Marcail debería haber evitado mostrar abiertamente su alegría por el sufrimiento de Deirdre, pero había sido maravilloso ver a la drough retorciéndose de dolor. Si aquello podía sucederle solo por un simple tortazo, ¿qué sucedería si alguien la mataba? Marcail casi tenía miedo de averiguarlo.
Intentó desembarazarse en vano de los dos guerreros que la mantenían cogida por los brazos. A ratos la arrastraban, a ratos la llevaban en volandas hacia el centro de una habitación donde había una mesa con correas para atarle los brazos y las piernas.
—No te preocupes —dijo Deirdre en un tono de voz demasiado amable—. No es para ti, aunque desearía que lo fuese.
Marcail nunca había sentido tanto odio en su vida como sintió en aquel justo instante.
—¿Cómo puedes matar a los de tu propia especie?
—Fácil —dijo Deirdre—. Si supieras la fuerza de la magia en estado puro que recibo con cada muerte, lo comprenderías.
—Nunca podría entender a alguien tan malvado como tú.
Deirdre dijo:
—Una lástima. ¿Quieres que te cuente lo que te tengo reservado?
Marcail se mordió la lengua para permanecer en silencio.
—¿No tienes nada que decir esta vez? —dijo Deirdre, riendo—. Bien, entonces no te haré esperar más. ¿Ves a Lavena detrás de ti?
Los guerreros movieron a Marcail para que se quedara de cara a la mujer que parecía estar flotando, pese a que no había agua a su alrededor, solo unas llamas negras.
Deirdre se acercó y se puso al lado de Marcail.
—Encantadora, ¿verdad? La he mantenido en ese estado cientos de años.
A Marcail se le heló la sangre cuando se dio cuenta de que pretendía hacer lo mismo con ella. Había estado tan cerca de escapar, pero cuando había visto a Quinn, no había podido evitar detenerse y mirarlo, intentar hablar con él. Le había costado un gran esfuerzo no levantar una mano para tocarlo, para decirle que era ella.
Y ahora era demasiado tarde.
Deirdre empezó a susurrar unas palabras que Marcail identificó como gaélico, la antigua lengua de los celtas. Mientras seguía con el conjuro, unas llamas azul pálido, que iban del suelo al techo, aparecieron de la nada entre las piedras, en una oleada de magia.
—Espero que te guste tu nuevo hogar —dijo Deirdre—. Estarás siempre conmigo, Marcail. Ahora ya nadie averiguará nunca el conjuro para dormir a los dioses.
Marcail tragó saliva y parpadeó para evitar que las lágrimas cayeran. Deseaba haber podido llegar a ser la druida que su abuela había querido que fuese. Deseaba haber podido ayudar a los guerreros y a los otros druidas encerrados en aquella montaña. Pero sobre todo, deseaba haber podido decirle a Quinn que lo amaba.
Entonces fue cuando se dio cuenta de la relación que había entre el cántico que escuchaba en su cabeza y Quinn. Su abuela le había dicho que siempre tenía que seguir a su corazón. Con Quinn había sido la primera vez que Marcail había hecho caso de aquel consejo y fue entonces cuando empezó el cántico.
Su abuela se había asegurado de que cuando Marcail se enamorara fuera capaz de recordar el conjuro. Pero ahora era demasiado tarde. Para todos.
Los guerreros llevaron a Marcail de una sacudida frente al cilindro de llamas azules, apartándola de sus pensamientos sobre el conjuro y sobre Quinn mientras el pánico se apoderaba de ella.
—En cuanto las llamas toquen tu piel, dejarás de sentir —dijo Deirdre.
Marcail levantó la barbilla. Era una druida, no estaba dispuesta a encogerse de miedo ante Deirdre.
—Tu reinado terminará enseguida. Disfruta del poder que tienes ahora porque pronto se habrá ido.
—No te hagas ilusiones, pequeña mie. Lanzadla a las llamas —les ordenó Deirdre a los guerreros.
Mientras las llamas azules se la tragaban, el último pensamiento de Marcail fue para Quinn. Hubo un momento de un frío dolor y luego… nada.
Broc maldijo para sus adentros al ver que los guerreros cogían a Marcail y se la llevaban. Había sabido desde el momento en que Quinn tropezara con ella, mientras observaba a la falsa Marcail abandonar la montaña, que era la druida.
Si no hubiera habido tantos wyrran y guerreros a su alrededor, Broc le hubiera dicho a Quinn lo que estaba sucediendo. Pero Broc había mantenido la boca cerrada sabiamente o todos hubieran sufrido en sus propias carnes la ira de Deirdre.
Broc abrió la puerta de la alcoba de Deirdre y entró. Había estado esperando alguna noticia de Fallon o de alguien del grupo que le informase de si habían llegado ya para ayudar a escapar a Quinn, pero Broc ya no podía esperar más tiempo. No ahora que Deirdre tenía a Marcail.
Encontró a Quinn sentado en la cama de Deirdre con la cabeza entre las manos. De pronto, Quinn levantó la vista y se quedó mirando a Broc.
—¿Qué quieres? —preguntó Quinn en un tono apagado, ausente de todo sentimiento.
Broc no sabía muy bien cómo empezar. Quinn había pasado todo un día en la habitación de Deirdre. Deirdre podía haberle hecho cualquier cosa.
—¿Broc? —insistió Quinn con una voz extraña.
Broc miró por encima de su hombro hacia la puerta abierta y se preguntó cuánto tiempo tendría antes de que regresara Deirdre.
—La Marcail que viste abandonar la montaña no era real.
Quinn contrajo las pupilas de sus ojos verdes y frunció el ceño.
—¿Qué tipo de broma es esta?
—Ninguna. La sirviente con la que tropezaste era Marcail.
—¡Estás mintiendo!
Broc cogió aire, procurando tranquilizarse. Necesitaba que Quinn lo creyera, no podía perder un tiempo precioso intentando hacer que lo comprendiera.
—No te miento. Ayudé a Marcail a escapar de los otros guerreros. El plan era que abandonase la montaña vestida como una de las sirvientes de Deirdre y fuese a buscar a tus hermanos.
—Ya basta —masculló Quinn mientras se ponía en pie y empezaba a caminar por la habitación—. No sé qué pretendes hacer, pero basta ya. Marcail está a salvo. Mis hermanos están a salvo.
Broc se miró la piel azul oscuro y las garras. Había estado tanto tiempo al lado de Deirdre que Quinn no iba a creerlo sin ninguna prueba y, puesto que ni Lucan ni Fallon estaban allí, no tenía nada que poder mostrarle a Quinn.
—¿Acaso quieres luchar? —preguntó Quinn—. ¿Quieres ver si eres mejor que yo?
Broc sacudió la cabeza.
—No busco pelear contigo, Quinn. Debes creerme.
—Sí, Quinn, tienes que creer a Broc.
La voz femenina venía de al lado de Broc, pero allí no había nadie. Sin embargo él reconoció la voz.
—¿Larena?
—Sí —respondió ella—. Estoy aquí, Broc. Por favor, dame algo con lo que pueda cubrirme.
Broc se acercó a la cama y cogió una sábana.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Quinn.
Hubo un pequeño tirón y la sábana se soltó de la mano de Broc. En un abrir y cerrar de ojos Larena se materializó a su lado, con la sábana envuelta alrededor de su cuerpo desnudo.
—Estaba empezando a pensar que no vendríais —dijo Broc.
Larena hizo una mueca.
—Los he visto llevarse a Marcail.
—Lo sé. Estoy intentando explicárselo a Quinn.
Quinn se sujetó a la pared de piedra mientras su piel se volvía negra por la ira.
—Dime qué está pasando.
Larena dio un paso hacia Quinn.
—Me alegro de conocerte al fin, Quinn. Soy Larena, la esposa de Fallon.
Quinn estaba en pie, aturdido, mientras miraba a la mujer de cabellos dorados que había frente a él. Había aparecido de la nada. Era hermosa, una belleza clásica, pero no podía compararse con Marcail.
—¿La esposa de Fallon? —repitió él, inseguro de si había oído bien.
Ella sonrió.
—Sí. También soy un guerrero. Deirdre trató de apresarme hace unas semanas, pero Fallon y los otros me ayudaron a escapar de sus garras.
Quinn se frotó los ojos con el pulgar y el dedo índice. Ya no sabía qué era real y qué no lo era. Pero ¿Fallon casado? Aquello no podía… no podría creerlo hasta que Fallon se lo dijera a Quinn él mismo.
—No tenemos mucho tiempo —afirmó Larena—. Quinn, no sé lo que Deirdre va a hacerle a Marcail, pero tenemos que encontrarla, deprisa.
—Deirdre no puede matar a Marcail —dijo Quinn—. De todos modos, no tiene sentido hablar de todo esto. Yo he visto que Deirdre la dejaba marchar, libre.
Larena sacudió la cabeza, la larga trenza que colgaba por su espalda se movió de un lado a otro.
—Deirdre te está engañando. ¿Acaso crees que dejaría libre a una druida como ella tan fácilmente?
—¡Yo ya no sé lo que es real! —gritó.
Quinn se alejó de ellos. Se le revolvió el estómago al imaginar que Deirdre lo había engañado y en lo que podría estar haciéndole a Marcail.
Si Broc y Larena estaban diciendo la verdad… Quinn ni siquiera fue capaz de terminar aquel pensamiento.
—Has permanecido alejado de tus hermanos durante un tiempo —dijo Larena con una voz suave—. Ellos piensan en ti todos los días. Desde que te capturaron, no han hecho otra cosa que buscar el modo de sacarte de aquí.
Él así lo creía. Sus hermanos y él podían pelearse, pero el amor que compartían era inquebrantable. Quinn estaría dispuesto a atravesar el mismísimo infierno con tal de liberar a sus hermanos.
—Mírame —le pidió Larena.
Quinn se dio la vuelta y la observó mientras ella retiraba la sábana de su cuello para mostrarle un torques de oro con dos cabezas de jabalíes, idéntico al de Fallon.
—Fallon me lo regaló cuando acepté convertirme en su esposa —dijo Larena—. Solo llevamos unos días casados, Quinn. Ni Lucan ni Fallon descansarán hasta que estés de nuevo en el castillo MacLeod con ellos.
Quinn no podía apartar los ojos del torques. Aquello era una prueba de que realmente Larena era la esposa de Fallon. Quinn recordó el día que su madre le entregó a Fallon el torques. Ella le había dicho que debía ser su regalo para la mujer que le robara el corazón. Que ambos estarían unidos para siempre.
Igual que Lucan y Cara se unieron cuando Lucan le dio la daga con la cabeza de su águila tallada en el mango.
Quinn miró a Broc.
—¿Y tú?
—Llevo años espiando a Deirdre. Es un pacto que hicimos Ramsey y yo hace años. Te lo explicaré todo en cuanto hayamos salido de esta montaña.
—Maldita sea. Es cierto que Deirdre tiene presa a Marcail, ¿verdad? —preguntó Quinn, todavía desconfiado.
Broc y Larena asintieron.
Quinn bajó la mirada hacia su mano y observó cómo las negras garras crecían en la punta de sus dedos. Una ira como nunca había sentido le desgarró el pecho, se le clavó en el alma, pidiendo que dejara libre a su dios y que se vengara por haberle arrebatado a su mujer. Necesitaba sangre.
—Mataré a esa malvada bruja.
—Espera —dijo Larena—. Primero Fallon quiere que te saque de aquí.
—No me marcharé sin Marcail.
Broc se dirigió hacia la puerta.
—Yo sé dónde ha llevado Deirdre a Marcail. Acompañaré a Quinn. Hay una puerta al final de este pasillo que conduce directamente fuera. Diles a los otros que entren por ahí.
—¿Y entonces qué? —preguntó Larena—. Los wyrran y los guerreros nos superan en número.
Quinn sonrió mientras miraba a Broc.
—No nos superan si contamos a toda la gente y todos los guerreros que hay en las mazmorras.
—Entonces, yo me encargaré de liberarlos —dijo Broc—. Ahora ven conmigo, tenemos que irnos.
A Quinn le retumbaba el corazón en el pecho. Por primera vez en mucho tiempo se sintió a gusto liberando a su dios. Disfrutaría matando a Deirdre y lo haría de un modo lento y terrible.