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Lo primero que sintió Marcail fue el calor. Se dio cuenta de que la habían sacado de las llamas azules porque la magia ya no la mantenía congelada. Sin embargo, no podía despertar.

Sabía que le estaba fallando el corazón y podía sentir cómo sus pulmones luchaban para conseguir rescatar un poco de aire.

Durante algún tiempo había sentido también algo más, magia mie. ¿Acaso otra druida había intentado ayudarla? Como no podía oír nada más que el silencio, Marcail no podía saberlo.

No quería morir y, no obstante, lo único que ella quería en este mundo, Quinn, le había sido arrebatado. ¿Qué sentido tenía entonces la vida? Pero sus pulmones insistían en seguir inhalando aire.

O bien podía dejarse morir o bien podía utilizar su magia para ayudarse a sí misma a sanar. Su abuela le había dicho una vez que se encontraría con que su vida pendería de un hilo y que Marcail debería ser capaz de sobreponerse a todo.

¿Había visto su abuela lo que Deirdre acabaría haciéndole?

Marcail buscó su magia en su interior, pero no encontró nada. Era una mie, una druida que solo conocía el bien. Su línea de sangre podía trazarse hasta los antiguos celtas, cuando sus antecesores tenían un gran poder. No le podían haber quitado su magia.

Entonces… sintió una oleada de magia e intentó agarrarse a ella con su mente. Se aferró a aquel pequeño sentimiento y se centró en él, conduciéndolo por todo su cuerpo a través de su sangre y hasta sus pulmones.

Cada vez que respiraba luchaba contra la magia negra que quería su muerte. En muchas ocasiones estuvo a punto de ganar la magia negra, pero Marcail se negaba a darse por vencida. Su abuela la había educado muy bien y Marcail no estaba dispuesta a permitir que sus conocimientos y su magia se desperdiciasen.

Su magia comenzó a crecer como una brillante luz blanca en su interior. Cuanto más se concentraba, más crecía, hasta que superó a la nociva magia negra de su interior y la eliminó.

Sin más, multitud de sonidos inundaron sus oídos. Los pájaros cantaban, el viento ululaba a su alrededor y las olas rompían a lo lejos. Pero lo más hermoso de todo eran los fuertes brazos que la estrechaban, un abrazo que podría reconocer en cualquier lugar.

Quinn.

Abrió los ojos y lo vio con la mirada perdida en el infinito. El color de las nubes cambiaba entre el lavanda, un rosa brillante y un hermoso naranja. Ella levantó la mirada y contempló al sol esconderse por el horizonte.

Marcail pudo ver el último pedazo del globo anaranjado antes de que este desapareciera y la noche cubriera la tierra con su manto.

Ella volvió la mirada hacia Quinn y sonrió. No sabía cómo habían podido escapar de Deirdre y no le importaba. Estaba entre sus brazos, el único lugar en el que quería estar.

El corazón se encontraba a punto de desbordársele de felicidad, pero la tristeza que había en el rostro de Quinn hizo que se detuviera.

Él cogió aire profundamente y bajó la vista para mirarla. Abrió los ojos sorprendido e incrédulo.

—¿Marcail? —susurró.

Ella sonrió y levantó la mano para tocarle la mejilla.

—Sí, Quinn. Estoy aquí.

—¿Cómo?

—Magia. Mi magia.

Le temblaba la mano mientras le acariciaba el rostro.

—Dioses. Pensé que te había perdido. No vuelvas a hacerme esto nunca más.

—Nunca —prometió ella.

Él la apretó fuerte contra su pecho y ella agradeció el calor de su cuerpo. Le gustaba tanto poder tocarlo, poder abrazarlo de nuevo, que no lo habría soltado nunca.

—Estás en el castillo MacLeod —dijo mientras se estiraba—. Hemos liberado a todos los prisioneros de Cairn Toul. Duncan, Ian, Arran y Broc han regresado con nosotros.

Marcail se mordió un labio.

—¿Qué ha pasado con Deirdre?

—Está muerta —dijo Quinn—. Jamás volverá a hacernos daño.

Marcail estaba abrumada por tantas noticias. Deseaba poder haberlo visto, pero le bastaba con saber que el mal de Deirdre ya nunca formaría parte de su mundo.

Quinn le acarició la mejilla y ella se perdió en sus infinitos ojos verdes.

—Me di cuenta de algo al ver lo que Deirdre había hecho contigo.

—¿De qué?

—De que te amo.

Ni en sus mejores sueños, ella había esperado oír esas palabras salir de su boca.

—¿Me amas?

—Sí. He soñado mi vida entera con encontrar a la mujer que amaba. No pensé que fuera posible.

Ella se incorporó un poco para acercar sus labios a los suyos.

—Es absolutamente posible, Quinn MacLeod. Me temo que yo me enamoré de ti en el mismo instante en que me salvaste en el Foso.

Los labios de él reclamaban los de ella en un apasionado beso, repleto de anhelo y promesas de futuro.

—Nunca más quiero estar lejos de ti. Nunca.

Ella rió abiertamente, su alma estaba tan llena de alegría que apenas podía contenerla toda.

—Estoy de acuerdo.

Quinn se acostó junto a su espalda y la acercó hacia él.

—No puedo esperar para enseñártelo todo y para que conozcas a mis hermanos. Una vez estés recuperada, quizás Sonya y Cara puedan ayudarte a recordar el conjuro para dormir a nuestros dioses.

Marcail frunció el ceño y apartó la mirada.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

—Deirdre casi acaba con mi magia. He podido recuperarla, y pese a que me siento más fuerte gracias a ella, me temo que he olvidado el conjuro para siempre. ¿Sabes?, empecé a recordarlo cuando estaba en el Foso. Tú hiciste que viniera a mí.

Él arqueó una ceja.

—¿Yo?

—Mi abuela siempre me había dicho que siguiera siempre mi corazón. Creo que ella enterró el conjuro para que aflorara cuando yo me enamorara. Cuanto más te conocía y te amaba, más oía en mi cabeza el extraño cántico. Después de que te marcharas, me di cuenta de lo que era. Casi lo tenía por completo cuando Broc vino a ayudarme a escapar. Y no he podido volver a intentarlo desde entonces.

Quinn sonrió y la besó.

—Todo irá bien. Si recuerdas el conjuro lo utilizaremos, si no…

—Tú vivirás para siempre, pero yo moriré.

Su rostro se ensombreció ante aquellas palabras.

—Preferiría pasar la eternidad a tu lado, pero me conformo con disfrutar del tiempo que tengamos.

Y en lo más profundo de su corazón, ella estaba de acuerdo con él.

—Hemos perdido mucho tiempo.

Quinn se puso en pie. Le ofreció la mano y, con cuidado, la levantó y la atrajo a su lado.

—No puedo esperar a que conozcas a Lucan y Fallon.

Marcail rió y volvió la cabeza para observar el gran castillo de piedras grises y poderosas torres.

—Es impresionante.

—Han trabajado mucho para reconstruirlo —dijo él—. Han pasado muchas cosas mientras he estado fuera.

—Y tú has cambiado.

Él asintió y la abrazó fuerte.

—Para bien. Tampoco imaginé que nunca volvería a decir esto, pero ¿quieres casarte conmigo, Marcail?

Ella asintió con la cabeza mientras la felicidad inundaba su cuerpo y su alma.

—Nunca podría desear estar con nadie más.

Él gimió e inclinó la cabeza buscando otro beso, un beso que era el principio de un amor más maravilloso de lo que jamás ninguno de los dos hubiera podido imaginar.