33

Isla estaba en las sombras observando el triunfo de los MacLeod sobre Deirdre, pero era en Lavena en la que centraba toda su atención. Había regresado para salvar a su hermana de una vida eterna como vidente de Deirdre, pero al parecer alguien ya lo había hecho por ella.

No necesitaba acercarse a Lavena para comprobar su respiración, sabía que su hermana estaba muerta. Quería llorar la pérdida de su hermana, pero ya llevaba siglos haciéndolo. Por fin, Lavena descansaba en paz.

Lo que significaba que ya solo quedaba Grania.

Isla se dio la vuelta para ir a buscar a su sobrina. Tal y como ella había esperado, Grania se encontraba en su habitación. Cuando vio a Isla, Grania se levantó de su asiento y se dirigió hacia ella.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó.

Isla se pasó la lengua por los labios, intentó coger la mano de Grania y hacer caso omiso del dolor que irradiaba todo su cuerpo. Su sobrina dio un paso atrás antes de que pudiera tocarla.

Aquel no era un buen comienzo, pero Isla estaba decidida a ser la tía que su sobrina hubiera deseado.

—Grania, tengo malas noticias —empezó a decir Isla.

—¿Es sobre Deirdre? —preguntó la niña—. Dime que no tiene nada que ver con Deirdre.

Isla dudó un momento.

—No, es sobre tu madre. Lo siento, pero ha muerto.

—No me importa Lavena. Deirdre ha sido más madre para mí que ella.

—No sabes lo que dices.

—Sí que lo sé.

Isla supo en aquel mismo instante, al mirar a aquellos ojos azul pálido como los suyos propios, que había perdido a Grania para siempre.

—Por favor, Grania. El reinado de Deirdre ha terminado. Se ha ido.

—¡No! —gritó Grania y trató de salir corriendo de la habitación.

Isla la cogió por el brazo y atrajo a la niña hacia ella. No vio la daga en la mano de Grania hasta el último instante. Fue puro instinto de protección lo que hizo que Isla invocara su magia para hacer que se volviera la daga.

Grania gimió y cayó de rodillas, con los ojos llenos de dolor.

Isla se arrodilló al lado de su sobrina, mientras las lágrimas le cubrían el rostro.

—¡Oh, dioses! ¿Qué es lo que he hecho? —preguntó al descubrir la daga clavada en el pecho de Grania.

No había querido matarla, solo quitarle el arma.

—Deirdre hará que sufras tu propia muerte un millar de veces por esto —susurró Grania. Cayó a un lado, con la sangre brotando por su boca y sus ojos sin vida mirando fijamente a Isla.

Isla no podía creer que Grania se hubiese marchado para siempre. Había empezado a odiar a la niña, sí, pero solo por el mal que Deirdre le había inoculado a su sobrina. Isla tenía la esperanza de que una temporada lejos de Deirdre haría que la niña recuperase su inocencia y su pureza. Pero era consciente de que aquello solo era un modo de engañarse a sí misma.

Le costó tres intentos conseguir ponerse en pie. Ya no le importaba nada. Tenía que salir de la montaña de Deirdre lo antes posible y marcharse bien lejos de allí.

—¿Qué hacemos? —le preguntó Fallon a Quinn mientras permanecían en pie alrededor de las llamas.

A Quinn se le había ocurrido una idea cuando había visto a William empujar a la vidente fuera de las llamas.

—Tengo que sacar a Marcail de las llamas, pero necesitaré que alguien me ayude para que me pueda sacar de las llamas a mí también. Una vez esté dentro ya no podré hacer nada.

Lucan asintió con la cabeza.

—Yo te cogeré.

—Mejor que lo hagamos entre los dos —dijo Ramsey.

Quinn trató de esconder su mueca de dolor al acercarse a Marcail. Él estaba perdiendo mucha sangre y, pese a que era inmortal, con aquellas heridas tan graves le costaba un poco más recuperarse. Pronto necesitaría que lo auxiliaran, pero todavía no. No antes de sacar a Marcail de las llamas.

—Que alguien se ponga al otro lado para cogerla —dijo Quinn.

Fallon se puso enfrente de Quinn.

—La cogeré y la llevaré con Sonya en cuanto la hayáis sacado de ahí.

Quinn se quedó mirando a su hermano a los ojos. No necesitaba decirle a Fallon lo importante que era Marcail para él. Su hermano lo sabía.

—Espera —dijo Larena mientras entraba en la habitación. Se había vestido y ya no se mostraba en su forma de diosa.

Quinn pensó que había sido una buena idea. Cuanta menos gente supiera lo que era, mejor.

—¿Qué? —preguntó.

—La otra mujer. Ha muerto —dijo Larena—. ¿Estás seguro de que quieres sacar a Marcail de las llamas?

—Estoy seguro —respondió Quinn—. Deirdre hacía siglos que tenía a la vidente en las llamas. Es probable que ya llevara muerta algún tiempo y que Deirdre mantuviera su cuerpo en vida para las visiones.

Arran soltó una maldición.

—¡Qué espanto!

Quinn no podía estar más de acuerdo. Se miró al dedo que había tocado las llamas. No había ningún color en la punta del dedo y estaba frío como si fuera el de un cadáver. No creía que pudiera sobrevivir a las llamas azules, aunque anhelaba estar con Marcail y haría cualquier cosa para salvarla.

Con un gesto dirigido a Fallon, Quinn se internó en las llamas y estiró la mano lo suficiente para darle a Marcail el empujón que necesitaba para sacarla de allí.

Súbitamente, el frío se apoderó de Quinn. Intentó respirar, pero no pudo; luchó contra el frío, pero este se apoderó de todo su cuerpo en cuestión de segundos.

Pensó en Marcail y en que nunca más podría abrazarla. De pronto, recordó una conversación con su padre.

«Hijo», decía su padre, «es muy simple: cuando encuentres a una mujer que ocupe tus pensamientos cada hora de cada día y sueñes con ella y en un futuro juntos, eso es una señal. Cuando no puedas esperar a verla sonreír, a sentir sus brazos alrededor de tu cuerpo, a probar sus besos, entonces es que la amas. Cuando sepas que estarías dispuesto a dar tu vida, a pesar del dolor, para salvar la suya, entonces es que la amas».

El corazón de Quinn estuvo a punto de saltársele del pecho, pues reconoció que su padre había tenido razón en todo. Él amaba a Marcail, la amaba de verdad como nunca hubiera podido imaginar amar a una mujer.

Deseó poder tener un futuro con ella que ya nunca podría ser, pero al menos sus hermanos cuidarían de su amada en el castillo. Allí, Marcail seguiría trabajando en sus conjuros con Cara.

El último pensamiento de Quinn, antes de que el frío se apoderara de él, fue para la dulce sonrisa de Marcail y sus ojos color turquesa.

—¡Sacadlo de ahí! —gritó Fallon.

Mantenía el rígido cuerpo de Marcail entre sus brazos, por lo que no podía hacer otra cosa que observar cómo Lucan y Ramsey luchaban por arrancar el cuerpo de Quinn de las llamas.

—¡Mierda, Quinn! —gritó Lucan—. ¡Ni se te ocurra darte por vencido!

Los dos guerreros azul claro, que sin lugar a dudas eran gemelos, y el guerrero blanco se acercaron a Lucan y a Ramsey, y añadieron su fuerza para conseguir liberar el cuerpo de Quinn.

—Gracias a los dioses —dijo Larena mientras se limpiaba las lágrimas de las mejillas.

—¡Muévete! —dijo Fallon mientras se acercaba a Quinn. Tenía que llevarlos a los dos con Sonya. El color grisáceo de sus pieles y el hielo que colgaba de sus pestañas y sus cabellos no le dio a Fallon muchas esperanzas.

El guerrero blanco cogió a Quinn en brazos.

—Vas a necesitar ayuda.

Fallon miró a su esposa antes de agarrar al guerrero blanco y saltar con ellos al salón principal del castillo.

—¡Mierda! —dijo una voz de hombre cuando apareció Fallon.

—¡Trae a Sonya y a Cara! —le gritó a Malcolm mientras él subía por las escaleras con Marcail todavía en sus brazos.

El guerrero blanco subió tras él. Fallon pensó en poner a Quinn y a Marcail en habitaciones diferentes, pero luego pensó que sería más fácil para Sonya si permanecían juntos. Sin pensarlo más, Fallon entró en la habitación de Quinn.

El guerrero lo adelantó y apartó las colchas de la cama para que Fallon pudiera acostar a Marcail. Una vez la hubieron acostado, ayudó al guerrero a tumbar a Quinn.

—Soy Arran —dijo el guerrero—. Me alié con Quinn cuando estábamos en el Foso.

Fallon le hizo un gesto de asentimiento.

—Te lo agradezco.

Entonces, Sonya y Cara entraron en la habitación. Sonya no dijo ni una palabra, se acercó directamente a la cama y examinó a la pareja. Se enderezó y miró a Fallon.

—Necesito conocer todos los detalles, especialmente si ha habido magia involucrada en todo esto.

—Ha habido magia. La magia de Deirdre para ser más exactos.

Entonces Fallon empezó a contarle cuanto había pasado.

Sonya apretó los labios.

—Voy a precisar toda mi magia para intentar solucionarlo. Ojalá tuviera a otra druida.

—Marcail es una druida —dijo Arran—. Y tiene la habilidad de curarse a sí misma. ¿Sirve eso de algo?

Sonya hizo un gesto lento de asentimiento con la cabeza.

—Puede. Si consigo que me oiga, es posible que logre que me ayude.

—¿Y Quinn? —preguntó Fallon.

—Haré lo que pueda —dijo Sonya.

Entonces Cara dio un paso hacia delante.

—¿Dónde están los otros?

—Lucan está a salvo —le aseguró Fallon—. Iré a por ellos en cuanto me asegure de que Sonya tiene todo lo que necesita para Quinn y Marcail.

—Lo tengo todo —dijo Sonya, de espaldas a él, mientras levantaba la mano de Marcail—. Trae a los demás.

Fallon miró a Arran.

—Hay otro guerrero aquí: Camdyn. Búscalo y ponlo al día de todo lo sucedido. Ah, y si Malcolm todavía anda por aquí, también querrá saberlo.

—Ahora mismo lo hago —dijo Arran antes de darse la vuelta y salir de la habitación.

Fallon volvió a mirar el cuerpo inerte de su hermano antes de saltar de nuevo a la montaña de Cairn Toul para trasladar al resto a casa.