—Tienes un golpe muy feo en la parte de atrás de la cabeza y quizás unas cuantas costillas rotas.
Marcail se relajó al oír el sonido de aquella profunda y rica voz que llegaba hasta ella como la niebla baja de las montañas. Un escalofrío, que no tenía nada que ver con las bajas temperaturas que la rodeaban, le recorrió el cuerpo.
Por un breve instante se olvidó del martilleo de su cabeza y de lo mucho que le dolía respirar. Lo único en lo que podía pensar era en a quién pertenecería aquella voz tan sensual e imponente.
¿Y se atrevería a descubrirlo?
Con cada golpe de martillo que sentía en la cabeza, fue recordando todo lo que había sucedido en la última semana, empezando por su huida por los bosques y su preocupación por Dunmore y los wyrran. Luego la trajeron ante Deirdre y la lanzaron al Foso.
Recordaba que una serie de guerreros la habían rodeado antes de que algo gigantesco y negro saltara sobre ella. Inhaló profundamente y de inmediato se arrepintió de haberlo hecho al notar el dolor que estallaba en su pecho.
—Tranquila.
De nuevo la misma voz seductora y suave que la envolvía. Su tono hizo que se sintiera segura y protegida. Era mentira, pero en su condición actual no podía evitar sentirse así.
Marcail se humedeció los labios, luego los arrugó en un gesto de sufrimiento, pues notó que aquel simple movimiento hacía que el dolor eclosionara nuevamente en su cabeza. Se quedó quieta un momento, pensando en que oía algo parecido a un canto. Cuanto más se concentraba para escucharlo, más rápido desaparecía hasta convertirse en nada.
Esperaba que en cualquier momento le estallara la cabeza a causa del dolor. Al ver que no sucedía nada, entreabrió un ojo para intentar discernir lo que la rodeaba en la oscuridad. Odiaba la oscuridad por lo que representaba, el mal. Con un suspiro, cerró los ojos y se concentró en intentar aliviar el dolor de su cuerpo.
Se puso la mano en la frente y notó que otra gran y cálida mano cubría la suya.
—No tengo nada que pueda ayudarte a aliviar el dolor.
¿Había preocupación en su voz? Tragó saliva en un intento de humedecerse la boca seca.
—Me recuperaré.
—¿Eres una sanadora?
Ella intentó negar con la cabeza, pero aquella mano la mantuvo quieta. En lugar de eso, dijo:
—No. Me enseñaron a acelerar la curación de mi cuerpo.
Marcail no estaba segura de por qué le había dicho aquello a un extraño. No debería confiar en él, aunque la hubiera salvado. ¿O es que no la había salvado? ¿Era aquello solo otra artimaña de Deirdre?
—Entonces necesitas curarte —dijo bajando más todavía su voz ronca—. Al salvarte te he expuesto a un gran peligro. Yo te protegeré, pero con tus heridas, todo será más complicado.
Nunca le había gustado que nadie cuidara de ella, pero había algo en su voz, un rastro de desesperación y dolor, que hizo que se reconociera a sí misma e hizo brotar en su interior emociones ocultas. Tenía que saber su nombre.
—¿Quién eres?
—Mi nombre no importa. Descansa y cúrate las heridas, druida.
El dolor en su cuerpo empezó a apoderarse de ella, pero luchó por mantenerse despierta y así poder descubrir más sobre el hombre misterioso que había a su lado.
—Marcail. Me llamo Marcail.
—Tienes mi palabra de que te protegeré. Ahora duerme.
Ella casi podía jurar haberlo oído susurrar su nombre mientras se abandonaba al sueño.
Quinn apartó la mano de la frente de Marcail una vez estuvo seguro de que ella se había dormido. Cogió la pequeña mano de la mujer y la colocó sobre su vientre. Incapaz de contenerse, recorrió con los dedos el dorso de aquella mano, sintiendo su piel suave y fina. No fue hasta que sus garras la tocaron cuando empezó a preocuparse por si ella descubría lo que era él en realidad.
Al fin y al cabo, habían sido guerreros los que la habían lanzado al Foso. Ella ahora confiaba en él, pero ¿cuánto duraría esa confianza cuando se diera cuenta de que estaba rodeada de más guerreros, la mayoría de los cuales ansiaban su cuerpo?
Se dijo a sí mismo que tenía que alejarse de ella y dejarla dormir, pero no consiguió levantarse de su lado. No podía luchar contra la necesidad de permanecer a su lado. Y de todos modos, parecía inofensiva. Pero cuando el deseo de tocarla se apoderó de él, cerró las manos en un puño con tanta fuerza que hizo que todo su cuerpo se sacudiera con aquella urgente necesidad de volver a posar sus manos sobre ella. ¿Era así como se sentía Lucan cuando tenía a Cara entre sus brazos?
Quinn supo en aquel preciso momento que había cometido un gran error. Había algo en aquella mujer que le provocaba una profunda y primitiva reacción en todo su cuerpo.
Maldiciendo, Quinn se puso en pie y se dirigió a la entrada de la cueva. Marcail era demasiado tentadora, demasiado dulce para dejarla sola con los que eran como él. Manteniéndola a su lado, él solo conseguiría acabar con ella, como había hecho con todo lo demás en su vida.
—¿Se ha despertado? —preguntó Arran.
Quinn apenas si contestó.
—Casi. Siente un intenso dolor, pero me ha dicho que sabe cómo curarse.
—No me sorprende. Cada druida posee unos poderes mágicos especiales. Es una suerte para esa mujer que pueda curarse a sí misma.
Quinn soltó un gruñido. No quería seguir hablando con Arran, pues su cuerpo anhelaba vehementemente a aquella mujer.
—¿Algún indicio de problemas?
Arran cruzó los brazos sobre el pecho e hizo un gesto con la cabeza hacia la derecha.
—Ellos pueden olerla. Por favor, Quinn, todos podemos olerla. Es como un banquete para hombres hambrientos, en todos los sentidos. Vamos a tener mucho trabajo.
—Yo mismo cuidaré de ella.
Quinn sabía que su voz se acercaba más a un gemido que a cualquier otra cosa y el modo en que Arran frunció el ceño, le demostró a Quinn que el guerrero había captado el tono desafiante en aquellas palabras.
—¿Crees que iba a enfrentarme a ti por ella? —preguntó Arran con la voz cargada de incredulidad—. Te he dado mi palabra de que estaré a tu lado. ¿Acaso dudas de mí?
—Lo que me preocupa es la necesidad que nos corroe a todos, yo incluido.
Arran suspiró y se pasó una mano por el rostro.
—Ninguno de nosotros merece estar aquí, especialmente la druida, porque no tiene ninguna posibilidad si se enfrenta a nosotros en una lucha. ¿Ha dicho alguna otra cosa?
—Me dijo su nombre. Se llama Marcail.
—Marcail —repitió Arran—. Un nombre poco habitual. No llegó a decirte por qué Deirdre no la mató, ¿verdad?
Quinn sacudió la cabeza.
—Todavía no.
—Esperemos que se despierte pronto para poder averiguar más cosas sobre ella. —Arran se dio la vuelta y miró a Marcail por encima del hombro.
Quinn observó a Arran, preguntándose cuándo llegaría el momento en que tendría que enfrentarse a uno de los pocos hombres en los que había depositado su confianza.
—Me recuerda a mi hermana —dijo Arran después de una larga pausa.
—¿Tenías una hermana?
Arran asintió con la cabeza y apartó la vista de Marcail con el ceño fruncido.
—Dos, en realidad. Una más mayor que yo y una menor. Marcail me recuerda a mi hermana pequeña. Era menuda y siempre se metía en líos. Solía llamarla «mi pequeño duendecillo».
—¿Qué le sucedió? —La frase salió de la boca de Quinn antes de que pudiera evitarlo.
—Murió —murmuró Arran, ausente.
Quinn no siguió interrogándolo. No había ningún guerrero que no hubiera sufrido terriblemente cuando Deirdre lo encontró. Lo sabía por propia experiencia.
Con Arran perdido en sus recuerdos del pasado, Quinn se dirigió hacia los gemelos. Ambos eran altos y con una fuerte musculatura. Tenían la misma pose: los pies ligeramente separados y los brazos cruzados sobre el pecho mientras observaban a los otros guerreros, esperando, por si alguno hacía algún movimiento extraño hacia Quinn.
Duncan e Ian eran tan parecidos que llevaban el pelo de diferente forma para que la gente pudiera distinguirlos. Ambos tenían el cabello castaño claro, con mechas doradas, pero Ian llevaba el pelo corto, mientras que Duncan prefería dejarlo crecer hasta los hombros.
Ian se dio la vuelta para mirarlo.
—La druida se ha despertado.
No se trataba de una pregunta. Quinn asintió con la cabeza.
—Está curándose sus propias heridas. Tengo pensado seguir interrogándola en cuanto vuelva a estar consciente.
—¿Sabe dónde está? —preguntó Duncan.
Quinn se encogió de hombros.
—Si encontráis comida, decídmelo. Marcail tendrá hambre.
Solo se les daba comida una vez al día y solo pan. Pero con eso resultaba suficiente. Quinn tenía pensado darle casi toda, o incluso toda su comida si ella la necesitaba.
—Lo tendré en cuenta —dijo Ian y se marchó.
Duncan se rascó la barba y se quedó mirando a su hermano gemelo.
—¿Cuánto tiempo crees que tardará Deirdre en darse cuenta de que la druida no está muerta?
—No el suficiente —admitió Quinn—. No el suficiente.