Quinn abrió los ojos bruscamente. No se había permitido dormir tan profundamente desde que lo lanzaron al Foso. Le podía haber pasado cualquier cosa a él… o a Marcail.
Bajó la mirada y descubrió a la druida recostada en su regazo. Su cabeza debía de haberse desplazado desde su hombro mientras él dormitaba. Por suerte, la había acunado entre sus brazos y ella descansaba con el rostro contra su pecho.
Tenía los labios entreabiertos, y él sostenía su cabeza con el brazo mientras ella respiraba profundamente sobre su brazo y sus piernas. Quinn podía decir, sin miedo a equivocarse, que en toda su existencia no había visto a una mujer tan hermosa.
Había cierta pureza en Marcail que brillaba a los ojos de cualquiera. Pero también había fuerza en su interior. Marcail había sido lo suficientemente inteligente como para salir corriendo y alejar a Dunmore y a los wyrran de su aldea. Había salvado innumerables vidas con aquella acción. Para realizar un acto así se necesitaba mucho coraje, un coraje que Quinn no hubiera esperado encontrar en una mujer.
Incapaz de controlar sus movimientos, Quinn levantó la mano que tenía libre y acarició la suave piel de la mejilla de Marcail con la yema de sus dedos. Le tembló la mano ante la necesidad, el hambre que sintió de seguir tocando más de su cuerpo.
Ni siquiera el hecho de saber que él no era lo suficientemente bueno para ella conseguía frenar el anhelo que sentía de llegar a conocerla como solo un hombre puede conocer a una mujer. Quería besar, quería lamer cada milímetro de su cuerpo.
Sentía un dolor punzante en su miembro. Y ese sentimiento era peor al saber que ella estaba entre sus brazos. Trescientos años eran muchos años sin sentir la suavidad del cuerpo de una mujer como la sentía ahora.
La mirada de Quinn se posó sobre los labios de Marcail. Era una boca deliciosa y refinada. Poseía unos labios carnosos, anchos y exquisitos. Él sabía que su sabor sería embriagador y que nunca tendría suficiente con un solo beso.
Inclinó la cabeza antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Justo un instante antes de que sus labios tocaran los de ella fue capaz de detenerse. ¿Qué pensaría ella si se despertara y lo descubriera besándola?
Quinn no quería averiguarlo. La druida lo miraba con unos hermosos ojos color turquesa llenos de confianza. No quería que eso cambiara.
Le cogió un mechón de pelo con su mano libre y se lo llevó a la nariz. Quinn aspiró su esencia, esa esencia que solo le pertenecía a ella. Pero aquello no era suficiente. Quería más. Ladeó la cabeza, posó su rostro sobre el cuello de ella y volvió a inhalar aquella fragancia a lluvia y rayos de sol. Todavía podía oler el sol en su piel.
Lentamente levantó la cabeza por miedo a que ella se despertara. Y por miedo a que no lo hiciera.
Ella abrió lentamente los párpados y él se quedó mirándola a los ojos. Durante un largo instante ninguno de los dos se movió, ninguno de los dos habló. Quinn se dio cuenta de que todavía sujetaba entre sus dedos un mechón de cabello de Marcail, pero parecía que era incapaz de soltarlo.
—No pretendía que acabases convirtiéndote en mi cama. —Su voz era apenas un susurro, suave y seductora.
Como respuesta, a Quinn se le tensaron los testículos.
—Ha sido un placer.
Ella sonrió tímidamente.
—No te mantienes en la apariencia que te da tu dios, como hacen los otros. ¿Por qué?
—Porque eso es lo que quiere Deirdre. No falta mucho para que mi dios tome el control sobre mí, y si eso sucede, entonces seré suyo.
Marcail le puso la mano sobre la mejilla y frunció el ceño.
—Te arriesgas mucho al no permanecer en la forma de tu dios.
—Se lo debo a mis hermanos.
—¿Y a ti mismo? —preguntó ella.
Él empezó a sacudir la cabeza a modo de negación cuando ella le puso un dedo sobre los labios.
—No te atrevas a decirme que no. —Ella se sentó y situó su rostro cerca del suyo—. Puedes superar cualquier cosa que Deirdre haga para intentar atraerte hacia ella o atraparte. He oído historias sobre ti y sobre tus hermanos durante toda mi vida, Quinn. Vosotros sois los que habéis logrado escapar de ella durante cientos de años.
Quinn cerró los ojos al escuchar aquellas palabras. No podía moverse, no mientras ella tuviera su mano sobre él, pero tampoco quería escuchar sus palabras. Ella no conocía al verdadero Quinn, a la persona que había avergonzado a sus hermanos y había puesto su plan en peligro.
Nadie quería conocer a esa persona, ni siquiera Quinn.
—No sabes lo que estás diciendo —dijo Quinn por fin—. Hay cosas sobre mí que ignoras.
—Nadie es perfecto, Quinn MacLeod. Tienes que asumir eso antes de que sea demasiado tarde.
Antes de que él pudiera decir nada, ella se había marchado. Su tacto, su calor se habían desvanecido. Quinn se sintió como huérfano, como si hubiera visto un atisbo de cielo durante el tiempo que ella había estado entre sus brazos.
Pero cuando abrió los ojos, descubrió que seguía en el infierno.
Encontró a Marcail al lado del agua que recogían gracias a una piedra un poco ahuecada. Bebió y luego se mojó la cara.
Quinn quería ir hacia ella, pero no tenía nada que decirle. No iba a confesar quién era él en realidad. La druida era una de las pocas personas que lo veían como él quería ser.
Era extraño que él lo hubiera admitido con tal facilidad. Puede que fuera porque ella decía que los MacLeod la salvarían y él quería ser el que lo hiciera. Por la razón que fuere, cuando ella estaba cerca, hacía que él quisiera ser el hombre que veía en sus ojos.
Lucan MacLeod se lavó la sangre de la camisa en el lago y la colgó en el brazo de un árbol para que se secara. Por tercera vez en dos días habían sido atacados por los wyrran.
—Habrá más ataques —dijo Ramsey.
Lucan observó al guerrero tranquilo y reservado. Ramsey era el que escuchaba, se formaba sus opiniones y luego hablaba. Así que cuando decía algo todos debían tomar nota de ello por su propio bien.
Fallon suspiró y se masajeó la nuca.
—Claro que habrá más ataques. Deirdre sabe que iremos a por Quinn. No voy a permitir que mi hermano se pudra en su montaña para que ella haga con él lo que quiera.
Lucan pasó la mirada de su hermano a Larena. La esposa de Fallon era la única mujer guerrero de la que tenían conocimiento y su poder para volverse invisible era una gran ventaja que pensaban utilizar en cuanto hubieran llegado a la montaña de Deirdre.
Desde el mismo instante en que capturaron a Quinn, Lucan no había dejado de preocuparse por su hermano menor. Quinn siempre había sido imprudente y había permitido que su temperamento lo gobernara en lugar de escuchar a la razón.
La ira que carcomía a Quinn era comprensible. Lucan no sabía cómo obraría él si perdiera a Cara, y mucho menos cómo encajaría la pérdida de un supuesto hijo. Aquella era una de las razones por las que Cara y Larena tomaban una infusión especial para evitar quedarse embarazadas, por si acaso. No existían antecedentes de que un guerrero hubiera dejado embarazada a una mujer, pero Lucan prefería evitar riesgos hasta que Deirdre no estuviera muerta.
Quinn tenía todo el derecho a querer vengarse de Deirdre, pero no había aprendido a controlar su ira. Era esa ira lo que más preocupaba a Lucan.
—No crees que él vaya a sobrevivir, ¿verdad? —le preguntó Galen.
Lucan había dejado de preguntarse cómo hacía Galen para saber siempre lo que pensaba. Galen decía que podía leer las expresiones de la gente y el modo en que movían sus cuerpos, pero Lucan empezaba a sospechar que había mucho más que eso.
—Es cierto. Estoy preocupado —admitió Lucan.
Galen arqueó una de sus rubias cejas. Todavía estaba en su forma de guerrero y su piel verde oscuro lo ayudaba a camuflarse entre el bosque. Galen cerró en un puño su garra derecha y se quedó mirando al suelo.
—Quinn lleva a cuestas la carga de la pérdida de su mujer y su hijo, como tú bien sabes. Pero no es solo eso.
—Lo sé. —Lucan se pasó una mano por el rostro y bajó la mirada hasta un tronco caído. Deseaba sumergirse en las frías aguas del lago, pero no había tiempo para pequeñas distracciones como aquellas—. Fallon me contó lo que había dicho Quinn sobre su relación con Elspeth.
Lucan pensó en su momento que Quinn y Elspeth se amaban. Era cierto que no era un amor como el de sus padres, pero Lucan creía que su hermano era feliz. Nadie llegó a saber realmente lo desdichado que había sido Quinn.
—¿Crees que hemos perdido a Quinn para siempre? —le preguntó Lucan a Galen. Esa pregunta le quemaba la garganta, pero se la hacía a sí mismo cada hora de cada día.
En un abrir y cerrar de ojos la piel verde oscuro de Galen, sus colmillos y sus garras se desvanecieron. Se quedó observando a Lucan con unos ojos azules llenos de complicidad y se encogió de hombros.
—No lo sabremos hasta que lleguemos. Pero hay una cosa sobre la que no puedes tener ni la menor duda, Lucan.
—¿Sobre qué?
—Tú y Fallon sois todo lo que Quinn tiene en este mundo. El lazo que os mantiene unidos a los tres es más fuerte que toda la magia de Deirdre.
Lucan se quedó pensando en aquellas palabras mientras Galen se alejaba. Lucan volvió la mirada hacia los otros seis guerreros que viajaban con él. Estaba Fallon, que finalmente había asumido su puesto de líder, y su esposa Larena. Luego estaban Galen, Ramsey, Logan, que siempre los hacía reír con sus historias, y Hayden, que sentía un odio tan atroz por los drough que lo consumía por dentro.
La vida de Quinn se encontraba ligada al destino de siete guerreros que estaban de camino para liberarlo.
—Ojalá pudiéramos llegar antes —dijo Fallon mientras continuaba andando.
Al principio Lucan se había enojado cuando descubrió que Fallon no podía utilizar su poder para saltar con ellos desde el castillo a la montaña de Cairn Toul. Habían pasado demasiados años desde que alguno de ellos estuviera en la montaña y si Fallon realizaba el salto y acababa aterrizando contra una roca, todos ellos acabarían muertos. Debía mantenerse a salvo y eso suponía tener que viajar a pie.
—Llegaremos pronto —respondió Lucan—. Corremos más que los caballos y podemos maniobrar más rápido, si es preciso.
Fallon asintió con la cabeza, pero Lucan pudo ver la preocupación en el rostro de su hermano.
—Galen me ha dicho algo que no había tenido en cuenta.
Fallon soltó una carcajada y se apartó los largos mechones castaño oscuro que le caían por el rostro.
—No me sorprende. Cuenta.
—Me ha dicho que el lazo que nos une como hermanos es más fuerte que toda la magia de Deirdre.
—¿Y crees que tiene razón?
Lucan se quedó pensando un momento y luego asintió con la cabeza.
—Sí, hermano, creo que sí. Quinn puede ser muchas cosas, pero luchará contra Deirdre.
—Un hombre no puede permanecer mucho tiempo en esa montaña, Lucan.
—Entonces, mejor que nos demos prisa.
Fallon se puso en pie con el ceño fruncido. Era una mirada que Lucan conocía bien. La mente de su hermano estaba trazando un plan.
—Separémonos —dijo Fallon—. Los wyrran solo pueden atacar a un grupo cada vez.
—¿Y los otros?
Fallon sonrió con el brillo de la batalla todavía refulgiendo en sus oscuros ojos verdes.
—Los otros seguirán adelante.
Lucan le dio una palmada en el hombro a su hermano.
—Pongámonos en marcha. Quinn ya ha esperado demasiado. —Recogió su camisa, todavía húmeda, y se la pasó por la cabeza.
Con un simple gesto de Fallon, Lucan indicó a Hayden, Logan y Galen que lo siguieran y continuaran por el sendero. Fallon, Larena y Ramsey tomaron otro camino en dirección a la montaña de Deirdre.