rory ni con sus besos castos y sin sentimiento.
Pero con Quinn todo era diferente. El corazón y la respiración se le aceleraban y le quemaba el cuerpo entero. No podía entender cómo un simple hombre podía provocar tales cosas en ella, pero le gustaba demasiado como para cuestionárselo.
Marcail se pasó la lengua por los labios mientras Quinn se ponía en pie. No hubo más palabras entre los dos hombres. Fuera lo que fuese que Arran quería que Quinn supiese, solo con decir su nombre le había transmitido toda la información.
Quinn le hizo un leve gesto con la cabeza a Arran antes de volverse hacia ella.
—Quédate en las sombras. No te muevas y por todos los santos, no hagas ningún ruido.
—¿Es Deirdre? —preguntó ella.
—No lo creo, pero sea quien sea, no quiero que sepa que estás aquí.
Marcail puso los hombros tensos.
—Haré lo que me dices.
Quinn le guiñó un ojo y se soltó el pelo de la coleta antes de apagar la antorcha. Él dudó un momento, pero fue suficiente para que ella se diera cuenta de que se había transformado en guerrero.
La cueva se llenó de oscuridad y Marcail se quedó allí dentro, sintiéndose sola. Se acurrucó contra las frías piedras. Pensó que no era momento para esconderse en una de las esquinas más oscuras.
Gracias a la luz del resto de las antorchas, Marcail pudo ver que Quinn y Arran tomaban posiciones en la entrada de la cueva de Quinn. También advirtió que se movía el pelo corto del gemelo Ian cerca de donde ellos estaban.
—Quédate donde estás —dijo Duncan mientras se acercaba para colocarse delante de ella—. Yo te protegeré.
Cuando Marcail inclinó la cabeza hacia un lado, pudo observó que Quinn y su piel color medianoche se desvanecían en las sombras que lo rodeaban. Sentía demasiada curiosidad como para no querer saber lo que ocurría. El corazón le palpitaba en los oídos cada vez más fuerte a medida que crecía su ansiedad.
—Tranquila —le susurró Duncan—. Todo irá bien.
Marcail quería creer al guerrero azul claro, pero para ella nada había ido «bien» desde hacía unas cuantas semanas, años incluso.
—No es Deirdre.
Ella levantó la mirada hacia el robusto guerrero. Solo podía atisbar su silueta, pero eso bastó para descubrir que tenía la mirada fija en Quinn.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.
—Los otros guerreros. Si fuera Deirdre se esconderían.
El único guerrero al que podía vislumbrar, aparte de Quinn, Arran e Ian, era el que estaba justo delante de ellos. El guerrero se hallaba recostado, con un hombro sobre las rocas y los brazos cruzados sobre el pecho, con gesto despreocupado.
La luz de las antorchas parpadeó y permitió ver su piel cobriza y un pelo castaño largo hasta la barbilla, con raya en el medio y suelto, flanqueando su rostro. Su falda escocesa estaba en mejores condiciones que las de los gemelos, pero no pudo reconocer el tartán. A ambos lados de sus sienes sobresalían dos cuernos gruesos que se curvaban sobre su frente.
Si aquel guerrero suponía un indicio, entonces Duncan tenía razón y en realidad no era Deirdre la que había llegado al Foso. Pero si no era Deirdre, ¿quién podía ser?
—Quinn… —Una voz profunda retumbó en el Foso.
Quinn no se sorprendió al ver a Broc haciéndole señas para que se acercara. Pero ¿qué quería el guerrero alado? Quinn sintió la necesidad de volver la vista para buscar a Marcail, pero mantuvo la cabeza hacia delante y confió en que Duncan la protegería.
—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Arran.
—No, hablaré con Broc yo solo.
Quinn no entendía la necesidad que tenía Broc de atormentarlo desde que estaba preso en la montaña, pero el guerrero azul añil se aseguraba de tenerlo siempre vigilado.
Quisiera lo que quisiese, no deseaba que los otros lo supieran. Broc no tenía miedo de nada, ni siquiera de que lo atacasen en el Foso. Ese había sido el plan de Quinn, atacar al guerrero para poder liberarse. Aunque Arran y los gemelos estaban de acuerdo, los otros guerreros no habían querido unirse al plan.
Quinn se tomó su tiempo mientras caminaba hacia la puerta que los mantenía encerrados en el Foso. Como con todo allí, la puerta era de piedra, con un vano lo suficientemente grande para poder pasar comida, pero demasiado pequeño para permitir que nadie pudiera escapar. Además, Deirdre había utilizado su magia y no importaba el poder que tuviera el guerrero, no podría escapar del Foso si la puerta no estaba abierta.
E incluso así era peligroso.
—¿Qué quieres? —preguntó Quinn en cuanto llegó a la puerta.
Broc escondió sus grandes alas, que le sobresalían por detrás de la cabeza, y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Se te está acabando el tiempo.
—¿Te envía Deirdre para ponerme nervioso? Porque no me estás diciendo nada que no sepa ya.
Broc puso los ojos en blanco.
—Puede que seas el más listo de los tres hermanos, Quinn MacLeod, pero a veces eres duro de entendederas.
Ese comentario consiguió llamar la atención de Quinn. Se acercó más a la puerta y bajó el tono de su voz.
—¿De qué me estás hablando?
—¿De verdad crees que Fallon y Lucan vendrán a por ti?
—Sin lugar a dudas. —Aunque había dudado de ello un par de veces. Al fin y al cabo, no había sido el mejor de los hermanos.
Broc le echó un vistazo al guarda que había a su izquierda y bajó la voz.
—Ella se lo va a poner muy complicado y a ti también. Te quiere a ti, Quinn. Te quiere lo suficiente como para asegurarse de que nunca puedas salir de aquí.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Creo que tienes que comprender en qué punto te encuentras. Has estado ya varias semanas en el Foso. Has demostrado tu autoridad frente a los guerreros, lo que le ha demostrado a Deirdre que tú eres lo que ella necesita.
Quinn frunció el ceño ante las palabras de Broc.
—No hay nada con lo que pueda amenazarme, nunca sucumbiré ante ella.
—Ve con cuidado con lo que dices —Broc lo alertó y dio un paso atrás—. Se te está acabando el tiempo.
Quinn quería llamar a Broc para que volviera y preguntarle por qué había repetido aquella última frase. ¿Qué era lo que sabía? Quinn entendía que no podía preguntarle al guerrero, aunque deseaba llamarlo para hacerlo. Si Broc hubiera querido que lo supiera, se lo hubiera dicho claramente.
Quinn se dio la vuelta y regresó a su cueva. No se detuvo en la entrada y siguió adelante en busca de Marcail. Tan pronto como lo vio, ella se puso en pie y Duncan se apartó a un lado.
—¿Quién era? —preguntó ella.
—Uno de los guerreros de Deirdre. Se llama Broc. Es el único guerrero que conozco que tenga alas.
—¿Alas? —repitió ella con los ojos abiertos por la sorpresa.
Quinn asintió y se quedó mirando la antorcha que mantenía Duncan en la mano para volver a dar luz a la estancia.
—Todos los guerreros son diferentes.
—Estoy empezando a darme cuenta —murmuró—. ¿Qué quería Broc?
—Avisarme.
Quinn miró a Arran y a los gemelos.
—Broc me ha preguntado si estaba seguro de que mis hermanos vendrían a por mí.
Arran resopló.
—Claro que van a venir.
Pero Quinn había empezado a cuestionárselo. Puede que Deirdre no les hubiera dicho a sus hermanos dónde estaba, tal y como le había hecho creer. Puede que les hubiera mentido a Lucan y a Fallon, asegurándoles que se había unido a ella.
Nunca debería haber huido de sus hermanos, no importaba lo doloroso que hubiera sido ver a Lucan y a Cara juntos. Si…, no, cuando escapara de aquella montaña, Quinn iría directo a sus hermanos y les rogaría que lo perdonaran por haber sido un cretino durante tres siglos.
—¿Qué más te ha dicho Broc? —preguntó Ian.
Quinn se encogió de hombros.
—Solo quería recordarme que Deirdre se ha dado cuenta de que he tomado el control aquí abajo.
—Supongo que eso le habrá gustado —dijo Arran, seco.
—Desafortunadamente.
Quinn bajó la vista y se quedó mirando sus garras negras. Eran largas y afiladas y habían visto mucha sangre desde que el dios fuera liberado. ¿Cuánta más tendría que derramarse antes de poder encontrar un poco de paz?
Las manos de Marcail le tocaron el brazo. En un abrir y cerrar de ojos, él volvió a encerrar a su dios. No le gustaba que ella estuviera cerca mientras se hallaba en su forma de guerrero. Admitía que era una estupidez. Ella podía ver a los otros con su aspecto de guerreros, pero él había pasado tanto tiempo con alguna parte de su dios a la vista, que quería demostrarse a sí mismo que lo tenía todo bajo control.
Le costó un momento darse cuenta de que los otros los habían dejado solos a él y a Marcail.
—Nunca se alejan de ti —dijo ella.
Quinn se quedó mirando la mano que ella había colocado sobre su brazo.
—Me tocas con más libertad de la que nadie lo ha hecho nunca.
—¿Y eso te molesta? —Marcail dejó caer su brazo a un lado.
—Debería.
—Mi abuela nos enseñó que a veces un simple gesto de contacto puede hacer más por una persona que las palabras.
Quinn cerró la mano en un puño en un esfuerzo por no pasar sus dedos por su cintura y atraerla hacia él.
—Tu abuela era muy sabia.
—¿Por qué te molesta tanto mi tacto?
—Ya te lo he dicho. No estoy acostumbrado.
Ella sacudió la cabeza y algunas de sus trenzas cayeron por delante de sus ojos.
—Es muy triste.
—A mi esposa no le gustaba que yo la tocara.
Quinn no estaba muy seguro de qué lo había llevado a compartir aquel secreto con Marcail. Podía ser porque la druida no lo había juzgado en ningún momento o porque simplemente quería hablar de Elspeth.
Marcail le cogió el puño cerrado con ambas manos y suavemente le abrió los dedos. Se sentó sobre la losa y lo instó a que se pusiera a su lado.
—¿Qué tipo de mujer no iba a querer que la tocaras? Eres un hombre atractivo que proviene de una familia poderosa. Seguro que tenías a todas las mujeres que querías.
—Es cierto —confesó Quinn—. Mi esposa y yo crecimos juntos. Siempre me estaba persiguiendo. Cuando era una muchacha era una pesadilla. Luego, cuando crecimos, nos hicimos amigos.
—Debió de amarte mucho.
—Eso creo. —Y eso fue su perdición. Su madre le había advertido sobre su matrimonio con Elspeth y le aconsejó que conociese antes de cualquier compromiso a otras mujeres, pero Quinn no la había escuchado. Había pagado con creces aquel error.
—¿Estuvisteis casados mucho tiempo?
—Casi cuatro años. —Que le habían parecido cuatro eternidades.
Marcail suspiró. Sus manos todavía tenían sujeta la suya.
—¿Quieres contarme lo que sucedió?
Quinn no deseaba hacer tal cosa. Pero su boca se abrió y las palabras empezaron a brotar.
—Elspeth se quedó embarazada casi de inmediato. Yo estaba muy feliz y parecía que ella también. Pero lo pasó muy mal durante el embarazo. Estaba siempre enferma y casi nunca podía salir de la cama. Cada vez que me acercaba a ella, me pedía que me marchara.
—Los cuerpos de algunas mujeres no soportan bien los embarazos. No era culpa tuya.
Ahora él lo sabía, pero por aquel entonces no.
—Cuando por fin llegó el día del nacimiento de mi hijo, pensé que luego todo volvería a ser como antes, pero todo había cambiado. El parto duró muchas horas. Llegó un momento en que la matrona pensó que Elspeth no sobreviviría. Soportó casi dos días de parto hasta que por fin nació nuestro hijo.
—Un momento de gran alegría, seguro.
Quinn sonrió al recordar cómo Lucan, Fallon y sus padres lo habían celebrado.
—Sí. Fue una gran celebración, según me contaron después. Yo no me uní a los festejos porque quería estar con Elspeth.
Marcail sonrió.
—Como debe ser.
—La matrona le dijo a Elspeth que no se arriesgase a tener más hijos. Le entregó unas hierbas que tenía que tomar todos los días para no volver a quedarse embarazada.
Marcail hizo una mueca para sus adentros. Sabía qué iba a ser lo próximo que dijera Quinn, pero no lo detuvo. Él necesitaba hablar de ello.
—Elspeth se negó a tomar las hierbas por miedo a que no funcionaran y yo no quería volver a poner su vida en peligro. Ella ni siquiera me permitía dormir en la misma cama porque pensaba que la forzaría.
Marcail no podía creer que la esposa de Quinn hubiera sido tan egoísta. Si realmente hubiera conocido a Quinn, Elspeth hubiera sabido que él nunca le haría ningún daño.
—¿Hablaste con ella alguna vez de eso? —le preguntó.
Quinn sacudió la cabeza.
—Lo intenté varias veces al principio, pero ella no atendía a razones. Después de un tiempo dejé de intentarlo.
—Nadie lo sabía, ¿verdad? ¿Y tu familia? ¿Pensaban que eras feliz?
El modo en que Quinn la miró, como si le sorprendiera que ella lo comprendiera, hizo que se le encogiera el corazón. Las historias que había oído de los MacLeod, no contaban mucho sobre los hermanos. Ciertamente no contaban lo guapo que era Quinn o el modo en que hacía que ella deseara tener la magia capaz de proporcionarle toda la felicidad que él deseara.
—No —respondió él tras un largo silencio—. Mi familia nunca lo supo. Yo lo quise así. ¿Y la tuya? ¿Sabía tu abuela que eras infeliz?
Marcail le soltó la mano y apartó la mirada. Siempre era más fácil escuchar a los demás que revelar algo de uno mismo, especialmente esa parte que hubiera deseado que no hubiera existido.
Ante su sorpresa, Quinn retuvo la mano entre una de las suyas. Con un dedo de la otra mano, le giró suavemente el rostro hacia él para que lo mirara.
—¿Es demasiado doloroso?
—Solo porque desearía que nunca hubiera sucedido. Rory nunca me forzó, pero temía la magia que corría por las venas de mi familia.
Quinn frunció el ceño.
—¿Es muy poderosa esa magia?
—Lo suficiente como para que mi abuela pueda esconder un conjuro en mi cabeza.
—¿Y tu magia?
Ella tragó saliva y bajó la mirada.
—Mi madre y mi abuela no tenían una buena relación. Mi madre pensaba que era mejor olvidarse de las cosas de los druidas. Por eso, no me enseñó los conjuros y mi madre le prohibió a mi abuela que estuviera cerca de mí para que tampoco ella pudiera enseñármelos.
—¿No conoces la magia?
—Sí, pero no del modo en que debería hacerlo. Cuando asesinaron a mi padre defendiendo nuestra aldea de los wyrran, creo que mi madre se dio cuenta de su error. Pero la profunda pena que sentía por la muerte de su marido hizo que se olvidara de mi hermano y de mí. Poco después, ella también murió. Cuando vino mi abuela, empezó a instruirme cuanto pudo, pero ya habían pasado demasiados años.
Quinn le acarició la mano con el dedo.
—Sabes sanarte a ti misma.
—Sí, y puedo sentir el humor de las personas. Mi abuela decía que ese era mi gran poder y que podía haber sido mucho más grande si mi madre hubiera obrado correctamente. Ya ves, no todos los druidas poseen una magia especial.
—¿Por qué? —Él se recostó en la roca y flexionó una pierna para apoyar el brazo.
—Mi abuela decía que era o bien porque habían empezado a apartarse de los druidas o porque su magia no era lo suficientemente fuerte desde el principio.
Quinn sacudió la cabeza.
—No lo entiendo. O tienes poder o no lo tienes. Cara, la esposa de mi hermano, no sabía que era una druida. Lo descubrimos por casualidad cuando estaba intentando arreglar el jardín.
—Ah, es parte de los mie querer que las cosas crezcan. Tenemos ese poder.
—Eso lo averiguamos más tarde con Cara. Pero fue cuando se enfadó y la planta empezó a morir cuando descubrimos el poder que ella tenía.
—¿Está aprendiendo a utilizar su magia? ¿Hay alguna druida que le enseñe a utilizarla?
Quinn se encogió de hombros.
—Cuando yo me fui, Lucan hablaba de salir a buscar una druida para Cara, pero no sé qué ha pasado desde que me cogieron preso.
—Si no hay ninguna druida que ayude a Cara, entonces lo haré yo.
—Eres una buena mujer, Marcail.
Ella sonrió, de nuevo más tranquila.
—Ahora háblame de Rory.