32

Deirdre no podía creer lo fácil que había resultado atrapar a Marcail, aunque se recriminó por no haber pensado en aquello antes de haberla lanzado al Foso con Quinn. Eso no marchó según sus planes.

De hecho, nada que tuviera que ver con Quinn había ido según lo planeado. Pero aquello cambiaría a partir de ahora. Él estaba bajo su control y no pasaría mucho tiempo hasta que cediera todo el dominio a su dios.

Cuando ocurriese, ella tendría al primero de los MacLeod, y Lucan y Fallon pronto lo seguirían.

Se dirigió hacia la puerta para regresar a sus aposentos con Quinn cuando oyó una profunda inspiración. Deirdre se detuvo. Conocía aquel sonido. Era Lavena a punto de tener una visión.

Deirdre se apresuró a acercarse a la druida. Los ojos azul pálido de Lavena se ensombrecieron mientras las negras llamas le lamían el rostro. Cuando habló, su voz sonó como si viniera de las profundidades de una gruta, suave y ligera.

—Ellos están llegando —dijo Lavena—. Le has arrebatado a su mujer y pagarás por ello.

La ira se apoderó de Deirdre. Sabía que Lavena hablaba de Quinn y ella se pudo imaginar que «ellos» eran Lucan y Fallon que venían a ayudar a su hermano.

—¿Quién le ha dicho a Quinn lo de Marcail? —preguntó Deirdre.

A veces Lavena respondía, a veces no.

Esta vez la vidente decidió no hacerlo.

—Tu muerte es inminente.

Deirdre nunca había tenido ninguna razón para no creer a la vidente, lo que sí tenía era magia más que suficiente como para enfrentarse a miles de guerreros.

—Entonces que vengan —dijo Deirdre y se giró hacia la puerta.

Quinn dejó libre a su dios. Detrás de él, sus hermanos y los otros guerreros esperaban a que abriera la puerta que los conduciría a la más grande de las batallas.

—Cuidado con su pelo —les advirtió Galen.

Larena hizo una mueca.

—Yo me ocuparé de eso.

Quinn se giró para mirar a los otros guerreros y observó los rostros de aquellos hombres que habían arriesgado sus vidas por su causa. Ante él había poderosos guerreros que luchaban por el bien y contra el mal, y no habían pedido llevar a ningún dios en su interior.

—El poder de Deirdre ha crecido. Estad preparados para cualquier cosa.

—Si es tan poderosa, ¿cómo podremos derrotarla? —preguntó Logan.

Ramsey sonrió lentamente.

—Atacaremos juntos y seguiremos atacando. No puede luchar contra todos nosotros a la vez.

—No estará sola —dijo Quinn—. Habrá wyrran y guerreros con ella. Si os encontráis con William, el guerrero azul marino, dejádmelo a mí. Le prometí una muerte lenta y dolorosa.

—Dalo por hecho —prometió Hayden—. Lo encontraré yo mismo.

Quinn le hizo un gesto de asentimiento a Hayden.

—Ha llegado el momento de que termine el reinado de Deirdre.

—Listos cuando tú digas, hermano —dijo Fallon.

Quinn se dio cuenta de que estaba rezando, algo que no había hecho en siglos. Los nervios en su interior por lo que le estaría sucediendo a Marcail crecían con cada latido de su corazón.

Se volvió hacia la puerta y la abrió de una patada. Deirdre estaba de pie, frente a una mesa de piedra, con una malévola sonrisa en los labios.

—Te esperaba, querido —dijo.

Broc dejó a Arran y a los gemelos que liberaran al resto de los prisioneros. Desde la primera vez que había oído aquel rugido en las profundidades, supo que seguramente habría un guerrero encadenado en la oscuridad. Nadie estaba autorizado para bajar por las escaleras que conducían a las profundidades de la tierra, pero Broc ya no se encontraba al servicio de Deirdre y estaba dispuesto a asegurarse de que todos sus compañeros guerreros quedaran libres.

Atravesó el umbral de la puerta, bajó el primer escalón y se quedó mirando la enorme caverna que se anunciaba. Aunque para un mortal estaría demasiado oscuro como para ver nada, con el dios que llevaba dentro, Broc no tuvo ningún problema.

Le llevaría mucho tiempo bajar aquellas escaleras, así que abrió sus alas y se deslizó volando hasta el fondo.

Broc aterrizó y le sorprendió descubrir que, quienquiera que fuese el que había estado allí abajo preso, ya había sido liberado. Se alegró de que así fuera, aunque le hubiese gustado saber quién era el guerrero y por qué Deirdre lo mantenía separado de todos los demás.

El sonido de la batalla retumbaba en las rocas. Broc abrió de nuevo las alas y subió volando hasta la entrada.

Se estaba librando una batalla épica y necesitarían su ayuda.

Quinn le mostró las garras a Deirdre.

—¿De verdad creíste que me podrías engañar tan fácilmente?

—Habría funcionado —respondió ella con una tímida sonrisa—. ¿Quién te lo dijo?

—¿Acaso importa? —dijo Fallon—. Sabe lo que has hecho. Devuélvele a Marcail.

Deirdre echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.

—¡Vaya, me temo que no va a ser posible!

Quinn siguió su dedo hacia donde ella señalaba y sintió que el corazón se le caía a los pies al ver a Marcail.

—No… —susurró él.

—Nunca será tuya —dijo Deirdre.

Lucan lo cogió por el brazo.

—Quinn.

Pero Quinn no podía ayudar a sus hermanos en aquel momento, no cuando Marcail estaba suspendida en el aire entre unas llamas azules, inmóvil. Sintió náuseas. Una vez más, no había podido ayudar a una mujer que le importaba. ¿Qué tipo de highlander o de guerrero era que se mostraba incapaz de salvar a sus mujeres?

—¡Quinn! —le gritó Fallon.

Quinn se volvió hacia sus hermanos con el alma partida en dos.

—Ya sabéis lo que tenéis que hacer.

Ambos asintieron con la cabeza a la par y el pequeño grupo se abalanzó sobre Deirdre. Quinn se quedó un momento quieto y observó que Larena se hacía invisible y se quitaba la ropa. Hayden lanzaba unas grandes bolas de fuego a cada wyrran que veía y el resto rodeaba a Deirdre.

Quinn se acercó a Marcail. Por mucho que quisiera ser él quien le arrebatara la vida a Deirdre, Marcail era más importante. Tocó las llamas azules y la punta de sus dedos se convirtió en hielo.

—Maldita sea —murmuró.

No sabía cómo sacaría a Marcail de las llamas, pero no podría hacerlo solo.

Quinn se volvió hacia la batalla y vio que algo estaba tirando del pelo de Deirdre por detrás de ella. Lo más probable es que fuera Larena. Deirdre gritó cuando las garras de Larena le cortaron el pelo a la altura de la nuca. Un instante después, le había vuelto a crecer.

Fallon vitoreó a su esposa antes de desaparecer para aparecer al instante en otro punto de la habitación. Quinn parpadeó sin estar demasiado seguro de lo que había presenciado hasta que comprobó que Fallon lo hacía una y otra vez.

—Impresionante, ¿verdad? —dijo la voz de Larena a su espalda.

—Sí —dijo Quinn.

No perdió más tiempo con palabras. Cerró los ojos e invocó su poder. Venid a mí, llamó a todos los animales que había dentro de la montaña.

Al cabo de un instante, ratas, insectos y otros animales empezaron a chillar en la habitación. Quinn sonrió.

Atacad a Deirdre, les ordenó.

Como uno solo, los animales se lanzaron sobre Deirdre. Ella cesó el ataque a los guerreros y desvió su mortífero poder contra los animales.

Lucan se apartó hacia las sombras y pululó alrededor de Deirdre mientras Galen, Logan y Ramsey le desgarraban el cuerpo con sus garras. Fallon saltó de pronto frente a ella y le cortó el rostro y luego volvió a desaparecer antes de que ella pudiera utilizar su magia contra él.

Quinn miró hacia delante, dispuesto a unirse al grupo para derramar la sangre de Deirdre, cuando se produjo un altercado en la puerta. Se dio la vuelta y se encontró con Arran, Ian y Duncan.

Tan pronto como vieron el ataque, se precipitaron a la lucha. Justo un momento después, Broc irrumpió en la habitación y se unió también a la batalla. Con tantos guerreros atacando a Deirdre, Quinn pudo ver cómo ella se debilitaba. Solo era cuestión de tiempo que muriese.

Hayden seguía matando a los wyrran que veía, lo que evitaba que Quinn tuviera que quitarse de encima a las viles criaturas. Quinn estaba a punto de unirse a sus hermanos cuando un gran rugido captó su atención. Se giró y vio a William abalanzándose hacia él.

—Estaba deseando que llegara este momento —dijo William.

Quinn sonrió ante la expectativa.

—Deja ya de hablar y empieza a luchar.

Esquivó un salvaje golpe de la mano de William, que iba destinado a su cabeza, e hizo brotar la primera sangre con un corte en el estómago del secuaz de la bruja.

William retrocedió y lanzó un bramido.

—¿Qué es lo que ella vio en ti?

—Más de lo que nunca vio en ti —dijo Quinn mofándose de él.

William estrelló su hombro contra el abdomen de Quinn, cortándole la respiración y empujándolo contra la pared. Quinn le dio un par de codazos al guerrero en la nuca antes de sentir que se separaba lo suficiente de él para poder propinarle un rodillazo en la cara.

Mientras William se retorcía por el golpe que acababa de recibir, sus garras le rasgaron el brazo a Quinn. Antes de que Quinn pudiera soltarle otra sacudida, William arremetió contra su hombro, clavándole los colmillos en la piel.

Quinn bramó y utilizó sus garras para desgarrar la piel de William por donde pudiera. La sangre empezó a deslizarse por el brazo de Quinn, pero no podía sentirla, no con una necesidad de matar tan grande metida en el cuerpo.

William se apartó, con la boca y los dientes cubiertos de sangre.

—Voy a disfrutar despedazándote, MacLeod. No eres lo suficientemente bueno para ser un guerrero y mucho menos para liderarnos a todos.

—No es culpa mía que Deirdre no quisiera un hijo tuyo. ¿Acaso no eres un hombre completo, William?

Justo como Quinn había imaginado, William se enfureció sobremanera. Cada vez que atacaba era más imprudente y eso le dio a Quinn la ventaja que necesitaba mientras se acercaba cada vez más a las llamas negras en las que Deirdre mantenía a la vidente.

A pesar de la ira de William, este pudo asestarle varios golpes a Quinn, de los que brotó más sangre. A Quinn le dolía todo el cuerpo a causa de los cortes que le cubrían de la cabeza a los pies, pero no estaba dispuesto a parar, no hasta que William hubiera muerto.

William le introdujo las garras a Quinn en el estómago, efectuó un giro y las deslizó hasta su costado, haciéndole una gran herida en la tripa. Quinn bajó la mirada y vio la herida. Sintió que su cuerpo se encogía hacia el costado y que el cansancio se apoderaba de él.

Quinn.

Parpadeó. Había oído la voz de Marcail, no tenía la menor duda.

Puedes hacerlo, dijo Marcail en su mente. Acaba con él.

Quinn sacudió la cabeza para despejarse y volvió a centrarse en William. Marcail tenía razón. Podía matar a William.

Le sonrió al guerrero y dio un paso hacia él. William adoptó un aire despectivo e intentó volver a golpearlo.

—Ya he tenido bastante.

Con un impacto seco, Quinn empujó a William hacia las llamas negras.

El guerrero empezó a gritar y a clavarse las garras en el rostro y por todo el cuerpo mientras se retorcía. De un embate sacó de las llamas a la vidente, pero para William ya era demasiado tarde. Las llamas negras lo habían atrapado, dejándolo sumido en el mismo estado de sedación y calma en el que había quedado la vidente.

—Quinn —dijo Lucan mientras lo cogía por los hombros—. Tenemos que regresar al castillo.

—No me marcharé de aquí sin Marcail.

—Deirdre está casi muerta, salgamos de aquí —le pidió Lucan.

Quinn miró a su hermano.

—No pude proteger a Elspeth. No quiero ser también responsable de la muerte de Marcail.

Se oyó un grito muy fuerte que amenazó con hacer explotar sus tímpanos. Quinn se tapó los oídos, se dio la vuelta y encontró a Deirdre gritando y a Charon agarrándola por el cuello.

El guerrero cobrizo tenía una mirada mortífera y, por el modo en que se retorcía, no viviría mucho más.

Se oyó un crujido cuando Charon le rompió el cuello con una mano. Le arrancó la cabeza de un tirón, el resto cayó al suelo y luego lanzó su cabeza sobre el cuerpo sin vida. Después Hayden le prendió fuego.

—Se terminó —dijo Lucan.

Pero para Quinn no habría terminado hasta que Marcail estuviera entre sus brazos.