Isla anduvo sola por los estrechos pasillos de la montaña. Ella lo prefería así. Si estuviera en sus manos, nunca más vería un rostro humano, de guerrero o de wyrran, en lo que le quedara de existencia.
Pero su vida no estaba en sus manos. Hacía mucho tiempo que no lo estaba.
En algún momento no muy lejano, Deirdre la convocaría. Al principio, Isla había mantenido la esperanza de que no siempre que la convocase aquello terminaría en tanto mal y destrucción.
No le había costado mucho tiempo darse cuenta de que tal esperanza era vana. Desde entonces, había vivido cada día como si fuera el último. En realidad, no esperaba seguir con vida mucho más.
Por lo menos, si estuviera en sus manos, no viviría mucho más.
—Señora.
Isla se detuvo ante aquella voz suave. Giró la cabeza lentamente y se encontró con otra de las druidas que Deirdre retenía en su montaña. Sin embargo, esas druidas no estaban encerradas en las mazmorras esperando la muerte. No, esas druidas se habían puesto del lado de Deirdre y su magia les había sido arrebatada.
Deirdre obligaba a aquellas druidas a que llevasen sus rostros siempre ocultos con una tela negra muy fina porque no quería mirarlas a la cara, caras que ella misma había deformado. Incluso cuando las druidas esclavas hablaban, lo hacían en un susurro, para que no se pudieran distinguir sus voces.
Únicamente había tres druidas que no estaban obligadas a cubrirse el rostro. Esas druidas eran Isla, su hermana y su sobrina.
Isla arqueó la ceja ante aquella sirviente. No era ningún secreto que ella odiaba a esas druidas, pues habían sido unas cobardes y habían cedido ante Deirdre porque temían morir.
—¿Qué es lo que quieres?
—Ha sido llamada.
Isla se tensó. Se había imaginado que Deirdre todavía tardaría algún tiempo en ir a buscarla, pero había otra persona que también la reclamaba con frecuencia.
—¿Quién me llama?
La sirvienta inclinó la cabeza.
—Su sobrina, señora.
Esas noticias deberían haber calmado a Isla, pero no lo hicieron. De hecho, hicieron que todavía se pusiera más nerviosa. Había pasado un mes aproximadamente desde que había visto por última vez a Grania y podría haber pasado el resto de sus días sin volver a verla.
Isla siguió a la sirvienta mientras esta la conducía hasta Grania. Su sobrina estaba encerrada en una habitación protegida por la magia de Deirdre. Para poder ver a Grania, Deirdre tenía que darle permiso a Isla, que era el único modo de que alguien pudiera atravesar la barrera mágica que había creado.
Cuando Isla llegó a la habitación de su sobrina, ya tenía los nervios completamente destrozados. Por lo que ella sabía, no podía surgir nada bueno de aquel encuentro.
—¿Necesita alguna cosa, señora? —le preguntó la sirvienta mientras se apartaba a un lado para dejarle libre la entrada.
Isla echó un vistazo dentro de la habitación y encontró a su sobrina.
—Nada. Ya puedes marcharte.
Esperó a que la sirvienta cerrara la puerta para girar su rostro hacia Grania. Se acordó del día en que Lavena había traído al mundo a Grania. El parto había sido largo y habían celebrado el nacimiento de aquella niña sana con gran alegría.
Lavena le había puesto el nombre de Grania, un nombre que significaba amor. Fue el final perfecto para aquel día tan feliz. Isla pensó entonces que su felicidad y la de su gente nunca tendría fin. Pero solo tres cortos años después, Deirdre había aparecido en sus vidas.
—Buenos días, tía —dijo Grania desde su sillón esculpido en la pared.
Cada vez que Isla veía a Grania, era como si le clavaran un cuchillo en el corazón. Deirdre se había encaprichado de aquella criatura desde el primer momento y utilizaba su magia para evitar que Grania creciera, jamás crecería.
Pero Isla sabía que el capricho de Deirdre no era la única razón por la que mantenía a Grania como niña. Isla nunca haría nada por poner en peligro a Grania. Sin embargo, le resultaría más fácil enfrentarse a una Grania adulta, que se había aliado con Deirdre. Deirdre conocía a Isla demasiado bien.
—Grania. ¿Cómo estás?
La niña rió y saltó al suelo.
—Sabes que estoy como una reina, tía.
Isla entrecruzó las manos en su regazo y esperó. No servía de nada pinchar a Grania. La criatura era tan manipuladora como Deirdre y casi tan malvada. ¿Dónde estaba aquella adorable y encantadora niña que Isla solía mecer para que se durmiera?
—Cuéntame algo sobre la mie que Deirdre ha arrojado al Foso.
Isla mantuvo su expresión indiferente. No le gustaba el interés que Grania mostraba por Marcail y de eso tampoco podía salir nada bueno.
—¿Qué es lo que quieres saber?
—¿Es cierto que esa druida sabe cómo dormir a los dioses?
—Ya sabes que sí.
Grania volvió a reír, aquella risa por la que Isla había estado dispuesta a todo.
—Sí, ya lo sé. Una vez más, madre y su poder como vidente han ayudado a Deirdre en su búsqueda.
—Así es.
La niña regresó a su asiento en las rocas.
—Me han dicho que tú presenciaste el momento en que lanzaban a la mie al Foso. Los sirvientes no pudieron observar lo que sucedió después. Quiero saber lo que tú viste.
—Los guerreros la atacaron.
—Pero no está muerta, ¿verdad?
Isla dudó. Había algo en el modo en que Grania hablaba que hizo que se le erizara todo el vello del cuerpo.
—No me quedé para ver el cuerpo, ¿por qué lo preguntas?
—La mie está protegida con un conjuro. Cualquiera que derrame su sangre sufrirá una muerte terrible. Como no he oído gritos de dolor provenientes del Foso, doy por sentado que la druida no está muerta, simplemente herida.
Por lo menos ahora Isla sabía por qué Deirdre no había intentado apoderarse de la sangre de Marcail. No obstante, Deirdre no tardaría mucho en percatarse de que Marcail no estaba muerta. Y entonces, ¿qué ocurriría?
—Cuéntame —le pidió Grania—, ¿atacaron todos los guerreros a la druida?
—Casi. Fue algo espantoso. Te hubiera encantado. Ahora he de irme, tengo obligaciones que cumplir.
Los ojos azules de Grania se entrecerraron.
—Que no tenga que volver a llamarte. Al fin y al cabo, eres mi tía. Deberías visitarme con más frecuencia. Si me obligas a ir a buscarte de nuevo, no te gustará lo que habré preparado para ti.
—Nunca ha sido mi intención ignorarte, Grania. Mis obligaciones me mantienen alejada de la montaña, como tú bien sabes.
Pero Grania ya no estaba prestando atención. Isla dio unos pasos calculados para salir de la habitación. Hasta que no estuvo en la entrada no se permitió respirar tranquilamente. La que una vez había sido su sobrina, una niña llena de vida, se había convertido en un monstruo con una sed de sangre y vísceras que podría equipararse a la de los romanos.
Marcail añoraba el sol. Solo habían pasado unas horas desde la última vez que lo había visto, pero ya lo anhelaba. No había ninguna necesidad de que Deirdre la torturara o la lanzara al Foso, solo con el simple hecho de negarle el calor y la luz del sol, Marcail acabaría volviéndose loca poco a poco.
—Te he traído algo —dijo Quinn, parándose ante ella mientras esta se sentaba en el suelo.
Los ojos de Marcail se habían acostumbrado a la tenue luz lo suficiente como para permitirle ver el rostro de Quinn con claridad. Por fin. Se había recogido la melena oscura en una coleta en la nuca, dejando a la vista un rostro por el que cualquier mujer estaría dispuesta a morir.
Quinn era perfecto. Su fuerte mandíbula estaba cubierta de una oscura barba que le daba una apariencia letal y acentuaba sus firmes labios y sus pómulos marcados. La barba no era muy densa, lo cual significaba que no hacía muchos días que se había afeitado. Aunque no le importaba que llevara barba, quería ver su rostro completo sin ella.
Tenía una frente grande, con unas cejas oscuras formando un arco sobre unos ojos verde pálido. Había podido ver lo suficiente de su silueta en el poco tiempo que llevaba allí como para saber que era tan alto y musculoso como cualquier otro hombre de los que había en el Foso. Pero había algo en él, un cierto aire de mando que llamaba la atención de todos. Incluso la suya.
—¿Marcail?
Ella parpadeó y se obligó a apartar la mirada de aquellos maravillosos ojos.
—Disculpa, nunca había visto unos ojos del color de los tuyos.
Una de las comisuras de sus labios de elevó ligeramente.
—Yo podría decir lo mismo de los tuyos.
Durante un momento, se quedaron mirándose el uno al otro.
Por fin, Quinn se aclaró la garganta.
—Entonces, ¿tus ojos ya se han adaptado a la oscuridad?
—Sí, ya veo mucho mejor. La luz de la antorcha también me ayuda. ¿Has dicho que me has traído algo?
—Sí. Comida. No es mucho, pero algo es algo.
Marcail había estado tan preocupada por el hecho de hallarse en la oscuridad que no se había dado cuenta de que se encontraba hambrienta, justo en aquel instante, le sonaron las tripas.
—Cómetelo todo —dijo Quinn mientras le ofrecía un pedazo de pan—. Conseguiré más si lo necesitas.
Marcail le puso la mano sobre el brazo antes de que él pudiera marcharse. El tacto de aquellos músculos bajo la palma de su mano hizo que deseara tocar más.
—Deja que lo comparta contigo.
—Tú lo necesitas más que yo.
—Por favor, Quinn. No quiero que nadie pase hambre para que yo pueda comer. —Partió el pedazo de pan en dos y le ofreció una parte—. ¿No quieres comer conmigo?
Durante un largo instante, pensó que rechazaría su oferta. Finalmente cogió el trozo de pan y se sentó a su lado.
Puede que fuera porque la había salvado, puede que fuera porque él era un MacLeod, pero ella confiaba en Quinn. Esa confianza podía acabar perfectamente con su vida, pero ella sabía que acabaría muriendo en la montaña de Deirdre de un modo u otro.
—Tú puedes ver en la oscuridad, ¿verdad? —le preguntó.
Él asintió lentamente con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué está esto lleno de antorchas?
—Por Deirdre. Puede que sea muy poderosa e inmortal, pero no tiene los poderes que los dioses nos han otorgado a nosotros.
Marcail cogió un trozo de pan y se lo introdujo en la boca.
—Interesante.
—¿Cómo te capturó Deirdre?
Ella se quedó sorprendida por la pregunta. Miró detenidamente a Quinn mientras terminaba de masticar.
—Vimos unos wyrran cerca de nuestra aldea. En el pasado, pequeños grupos de wyrran deambulaban por los bosques en busca de druidas. Siempre nos habíamos enfrentado a ellos. Pero esta vez venían con un líder. Un hombre.
—Dunmore —dijo Quinn.
—Sí. Yo sabía que habían venido a buscarme a mí. No podía soportar la idea de que mataran a alguien por mi culpa, así que tomé la decisión de abandonar la aldea. Para entonces, casi la mitad de los habitantes de la aldea ya habían huido para salvar sus vidas.
—Fue una estupidez.
—El deseo de todas las personas de este mundo es vivir al menos un día más. Todos sabíamos lo que nos esperaba si Deirdre nos capturaba. No los culpo por haber salido huyendo.
—Entonces, ¿tú también huiste?
—Yo también. Conseguí que Dunmore y los wyrran no persiguieran a los demás. Me dirigí al bosque y los tuve tras mi pista casi una semana.
Quinn arqueó las cejas.
—¿Una semana? Es impresionante.
—Lo conseguí porque yo conocía el terreno. Lo impresionante hubiera sido haber logrado escapar.
—Nunca podrías haber escapado de los wyrran, Marcail. La magia los guiaba en tu búsqueda.
—Lo sé.
—¿Qué sucedió en cuanto llegaste aquí?
Marcail respiró profundamente.
—Me condujeron de inmediato ante Deirdre. Sabía perfectamente que yo conocía el conjuro y que lo tenía oculto en mi mente, pero no intentó sacármelo. ¿Por qué?
—Supongo que debe de tener miedo de hacerlo.
—No lo creo.
Quinn se inclinó a un lado para poder mirarla directamente a los ojos.
—Deirdre es muy inteligente. No ha acumulado tanto poder tomando decisiones inadecuadas. Supongo que sabría que no podía matarte ni obtener el conjuro, del mismo modo que sabía desde el principio que tú poseías la fórmula mágica.
—¿Y cómo es eso posible?
—Con la magia negra.
Marcail sacudió la cabeza.
—Como druida sé lo poderosa que puede llegar a ser la magia, pero para conseguir las respuestas que ella parece que tiene, ha de haber algo más.
—Tú conoces la magia mie. Pero con lo que te enfrentas ahora es magia drough. La magia negra es más poderosa que la tuya. Y, a medida que han transcurrido los años y Deirdre ha adquirido más poder, su magia se ha hecho ilimitada.
—Si eso es así, ¿por qué no ha apresado ya a tus hermanos?
Quinn se dio cuenta de que volvía a sonreír. Marcail tenía una mente ágil.
—Probablemente por la misma razón por la que tardó trescientos años en capturarme a mí.
—Que es…
—Que luchamos contra ella.
Marcail sonrió abiertamente, haciendo que a Quinn le costara respirar. No podría cansarse nunca de mirarla. Era exquisita. Tan pura en su espíritu y en su forma que estaba atónito solo de tenerla sentada a su lado.
—Hay druidas que le hacen frente, la diferencia es que nuestra magia no puede hacerle nada —le respondió ella.
Quinn no quería seguir hablando de Deirdre. Levantó una mano y le tocó una de las pequeñas trenzas que le colgaban a Marcail por las sienes hasta llegar a sus senos.
—¿Por qué te trenzas el pelo así?
—La poseedora del conjuro siempre se ha trenzado el pelo así. Es una tradición que lleva en mi familia desde antes de que los romanos dejaran Britania.
Él se quedó observando las trenzas que le caían por la espalda hasta rozarle casi a las caderas y quiso acariciárselas con sus manos.
—Me gusta —dijo.
—¿Y tu torques? También es una tradición ancestral.
—Es cierto. En mi clan, la familia del jefe siempre llevaban torques. Fue mi madre la que eligió los animales que adornarían los torques de mis hermanos y del mío.
Él se detuvo en cuanto los dedos de ella se acercaron para tocar la cabeza de lobo que había en su torques. La sangre se le agolpó en las venas cuando ella posó su mano sobre su pecho, enviándole oleadas de calor por todo su cuerpo.
—Es precioso. El lobo va contigo, creo.
—¿Cómo puedes decir eso? No me conoces.
Ella se encogió de hombros, inclinando el cuerpo hacia él para contemplar mejor el torques, provocándolo con su aroma y sus curvas. Quinn obligó a sus manos a que se quedaran quietas en lugar de moverse hacia ella.
—Puede que sí —dijo Marcail—. Puede que no. Sea como sea, sé que el lobo es astuto e inteligente y he visto esas cualidades en ti.
Quinn cogió el pan con las manos para evitar lanzarse a acariciarla. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había besado a una mujer, que ya había olvidado cómo se hacía; pero quería probar sus labios, quería introducir la lengua en su boca y descubrir su esencia.
Quería ahogarse en su perfume a rayos de sol entre la lluvia, quería sentir su sedoso pelo a su alrededor y su delicada piel sobre su cuerpo.
De pronto, Marcail retrocedió y apartó la mano.
—¿Y tus hermanos? ¿Qué animales llevan en sus torques?
Quinn abrió la boca para hablar y tuvo que aclararse la voz antes de conseguir que saliera algún sonido.
—Fallon, el mayor, tiene un jabalí. Lucan, un águila.
—Tu madre eligió tres animales muy poderosos.
—Mis hermanos son hombres poderosos, y la elección de mi madre concuerda con sus caracteres.
Marcail inclinó la cabeza a un lado, y todas sus trenzas se balancearan con el movimiento.
—¿Me estás diciendo que no crees que tu madre hiciera una buena elección contigo?
—En absoluto. —Quinn giró la cabeza y se rascó la barbilla, se ponía enfermo cada vez que pensaba en compararse con sus hermanos.
—Mentiroso.
Esa única palabra hizo que volviera de nuevo el rostro hacia ella.
—¿Por qué dices eso?
—Lo veo en tus ojos —susurró ella.
Quinn no sabía cómo responder. Tendría que estar enfadado por haberlo llamado mentiroso, pero la verdad es que ella llevaba razón. Había mentido. Bajó la mirada y descubrió que ella se había comido todo el pan.
—¿Tienes sed? Puedo mostrarte dónde puedes encontrar agua.
—Arran ya me lo ha explicado, gracias.
Tan pronto como lo dijo, bostezó y se abrazó a sí misma con sus brazos.
—¿Cuánto has dormido esta última semana mientras huías de Dunmore?
Ella se encogió de hombros.
—No mucho, esa es una de las razones por las que acabó cogiéndome.
—¿Y cuánto has comido?
—Comía las bayas que iba encontrando por el camino en mi huida.
Quinn le puso su trozo de pan en las manos.
—Come. Sin discusiones, Marcail. Vas a necesitar todas tus fuerzas aquí abajo.
—¿Y tú?
—Yo llevo a un dios en mi interior, ¿lo recuerdas?
Ella le dio un mordisco al trozo de pan.
—Cuéntame algo de tu dios.
Quinn estaba dispuesto a hablar de lo que fuera, siempre y cuando ella siguiera comiendo.
—Es Apodatoo, el dios de la venganza.
—¿Es cierto que el dios está repartido entre tú y tus hermanos?
—Sí. Cada dios escoge al guerrero más fuerte de la línea de sangre a la que pertenece.
Ella tragó el pan que tenía en la boca y asintió con la cabeza.
—Lo que significa que tú y tus hermanos erais los tres más fuertes.
—Correcto. Los tres somos luchadores fuertes, pero cuando luchamos juntos y liberamos al dios, somos imparables.
Marcail frunció el ceño ante aquellas palabras.
—¿Y no podéis enfrentaros a Deirdre?
—Ojalá fuera tan sencillo. Puede que al principio hubiéramos podido hacerlo, pero ahora ella tiene demasiados wyrran y demasiados guerreros bajo su mando.
Quinn se dio cuenta de la velocidad con que Marcail había devorado el trozo de pan. Seguramente tendría ganas de más y precisaría carne para ayudarla a recuperar sus fuerzas. Pero ellos no tenían carne.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí abajo? —le preguntó.
—No lo sé. Uno pierde la noción del tiempo cuando no puede ver la luz del sol.
—¿Has estado en el Foso todo el tiempo?
—No. También estuve encadenado en otra mazmorra, donde me golpeaban continuamente. Deirdre pensó que así podría hacer que cediera a su voluntad.
—Pero no lo consiguió —dijo Marcail con una sonrisa—. ¿Ves? Tú y tus hermanos nos salvaréis a todos.
Quinn pensó que ojalá eso resultara tan fácil.
—¿Cómo terminaste aquí?
Quinn hizo una mueca al recordar lo que Deirdre quería de él.
—Quiere que le dé un hijo. Yo me negué, así que me metió aquí para que cambiara de opinión.
Marcail abrió sorprendida aquellos ojos color turquesa.
—¿Por qué quiere ella un hijo tuyo?
—Algo sobre una profecía. Afirma que algún día cederé a sus deseos.
—¿Y por qué no utiliza su magia para obligarte a hacerlo?
—Seguramente por la misma razón por la que no te mató, porque no puede.
Marcail echó la cabeza hacia atrás ante sus palabras.
Quinn había repasado una y mil veces en su cabeza el incidente con Deirdre. Él creía que ella lo obligaría a cumplir sus deseos, pero no lo hizo, pues necesitaba que él acudiera a ella por voluntad propia, y él nunca acudiría a ella por voluntad propia.
El simple hecho de pensar en intimar con Deirdre hacía que Quinn sintiera arcadas. Estaría dispuesto a quitarse la vida antes que ceder y darle su semilla por voluntad propia.
Quinn levantó la mirada y descubrió que Marcail tenía los ojos cerrados y respiraba acompasadamente mientras dormía. Ella apoyó la cabeza contra su hombro. Él se estiró y la reclinó contra su cuerpo para que no se hiciera daño con las rocas de las paredes.
El Foso no era un lugar ruidoso. Los guerreros pasaban la mayor parte del tiempo solos. Pocos hablaban y cuando lo hacían era entre susurros. Cuando arrojaron a Quinn al Foso, el goteo constante del agua casi lo había vuelto loco, pero ahora ya no lo oía.
Lo que sí oía era la conversación que mantenían un par de guerreros. El tono iba subiendo rápidamente, lo que significaba que aquello iba a terminar en una pelea. Una batalla entre guerreros podía resultar muy ruidosa. Quinn se levantó y le tapó los oídos a Marcail con sus manos para atenuar los ruidos que sabía se producirían.
Desde su posición pudo advertir movimiento cerca de la entrada de su cueva. Había otros guerreros que se acercaban a la acción para averiguar qué estaba pasando.
Quinn pudo distinguir a Duncan y supo que luego el guerrero le contaría todo lo sucedido. Deseaba que los otros dejaran de luchar entre ellos y se decidieran a unirse para combatir a Deirdre, pero nada de lo que él decía lograba convencerlos.
También albergaba sospechas de que Deirdre tenía un espía en el Foso. Esa sensación pronto se convertiría en un hecho, pues si había algún espía en el Foso, este pronto informaría a Deirdre de que Marcail seguía viva.
Quinn sabía que en cuanto Deirdre descubriera lo de Marcail, él no podría hacer nada para salvarla. Puede que Deirdre no matara a Marcail con sus propias manos, pero haría lo que fuera necesario para ver a la druida muerta por culpa del conjuro que custodiaba.
Si Quinn pudiera extraer el conjuro de la mente de Marcail, entonces podrían utilizarlo contra Deirdre y volver a dormir una vez más a todos los dioses. Sin sus guerreros, Deirdre solo tenía a los wyrran. Aunque los wyrran eran fuertes, podían matarlos fácilmente.
Quinn se dio cuenta de que se le estaban cerrando los ojos. Debía mantenerse despierto y buscar el modo de detener la pelea entre los guerreros, pero era una sensación tan agradable tener a Marcail a su lado, con la cabeza apoyada contra su hombro mientras dormía.
Él juntó su mejilla contra la cabeza de la druida y sintió el tacto de sus trenzas. No podía imaginarse el tiempo que le llevaría trenzarse todo el cabello de ese modo, pero le encantaría observarla cuando lo hiciese.
Habían pasado trescientos años desde que había permitido que una mujer lo tocara del modo en que lo hacía Marcail. Las mujeres que había tomado para liberar sus necesidades, nunca habían podido verlo y él tampoco había querido abrazarlas.
Con Marcail todo era diferente. Pero era cierto que habían cambiado muchas cosas desde que Deirdre lo apresó. Ahora él era capaz de controlar a su dios, algo para lo que no se había encontrado preparado en cientos de años. Quinn no podía esperar para contárselo a sus hermanos.
Marcail se acurrucó contra su cuerpo para ponerse más cómoda. Quinn sonrió y se dejó llevar por aquel precioso instante. Por los rugidos que podía oír, la pelea entre los dos guerreros ya había comenzado. Pronto, el olor a sangre y a muerte llenaría el Foso.
Las ratas, siempre presentes, se iban acercando al lugar de la trifulca con la esperanza de encontrar algo para comer. Quinn sintió que una se aproximaba a la entrada de la cueva y accedía al interior.
—Fuera de aquí —le dijo Quinn al animal—. No entrarás aquí ni te acercarás a mí ni a la mujer.
La rata se marchó de la cueva de inmediato. Quinn había descubierto su poder cuando se había despertado en la mazmorra de Deirdre. Durante todos aquellos años no había tenido ni la más remota idea del poder que residía en él. En trescientos años no había desarrollado su poder ni había aprendido a utilizarlo.
Cómo se arrepentía de la ira que lo había dominado todos aquellos años. Cambiaría tantas cosas si pudiera. Pero resultaba imposible volver atrás y alterar el pasado. Solo existía el futuro.
Y se presentaba inhóspito.