31

Fallon caminaba arriba y abajo en el exterior de la montaña. Desde que Larena se había marchado, estaba nervioso, aterrorizado por si algo le sucedía a su esposa y él no se encontraba allí para evitarlo.

—Estará bien —le dijo Hayden.

Fallon deseaba que su amigo tuviera razón, porque si algo salía mal y le sucedía algo a Larena, no sabía qué sería capaz de hacer. Ella lo era todo, era su vida entera, lo único que lo mantenía respirando día tras día y lo único que le ayudaba a acordarse de que debía ser el hombre que siempre había querido ser.

Pero ya hacía mucho que se había marchado. La montaña de Deirdre era enorme, pero guardaba muchos lugares en los que Larena podía ser descubierta. Debería haber sido él quien entrara. Un hombre no ponía a su esposa en peligro. Fallon se frotó la nuca, que había empezado a dolerle.

Percibió un extraño movimiento a sus espaldas. Luego pudo oír el sonido más dulce de este mundo, la voz de su esposa.

—Necesito mi ropa —le susurró.

—Daos todos la vuelta —les dijo Fallon a sus hombres.

Una vez ellos se giraron, observó cómo se materializaba Larena delante de él y se ponía la ropa rápidamente.

—Ya está —dijo ella cuando estuvo vestida.

Fallon se puso a su lado mientras ella se agachaba para calzarse las botas.

—¿Has encontrado a Quinn?

—Lo he encontrado. Me costó un poco demostrarle quién era yo. Fue el torques lo que acabó convenciéndolo.

Fallon miró a Lucan.

—¿Dónde está Quinn ahora?

Larena levantó una mano y Fallon la ayudó a ponerse en pie.

—Ha ido a buscar a su mujer.

—¿Su mujer? —repitió Lucan—. ¿La druida de la que nos habló Broc?

—Sí —dijo Larena—. Broc intentó ayudar a Marcail a escapar, pero Deirdre la descubrió. Quinn y Broc van a intentar detener a Deirdre.

Hayden dio un paso hacia delante.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando?

Fallon cerró las manos en un puño y lanzó una maldición.

—Sabía que debía haber entrado en la montaña, ahora sabría dónde realizar el salto con todos nosotros.

—Yo puedo ayudar —dijo Galen.

Fallon arqueó las cejas.

—¿Y cómo puedes hacerlo?

Galen se puso al lado de Larena y colocó una mano sobre su cabeza.

—Piensa en el mejor sitio en el que podríamos emplazarnos dentro de la montaña, un lugar ahí dentro en el que los guerreros no puedan encontrarnos. ¿Lo tienes?

—Sí —respondió ella.

Entonces Galen puso su otra mano sobre la cabeza de Fallon. En un instante Fallon pudo ver en su mente el lugar de la montaña en el que estaba pensando Larena. No lo dudó ni un instante y realizó el salto con los tres hacia el interior de la montaña.

La oscuridad de la montaña inundó a Fallon. Relajó sus hombros y miró a Galen.

—Vas a tener que decirme cómo lo has hecho.

—En cuanto estemos de nuevo en el castillo MacLeod. Ahora ve a por los otros.

Fallon dio un rápido beso a Larena y volvió a saltar para ir en busca de los demás guerreros.

Deirdre miraba atentamente a la ahora inmóvil Marcail. Las llamas azules habían resultado ser la magia perfecta para mantener controlada a la irritante druida. Mientras que las llamas negras que apresaban a Lavena le permitían hablar con ella a través de sus visiones, las llamas azules que contenían a Marcail lo único que hacían era mantener su cuerpo con vida. También frenaban toda la magia de los conjuros protectores, evitando que pudiera salir fuera y hacer daño a Deirdre.

Estaba tan excitada por tener a Marcail y a sus conjuros encerrados entre las llamas que decidió quedarse un rato más observando su obra de arte. A partir de ahora, Quinn sería el que la esperaría a ella. Después de todo, él pensaba que su preciosa Marcail estaba a salvo, lejos de la montaña.

Qué imbécil era, si bien resultaba una certeza que todos los hombres lo eran. Deirdre había querido pensar que Quinn sería diferente.

Sin embargo, cuando hubiese alumbrado al hijo de Quinn, el niño de la profecía, todo cambiaría.

Deirdre se frotó las manos imaginándose lo que estaba por venir. Perfectamente podía concebir aquella misma noche. Y entonces sería el principio de una nueva era.

—¿Sabes dónde han encerrado a Ian? —preguntó Quinn a Broc mientras iban por el pasillo.

Broc asintió con la cabeza.

—Pero no está en condiciones de ayudar.

—Mierda. Sea como sea, tenemos que liberarlo.

Quinn quería llegar hasta Marcail, pero también sabía que debía organizarlo todo perfectamente. Con sus hermanos y sus fieles guerreros, junto con sus hombres, que seguían en el Foso, se alzaba la oportunidad de vencer a Deirdre.

Broc lo condujo por innumerables pasillos y salones antes de detenerse frente a una puerta.

Quinn abrió la puerta y encontró a Ian colgando del techo por las muñecas.

—Ian —musitó mientras se apresuraba a ayudar a su amigo.

Ian levantó la cabeza. Restos de sangre seca le cubrían el rostro y el pecho.

—¿Quinn?

—Sí, soy yo. He venido con Broc para sacarte de aquí.

Quinn y Broc liberaron a Ian de sus cadenas y lo ayudaron a ponerse en pie.

—¿Puedes ayudar a Broc a sacar a tu hermano y a Arran del Foso?

Ian encogió los hombros y se balanceó sobre sus pies.

—Sí.

—Entonces, daos prisa. Hay muchos otros guerreros en las mazmorras a los que tenemos que liberar. Necesitamos que se produzca un auténtico caos.

—Así lo haremos —aseguró Broc.

Quinn los observó marcharse antes de salir al pasillo. Broc le había explicado cómo hallar la habitación en la que Deirdre había encerrado a Marcail, y le faltaba tiempo para dar con ella. Le daba miedo pensar que era posible que llegara demasiado tarde, por lo que se apresuró todavía más por el pasillo.

Sabía que Deirdre no mataría a Marcail con sus propias manos, pero eso no significaba que Deirdre no tuviera a alguien que lo hiciera por ella. Sus wyrran harían cualquier cosa por ella, como ya habían demostrado infinidad de veces.

Por mucho que Quinn entendiera que lo mejor era esperar a que empezara el caos con la liberación de los presos, no podía hacerlo. Marcail lo necesitaba y él no estaba dispuesto a permitir que nadie más que le importara muriera a causa de Deirdre.

Quinn caminó con pasos largos y rápidos mientras seguía las instrucciones de Broc. Al girar una esquina, divisó a dos guerreros. Ellos se detuvieron y se pusieron cada uno a un lado.

Cuando él los alcanzó, se detuvo.

—Os voy dar una oportunidad. O lucháis para mí o morís en este preciso instante.

Los guerreros se miraron el uno al otro y se echaron a reír. Quinn liberó a su dios y los atacó a ambos a la vez. Mientras utilizaba sus garras para abrirle el pecho a uno de los guerreros, el otro le hizo un corte profundo a Quinn en la parte trasera de la rodilla.

Cuando Quinn intentó volver a ponerse en pie, no podía utilizar una de sus piernas, pero aquello no lo detuvo. Le propinó un puñetazo al guerrero que le había cortado y lo lanzó al suelo. Quinn no perdió el tiempo en utilizar sus garras para arrancarle la cabeza al guerrero. Lo echó a un lado y se volvió hacia el segundo guerrero. Pese a que no guardaba bien el equilibrio a causa de la pierna herida, Quinn no estaba dispuesto a darle al guerrero la más mínima posibilidad de salir de allí con vida.

Se abalanzó sobre el guerrero, hundiendo todas sus garras en su cuello. La sangre brotó con fuerza del cuello del guerrero mientras se le salían los ojos de las órbitas. Con un giro de las manos, Quinn le cortó el cuello.

—Deberíais haber elegido luchar a mi lado —dijo observando a los guerreros muertos a sus pies.

Quinn reinició la marcha, decidido a convertir o a destrozar a cada guerrero que se cruzara en su camino. Mató a otro antes de escuchar unos gritos. Cuando volvió la cabeza, encontró allí a sus hermanos.

Se olvidó del tercer guerrero muerto a sus pies y sonrió mientras se acercaba a Lucan y a Fallon.

—¡Por los dioses, cómo me alegro de verte! —dijo Lucan mientras atraía a Quinn hacia él para abrazarlo.

Quinn nunca había estado tan feliz de ver a sus hermanos. Lucan lo liberó de su abrazo y justo entonces los brazos de Fallon lo envolvieron.

—¡Pensé que nunca más volvería a verte! —dijo Fallon.

Quinn soltó una carcajada.

—No iba a desistir tan fácilmente. —Dio un paso atrás y observó a Larena—. He oído por ahí que te has casado.

Fallon se encogió de hombros.

—Deberíamos haberte esperado.

—No —dijo Quinn—. Debes disfrutar de todas las alegrías que puedas.

Logan se aclaró la garganta.

—¿Vamos a pasar todo el día aquí recordando viejos tiempos o vamos a matar a Deirdre?

Quinn les hizo un gesto de asentimiento a Logan, Galen, Ramsey y Hay den.

—Vamos a matar a Deirdre, pero primero salvaremos a Marcail.

—¿Dónde está Broc? —preguntó Ramsey.

—Ian y él han ido a liberar a mis hombres del Foso. Luego los cuatro empezarán a liberar a los demás que están en las mazmorras.

Lucan rió.

—Me gusta tu plan, hermanito. Indícanos el camino y salvaremos a tu Marcail.

Quinn se apresuró por el pasillo con las palabras de Lucan resonando en su mente. Su Marcail. A Quinn le gustaba cómo sonaba. Le gustaba mucho.

Consiguieron subir dos pisos antes de encontrarse con un grupo de wyrran. Las pequeñas criaturas amarillas no tenían ninguna oportunidad frente a ocho guerreros. En un abrir y cerrar de ojos, los wyrran estaban muertos.

—Espero que haya más —dijo Hayden.

Quinn se limpió la sangre de las manos y de la camisa.

—Los habrá. Yo le ofrezco a cada guerrero con el que me encuentro la posibilidad de luchar conmigo. Si la rehúsa, muere.

Hayden soltó una carcajada y asintió con la cabeza.

—Te he echado de menos, Quinn.

Lucan caminaba al lado de Quinn, con Larena y Fallon detrás de ellos. Cada momento que separaba a Quinn de Marcail era como un cuchillo en el estómago.

No estaba ya muy lejos, pero le pareció una distancia abrumadora.

Bajo sus pies, Quinn empezó a oír gritos y gruñidos que venían de las mazmorras.

—Mis hombres están liberando a los prisioneros.

—Id con cuidado de no matar a los guerreros equivocados —advirtió Fallon a todo el mundo.

Isla se desplomó contra la pared, las rocas golpeando contra su brazo y su magullada espalda. Estaba tan cansada… tan harta. Cuando se levantó del trance en el que la había dejado Deirdre, fue para verse a sí misma luchando por su vida contra un hombre tres veces más grande que ella.

Había podido librarse de él gracias al uso de su magia y por mucho que había intentado no mirar, había podido avistar los cuerpos sin vida de una mujer, una muchacha y un niño pequeño.

Isla solo se había despertado del trance una vez, mientras estaba cumpliendo las órdenes de Deirdre. Intentó huir y pagó más tarde con creces por ello con un castigo que la había mantenido postrada en la cama durante tres meses.

Pero una pequeña parte en su interior quería volver a intentarlo. Quería estar tan lejos de Deirdre como fuera posible. Así que corrió y no miró atrás. Entonces pensó en su hermana y en su sobrina. Ellas la necesitaban, incluso aunque no lo supieran, la necesitaban.

Isla encontró un caballo y regresó rápidamente a la montaña. No se había alejado aún demasiado y consiguió llegar a la montaña de Cairn Toul en menos de un día. Una vez dentro, supo que algo estaba sucediendo.

Y pudo hacerse una idea de que todo era a causa de Quinn.

Los hermanos MacLeod no se quedarían en pie observando mientras Deirdre se apoderaba de Quinn. Isla hacía semanas que esperaba la llegada de Fallon y Lucan. Y por fin habían aparecido.

Isla tomó las escaleras que la conducirían hacia Phelan. Perdió el equilibrio varias veces, a causa de las resbaladizas escaleras, y en una de esas, casi cae al suelo.

Redujo la velocidad de sus pasos, aunque sabía que el tiempo era de vital importancia. Sin embargo, su cuerpo no respondía con tanta velocidad a todo lo que pretendía hacer. Por la manga derecha empezó gotear sangre, desde la punta de sus dedos, que acababa derramada en el suelo. Sintió también que algo le corría por la espalda, y supuso que sería más sangre.

Sin tener la menor idea de las heridas que tenía o de cuánto tiempo aguantaría en pie su cuerpo, Isla siguió bajando por las escaleras. Tan pronto como divisó a Phelan, le cedieron las piernas y se golpeó contra los escalones con un golpe seco.

Phelan se giró en su dirección y lanzó un gruñido.

Hoy no tenía fuerzas para enfrentarse a una batalla dialéctica con él, pero estaba dispuesta a liberarlo. Sus cadenas no estaban cerradas con llaves sino con magia negra.

Isla levantó la mano y concentró toda su potencia en las cadenas. Repitió las palabras que le había oído decir a Deirdre solo una vez y que Isla había memorizado con la esperanza de liberar a Phelan algún día.

Los grilletes de Phelan se abrieron y cayó al suelo con un golpe seco. Isla cogió aire mientras se le nublaba la vista. Cerró los ojos para concentrarse en su respiración. Al cabo de un momento, los abrió y descubrió a Phelan de pie frente a ella.

—¿Por qué? —le preguntó.

Ella sacudió la cabeza.

—No deberías estar aquí. Eres libre, Phelan. Vete tan lejos de este lugar como puedas.

Él miró hacia las escaleras y movió la cabeza al escuchar los sonidos procedentes de la zona superior.

—¿Qué está pasando allí arriba?

—Creo que se trata de una rebelión contra Deirdre. Cogió preso a uno de los hermanos MacLeod.

—Quinn —dijo Phelan.

Isla asintió.

—Sus hermanos, Lucan y Fallon, han venido a rescatarlo. El ruido que oyes son los prisioneros a los que están liberando.

Phelan se inclinó hacia ella y la olisqueó.

—Estás herida.

—Sal de la montaña. El mundo ha cambiado mucho desde que te trajeron aquí. Prepárate para descubrirlo.

Él se quedó mirándola un largo rato, en silencio.

—¿Y tú? ¿Qué harás tú?

Isla pensó en Lavena y en Grania.

—Hay otra cosa que tengo que hacer. —Solo deseaba tener la fuerza suficiente para subir las escaleras y completar su tarea.

—Te estás muriendo.

Isla sonrió con tristeza.

Al momento siguiente, Phelan la había cogido entre sus brazos y subía con ella cargada por las escaleras. La dejó de nuevo en el suelo cuando llegaron arriba.

Isla se asió con fuerza a la pared y sonrió.

—Que tengas buena suerte. Si alguna vez necesitas algo, busca a los MacLeod. Son buenos hombres en los que puedes confiar.

No se molestó en responder, únicamente levantó la cabeza y miró en derredor. Un instante después, ya estaba corriendo por el pasillo.

Isla había conseguido liberar a una de las personas de las que era responsable. Dos más y puede que encontrara un poco de paz entre sus pesadillas.