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Sonya observó a Marcail y a Quinn y supo que tendría que emplear toda su magia para salvarlos, e incluso así es posible que no fuera suficiente.

—Mantas —dijo—. Necesitaremos mantas y un fuego.

Cara se apresuró a buscar mantas y ponerlas sobre la pareja antes de empezar a apilar leña en el hogar.

—Yo haré eso —dijo Camdyn al entrar en la habitación—. Arran me lo ha explicado todo. ¿Qué más te urge aparte del fuego, Sonya?

Esta suspiró.

—Plegarias.

Confiaba en que la gente que había a su alrededor se aseguraría de que tuviera todo lo que requiriese. Cara permanecería a su lado, añadiendo toda la magia que pudiera a la suya.

Esta era una de las ocasiones en que Sonya deseaba que hubiera más druidas en el castillo. Cuantos más pudieran añadir su magia a la de ella, mejor podría curar las heridas de Quinn y su mujer.

Sonya se frotó las manos antes de posar una sobre el corazón de Marcail y la otra sobre el de Quinn. Solo podía curarlos de uno en uno, pero si lo hacía así, uno de los dos moriría.

Empezó el cántico, utilizando la entonación adecuada y suavizando el tono. Sonya podía sentir la magia bullendo en su interior antes de que pasara a sus manos y luego a Marcail y a Quinn. Se concentró en Marcail, con la esperanza de encontrar a la druida y conseguir que colaborara con la curación.

—Escúchame, Marcail —susurró Sonya en la mente de la druida—. Ya no eres prisionera de Deirdre. Estoy intentando curarte, pero necesito tu ayuda. Utiliza tu magia.

Sonya repitió lo mismo una y otra vez, pero la druida no respondía. Cogió aire profusamente y puso más magia todavía sobre la pareja. Podía sentir el cuerpo de Quinn que empezaba a deshacerse de la magia negra de Deirdre, pero con Marcail no había ninguna reacción.

Fallon regresó a la montaña y tuvo que cogerse con fuerza a la pared al sentir un fuerte temblor bajo sus pies.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó.

Larena corrió hacia él con sus ojos azules llenos de preocupación.

—Ha empezado poco después de que te fueras. El cuerpo de Deirdre desapareció y la montaña empezó a tambalearse.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora mismo —dijo Lucan.

Fallon sujetó con un brazo a Lucan y con otro a Larena. A su vez Larena posó la mano sobre el brazo de Duncan.

En un abrir y cerrar de ojos, Fallon los había transportado al castillo.

—Busca a Sonya —le dijo a Larena—. Puede que necesite ayuda.

Larena asintió y corrió a hacer lo que le había dicho su marido. Fallon volvió a saltar a la montaña. Tuvo que realizar dos viajes más para trasladar a todo el grupo a casa.

Después del último viaje, Fallon se pasó la mano por el rostro.

—Haced de este castillo vuestro hogar —les dijo a los recién llegados—. Si necesitáis algo, decídmelo.

Fallon corrió escaleras arriba para asistir a los progresos de Sonya. Sintió una presencia tras él y se encontró con Broc. Era extraño ver al guerrero sin sus alas ni el color azul de su piel de cuando adoptaba su forma de guerrero y, por el modo en que el guerrero movía continuamente los hombros, Fallon supo que Broc no estaba acostumbrado a permanecer en su forma humana.

Fallon corrió a la habitación de Quinn y se encontró con Sonya y Cara, una al lado de la otra, con las manos sobre Quinn y Marcail. A los ojos de Fallon, el aspecto de Quinn había mejorado, pero Marcail seguía exactamente igual.

—¿Cómo va todo? —le preguntó a Lucan.

Lucan sacudió la cabeza. Sus ojos verdes como el mar le transmitieron a Fallon lo que no podían decir las palabras. Las cosas no iban bien.

Fallon se acercó a Larena y entrelazó sus dedos con los de ella. El simple hecho de estar a su lado le fortalecía. Larena sonrió con tristeza y le puso la mano en el hombro.

Cuando Fallon volvió la cabeza hacia la puerta de la habitación, vio a Malcolm y a todos los demás guerreros. Ahora ellos eran una familia, y todos se habían reunido para hacer lo que estuviera en sus manos por la recuperación de Quinn y Marcail.

—Está embarazada —dijo Sonya rompiendo el silencio—. Marcail lleva en su seno al hijo de Quinn.

—Por todos los dioses —dijo Lucan—, esta vez lo perderemos para siempre si Marcail muere.

A Fallon se le hizo un nudo en la garganta de la emoción al contemplar a Quinn, acostado e inmóvil en la cama. Había arriesgado su propia vida para salvar a Marcail. Que los dioses los ampararan si Marcail moría y Quinn sobrevivía.

Sonya cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, movía los labios pronunciando palabras que Fallon no podía oír. Larena fue la primera en acercarse a Sonya y ayudar a la druida a calmarse.

A Fallon no le gustaba sentirse inútil, pero en aquel momento era justamente eso. Todo estaba en manos de Sonya y, pese a que era una druida poderosa, ¿reunía la suficiente magia para contrarrestar los poderes de la magia negra de Deirdre?

Todos a la vez soltaron un gran suspiro cuando oyeron que Quinn aspiraba profundamente y empezaba a soltar el aire poco a poco. Fallon observó que Sonya centraba entonces toda su atención en Marcail, con el ceño fruncido y el rostro lleno de preocupación.

Los minutos se transformaron en horas antes de que Sonya decidiera apartarse de la cama.

—He hecho cuanto puedo —dijo—. El resto depende de Marcail.

Sonya ignoraba cómo era capaz todavía de mantenerse en pie. Tenía el cuerpo debilitado por haber empleado tanta magia. Nunca antes había utilizado tanta de una vez, pero al descubrir que un bebé crecía en el útero de Marcail, Sonya no había querido abandonar por nada. Todavía seguiría allí si su magia fuera infinita.

—Gracias —dijo Fallon cogiéndole una de las manos y acariciándole la cabeza.

Lucan dio un paso hacia delante e hizo lo mismo.

—Has salvado a nuestro hermano.

Sonya echó un vistazo por encima de su hombro hacia la cama.

—¿Qué es Marcail para Quinn?

—Todo —dijo Arran.

—Eso pensaba.

Ella suspiró tratando de ocultar la preocupación que amenazaba con escapársele del alma.

—Si Marcail no se recupera pronto, nunca lo hará.

Un hombre alto, con el pelo largo y castaño que le llegaba hasta la mitad de la espalda, dio un paso hacia delante. Él y el otro hombre que había a su lado resultarían idénticos si no fuera por el pelo.

—¿No hay nada más que puedas hacer por Marcail?

—He usado toda mi magia, más de la que había utilizado nunca.

Sonya tenía que salir de la habitación y quedarse a solas un momento. Necesitaba descansar. Puede que entonces su magia cobrase fuerza y entonces podría volver a intentarlo con Marcail.

Se dirigió hacia el grupo de guerreros que había en la puerta. Ya ninguno conservaba su forma de guerrero, pero los guerreros tenían algo diferente al resto de los hombres mortales.

Su mirada se perdió en un atractivo hombre que estaba en la puerta, detrás de los demás. Tenía unos ojos oscuros y misteriosos y un pelo rubio y ondulado que le caía hasta los hombros. Algunos mechones rubios cruzaban su cara, pero al parecer no se daba cuenta. Su rostro era tan perfecto que podrían haberlo creado directamente los dioses.

Sonya se obligó a sí misma a apartar la mirada de aquel pecho desnudo. No quería ponerse en evidencia tocando su piel dorada como tanto deseaba.

Salió de la habitación y se apoyó contra una pared del pasillo para tranquilizarse. Por el modo en que su cuerpo había reaccionado, no sería capaz de llegar hasta su habitación sin caer redonda al suelo.

Puso un pie delante del otro, decidida a no permitir que nadie viera lo débil que se encontraba cuando, de pronto, sus piernas cedieron. Antes de tocar el suelo, unos fuertes brazos la rodearon y la abrazaron contra un pecho duro como el acero.

—Te tengo —dijo una voz profunda y seductora a sus oídos.

—Estoy bien. Puedo yo sola.

Él la cogió en brazos a pesar de sus palabras. Sonya no se sorprendió al comprobar que el que la cogía era el guerrero con el pelo dorado y las facciones perfectas.

—No estás bien. Ahora dime dónde queda tu habitación. Me imagino que no querrás que los demás te vean así.

Ella sacudió la cabeza.

—No, no quiero. Mi habitación está al fondo del pasillo, a la izquierda.

Él empezó a andar con pasos largos y firmes. La miró una vez. Tenía unos ojos oscuros tan insondables como el cielo nocturno.

—¿Quién eres? —preguntó ella.

Frunció el ceño de un modo tan rápido que apenas pudo verlo.

—Broc MacLaughlin.

—Broc —repitió ella.

Quería preguntarle si era el mismo Broc que había conocido su hermana, pero aquello no era posible, ¿o sí que lo era?

Sonya empezó a cerrar los ojos y descansó la cabeza en el hombro de Broc, con su tibia piel contra su mejilla. Cuando la tumbó en la cama, quiso darle las gracias por haberla ayudado, pero el sueño se apoderó de ella.

Broc arropó a Sonya con las sábanas y se permitió tocarle la trenza medio deshecha.

—Por fin te encuentro. Gracias a los dioses que estás a salvo. Descansa, mi dulce Sonya.

Quinn se acurrucó debajo de las sábanas. Nunca había sentido tanto frío en su vida. Su mano rozó un cuerpo y se descubrió dándose la vuelta hacia el aroma de rayos de sol entre la lluvia que tan bien conocía. Estaba a punto de ceder al sueño de nuevo cuando oyó una voz pronunciando su nombre.

—¿Quinn?

Reconocería aquella voz en cualquier lugar. Quinn abrió los ojos.

—¿Fallon?

El rostro de Fallon se iluminó con una sonrisa llena de alivio y marcada por la tristeza.

—Sí, hermano. ¿Cómo te encuentras?

—Frío.

De pronto, pusieron más mantas sobre él. Miró alrededor y vio la habitación llena de guerreros, incluidos sus propios hombres, aunque había un par de hombres a los que no conocía.

—Este es Camdyn —dijo Lucan—. Es otro guerrero y amigo de Galen.

Fallon hizo un gesto hacia el otro hombre del grupo, uno que era evidente que era mortal por las recientes cicatrices de su rostro.

—Él es Malcolm Monroe, el primo de mi esposa. Ya te explicaré cómo nos conocimos Larena y yo, y cómo Malcolm nos ayudó, cuando estés completamente recuperado.

Quinn frunció el ceño. ¿Por qué estaba en una cama y se sentía tan mal? De improvisto, una imagen le vino a la mente.

—Deirdre —masculló.

—Está muerta —dijo Ian—. Charon la mató.

Quinn miró alrededor buscando al guerrero de broncíneo.

—¿Dónde está Charon?

Duncan se encogió de hombros.

—Desapareció después de matar a Deirdre.

Quinn tocó la mano de Marcail por debajo de las mantas y sintió el frío glacial en su piel. Respiraba con dificultad e irregularmente y él supo, sin mirarla a la cara, que seguía inconsciente.

—Sonya se esforzó muchísimo con su magia para sanaros a los dos —dijo Lucan.

Quinn asintió con la cabeza y se reclinó sobre su codo para contemplar a Marcail. La arropó más todavía y le pasó un dedo por la mejilla.

—La he perdido, ¿verdad? —preguntó.

—Podría curarse a sí misma como hizo antes —comentó Arran.

Era una posibilidad.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

El silencio era demoledor.

Quinn apoyó su frente contra la de Marcail y cerró los ojos con fuerza. Tenía el corazón hecho pedazos y el alma desgarrada. Por fin había encontrado a la mujer que amaba, que amaba de verdad, y se la habían arrebatado de los brazos antes de poder decirle lo que ella realmente significaba para él.

¿Estaba destinado a pasar toda su vida solo?

—Oh, dioses —dijo—. No puedo pasar por esto de nuevo.

Hubo cierto movimiento en la habitación y, de pronto, dos manos se posaron en sus hombros. Sus hermanos. Como siempre, ellos estaban allí con él.

—La amo —dijo Quinn—. El amor que nunca pensé que encontraría, me encontró a mí en la oscuridad de la montaña. Por segunda vez, Deirdre me lo ha arrebatado.

Una de las manos le dio un apretón en el hombro.

—Deirdre está muerta —dijo Lucan—. Ya nunca más podrá volver a hacernos daño.

Pero aquello ya no importaba en absoluto. No importaba ya nada sin Marcail.

Quinn se quitó de encima las mantas y se puso en pie. No se movía con la soltura habitual en él. Probablemente eran todavía los restos de la magia negra de Deirdre, pero se encontraba bastante bien.

—¿Qué haces? —preguntó Fallon.

Quinn ignoró a su hermano mayor y cogió a Marcail entre sus brazos.

—Lleva días sumida en la oscuridad. Necesita la luz del sol.

Nadie lo detuvo mientras llevaba a su mujer en brazos fuera de la habitación. Salió del castillo hasta las murallas exteriores. Apenas si se dio cuenta de que ahora tenían una nueva puerta.

Superó la puerta abierta y continuó hacia los acantilados. Había querido enseñarle a Marcail su hogar y los acantilados que tanto amaba. Aquella era su única oportunidad y nada podría detenerlo.

Quinn encontró el punto adecuado y se sentó en el suelo. Se quedó observando el pálido rostro de Marcail, que estaba frío al tacto. Una de sus trenzas le caía por los ojos. Quinn se la apartó de la cara con cuidado y le besó la frente.

—Ojalá pudieras contemplar esto, Marcail —le dijo—. El sol se está hundiendo en el cielo, tiñendo las aguas del mar de naranjas y dorados. Es uno de mis momentos del día preferidos.

Intentó tragar saliva a través del nudo que tenía en la garganta.

—Allá abajo está la playa donde mi padre nos enseñó, a mis hermanos y a mí, a nadar y a pescar. Por la noche, cuando cierro los ojos, puedo oír las olas rompiendo contra los acantilados. Es un sonido embriagador, un sonido que creo que llegaría a gustarte.

Una lágrima le resbaló por la mejilla. Suspiró y cerró los ojos deseando tener la magia suficiente en sus manos para poder ayudar a Marcail él mismo.

—Hubiésemos sido muy felices aquí. Yo me hubiera encargado de eso.

No importaba con la fijeza que la mirara, Marcail no se movía ni respondía. Por mucho que el corazón de Quinn insistiera en negarlo, sabía que había perdido a Marcail. Solo era cuestión de horas que su débil corazón se detuviera.