Marcail se descubrió a sí misma observando a Quinn mientras en su mente se desvanecía el cántico y la música que, estaba convencida, había vuelto a escuchar. Siempre que Quinn se paseaba por la cueva o hablaba con sus hombres, su mirada lo buscaba.
Sus movimientos eran fluidos y poderosos.
Ella observó el modo en que él y sus hombres escudriñaban el Foso sin cesar con la mirada. No le costó mucho tiempo comprender lo que había querido decir Quinn cuando afirmó que la había puesto en un gran peligro al salvarla.
Incluso entre las sombras de la cueva de Quinn podía sentir las miradas de los otros guerreros sobre ella. No tenía ninguna privacidad, pero mientras se mantuviera dentro de la cueva estaría segura.
Aunque la seguridad resultaba muy relativa en aquellas circunstancias. Mientras se hallase bajo las garras de Deirdre, Marcail nunca se encontraría segura. A pesar de ser consciente de ello, no podía imaginarse abandonar a Quinn. Es probable que Deirdre no la matara con sus propias manos, pero se aseguraría de que acabase muerta.
El solo pensamiento de no volver a poder mirar los ojos verde pálido de Quinn hizo que se le revolviera el estómago. Todos los druidas de Britania sabían lo importantes que eran los MacLeod para su supervivencia. ¿Era, como Quinn le había dicho, la idea que tenía de él y de sus hermanos, forjada tras empaparse de todas esas historias que había oído, lo que hacía que lo viera como su salvador?
Es más que eso. Sé que es mucho más.
Marcail había visto lo que había en los ojos de Quinn. Había podido atisbar las sombras que lo perseguían, pero también había podido ver cómo tomaba el control. Todos los guerreros del Foso lo consideraban el líder. Puede que no todos se hubieran aliado con él, pero sabían que no debían cuestionar su autoridad.
Quinn se dio la vuelta y la descubrió observándolo. Él frunció el ceño y le preguntó, con un simple movimiento de la cabeza, si todo estaba bien.
Ella asintió y apartó la mirada. Pero ya era demasiado tarde. Por el rabillo del ojo advirtió que se aproximaba a ella.
—¿Qué sucede? —preguntó él.
Marcail flexionó las piernas, hasta plegarlas sobre su pecho, y descansó la barbilla en las rodillas. Había estado sentada en la losa que Quinn utilizaba como cama desde que se había apartado de él por la mañana. Tenía las nalgas entumecidas, pero le daba miedo moverse, le aterraba llamar todavía más la atención.
—¿Marcail?
—No pasa nada. Solo estaba mirándote a ti con tus hombres.
Él se sentó a su lado y reposó los codos sobre las rodillas.
—Ninguno de los guerreros se atrevería a entrar en mi cueva. Puedes pasear y moverte tranquilamente.
—¿Y si Deirdre me descubre?
—De hecho es solo cuestión de tiempo que lo haga.
Marcail se pasó la lengua por los labios mientras su cuerpo se estremecía ante la idea.
—Entonces, ¿por qué posponer lo inevitable? Os estoy poniendo a ti, a Arran y a los gemelos en peligro escondiéndome aquí.
Quinn se puso tenso y giró la cabeza para mirarla.
—¿Crees que nos importa lo que Deirdre pueda hacernos? Marcail, ella lanza al Foso a la gente a la que quiere doblegar. Todos aquí acabaremos o aliándonos con ella o muriendo. Ese es el único modo que tenemos para liberarnos.
—Entonces, ¿crees que ella me dejará aquí abajo?
—Se me ha pasado por la cabeza. Tú misma dijiste que te quería muerta.
Marcail esperaba que Quinn llevara razón. Tenía muchas más posibilidades de sobrevivir allí abajo con Quinn que en cualquier otro lugar.
—Espero que te encuentres en lo cierto.
—Por supuesto. Mis hermanos están de camino para salvarme y cuando lo hagan, te sacaré de aquí también.
—¿Estás seguro de que tus hermanos saben que estás aquí?
A Quinn se le dibujó una sonrisa irónica en la cara.
—¡Oh, claro que sí! Deirdre me comentó que les había dejado una nota. Ellos saben que me tiene preso.
—¿Cómo te capturó Deirdre?
Por el modo en que Quinn frunció el ceño, ella habría preferido no haber preguntado nada.
—No importa —dijo ella—. De verdad, no importa.
—¿Qué dicen las historias que conoces sobre mí y mis hermanos?
Ella dudó un instante sin saber muy bien por dónde empezar.
—Nos contaban que vosotros fuisteis los tres primeros guerreros a los que descubrió Deirdre y que ella aniquiló a todo vuestro clan para capturaros.
—Es cierto. Deirdre lo exterminó todo, desde el ganado hasta los niños y los bebés. Todo lo que había en la tierra de los MacLeod murió.
La forma que tuvo él de hablar hizo que a ella le doliera el alma. Pudo oír el horror y la aceptación en su voz y aquello la entristeció mucho.
—Lo siento, Quinn.
—Mi mujer y mi hijo murieron en aquella masacre, junto con mis padres. Yo me había marchado con Fallon, con Lucan y con otros hombres a visitar a la futura prometida de Fallon. Deirdre debió atacar justo después de que nos marcháramos.
A Marcail le dio un vuelco el corazón. No tenía ni la menor idea de que Quinn hubiera estado casado y de que hubiese sido padre. Ella le puso la mano sobre la pierna.
—Nada que yo pueda decir mitigará el dolor por la pérdida de una esposa y un hijo.
—¿Qué más contaban las historias?
Ella apartó la mano de su pierna y se aclaró la garganta. Era evidente que a él no le gustaba hablar de su mujer y de su hijo y ella no podía culparlo por ello. Siempre había escuchado decir que el tiempo cura todas las heridas. Puede que reduzca el dolor, pero uno nunca olvida la muerte.
—Cuentan que salisteis en busca de Deirdre.
—No —dijo Quinn mientras sacudía la cabeza—. Ella nos envió una nota diciendo que sabía quién nos había atacado. Mis hermanos y yo nunca nos dimos cuenta de que detrás de aquello había una trampa. Tan pronto como pusimos un pie en su montaña nos encadenó y liberó a nuestro dios.
—¿Cómo fue el hecho de liberar al dios?
—Más doloroso de lo que nunca puedas llegar a imaginar. —Soltó un suspiro y se recostó contra las rocas—. Era como si cada hueso de mi cuerpo se partiera por la mitad y luego volviera a juntarse. La sangre me quemaba como el fuego en las venas, mientras el poder del dios empezaba a fluir por mis miembros. Mi cuerpo se sacudía por el dolor, pero el poder que el dios nos proporcionó pudo incluso con aquel dolor. Rompimos las cadenas que nos había puesto y escapamos antes de que ella se percatara de lo que estaba sucediendo.
—Fuisteis afortunados.
—Muy afortunados. Aunque en aquel momento no lo veíamos así. ¿Qué más cuentan las historias?
Marcail flexionó las piernas y se sentó sobre ellas.
—En cuanto escapasteis de Deirdre desaparecisteis, aunque seguisteis luchando contra ella.
—Desaparecimos. —Quinn soltó una carcajada—. Vivimos durante cincuenta años como animales en las montañas, enfrentándonos unos a otros. Teníamos demasiado miedo de aproximarnos a las aldeas. Fue Lucan el que nos llevó de vuelta al castillo.
—¿El castillo MacLeod?
—Sí.
Marcail no podía creerlo.
—Nunca a nadie se le ocurrió buscar allí. Las tierras de los MacLeod se habían dividido entre diferentes clanes y todo el mundo asumió que el castillo estaba vacío.
—Había una aldea cerca del castillo. Dejamos que creyeran que el castillo estaba encantado.
—¿Y nunca abandonasteis el castillo?
Quinn se encogió de hombros.
—Yo lo hacía ocasionalmente, pero mis hermanos nunca. Queríamos mantenernos escondidos de Deirdre y cada vez que veíamos a un wyrran lo matábamos.
—¿Fue así como te capturó?
Quinn agachó la cabeza. Marcail tenía muchas preguntas. Puede que él no hubiera querido que ella conociera al verdadero Quinn, pero la verdad acabaría saliendo a la luz. Nunca le había importado mentir, pero a ella no quería mentirle, aunque la confianza desapareciera de sus ojos color turquesa.
—No, Marcail. Me capturaron porque Lucan se enamoró de Cara y yo no podía soportar verlos juntos.
—¿Porque echabas de menos a tu esposa?
Ojalá fuera tan simple.
—En cierto modo. Deirdre atacó el castillo para capturar a Cara, que es una druida. Logramos forzar la retirada de los guerreros y los wyrran que nos atacaron y pudimos salvarla. A pesar de que Cara es mortal y Lucan inmortal, su amor no tiene fronteras. Así que salí de allí con la intención de tener tiempo para mí mismo. Vi a un wyrran y lo perseguí, y acabé cayendo en una trampa. De nuevo.
—¿Entonces Deirdre descubrió dónde estabais tus hermanos y tú?
—Sí. Estoy convencido de que ha vuelto a atacar el castillo desde entonces y, si conozco a mis hermanos y a los otros guerreros que hay con ellos, Deirdre no ha tenido ninguna posibilidad.
—¿Hay más guerreros con tus hermanos? —preguntó con la voz llena de sorpresa.
Quinn se detuvo: Marcail no se había alejado de él cuando había confesado que había salido huyendo de sus hermanos. Tenía curiosidad por saber el motivo.
—Sí, hay otros guerreros. Cuando yo me marché se habían unido a nosotros cuatro guerreros más para luchar contra Deirdre.
—¿Lo sabe ella?
—Sí.
Marcail tenía los ojos abiertos repletos de incredulidad y esperanza.
—¿Esperáis que se os unan más guerreros?
—Mis hermanos esperan que lleguen más. Y Arran, Duncan e Ian ya se han unido a mí.
—¿Es eso suficiente para vencer a Deirdre?
—Tendrá que serlo.
Marcail le puso una mano sobre el brazo y se acercó más a él. A Quinn se le desbocaba el corazón cada vez que ella lo tocaba. Quería cogerla entre sus brazos y besarla hasta que ambos se quedaran sin aliento y luego acostarla para poder cubrir el cuerpo de ella con el suyo. Quería penetrar su dulce cuerpo y escuchar sus suaves gemidos de deseo.
—Una druida más sería de ayuda. ¿Puedo unirme a vosotros?
De pronto a Quinn se le secó la boca. El rostro de Marcail estaba solo a unos milímetros del suyo y sus pechos le rozaban el brazo. Su cuerpo ardía y la única cosa que podría aliviarlo era aquella mujer que lo miraba con unos exóticos y suplicantes ojos.
—Claro —respondió él—. A Cara le encantará tener a otra druida en el castillo.
La sonrisa de Marcail era embriagadora.
—Gracias.
Era Quinn el que debería darle las gracias a ella. Marcail era especial, y no solo porque era una druida. Era extraordinaria porque lo hacía sentir de nuevo como un hombre.
El deseo que invadía sus venas debió mostrarse en sus ojos, porque de pronto la sonrisa se desvaneció del rostro de ella. Aun así, no se apartó de él.
Y aquello era todo lo que Quinn necesitaba para dar rienda suelta a la necesidad que sentía de besarla.